Los traidores que alimentaron el fuego de Auschwitz

Autobiográfico y doloroso. Jacob Presser se enfrentó a sus recuerdos años después en un campo de concentración

PEIO H. RIAÑO MADRID – Público – 17/05/2010

Dos palabras prohibidas: tren y Auschwitz. Nadie en el campo de concentración holandés de Westerborck menciona el viaje que el convoy emprende cada martes con 970 judíos locales hasta el campo de exterminio polaco. A las doce de la noche anterior, se lee la lista de los condenados en los barracones. Por orden alfabético. Aquello es un aquelarre, se chilla, se regatea, se suplica cada vez con más violencia. Una bolsa de vidas humanas. Camino del exterminio, el tren de la muerte cargó 93 veces durante dos años.

“He visto personas que bailaban, presas de alegría salvaje, dando vueltas como movidas por una fuerza elemental, besándose y tocándose de la manera más obscena; he visto a otros corretear como dementes, cayéndose y levantándose una y otra vez, golpeándose contra los bancos, contra las mesas, las paredes, para ir a caer definitivamente y quedarse en el suelo pateando y agitando los brazos; he visto cómo una mujer mordía en la yugular a su hermana, que no estaba en la lista, y, por lo tanto, no iba al tren, y a un hombre sacarse los ojos, mientras tres pasos más allá otro sollozaba de alegría. Yo he visto esto, yo mismo, muchas noches de perdición. Yo lo he visto”, escribe Jacob Presser (1899-1970) sobre las reacciones al leer la lista.

Cuando los alemanes toman Holanda en 1940, el profesor e historiador Presser y su joven mujer tratan de escapar por mar, pero fracasan y regresan a Ámsterdam. Intentan suicidarse apuñalándose el uno al otro, pero no lo consiguen. La raza aria les amenaza, se salvan en un par de ocasiones tras ser detenidos, hasta que ella comete un error fatal. Sale a la calle sin su estrella de David bordada y es detenida cuando iba en un tren, camino al este de Holanda, donde se ocultaba su madre. Inmediatamente, la mandan a Westerborck. Tras cinco días de arresto, la envían al campo de exterminio de Sobibor, en Polonia, donde es asesinada.

Jacob permaneció oculto desde entonces hasta la liberación, combatiendo con la resistencia y pasando informes sobre el campo de concentración de Westerborck. Había sobrevivido al Holocausto, pero no soportaba el silencio de la memoria amarga. A Presser los recuerdos le consumían hasta que diez años después de la liberación de Westerborck expurgó la culpa con papel y lápiz.

Escribió La noche de los girondinos, un testimonio novelado, una autobiografía con disfraz, sobre el revanchismo y el odio con los que se cargaba cada martes aquel tren camino de Auschwitz. En los próximos días, la editorial Barril y Barral publicará este libro, que permanecía inédito al castellano y que supone un caso único por documentar la colaboración de judíos con los nazis.

No llega a las 100 páginas y cuando apareció en 1957, fue repartido gratuitamente entre el público de la Semana del Libro Holandés, con una tirada de 150.000 ejemplares. Buen ejercicio para una memoria fuerte. Presser relata la historia de Jacob, que escribe en sus últimas horas preso en un calabozo aislado del resto tras rebelarse contra su superior, el ayudante del jefe del campo nazi. Un pequeño héroe tragicómico, que no soporta seguir gestionando el exterminio de sus hermanos.

Libre, pero a qué precio

Él no era uno de los amenazados. Era un profesor de Historia judío a lo largo del libro, la biografía y la memoria de Presser se cruzan una y otra vez con la de su personaje, hasta desvirtuar los límites entre memoria y novela, pero estaba libre de muerte, como el resto que dejaron de ser perseguidos por colaborar con los 12 alemanes que controlaban el vasto campo de concentración holandés.

