“No teníamos elección. Mataban a los que trabajaban y a los que no”

Miembro de las brigadas que sacaban cadáveres de las cámaras de Auschwitz y los quemaban

MIGUEL MORA El País – 23/05/2010

Ha cumplido 87 años y los ojos se le siguen llenando de lágrimas cuando cuenta lo que vivió en Auschwitz-Birkenau. Shlomo Venezia, judío sefardita, nacido en Salónica en 1923, pero de nacionalidad italiana, fue durante ocho meses y medio, desde abril de 1943 hasta diciembre de 1944, miembro de los Sonderkommandos, los comandos especiales formados por prisioneros judíos que se encargaban de aplicar la solución final moviendo los engranajes de la máquina del exterminio nazi. “El mecanismo funcionaba como una cadena de montaje”, recuerda. “Unos acompañaban a los prisioneros que llegaban desde los trenes hasta las cámaras de gas; los ayudaban a desvestirse y a entrar en aquel sótano; cuando morían, 10 o 12 minutos después, sacaban los cadáveres, y otros les cortábamos el pelo, les quitábamos los dientes de oro y luego los metíamos en los hornos crematorios”.

La infernal rutina ideada por los jerarcas nazis para convertir en ejecutores a los propios judíos ha perseguido a Venezia durante toda su vida. “Nunca se sale del campo, todo te recuerda a aquello”, explica en un perfecto castellano que en realidad es ladino, el dialecto de los judíos de origen español. “Da igual cualquier cosa que hagas, lo que sea que veas o pienses, todo devuelve tu espíritu al mismo lugar”.

Shlomo Venezia fue uno de los 70 supervivientes de los comandos especiales. “Durante mi estancia mataron a 741 de los nuestros”. Antes de que llegaran los rusos a Auschwitz, Venezia logró escapar y llegar hasta Mauthausen. Desde allí viajó a Italia. Pasó siete años en el hospital, enfermo de los pulmones, y permaneció 47 años en silencio, sin poder asumir su experiencia. Un día de 1992, Venezia se dio cuenta, viendo en Roma una exposición de Anna Frank, de que volvía un clima antisemita. Animado por su alegre y valerosa mujer, Marika, una judía húngara 15 años más joven que él, con la que tuvo tres hijos y que desde hace 21 años se ocupa de la modesta tienda de ropa y bolsos de la familia situada a 50 metros de la Fontana de Trevi, el superviviente empezó a narrar su historia.

Desde entonces no ha dejado de hacerlo; en cientos de escuelas italianas y en los Viajes de la memoria a Auschwitz que organiza el Ayuntamiento de Roma -gracias a una iniciativa de Walter Veltroni- desde hace un par de décadas. “Shlomo ha ido ya 54 veces a Auschwitz”, cuenta su esposa mientras esperamos en la tienda a que llegue su marido. “La primera vez que le invitaron dijo que no, pero al final se decidió a ir con un amigo para darse fuerza mutuamente. Pasó casi 50 años en silencio… No fue fácil. Cuando bañaba a los niños y le preguntaban qué era ese número tatuado en el brazo, les decía: ‘Es el teléfono de una novia que tuve”.

En 2006, Venezia se decidió a poner por escrito su testimonio, tan singular como crucial para desmentir a los negacionistas. Concedió una larga entrevista a la periodista francesa Bèatrice Pasquier, publicada como libro en enero de 2007 por la editorial Albin Michel con un prólogo de Simone Veil, ex ministra francesa y ex presidenta del Parlamento Europeo. Tras ser traducido a 19 lenguas, el alegato de este hombre honesto y limpio, injustamente acusado por otros supervivientes de haber colaborado con los nazis, llega ahora a España con el título de Sonderkommando. En el infierno de las cámaras de gas (RBA Editores).

Conociendo a Venezia, cobra más sentido lo que escribió en el prólogo Simone Veil, superviviviente de Auschwitz: “La fuerza de este testimonio se debe a la irreprochable honestidad de su autor, que sólo cuenta lo que él mismo ha visto, sin omitir nada”.

Pregunta. ¿Cómo mantuvo su familia el ladino, viviendo en Grecia y siendo italianos?

Respuesta. No he reconstruido mi árbol genealógico, pero sé que fuimos expulsados de España por los Reyes Católicos y que acabamos en Italia. Otros fueron a Marruecos. Los judíos de entonces no tenían apellidos. Se llamaban Isaac, hijo de Salomón, por ejemplo. Muchos tomaron el nombre de las ciudades donde se instalaron. Por eso nosotros nos llamamos Venezia. En casa hablamos siempre ladino, aunque desde Italia se fueron a Salónica, no sé cuándo. Yo lo hablé hasta que hace siete años murió mi hermana. Una vez fui a España [adonde volverá el próximo día 26, con motivo de la publicación de su libro [y para un homenaje organizado por Casa Sefarad-Israel] a hablar de mi historia y un hombre me dijo: “Ha usado usted palabras que no se oían aquí desde hace 500 años”. Por ejemplo, ‘condurias’, que quiere decir zapatos.

P. ¿Cómo era su vida en Grecia hasta que fue deportado?

R. Éramos muy pobres. Los judíos vivíamos en chabolas de hojalata en diversos barrios de Salónica. Mi hermano mayor estaba en Italia estudiando con una beca del consulado. Mis tres hermanas y yo estudiábamos en el Colegio Italiano. Mi padre murió de repente cuando yo tenía 11 años. Entonces tuve que dejar de estudiar para ayudar a mi madre. En 1938, mi hermano volvió a casa debido a las leyes raciales de Mussolini. Los alemanes habían ocupado Grecia y yo me dedicaba al estraperlo de tabaco. Se lo cambiaba a los soldados por medicinas para la malaria. La mitad las vendía para comer y la otra mitad para comprar más tabaco. Ahí aprendí un poco de alemán.

P. Le detuvieron en abril de 1944. ¿Qué pasó?

R. Estábamos en Atenas, bajo la ocupación italiana. A primeros de marzo promulgaron una ley que obligaba a los hombres judíos a pasar cada viernes por la comunidad para firmar en un registro. Un viernes nos encerraron allí y ya no pudimos salir más. Luego nos llevaron a la cárcel de Haidiri y en el patio encontramos a la familia. Nos dijeron que nos iban a mandar a Alemania y que nos darían una casa. Que los hombres tendríamos trabajo y las mujeres cuidarían de los niños. Una mañana nos llevaron al tren. No sabíamos nada de Alemania. No teníamos radio ni nada. Era el 1 de abril.

P. ¿Cómo fue el viaje?

R. Duró 11 días, no se acababa nunca. La Cruz Roja de Atenas nos dio unos paquetes con comida antes de salir y gracias a eso logramos llegar vivos. En mi vagón íbamos 65 personas. En total seríamos 1.500. Cuando llegamos a la Rampa de los Judíos, un lugar desde el que no se veía ni Auschwitz ni Birkenau, que era donde estaban los cuatro hornos, hicieron la selección. Eligieron a 320 hombres para trabajar y a 113 niñas para coser ropa. A los demás no los volvimos a ver.

P. Su madre y sus tres hermanas murieron ese mismo día.

R. Según supe días después, mi madre y mis hermanas menores, Marika, de 14 años, y Marta, de 11, fueron asesinadas con el gas Zyklon B a las dos horas de llegar. Al día siguiente le pregunté a un preso polaco y me dijo que no pensara en eso, que descansara y que ya me lo dirían. Le insistí, me cogió del brazo, me sacó fuera a ver la chimenea humeante y me dijo: “Todos los que vinieron contigo se están liberando”. No supe qué pensar. Días después vi que tenía razón. Mi hermana mayor, Rachel, fue seleccionada para trabajar y se salvó. Ella nunca quiso hablar ni oír hablar del campo. Cuando todo acabó, tardé 12 años en encontrarla. Se fue a Grecia y luego a Israel porque estaba allí su novio, un francés al que conoció en Auschwitz. Murió hace siete años.

