“No teníamos elección. Mataban a los que trabajaban y a los que no”

Miembro de las brigadas que sacaban cadáveres de las cámaras de Auschwitz y los quemaban

MIGUEL MORA El País – 23/05/2010

Ha cumplido 87 años y los ojos se le siguen llenando de lágrimas cuando cuenta lo que vivió en Auschwitz-Birkenau. Shlomo Venezia, judío sefardita, nacido en Salónica en 1923, pero de nacionalidad italiana, fue durante ocho meses y medio, desde abril de 1943 hasta diciembre de 1944, miembro de los Sonderkommandos, los comandos especiales formados por prisioneros judíos que se encargaban de aplicar la solución final moviendo los engranajes de la máquina del exterminio nazi. “El mecanismo funcionaba como una cadena de montaje”, recuerda. “Unos acompañaban a los prisioneros que llegaban desde los trenes hasta las cámaras de gas; los ayudaban a desvestirse y a entrar en aquel sótano; cuando morían, 10 o 12 minutos después, sacaban los cadáveres, y otros les cortábamos el pelo, les quitábamos los dientes de oro y luego los metíamos en los hornos crematorios”.

La infernal rutina ideada por los jerarcas nazis para convertir en ejecutores a los propios judíos ha perseguido a Venezia durante toda su vida. “Nunca se sale del campo, todo te recuerda a aquello”, explica en un perfecto castellano que en realidad es ladino, el dialecto de los judíos de origen español. “Da igual cualquier cosa que hagas, lo que sea que veas o pienses, todo devuelve tu espíritu al mismo lugar”.

Shlomo Venezia fue uno de los 70 supervivientes de los comandos especiales. “Durante mi estancia mataron a 741 de los nuestros”. Antes de que llegaran los rusos a Auschwitz, Venezia logró escapar y llegar hasta Mauthausen. Desde allí viajó a Italia. Pasó siete años en el hospital, enfermo de los pulmones, y permaneció 47 años en silencio, sin poder asumir su experiencia. Un día de 1992, Venezia se dio cuenta, viendo en Roma una exposición de Anna Frank, de que volvía un clima antisemita. Animado por su alegre y valerosa mujer, Marika, una judía húngara 15 años más joven que él, con la que tuvo tres hijos y que desde hace 21 años se ocupa de la modesta tienda de ropa y bolsos de la familia situada a 50 metros de la Fontana de Trevi, el superviviente empezó a narrar su historia.

Desde entonces no ha dejado de hacerlo; en cientos de escuelas italianas y en los Viajes de la memoria a Auschwitz que organiza el Ayuntamiento de Roma -gracias a una iniciativa de Walter Veltroni- desde hace un par de décadas. “Shlomo ha ido ya 54 veces a Auschwitz”, cuenta su esposa mientras esperamos en la tienda a que llegue su marido. “La primera vez que le invitaron dijo que no, pero al final se decidió a ir con un amigo para darse fuerza mutuamente. Pasó casi 50 años en silencio… No fue fácil. Cuando bañaba a los niños y le preguntaban qué era ese número tatuado en el brazo, les decía: ‘Es el teléfono de una novia que tuve”.

En 2006, Venezia se decidió a poner por escrito su testimonio, tan singular como crucial para desmentir a los negacionistas. Concedió una larga entrevista a la periodista francesa Bèatrice Pasquier, publicada como libro en enero de 2007 por la editorial Albin Michel con un prólogo de Simone Veil, ex ministra francesa y ex presidenta del Parlamento Europeo. Tras ser traducido a 19 lenguas, el alegato de este hombre honesto y limpio, injustamente acusado por otros supervivientes de haber colaborado con los nazis, llega ahora a España con el título de Sonderkommando. En el infierno de las cámaras de gas (RBA Editores).

Conociendo a Venezia, cobra más sentido lo que escribió en el prólogo Simone Veil, superviviviente de Auschwitz: “La fuerza de este testimonio se debe a la irreprochable honestidad de su autor, que sólo cuenta lo que él mismo ha visto, sin omitir nada”.

Pregunta. ¿Cómo mantuvo su familia el ladino, viviendo en Grecia y siendo italianos?

