“No teníamos elección. Mataban a los que trabajaban y a los que no”

Miembro de las brigadas que sacaban cadáveres de las cámaras de Auschwitz y los quemaban

MIGUEL MORA El País – 23/05/2010

Ha cumplido 87 años y los ojos se le siguen llenando de lágrimas cuando cuenta lo que vivió en Auschwitz-Birkenau. Shlomo Venezia, judío sefardita, nacido en Salónica en 1923, pero de nacionalidad italiana, fue durante ocho meses y medio, desde abril de 1943 hasta diciembre de 1944, miembro de los Sonderkommandos, los comandos especiales formados por prisioneros judíos que se encargaban de aplicar la solución final moviendo los engranajes de la máquina del exterminio nazi. “El mecanismo funcionaba como una cadena de montaje”, recuerda. “Unos acompañaban a los prisioneros que llegaban desde los trenes hasta las cámaras de gas; los ayudaban a desvestirse y a entrar en aquel sótano; cuando morían, 10 o 12 minutos después, sacaban los cadáveres, y otros les cortábamos el pelo, les quitábamos los dientes de oro y luego los metíamos en los hornos crematorios”.

La infernal rutina ideada por los jerarcas nazis para convertir en ejecutores a los propios judíos ha perseguido a Venezia durante toda su vida. “Nunca se sale del campo, todo te recuerda a aquello”, explica en un perfecto castellano que en realidad es ladino, el dialecto de los judíos de origen español. “Da igual cualquier cosa que hagas, lo que sea que veas o pienses, todo devuelve tu espíritu al mismo lugar”.

Shlomo Venezia fue uno de los 70 supervivientes de los comandos especiales. “Durante mi estancia mataron a 741 de los nuestros”. Antes de que llegaran los rusos a Auschwitz, Venezia logró escapar y llegar hasta Mauthausen. Desde allí viajó a Italia. Pasó siete años en el hospital, enfermo de los pulmones, y permaneció 47 años en silencio, sin poder asumir su experiencia. Un día de 1992, Venezia se dio cuenta, viendo en Roma una exposición de Anna Frank, de que volvía un clima antisemita. Animado por su alegre y valerosa mujer, Marika, una judía húngara 15 años más joven que él, con la que tuvo tres hijos y que desde hace 21 años se ocupa de la modesta tienda de ropa y bolsos de la familia situada a 50 metros de la Fontana de Trevi, el superviviente empezó a narrar su historia.

Desde entonces no ha dejado de hacerlo; en cientos de escuelas italianas y en los Viajes de la memoria a Auschwitz que organiza el Ayuntamiento de Roma -gracias a una iniciativa de Walter Veltroni- desde hace un par de décadas. “Shlomo ha ido ya 54 veces a Auschwitz”, cuenta su esposa mientras esperamos en la tienda a que llegue su marido. “La primera vez que le invitaron dijo que no, pero al final se decidió a ir con un amigo para darse fuerza mutuamente. Pasó casi 50 años en silencio… No fue fácil. Cuando bañaba a los niños y le preguntaban qué era ese número tatuado en el brazo, les decía: ‘Es el teléfono de una novia que tuve”.

En 2006, Venezia se decidió a poner por escrito su testimonio, tan singular como crucial para desmentir a los negacionistas. Concedió una larga entrevista a la periodista francesa Bèatrice Pasquier, publicada como libro en enero de 2007 por la editorial Albin Michel con un prólogo de Simone Veil, ex ministra francesa y ex presidenta del Parlamento Europeo. Tras ser traducido a 19 lenguas, el alegato de este hombre honesto y limpio, injustamente acusado por otros supervivientes de haber colaborado con los nazis, llega ahora a España con el título de Sonderkommando. En el infierno de las cámaras de gas (RBA Editores).

Conociendo a Venezia, cobra más sentido lo que escribió en el prólogo Simone Veil, superviviviente de Auschwitz: “La fuerza de este testimonio se debe a la irreprochable honestidad de su autor, que sólo cuenta lo que él mismo ha visto, sin omitir nada”.

Pregunta. ¿Cómo mantuvo su familia el ladino, viviendo en Grecia y siendo italianos?

Respuesta. No he reconstruido mi árbol genealógico, pero sé que fuimos expulsados de España por los Reyes Católicos y que acabamos en Italia. Otros fueron a Marruecos. Los judíos de entonces no tenían apellidos. Se llamaban Isaac, hijo de Salomón, por ejemplo. Muchos tomaron el nombre de las ciudades donde se instalaron. Por eso nosotros nos llamamos Venezia. En casa hablamos siempre ladino, aunque desde Italia se fueron a Salónica, no sé cuándo. Yo lo hablé hasta que hace siete años murió mi hermana. Una vez fui a España [adonde volverá el próximo día 26, con motivo de la publicación de su libro [y para un homenaje organizado por Casa Sefarad-Israel] a hablar de mi historia y un hombre me dijo: “Ha usado usted palabras que no se oían aquí desde hace 500 años”. Por ejemplo, ‘condurias’, que quiere decir zapatos.

P. ¿Cómo era su vida en Grecia hasta que fue deportado?

R. Éramos muy pobres. Los judíos vivíamos en chabolas de hojalata en diversos barrios de Salónica. Mi hermano mayor estaba en Italia estudiando con una beca del consulado. Mis tres hermanas y yo estudiábamos en el Colegio Italiano. Mi padre murió de repente cuando yo tenía 11 años. Entonces tuve que dejar de estudiar para ayudar a mi madre. En 1938, mi hermano volvió a casa debido a las leyes raciales de Mussolini. Los alemanes habían ocupado Grecia y yo me dedicaba al estraperlo de tabaco. Se lo cambiaba a los soldados por medicinas para la malaria. La mitad las vendía para comer y la otra mitad para comprar más tabaco. Ahí aprendí un poco de alemán.

P. Le detuvieron en abril de 1944. ¿Qué pasó?

R. Estábamos en Atenas, bajo la ocupación italiana. A primeros de marzo promulgaron una ley que obligaba a los hombres judíos a pasar cada viernes por la comunidad para firmar en un registro. Un viernes nos encerraron allí y ya no pudimos salir más. Luego nos llevaron a la cárcel de Haidiri y en el patio encontramos a la familia. Nos dijeron que nos iban a mandar a Alemania y que nos darían una casa. Que los hombres tendríamos trabajo y las mujeres cuidarían de los niños. Una mañana nos llevaron al tren. No sabíamos nada de Alemania. No teníamos radio ni nada. Era el 1 de abril.

P. ¿Cómo fue el viaje?

R. Duró 11 días, no se acababa nunca. La Cruz Roja de Atenas nos dio unos paquetes con comida antes de salir y gracias a eso logramos llegar vivos. En mi vagón íbamos 65 personas. En total seríamos 1.500. Cuando llegamos a la Rampa de los Judíos, un lugar desde el que no se veía ni Auschwitz ni Birkenau, que era donde estaban los cuatro hornos, hicieron la selección. Eligieron a 320 hombres para trabajar y a 113 niñas para coser ropa. A los demás no los volvimos a ver.

P. Su madre y sus tres hermanas murieron ese mismo día.

R. Según supe días después, mi madre y mis hermanas menores, Marika, de 14 años, y Marta, de 11, fueron asesinadas con el gas Zyklon B a las dos horas de llegar. Al día siguiente le pregunté a un preso polaco y me dijo que no pensara en eso, que descansara y que ya me lo dirían. Le insistí, me cogió del brazo, me sacó fuera a ver la chimenea humeante y me dijo: “Todos los que vinieron contigo se están liberando”. No supe qué pensar. Días después vi que tenía razón. Mi hermana mayor, Rachel, fue seleccionada para trabajar y se salvó. Ella nunca quiso hablar ni oír hablar del campo. Cuando todo acabó, tardé 12 años en encontrarla. Se fue a Grecia y luego a Israel porque estaba allí su novio, un francés al que conoció en Auschwitz. Murió hace siete años.