P. ¿Y su hermano?

R. Cuando los rusos liberaron el campo no nos vimos. Supe que estaba vivo y que había ido a Roma. Tardé siete años en verle. Tampoco quiso contar nunca nada. Casi nadie quiso contar nada nunca. Tampoco mis primos. Sólo yo pude.

P. ¿Empezaron enseguida a trabajar?

R. Al día siguiente. Primero nos cortaron el pelo y nos afeitaron el cuerpo entero, para purificarnos, supongo. Cada vez que llegaba un tren era el mismo rito. Muchos días llegaban cuatro o cinco trenes. Había dos médicos que te examinaban: te miraban por detrás, y si veían que tenías las carnes del culo flojas, te ponían aparte para darte un tiro en la nuca. A los demás nos duchaban y nos pasaban a una mesa larga donde nos tatuaban el número en el brazo. El mío es el 182.727. Después te daban la ropa de un muerto, por aquella época ya no quedaban uniformes. Ahí le pregunté a uno de Salónica por mi hermano y me dijo que se había salvado con dos primos.

P. ¿Luego qué pasó?

R. Nos metieron en el barracón de la cuarentena. Si estabas enfermo, te descartaban. Tenían menester de personas para trabajar. Un día vinieron a buscar a 80 personas y yo dije que sabía hacer de barbero. No era verdad, pero todos dijimos lo mismo. Pasamos tres semanas en el campo de trabajo, barracones 9 y 11, rodeados por una alambrada de espino. Un polaco me explicó lo que pasaba. “Somos el comando especial y hacemos esto y esto”. Mi obsesión era comer. Me dijo que los que trabajaban en el comando comían un poco más que los demás. Y que cada tres meses hacían la selección para que no hubiera testigos.

P. Y empezó a trabajar de barbero.

R. Me dieron unas tijeras muy grandes, como de poda. Cortaba el pelo de las mujeres muertas. Usaban los cabellos para hacer ropa, y también para fabricar moquetas para los submarinos. Un amigo dijo que era dentista y le dieron unas pinzas y un espejito para quitar el oro de la boca de los muertos. Trabajábamos 12 horas al día. Una semana de noche y otra de día. Era uno de los mejores horarios.

P. ¿Los que llegaban sabían que iban a morir?

R. Nadie lo sabía. Te decían que ibas a la ducha y luego a la casa. Te asignaban una percha para la ropa con un número, y te decían que lo recordaras para que no te lo robaran. La capacidad de la cámara de gas era de 1.450 personas, pero muchas veces metían a 1.700. Los comandos les ayudaban a desvestirse y les acompañaban hasta la única puerta. El gas lo metían los alemanes desde fuera por unas trampillas del sótano; venían en un coche con el emblema de la Cruz Roja para engañarles, sacaban una caja de metal, la abrían y metían en los agujeros las piedrecitas impregnadas de ácido cianhídrico. Con el calor de la gente, las piedras soltaban vapor, y por eso los más fuertes trataban de trepar a lo más alto para salvarse. Morían como moscas. Desde fuera, un alemán miraba por la mirilla y encendía la luz para ver si todavía estaban vivos.

P. ¿Y luego llegaba el turno de los barberos?

R. Primero tenían que sacar los cuerpos desde la cámara hasta el atrio, donde estábamos los barberos y los dentistas. Era difícil sacarlos, porque los cuerpos estaban atenazados unos con otros. Cuando nosotros terminábamos el trabajo, se subían los cuerpos en el ascensor hasta los hornos. Cada horno tenía tres bocas, y se metían los cuerpos de dos en dos en cada boca. Esos turnos duraban también 24 horas.

P. Coincidió usted en el campo de exterminio con Primo Levi [escritor judío italiano autor, entre otros libros, de Si esto es un hombre, un relato sobrecogedor sobre su estancia en Auschwitz] . ¿Qué le parece lo que escribió sobre los comandos especiales?

R. Primo Levi hizo cosas que no debió hacer. Escribió mal de los que trabajábamos allí. Dijo que éramos los cuervos negros. ¡Ojalá hubiera sido yo un cuervo negro para poder salir volando de allí! Mejor eso que dejar de ser persona y convertirte en un número. No teníamos elección. Trabajando no pasabas frío, dormíamos junto a los hornos, y comías un poco más. Mientras yo estuve allí, entre septiembre y noviembre de 1944, mataron a 741 sonderkommandos. Y antes de que yo llegara, a algunos cientos más. De más de 1.000, solo nos salvamos 70 u 80. Y con mucha suerte.

P. ¿Y cómo es posible soportar eso casi nueve meses, formar parte del engranaje?

R. La primera semana no entendías cómo no te volvías loco. Tenías un pedazo de pan en la mano y pensabas: “Con esta mano he tocado a los muertos”. Luego, el cerebro cambia, te conviertes en un autómata, no piensas, sólo esperas no toparte con gente que conoces, cuando veías un conocido era terrible. Yo me encontré con mi primo León cuando ya llegaban los rusos, el último día. Me llamó y casi no le reconocía. Hablé con un alemán, le pedí que lo salvara, me dijo: “Aquí no se salva nadie”. “León, no hay nada que hacer”, le dije, y le pregunté si tenía hambre. Subí a buscarle una lata de sardinas y se la comió en un segundo. Me preguntó cómo iba a morir, si duraba mucho, le acompañé a la cámara de gas y luego le saqué…

P. ¿Usted se ha sentido o se siente culpable de haber sobrevivido?

R. No me siento culpable de nada… Tuve suerte. A los que no querían trabajar los mataban, a los que trabajaban, también. Para ellos, matar a 100 o 1.000 era la misma cosa. A veces llegaban tantos que los mataban a todos sin seleccionar a nadie. Otras veces había tantos trenes, que los dejaban allí y se morían dentro antes de salir.

P. ¿Cómo fue el final?

R. Dieron orden de limpiarlo todo para no dejar pruebas. Empezaron a destruir los hornos, cada día usaban a 1.000 niños para quitar las tejas. Cuando dieron la orden de evacuar, fuimos andando tres kilómetros desde Birkenau hasta Auschwitz, allí la gente estaba loca de contenta. Los de los comandos íbamos juntos, nos metieron en un barracón, y a medianoche entró un alemán preguntando quién había trabajado en los comandos, pero nadie dijo nada. A las cinco empezó la marcha de la muerte. Al que se caía, lo mataban. Solo quedaron atrás los enfermos, no los podían enterrar. Anduvimos dos días a pie, durmiendo al raso, hasta Mauthausen… Luego vine a Italia, conocí a Marika, tuve tres hijos estupendos…

P. Y finalmente se animó a contarlo.

R. Nunca encontré a nadie que me contara nada. Ni mi hermana, ni mi hermano, ni mis primos quisieron hablar… En Israel conocí al jefe del comando que nos salvó la vida, pero ya estaba muy mayor…. Sólo quedaba yo…

Sobre la impunidad de los crímenes del franquismo

SANTOS JULIÁ El País – 23/05/2010

Como define sobriamente el DRAE, impunidad es falta de castigo e impune es el que queda sin castigo. Los crímenes del franquismo quedaron sin castigo, ante todo, porque los vencidos en la guerra civil, desde el exilio o en el interior, no pudieron abrir una causa contra los culpables y, sobre todo, porque los vencedores en la Guerra Mundial, tras someterlos a cuarentena, decidieron hacer buenos negocios con ellos. Gran Bretaña fue, como no se cansó de repetir el presidente Azaña, el primer enemigo de la República en la guerra civil, y Estados Unidos y el Vaticano, flanqueados por Francia y Reino Unido, fueron los principales socios sobre los que, durante años sin fin, pudo Franco consolidar su poder.

La alianza estratégica de las democracias occidentales con la España de Franco duró hasta la muerte del dictador. Mientras tanto, nadie, ningún juez, ningún fiscal -funcionarios al servicio de la legalidad del régimen, fuera cual fuese la ideología de cada cual- tuvo la oportunidad de abrir una causa penal contra los responsables de aquellos crímenes. Luego, ninguno de esos mismos funcionarios, ya al servicio de la legalidad democrática, reclamó la aplicación de lo que ahora llamamos justicia internacional para el caso español. El primero en hacerlo ha sido Baltasar Garzón que, modificando la definición de los tipos delictivos aplicables, abrió en 2008 una causa penal contra los autores de crímenes.

