‘Un archivo guarda el horror y el coraje de muchos’

LOLA HUETE MACHADO – El País –  23/05/2010

Para la administradora del archivo de la Stasi, la policía secreta de la dictadura comunista en la Alemania del Este, conservar la memoria histórica es proteger un tesoro.

La reconciliación es un asunto personal, no político o nacional. No es cosa que pueda organizar u ordenar la política. Lo dijo una vez e insiste en ello ahora esta mujer, que es la administradora de uno de los archivos de la memoria más importantes del mundo, el de la Stasi, la policía secreta del partido comunista gobernante ( Partido Socialista Unificado, SED), en la extinta República Democrática Alemana (RDA, 1949-1990): “Yo soy cristiana; por tanto, eso que dije se corresponde con mi experiencia. La conciliación es algo que ocurre entre personas, tiene que ver con emociones y no puede producirse sin exponer claramente la verdad. Es una trampa eso de ‘venga, no hablemos de lo ocurrido, nos perdonamos y ya’. No. Esos no son cimientos sólidos para construir nada”.

Marianne Birthler (1948) es desde 2000 lo que se llama Comisionada Federal para los Documentos del Ministerio para la Seguridad del Estado (BStU en sus siglas alemanas) y tiene en sus manos los secretos (la basura y otras cosas, como luego explicará) de esa maquinaria infatigable y meticulosa que fue la policía política de su país natal repleta de espías, mirones, informantes, delatores (unos cien mil oficiales; el doble, inoficiales) que trastocaron y acabaron con muchas vidas y sueños. Ahí está todo guardado para ser consultado, en 158 kilómetros de estanterías repletas de actas, casi 40 millones de fichas personales, aún más de 15.000 sacas llenas de pedazos de papel por recomponer (una docena de personas se encargan de hacerlo a mano y, en paralelo, en el instituto Fraunhofer de Berlín se prueba un nuevo sistema electrónico para acelerar el proceso), aquello que a los de la Stasi les dio tiempo a destruir antes de que los propios ciudadanos del Este, tras la caída del Muro en 1989, ocuparan la sede dispuestos a proteger ese material elaborado con detalles de sus vidas. Casi tres millones de alemanes han solicitado consultar las actas desde 1990; en el último año, 102.658. “Con estas cantidades es una tarea de generaciones, porque no estaba previsto tal demanda de apertura de actas. Cada año más. Por parte de particulares, de medios, de científicos… Las actas no sólo interesan por la Stasi, sino por la RDA, lo mismo si se trata de deporte, cultura, iglesia o de oposición y resistencia… Esta es una de las fuentes básica para la investigación de la RDA”. Así que, aunque Birthler ya no esté, existirá autoridad y archivo de la Stasi aún un tiempo (luego pasará al Archivo Federal): “Al menos hasta 2019. Serán 30 años después de la revolución”.

¿Qué sintió usted el día que supo que todo este material estaba en sus manos? Cuando me preguntaron si quería el puesto, dudé. Era una gran responsabilidad y tenía miedo de que a partir de ese momento, leyendo las actas, mi vida estuviera condicionada por ese horror. Me acuerdo que tras tomar posesión, me organizaron un día dentro del archivo. Tenía pavor. Pensé: “Voy a entrar en contacto con el lado oscuro y amenazante de mi nueva tarea, seguramente a la noche estaré deprimida y lloraré al saber lo que los humanos son capaces de hacerse entre sí…”. Pero fue distinto. Esa noche regresé alegre a casa. Por dos razones: me di cuenta de lo bueno que era guardar esas actas, porque podemos aprender de ellas lo que la gente es capaz de hacer, y porque recogen historias fabulosas de personas valientes que opusieron resistencia o se mantuvieron honestas. Desearía que todos los países que han sobrevivido a una dictadura tuvieran papeles así para conocer al detalle el destino de personas detenidas, asesinadas… Aquí, en el terrible lenguaje de la Stasi quedó todo grabado, y creo que sería un verdadero botín para España, por ejemplo, tener información así de quiénes eran esas personas, lo que dijeron, cómo se mantuvieron firmes durante los interrogatorios… Nosotros tratamos este material escrito como un verdadero tesoro.