Respuesta. No he reconstruido mi árbol genealógico, pero sé que fuimos expulsados de España por los Reyes Católicos y que acabamos en Italia. Otros fueron a Marruecos. Los judíos de entonces no tenían apellidos. Se llamaban Isaac, hijo de Salomón, por ejemplo. Muchos tomaron el nombre de las ciudades donde se instalaron. Por eso nosotros nos llamamos Venezia. En casa hablamos siempre ladino, aunque desde Italia se fueron a Salónica, no sé cuándo. Yo lo hablé hasta que hace siete años murió mi hermana. Una vez fui a España [adonde volverá el próximo día 26, con motivo de la publicación de su libro [y para un homenaje organizado por Casa Sefarad-Israel] a hablar de mi historia y un hombre me dijo: “Ha usado usted palabras que no se oían aquí desde hace 500 años”. Por ejemplo, ‘condurias’, que quiere decir zapatos.

P. ¿Cómo era su vida en Grecia hasta que fue deportado?

R. Éramos muy pobres. Los judíos vivíamos en chabolas de hojalata en diversos barrios de Salónica. Mi hermano mayor estaba en Italia estudiando con una beca del consulado. Mis tres hermanas y yo estudiábamos en el Colegio Italiano. Mi padre murió de repente cuando yo tenía 11 años. Entonces tuve que dejar de estudiar para ayudar a mi madre. En 1938, mi hermano volvió a casa debido a las leyes raciales de Mussolini. Los alemanes habían ocupado Grecia y yo me dedicaba al estraperlo de tabaco. Se lo cambiaba a los soldados por medicinas para la malaria. La mitad las vendía para comer y la otra mitad para comprar más tabaco. Ahí aprendí un poco de alemán.

P. Le detuvieron en abril de 1944. ¿Qué pasó?

R. Estábamos en Atenas, bajo la ocupación italiana. A primeros de marzo promulgaron una ley que obligaba a los hombres judíos a pasar cada viernes por la comunidad para firmar en un registro. Un viernes nos encerraron allí y ya no pudimos salir más. Luego nos llevaron a la cárcel de Haidiri y en el patio encontramos a la familia. Nos dijeron que nos iban a mandar a Alemania y que nos darían una casa. Que los hombres tendríamos trabajo y las mujeres cuidarían de los niños. Una mañana nos llevaron al tren. No sabíamos nada de Alemania. No teníamos radio ni nada. Era el 1 de abril.

P. ¿Cómo fue el viaje?

R. Duró 11 días, no se acababa nunca. La Cruz Roja de Atenas nos dio unos paquetes con comida antes de salir y gracias a eso logramos llegar vivos. En mi vagón íbamos 65 personas. En total seríamos 1.500. Cuando llegamos a la Rampa de los Judíos, un lugar desde el que no se veía ni Auschwitz ni Birkenau, que era donde estaban los cuatro hornos, hicieron la selección. Eligieron a 320 hombres para trabajar y a 113 niñas para coser ropa. A los demás no los volvimos a ver.

P. Su madre y sus tres hermanas murieron ese mismo día.

R. Según supe días después, mi madre y mis hermanas menores, Marika, de 14 años, y Marta, de 11, fueron asesinadas con el gas Zyklon B a las dos horas de llegar. Al día siguiente le pregunté a un preso polaco y me dijo que no pensara en eso, que descansara y que ya me lo dirían. Le insistí, me cogió del brazo, me sacó fuera a ver la chimenea humeante y me dijo: “Todos los que vinieron contigo se están liberando”. No supe qué pensar. Días después vi que tenía razón. Mi hermana mayor, Rachel, fue seleccionada para trabajar y se salvó. Ella nunca quiso hablar ni oír hablar del campo. Cuando todo acabó, tardé 12 años en encontrarla. Se fue a Grecia y luego a Israel porque estaba allí su novio, un francés al que conoció en Auschwitz. Murió hace siete años.

P. ¿Y su hermano?

R. Cuando los rusos liberaron el campo no nos vimos. Supe que estaba vivo y que había ido a Roma. Tardé siete años en verle. Tampoco quiso contar nunca nada. Casi nadie quiso contar nada nunca. Tampoco mis primos. Sólo yo pude.

P. ¿Empezaron enseguida a trabajar?

R. Al día siguiente. Primero nos cortaron el pelo y nos afeitaron el cuerpo entero, para purificarnos, supongo. Cada vez que llegaba un tren era el mismo rito. Muchos días llegaban cuatro o cinco trenes. Había dos médicos que te examinaban: te miraban por detrás, y si veían que tenías las carnes del culo flojas, te ponían aparte para darte un tiro en la nuca. A los demás nos duchaban y nos pasaban a una mesa larga donde nos tatuaban el número en el brazo. El mío es el 182.727. Después te daban la ropa de un muerto, por aquella época ya no quedaban uniformes. Ahí le pregunté a uno de Salónica por mi hermano y me dijo que se había salvado con dos primos.