Pero este juez tomó sus precauciones para asegurarse de que del procedimiento penal no se derivara la posibilidad de sentar en el banquillo a ningún culpable. Porque “crímenes del franquismo”, además de los asesinatos de la guerra civil, fueron, entre otros, la muerte por torturas del secretario general del PSOE Tomás Centeno en 1953; o el fusilamiento del dirigente del PCE Julián Grimau, 10 años después. Garzón limitó, sin embargo, el periodo de su investigación -en realidad: un auto basado en investigaciones publicadas por decenas de historiadores- hasta el cambio de gobierno de 1951, ocasión y fecha arbitrarias si no se recuerda que quienes fueron ministros hasta ese año, en 2008 estaban notoriamente muertos, como dejó escrito en su auto: eran sospechosos que quedarían sin castigo, o sea, impunes, aun en el caso de que su crimen hubiera sido contra la humanidad.

Es irrelevante saber qué buscaba Garzón con su auto, allá él; lo que sí se sabe es lo que no buscaba. Y lo que no buscaba era sentar en el banquillo ni a un solo culpable de los crímenes del franquismo, porque si ese hubiera sido el objeto de su instrucción no la habría limitado a 1951 ni reducido a 35 sospechosos muertos. Al establecer esa fecha límite y al identificar con nombres y apellidos a 35 altos cargos de la dictadura, el instructor sabía que en breve plazo, que pretendió alargar con alguna de sus martingalas, se vería obligado a cerrar el sumario. Y así fue. Al recibir los certificados de defunción, añadió a la evidencia de que los presuntos culpables habían fallecido, la sorprendente declaración de extinción de responsabilidad de todos ellos ¡porque estaban muertos!

Que, tras esta extinción de responsabilidad, los crímenes del franquismo sigan impunes ¿significa que no quede ninguna obligación legal hacia sus víctimas? En absoluto. Los gobiernos, primero del PP, luego del PSOE, tienen encima de la mesa desde hace varios años demandas de familiares de buscar, exhumar, identificar y dar digno entierro a las víctimas de aquellos crímenes. Los familiares están en su derecho -como lo están en el suyo los que prefieren mantener las fosas como lugares de memoria- y los poderes públicos en la obligación de atenderlos. Para cumplir ese deber, no hacía falta enredarse en causas penales contra muertos impunes ni perderse en debates sobre leyes de memoria; bastaba una instrucción del Gobierno que recordara a jueces y forenses la obligación legal de exhumar cadáveres enterrados en fosas, destinando a esa tarea los funcionarios que fuera menester.

Por razones que el Gobierno sabrá, no lo ha hecho, y de esa abdicación se ha derivado el intento de proceder a las exhumaciones por la vía penal bajo el falso pretexto de que no queden impunes crímenes cometidos hace más de 70 años. Ante la evidencia de que, 70 años después, todos los posibles culpables han muerto, sería mejor que cada uno cumpliera su deber, comenzando por el Gobierno y siguiendo por estos jueces que se dedican a sustanciar, sobre los crímenes del franquismo, sus viejos rencores políticos.

‘Un archivo guarda el horror y el coraje de muchos’

LOLA HUETE MACHADO – El País –  23/05/2010

Para la administradora del archivo de la Stasi, la policía secreta de la dictadura comunista en la Alemania del Este, conservar la memoria histórica es proteger un tesoro.

La reconciliación es un asunto personal, no político o nacional. No es cosa que pueda organizar u ordenar la política. Lo dijo una vez e insiste en ello ahora esta mujer, que es la administradora de uno de los archivos de la memoria más importantes del mundo, el de la Stasi, la policía secreta del partido comunista gobernante ( Partido Socialista Unificado, SED), en la extinta República Democrática Alemana (RDA, 1949-1990): “Yo soy cristiana; por tanto, eso que dije se corresponde con mi experiencia. La conciliación es algo que ocurre entre personas, tiene que ver con emociones y no puede producirse sin exponer claramente la verdad. Es una trampa eso de ‘venga, no hablemos de lo ocurrido, nos perdonamos y ya’. No. Esos no son cimientos sólidos para construir nada”.

Marianne Birthler (1948) es desde 2000 lo que se llama Comisionada Federal para los Documentos del Ministerio para la Seguridad del Estado (BStU en sus siglas alemanas) y tiene en sus manos los secretos (la basura y otras cosas, como luego explicará) de esa maquinaria infatigable y meticulosa que fue la policía política de su país natal repleta de espías, mirones, informantes, delatores (unos cien mil oficiales; el doble, inoficiales) que trastocaron y acabaron con muchas vidas y sueños. Ahí está todo guardado para ser consultado, en 158 kilómetros de estanterías repletas de actas, casi 40 millones de fichas personales, aún más de 15.000 sacas llenas de pedazos de papel por recomponer (una docena de personas se encargan de hacerlo a mano y, en paralelo, en el instituto Fraunhofer de Berlín se prueba un nuevo sistema electrónico para acelerar el proceso), aquello que a los de la Stasi les dio tiempo a destruir antes de que los propios ciudadanos del Este, tras la caída del Muro en 1989, ocuparan la sede dispuestos a proteger ese material elaborado con detalles de sus vidas. Casi tres millones de alemanes han solicitado consultar las actas desde 1990; en el último año, 102.658. “Con estas cantidades es una tarea de generaciones, porque no estaba previsto tal demanda de apertura de actas. Cada año más. Por parte de particulares, de medios, de científicos… Las actas no sólo interesan por la Stasi, sino por la RDA, lo mismo si se trata de deporte, cultura, iglesia o de oposición y resistencia… Esta es una de las fuentes básica para la investigación de la RDA”. Así que, aunque Birthler ya no esté, existirá autoridad y archivo de la Stasi aún un tiempo (luego pasará al Archivo Federal): “Al menos hasta 2019. Serán 30 años después de la revolución”.

¿Qué sintió usted el día que supo que todo este material estaba en sus manos? Cuando me preguntaron si quería el puesto, dudé. Era una gran responsabilidad y tenía miedo de que a partir de ese momento, leyendo las actas, mi vida estuviera condicionada por ese horror. Me acuerdo que tras tomar posesión, me organizaron un día dentro del archivo. Tenía pavor. Pensé: “Voy a entrar en contacto con el lado oscuro y amenazante de mi nueva tarea, seguramente a la noche estaré deprimida y lloraré al saber lo que los humanos son capaces de hacerse entre sí…”. Pero fue distinto. Esa noche regresé alegre a casa. Por dos razones: me di cuenta de lo bueno que era guardar esas actas, porque podemos aprender de ellas lo que la gente es capaz de hacer, y porque recogen historias fabulosas de personas valientes que opusieron resistencia o se mantuvieron honestas. Desearía que todos los países que han sobrevivido a una dictadura tuvieran papeles así para conocer al detalle el destino de personas detenidas, asesinadas… Aquí, en el terrible lenguaje de la Stasi quedó todo grabado, y creo que sería un verdadero botín para España, por ejemplo, tener información así de quiénes eran esas personas, lo que dijeron, cómo se mantuvieron firmes durante los interrogatorios… Nosotros tratamos este material escrito como un verdadero tesoro.

La memoria de un país entero… Sí, estas historias se usan a menudo en la formación política, con jóvenes, porque muestran cómo la gente siempre tiene posibilidad de decidir cómo portarse. A veces asumiendo gran riesgo… En los últimos años de la RDA era distinto, ya no temíamos por nuestra vida. La situación había cambiado, no es igual temer ser detenido que asesinado, tal como sucedía en los primeros años, brutales y sangrientos. Al final, la presión era más sutil; por ejemplo, a mis hijas no les permitieron hacer el bachiller, porque yo era de la oposición…

¿Cuántas historias escondidas se descubrirán aún entre estos papeles? Habrá nuevas. Pero, dado que empezamos tan pronto con la apertura de las actas y con discusiones sobre personas públicas, no cuento ya con una gran ola de descubrimientos. Serán más bien casos individuales desconocidos, tal como sucede desde hace años. En los noventa se sabía de dos o tres nuevos nombres cada semana. Afortunadamente, esto se acabó.