La memoria de un país entero… Sí, estas historias se usan a menudo en la formación política, con jóvenes, porque muestran cómo la gente siempre tiene posibilidad de decidir cómo portarse. A veces asumiendo gran riesgo… En los últimos años de la RDA era distinto, ya no temíamos por nuestra vida. La situación había cambiado, no es igual temer ser detenido que asesinado, tal como sucedía en los primeros años, brutales y sangrientos. Al final, la presión era más sutil; por ejemplo, a mis hijas no les permitieron hacer el bachiller, porque yo era de la oposición…

¿Cuántas historias escondidas se descubrirán aún entre estos papeles? Habrá nuevas. Pero, dado que empezamos tan pronto con la apertura de las actas y con discusiones sobre personas públicas, no cuento ya con una gran ola de descubrimientos. Serán más bien casos individuales desconocidos, tal como sucede desde hace años. En los noventa se sabía de dos o tres nuevos nombres cada semana. Afortunadamente, esto se acabó.

Su familia quedó dividida entre el Este y el Oeste. Usted vivía en el Este, ¿era vigilada por la Stasi? Sí. Yo era activista, de la oposición, claro que nos vigilaban.

¿Y es correcta la información que recopilaron sobre ustedes? Hay quien consulta las actas y comprueba que nada coincide con la realidad… Se debe decir que la Stasi preparaba las actas con minuciosidad. Se trataba de un aparato militar y ese era su instrumento de trabajo más importante. Tenían alto interés en que las actas se elaboraran correctamente. Cuando oficiales o colaboradores no oficiales describían algo de manera imprecisa, no era un pecadillo, sino un delito disciplinario. Naturalmente, los informes de colaboradores de la Stasi son siempre subjetivos, contienen fallos, pero esto lo sabía la dirección y por eso siempre usaban varios confidentes si se trataba de personas importantes. Un amigo mío, conocido disidente, encontró en sus actas informes de más de 80 confidentes. Y la Stasi podía unirlos como si fueran folios para relativizar las inexactitudes y obtener una imagen muy precisa.

El despacho de la administradora se encuentra en la sede del BStU, un edificio con el aire socialista del Berlín de antaño, una mezcla entre institucionalidad y funcionalidad. Un vistazo desde las ventanas muestra un paisaje aún con huellas del pasado, pero bien batido ya con la nueva realidad unificada del Berlín actual, tan turístico y de moda. Hasta el nombre de la calle delata el lugar que fue: Karl-Liebknecht-Strasse, 31, al lado de la Alexanderplatz, la plaza escenario donde se levanta la torre de la televisión visible desde toda la ciudad y ese hotel-mole escenario que venía a probar lo bien que le iba al comunismo. Vestida de traje gris, media melena rubia, anillos de diseño de plata, al verla sentarse en el sofá con un cruce de piernas decidido, una la imagina lidiando con los problemas de aquel tiempo en la RDA, peleando por sus ideas como joven opositora y catequista desde una organización evangelista o advirtiendo a sus hijas sobre las circunstancias en que vivían con su voz confortable, su porte de mujer poderosa y segura de sí: “Esto es lo que sucede, de esto no habléis en la escuela…”. No era fácil que lo entendieran, pero aun entonces apostó por la transparencia. “Era aún más difícil y peligroso para esos niños que sentían que sus padres no les hablaban claro”, dice.

En estos días arranca Birthler el que será su último año de mandato, el décimo, un tiempo en el que, a pesar de los servicios prestados, los libros e investigaciones promovidos y los secretos desvelados, ha sufrido críticas y sinsabores. Le han dicho de todo: que basta ya de hablar del pasado, que no debe interpretar lo que el archivo esconde, sino limitarse a gestionarlo (“cada dos años publicamos un informe de lo que hacemos y se presenta al Parlamento, y siempre ha sido evaluado muy positivamente. Llevando una institución así, una tiene que vivir con la idea de no tener sólo amigos”), que si tiene problemas con los ex comunistas dentro del partido Die Linke (“Ellos tienen problemas conmigo. Gysi se niega a admitir que colaboró con la Stasi”) o por qué hay documentos políticos fundamentales que no vieron antes la luz (como hace nada con el caso Kurras): “No fue un error, nadie nos preguntó”.