P. ¿Y su hermano?

R. Cuando los rusos liberaron el campo no nos vimos. Supe que estaba vivo y que había ido a Roma. Tardé siete años en verle. Tampoco quiso contar nunca nada. Casi nadie quiso contar nada nunca. Tampoco mis primos. Sólo yo pude.

P. ¿Empezaron enseguida a trabajar?

R. Al día siguiente. Primero nos cortaron el pelo y nos afeitaron el cuerpo entero, para purificarnos, supongo. Cada vez que llegaba un tren era el mismo rito. Muchos días llegaban cuatro o cinco trenes. Había dos médicos que te examinaban: te miraban por detrás, y si veían que tenías las carnes del culo flojas, te ponían aparte para darte un tiro en la nuca. A los demás nos duchaban y nos pasaban a una mesa larga donde nos tatuaban el número en el brazo. El mío es el 182.727. Después te daban la ropa de un muerto, por aquella época ya no quedaban uniformes. Ahí le pregunté a uno de Salónica por mi hermano y me dijo que se había salvado con dos primos.

P. ¿Luego qué pasó?

R. Nos metieron en el barracón de la cuarentena. Si estabas enfermo, te descartaban. Tenían menester de personas para trabajar. Un día vinieron a buscar a 80 personas y yo dije que sabía hacer de barbero. No era verdad, pero todos dijimos lo mismo. Pasamos tres semanas en el campo de trabajo, barracones 9 y 11, rodeados por una alambrada de espino. Un polaco me explicó lo que pasaba. “Somos el comando especial y hacemos esto y esto”. Mi obsesión era comer. Me dijo que los que trabajaban en el comando comían un poco más que los demás. Y que cada tres meses hacían la selección para que no hubiera testigos.

P. Y empezó a trabajar de barbero.

R. Me dieron unas tijeras muy grandes, como de poda. Cortaba el pelo de las mujeres muertas. Usaban los cabellos para hacer ropa, y también para fabricar moquetas para los submarinos. Un amigo dijo que era dentista y le dieron unas pinzas y un espejito para quitar el oro de la boca de los muertos. Trabajábamos 12 horas al día. Una semana de noche y otra de día. Era uno de los mejores horarios.

P. ¿Los que llegaban sabían que iban a morir?

R. Nadie lo sabía. Te decían que ibas a la ducha y luego a la casa. Te asignaban una percha para la ropa con un número, y te decían que lo recordaras para que no te lo robaran. La capacidad de la cámara de gas era de 1.450 personas, pero muchas veces metían a 1.700. Los comandos les ayudaban a desvestirse y les acompañaban hasta la única puerta. El gas lo metían los alemanes desde fuera por unas trampillas del sótano; venían en un coche con el emblema de la Cruz Roja para engañarles, sacaban una caja de metal, la abrían y metían en los agujeros las piedrecitas impregnadas de ácido cianhídrico. Con el calor de la gente, las piedras soltaban vapor, y por eso los más fuertes trataban de trepar a lo más alto para salvarse. Morían como moscas. Desde fuera, un alemán miraba por la mirilla y encendía la luz para ver si todavía estaban vivos.

P. ¿Y luego llegaba el turno de los barberos?

R. Primero tenían que sacar los cuerpos desde la cámara hasta el atrio, donde estábamos los barberos y los dentistas. Era difícil sacarlos, porque los cuerpos estaban atenazados unos con otros. Cuando nosotros terminábamos el trabajo, se subían los cuerpos en el ascensor hasta los hornos. Cada horno tenía tres bocas, y se metían los cuerpos de dos en dos en cada boca. Esos turnos duraban también 24 horas.

P. Coincidió usted en el campo de exterminio con Primo Levi [escritor judío italiano autor, entre otros libros, de Si esto es un hombre, un relato sobrecogedor sobre su estancia en Auschwitz] . ¿Qué le parece lo que escribió sobre los comandos especiales?

R. Primo Levi hizo cosas que no debió hacer. Escribió mal de los que trabajábamos allí. Dijo que éramos los cuervos negros. ¡Ojalá hubiera sido yo un cuervo negro para poder salir volando de allí! Mejor eso que dejar de ser persona y convertirte en un número. No teníamos elección. Trabajando no pasabas frío, dormíamos junto a los hornos, y comías un poco más. Mientras yo estuve allí, entre septiembre y noviembre de 1944, mataron a 741 sonderkommandos. Y antes de que yo llegara, a algunos cientos más. De más de 1.000, solo nos salvamos 70 u 80. Y con mucha suerte.

P. ¿Y cómo es posible soportar eso casi nueve meses, formar parte del engranaje?

R. La primera semana no entendías cómo no te volvías loco. Tenías un pedazo de pan en la mano y pensabas: “Con esta mano he tocado a los muertos”. Luego, el cerebro cambia, te conviertes en un autómata, no piensas, sólo esperas no toparte con gente que conoces, cuando veías un conocido era terrible. Yo me encontré con mi primo León cuando ya llegaban los rusos, el último día. Me llamó y casi no le reconocía. Hablé con un alemán, le pedí que lo salvara, me dijo: “Aquí no se salva nadie”. “León, no hay nada que hacer”, le dije, y le pregunté si tenía hambre. Subí a buscarle una lata de sardinas y se la comió en un segundo. Me preguntó cómo iba a morir, si duraba mucho, le acompañé a la cámara de gas y luego le saqué…

P. ¿Usted se ha sentido o se siente culpable de haber sobrevivido?

R. No me siento culpable de nada… Tuve suerte. A los que no querían trabajar los mataban, a los que trabajaban, también. Para ellos, matar a 100 o 1.000 era la misma cosa. A veces llegaban tantos que los mataban a todos sin seleccionar a nadie. Otras veces había tantos trenes, que los dejaban allí y se morían dentro antes de salir.

P. ¿Cómo fue el final?

R. Dieron orden de limpiarlo todo para no dejar pruebas. Empezaron a destruir los hornos, cada día usaban a 1.000 niños para quitar las tejas. Cuando dieron la orden de evacuar, fuimos andando tres kilómetros desde Birkenau hasta Auschwitz, allí la gente estaba loca de contenta. Los de los comandos íbamos juntos, nos metieron en un barracón, y a medianoche entró un alemán preguntando quién había trabajado en los comandos, pero nadie dijo nada. A las cinco empezó la marcha de la muerte. Al que se caía, lo mataban. Solo quedaron atrás los enfermos, no los podían enterrar. Anduvimos dos días a pie, durmiendo al raso, hasta Mauthausen… Luego vine a Italia, conocí a Marika, tuve tres hijos estupendos…

P. Y finalmente se animó a contarlo.

R. Nunca encontré a nadie que me contara nada. Ni mi hermana, ni mi hermano, ni mis primos quisieron hablar… En Israel conocí al jefe del comando que nos salvó la vida, pero ya estaba muy mayor…. Sólo quedaba yo…

‘Un archivo guarda el horror y el coraje de muchos’

LOLA HUETE MACHADO – El País –  23/05/2010

Para la administradora del archivo de la Stasi, la policía secreta de la dictadura comunista en la Alemania del Este, conservar la memoria histórica es proteger un tesoro.

La reconciliación es un asunto personal, no político o nacional. No es cosa que pueda organizar u ordenar la política. Lo dijo una vez e insiste en ello ahora esta mujer, que es la administradora de uno de los archivos de la memoria más importantes del mundo, el de la Stasi, la policía secreta del partido comunista gobernante ( Partido Socialista Unificado, SED), en la extinta República Democrática Alemana (RDA, 1949-1990): “Yo soy cristiana; por tanto, eso que dije se corresponde con mi experiencia. La conciliación es algo que ocurre entre personas, tiene que ver con emociones y no puede producirse sin exponer claramente la verdad. Es una trampa eso de ‘venga, no hablemos de lo ocurrido, nos perdonamos y ya’. No. Esos no son cimientos sólidos para construir nada”.