Su familia quedó dividida entre el Este y el Oeste. Usted vivía en el Este, ¿era vigilada por la Stasi? Sí. Yo era activista, de la oposición, claro que nos vigilaban.

¿Y es correcta la información que recopilaron sobre ustedes? Hay quien consulta las actas y comprueba que nada coincide con la realidad… Se debe decir que la Stasi preparaba las actas con minuciosidad. Se trataba de un aparato militar y ese era su instrumento de trabajo más importante. Tenían alto interés en que las actas se elaboraran correctamente. Cuando oficiales o colaboradores no oficiales describían algo de manera imprecisa, no era un pecadillo, sino un delito disciplinario. Naturalmente, los informes de colaboradores de la Stasi son siempre subjetivos, contienen fallos, pero esto lo sabía la dirección y por eso siempre usaban varios confidentes si se trataba de personas importantes. Un amigo mío, conocido disidente, encontró en sus actas informes de más de 80 confidentes. Y la Stasi podía unirlos como si fueran folios para relativizar las inexactitudes y obtener una imagen muy precisa.

El despacho de la administradora se encuentra en la sede del BStU, un edificio con el aire socialista del Berlín de antaño, una mezcla entre institucionalidad y funcionalidad. Un vistazo desde las ventanas muestra un paisaje aún con huellas del pasado, pero bien batido ya con la nueva realidad unificada del Berlín actual, tan turístico y de moda. Hasta el nombre de la calle delata el lugar que fue: Karl-Liebknecht-Strasse, 31, al lado de la Alexanderplatz, la plaza escenario donde se levanta la torre de la televisión visible desde toda la ciudad y ese hotel-mole escenario que venía a probar lo bien que le iba al comunismo. Vestida de traje gris, media melena rubia, anillos de diseño de plata, al verla sentarse en el sofá con un cruce de piernas decidido, una la imagina lidiando con los problemas de aquel tiempo en la RDA, peleando por sus ideas como joven opositora y catequista desde una organización evangelista o advirtiendo a sus hijas sobre las circunstancias en que vivían con su voz confortable, su porte de mujer poderosa y segura de sí: “Esto es lo que sucede, de esto no habléis en la escuela…”. No era fácil que lo entendieran, pero aun entonces apostó por la transparencia. “Era aún más difícil y peligroso para esos niños que sentían que sus padres no les hablaban claro”, dice.

En estos días arranca Birthler el que será su último año de mandato, el décimo, un tiempo en el que, a pesar de los servicios prestados, los libros e investigaciones promovidos y los secretos desvelados, ha sufrido críticas y sinsabores. Le han dicho de todo: que basta ya de hablar del pasado, que no debe interpretar lo que el archivo esconde, sino limitarse a gestionarlo (“cada dos años publicamos un informe de lo que hacemos y se presenta al Parlamento, y siempre ha sido evaluado muy positivamente. Llevando una institución así, una tiene que vivir con la idea de no tener sólo amigos”), que si tiene problemas con los ex comunistas dentro del partido Die Linke (“Ellos tienen problemas conmigo. Gysi se niega a admitir que colaboró con la Stasi”) o por qué hay documentos políticos fundamentales que no vieron antes la luz (como hace nada con el caso Kurras): “No fue un error, nadie nos preguntó”.

Birthler posee un discurso tan rotundo y seguro de sí, que ante la cuestión “¿qué cosa no volvería a hacer en su vida, en su trabajo?”, ella que ha sido parlamentaria y portavoz de los verdes (Bündnis 90/Die Grünen), ministra de Educación en el Estado de Brandeburgo, no sabe qué responder. “No quiero decir con esto que no haya cometido errores, pero ahora no recuerdo nada…”. No hay vista atrás para lo ya hecho, no valen nostalgias, pero sí impunidad cero ante los crímenes cometidos. “Quien desprecia y no atiende a su pasado, está condenado a revivirlo”. Y eso, afirma, es lo que podría ocurrir en España con la memoria de la Guerra Civil. Y dicho esto, pregunta por la situación del juez Garzón, acorralado por intentar mirar al pasado.

En España se murió Franco y se corrió un tupido velo… y 30 años de paz después aún está la herida abierta. En Alemania, con el régimen comunista se optó por mostrar todo… pero hay quien dice que ya basta, que mejor mirar adelante… ¿No será el punto medio el tratamiento ideal? Antes de optar por el punto medio, hay que plantearse las opciones que se tienen. Yo no aceptaría tal punto medio, porque estoy convencida de que la vía que nosotros hemos escogido para tratar nuestra memoria histórica ha servido para transformar las cosas. Al final, lo que hay que preguntarse es qué es lo que necesita una sociedad tras sufrir una dictadura, qué se necesita para garantizar la cultura política futura… Estas son las preguntas importantes. La discusión en Alemania estaba predeterminada, porque tras el fin del nacionalsocialismo esta discusión, más que nada en la República Federal, se realizó con gran retraso… Una generación más tarde se puede decir con seguridad, y está demostrado, que ese modo no fue bueno. Si uno piensa en las víctimas de la dictadura, en sus familiares, ellos necesitan justicia cuanto antes, conocer la verdad, y necesitan que ésta se airee como compensación a toda la injusticia. Es fundamental.

Quizá se ha podido hacer así en Alemania porque ustedes ya tenían el pasado nazi… y por cultura o carácter, quizá; en España, mirar y ver lo que te ha hecho el vecino podría desembocar en… más sangre. Sí, tiene razón. Y sin duda lo ocurrido aquí con el nazismo desempeñó un gran papel. Fue fundamental, cuando en el Parlamento alemán se aprobó esta ley de la memoria se decía que no había que cometer dos veces el mismo error.

¿Cuánto tiempo tendremos que seguir hablando del pasado? El pasado tiene siete vidas, como los gatos, no se puede eliminar fácilmente. Y si uno intenta omitirlo, en algún momento retornará, y lo hará fortalecido. Y lo que ustedes viven en España es la consecuencia de lo que distintas generaciones tuvieron que callar… Lo veo así: la gente que durante años intentó con energía evitar que la verdad surgiera, está envejeciendo, debilitándose. Y ahora los jóvenes dicen: “Queremos saber, tenemos derecho a ello”. Es algo que conocemos de nuestra vida personal: tras un conflicto sólo podemos seguir adelante cuando las cartas se ponen sobre la mesa y todo se aclara.

En España, las víctimas de la Guerra Civil ya han sobrepasado los setenta u ochenta años, poco a poco ya no quedan supervivientes, pero… Lo sabemos también por otros países; en tanto en cuanto la gente lleva una vida activa, reprime el horror vivido, pero cuando envejecen, rememoran su infancia y juventud de manera virulenta. Llega a ser entonces más actual que cuando uno tiene 50. Con 70 u 80 años se acuerda uno de su infancia y las heridas retornan. Yo lo conozco de Israel, allí es un gran problema para los sobrevivientes del Holocausto; cuando envejecen, aumentan los traumas, su alma está enferma. Cuando trabajaban y criaban a sus hijos, todo permanecía en orden… Yo suelo apoyar a asociaciones en Berlín a las que pueden acudir quienes estuvieron presos en los años cincuenta y sesenta y están aún traumatizados. Se trata de una generación que no acude a terapia, no hacen algo así. Pero allí van y cuentan su historia y eso les ayuda a espantar sus fantasmas. Por eso no creo que sea bueno para una sociedad guardar silencio. Necesitamos un ambiente que ofrezca la posibilidad a la gente de hablar de lo sufrido.