P. ¿Luego qué pasó?

R. Nos metieron en el barracón de la cuarentena. Si estabas enfermo, te descartaban. Tenían menester de personas para trabajar. Un día vinieron a buscar a 80 personas y yo dije que sabía hacer de barbero. No era verdad, pero todos dijimos lo mismo. Pasamos tres semanas en el campo de trabajo, barracones 9 y 11, rodeados por una alambrada de espino. Un polaco me explicó lo que pasaba. “Somos el comando especial y hacemos esto y esto”. Mi obsesión era comer. Me dijo que los que trabajaban en el comando comían un poco más que los demás. Y que cada tres meses hacían la selección para que no hubiera testigos.

P. Y empezó a trabajar de barbero.

R. Me dieron unas tijeras muy grandes, como de poda. Cortaba el pelo de las mujeres muertas. Usaban los cabellos para hacer ropa, y también para fabricar moquetas para los submarinos. Un amigo dijo que era dentista y le dieron unas pinzas y un espejito para quitar el oro de la boca de los muertos. Trabajábamos 12 horas al día. Una semana de noche y otra de día. Era uno de los mejores horarios.

P. ¿Los que llegaban sabían que iban a morir?

R. Nadie lo sabía. Te decían que ibas a la ducha y luego a la casa. Te asignaban una percha para la ropa con un número, y te decían que lo recordaras para que no te lo robaran. La capacidad de la cámara de gas era de 1.450 personas, pero muchas veces metían a 1.700. Los comandos les ayudaban a desvestirse y les acompañaban hasta la única puerta. El gas lo metían los alemanes desde fuera por unas trampillas del sótano; venían en un coche con el emblema de la Cruz Roja para engañarles, sacaban una caja de metal, la abrían y metían en los agujeros las piedrecitas impregnadas de ácido cianhídrico. Con el calor de la gente, las piedras soltaban vapor, y por eso los más fuertes trataban de trepar a lo más alto para salvarse. Morían como moscas. Desde fuera, un alemán miraba por la mirilla y encendía la luz para ver si todavía estaban vivos.

P. ¿Y luego llegaba el turno de los barberos?

R. Primero tenían que sacar los cuerpos desde la cámara hasta el atrio, donde estábamos los barberos y los dentistas. Era difícil sacarlos, porque los cuerpos estaban atenazados unos con otros. Cuando nosotros terminábamos el trabajo, se subían los cuerpos en el ascensor hasta los hornos. Cada horno tenía tres bocas, y se metían los cuerpos de dos en dos en cada boca. Esos turnos duraban también 24 horas.

P. Coincidió usted en el campo de exterminio con Primo Levi [escritor judío italiano autor, entre otros libros, de Si esto es un hombre, un relato sobrecogedor sobre su estancia en Auschwitz] . ¿Qué le parece lo que escribió sobre los comandos especiales?

R. Primo Levi hizo cosas que no debió hacer. Escribió mal de los que trabajábamos allí. Dijo que éramos los cuervos negros. ¡Ojalá hubiera sido yo un cuervo negro para poder salir volando de allí! Mejor eso que dejar de ser persona y convertirte en un número. No teníamos elección. Trabajando no pasabas frío, dormíamos junto a los hornos, y comías un poco más. Mientras yo estuve allí, entre septiembre y noviembre de 1944, mataron a 741 sonderkommandos. Y antes de que yo llegara, a algunos cientos más. De más de 1.000, solo nos salvamos 70 u 80. Y con mucha suerte.

P. ¿Y cómo es posible soportar eso casi nueve meses, formar parte del engranaje?

R. La primera semana no entendías cómo no te volvías loco. Tenías un pedazo de pan en la mano y pensabas: “Con esta mano he tocado a los muertos”. Luego, el cerebro cambia, te conviertes en un autómata, no piensas, sólo esperas no toparte con gente que conoces, cuando veías un conocido era terrible. Yo me encontré con mi primo León cuando ya llegaban los rusos, el último día. Me llamó y casi no le reconocía. Hablé con un alemán, le pedí que lo salvara, me dijo: “Aquí no se salva nadie”. “León, no hay nada que hacer”, le dije, y le pregunté si tenía hambre. Subí a buscarle una lata de sardinas y se la comió en un segundo. Me preguntó cómo iba a morir, si duraba mucho, le acompañé a la cámara de gas y luego le saqué…

P. ¿Usted se ha sentido o se siente culpable de haber sobrevivido?

R. No me siento culpable de nada… Tuve suerte. A los que no querían trabajar los mataban, a los que trabajaban, también. Para ellos, matar a 100 o 1.000 era la misma cosa. A veces llegaban tantos que los mataban a todos sin seleccionar a nadie. Otras veces había tantos trenes, que los dejaban allí y se morían dentro antes de salir.