Birthler posee un discurso tan rotundo y seguro de sí, que ante la cuestión “¿qué cosa no volvería a hacer en su vida, en su trabajo?”, ella que ha sido parlamentaria y portavoz de los verdes (Bündnis 90/Die Grünen), ministra de Educación en el Estado de Brandeburgo, no sabe qué responder. “No quiero decir con esto que no haya cometido errores, pero ahora no recuerdo nada…”. No hay vista atrás para lo ya hecho, no valen nostalgias, pero sí impunidad cero ante los crímenes cometidos. “Quien desprecia y no atiende a su pasado, está condenado a revivirlo”. Y eso, afirma, es lo que podría ocurrir en España con la memoria de la Guerra Civil. Y dicho esto, pregunta por la situación del juez Garzón, acorralado por intentar mirar al pasado.

En España se murió Franco y se corrió un tupido velo… y 30 años de paz después aún está la herida abierta. En Alemania, con el régimen comunista se optó por mostrar todo… pero hay quien dice que ya basta, que mejor mirar adelante… ¿No será el punto medio el tratamiento ideal? Antes de optar por el punto medio, hay que plantearse las opciones que se tienen. Yo no aceptaría tal punto medio, porque estoy convencida de que la vía que nosotros hemos escogido para tratar nuestra memoria histórica ha servido para transformar las cosas. Al final, lo que hay que preguntarse es qué es lo que necesita una sociedad tras sufrir una dictadura, qué se necesita para garantizar la cultura política futura… Estas son las preguntas importantes. La discusión en Alemania estaba predeterminada, porque tras el fin del nacionalsocialismo esta discusión, más que nada en la República Federal, se realizó con gran retraso… Una generación más tarde se puede decir con seguridad, y está demostrado, que ese modo no fue bueno. Si uno piensa en las víctimas de la dictadura, en sus familiares, ellos necesitan justicia cuanto antes, conocer la verdad, y necesitan que ésta se airee como compensación a toda la injusticia. Es fundamental.

Quizá se ha podido hacer así en Alemania porque ustedes ya tenían el pasado nazi… y por cultura o carácter, quizá; en España, mirar y ver lo que te ha hecho el vecino podría desembocar en… más sangre. Sí, tiene razón. Y sin duda lo ocurrido aquí con el nazismo desempeñó un gran papel. Fue fundamental, cuando en el Parlamento alemán se aprobó esta ley de la memoria se decía que no había que cometer dos veces el mismo error.

¿Cuánto tiempo tendremos que seguir hablando del pasado? El pasado tiene siete vidas, como los gatos, no se puede eliminar fácilmente. Y si uno intenta omitirlo, en algún momento retornará, y lo hará fortalecido. Y lo que ustedes viven en España es la consecuencia de lo que distintas generaciones tuvieron que callar… Lo veo así: la gente que durante años intentó con energía evitar que la verdad surgiera, está envejeciendo, debilitándose. Y ahora los jóvenes dicen: “Queremos saber, tenemos derecho a ello”. Es algo que conocemos de nuestra vida personal: tras un conflicto sólo podemos seguir adelante cuando las cartas se ponen sobre la mesa y todo se aclara.