¿Tiene usted buenos recuerdos de su infancia y juventud en su país? Los tengo de un tiempo en que yo era joven con una interesante profesión, hijos fenomenales y andaba enamorada, o no… Trabajé en comercio exterior y luego con niños y jóvenes en la Iglesia, así que estaba feliz, pero no creía en ese sistema político. Era una dictadura, y, naturalmente, no lloro por ella. Soy escéptica incluso con esa idea de que había igualdad para las mujeres. En la RDA eran activas, pero tan excluidas del poder como en otros sitios. En el Politburó no había, en el Gobierno tampoco. Trabajaban, pero nunca pudieron cambiar su papel. Seguían siendo responsables cuando faltaba un botón en el abrigo del marido. Eso, los niños, el hogar. Era una emancipación muy unilateral.

Algunos ciudadanos, sin embargo, sienten nostalgia, aseguran que la vida entonces era relajada, segura… Se debe diferenciar la vida privada de la vida como ciudadano bajo una dictadura del SED. Lo fundamental es que en la RDA no todo era malo, lo malo era la RDA.

¿Está satisfecha por el modo en que se desarrollaron los acontecimientos, con la reunificación en 1990? Muchas cosas se podrían haber hecho de otra forma, pero soy feliz con el resultado, pues me permite vivir como ser humano libre en una democracia.

Pero persisten grandes diferencias entre ambos lados de Alemania… Los mayores problemas que tenemos aún en el Este son resultado de los cuarenta años de RDA. La economía estaba muerta; las ciudades, destruidas, y esto es algo que se tarda mucho en compensar.

¿Cree que el Gobierno federal ha hecho suficiente por el Este alemán? Si compara con otros países comunistas, podrá constatar que nosotros nos beneficiamos mucho no sólo del dinero del Oeste, sino que hemos podido reanudar 40 años de tradiciones constitucionales… esto nos ayudó a reconstruir estructuras democráticas. Pero también tiene desventajas; yo lo viví, por ejemplo, siendo ministra en Brandeburgo cuando reformamos el sistema educativo. Forma parte del proceso de madurez política el cometer errores y aprender de ellos, pero esto no era apenas posible con el Oeste ahí al lado, que lo sabía todo mejor. Nada fácil. Y opino también que no es bueno para el proceso de emancipación del Este seguir pendiente del goteo financiero del Oeste. Es un peligro. Pero de todos modos, en 1990 yo formaba parte de los que buscaban otro camino en la unificación…

¿Ah, que no estaba de acuerdo con ella? Todos la queríamos. La discusión era cómo y a qué velocidad. Llegado 1990, cuando ya estaban en preparación las primeras elecciones libres, ya no existía la discusión del pro o contra. Sólo unos pocos marginados la negaban y aún hoy existen. La gran mayoría buscaba un concepto político que la permitiera. Era lo único realista. La DDR ya no era capaz de existir. Lo que poseía era el Muro, que impedía a la gente escapar, y la Stasi para hacerla obedecer. Y sin ambos, como sistema político llegó a su final.

¿Cuántas actas ha leído? No tantas como mis colegas, algunos no hacen otra cosa.

¿Recuerda alguna historia que le haya impresionado en especial? Siempre me impresionó cómo la Stasi, que desde los años setenta comenzó a usar métodos más sutiles, empleaba el terror psicológico, perturbaba a la gente de forma sutil. Por ejemplo, entraba cada noche al piso de una señora y cambiaba las cosas de sitio o modificaba los relojes. La mujer casi enloquece, no se lo explicaba. Y cuando llegó a la conclusión de que podía ser la Stasi… no podía ni hablarlo con amigos. Porque si yo les digo a los míos: “La Stasi entra en mi piso”. “¿Y cómo lo sabes?”, preguntarían. “Porque cambian las toallas en el colgadero”. Todos pensarían que estoy paranoica. Ahí quedaba, pues, la mujer, sola con su inseguridad; ese era el objetivo: acabar con ella psicológicamente. Historias como esta son aún más alarmantes que las de detenciones. Pero mis favoritas en las actas son las que hablan de personas que la Stasi quería enrolar para espiar a otros y se negaron. No colaboraron. Son fabulosas.

En España tuvo gran éxito la película ‘La vida de los otros’. ¿Eran las cosas como ahí se cuentan? Era una ficción. Y la verdad se puede contar bien a través de ella. Así, el mensaje de la película es correcto y explica bien el ánimo en los ochenta en un escenario concreto como es Berlín, cómo la gente sufrió bajo una dictadura incruenta, cómo unos eran valientes, otros traidores y los demás desesperados. Todo esto existía. Es mi experiencia. En ese sentido, la película es muy auténtica.

Sus colegas, dice, leen muchas actas… ¿y cómo se controla que alguno no vaya a sacar información comprometida? Tenemos el llamado “principio de los cuatro ojos”: nadie va solo a los archivos. Siempre acompañado. Cuando alguien empieza a trabajar aquí, se compromete a tratar la información confidencialmente. Hasta ahora se conocen muy pocos casos de sospechas de desfalco de actas. Normalmente no pasa. Como es un centenar de personas el que está en contacto directo con ellas, hay que confiar en que lo harán con cuidado. Naturalmente, existe la posibilidad de sacarlas y creo que hay muchos periodistas que pagarían bastante por el contenido de alguna que otra… Pero no tenemos constancia.

Si en el archivo está mi acta, ¿yo puedo dar mi consentimiento para que se haga público su contenido o prohibirlo? Si usted, como particular, tiene acta aquí, sólo podemos entregársela a alguien con su expresa autorización por escrito. Depende de usted, una vez que tenga la copia en sus manos, lo que haga con ella. Algunos las han publicado. Y si usted lo decide, se permite su uso para investigación; pero si usted no dice nada, no. Debe usted confirmarlo expresamente.

Pero no es así si se trata de personalidades públicas, políticos, jueces… Correcto. Pero sólo en cuanto a su papel público. Si hay algo escrito sobre sus relaciones privadas, opinión personal o detalles financieros, entonces está regulado por la ley de igual modo que para particulares. Sólo podemos usar lo que trata de su vida pública. Y debemos informarle de ello.

Entonces no entiendo cómo quería el ex canciller Helmut Kohl impedir en 2002 que se publicaran sus actas… (de él hay en los archivos unas 7.000 páginas escritas, 2.500 de su vida privada). Yo tampoco lo entendí. Él quería que sus actas fueran tratadas como las de un particular, pero no lo pudo conseguir del todo. Finalmente se decidió que las actas de su papel público pudieran usarse para investigación… No quiero especular. Pero Kohl nunca fue partidario de la apertura de las actas, quizá por eso…

Como él, muchos ciudadanos estaban o están en contra. Hay hasta quien dice que mejor que viniera una riada y se llevara estos papeles… Sí, algunos hablaron de hacer una fogata, pero otros cambiaron de opinión, como el ministro de Finanzas, Schäuble. Pero, discúlpeme, hemos hablado de actas de afectados, de personas vigiladas… Pero aquí también están las de colaboradores de la Stasi y estas no están tan protegidas, aunque miramos cada caso individualmente. Así que investigadores y periodistas tienen derecho a trabajar con ellas y podrían citar los nombres. Esto es muy importante, la autoridad legislativa lo decidió: la traición no debe quedar anónima.

Sinfonía de maldad

JULIÁN CASANOVA El País – 23/05/2010

El proceso de acoso y derribo al juez Baltasar Garzón ha abierto nuevas vías para repensar la historia de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco y para examinar las formas en que los españoles hemos intentado durante la democracia “superar” aquellas experiencias traumáticas. Parece un buen momento además, dada la cantidad de inexactitudes y falsedades que se han dicho y escrito, para incitar la discusión sobre los usos de las memorias y los mitos en la construcción de ese pasado. Los historiadores, al menos, deberíamos hacerlo, pese a los límites y dificultades que una tarea de ese tipo siempre encuentra en la sociedad española.