P. ¿Cómo fue el final?

R. Dieron orden de limpiarlo todo para no dejar pruebas. Empezaron a destruir los hornos, cada día usaban a 1.000 niños para quitar las tejas. Cuando dieron la orden de evacuar, fuimos andando tres kilómetros desde Birkenau hasta Auschwitz, allí la gente estaba loca de contenta. Los de los comandos íbamos juntos, nos metieron en un barracón, y a medianoche entró un alemán preguntando quién había trabajado en los comandos, pero nadie dijo nada. A las cinco empezó la marcha de la muerte. Al que se caía, lo mataban. Solo quedaron atrás los enfermos, no los podían enterrar. Anduvimos dos días a pie, durmiendo al raso, hasta Mauthausen… Luego vine a Italia, conocí a Marika, tuve tres hijos estupendos…

P. Y finalmente se animó a contarlo.

R. Nunca encontré a nadie que me contara nada. Ni mi hermana, ni mi hermano, ni mis primos quisieron hablar… En Israel conocí al jefe del comando que nos salvó la vida, pero ya estaba muy mayor…. Sólo quedaba yo…

En defensa del juez Garzón

BARBARA PROBST SOLOMON El País19/05/2010

Era yo adolescente cuando, durante una breve estancia en Alemania en 1948, busqué Dachau. Pero en la ciudad de Dachau nadie parecía haber oído hablar del campo de exterminio. En esa misma época escribí una carta a mis padres sobre el periodo que había pasado en la Sorbona: “Hablan de este filósofo alemán, Martin Heidegger, que era nazi, pero dicen que no importa”. Medio siglo después, sí importa.

Ahora Dachau ya no es un lugar escondido, vigilado por el Ejército estadounidense; las matanzas de Katyn ordenadas por Stalin ya no están envueltas en misterio y las nerviosas amnistías otorgadas a los principales criminales de la Francia de Vichy en la posguerra inmediata se han visto sustituidas por los juicios abiertos y las reflexiones históricas posteriores. En estos mismos momentos, en Múnich, el Gobierno alemán busca justicia y claridad en el juicio a John Demjanjuk, el asesino del campo de exterminio; una forma de honrar a las víctimas de la barbarie de aquellos años en el país, que ayudará a dejar atrás ese pasado oscuro. Sin ese reconocimiento, las víctimas corren peligro de permanecer en el limbo histórico de las no personas.

Sin embargo, España, a diferencia de otros países europeos, no ha gozado de esa claridad ni ha podido dejar atrás oficialmente sus propias atrocidades pasadas. Pero las leyes no tienen por qué ser una colección inmutable de normas rígidas; deben reflejar los intereses del bien social general. Para llevar a Klaus Barbie a juicio, el Gobierno francés tuvo que pasar por alto el hecho de que a Barbie ya se le había juzgado en ausencia e invocar por primera vez el delito de crímenes contra la humanidad, que no prescribe. Lo que hizo posible el proceso -además de los enormes esfuerzos de activistas de derechos humanos, abogados y jueces y la cooperación de otros Gobiernos que facilitaron su extradición- fue, al final, la voluntad del Gobierno francés de examinar su turbio periodo de Vichy. Lo importante no fueron las personalidades de los involucrados en el proceso. Lo importante fue que siempre se debe prestar atención a los crímenes contra la humanidad. Por consiguiente, insto a los responsables de la suspensión del juez Garzón a que, en interés del bien general, le reinstauren en su puesto para que pueda continuar su valiosísima labor.

El retorno a Mauthausen del preso 4.100

Público’ recorre el campo nazi junto al superviviente español José Alcubierre en el 65 aniversario de su liberación

DIEGO BARCALA – Público – 08/05/2010

La cantera era un lugar temido por los presos del campo, que  cargaban piedras de hasta 15 kilos.

