Sobre la impunidad de los crímenes del franquismo

SANTOS JULIÁ El País – 23/05/2010

Como define sobriamente el DRAE, impunidad es falta de castigo e impune es el que queda sin castigo. Los crímenes del franquismo quedaron sin castigo, ante todo, porque los vencidos en la guerra civil, desde el exilio o en el interior, no pudieron abrir una causa contra los culpables y, sobre todo, porque los vencedores en la Guerra Mundial, tras someterlos a cuarentena, decidieron hacer buenos negocios con ellos. Gran Bretaña fue, como no se cansó de repetir el presidente Azaña, el primer enemigo de la República en la guerra civil, y Estados Unidos y el Vaticano, flanqueados por Francia y Reino Unido, fueron los principales socios sobre los que, durante años sin fin, pudo Franco consolidar su poder.

La alianza estratégica de las democracias occidentales con la España de Franco duró hasta la muerte del dictador. Mientras tanto, nadie, ningún juez, ningún fiscal -funcionarios al servicio de la legalidad del régimen, fuera cual fuese la ideología de cada cual- tuvo la oportunidad de abrir una causa penal contra los responsables de aquellos crímenes. Luego, ninguno de esos mismos funcionarios, ya al servicio de la legalidad democrática, reclamó la aplicación de lo que ahora llamamos justicia internacional para el caso español. El primero en hacerlo ha sido Baltasar Garzón que, modificando la definición de los tipos delictivos aplicables, abrió en 2008 una causa penal contra los autores de crímenes.

Pero este juez tomó sus precauciones para asegurarse de que del procedimiento penal no se derivara la posibilidad de sentar en el banquillo a ningún culpable. Porque “crímenes del franquismo”, además de los asesinatos de la guerra civil, fueron, entre otros, la muerte por torturas del secretario general del PSOE Tomás Centeno en 1953; o el fusilamiento del dirigente del PCE Julián Grimau, 10 años después. Garzón limitó, sin embargo, el periodo de su investigación -en realidad: un auto basado en investigaciones publicadas por decenas de historiadores- hasta el cambio de gobierno de 1951, ocasión y fecha arbitrarias si no se recuerda que quienes fueron ministros hasta ese año, en 2008 estaban notoriamente muertos, como dejó escrito en su auto: eran sospechosos que quedarían sin castigo, o sea, impunes, aun en el caso de que su crimen hubiera sido contra la humanidad.

Es irrelevante saber qué buscaba Garzón con su auto, allá él; lo que sí se sabe es lo que no buscaba. Y lo que no buscaba era sentar en el banquillo ni a un solo culpable de los crímenes del franquismo, porque si ese hubiera sido el objeto de su instrucción no la habría limitado a 1951 ni reducido a 35 sospechosos muertos. Al establecer esa fecha límite y al identificar con nombres y apellidos a 35 altos cargos de la dictadura, el instructor sabía que en breve plazo, que pretendió alargar con alguna de sus martingalas, se vería obligado a cerrar el sumario. Y así fue. Al recibir los certificados de defunción, añadió a la evidencia de que los presuntos culpables habían fallecido, la sorprendente declaración de extinción de responsabilidad de todos ellos ¡porque estaban muertos!

Que, tras esta extinción de responsabilidad, los crímenes del franquismo sigan impunes ¿significa que no quede ninguna obligación legal hacia sus víctimas? En absoluto. Los gobiernos, primero del PP, luego del PSOE, tienen encima de la mesa desde hace varios años demandas de familiares de buscar, exhumar, identificar y dar digno entierro a las víctimas de aquellos crímenes. Los familiares están en su derecho -como lo están en el suyo los que prefieren mantener las fosas como lugares de memoria- y los poderes públicos en la obligación de atenderlos. Para cumplir ese deber, no hacía falta enredarse en causas penales contra muertos impunes ni perderse en debates sobre leyes de memoria; bastaba una instrucción del Gobierno que recordara a jueces y forenses la obligación legal de exhumar cadáveres enterrados en fosas, destinando a esa tarea los funcionarios que fuera menester.