En España, las víctimas de la Guerra Civil ya han sobrepasado los setenta u ochenta años, poco a poco ya no quedan supervivientes, pero… Lo sabemos también por otros países; en tanto en cuanto la gente lleva una vida activa, reprime el horror vivido, pero cuando envejecen, rememoran su infancia y juventud de manera virulenta. Llega a ser entonces más actual que cuando uno tiene 50. Con 70 u 80 años se acuerda uno de su infancia y las heridas retornan. Yo lo conozco de Israel, allí es un gran problema para los sobrevivientes del Holocausto; cuando envejecen, aumentan los traumas, su alma está enferma. Cuando trabajaban y criaban a sus hijos, todo permanecía en orden… Yo suelo apoyar a asociaciones en Berlín a las que pueden acudir quienes estuvieron presos en los años cincuenta y sesenta y están aún traumatizados. Se trata de una generación que no acude a terapia, no hacen algo así. Pero allí van y cuentan su historia y eso les ayuda a espantar sus fantasmas. Por eso no creo que sea bueno para una sociedad guardar silencio. Necesitamos un ambiente que ofrezca la posibilidad a la gente de hablar de lo sufrido.

¿Tiene usted buenos recuerdos de su infancia y juventud en su país? Los tengo de un tiempo en que yo era joven con una interesante profesión, hijos fenomenales y andaba enamorada, o no… Trabajé en comercio exterior y luego con niños y jóvenes en la Iglesia, así que estaba feliz, pero no creía en ese sistema político. Era una dictadura, y, naturalmente, no lloro por ella. Soy escéptica incluso con esa idea de que había igualdad para las mujeres. En la RDA eran activas, pero tan excluidas del poder como en otros sitios. En el Politburó no había, en el Gobierno tampoco. Trabajaban, pero nunca pudieron cambiar su papel. Seguían siendo responsables cuando faltaba un botón en el abrigo del marido. Eso, los niños, el hogar. Era una emancipación muy unilateral.

Algunos ciudadanos, sin embargo, sienten nostalgia, aseguran que la vida entonces era relajada, segura… Se debe diferenciar la vida privada de la vida como ciudadano bajo una dictadura del SED. Lo fundamental es que en la RDA no todo era malo, lo malo era la RDA.

¿Está satisfecha por el modo en que se desarrollaron los acontecimientos, con la reunificación en 1990? Muchas cosas se podrían haber hecho de otra forma, pero soy feliz con el resultado, pues me permite vivir como ser humano libre en una democracia.

Pero persisten grandes diferencias entre ambos lados de Alemania… Los mayores problemas que tenemos aún en el Este son resultado de los cuarenta años de RDA. La economía estaba muerta; las ciudades, destruidas, y esto es algo que se tarda mucho en compensar.

¿Cree que el Gobierno federal ha hecho suficiente por el Este alemán? Si compara con otros países comunistas, podrá constatar que nosotros nos beneficiamos mucho no sólo del dinero del Oeste, sino que hemos podido reanudar 40 años de tradiciones constitucionales… esto nos ayudó a reconstruir estructuras democráticas. Pero también tiene desventajas; yo lo viví, por ejemplo, siendo ministra en Brandeburgo cuando reformamos el sistema educativo. Forma parte del proceso de madurez política el cometer errores y aprender de ellos, pero esto no era apenas posible con el Oeste ahí al lado, que lo sabía todo mejor. Nada fácil. Y opino también que no es bueno para el proceso de emancipación del Este seguir pendiente del goteo financiero del Oeste. Es un peligro. Pero de todos modos, en 1990 yo formaba parte de los que buscaban otro camino en la unificación…

¿Ah, que no estaba de acuerdo con ella? Todos la queríamos. La discusión era cómo y a qué velocidad. Llegado 1990, cuando ya estaban en preparación las primeras elecciones libres, ya no existía la discusión del pro o contra. Sólo unos pocos marginados la negaban y aún hoy existen. La gran mayoría buscaba un concepto político que la permitiera. Era lo único realista. La DDR ya no era capaz de existir. Lo que poseía era el Muro, que impedía a la gente escapar, y la Stasi para hacerla obedecer. Y sin ambos, como sistema político llegó a su final.

¿Cuántas actas ha leído? No tantas como mis colegas, algunos no hacen otra cosa.