La cantera era un lugar temido por los presos del campo, que cargaban piedras de hasta 15 kilos.Amical Mauthausen. Museu d’ Història de Barcelona

Como un ritual, José Alcubierre (Barcelona, 1925) recorre el muro de las cocheras del campo nazi de Mauthausen (Austria) tocando las piedras. “Cualquiera la pudo poner mi padre”, dice. Camina hasta la entrada principal donde una inscripción que ya no existe daba la bienvenida a los presos: Arbeit macht frei (“El trabajo rinde la libertad”). Al otro lado de la puerta es cuando José vio por última vez a su padre, Miguel. Se lo llevaron a la temida cantera del campo donde casi nadie sobrevivió. “Le abracé y le dije: Cuídate bien, papá’. Duró seis meses”, llora Alcubierre.

Las tropas de EEUU liberaron Mauthausen un 5 de mayo de hace 65 años. De las más de 100.000 personas exterminadas, cerca de 7.000 eran españolas. Republicanos sin patria para los alemanes, que les marcaron con un triángulo azul de “apátridas” con la S de Spanier (español). A diferencia de los españoles de otros campos, en Mauthausen no les ficharon con el triángulo rojo que identificaba a los políticos. Sin embargo, pocos grupos de reclusos eran tan políticos como los republicanos cuya militancia antifascista les llevó del exilio en 1939 al Holocausto nazi un año después. Franco fue consultado desde Berlín sobre los miles de deportados capturados en Francia. Una escueta nota enviada por el Ministerio de Exteriores dirigido por Serrano Suñer se desentendió de “los rojos”.

José llegó junto a su padre a Mauthausen desde Angulema, al sur de Francia, en un vagón de “ocho caballos y 40 personas”, el 24 de agosto de 1940. En ese momento se convirtió en un número, el 4.100, que lleva colgado del cuello junto al 4.128 de su padre. “Estuvimos tres días viajando sin comer. Cuando llegamos nos tuvieron siete horas encerrados, nos bajaron y le dije al SS con los dedos que tenía 14 años. En realidad tenía 15, me quité uno, pero dio igual. Me empujó camino de la cuesta que llevaba al campo. Allí, lo primero era desnudarnos y, aunque era verano, después de la ducha fría estábamos helados. Luego nos rapaban el pelo de todo el cuerpo, incluidas las partes, y nos rociaban para desinfectarnos”, recuerda.

El primer año murieron cerca del 65% de los 9.000 presos españoles. La brutalidad del trabajo y las condiciones de vida eran tales que los nazis no necesitaron la cámara de gas para el exterminio: les obligaron a construir la enorme fortaleza con el granito de la cantera de Wiener-Graven. Hasta 1.500 presos subían a diario los 186 escalones que separaban el yacimiento del campo, cargados con piedras de hasta 15 k. Las palizas de las SS eran suficiente tortura, pero el sadismo nazi era ilimitado. “Cada noche esperábamos a que fusilaran entre 12 y 15 yugoslavos para entrar al barracón”, destaca Alcubierre. Los fusilamientos se unían a las inyecciones de gasolina en el corazón, el ahorcamiento o la asfixia. Cerca de 300 españoles murieron en el cercano castillo de Hartheim por no ser aptos para trabajar. En ese recinto fueron aniquilados 30.000 disminuidos e incapacitados para servir al III Reich.

“Pasado el primer año, estábamos relativamente bien. Es así, no quiero contar mentiras. Los jóvenes, los puchaca [mote de los españoles jóvenes empleados por la empresa Porschacher] éramos enchufados”, describe Alcubierre junto a una litera de madera donde dormían tres personas por piso. “Yo dormía con Rafael Álvarez y Jesús Tello, pero se dormía en el suelo. Siempre he sido un enchufado”, ironiza Alcubierre.

El barracón reconstruido gracias a la labor de asociaciones de deportados como la Amical de España, huele hoy a barniz. Sin embargo, Alcubierre tuerce la nariz cuando recuerda el olor original. “Las cenizas del crematorio eran fortísimas. Eso es imborrable. Nunca lo llegamos a ver, pero sabíamos que existía. Veíamos un carro con cuerpos desnudos y se te encogía todo. Una cabeza, un brazo, una pierna… terrible”.