Al Servicio del Orden, compuesto por un centenar de traidores, los presos le llamaban la SS judía. Mantenían bajo el horror y la amenaza a sus vecinos. Sólo tenían que elegir de entre sus paisanos cuáles morirían. Lograban que en el campo de concentración se viviera de semana en semana, de martes a martes, de tren a tren.

“Nuestras palabras tajantes, nuestros gestos despóticos siempre dispuestos a dar media vuelta, despectivos. Nosotros, unos cuantos intelectuales, unos cuantos oficinistas, unos cuantos obreros, unos cuantos viajantes de comercio y vendedores ambulantes, nosotros éramos ante los demás, indudablemente, la hez repulsiva creada por Dios, forajidos y gánsteres”, describe el cuerpo al que pertenece.

Regla uno: o ellos o yo. Regla dos: permanecer impasible. “Quien es blando o medio blando va al tren”, señala Cohn, el ayudante judío de Schaufinger, el comandante nazi que controla el campo. Cohn era el señor de la vida y la muerte, paseaba con una fusta por la calle principal de los barracones. Todos los presos le rendían pleitesía. Cohn, cínico, ruin y atroz, es uno de los personajes más despreciables sobre los que se han escrito.

Relato contra la mentira

En el prólogo de la primera edición holandesa, el escritor Abel F. Herzberg, otro superviviente del exterminio, resume cómo era Westerbork con claridad: “Los seres humanos no eran más que hojas secas, caídas, no sólo sin raíz, sino también sin tallo, sin tronco ni rama, hojas que únicamente habían caído o, mejor dicho, que revoloteaban por el suelo según el viento, según cada corriente de aire, sin lazo alguno entre sí, apartadas de toda comunidad”.

Presser dice por boca de su protagonista que escribe para no volverse loco, pero aclara que todo lo que cuenta es lo que ha visto. Basta con cambiar los nombres que ha escogido por los reales para que sea el Westerbork que fue. Subraya y repite que “fue así”, que él lo vio, que estuvo allí y tiene la necesidad de aclarar, de luchar contra la fantasía. La noche de los girondinos no puede ser un “gran guiñol”, como él mismo dice; sólo contará “la verdad completa, desnuda, sin exageraciones”.

Junto a la maldad de los colaboradores, aparece la ferocidad de los vecinos que se denuncian para quedarse con las propiedades del acusado, como el caso del médico que salió a la calle apresurado para resolver una urgencia médica y se olvidó su estrella en casa. Con eso bastó para perder la vida. El propio protagonista no hizo nada para salvar a su amada, a quien ayudó a subir al tren. Se define como “canalla inmundicia”.

Las mujeres encintas tenían derecho a la vida hasta seis semanas después del nacimiento de su hijo. Sin embargo, él mismo admite haber metido a mujeres antes de los primeros dolores del parto. El personaje Jacob reconoce la miseria de la codicia, la ambición, las “ansias incontenibles”. El autor Presser advierte que cualquiera olvida su honradez “en un momento” para convertirse en un tirano.

Kirjailija Leena Landerin mielestä sisällissodan murhia ei ole selvitetty

Helsingin Sanomat – 14.5.2010

Kirjailija Leena Lander kuvattuna Vartsalan sahan  kasarmirakennuksen edessä. Hänen uusi romaaninsa Liekin lapset sijoittuu  Halikon Vartsalaan.
Kirjailija Leena Lander kuvattuna Vartsalan sahan kasarmirakennuksen edessä. Hänen uusi romaaninsa Liekin lapset sijoittuu Halikon Vartsalaan. Kuva: Vesa-Matti Väärä.

Kirjailija Leena Lander kysyy uudessa romaanissaan Liekin lapset, pitäisikö Suomen vuoden 1918 sisällissodan murhista nostaa vihdoin syytteitä. Liekin lapset -romaani sivuaa muun muassa toukokuun 1918 tapahtumia Halikon Märynummella. Tuolloin voittajat määräsivät viitisenkymmentä miestä ja poikaa kaivamaan ensin kuopan ja tappoivat sen jälkeen joukon kymmenen henkilön ryhmissä.