Varias cuestiones han salido a la luz con toda su crudeza en los últimos meses. La primera es muy obvia: en lo que se refiere a la Guerra Civil y a la dictadura, algunos prefieren estimular la ignorancia antes de promover el conocimiento. Son los que repiten desde la política y los medios de comunicación que están hartos de memoria, de historia de la Guerra Civil y de la dictadura; que, con la que está cayendo, su expresión favorita, ya vale de mirar al pasado. No tienen ningún problema, sin embargo, en recordar o reinventar, para adaptarla a su gusto, la historia de la Reconquista, de los Reyes Católicos, del descubrimiento de América, de la grandeza de la monarquía imperial o de la gloriosa Guerra de la Independencia. Solo usan la historia que les sirve para conmemorar su maravilloso presente como políticos.

En varios países de Europa occidental, después de la Segunda Guerra Mundial, e incluso en los años cincuenta, como sucedió en Francia con un grupo de soldados alsacianos de las SS, muchos criminales fascistas fueron amnistiados en nombre de la reconciliación nacional. Tras el silencio sobre el pasado de fascismo y comunismo, resistencia y colaboración, hubo investigaciones que revelaron la parte más incómoda de esa historia y comenzó a discutirse sobre las implicaciones que la negación y ocultación de hechos criminales había tenido para la sociedad civil democrática. La educación de los ciudadanos sobre su pasado sirvió después de beneficio para el futuro.

Nada de eso ha ocurrido en España, donde se legitima a los verdugos franquistas por los supuestos crímenes anteriores de sus víctimas. Da igual que los historiadores presenten sólidas pruebas de que la Guerra Civil la provocó un violento golpe de Estado contra la República y de que esa guerra y la posterior dictadura fueron desastrosas para nuestra historia y para nuestra convivencia. Treinta y cinco años después de la muerte de Franco, demostrada hasta la saciedad la venganza cruel, organizada e inclemente que administró a todos sus oponentes, todavía tiene que aparecer un diputado o político relevante del Partido Popular que condene con firmeza el saldo de muerte y brutalidad dejado por las políticas represivas de la dictadura y defienda el conocimiento de esa historia como una parte importante del proceso de aprendizaje de los valores democráticos de la tolerancia y de la defensa de los derechos humanos. Todo lo que se les ocurre es recordar el terror rojo, como si la función del relato histórico fuera equilibrar las manifestaciones de barbarismo. Es como si para explicar el gulag y los crímenes estalinistas tuviéramos que recurrir a la represión de la policía del zar o a las tropelías del Ejército Blanco durante la guerra civil rusa.

La violencia política de los militares sublevados contra la República se llevó a la tumba a 100.000 personas durante la guerra y 50.000 más en la posguerra. El juez Baltasar Garzón quiso investigar las circunstancias de la muerte y el paradero de todas esas víctimas, abandonadas muchas de ellas por sus asesinos en las cunetas de las carreteras, en las tapias de los cementerios, enterradas en fosas comunes, asesinadas sin procedimientos judiciales ni garantías previas.

La lucha por desenterrar ese pasado, el conocimiento de la verdad y el reconocimiento jurídico y político de esas víctimas nunca fueron señas de identidad de nuestra transición a la democracia, y un sector importante de la sociedad muestra todavía una notable indiferencia hacia la causa de quienes padecieron tanta persecución. Los mitos y ecos de la propaganda franquista se imponen a la información veraz porque cientos de miles de personas poco o nada aprendieron en las aulas sobre esa historia y porque algunos medios de comunicación jalean y aplauden a los seudohistoriadores encargados de transmitir en un nuevo formato las viejas crónicas de los vencedores. No se trata para ellos de explicar la historia, sino de enfrentar la memoria de los unos a las de los otros, recordando unas cosas y ocultando otras, sacando a pasear otra vez las verdades franquistas, que son, como los mejores especialistas sobre ese periodo han demostrado, grandes mentiras históricas.

Se ha instalado entre nosotros la discordia y una sinfonía de maldad suena en España cuando se intenta rescatar del olvido y de la manipulación esas historias de víctimas y verdugos. Eso es lo que ha sorprendido tanto fuera de nuestras fronteras, en prestigiosos medios de comunicación: que en vez de investigar los crímenes del franquismo, se persiga a quienes, como Baltasar Garzón, han tenido el valor de exigir información, verdad y justicia.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

La justicia es lenta; la injusticia, rápida

CRISTINA ALMEIDA El País – 22/05/2010

En España la justicia es lenta. Es lenta para proteger los derechos y libertades de los ciudadanos. Es lento el Tribunal Supremo para resolver recursos. Es superlento el Constitucional para renovarse, gracias a que su situación actual aprovecha a determinados partidos políticos, y es provocadoramente lento para resolver un recurso por encima de voluntades autonómicas, acuerdos parlamentarios o referendos ciudadanos. Es lenta, sí, y eso ya no es justicia.

Pero estoy asombrada de la rapidez que tiene cuando quiere realizar injusticias o perpetrar atropellos jurídicos. Me imagino al magistrado Luciano Varela trabajando mañana, tarde y noche para resolver en un solo día más de cinco recursos, y en algún caso, sobre todo cuando se quiere defender a sí mismo, con muchísimos folios. Todo ello con una finalidad: que llegue al Consejo del Poder Judicial un auto apresurado, pero suficiente para él, por la finalidad que persigue, en el que inicia el juicio oral contra Baltasar Garzón. Un Garzón al que, por supuesto, Varela le ha denegado todas sus pruebas, al tiempo que se las ha admitido al seudosindicato Manos ¿qué?, al que, además, cual maestro ejemplar, le ha dictado, a su gusto, un escrito de acusación. El que supuestamente era el juez, con sus lecciones magistrales a Manos ¿qué?, se ha convertido de hecho en el único acusador de Garzón. Y todo ello en 24 horas. ¿Habéis conocido alguna vez, ciudadanos, profesionales del Derecho, tal rapidez?

Y en cuanto al Consejo del Poder Judicial, ¿habéis observado la celeridad sorprendente de que en dos días se convoquen las reuniones necesarias para poder suspender al juez Baltasar Garzón, y esta se acuerde con presteza y unanimidad? La consumación de la injusticia fue rápida, en dos horas despacharon el tema y, acto seguido, llamaron por teléfono a Garzón para decirle que estaba suspendido en sus funciones y que tenía que dejar la Audiencia Nacional. Y ahí se terminaron las prisas. Misión cumplida: el juez Garzón había sido humillado.

Se rechazó incluso la posibilidad de dar una salida digna, por temporal que fuera, al asunto accediendo previamente a que Garzón se fuera en comisión de servicios a La Haya. Esto ya no tenía tanta prisa y se vería después. Porque somos mayoría los que tenemos la seguridad de que, en algún momento, nuestros tribunales verán la razón y desmontarán toda esta trama de envidias, rencillas y disparates jurídicos que estamos viviendo, y de que, si llega a ser juzgado, Garzón será absuelto.

Se nos ha dicho que el Consejo del Poder Judicial no tenía más remedio que suspender al magistrado una vez que había recibido el auto de apertura del juicio oral. ¿Pero se preocuparon sus señorías del Consejo de averiguar el porqué de la rapidez del juez Varela? Si ese auto es firme porque en principio no tiene recurso, ¿no recibieron ninguna noticia de que penden otros varios recursos ante la Sala del Tribunal Supremo, algunos de ellos de suma importancia, para no consumar este ataque sin precedentes a Garzón?

Quiero recordar que existen dos recursos, de importancia extrema, para resolver antes de seguir adelante. De un lado, la defensa de Garzón ha presentado recurso contra otro auto del rápido Varela haciendo constar que la instrucción no estaba terminada puesto que estaba recurrida la denegación de la totalidad de las pruebas solicitadas por el magistrado, lo que supone una absoluta indefensión.

Por otra parte, tanto el ministerio fiscal como la defensa de Garzón presentaron recursos de nulidad de actuaciones ante lo insólito del actuar del instructor dando instrucciones precisas tanto a Falange como a Manos ¿qué? para que volvieran a hacer los escritos de acusación en la forma que él les indicaba, lo que evidencia una actuación totalmente contraria al procedimiento. El ministerio fiscal solicita que se tengan por no hechas en forma esas acusaciones y, en consecuencia, se archive el procedimiento.