Marianne Birthler (1948) es desde 2000 lo que se llama Comisionada Federal para los Documentos del Ministerio para la Seguridad del Estado (BStU en sus siglas alemanas) y tiene en sus manos los secretos (la basura y otras cosas, como luego explicará) de esa maquinaria infatigable y meticulosa que fue la policía política de su país natal repleta de espías, mirones, informantes, delatores (unos cien mil oficiales; el doble, inoficiales) que trastocaron y acabaron con muchas vidas y sueños. Ahí está todo guardado para ser consultado, en 158 kilómetros de estanterías repletas de actas, casi 40 millones de fichas personales, aún más de 15.000 sacas llenas de pedazos de papel por recomponer (una docena de personas se encargan de hacerlo a mano y, en paralelo, en el instituto Fraunhofer de Berlín se prueba un nuevo sistema electrónico para acelerar el proceso), aquello que a los de la Stasi les dio tiempo a destruir antes de que los propios ciudadanos del Este, tras la caída del Muro en 1989, ocuparan la sede dispuestos a proteger ese material elaborado con detalles de sus vidas. Casi tres millones de alemanes han solicitado consultar las actas desde 1990; en el último año, 102.658. “Con estas cantidades es una tarea de generaciones, porque no estaba previsto tal demanda de apertura de actas. Cada año más. Por parte de particulares, de medios, de científicos… Las actas no sólo interesan por la Stasi, sino por la RDA, lo mismo si se trata de deporte, cultura, iglesia o de oposición y resistencia… Esta es una de las fuentes básica para la investigación de la RDA”. Así que, aunque Birthler ya no esté, existirá autoridad y archivo de la Stasi aún un tiempo (luego pasará al Archivo Federal): “Al menos hasta 2019. Serán 30 años después de la revolución”.

¿Qué sintió usted el día que supo que todo este material estaba en sus manos? Cuando me preguntaron si quería el puesto, dudé. Era una gran responsabilidad y tenía miedo de que a partir de ese momento, leyendo las actas, mi vida estuviera condicionada por ese horror. Me acuerdo que tras tomar posesión, me organizaron un día dentro del archivo. Tenía pavor. Pensé: “Voy a entrar en contacto con el lado oscuro y amenazante de mi nueva tarea, seguramente a la noche estaré deprimida y lloraré al saber lo que los humanos son capaces de hacerse entre sí…”. Pero fue distinto. Esa noche regresé alegre a casa. Por dos razones: me di cuenta de lo bueno que era guardar esas actas, porque podemos aprender de ellas lo que la gente es capaz de hacer, y porque recogen historias fabulosas de personas valientes que opusieron resistencia o se mantuvieron honestas. Desearía que todos los países que han sobrevivido a una dictadura tuvieran papeles así para conocer al detalle el destino de personas detenidas, asesinadas… Aquí, en el terrible lenguaje de la Stasi quedó todo grabado, y creo que sería un verdadero botín para España, por ejemplo, tener información así de quiénes eran esas personas, lo que dijeron, cómo se mantuvieron firmes durante los interrogatorios… Nosotros tratamos este material escrito como un verdadero tesoro.

La memoria de un país entero… Sí, estas historias se usan a menudo en la formación política, con jóvenes, porque muestran cómo la gente siempre tiene posibilidad de decidir cómo portarse. A veces asumiendo gran riesgo… En los últimos años de la RDA era distinto, ya no temíamos por nuestra vida. La situación había cambiado, no es igual temer ser detenido que asesinado, tal como sucedía en los primeros años, brutales y sangrientos. Al final, la presión era más sutil; por ejemplo, a mis hijas no les permitieron hacer el bachiller, porque yo era de la oposición…

¿Cuántas historias escondidas se descubrirán aún entre estos papeles? Habrá nuevas. Pero, dado que empezamos tan pronto con la apertura de las actas y con discusiones sobre personas públicas, no cuento ya con una gran ola de descubrimientos. Serán más bien casos individuales desconocidos, tal como sucede desde hace años. En los noventa se sabía de dos o tres nuevos nombres cada semana. Afortunadamente, esto se acabó.

Su familia quedó dividida entre el Este y el Oeste. Usted vivía en el Este, ¿era vigilada por la Stasi? Sí. Yo era activista, de la oposición, claro que nos vigilaban.

¿Y es correcta la información que recopilaron sobre ustedes? Hay quien consulta las actas y comprueba que nada coincide con la realidad… Se debe decir que la Stasi preparaba las actas con minuciosidad. Se trataba de un aparato militar y ese era su instrumento de trabajo más importante. Tenían alto interés en que las actas se elaboraran correctamente. Cuando oficiales o colaboradores no oficiales describían algo de manera imprecisa, no era un pecadillo, sino un delito disciplinario. Naturalmente, los informes de colaboradores de la Stasi son siempre subjetivos, contienen fallos, pero esto lo sabía la dirección y por eso siempre usaban varios confidentes si se trataba de personas importantes. Un amigo mío, conocido disidente, encontró en sus actas informes de más de 80 confidentes. Y la Stasi podía unirlos como si fueran folios para relativizar las inexactitudes y obtener una imagen muy precisa.

El despacho de la administradora se encuentra en la sede del BStU, un edificio con el aire socialista del Berlín de antaño, una mezcla entre institucionalidad y funcionalidad. Un vistazo desde las ventanas muestra un paisaje aún con huellas del pasado, pero bien batido ya con la nueva realidad unificada del Berlín actual, tan turístico y de moda. Hasta el nombre de la calle delata el lugar que fue: Karl-Liebknecht-Strasse, 31, al lado de la Alexanderplatz, la plaza escenario donde se levanta la torre de la televisión visible desde toda la ciudad y ese hotel-mole escenario que venía a probar lo bien que le iba al comunismo. Vestida de traje gris, media melena rubia, anillos de diseño de plata, al verla sentarse en el sofá con un cruce de piernas decidido, una la imagina lidiando con los problemas de aquel tiempo en la RDA, peleando por sus ideas como joven opositora y catequista desde una organización evangelista o advirtiendo a sus hijas sobre las circunstancias en que vivían con su voz confortable, su porte de mujer poderosa y segura de sí: “Esto es lo que sucede, de esto no habléis en la escuela…”. No era fácil que lo entendieran, pero aun entonces apostó por la transparencia. “Era aún más difícil y peligroso para esos niños que sentían que sus padres no les hablaban claro”, dice.

En estos días arranca Birthler el que será su último año de mandato, el décimo, un tiempo en el que, a pesar de los servicios prestados, los libros e investigaciones promovidos y los secretos desvelados, ha sufrido críticas y sinsabores. Le han dicho de todo: que basta ya de hablar del pasado, que no debe interpretar lo que el archivo esconde, sino limitarse a gestionarlo (“cada dos años publicamos un informe de lo que hacemos y se presenta al Parlamento, y siempre ha sido evaluado muy positivamente. Llevando una institución así, una tiene que vivir con la idea de no tener sólo amigos”), que si tiene problemas con los ex comunistas dentro del partido Die Linke (“Ellos tienen problemas conmigo. Gysi se niega a admitir que colaboró con la Stasi”) o por qué hay documentos políticos fundamentales que no vieron antes la luz (como hace nada con el caso Kurras): “No fue un error, nadie nos preguntó”.

Birthler posee un discurso tan rotundo y seguro de sí, que ante la cuestión “¿qué cosa no volvería a hacer en su vida, en su trabajo?”, ella que ha sido parlamentaria y portavoz de los verdes (Bündnis 90/Die Grünen), ministra de Educación en el Estado de Brandeburgo, no sabe qué responder. “No quiero decir con esto que no haya cometido errores, pero ahora no recuerdo nada…”. No hay vista atrás para lo ya hecho, no valen nostalgias, pero sí impunidad cero ante los crímenes cometidos. “Quien desprecia y no atiende a su pasado, está condenado a revivirlo”. Y eso, afirma, es lo que podría ocurrir en España con la memoria de la Guerra Civil. Y dicho esto, pregunta por la situación del juez Garzón, acorralado por intentar mirar al pasado.