“Romaanin hätkähdyttävä voima nousee humaanista kokonaisnäkemyksestä, siitä miten molemmilla puolilla sekä leirien välillä ollaan täsmälleen samoja lapsia, ennen kuin törmäillään, rimpuillaan, antaudutaan ja muokkaannutaan väännöksiksi – aikuisiksi, kansalaisiksi, vihollisiksi”, Antti Majander kirjoittaa arviossaan.

Lue romaanin arvio lauantain Helsingin Sanomista.

Todo sobre la chica de ‘Nada’

Una biografía desvela los trágicos fantasmas de Carmen Laforet

CARLES GELI El País15/05/2010

Carmen Laforet en una imagen de los años cincuenta. Portada de Nada.

Nada: inopinado oasis en pleno erial literario de 1945. Un relámpago, primera novela de una chica de 24 años que estrenó el premio Nadal de la editorial Destino. Éxito total. Inmediatamente, sonrisa de ella que será una máscara. Y también, un “querer ser invisible”, un horror en caída libre hacia la página en blanco y una huida sinfín que acabará, reforzada por una enfermedad neurovegetativa, con la imposibilidad de levantar un bolígrafo.

Es la triste vida de Carmen Laforet, estrella rutilante de las letras españolas de posguerra y ahora motivo de una primera biografía con la que Anna Caballé e Israel Rolón, han obtenido el premio Gaziel 2009. Carmen Laforet. Una mujer en fuga (RBA) son 515 páginas rebosantes de material inédito, de las que puede extraerse una gran conclusión, según Caballé: “Uno se ha de enfrentar a sus fantasmas; huir de ellos acaba teniendo un coste brutal”. El libro rebosa de dramáticos espectros.

– Cenicienta en Canarias. ¿Fue feliz alguna vez Laforet? A ratos. Sin duda, los dos años que pasó de pequeña en el piso de sus abuelos, donde nació el 6 de septiembre de 1921, y hasta noviembre de 1923, cuando la familia marchó a Las Palmas. La felicidad total se alargó sólo hasta 1934, cuando su madre muere. El marido se casó con la peluquera de su mujer, que se esmeró en borrar a la madre de unos niños a los que mortificaría. Y el padre lo consintió. “Carmen le adoraba y su actitud la destrozó”. Lo disimuló con su pose fantasiosamente despreocupada, una máscara. Al final, una obsesión: la figura de una odiosa madrastra es omnipresente en tres de sus novelas, con protagonistas huérfanos: Nada (1945), La isla y sus demonios (1952) y La insolación (1963).

– A la literatura, por un abrigo. Un chantaje moral al padre y el pretexto de los estudios de Filosofía y Letras la llevan a su primera huida: Barcelona. Pero el piso de los abuelos ya no es el paraíso: es fiel reflejo de la gris ciudad española de posguerra, miseria que aguantó nueve meses y que, unida a un amor frustrado, serán el germen de Nada. No tiene dinero para comprar un abrigo, así que instigada por su tía Carmen se presenta en diciembre de 1942 a un premio literario del Frente de Juventudes. Lo gana. Y gracias a una de las 600 cartas que escribirá, dará pistas de que prepara una novela.

– El doble filo de ‘Nada’. Como un relámpago: el último día de convocatoria del primer premio Nadal aterriza un paquete con Nada. Deslumbrante: la frustración que destila la sociedad de la inmediata posguerra y la perspectiva femenina le dan la victoria contra pronóstico. El amigo intelectual de su mejor amiga, Manuel Cerezales, la ha inscrito tras leerla y sugerirle cambios. ¿Y de que la retocara? “Vi el manuscrito original y no hay nada de nadie más”, testimonia Caballé. Del éxito al enigma pasan apenas semanas: 5.000 pesetas de premio (vivía con 200 al mes de su padre), libro más vendido de 1945, pero también cosas extrañas: “La escribí en ocho meses”, declara, cuando la rehacía y rompía desde dos años atrás. ¿Por qué mentir?