Pero eso no importaba. Los miembros del Consejo ni tan siquiera concedieron una oportunidad a la Sala para conocer esos recursos determinantes a la hora de seguir o no con la acusación. Solo les interesaba suspender a Garzón. Los derechos y la justicia, ya se verá.

Sé que hay muchos jueces que no comparten esta concepción de la justicia. Sé que hay muchos que realizan un cotidiano trabajo, a veces extenuante, para impartir justicia a los ciudadanos. A todos y a todas les muestro mi respeto. Pero sí quiero expresar mi más rotunda indignación por lo que está ocurriendo con Garzón.

Después de 42 años como abogada, muchos luchando por una justicia democrática, que para nada existía en mis primeros tiempos de duro ejercicio profesional, cuando defendía a trabajadores y presos políticos durante el franquismo, no puedo quedarme impasible ante la posibilidad de que en nombre de la justicia, que recuerdo que “emana del pueblo”, se puedan cometer este tipo de atropellos. La sociedad necesita sentirse amparada por la credibilidad y la confianza en sus instituciones de justicia, y hoy esa credibilidad está totalmente en entredicho, no solo en España, sino en todos los países democráticos.

Por ello termino al contrario de como empecé: la injusticia es rápida.

Cristina Almeida es abogada.

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Un artículo relacionado:

¿Qué justicia es esta?

“La perversión está en el sistema de cuotas de los partidos y en que los jueces las hayamos aceptado”.- “Para hacer carrera hay que estar en las asociaciones, y mejor en unas que en otras”.- Hablan los jueces que acusan al poder político de afectar a su independencia.

La memoria histórica asalta Cannes

La presentación de ‘Hors la loi’ de Rachid Bouchareb reaviva el fantasma del colonialismo francés en Argelia y desata la polémica

BORJA HERMOSO El País21/05/2010

Manifestaciones de grupos de extrema derecha, de asociaciones de ex combatientes y de pieds noirs (los franceses repatriados de Argelia tras la independencia de 1962), presencia masiva de policía antidisturbios en los aledaños del Palacio de Festivales, cacheos especiales a los acreditados del Festival durante el acceso a las salas, cruces de acusaciones políticas y páginas especiales en los diarios franceses de debate en torno al pasado colonial y su legado… (‘Francia-Argelia: ¿se pueden reconciliar las memorias?’, titula hoy el rotativo Le Monde en su portada )… y todo ello sobre la alfombra roja que suele acoger las pisadas de las estrellas rutilantes: el Festival de Cannes ha cambiado hoy el glamour por el debate político, y todo por culpa de una película: Hors la loi (Fuera de la ley) del realizador francés de origen argelino Rachid Bouchareb .

Como pasa con otros países -léase España- y su memoria histórica, ocurre que también hay ‘dos Francias’: la que admite las burradas que la República cometió en Argelia durante el período colonial (el torturador Le Pen sabe mucho de eso) y está dispuesta a reabrir el debate las veces que haga falta, y aquella que -intensificando día tras día su ‘no’ a cualquier atisbo de arrepentimiento- exhibe un orgullo casi pornográfico en su defensa de la grandeur, incluida la grandeur de lo que fue la vieja potencia colonial hasta la declaración de independencia de Argelia en 1962.

Así que hoy ha aterrizado en Cannes, con la intensidad de fondo y forma que define a las heridas reabiertas, la eterna controversia en torno a la guerra de Argelia. La nueva película de Bouchareb –cuyo trabajo Indigènes también hablaba sobre los problemas de los argelinos franceses y ya fue premiado hace cuatro años en Cannes con un galardón colectivo para todos sus actores- tiene otra vez como evidente telón de fondo temático lo que el actor Jamel Debbouze ha definido hoy en Cannes como “la mala pareja que hacen la República y la Colonia”.

El argumento narrado por Bouchareb, la historia de tres hermanos y una madre separados por culpa de la guerra, tiene su punto de partida en las matanzas de 1945 tras una manifestación celebrada por independentistas argelinos en la localidad de Sétif, donde un policía francés disparó a un joven manifestante que enarbolaba una bandera de la Argelia independiente. La ira de los independentistas se tradujo en el asesinato de más de un centenar de colonos franceses y europeos. Pero la posterior y brutal represión de las fuerzas francesas, coordinada desde París por el propio gobierno del general De Gaulle, arrojó cifras que hablan de entre 1.200 y 45.000 muertos según las fuentes (las de los archivos civiles franceses y británicos acotan el número de muertos entre 6.000 y 15.000, cifras que los sucesivos gobiernos de la República nunca han reconocido oficialmente.

El affaire Hors la loi estaba caliente desde el mes de noviembre, cuando el diputado neogaullista Lionel Lucca acusó a Rachid Bouchareb de haber firmado “una película antifrancesa a la mayor gloria del Frente de Liberación Nacional argelino” y de haber “falseado la Historia”. La polémica subió de tono cuando se supo que Lucca había hecho estas declaraciones sin haber visto la película, lo que no le impidió indignarse de que “Francia haya podido financiar algo así” (Canal Plus Francia y el Centro Nacional de la Cinematografía han sido las dos principales fuentes de financiación de la película, una coprodcucción entre Francia, Argelia, Bélgica, Túnez e Italia). Incluso se ha llegado a decir que desde el Palacio de Matignon, sede del primer ministro francés, se han ejercido presiones sobre los responsables del Festival de Cannes para que esta película no concursara bajo bandera francesa… cosa que ha acabado ocurriendo, pues lo hace bajo pabellón argelino.

Rachid Bouchareb se ha mostrado esta mañana indignado ante el ‘ruido’ que ha armado su presencia en Cannes y se ha dicho “francamente sorprendido ante las medidas de seguridad `puestas en marcha hoy aquí”. “Esta película está hecha para abrir un debate, no para provocar enfrentamientos; yo ya sabía que el pasado colonial seguía provocando ciertas tensiones en este país, pero que haya suscitado tal violencia verbal es increíble y me entristece. Quiero que, de una vez por todas, todo el mundo pueda manifestar sus opiniones sobre la cuestión, y que se pase página. Las nuevas generaciones tienen que saber lo que pasó, no hay razón para que hereden el pasado, ha dicho el director.

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Tráiler de la película Hors la loi de Rachid Bouchareb:

[youtube http://www.youtube.com/watch?v=C1_opLxdpzE]

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La Legión marcha por la alfombra roja (Público)

Rojo tuvo una “relación difícil” con la URSS

El manuscrito inédito del general desvela su escepticismo ante la llegada del bolchevismo a España después de la Guerra Civil

PAULA CORROTO MADRID – Público – 21/05/2010 08:20

El general Vicente Rojo y Juan Negrín, en 1938.

El general Vicente Rojo y Juan Negrín, en 1938.Efe

El general Vicente Rojo (Valencia, 1894- Madrid, 1966) no era comunista. Era un militar católico. Es más, jamás pensó que España caería en el bolchevismo con la República, como entonces insistieron el ejército rebelde, y Francia e Inglaterra para negar su ayuda tras el estallido de la Guerra Civil al Gobierno legítimo. Sin embargo, fue un hombre leal a la República y reconoce en sus manuscritos que las fuerzas soviéticas eran necesarias para la victoria, sin que eso supusiera una entrega política e ideológica del país al comunismo.

Esta es una de las tesis que aparece en sus escritos sobre la guerra, hasta ahora inéditos, publicados por RBA (Historia de la Guerra Civil española). “Fue una relación difícil. Los rusos llegaron con mucha soberbia y hubo incidentes en los que Rojo se vio envuelto. Sin embargo, coincidió con los comunistas en un mismo discurso de nación”, cuenta Jorge Martínez Reverte, autor del prólogo del libro y descubridor, junto a Mario Martínez, del manuscrito en el Archivo Histórico Militar de Madrid.