En España se murió Franco y se corrió un tupido velo… y 30 años de paz después aún está la herida abierta. En Alemania, con el régimen comunista se optó por mostrar todo… pero hay quien dice que ya basta, que mejor mirar adelante… ¿No será el punto medio el tratamiento ideal? Antes de optar por el punto medio, hay que plantearse las opciones que se tienen. Yo no aceptaría tal punto medio, porque estoy convencida de que la vía que nosotros hemos escogido para tratar nuestra memoria histórica ha servido para transformar las cosas. Al final, lo que hay que preguntarse es qué es lo que necesita una sociedad tras sufrir una dictadura, qué se necesita para garantizar la cultura política futura… Estas son las preguntas importantes. La discusión en Alemania estaba predeterminada, porque tras el fin del nacionalsocialismo esta discusión, más que nada en la República Federal, se realizó con gran retraso… Una generación más tarde se puede decir con seguridad, y está demostrado, que ese modo no fue bueno. Si uno piensa en las víctimas de la dictadura, en sus familiares, ellos necesitan justicia cuanto antes, conocer la verdad, y necesitan que ésta se airee como compensación a toda la injusticia. Es fundamental.

Quizá se ha podido hacer así en Alemania porque ustedes ya tenían el pasado nazi… y por cultura o carácter, quizá; en España, mirar y ver lo que te ha hecho el vecino podría desembocar en… más sangre. Sí, tiene razón. Y sin duda lo ocurrido aquí con el nazismo desempeñó un gran papel. Fue fundamental, cuando en el Parlamento alemán se aprobó esta ley de la memoria se decía que no había que cometer dos veces el mismo error.

¿Cuánto tiempo tendremos que seguir hablando del pasado? El pasado tiene siete vidas, como los gatos, no se puede eliminar fácilmente. Y si uno intenta omitirlo, en algún momento retornará, y lo hará fortalecido. Y lo que ustedes viven en España es la consecuencia de lo que distintas generaciones tuvieron que callar… Lo veo así: la gente que durante años intentó con energía evitar que la verdad surgiera, está envejeciendo, debilitándose. Y ahora los jóvenes dicen: “Queremos saber, tenemos derecho a ello”. Es algo que conocemos de nuestra vida personal: tras un conflicto sólo podemos seguir adelante cuando las cartas se ponen sobre la mesa y todo se aclara.

En España, las víctimas de la Guerra Civil ya han sobrepasado los setenta u ochenta años, poco a poco ya no quedan supervivientes, pero… Lo sabemos también por otros países; en tanto en cuanto la gente lleva una vida activa, reprime el horror vivido, pero cuando envejecen, rememoran su infancia y juventud de manera virulenta. Llega a ser entonces más actual que cuando uno tiene 50. Con 70 u 80 años se acuerda uno de su infancia y las heridas retornan. Yo lo conozco de Israel, allí es un gran problema para los sobrevivientes del Holocausto; cuando envejecen, aumentan los traumas, su alma está enferma. Cuando trabajaban y criaban a sus hijos, todo permanecía en orden… Yo suelo apoyar a asociaciones en Berlín a las que pueden acudir quienes estuvieron presos en los años cincuenta y sesenta y están aún traumatizados. Se trata de una generación que no acude a terapia, no hacen algo así. Pero allí van y cuentan su historia y eso les ayuda a espantar sus fantasmas. Por eso no creo que sea bueno para una sociedad guardar silencio. Necesitamos un ambiente que ofrezca la posibilidad a la gente de hablar de lo sufrido.

¿Tiene usted buenos recuerdos de su infancia y juventud en su país? Los tengo de un tiempo en que yo era joven con una interesante profesión, hijos fenomenales y andaba enamorada, o no… Trabajé en comercio exterior y luego con niños y jóvenes en la Iglesia, así que estaba feliz, pero no creía en ese sistema político. Era una dictadura, y, naturalmente, no lloro por ella. Soy escéptica incluso con esa idea de que había igualdad para las mujeres. En la RDA eran activas, pero tan excluidas del poder como en otros sitios. En el Politburó no había, en el Gobierno tampoco. Trabajaban, pero nunca pudieron cambiar su papel. Seguían siendo responsables cuando faltaba un botón en el abrigo del marido. Eso, los niños, el hogar. Era una emancipación muy unilateral.

Algunos ciudadanos, sin embargo, sienten nostalgia, aseguran que la vida entonces era relajada, segura… Se debe diferenciar la vida privada de la vida como ciudadano bajo una dictadura del SED. Lo fundamental es que en la RDA no todo era malo, lo malo era la RDA.

¿Está satisfecha por el modo en que se desarrollaron los acontecimientos, con la reunificación en 1990? Muchas cosas se podrían haber hecho de otra forma, pero soy feliz con el resultado, pues me permite vivir como ser humano libre en una democracia.

Pero persisten grandes diferencias entre ambos lados de Alemania… Los mayores problemas que tenemos aún en el Este son resultado de los cuarenta años de RDA. La economía estaba muerta; las ciudades, destruidas, y esto es algo que se tarda mucho en compensar.

¿Cree que el Gobierno federal ha hecho suficiente por el Este alemán? Si compara con otros países comunistas, podrá constatar que nosotros nos beneficiamos mucho no sólo del dinero del Oeste, sino que hemos podido reanudar 40 años de tradiciones constitucionales… esto nos ayudó a reconstruir estructuras democráticas. Pero también tiene desventajas; yo lo viví, por ejemplo, siendo ministra en Brandeburgo cuando reformamos el sistema educativo. Forma parte del proceso de madurez política el cometer errores y aprender de ellos, pero esto no era apenas posible con el Oeste ahí al lado, que lo sabía todo mejor. Nada fácil. Y opino también que no es bueno para el proceso de emancipación del Este seguir pendiente del goteo financiero del Oeste. Es un peligro. Pero de todos modos, en 1990 yo formaba parte de los que buscaban otro camino en la unificación…

¿Ah, que no estaba de acuerdo con ella? Todos la queríamos. La discusión era cómo y a qué velocidad. Llegado 1990, cuando ya estaban en preparación las primeras elecciones libres, ya no existía la discusión del pro o contra. Sólo unos pocos marginados la negaban y aún hoy existen. La gran mayoría buscaba un concepto político que la permitiera. Era lo único realista. La DDR ya no era capaz de existir. Lo que poseía era el Muro, que impedía a la gente escapar, y la Stasi para hacerla obedecer. Y sin ambos, como sistema político llegó a su final.

¿Cuántas actas ha leído? No tantas como mis colegas, algunos no hacen otra cosa.

¿Recuerda alguna historia que le haya impresionado en especial? Siempre me impresionó cómo la Stasi, que desde los años setenta comenzó a usar métodos más sutiles, empleaba el terror psicológico, perturbaba a la gente de forma sutil. Por ejemplo, entraba cada noche al piso de una señora y cambiaba las cosas de sitio o modificaba los relojes. La mujer casi enloquece, no se lo explicaba. Y cuando llegó a la conclusión de que podía ser la Stasi… no podía ni hablarlo con amigos. Porque si yo les digo a los míos: “La Stasi entra en mi piso”. “¿Y cómo lo sabes?”, preguntarían. “Porque cambian las toallas en el colgadero”. Todos pensarían que estoy paranoica. Ahí quedaba, pues, la mujer, sola con su inseguridad; ese era el objetivo: acabar con ella psicológicamente. Historias como esta son aún más alarmantes que las de detenciones. Pero mis favoritas en las actas son las que hablan de personas que la Stasi quería enrolar para espiar a otros y se negaron. No colaboraron. Son fabulosas.

En España tuvo gran éxito la película ‘La vida de los otros’. ¿Eran las cosas como ahí se cuentan? Era una ficción. Y la verdad se puede contar bien a través de ella. Así, el mensaje de la película es correcto y explica bien el ánimo en los ochenta en un escenario concreto como es Berlín, cómo la gente sufrió bajo una dictadura incruenta, cómo unos eran valientes, otros traidores y los demás desesperados. Todo esto existía. Es mi experiencia. En ese sentido, la película es muy auténtica.