– Patito feo entre intelectuales. Sorprende la falta de calado intelectual y hermetismo del personaje, que contrasta con las virtudes de la obra. “Ella no quería ser escritora profesional, quería vivir y de golpe se vio fiscalizada y eso la rompió emocionalmente”. A la familia Nada le ha sentado fatal, al verse retratada por los cuatro costados. Cerezales, con quien se casa embarazada de dos meses en otra muestra de su espíritu libre, le dice que la literatura no es autobiografía… Empiezan las inhibiciones y presiones: tendrá cinco hijos entre 1946 y 1957 y las necesidades económicas la fuerzan a un articulismo olvidable y a unos cuentos algo mejores (La llamada, 1954). Nueva huida: así retrasa afrontarse a otra novela. Lo detecta y se lo dice Ramón J. Sender desde su exilio en EE UU. Será el único intelectual que la respetará. “Nada está escrita con toda libertad y fuerte componente autobiográfico; forzada por las inhibiciones, se volvió muy costumbrista: quería que su obra no transparentara”. La tumba la sellaría Cerezales, de quien se separará en 1970 con la condición de que firmara ante notario que no podría escribir nada sobre sus 24 años de vida conyugal. “Mi pulverización como ser humano”.

– Mujeres, anfetaminas, tarot. La vocación se le fue esfumando poco a poco. En 1964, confiesa: “soy una mala escritora”. Desesperada, vive ya desde 1952 una etapa de misticismo religioso. Queda para rezar por las mañanas con una nueva amiga, Lili Álvarez, famosísima tenista finalista en Wimbledon. Pero esa conversión religiosa parece ser fruto del amor: se dibuja una pulsión homosexual.”Siempre buscó mujeres fuertes, bíblicas, pero no creo que consumara su homosexualidad: se reprimió”.

Ni viajando de verdad (París, EE UU, Roma…) se aleja de sus dificultades. Al contrario, recrudecen: desde los 60 avanza una enfermedad neurovegetativa y vive en un constante tiovivo emocional, quizá debido al Minilip, medicación a base de anfetaminas para adelgazar. “Digamos que le acabó gustando la química”, suaviza la biógrafa. “Escribir me da una pereza casi invencible (…). Me horroriza, pero así, patológicamente, cualquier forma de aparición en público”. Escribe, cuando puede, y rompe. Nada le gusta. Tanto, que ni devolverá nunca corregidas las galeradas que en 1973 le hacen llegar de Al volver la esquina. “Sabía que ese libro no estaba ya nada bien”, cree Caballé. La desesperación la llevó a aficionarse al tarot, al que acabaría consultando su vida. Pero llegó a un bloqueo físico y mental que no podía ni levantarse de la cama, ni firmar un cheque. “Tengo que realizar algo bueno, malo o regular, pero realizarlo”, se grita. El 28 de febrero de 2004 falleció, quizá con la sensación de que los fantasmas habían ganado.

A guerra, a vaca e o primeiro avión

MANUEL RIVAS El País – 07/05/2010

Había un ruxerruxe inquietante. Unha alarma que aparecía na sombra oblicua da tipografía das noticias.

Os dous avós sentiron de perto as gadoupas da cacería humana que se desatou co triunfo do golpe. Un estivo nas portas da morte e outro andou un tempo, canda algúns compañeiros, fuxido no monte.

Pero todo o que eu lles oín verbo da guerra foron dúas historias nas que falaban os paxaros. Dous agoiros asociados á natureza. E por mor deles, ambos os dous souberon con algunha certeza o que ía pasar antes de que pasara.