Olor a carne quemada

Atenta a la explicación se encuentra la hija de una víctima del campo, Bibiana Fuentes, que interrumpe: “Lo pintas bien, pero los primeros meses fueron más duros”. José se pone serio: “Un día nos mandaron a formar a 300 españoles. Por aquel entonces trabajaba en la cocina. Vino el jefe y nos separó a tres: Fernando Pindado, Rafael Álvarez y a mí. Me preguntó de dónde era. Le dije que de Barcelona y me dijo: “¿Qué me harías si me vieras allí?” No sabía qué decir y entonces me dio una paliza que me dejó baldado”.

El olor a carne quemada es lo que más sorprendió a los soldados americanos del general Patton. “Entramos al campo y vimos todos cuerpos apilados muertos. El general mandó a los vecinos del pueblo cavar para enterrarlos y decían que no sabían nada de lo que pasaba dentro. Es imposible, ese olor, tantos años, no puede ser”, dice el soldado George Sherman, de visita en Mauthausen por la conmemoración de la liberación.

Alcubierre pasó tiempo sin contar sus recuerdos pero una herida le da la rabia suficiente como para volver al campo cada mayo: la muerte de su padre. “Se lo llevaron a Güsen [anexo a Mauthausen] y no lo volví a ver. Un camarada me contó cómo murió el 24 de marzo de 1941. Llevaba con dos compañeros mañicos como él un carro, cuando cayó sin fuerzas. Los kapos polacos [jefes de prisioneros designados por las SS entre los propios presos] le pegaron con picos. Le protegieron, pero los mataron a los tres puntapiés. Cuando era joven pensaba en Mauthausen pero seguí con mi vida. Ahora sé que los recuerdos me dejarán varias noches sin dormir”, concluye.

El Gobierno homenajea a las víctimas españolas del holocausto nazi

De la Vega reconoce a los republicanos de Mauthausen como los “padres de la Europa de hoy”

DIEGO BARCALA – Público – 09/05/2010

Los supervivientes españoles del holocausto nazi (cuatro de ellos presentes en el acto) recibieron, en el 65º aniversario de la liberación del campo de concentración de Mauthausen, el homenaje de la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, como “padres de la Europa de derechos y libertades actual”. La presencia del Gobierno reconoce como parte de la memoria histórica española el drama vivido por los cerca de 10.000 republicanos antifascistas que, tras el exilio de 1939, acabaron en los campos de exterminio alemanes. El olvido de los 7.500 que murieron en aquella barbarie entre 1940 y 1945 es tal que el monumento de homenaje a los españoles en Mauthausen está en el recinto de los franceses y lo pagaron en 1962 los propios deportados.

“Aportamos lo que pudimos. Yo en aquella época no tenía gran cosa, pero gracias a que el arquitecto francés que nos lo hizo no cobró, pudimos pagarlo”, recuerda el superviviente José Alcubierre (Barcelona, 1925). A sus 85 años cree que será la última vez que revivirá in situ el horror de su adolescencia. Junto a él, su compañero Ramiro Santiesteban, con el que se abraza con el cariño de quien compartió las palizas de las SS y el hambre de “un caldo asqueroso”. “No me lo comí el primer día de cómo olía, pero al tercero entendí que no había otra cosa”, rememora.

Testigo ante la Audiencia

Santiesteban recuerda cómo acudió el pasado año a la Audiencia Nacional citado como testigo por una denuncia contra tres oficiales de las SS que aún viven en libertad. “La prensa dijo que no había reconocido a nadie, pero no es cierto, sólo me enseñaron unas fotos generales del campo”, puntualiza.

De la Vega destacó el “orgullo” que los jóvenes deben sentir de los deportados en Mauthausen. Las víctimas del nazismo, del fascismo y del franquismo “no han sido ni serán víctimas del olvido. Lucharon contra el fascismo, contra el imperio de la intolerancia y el odio. El Gobierno no dejará que su lucha caiga en el olvido, que es la peor de las mentiras”, señaló antes de presenciar el desfile de las decenas de representaciones de los más de 100.000 asesinados allí por el III Reich.

Los franceses fundaron la Amical Mauthausen (Amigos de Mauthausen), que hasta 1979 no fue legal en España. Un grupo de jóvenes de institutos franceses cantaron Ay Carmela ante los familiares de las víctimas españolas después de que esos mismos jóvenes hicieran lo propio con La Marsellesa en el monumento francés.