Sus colegas, dice, leen muchas actas… ¿y cómo se controla que alguno no vaya a sacar información comprometida? Tenemos el llamado “principio de los cuatro ojos”: nadie va solo a los archivos. Siempre acompañado. Cuando alguien empieza a trabajar aquí, se compromete a tratar la información confidencialmente. Hasta ahora se conocen muy pocos casos de sospechas de desfalco de actas. Normalmente no pasa. Como es un centenar de personas el que está en contacto directo con ellas, hay que confiar en que lo harán con cuidado. Naturalmente, existe la posibilidad de sacarlas y creo que hay muchos periodistas que pagarían bastante por el contenido de alguna que otra… Pero no tenemos constancia.

Si en el archivo está mi acta, ¿yo puedo dar mi consentimiento para que se haga público su contenido o prohibirlo? Si usted, como particular, tiene acta aquí, sólo podemos entregársela a alguien con su expresa autorización por escrito. Depende de usted, una vez que tenga la copia en sus manos, lo que haga con ella. Algunos las han publicado. Y si usted lo decide, se permite su uso para investigación; pero si usted no dice nada, no. Debe usted confirmarlo expresamente.

Pero no es así si se trata de personalidades públicas, políticos, jueces… Correcto. Pero sólo en cuanto a su papel público. Si hay algo escrito sobre sus relaciones privadas, opinión personal o detalles financieros, entonces está regulado por la ley de igual modo que para particulares. Sólo podemos usar lo que trata de su vida pública. Y debemos informarle de ello.

Entonces no entiendo cómo quería el ex canciller Helmut Kohl impedir en 2002 que se publicaran sus actas… (de él hay en los archivos unas 7.000 páginas escritas, 2.500 de su vida privada). Yo tampoco lo entendí. Él quería que sus actas fueran tratadas como las de un particular, pero no lo pudo conseguir del todo. Finalmente se decidió que las actas de su papel público pudieran usarse para investigación… No quiero especular. Pero Kohl nunca fue partidario de la apertura de las actas, quizá por eso…

Como él, muchos ciudadanos estaban o están en contra. Hay hasta quien dice que mejor que viniera una riada y se llevara estos papeles… Sí, algunos hablaron de hacer una fogata, pero otros cambiaron de opinión, como el ministro de Finanzas, Schäuble. Pero, discúlpeme, hemos hablado de actas de afectados, de personas vigiladas… Pero aquí también están las de colaboradores de la Stasi y estas no están tan protegidas, aunque miramos cada caso individualmente. Así que investigadores y periodistas tienen derecho a trabajar con ellas y podrían citar los nombres. Esto es muy importante, la autoridad legislativa lo decidió: la traición no debe quedar anónima.

“Lo de Garzón va a hacer mucho daño a España”

Patricio Guzmán. Director chileno del documental ‘Nostalgia de la luz’

GONZALO DE PEDRO AMATRIA – Público – 19/05/2010 08:30

El cineasta chileno, ayer en Cannes.afp

El cineasta chileno, ayer en Cannes.afp

En el desierto de Atacama, al norte de Chile, uno de los lugares más secos del planeta, un grupo de astrónomos trabaja escudriñando el pasado del universo. A sus pies, un grupo de mujeres palpa el desierto, centímetro a centímetro, en busca de un pasado más reciente: los huesos de sus familiares asesinados por la dictadura de Pinochet. Patricio Guzmán (Santiago de Chile, 1941), incansable luchador en pro de la recuperación de la memoria, enlaza esas dos miradas hacia el pasado en un documental, Nostalgia de la luz, tan poético como doloroso, personal y militante, presentado en la sección oficial fuera de competición.

Lleva años trabajando el tema de la recuperación de la memoria, ¿siente alguna responsabilidad?

Ninguna: me apasiona el tema de la memoria y por eso hago la película, pero no me siento un abanderado de nada. Es cierto que en Chile, como en los lugares donde hubo conflictos fuertes, hay una amnesia colectiva. El caso más dramático es España: 70 años después hay 200.000 cuerpos fuera de los cementerios.

Supongo que está enterado del tema de Garzón…

Me parece un desprestigio enorme para la imagen de España. Garzón se adelantó a la Corte Penal Internacional, y creo que es un error apartarle del trabajo, porque quiere entrar en el jardín secreto de la Guerra Civil. Es algo que va a hacer mucho daño a España, un paso atrás. Yo tuve mucho trato con él cuando rodé El caso Pinochet y me pareció un hombre obsesionado por la justicia. Y que sea mediático… ¿qué más da? Si es guapo, y tiene buena planta. Es como Allende, que era más elegante que la derecha y lucía trajes estupendos… ¡tanto mejor!

¿Cómo se reciben sus películas en Chile?

Ninguna película mía ha sido pasada por las televisiones chilenas. Tampoco han sido compradas por el Ministerio de Educación, ni por el de Cultura, ni por los museos, ni por el recientemente creado Museo de la Memoria. Desde 1996 he conversado año tras año con las televisiones y la respuesta es siempre la misma: “Es todavía pronto, vuelve el año que viene”. Al final me di cuenta de que hay un pacto de silencio para no tocar ciertos temas, como en España.

¿Sigue siendo tabú?

Se habla más, pero hay demasiada prudencia, nadie quiere meter el dedo en la llaga, y la opinión generalizada es “yo no fui, yo no estuve, yo no vi”. El pueblo chileno no se hace responsable de sus actos, cuando la memoria no es un problema abstracto, es algo que tiene que ver con la energía de un país: si un pueblo tiene energía es porque ha solucionado sus problemas con el pasado. Recordar ayuda a construir el futuro

¿Cómo consigue entonces ayudas para poner en marcha una película?

No es nada fácil. Todavía tenemos muchas deudas. No conozco a nadie que se haya hecho rico haciendo documentales.

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Para ver extractos de la película Nostalgia de la luz, haz clic aquí.

Kirchner vuelve a defender con vehemencia al juez Garzón

Pese a las críticas del PP, la presidenta de Argentina vuelve a alabar al  juez que convirtió a España “en un faro de los derechos humanos”

Público – 18/05/2010 20:10 Actualizado: 18/05/2010 20:30

La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, ha defendido con vehemencia al suspendido juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón cuando se le preguntó al respecto en la rueda de prensa posterior a la clausura de la Cumbre UE-América Latina y Caribe. Kirchner recordó que, en otro tiempo, “la propia España admiró a ese juez que convirtió a este país en un faro de los derechos humanos”.

“Tengo por Garzón un gran aprecio personal y un gran respeto y admiración institucional”, proclamó la presidenta argentina, que ayer se reunió con Garzón aprovechando su visita a España.

Kirchner, que aseguró que, si en su país no se hubiera derogado la ley de punto final, tanto ella como su marido habrían concedido la extradición de los altos cargos de la dictadura argentina, recordó los elogios que recibió Garzón al juzgar al militar Adolfo Scilingo y al ex dictador chileno Augusto Pinochet.

“La vigencia de los derechos humanos”

Tampoco se escondió a la hora de expresar su opinión sobre el debate de fondo. “Sostenemos la vigencia de los derechos humanos como una cuestión universal”, afirmó. “Los derechos humanos no son privativos de un país, son universales y así lo entendió la propia España”, recordó, cuando los abanderó Garzón, a quien Kirchner le expresó su apoyo y le reiteró su amistad y admiración.

Por el contrario, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, no se atrevió a posicionarse sobre el caso Garzón, que tanta polémica ha causado por la supuesta intromisión de algunos miembros del PSOE en las causas abiertas contra él en el Tribunal Supremo. Eso sí, quiso aclarar que el franquismo ha quedado “afortuadamente superado”, indicando implícitamente que no quedan resquicios del mismo en la magistratura.

Por lo demás, en relación a Garzón se limitó a constatar que “hay un gran debate sobre la justicia internacional” y que lo que en cualquier caso “sí es de justicia” es que quienes “durante décadas no han sabido dónde estaban sus familiares” ejerzan su “derecho” a rendirles “recuerdo”.