A comezo daquel mes de xullo, Manuel Barrós, o avó de Corpo Santo, volveu un día a casa apesarado e silandeiro, el que era tan animoso e falador. Non lle prestou comer. E non recuperou o espírito até que rompeu a falar e contou o que acontecera. Nunha corredoira, o combate de dúas bubelas. Dúas bubelas? Vaia, ho! Non era a cousa para tanto. A verdade é que el vira moitas veces pelexas de animais, o desafío dos machos, mais nunca sentira un arrepío semellante. As dúas bubelas peteirábanse a morte. O avó tentou espantalas, mais non facían caso dos berros nin da ameaza dun fungueiro. Aquelas pequenas aves converteran todo o seu corpo nun arma. Todo o seu ser nunha pulsión de morte. E meu avó decidiu afastarse do lugar do horror. Interpretou aquilo como unha derrota da natureza toda. El, que non era nada supersticioso, dixo: “Algo terríbel vai pasar”.

Na outra historia, na de meu avó paterno, a presenza dun ave era máis ben fonosimbólica. Unha mañá moi cedo, por aquelas mesmas datas, Manuel Rivas, carpinteiro, de Sigrás, ía camiño do traballo subido con outros moitos obreiros no remolque dun camión. Ía unha brétema moi mesta, que o camión furaba a modo. Despois dunha curva, xurdiu pola beira da estrada, como unha aparición, un cura de sotana. Era un ser corpulento, e ademais do saión, leva un gran sombreiro negro de ala plana e redonda. Os obreiros, sorprendidos no abrente, ollaron en demorado travelling para o aparecido, que ía ficando atrás. Até que un deles, un mociño, imitou dende o remolque o grallar dun corvo carnazal:

-Groc, groc, groc!

Houbo risos pola brincadeira, pero entón aínda tiveron tempo para oír a voz tronante:

-Ride, ride! Xa riremos todos a mediados de mes!

E meu avó, despois de lembrar aquel episodio, murmuraba como quen descifra de súpeto e abraiado un enigma histórico: “Sabíao! Aquel cura sabía o que ía pasar!”. Sempre me impresionou o potencial dese relato: alguén que é posuidor dun alto segredo, vai e descóbreo por mor dunha burla infantil.

Manuel, o de Sigrás, estaba afiliado ao Sindicato. E dicir sindicato nas Mariñas coruñesas era dicir CNT. Participou na longuísima folga para acadar a xornada laboral de oito horas. E cando mencionaba esa loita, un brevísimo inserto no silencio, volvía a refulxir dende o pouso do iris un melancólico orgullo libertario.

A diferenza do avó labrador, que ás veces falaba só cunha elevación feiticeira, estoutro avó carpinteiro era de moi poucas falas. Mellor dito, expresábase cun morse de silencios. E os seus únicos allegros eran o doce xúbilo das ferramentas e da madeira. Unha vez lin un texto que falaba das calidades máis valoradas nos obradoiros de pintura de Flandres: “A ollada fértil, a man sincera”. Eran dúas condicións que partillaban o labrador, o carpinteiro e a costureira. Porque a avoa, Dominga, era costureira e bordadora. Tiveron tres fillas e un fillo, o que sería meu pai, que foi nacer en Zamora e nun día de neve, cando meu avó traballaba no camiño de ferro para o tren a Galicia. Así que a crianza tivo sorte: o primeiro son que puido ir foi o do pai facendo o berce.

As cousas complicáronse despois. Co último parto, na costureira manifestaríase unha doenza que acabaría amolándoa para sempre, por máis que resistiu. O peor para unha familia obreira, na fame de posguerra, é que non había nin traballo nin terra. Ás nenas coidábanas as tías. Dúas delas, solteiras, moi delicadas e cun gusto exquisito, servían en Coruña e converteran a súa casiña nunha auténtica casiña de bonecas. O destino de meu pai foi ben diferente. Era algo así como un pequeno bravú. Case non puido ir á escola. Para que comese, mandárono a vivir cos avós, que eran labradores, a lindar vacas. E ese foi o seu traballo durante anos. Ir de mordomo das vacas.