Por razones que el Gobierno sabrá, no lo ha hecho, y de esa abdicación se ha derivado el intento de proceder a las exhumaciones por la vía penal bajo el falso pretexto de que no queden impunes crímenes cometidos hace más de 70 años. Ante la evidencia de que, 70 años después, todos los posibles culpables han muerto, sería mejor que cada uno cumpliera su deber, comenzando por el Gobierno y siguiendo por estos jueces que se dedican a sustanciar, sobre los crímenes del franquismo, sus viejos rencores políticos.

Sinfonía de maldad

JULIÁN CASANOVA El País – 23/05/2010

El proceso de acoso y derribo al juez Baltasar Garzón ha abierto nuevas vías para repensar la historia de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco y para examinar las formas en que los españoles hemos intentado durante la democracia “superar” aquellas experiencias traumáticas. Parece un buen momento además, dada la cantidad de inexactitudes y falsedades que se han dicho y escrito, para incitar la discusión sobre los usos de las memorias y los mitos en la construcción de ese pasado. Los historiadores, al menos, deberíamos hacerlo, pese a los límites y dificultades que una tarea de ese tipo siempre encuentra en la sociedad española.

Varias cuestiones han salido a la luz con toda su crudeza en los últimos meses. La primera es muy obvia: en lo que se refiere a la Guerra Civil y a la dictadura, algunos prefieren estimular la ignorancia antes de promover el conocimiento. Son los que repiten desde la política y los medios de comunicación que están hartos de memoria, de historia de la Guerra Civil y de la dictadura; que, con la que está cayendo, su expresión favorita, ya vale de mirar al pasado. No tienen ningún problema, sin embargo, en recordar o reinventar, para adaptarla a su gusto, la historia de la Reconquista, de los Reyes Católicos, del descubrimiento de América, de la grandeza de la monarquía imperial o de la gloriosa Guerra de la Independencia. Solo usan la historia que les sirve para conmemorar su maravilloso presente como políticos.

En varios países de Europa occidental, después de la Segunda Guerra Mundial, e incluso en los años cincuenta, como sucedió en Francia con un grupo de soldados alsacianos de las SS, muchos criminales fascistas fueron amnistiados en nombre de la reconciliación nacional. Tras el silencio sobre el pasado de fascismo y comunismo, resistencia y colaboración, hubo investigaciones que revelaron la parte más incómoda de esa historia y comenzó a discutirse sobre las implicaciones que la negación y ocultación de hechos criminales había tenido para la sociedad civil democrática. La educación de los ciudadanos sobre su pasado sirvió después de beneficio para el futuro.

Nada de eso ha ocurrido en España, donde se legitima a los verdugos franquistas por los supuestos crímenes anteriores de sus víctimas. Da igual que los historiadores presenten sólidas pruebas de que la Guerra Civil la provocó un violento golpe de Estado contra la República y de que esa guerra y la posterior dictadura fueron desastrosas para nuestra historia y para nuestra convivencia. Treinta y cinco años después de la muerte de Franco, demostrada hasta la saciedad la venganza cruel, organizada e inclemente que administró a todos sus oponentes, todavía tiene que aparecer un diputado o político relevante del Partido Popular que condene con firmeza el saldo de muerte y brutalidad dejado por las políticas represivas de la dictadura y defienda el conocimiento de esa historia como una parte importante del proceso de aprendizaje de los valores democráticos de la tolerancia y de la defensa de los derechos humanos. Todo lo que se les ocurre es recordar el terror rojo, como si la función del relato histórico fuera equilibrar las manifestaciones de barbarismo. Es como si para explicar el gulag y los crímenes estalinistas tuviéramos que recurrir a la represión de la policía del zar o a las tropelías del Ejército Blanco durante la guerra civil rusa.

La violencia política de los militares sublevados contra la República se llevó a la tumba a 100.000 personas durante la guerra y 50.000 más en la posguerra. El juez Baltasar Garzón quiso investigar las circunstancias de la muerte y el paradero de todas esas víctimas, abandonadas muchas de ellas por sus asesinos en las cunetas de las carreteras, en las tapias de los cementerios, enterradas en fosas comunes, asesinadas sin procedimientos judiciales ni garantías previas.