Una actitud “intolerable”

Donde no han sentado demasiado bien las palabras de Kirchner es en el seno del PP.  La portavoz del grupo del PP en el Congreso, Soraya Sáenz de Santamaría, ha afirmado que es “intolerable” que la presidenta argentina “venga de fuera a dar lecciones de respeto a la Justicia”.

Cristina Fernández de Kirchner y su marido “son los menos indicados para dar lecciones de Justicia y de seguridad jurídica a nadie”, ha destacado la portavoz de los populares en la Cámara Baja.

Por ello, ha pedido al Gobierno que no permita que nadie “ponga en entredicho” a las instituciones españoles, si bien ha matizado acto seguido: “Cuando desde dentro del Gobierno las debilitan,. algunos desde fuera se ven legitimados para hacer lo mismo”.

La presidenta de Argentina se manifestó ayer preocupada, dolida y sorprendida por el caso de Garzón, toda vez que la decisión del Tribunal Supremo le resulta “una regresión en la concepción de la justicia universal en materia de derechos humanos”.

En defensa del juez Garzón

BARBARA PROBST SOLOMON El País19/05/2010

Era yo adolescente cuando, durante una breve estancia en Alemania en 1948, busqué Dachau. Pero en la ciudad de Dachau nadie parecía haber oído hablar del campo de exterminio. En esa misma época escribí una carta a mis padres sobre el periodo que había pasado en la Sorbona: “Hablan de este filósofo alemán, Martin Heidegger, que era nazi, pero dicen que no importa”. Medio siglo después, sí importa.

Ahora Dachau ya no es un lugar escondido, vigilado por el Ejército estadounidense; las matanzas de Katyn ordenadas por Stalin ya no están envueltas en misterio y las nerviosas amnistías otorgadas a los principales criminales de la Francia de Vichy en la posguerra inmediata se han visto sustituidas por los juicios abiertos y las reflexiones históricas posteriores. En estos mismos momentos, en Múnich, el Gobierno alemán busca justicia y claridad en el juicio a John Demjanjuk, el asesino del campo de exterminio; una forma de honrar a las víctimas de la barbarie de aquellos años en el país, que ayudará a dejar atrás ese pasado oscuro. Sin ese reconocimiento, las víctimas corren peligro de permanecer en el limbo histórico de las no personas.

Sin embargo, España, a diferencia de otros países europeos, no ha gozado de esa claridad ni ha podido dejar atrás oficialmente sus propias atrocidades pasadas. Pero las leyes no tienen por qué ser una colección inmutable de normas rígidas; deben reflejar los intereses del bien social general. Para llevar a Klaus Barbie a juicio, el Gobierno francés tuvo que pasar por alto el hecho de que a Barbie ya se le había juzgado en ausencia e invocar por primera vez el delito de crímenes contra la humanidad, que no prescribe. Lo que hizo posible el proceso -además de los enormes esfuerzos de activistas de derechos humanos, abogados y jueces y la cooperación de otros Gobiernos que facilitaron su extradición- fue, al final, la voluntad del Gobierno francés de examinar su turbio periodo de Vichy. Lo importante no fueron las personalidades de los involucrados en el proceso. Lo importante fue que siempre se debe prestar atención a los crímenes contra la humanidad. Por consiguiente, insto a los responsables de la suspensión del juez Garzón a que, en interés del bien general, le reinstauren en su puesto para que pueda continuar su valiosísima labor.

Estrasburgo avala las tesis del juez sobre las amnistías

Un ruso, condenado por crímenes de la II Guerra Mundial

JOSÉ YOLDI El País19/05/2010

La Gran Sala del Tribunal de Estrasburgo ha declarado que la condena de Vassili Kononov, un letón de 87 años con nacionalidad rusa desde 2000, por crímenes de guerra cometidos en la Segunda Guerra Mundial, no supone una violación del artículo 7 (no hay pena sin ley) de la Convención Europea de Derechos Humanos. La decisión constituye un respaldo internacional a la interpretación que el juez Baltasar Garzón hizo en su intento de persecución de los crímenes del franquismo, (es decir que ese tipo de atrocidades nunca prescriben aunque lo sostengan leyes nacionales), lo que implícitamente supone que no es él quien prevarica y que la interpretación del Tribunal Supremo es la que está equivocada.

Kononov, nacido en Letonia en 1923, fue movilizado como soldado del ejército soviético en 1942. En 1943 fue lanzado en paracaídas sobre territorio bielorruso, entonces ocupado por Alemania y se integró en un comando soviético de “partisanos rojos”. Según los hechos establecidos por la corte letona, el 27 de mayo de 1944, Kononov dirigía una unidad de partisanos que llevaba uniforme alemán en una incursión en la ciudad de Mazie Bati, en la que algunos de sus habitantes eran sospechosos de haber denunciado a otro grupo de partisanos. Tras registrar seis granjas, encontraron fusiles y granadas que habían sido proporcionadas por los alemanes, por lo que Kononov y sus hombres mataron a nueve personas. Cinco cabezas de familia fueron ejecutados y un sexto hombre y tres mujeres, una de ellas encinta, perecieron cuando quemaron sus casas. Ninguno estaba armado, ni intentaron huir, ni opusieron resistencia a los partisanos.

Aunque Kononov negó que hubiera dirigido personalmente la operación, la Corte Suprema de Letonia le condenó en abril de 2004 por crímenes de guerra. Debido a su edad, a que está enfermo y es ahora inofensivo, solo fue condenado a un año y ocho meses de prisión. La condena se basaba en las disposiciones de la Cuarta Convención de Ginebra de 1949, relativa a la protección de civiles en tiempo de guerra. Y los crímenes se cometieron en 1942, por lo que se supone que no había en esa fecha una ley escrita aplicable.

Pero la Gran Sala recuerda que el Reglamento de La Haya de 1907 ya prohibía los ataques a localidades no defendidas, como eran las granjas y que esos crímenes eran considerados delitos en las leyes y costumbres, por lo que los estados tenían la obligación de adoptar medidas para castigar a individuos culpables de esos crímenes. Como decía Garzón.

Los traidores que alimentaron el fuego de Auschwitz

Autobiográfico y doloroso. Jacob Presser se enfrentó a sus recuerdos años después en un campo de concentración

PEIO H. RIAÑO MADRID – Público – 17/05/2010

Dos palabras prohibidas: tren y Auschwitz. Nadie en el campo de concentración holandés de Westerborck menciona el viaje que el convoy emprende cada martes con 970 judíos locales hasta el campo de exterminio polaco. A las doce de la noche anterior, se lee la lista de los condenados en los barracones. Por orden alfabético. Aquello es un aquelarre, se chilla, se regatea, se suplica cada vez con más violencia. Una bolsa de vidas humanas. Camino del exterminio, el tren de la muerte cargó 93 veces durante dos años.

“He visto personas que bailaban, presas de alegría salvaje, dando vueltas como movidas por una fuerza elemental, besándose y tocándose de la manera más obscena; he visto a otros corretear como dementes, cayéndose y levantándose una y otra vez, golpeándose contra los bancos, contra las mesas, las paredes, para ir a caer definitivamente y quedarse en el suelo pateando y agitando los brazos; he visto cómo una mujer mordía en la yugular a su hermana, que no estaba en la lista, y, por lo tanto, no iba al tren, y a un hombre sacarse los ojos, mientras tres pasos más allá otro sollozaba de alegría. Yo he visto esto, yo mismo, muchas noches de perdición. Yo lo he visto”, escribe Jacob Presser (1899-1970) sobre las reacciones al leer la lista.

Cuando los alemanes toman Holanda en 1940, el profesor e historiador Presser y su joven mujer tratan de escapar por mar, pero fracasan y regresan a Ámsterdam. Intentan suicidarse apuñalándose el uno al otro, pero no lo consiguen. La raza aria les amenaza, se salvan en un par de ocasiones tras ser detenidos, hasta que ella comete un error fatal. Sale a la calle sin su estrella de David bordada y es detenida cuando iba en un tren, camino al este de Holanda, donde se ocultaba su madre. Inmediatamente, la mandan a Westerborck. Tras cinco días de arresto, la envían al campo de exterminio de Sobibor, en Polonia, donde es asesinada.