Un día escoitou un ruído tremendo no ceo. Era un avión bimotor. Parecía que xusto ía aterrar alí. Meu pai contaba que estaba tan perto que lle podía ver a cara ao piloto. El miraba para o piloto e o piloto para el. E a mesmo curiosidade tivo a vaca. Verlle a cara ao piloto. Meu pai ergueu a cabeza e a vaca tamén. E a punta do corno xusto foi dar na coviña do maxilar inferior, onde lle quedou unha ben torneada cicatriz.

Xa de maior, ás veces dicíanlle que unha cicatriz así facía máis interesante a un home. Preguntábanlle como se fixera esa coviña, estilo Robert Mitchum. E meu pai respondía con precisión histórica: “Foi entre unha vaca e un avión!”.

En guerra con El Corte Inglés

DIEGO A. MANRIQUE El País – 10/05/2010

El boom de las biografías de rock también se manifiesta en España. Tras debutar con El chico de la bomba, Loquillo publica Barcelona ciudad (Ediciones B), crónica de sus vivencias en los setenta, década aquí alargada hasta el 23-F.

En nuestro rock, nadie se trabaja la automitificación como José María Sanz. Muchos de sus recuerdos nos suenan: forman parte del andamiaje que sostiene su leyenda. Más problemática resulta ese ansia por aportar gravitas a sus andanzas, insertándolas en el marco político-cultural. Imposible evitar un respingo ante esta pincelada de 1976: “Descubrimos la verdadera cara del comunismo leyendo Archipiélago Gulag, del escritor Alexandr Isáievich Solzhenitsin, que ganó el Premio Nobel y es de edición y lectura obligada”. Aún aceptando que Loquillo -en cuya casa abundaban las novelas de Sven Hassel- leyera Archipiélago Gulag a los 16 años, asombra que le sirviera para descubrir las maldades soviéticas, habida cuenta de que se supone que familiares suyos militaron en la CNT y el POUM. En realidad, le preocupaba más maquearse que cualquier ideología: consigue su primera chupa de cuero en un almacén que vende uniformes de la Guardia Civil. Su coartada: la Benemérita se mantuvo leal a la República.

Pero ¿quién puede resistirse a embellecer un autorretrato? En otras páginas, sí que reconoce torpezas adolescentes en relación con el sexo, en contra de su imagen actual de ladykiller. Una vez despojada de sus afeites, Barcelona ciudad es la historia de un pillo, que busca y aprovecha las oportunidades, convirtiéndose en radiofonista, periodista, figurante televisivo y cara conocida de la Barcelona de la Transición, aun antes de grabar un disco.

Su argumento central: aquella fue una ciudad excitante, eventualmente castrada por Pujol. Se trata de una ocurrencia sobrevenida: en realidad, él también rechaza a los disidentes de la norma nacionalista, fueran marginales (los quillos rumberos de periferia) o burgueses renegados (el clan Zeleste). Fascinado por la contracultura estadounidense, Loquillo se ofende -“no es eso, no es eso”- cuando se encuentra con sus equivalentes autóctonos. Detesta a los hippies locales y sabotea conciertos montados por el PSUC.

Mejor no pedir coherencia a Barcelona ciudad. Pero el libro ofrece la descripción impagable de un momento único, una de esas confrontaciones que muestran la grandeza y el absurdo de las subculturas juveniles. Hacia 1978, con el éxito de Grease, el rock and roll es tendencia de temporada. Y El Corte Inglés ofrece, en su planta joven, la “moda rock and roll”. Allí se presentan los rockers barceloneses:

“Le largamos un discurso al responsable del lugar del sacrilegio. El pobre señor Pinto no entiende por qué nosotros, que vamos anunciando lo que él vende, le soltamos toda clase de improperios. Kaki toma la iniciativa y con su peculiar azento inicia la cruzada:

-Ustedes no tienen derecho a vendé un eztilo de vida.

-Sólo es una moda, cálmate, muchacho.

-Si venden un estilo de vida, inviertan en un local de rock and roll, identifíquense con lo que anuncian, ¡coño! (Sí, el de la visión de negocio soy yo).

-Para nosotros sólo es una moda -insiste el señor Pinto.