La lucha por desenterrar ese pasado, el conocimiento de la verdad y el reconocimiento jurídico y político de esas víctimas nunca fueron señas de identidad de nuestra transición a la democracia, y un sector importante de la sociedad muestra todavía una notable indiferencia hacia la causa de quienes padecieron tanta persecución. Los mitos y ecos de la propaganda franquista se imponen a la información veraz porque cientos de miles de personas poco o nada aprendieron en las aulas sobre esa historia y porque algunos medios de comunicación jalean y aplauden a los seudohistoriadores encargados de transmitir en un nuevo formato las viejas crónicas de los vencedores. No se trata para ellos de explicar la historia, sino de enfrentar la memoria de los unos a las de los otros, recordando unas cosas y ocultando otras, sacando a pasear otra vez las verdades franquistas, que son, como los mejores especialistas sobre ese periodo han demostrado, grandes mentiras históricas.

Se ha instalado entre nosotros la discordia y una sinfonía de maldad suena en España cuando se intenta rescatar del olvido y de la manipulación esas historias de víctimas y verdugos. Eso es lo que ha sorprendido tanto fuera de nuestras fronteras, en prestigiosos medios de comunicación: que en vez de investigar los crímenes del franquismo, se persiga a quienes, como Baltasar Garzón, han tenido el valor de exigir información, verdad y justicia.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

Rojo tuvo una “relación difícil” con la URSS

El manuscrito inédito del general desvela su escepticismo ante la llegada del bolchevismo a España después de la Guerra Civil

PAULA CORROTO MADRID – Público – 21/05/2010 08:20

El general Vicente Rojo y Juan Negrín, en 1938.

El general Vicente Rojo y Juan Negrín, en 1938.Efe

El general Vicente Rojo (Valencia, 1894- Madrid, 1966) no era comunista. Era un militar católico. Es más, jamás pensó que España caería en el bolchevismo con la República, como entonces insistieron el ejército rebelde, y Francia e Inglaterra para negar su ayuda tras el estallido de la Guerra Civil al Gobierno legítimo. Sin embargo, fue un hombre leal a la República y reconoce en sus manuscritos que las fuerzas soviéticas eran necesarias para la victoria, sin que eso supusiera una entrega política e ideológica del país al comunismo.

Esta es una de las tesis que aparece en sus escritos sobre la guerra, hasta ahora inéditos, publicados por RBA (Historia de la Guerra Civil española). “Fue una relación difícil. Los rusos llegaron con mucha soberbia y hubo incidentes en los que Rojo se vio envuelto. Sin embargo, coincidió con los comunistas en un mismo discurso de nación”, cuenta Jorge Martínez Reverte, autor del prólogo del libro y descubridor, junto a Mario Martínez, del manuscrito en el Archivo Histórico Militar de Madrid.

Otro de los mitos es el de que la guerra ya estaba casi iniciada en 1934. “Rojo señala su sorpresa por el alzamiento. Nunca lo previó y le sorprende que haya algunos amigos envueltos”, comenta Reverte.

En la recuperación se sostiene también que no todo el ejército de la República estaba lleno de golpistas. Es más, hubo una gran mayoría, como Rojo, Menéndez o Matallana, que desde el principio permanecieron leales. Esta decisión fue la que, según Martínez Reverte, “hizo que el golpe de Estado derivara en una guerra que duró tres años”.

Adiós al mito de la milicia

Rojo desmiente así el mito romántico de las milicias comunistas. “Fueron importantes, pero sin la labor de resistencia de los altos mandos, no se hubiera aguantado tanto. La República tenía una ejército plenamente democrático que creía en ella”, indica Reverte, quien manifiesta que, tras la guerra, estas fuerzas “fueron aniquiladas por el franquismo. También sucumbieron ante la visión idealista de la milicia”.