Jacob permaneció oculto desde entonces hasta la liberación, combatiendo con la resistencia y pasando informes sobre el campo de concentración de Westerborck. Había sobrevivido al Holocausto, pero no soportaba el silencio de la memoria amarga. A Presser los recuerdos le consumían hasta que diez años después de la liberación de Westerborck expurgó la culpa con papel y lápiz.

Escribió La noche de los girondinos, un testimonio novelado, una autobiografía con disfraz, sobre el revanchismo y el odio con los que se cargaba cada martes aquel tren camino de Auschwitz. En los próximos días, la editorial Barril y Barral publicará este libro, que permanecía inédito al castellano y que supone un caso único por documentar la colaboración de judíos con los nazis.

No llega a las 100 páginas y cuando apareció en 1957, fue repartido gratuitamente entre el público de la Semana del Libro Holandés, con una tirada de 150.000 ejemplares. Buen ejercicio para una memoria fuerte. Presser relata la historia de Jacob, que escribe en sus últimas horas preso en un calabozo aislado del resto tras rebelarse contra su superior, el ayudante del jefe del campo nazi. Un pequeño héroe tragicómico, que no soporta seguir gestionando el exterminio de sus hermanos.

Libre, pero a qué precio

Él no era uno de los amenazados. Era un profesor de Historia judío a lo largo del libro, la biografía y la memoria de Presser se cruzan una y otra vez con la de su personaje, hasta desvirtuar los límites entre memoria y novela, pero estaba libre de muerte, como el resto que dejaron de ser perseguidos por colaborar con los 12 alemanes que controlaban el vasto campo de concentración holandés.

Al Servicio del Orden, compuesto por un centenar de traidores, los presos le llamaban la SS judía. Mantenían bajo el horror y la amenaza a sus vecinos. Sólo tenían que elegir de entre sus paisanos cuáles morirían. Lograban que en el campo de concentración se viviera de semana en semana, de martes a martes, de tren a tren.

“Nuestras palabras tajantes, nuestros gestos despóticos siempre dispuestos a dar media vuelta, despectivos. Nosotros, unos cuantos intelectuales, unos cuantos oficinistas, unos cuantos obreros, unos cuantos viajantes de comercio y vendedores ambulantes, nosotros éramos ante los demás, indudablemente, la hez repulsiva creada por Dios, forajidos y gánsteres”, describe el cuerpo al que pertenece.

Regla uno: o ellos o yo. Regla dos: permanecer impasible. “Quien es blando o medio blando va al tren”, señala Cohn, el ayudante judío de Schaufinger, el comandante nazi que controla el campo. Cohn era el señor de la vida y la muerte, paseaba con una fusta por la calle principal de los barracones. Todos los presos le rendían pleitesía. Cohn, cínico, ruin y atroz, es uno de los personajes más despreciables sobre los que se han escrito.

Relato contra la mentira

En el prólogo de la primera edición holandesa, el escritor Abel F. Herzberg, otro superviviente del exterminio, resume cómo era Westerbork con claridad: “Los seres humanos no eran más que hojas secas, caídas, no sólo sin raíz, sino también sin tallo, sin tronco ni rama, hojas que únicamente habían caído o, mejor dicho, que revoloteaban por el suelo según el viento, según cada corriente de aire, sin lazo alguno entre sí, apartadas de toda comunidad”.

Presser dice por boca de su protagonista que escribe para no volverse loco, pero aclara que todo lo que cuenta es lo que ha visto. Basta con cambiar los nombres que ha escogido por los reales para que sea el Westerbork que fue. Subraya y repite que “fue así”, que él lo vio, que estuvo allí y tiene la necesidad de aclarar, de luchar contra la fantasía. La noche de los girondinos no puede ser un “gran guiñol”, como él mismo dice; sólo contará “la verdad completa, desnuda, sin exageraciones”.

Junto a la maldad de los colaboradores, aparece la ferocidad de los vecinos que se denuncian para quedarse con las propiedades del acusado, como el caso del médico que salió a la calle apresurado para resolver una urgencia médica y se olvidó su estrella en casa. Con eso bastó para perder la vida. El propio protagonista no hizo nada para salvar a su amada, a quien ayudó a subir al tren. Se define como “canalla inmundicia”.

Las mujeres encintas tenían derecho a la vida hasta seis semanas después del nacimiento de su hijo. Sin embargo, él mismo admite haber metido a mujeres antes de los primeros dolores del parto. El personaje Jacob reconoce la miseria de la codicia, la ambición, las “ansias incontenibles”. El autor Presser advierte que cualquiera olvida su honradez “en un momento” para convertirse en un tirano.

Mujeres invisibles, víctimas de la guerra

MERCÈ RIVAS El País – 17/05/2010

En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco”.

Frases de este tipo las hemos leído en numerosas ocasiones, quizás en casi todos los conflictos bélicos. Detrás quedan numerosos muertos, heridos, todo tipo de agresiones a los derechos humanos, miseria, pero también quedan muchas mujeres rotas por las humillaciones sexuales llevadas a cabo por todas las partes en el conflicto.

El uso deliberado e impune de la violencia sexual como arma de guerra, se ha convertido en un crimen habitual en nuestra era, un arma más de lucha, de sometimiento al contrario. Gracias a estas prácticas se ha conseguido intimidar, crear terror político, sacar información y humillar a muchísimas mujeres y niñas. En otras ocasiones se ha utilizado como recompensa a los soldados.

Han tenido que pasar siglos para que un tribunal, concretamente el Tribunal Penal Internacional, dictaminase la violencia de género como delito contra la humanidad en los conflictos de Ruanda y de la antigua Yugoslavia en los años 90.

El hecho fue algo histórico, un gran avance para la dignidad de las mujeres violadas, aunque hasta el momento sólo se han dictado menos de dos docenas de sentencias. Realmente, si no fuese por lo humillante del tema, parecería una broma.

Todavía podemos recordar las “Estaciones de Confort” organizadas a lo largo y ancho de Asia por el Ejército Imperial japonés durante la Segunda Guerra Mundial en donde más de 200.000 mujeres y niñas, secuestradas previamente de sus casas, fueron sistemáticamente violadas por los soldados japoneses. Durante dicho conflicto las dos partes se acusaron mutuamente de violaciones en masa, sin embargo, ninguno de los tribunales establecidos en los países victoriosos para enjuiciar los crímenes de guerra, reconoció el delito de violencia sexual.

Al final de la guerra se calculaba que un millón de mujeres habían sido violadas por el Ejército ruso, tras la derrota de los nazis. Fue su celebración. Muchas de ellas parieron a los denominados Russenkinder.

En la Guerra Civil española también se utilizó este tipo de arma. Sólo tenemos que recordar las arengas del general Queipo de Llano manifestándose muy orgulloso de la conducta sexual de sus hombres, o de las violaciones masivas llevadas a cabo por las tropas del norte de África que apoyaban al bando golpista. Una vez “proclamada” la paz, esas mujeres tuvieron que convivir en silencio con sus agresores, ya fuesen vecinos, militares o policías.

Este mismo estigma persiguió a las mujeres latinoamericanas. Recordemos que en Guatemala, durante 36 años de guerra civil, la violación de mujeres, la mayoría indígenas, constituyó una práctica generalizada, por parte de las fuerzas del Estado. Y aunque la guerra terminó en 1996, Guatemala sigue teniendo uno de los índices de violencia sexual más altos del mundo, persistiendo la impunidad de estos actos. Y por qué no recordar a las colombianas que han sufrido agresiones por parte del Ejército, la guerrilla y los paramilitares.

También pudimos ver cómo se destruía el cuerpo de unas 400.000 mujeres en la guerra de los Grandes Lagos, sufriendo posteriormente graves secuelas físicas y mentales. Muchas acabaron muriendo de sida, otras embarazadas y repudiadas por sus propias familias, y un número considerable tuvo que abandonar sus pueblos. Las que por diferentes razones fueron a parar a campos de refugiados se convirtieron en seres extremadamente vulnerables. De ellas abusaron tanto las fuerzas rebeldes como las tropas internacionales. No hay que olvidar que el 80% de los refugiados y desplazados son mujeres y niños.