-Pues bien, le damo unoz diez diaz de margen y zi no retira zus escaparates volveremo y lo haremo nosotros mismo… Queda advertido -zanja el Kaki.

“Con dos cojones, sí señor, unos niñatos amenazando a El Corte Inglés. Y sucede lo inevitable: una maraña de tipos de uniforme aparece de improviso, dando lugar al clásico enfrentamiento entre un nutrido grupo de rockers que defienden apasionadamente su lugar en el mundo y el poder establecido, que como siempre pretende arrebatárselo”.

Sirva como recordatorio del arrojo y la ingenuidad de los rockers, quizás uno de los movimientos juveniles menos comprendidos. El texto de Loquillo da pistas sobre los motivos: de visita en Madrid, se salva de una agresión facha -pijos con pistola- por la intercesión de un famoso rocker local. Al otro extremo político, hoy sabemos que algunos defensores de la estética rocker han terminado, en su obsesión por la “autenticidad”, identificándose con los “hombres de acción” de 1936 que, en el bando republicano, cultivaron las infames artes del paseo y el saqueo.

CFP: La memoria novelada

PRIMERA CIRCULAR – CALL FOR PAPERS

Simposio internacional “La memoria novelada: Hibridización de géneros, interdiscursividad y metaficción en la novela española actual

Aarhus (Dinamarca), 18,19 y 20 de noviembre de 2010.

Estimados colegas:

El Departamento de Español del Instituto de Lengua, Literatura y Cultura de la Universidad de Aarhus, se complace en comunicarles que queda abierto el plazo de recepción de comunicaciones para poder intervenir en el simposio internacional que tendrá lugar en nuestra Universidad en el mes de noviembre del presente año.

El núcleo sobre el que girarán las propuestas científicas que pueden aportar tiene como referencia la novela española actual y los caminos que a través de ella nos permiten realizar un análisis de la memoria histórica española antes, durante y después del franquismo. No obstante, con el objeto de establecer vínculos pertinentes con otros discursos narrativos, las comunicaciones también están abiertas al campo de las reflexiones entorno a las producciones cinematográficas y a las manifestaciones literarias en red (especialmente publicadas a través de blogs).

Para tener una información más detallada sobre el simposio (programa preliminar, finalización del plazo de recepción de comunicaciones, inscripción, etc.), les remitimos a la siguiente página web: http://memorianovelada.au.dk/.

Por último, les rogamos que tengan la amabilidad de difundir el evento que estamos organizando entre su red de contactos académicos o de personas interesadas en el tema.

En caso de que necesiten algún tipo de indicación complementaria, no duden en escribirnos al siguiente correo electrónico: memorianarrada@hum.au.dk. De igual manera, pueden llamarnos a los siguientes números de teléfono: (+45) 89426451 (Hans Lauge Hansen, director del simposio) o (+45) 89426450 (Juan Carlos Cruz Suárez).

Muy atentamente les saluda,

El comité organizador
Hans Lauge Hansen
Ana Bundgaard
Juan Carlos Cruz

“Toda guerra es una puta guerra”

BORJA HERMOSO El País07/05/2010

Dos viñetas del cómic La guerra de las trincheras (1914-1918), de Jacques Tardi.-

Bajo las nubes de gas tóxico, sobre el barro que ahoga las trincheras y entre las ratas gigantescas que imitan a los soldados huyendo del caos, surge un hombrecillo de barba canosa, aspecto entrañable, verbo incendiario y mucha mala leche. Atiende al nombre de Jacques Tardi, tiene 64 años y lleva 40 plasmando en dibujos y textos algo tan odioso y tan banal como el horror de la guerra, “de las putas guerras, porque toda guerra es una puta guerra”, se apresura a remachar, cabreado como una mona.