Rojo explica en su manuscrito el conocido “plan P” para ganar la guerra. Este consistía en una gran ofensiva desde Andalucía a Catalunya. Pronto vio que no había recursos. Su propuesta desesperada fue atacar a Alemania para provocar una gran guerra europea. Como Juan Negrín, pensaba que un conflicto bélico a gran escala podría acabar con la masacre española. Fue Manuel Azaña quien le impidió poner en marcha esta estrategia: “Era una locura, pero él siempre buscó la victoria”, afirma Reverte.

El manuscrito finaliza en 1938. Hasta esa fecha su visión era optimista. “Él siempre pensó en que iban a ganar. Madrid resistía a pesar del abandono del Gobierno. Todo se acabó cuando cayó el norte”, remacha Reverte.

Gangrena

ROSA MONTERO El País – 18/05/2010

El caso Garzón no resulta fácil de entender. Tengo la sensación de que nos hemos metido en un profundo pantano; y de que, en el fondo, no es una pelea por el franquismo sino por otras cosas: por el poder real aquí y ahora, por la manipulación de la judicatura, por los hilos subterráneos de la política. Y se diría que Garzón (con quien, por otra parte, tenemos una deuda de gratitud impagable por actuaciones tan esenciales para la democracia como el esclarecimiento del GAL) ha chapoteado también en esos lodos. De ahí la saña con la que lo persiguen, poniendo incluso trabas a su viaje a La Haya: es la inquina de los rivales directos. La cuestión formaría parte de un juego feroz por el poder en el que vale todo: como diría Borges, se devoran los unos a los otros mientras se acusan de caníbales.

Pero lo peor es que estos antropófagos nos están comiendo las entrañas a todos. Utilizan la guerra civil para insultarse, quieren hacernos creer que la derecha de hoy es la del 39 o que los de izquierdas queman iglesias (falso en ambos casos), y con todo este envenenado guirigay van a terminar consiguiendo que, en efecto, no podamos investigar los crímenes del franquismo. Y eso sería una catástrofe. Maldita sea, ¡hace 70 años que acabó la guerra! Es el momento de saber. Y de crecer. Al menos los asesinatos cometidos por el bando republicano (unos 50.000) fueron investigados por la Causa General, pero los crímenes franquistas siguen llenos de sombras: ¿fueron 150.000, 200.000? ¿Cómo no vamos a preguntarnos qué pasó? Es más, olvidemos la Causa General, que a fin de cuentas era franquista; arrumbemos la Ley de Amnistía, que en su momento sirvió pero que hoy es un lastre, e investiguemos de verdad lo que sucedió en uno y otro bando. Hoy podemos hacerlo. Y lo necesitamos. Cerrar esa herida en falso terminará en gangrena.

Mujeres invisibles, víctimas de la guerra

MERCÈ RIVAS El País – 17/05/2010

En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. El Generalísimo Franco”.

Frases de este tipo las hemos leído en numerosas ocasiones, quizás en casi todos los conflictos bélicos. Detrás quedan numerosos muertos, heridos, todo tipo de agresiones a los derechos humanos, miseria, pero también quedan muchas mujeres rotas por las humillaciones sexuales llevadas a cabo por todas las partes en el conflicto.

El uso deliberado e impune de la violencia sexual como arma de guerra, se ha convertido en un crimen habitual en nuestra era, un arma más de lucha, de sometimiento al contrario. Gracias a estas prácticas se ha conseguido intimidar, crear terror político, sacar información y humillar a muchísimas mujeres y niñas. En otras ocasiones se ha utilizado como recompensa a los soldados.

Han tenido que pasar siglos para que un tribunal, concretamente el Tribunal Penal Internacional, dictaminase la violencia de género como delito contra la humanidad en los conflictos de Ruanda y de la antigua Yugoslavia en los años 90.

El hecho fue algo histórico, un gran avance para la dignidad de las mujeres violadas, aunque hasta el momento sólo se han dictado menos de dos docenas de sentencias. Realmente, si no fuese por lo humillante del tema, parecería una broma.