¿Recuerda alguna historia que le haya impresionado en especial? Siempre me impresionó cómo la Stasi, que desde los años setenta comenzó a usar métodos más sutiles, empleaba el terror psicológico, perturbaba a la gente de forma sutil. Por ejemplo, entraba cada noche al piso de una señora y cambiaba las cosas de sitio o modificaba los relojes. La mujer casi enloquece, no se lo explicaba. Y cuando llegó a la conclusión de que podía ser la Stasi… no podía ni hablarlo con amigos. Porque si yo les digo a los míos: “La Stasi entra en mi piso”. “¿Y cómo lo sabes?”, preguntarían. “Porque cambian las toallas en el colgadero”. Todos pensarían que estoy paranoica. Ahí quedaba, pues, la mujer, sola con su inseguridad; ese era el objetivo: acabar con ella psicológicamente. Historias como esta son aún más alarmantes que las de detenciones. Pero mis favoritas en las actas son las que hablan de personas que la Stasi quería enrolar para espiar a otros y se negaron. No colaboraron. Son fabulosas.

En España tuvo gran éxito la película ‘La vida de los otros’. ¿Eran las cosas como ahí se cuentan? Era una ficción. Y la verdad se puede contar bien a través de ella. Así, el mensaje de la película es correcto y explica bien el ánimo en los ochenta en un escenario concreto como es Berlín, cómo la gente sufrió bajo una dictadura incruenta, cómo unos eran valientes, otros traidores y los demás desesperados. Todo esto existía. Es mi experiencia. En ese sentido, la película es muy auténtica.

Sus colegas, dice, leen muchas actas… ¿y cómo se controla que alguno no vaya a sacar información comprometida? Tenemos el llamado “principio de los cuatro ojos”: nadie va solo a los archivos. Siempre acompañado. Cuando alguien empieza a trabajar aquí, se compromete a tratar la información confidencialmente. Hasta ahora se conocen muy pocos casos de sospechas de desfalco de actas. Normalmente no pasa. Como es un centenar de personas el que está en contacto directo con ellas, hay que confiar en que lo harán con cuidado. Naturalmente, existe la posibilidad de sacarlas y creo que hay muchos periodistas que pagarían bastante por el contenido de alguna que otra… Pero no tenemos constancia.

Si en el archivo está mi acta, ¿yo puedo dar mi consentimiento para que se haga público su contenido o prohibirlo? Si usted, como particular, tiene acta aquí, sólo podemos entregársela a alguien con su expresa autorización por escrito. Depende de usted, una vez que tenga la copia en sus manos, lo que haga con ella. Algunos las han publicado. Y si usted lo decide, se permite su uso para investigación; pero si usted no dice nada, no. Debe usted confirmarlo expresamente.

Pero no es así si se trata de personalidades públicas, políticos, jueces… Correcto. Pero sólo en cuanto a su papel público. Si hay algo escrito sobre sus relaciones privadas, opinión personal o detalles financieros, entonces está regulado por la ley de igual modo que para particulares. Sólo podemos usar lo que trata de su vida pública. Y debemos informarle de ello.

Entonces no entiendo cómo quería el ex canciller Helmut Kohl impedir en 2002 que se publicaran sus actas… (de él hay en los archivos unas 7.000 páginas escritas, 2.500 de su vida privada). Yo tampoco lo entendí. Él quería que sus actas fueran tratadas como las de un particular, pero no lo pudo conseguir del todo. Finalmente se decidió que las actas de su papel público pudieran usarse para investigación… No quiero especular. Pero Kohl nunca fue partidario de la apertura de las actas, quizá por eso…

Como él, muchos ciudadanos estaban o están en contra. Hay hasta quien dice que mejor que viniera una riada y se llevara estos papeles… Sí, algunos hablaron de hacer una fogata, pero otros cambiaron de opinión, como el ministro de Finanzas, Schäuble. Pero, discúlpeme, hemos hablado de actas de afectados, de personas vigiladas… Pero aquí también están las de colaboradores de la Stasi y estas no están tan protegidas, aunque miramos cada caso individualmente. Así que investigadores y periodistas tienen derecho a trabajar con ellas y podrían citar los nombres. Esto es muy importante, la autoridad legislativa lo decidió: la traición no debe quedar anónima.

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