Otro de los mitos es el de que la guerra ya estaba casi iniciada en 1934. “Rojo señala su sorpresa por el alzamiento. Nunca lo previó y le sorprende que haya algunos amigos envueltos”, comenta Reverte.

En la recuperación se sostiene también que no todo el ejército de la República estaba lleno de golpistas. Es más, hubo una gran mayoría, como Rojo, Menéndez o Matallana, que desde el principio permanecieron leales. Esta decisión fue la que, según Martínez Reverte, “hizo que el golpe de Estado derivara en una guerra que duró tres años”.

Adiós al mito de la milicia

Rojo desmiente así el mito romántico de las milicias comunistas. “Fueron importantes, pero sin la labor de resistencia de los altos mandos, no se hubiera aguantado tanto. La República tenía una ejército plenamente democrático que creía en ella”, indica Reverte, quien manifiesta que, tras la guerra, estas fuerzas “fueron aniquiladas por el franquismo. También sucumbieron ante la visión idealista de la milicia”.

Rojo explica en su manuscrito el conocido “plan P” para ganar la guerra. Este consistía en una gran ofensiva desde Andalucía a Catalunya. Pronto vio que no había recursos. Su propuesta desesperada fue atacar a Alemania para provocar una gran guerra europea. Como Juan Negrín, pensaba que un conflicto bélico a gran escala podría acabar con la masacre española. Fue Manuel Azaña quien le impidió poner en marcha esta estrategia: “Era una locura, pero él siempre buscó la victoria”, afirma Reverte.

El manuscrito finaliza en 1938. Hasta esa fecha su visión era optimista. “Él siempre pensó en que iban a ganar. Madrid resistía a pesar del abandono del Gobierno. Todo se acabó cuando cayó el norte”, remacha Reverte.

Las víctimas de Franco toman el testigo de las Madres de Mayo

Cientos de familiares de fusilados protestan en Madrid contra la impunidad

DIEGO BARCALA MADRID – Público – 21/05/2010

Familiares de víctimas del franquismo, ayer, en la Puerta del Sol  de Madrid.guillermo sanz

Familiares de víctimas del franquismo, ayer, en la Puerta del Sol de Madrid. Guillermo Sanz

La Puerta del Sol de Madrid se transformó ayer en la plaza del 25 de Mayo de Buenos Aires. Cientos de familiares de víctimas del golpe de 1936 se reunieron en torno a la estatua ecuestre de Carlos III, en el centro de España, para protestar, como en su día las madres argentinas, en este caso contra la impunidad del franquismo.

A las ocho de la tarde decenas de ciudadanos caminaban en un círculo cerrado junto a la escultura portando fotos de fusilados. Media hora después ya eran cerca de 300 personas las que giraban alrededor de la plaza. “Nada es más doloroso que el desamparo de los familiares de un desaparecido. Para Argentina era muy doloroso ver a las madres girar. Llegó un momento que fue una vergüenza sólo mirar”, resumió el actor argentino Juan Diego Botto, familiar de un desaparecido de la dictadura militar suramericana.

La Plataforma contra la Impunidad del Franquismo, fundada a raíz del proceso del Tribunal Supremo contra el juez Baltasar Garzón, ha decidido repetir a partir de ahora esta protesta cada jueves. Su actividad consiguió ayer reunir a muchos ciudadanos que hasta hace poco tiempo eran ajenos al movimiento.

“Yo no tengo ningún familiar fusilado pero creo que nos ha llegado el momento de protestar. Sé que mucha gente no se suma a estas protestas por falta de afinidad con Garzón, pero hay que entender que no se trata de defender a este juez concreto. Si no hubiera sido él habrían parado a cualquiera que lo hubiera intentado”se explicaba Paloma Sánchez, de 30 años.

El abogado argentino, Carlos Slepoy, que representa a los familiares de fusilados que denunciaron el franquismo en Argentina, acudió también a la protesta.

En blanco y negro

Los turistas italianos, aficionados del Inter de Milán, se sorprendieron con la multitud de fotos en blanco y negro de víctimas como Julián Grimau o Salvador Puig Antich. Alguno se animó a recoger los folletos que anunciaban el concierto del próximo lunes que el grupo Barricada ofrecerá en el Teatro Lara de Madrid contra la impunidad delfranquismo.

La venta de las entradas (entre 10 y 15 euros) irá destinada a otras actividades de la plataforma, como la manifestación nocturna en la que se prevé encender 113.000 velas en recuerdo de todas las personas que los franquistas hicieron desaparecer.

Junto a varios actores como Juan Diego y escritores como Almudena Grandes acudieron representantes políticos como Pedro Zerolo, responsable de movimientos sociales de la Ejecutiva del PSOE, que destacó la “analogía” entre las víctimas españolas y las argentinas.

“Garzón, al menos, tiene cierto apoyo mediático”

FRANCISCO PEREGIL El País – 20/05/2010

Flores: “Sin la presión de España no habrá justicia en mi país”.- ULY MARTÍN

El restaurante lo elige su amigo Ramón Sáez Varcárcel, uno de los tres magistrados de la Audiencia Nacional que ejerció su voto a favor de Baltasar Garzón en su decisión de investigar los crímenes del franquismo. La juez hondureña Tirza Flores, de 46 años, a semejanza de Garzón, ha sido despedida como magistrada por la Corte Suprema de Justicia del país, un órgano que aglutina las funciones que en España se reparten el Supremo, el Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial.

La decisión se tomó el pasado 5 de mayo. Tirza Flores, junto a otros tres magistrados y un defensor público, todos ellos miembros de la asociación hondureña Jueces para la Democracia, serán apartados de su profesión. La causa oficial es haber acudido a “manifestaciones fuera de horario laboral” contra el golpe de Estado que se perpetró el 28 de junio de 2009 contra el entonces presidente Manuel Zelaya. Al expediente de Flores se le suma el hecho de haber presentado una demanda ante la sala constitucional de la Corte Suprema contra el golpe de Estado.

Es Ramón Sáez quien la ilustra sobre las sardinas marinadas en salmorejo y las alcachofas de Tudela.

El viernes pasado, horas antes de que Garzón se despidiera de la Audiencia entre abrazos y lágrimas, Ramón Sáez organizó un encuentro entre Garzón y Flores. “Su caso es muy grave, pero Garzón, al menos, cuenta con un apoyo mediático e internacional que en Honduras sería impensable”, señala Flores. “En mi país, el presidente [Porfirio] Pepe Lobo no es quien manda. Los que mandan son unas 10 familias, las mismas que estaban detrás del golpe de Estado. Si la Unión Europea y España no van a cambiar su política respecto a Lobo; al menos que lo presionen para que se respeten los derechos humanos. Sin la presión de España no habrá justicia en Honduras”.

Tirza Flores, hija y madre de abogados, es también hermana del letrado Enrique Flores, quien fue ministro de presidencia con Zelaya y ha acompañado al ex presidente en su exilio.

Flores bromea sobre la lentitud con la que come. Y evita los detalles personales. No cuenta que hace dos años, durante su mes de vacaciones, pasó 28 días en huelga de hambre en solidaridad con un grupo de jóvenes fiscales que protestaban por la paralización de unos casos de corrupción que estaban investigando.

La juez lamenta que, tras las elecciones del pasado 29 de noviembre, no reconocidas por la ONU ni por la Unión Europea, Honduras haya caído en el olvido. “Y, sin embargo, allí se siguen violando los derechos humanos. Desde que Lobo es presidente han muerto asesinadas 17 personas de la resistencia contra el golpe. Es muy difícil ofrecer estadísticas porque el Gobierno no promueve la investigación de estos casos”.

Dos de los jueces sanciona-dos -Guillermo López y Luis Chévez- iniciaron el lunes una huelga de hambre. López es su marido, pero ella oculta el dato siempre que puede. “Es que me da pudor. Cuando la gente se entera empieza a preocuparse por nuestra situación. Y aunque es verdad que nos quedaremos sin sueldo, saldremos adelante. En Honduras hay millones de personas en peores condiciones que nosotros”.