Todavía podemos recordar las “Estaciones de Confort” organizadas a lo largo y ancho de Asia por el Ejército Imperial japonés durante la Segunda Guerra Mundial en donde más de 200.000 mujeres y niñas, secuestradas previamente de sus casas, fueron sistemáticamente violadas por los soldados japoneses. Durante dicho conflicto las dos partes se acusaron mutuamente de violaciones en masa, sin embargo, ninguno de los tribunales establecidos en los países victoriosos para enjuiciar los crímenes de guerra, reconoció el delito de violencia sexual.

Al final de la guerra se calculaba que un millón de mujeres habían sido violadas por el Ejército ruso, tras la derrota de los nazis. Fue su celebración. Muchas de ellas parieron a los denominados Russenkinder.

En la Guerra Civil española también se utilizó este tipo de arma. Sólo tenemos que recordar las arengas del general Queipo de Llano manifestándose muy orgulloso de la conducta sexual de sus hombres, o de las violaciones masivas llevadas a cabo por las tropas del norte de África que apoyaban al bando golpista. Una vez “proclamada” la paz, esas mujeres tuvieron que convivir en silencio con sus agresores, ya fuesen vecinos, militares o policías.

Este mismo estigma persiguió a las mujeres latinoamericanas. Recordemos que en Guatemala, durante 36 años de guerra civil, la violación de mujeres, la mayoría indígenas, constituyó una práctica generalizada, por parte de las fuerzas del Estado. Y aunque la guerra terminó en 1996, Guatemala sigue teniendo uno de los índices de violencia sexual más altos del mundo, persistiendo la impunidad de estos actos. Y por qué no recordar a las colombianas que han sufrido agresiones por parte del Ejército, la guerrilla y los paramilitares.

También pudimos ver cómo se destruía el cuerpo de unas 400.000 mujeres en la guerra de los Grandes Lagos, sufriendo posteriormente graves secuelas físicas y mentales. Muchas acabaron muriendo de sida, otras embarazadas y repudiadas por sus propias familias, y un número considerable tuvo que abandonar sus pueblos. Las que por diferentes razones fueron a parar a campos de refugiados se convirtieron en seres extremadamente vulnerables. De ellas abusaron tanto las fuerzas rebeldes como las tropas internacionales. No hay que olvidar que el 80% de los refugiados y desplazados son mujeres y niños.

Y en los Balcanes ocurrió más de lo mismo. Naciones Unidas habla de más de 50.000 violaciones, pero sólo se enjuició a 18 hombres y se condenó a 12.

En la primera década del siglo XXI la paz llegaba a Sierra Leona dejando unas cifras terroríficas. Más del 75% de las mujeres y niñas del país fueron víctimas de abusos sexuales, según datos de la Agencia de Naciones Unidas para la mujer (UNIFEM). Sin olvidarnos de las niñas secuestradas para formar parte de los ejércitos de niños soldado y servir de esclavas sexuales de sus mandos.

Por fin el Tribunal Penal Internacional y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, a través de la Resolución 1820, que en el 2010 cumple dos años, tomaron cartas en el asunto, pero los conflictos continúan y las mujeres siguen siendo un objetivo más.

Ahora nos queda seguir trabajando para que éstas pierdan el miedo a denunciar, a explicar qué y cómo les pasó y a identificar a sus agresores. Pero para que esto ocurra la comunidad internacional, sus gobiernos, los movimientos sociales y los órganos jurisdiccionales les deben dar protección, ayuda, asesoramiento e incluso cobijo. Y los países participantes en el Estatuto de Roma (1998) deben enjuiciar a todos aquellos criminales que sus países no están dispuestos a hacerlo. Eso es posible.

Mientras no las apoyemos incondicionalmente, ellas seguirán en silencio y destruidas. Los historiadores hablarán de muertos, heridos y daños económicos, y ellas seguirán siendo invisibles, como hasta ahora.

Mercè Rivas Torres es periodista y escritora.