Y en los Balcanes ocurrió más de lo mismo. Naciones Unidas habla de más de 50.000 violaciones, pero sólo se enjuició a 18 hombres y se condenó a 12.

En la primera década del siglo XXI la paz llegaba a Sierra Leona dejando unas cifras terroríficas. Más del 75% de las mujeres y niñas del país fueron víctimas de abusos sexuales, según datos de la Agencia de Naciones Unidas para la mujer (UNIFEM). Sin olvidarnos de las niñas secuestradas para formar parte de los ejércitos de niños soldado y servir de esclavas sexuales de sus mandos.

Por fin el Tribunal Penal Internacional y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, a través de la Resolución 1820, que en el 2010 cumple dos años, tomaron cartas en el asunto, pero los conflictos continúan y las mujeres siguen siendo un objetivo más.

Ahora nos queda seguir trabajando para que éstas pierdan el miedo a denunciar, a explicar qué y cómo les pasó y a identificar a sus agresores. Pero para que esto ocurra la comunidad internacional, sus gobiernos, los movimientos sociales y los órganos jurisdiccionales les deben dar protección, ayuda, asesoramiento e incluso cobijo. Y los países participantes en el Estatuto de Roma (1998) deben enjuiciar a todos aquellos criminales que sus países no están dispuestos a hacerlo. Eso es posible.

Mientras no las apoyemos incondicionalmente, ellas seguirán en silencio y destruidas. Los historiadores hablarán de muertos, heridos y daños económicos, y ellas seguirán siendo invisibles, como hasta ahora.

Mercè Rivas Torres es periodista y escritora.

La vida peligrosa del tío favorito

A sus 29 años, Renate Costa deslumbra en Berlín y Cannes con un documental sobre la homofobia en Paraguay

GREGORIO BELINCHÓN El País17/05/2010

Renate Costa, de espaldas, en una de las entrevistas que aparecen en Cuchillo de palo.

En Paraguay, llamarle a alguien 108 es calificarle de “maricón”. No de homosexual o gay. Sino de maricón, como insulto. El número se refiere a “la lista de los 108”, el primer registro de homosexuales hecho durante la dictadura de Alfredo Stroessner, que duró 35 años, de 1954 a 1989. En ese listado de 108 nombres, Rodolfo Héctor Costa Torres aparecía en el puesto 41. Y por salir allí sufrió una vida de humillaciones, hasta que un día, ya en el siglo XXI, apareció sin vida, tirado desnudo frente a su casa.

“Mi documental es el retrato de un fantasma. Porque mi tío, aún muerto, está constantemente en todos los planos”. Renate Costa, cineasta paraguaya de 29 años, recuerda perfectamente -y así arranca su filme- la llamada de su padre para anunciarle la mala noticia. “Me dijo que había muerto de tristeza”. Decidió grabar todo el proceso de investigación, sus confrontaciones con su padre, que consideraba a su hermano alguien enfermo, un bicho raro, el único de la familia que no quiso ser herrero. De ahí el título del filme, Cuchillo de palo, una inmersión en una historia silenciada en Paraguay, en la represión -que aún hoy en día existe- de los homosexuales en un país “en el que a veces parece que nada cambió, a pesar de que hayan transcurrido 20 años del fin de la dictadura”.

Renate Costa ha estado seis años rumiando la historia. Licenciada en Documental en la Escuela de Cine de San Antonio de Baños (Cuba) y en la barcelonesa Universidad de Pompeu Fabra, tras trabajar en varias series documentales decidió sumergirse en su relato familiar. “Mudarme a Barcelona hizo que fluyera”.

Cuchillo de palo participó en el pasado certamen de Berlín y el viernes se proyectó en una sección paralela del festival de Cannes. “Queríamos priorizar Francia, pero nos llamaron de Alemania y decidimos no esperar. Al final, hemos podido compatibilizarlo”. Más aún, el filme ganó en el prestigioso concurso de documentales del festival de Málaga y se proyectó la semana pasada en Documenta Madrid. “La película tiene que ver con conocer a mi padre, a toda su generación, y con ahondar en un tema familiar. He pasado por varios estados rodándolo”. Se ve en pantalla: de cineasta enfadada ante un progenitor que habla de su hermano como alguien enfermo a hija compasiva. “Somos una sociedad muy dividida con respecto a los gays. A veces parece que nada cambió. Las viejas generaciones sienten vergüenza, entiendo que es complicado que cambien su mentalidad; mi generación está haciéndolo gracias al cambio político. Aún así, nos cuesta dejar de lado los prejuicios. Quería recuperar la dignidad de mi tío y, de paso, de todos los homosexuales paraguayos que sufrieron una vida clandestina y muy peligrosa”.

¿Ha visto su padre Cuchillo de palo? “Sí. En Berlín dijo en un coloquio que era una historia muy dura, pero que era su realidad como hijo, hermano y padre”. ¿Y se puede morir de tristeza? “En Paraguay se usa esa expresión para las muertes inexplicables. Una contradicción, porque mi tío era, sobre todo, alegre”.

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Tráiler de Cuchillo de palo de Renate Costa:

[vimeo http://vimeo.com/10407151]

Ánimo, señor juez

FELIPE MANUEL MARTÍN /PAULINA MORALES El País16/05/2010

Al final, los peores de los pronósticos se han cumplido y, como si de una cacería al hombre se tratara (al juez en este caso), Baltasar Garzón Real ha sido suspendido como magistrado-juez del Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional. Un día muy triste en primer lugar para él, su familia, amigos, compañeros, funcionarios de la Audiencia… También para muchos miles y millones de españoles y ciudadanos del mundo, y de profesionales del Derecho y del mundo de la Justicia (Universal). Unas breves letras de ánimo y confianza dirigidas a quien España, como país, tanto le debe, sin entrar en las formas y el fondo de una resolución final, la del auto de apertura del juicio oral dictada por el magistrado del Tribunal Supremo Luciano Varela, que estimo totalmente contrario a Derecho. Todos sus autos en la causa especial 20048/2009 seguidas tras la querella contra Garzón, con todos mis respetos, serán declarados, espero que pronto, nulos de pleno Derecho. Sea por la propia Sala del Tribunal Supremo que lo juzgará, sea con posterioridad por el Tribunal Constitucional o el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Desde Extremadura, ánimo señor juez. Ánimo, y palante, que decimos en esta tierra.

Como chilena, actualmente residente en España, no puedo dejar de manifestarme en torno a la situación que atraviesa el juez Baltasar Garzón a raíz de su iniciativa de investigar judicialmente los crímenes cometidos por la dictadura franquista. Bien sabemos los chilenos de regímenes autoritarios. Ya recuperada la democracia, el anhelo de justicia en relación con las atrocidades cometidas en materia de derechos humanos por la dictadura pinochetista era un sentir ampliamente compartido por el pueblo chileno. Sin embargo, no fue hasta la detención del dictador en Londres, en virtud de una orden promovida por el juez Garzón, que la justicia chilena se vio impelida a cumplir con su trabajo y procesar al máximo responsable, en gran parte debido a la presión política generada a partir del argumento que utilizó el Gobierno chileno para defender el regreso del dictador al país, a saber, que los crímenes cometidos en Chile debían ser juzgados en dicho territorio.

Pinochet nunca llegó a ser condenado. Murió estando procesado por innumerables causas, tanto relativas a derechos humanos como a uso indebido de recursos públicos. Cuando falleció, los sentimientos fueron encontrados: alegría tranquila porque su recuerdo nefasto iría desapareciendo, pero también vergüenza e impotencia porque nunca llegó a pagar por sus crímenes y atropellos múltiples a los derechos humanos de miles y miles de compatriotas. En medio de todo esto, si algo de dignidad pudimos sentir aquel día, se la debemos en gran parte a este juez valiente y justo que nos mostró que algo de justicia es posible en este mundo.