“Yo no tomé conciencia de que los españoles y catalanes habían formado parte de los campos de exterminio nazis hasta mediados de los años 70. Leí el libro de Montserrat Roig y me abrió los ojos. La principal novedad de este año es la gran cantidad de gente joven que ha venido”, explicó el conseller de Interior de la Generalitat de Catalunya, Joan Saura.

“Estuve en un campo de trabajo y me preguntaba qué ocurrió para que el ser humano llegase a ese límite. Había una crisis económica y un brote de xenofobia fuerte en Alemania y Europa. Es importante que no se olvide eso. Y pido, especialmente a la derecha, que no caiga en la tentación de aprovechar una situación de crisis para aprovecharse de la xenofobia”, añadió el conseller.

Los discursos se pronunciaron en la explanada, junto a la cantera del campo de concentración donde los 186 escalones construidos por los españoles vieron correr sangre durante cinco años. “Nos aplauden mucho porque saben que los españoles fuimos los primeros en venir. Construimos el campo”, recuerda Alcubierre.

El desfile de la delegación española cerró con El vito, una canción popular andaluza recopilada en un poemario de Federico García Lorca. Fue la alternativa española al himno de los pantanos de los deportados alemanes y al Bella ciao que entonaron los italianos.

Antes del desfile, en el monumento republicano, la joven austriaca Carmen Martínez, nieta de un superviviente español afincado en Austria, leyó un episodio del diario de su abuelo. “Uno de los presos polaco fue llamado por un SS. Le quitó la gorra y la lanzó contra la alambrada. Cuando el prisionero fue por ella le disparó. Eso le fue recompensado al guardia con ocho días de descanso y un paquete de cigarrillos”.

La difícil tarea de conciliar los símbolos

La bandera que representa a los españoles en Mauthausen, que comparte lugares de honor con la británica, la polaca, la francesa y demás deportados, es la tricolor republicana.
En 2005, contando con la presencia del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, la Amical y los responsables de Moncloa acordaron colocar las dos banderas: la republicana y la monárquica. Aquella situación indignó a uno de los supervivientes, que con 75 años no dudó en intentar trepar para arrancar la bandera monárquica.La principal asociación en representación de las víctimas es Amical, que hace tiempo que asume que la bandera actual de España debe formar parte del acto oficial en presencia de los miembros del Gobierno. Sin embargo, los descendientes de deportados que viven en Austria protestaron por la presencia de la enseña constitucional. El olvido al que fueron sometidos los españoles apátridas a los que Franco despojó de nacionalidad todavía pesa en la generación de hijos de supervivientes que no pudieron volver nunca a España.Es el caso de Silvia Cueto, nieta de Víctor Cueto, que protestó por la bandera “monárquica”. “Se pone por puro oportunismo político y así se olvida su legado”, declaró. Otros deportados, como Ramiro Santiesteban, asumen la presencia de la republicana junto a la constitucional como una “normalización del paso del tiempo”.

De la Vega homenajea a los españoles de Mauthausen

La vicepresidenta recuerda en el campo nazi a las víctimas del franquismo

El País10/05/2010

España rindió ayer homenaje a las más de 7.000 víctimas republicanas españolas del antiguo campo de concentración nazi de Mauthausen (Austria), liberado por tropas estadounidenses hace 65 años, el 5 de mayo de 1945. La vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, encabezó el acto, celebrado en el monolito de conmemoración de los españoles encarcelados, torturados y asesinados en este lugar.

Tras saludar a muchos de los asistentes, en su mayoría jóvenes venidos desde Andalucía, Aragón, Asturias, Cataluña y Valencia, De la Vega manifestó en un emotivo discurso que la “peor de las mentiras de los infames es el silencio”. “Las víctimas del nazismo, del fascismo y del franquismo no han sido ni serán víctimas del olvido”, dijo. “Sólo el silencio engendra el olvido, y el olvido de quienes tanto dieron es la peor, la más insoportable de las mentiras”, agregó la vicepresidenta, en referencia a que durante el franquismo los supervivientes españoles del horror nazi no pudieron volver a España y sus historias fueron silenciadas.

Mauthausen, el “campo de los españoles”

Francia concede 27.500 euros a los hijos de republicanos entregados a Hitler

N. J. El País08/05/2010

Se llama igual que su padre, aunque nunca lo vio. Andrés González Torre, de 71 años, tenía dos años cuando Andrés González Márquez murió en el campo de concentración de Gusen, un apéndice del de Mathausen, en el que fallecieron realizando trabajos forzados unos 2.000 republicanos. “Mi padre era guardia republicano. Si se hubiera quedado en España, le habrían hecho preso, por eso huyó con mi madre a Francia, aunque luego les separaron. A raíz de todo eso, mi madre se trastornó e ingresó en un psiquiátrico. Me escribía cartas, pero yo me crié con mi abuela materna hasta los 18 años”, relata.