Kirjailija Leena Landerin mielestä sisällissodan murhia ei ole selvitetty

Helsingin Sanomat – 14.5.2010

Kirjailija Leena Lander kuvattuna Vartsalan sahan  kasarmirakennuksen edessä. Hänen uusi romaaninsa Liekin lapset sijoittuu  Halikon Vartsalaan.
Kirjailija Leena Lander kuvattuna Vartsalan sahan kasarmirakennuksen edessä. Hänen uusi romaaninsa Liekin lapset sijoittuu Halikon Vartsalaan. Kuva: Vesa-Matti Väärä.

Kirjailija Leena Lander kysyy uudessa romaanissaan Liekin lapset, pitäisikö Suomen vuoden 1918 sisällissodan murhista nostaa vihdoin syytteitä. Liekin lapset -romaani sivuaa muun muassa toukokuun 1918 tapahtumia Halikon Märynummella. Tuolloin voittajat määräsivät viitisenkymmentä miestä ja poikaa kaivamaan ensin kuopan ja tappoivat sen jälkeen joukon kymmenen henkilön ryhmissä.

“Romaanin hätkähdyttävä voima nousee humaanista kokonaisnäkemyksestä, siitä miten molemmilla puolilla sekä leirien välillä ollaan täsmälleen samoja lapsia, ennen kuin törmäillään, rimpuillaan, antaudutaan ja muokkaannutaan väännöksiksi – aikuisiksi, kansalaisiksi, vihollisiksi”, Antti Majander kirjoittaa arviossaan.

Lue romaanin arvio lauantain Helsingin Sanomista.

Las ‘viejas brujas’ que asustaron a Virginia Woolf

OLIVIA CARBALLAR  – Público – 15/05/2010 14:34 Actualizado: 15/05/2010 14:36

Cuenta el periodista Antonio Ramos Espejo (Alhama de Granada, 1943) que a Virginia Woolf, durante su primer viaje a España, en 1905, le asustó ver a una vieja con un cuenco de leche de cabra. Le pareció una bruja. En las siguientes visitas, aquellas viejas brujas vestidas de negro fueron dulcificándose a los ojos de la liberada escritora inglesa. Eran mujeres anónimas de la Andalucía profunda, eternamente sacrificadas y luchadoras, a las que la historia nunca prestó atención.

Con este contraste inicia Ramos su nuevo libro, un cara a cara sincero con las mujeres de la guerra, del exilio, de la emigración, de las cárceles, del hambre, con más de medio centenar de Andaluzas, protagonistas a su pesar. “Son las grandes olvidadas y silenciadas”, explica Ramos, que siempre tuvo un lugar en su libreta de reportero, allá por donde iba, para anotar sus voces, sus miedos, sus lutos, pero también las ganas de salir adelante y de hacer justicia. Como las madres del caso Almería, que no descansaron hasta demostrar la inocencia de sus hijos en uno de los episodios más negros de la Transición. O la hija de Seisdedos, Mercedes Cruz, superviviente de la matanza de Casas Viejas. “Son las mujeres que más me han impactado y para mí eran como de la familia”, señala Ramos.

La obra, editada por el Centro de Estudios Andaluces, recoge el trabajo de 35 años de periodismo a pie de calle. “De las mujeres de este libro, a la primera que entrevisté fue en 1975 a Angelina Cordobilla, quien le llevó la comida a Lorca en sus últimos días, mientras estuvo detenido”, afirma. El testimonio es desgarrador. “Federico no escribía. Ni tenía ganas de comer. Fui durante dos días. El 17 y el 18. Al tercer día, cuando iba de nuevo a llevarle el cesto al señorito Federico, un hombre me paró para decirme: ‘Al que usted va a llevarle eso, ya no está allí’ (…). Se me agarró un dolor de madre… ¿Usted sabe lo que es un dolor de madre?”. Ramos responde que no. “Es un pellizco que se agarra en el estómago. Dolor de vientre, descomposición… Así estuve muchos días después, de tanto pasar, y así se puso también don Federico”, le explicó Angelina.

Hace unos meses, 35 años después, la Bernarda del poeta granadino, encarnada por una gitana del Vacie, relató sus angustias al periodista en su chabola. “Se acuestan los niños sin comer… Se acuestan llorando porque quieren leche y galletas… ¿Y qué hago yo?”, se pregunta Rocío Montero, la última mujer del libro entrevistada por Ramos.

No escribieron nada, no crearon nada, pero no dejaron solos ni un segundo a quienes sí lograron ser protagonistas por sus poemas o sus libros. “Se merece un homenaje Josefina Manresa, la viuda de Miguel Hernández, que luchó hasta el final cuando ya no le faltaba nadie para cubrirse otra vez de luto”, añade el autor. O Ana Ruiz, la madre de los Machado, “símbolo de las madres en el exilio”. O las mujeres del Proceso 1.001: Josefina, Leonor, Carmen y Luz María, que trabajaban en sus casas, peleaban junto a los abogados y daban fuerzas a sus maridos sindicalistas en la cárcel.

O todas las que tuvieron que esperar a que murieran sus maridos para ser libres. Sólo entonces tía Anica La Piriñaca, a principios de los cincuenta, pudo cantar. Como Virginia Woolf, que diez años antes ya era tan libre que hasta se permitió suicidarse.

Reconciliación

CARLOS GARCÍA-ALIX El País14/05/2010

Recientemente, en un viaje a Berlín me detuve ante las puertas del Reichstag y contemplé la estela que recuerda los nombres de los diputados de este Parlamento asesinados por el nazismo. Pensé en España, en nuestro Parlamento, en la inexistencia de algo similar y tan de justicia.

A mi vuelta decidí hacerme con la lista completa de nuestros parlamentarios asesinados en la Guerra Civil en todo el territorio español. Son, si la memoria no me falla, 44 y los hay de todos los partidos, a izquierda y derecha: PSOE, CEDA, IR (Izquierda Republicana), UR (Unión Republicana), PCE, ERC (Esquerra Republicana de Cataluña), PNE (Partido Nacionalista Español) y Partido Radical. La lista tiene el triste honor de ser inaugurada por José Calvo Sotelo.

Que a día de hoy nuestros parlamentarios, al menos yo no he tenido noticia, no hayan grabado estos nombres a las puertas del Congreso de los Diputados en una estela que les recuerde da qué pensar sobre nuestra voluntad de reconciliación. Además, creo que sus nombres deberían ser leídos y honrados por el pleno de la Cámara.

En la Guerra Civil de Cartier-Bresson

Un investigador español halla en Nueva York la película que el fotógrafo filmó sobre la Brigada Lincoln en Quinto de Ebro – El material se creía perdido desde 1938

JESÚS RUIZ MANTILLA El País14/05/2010

Cartier-Bresson, con los brigadistas

Cartier-Bresson, con los brigadistas-

Los héroes de la Brigada Lincoln no llevaban uniforme. Tampoco iban rapados al cero y muchos, en vez de casco, usaban gorros de lana para rascarse el frío a la orilla del Ebro. Los voluntarios de la Brigada Lincoln eran idealistas y parranderos. Fumaban, reían, cantaban y para ellos carecía de importancia el miedo. Peor era dejar pasar a los fascistas.

Venían de Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña. Muchos fueron parte importante de los 2.800 americanos de las Brigadas Internacionales y participaban en varios batallones. Los que caían en el frente eran sustituidos en la formación por españoles del ejército republicano. Su contribución a la guerra, entre 1937 y 1938, fue filmada por el fotógrafo Henri Cartier-Bresson en un documental que se daba por perdido. Juan Salas, investigador de la Universidad de Nueva York, lo ha encontrado tras una búsqueda de años. Se titula Con la Brigada Lincoln en España y el 27 de mayo verá la luz en la Filmoteca Española.

No fue el único trabajo que Cartier-Bresson hizo sobre la Guerra Civil. En total, filmó tres documentales: Victoria de la vida y España vivirá son los otros dos. Se proyectarán también en la Filmoteca. El cine fue un amante esquivo para aquel rey de la fotografía que fundó, tras la Segunda Guerra Mundial, la agencia Magnum. “Al principio le fascinaba, pero después se decepcionó por la lentitud del proceso”, comenta Salas.