El pasado 29 de marzo recibió una cariñosa carta con el sello del primer ministro francés. Le informaba de la concesión de una indemnización de 27.440,82 euros por la muerte de su padre, que tras haber perdido la Guerra Civil se había unido a la Resistencia francesa contra los nazis hasta caer prisionero en 1940 sin haber visto nacer a su hijo.

“Fue una sorpresa enorme. Le estoy agradecidísimo a Pilar”. Se refiere a Pilar Pardo, una investigadora que desde 2005 busca a los hijos de españoles fallecidos en campos nazis, la mayoría muy mayores, para informarles de la posibilidad de solicitar esa indemnización. “He encontrado a cerca de un centenar, y en algunos casos, por desgracia, el beneficiario se había muerto hacía una semana sin saber que podría recibir este dinero”. Hoy los familiares pueden buscar el censo de deportados a campos nazis en la web del Ministerio de Cultura.

Andrés González nació en un refugio en Francia. Cuenta que no tuvo un documento que dijera el lugar y la fecha hasta que cumplió los 18, y que para obtenerlo tuvo que contratar los servicios de una agencia de detectives.

Más de 9.000 españoles fueron víctimas del exterminio nazi. El campo de Mauthausen llegó a conocerse como “el campo de los españoles” por el gran número de republicanos que acabaron en él. La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, viaja mañana allí para homenajear a las víctimas españolas.

Diez países honran a los republicanos que lucharon contra los nazis

Los embajadores celebran el 65º aniversario del final de la II Guerra Mundial

NATALIA JUNQUERA El País08/05/2010

Un militar ruso deposita un ramo de flores al pie del monumento a los españoles que lucharon contra los nazis.- ÁLVARO GARCÍA

Hoy hace 65 años del final de la II Guerra Mundial y la liberación de Europa del yugo nazi. Y ayer, en el cementerio de Fuencarral (Madrid), entre el monumento a los republicanos españoles que lucharon contra los nazis y el dedicado a los voluntarios llegados años antes a España para luchar contra el franquismo, representantes del Gobierno y embajadores de una decena de países se reunieron para rendirles homenaje.

Al acto asistió José Antonio Alonso, un asturiano de 91 años que después de perder la primera batalla europea contra el fascismo, se entregó sin dudarlo a la segunda. Esta vez logró contribuir al “aniquilamiento de esa bestia feroz” como jefe de la tercera brigada de la Agrupación de Guerrilleros Españoles en Francia. Ayer echaba de menos a sus compañeros. “Soy ya de los rarísimos supervivientes”.

Ludivina García Arias, presidenta de la Asociación de Descendientes del Exilio Español llamó la atención sobre el hecho de que hubiera tenido que ser su asociación la que convocara el acto mientras en el resto de Europa se están celebrando homenajes oficiales. “El Estado debería recoger esta antorcha”, dijo.

La subsecretaria del Ministerio de Justicia, Purificación Morandeira, declaró después: “El Gobierno tiene claro que no hay que olvidar (…) La ley de memoria histórica, un pequeño paso que sin duda no está a la altura de lo entregado por las víctimas”.

El presidente del Senado, Javier Rojo, aseguró que, para él, no se trataba de “un acto protocolario” y que estaba allí “por convicción”. “Recordemos para no cometer los mismos errores y horrores”, añadió.

El ex ministro de Defensa Julián García Vargas, que promovió el monumento a los guerrilleros españoles, recordó: “Liberaron París, lucharon en Alemania y acabaron en campos como Mauthausen…”. Después de guardar un minuto de silencio por las víctimas, representantes de las embajadas de Francia, Rusia, Israel y Ucrania, entre otras, depositaron flores ante los monumentos.

Alonso, que aseguró que en sus batallas jamás tuvo miedo -“eso venía después”- confesaba ya terminado el acto: “Hoy no sé si lo volvería a hacer. Me cuesta entender que esta democracia permita actuar a Falange y que haya demócratas que ven bien que se pague 136.000 euros para exhumaciones de la División Azul y critiquen la apertura de fosas que desean tantas familias”.

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Mauthausen, el “campo de los españoles”