Del poder inmediato de una foto a la labor de meses requerida por un documental podía mediar un tiempo precioso para remover conciencias. Cartier-Bresson quiso aprender cine fascinado por Buñuel. “Incluso intentó ser ayudante de dirección suyo”. Pero don Luis le rechazó. Algo que no hizo después Jean Renoir, para quien trabajó de asistente en Una salida al campo y La vie est a nous. Aun así, en sus documentales españoles se aprecia la huella de Las Hurdes, por ejemplo. “Buñuel fue una influencia evidente. Ésa y la de otros artistas de la revista Documents o directamente del cine soviético”.

Motivado con esa nueva arma de la comunicación, Cartier-Bresson quiso arrimar el hombro. Estudiaba cine documental en Nueva York con Paul Strand, uno de los artistas de izquierdas más activos en al apoyo a la República Española en la ciudad. “Rápidamente le dijo que contactara con Herbert Kline en París y que escribieran un guión”.

Lo hicieron juntos y se presentaron al lado de Jacques Lemare en el frente del Ebro. Con sus cámaras Eyemo (70 A) de 35 milímetros. “La idea era filmar el día a día de los voluntarios, mostrar la diversidad de procedencias, los atuendos. Como una fuerte motivación política podía suplir la disciplina de un ejército regular y ser efectivos”. La película muestra cómo vivían, qué comían, cómo se bañaban y la distinta suerte que corrían en el frente.

Todo eso y más en 18 minutos. Pero también incluye imágenes de ciudadanos leyendo en la calle. “Ensalzaban los logros de la política educativa de la República”. Aunque el grueso se centra en el día normal de un batallón. Con sus glorias y sus miserias. Su indestructible mentalidad y su incierta suerte. Hay escenas de camaradería y sacrificio. Imágenes que captan el jolgorio, el frío pelón, la sopa aguada, el pan gomoso y un aire anárquico en la organización y las arengas con que trataba de insuflar ánimos Robert Merriman, profesor de Económicas de la Universidad de California, que fue comandante de la Lincoln. También hay sangre. La lucha, las bombas y los hospitales de Villa Paz, en Saelices, y Benicàssim. “Se filmó para recaudar fondos que ayudaran a repatriar los heridos a EE UU”.

Llegaron tarde, pero se estrenó. “Fue el 21 de mayo de 1938 en el cine Cameo de la calle 42”. Después, la película desapareció. Hasta Pierre Assouline, biógrafo de Cartier-Bresson, la dio por destruida en el libro que le dedica a la vida del fotógrafo. Eso no evitó que a Juan Salas le picara la curiosidad.

Descubrió el material en las oficinas que todavía tiene la Brigada en Nueva York. Cotejó con unas fotos que Harry Randall, sargento del batallón, había hecho el día que los tres documentalistas llegaron a Quinto de Ebro y resolvió el enigma. “Las fotos de los cineastas cámara en mano hechas por los voluntarios muestran a estos filmando escenas que aparecen en el documental. Fue lo que me permitió probar que es la película de Cartier-Bresson”.

Entre los fotogramas de Con la Brigada Lincoln en España hay otra curiosidad: planos de Robert Capa que Juan Salas ha descubierto por otra parte. La culpa es de un campesino y su horca de madera. Habían encargado a este profesor madrileño de la NYU un artículo sobre algún aspecto de la famosa maleta del fotógrafo. “El campesino de una de las imágenes aparecía en la película”. Con el mismo gesto, la misma herramienta, el mismo traje. Las fotos de ese día y las imágenes son las mismas. Como era amigo de Cartier-Bresson le debió ceder su material para la película”.

Fue un trabajo de concienciación, de lucha, de compromiso. No se preocupaban de la autoría. Todo valía. “Aunque sí hay una voluntad de estilo, también una narrativa coherente y una estructura clara. Era un arma política”. Hay travellings inversos y curiosos primeros planos. Más tratándose de un fotógrafo que resaltaba las tomas medias. En ellas se aprecia vida, sonrisas y barbas cerradas. También muerte y heridas. Luces y sombras de una memoria que no se debe extinguir.