Hace mucho que Tardi es una de las estrellas indiscutibles del cómic europeo. Y desde ayer, el invitado de honor del 28º Salón del Cómic de Barcelona, donde presenta su última obra, titulada, sí, lo han adivinado, ¡Puta guerra! (Norma), secuela, prolongación o consecuencia lógica, llámesele como se prefiera, de su espeluznante clásico La guerra de las trincheras, publicado en 1993.

La I Guerra Mundial, objeto de ambos volúmenes, es una obsesión para este autor empeñado en desmentir las voces de los prejuiciosos que insisten en ningunear al cómic en tanto que lenguaje narrativo. Esas voces tan solemnes a las que les parece fatal que el “arte secuencial” descrito por Will Eisner en 1985 y cuyos orígenes se remontan a las tiras cómicas de la prensa popular estadounidense de los primeros años del siglo XX encuentre su lugar bajo el sol en librerías (fenómeno creciente) y en medios de masas.

A lo que vamos: Jacques Tardi encuentra su medio camino entre las prescindibles solemnidades de uno y otro bando en esto de los tebeos, y explica: “Ya es tarde para despreciar al cómic como género, está ahí desde hace tiempo y es indiscutible su potencia y eficacia narrativa; si el cómic es un arte o no, si es arte menor o mayor, o si se llama tebeo, cómic o novela gráfica, me da exactamente igual, no me interesa nada el debate, sólo el placer que experimento ejerciendo el oficio”.

¿Y cómo ejerce ese oficio en un país como el suyo, Francia, donde los grandes autores llegan a convertirse en auténticas estrellas en vez de tener que emigrar o dedicarse a la publicidad o al ostracismo, como ocurre en España?: “Por la mañana me levanto, me siento en la mesa de dibujo, veo lo que hice la noche anterior, me rasco la cabeza, pienso si está bien o si hay que repetirlo o retocarlo, y así paso mis días… sin que nadie me toque las narices”.

Él supo lo que quería ser -pensador y dibujante de tebeos- muy de pequeñito, quizá porque enseguida le vio a la cosa un aire de contracorriente: “Durante mucho tiempo también hubo en Francia ese desprecio al medio; cuando yo iba al cole tenía un profesor que se divertía destrozando en el estrado delante de toda la clase los tebeos que encontraba en mi carpeta… y un buen día me dije: ‘Coño, a lo mejor es que los tebeos son algo subersivo’, y me dije también: ‘Coño, esto puede ser una profesión”.

Las aventuras extraordinarias de Adèle Blanc-Sec es la otra cara de Jacques Tardi y, para muchos de sus seguidores, la preferida: un homenaje a la literatura popular y a las viejas novelas por entregas. “Es mi vuelta a la infancia, un psicólogo diría que es como una regresión. Yo soy el único guionista y me tomo una libertad total, no es como con las historias de la guerra, en las que procuro ser fiel a la realidad histórica”.

Pero son las historias sobre la I Guerra Mundial -nacidas de la experiencia personal de su abuelo en las trincheras del norte de Francia- las que le catapultaron hace tiempo al Olimpo de la historieta europea, en una veta de fondo y forma situada más o menos en las Antípodas del mundo de los superhéroes a la salsa Marvel y del manga nipón. Pero a este señor de vocación libertaria los problemas le llovieron pronto: “El primer guión que le propuse a René Goscinny para la revista Pilote, año 72, creo recordar, era una historia de seis o siete páginas sobre la I Guerra Mundial… ¡No entendió nada! Lo rechazó porque pensó que me quería reír de los soldados muertos”.

El cine de Abel Gance, Chaplin o Kubrick (Senderos de gloria se cita como influencia básica en La guerra de las trincheras) y la literatura de Hemingway, Dalton Trumbo o Louis-Ferdinand Céline (de quien ilustró para Gallimard El viaje al final de la noche, de la que le acaban de proponer hacer una versión en dibujos animados) sobrevuelan las historias de Tardi sobre “la puta guerra”.

Esa guerra que él sitúa como principio y fin de casi todo lo que es el género humano: “Es lo que define el mundo en el que hoy vivimos, sin ella no se entiende nada de la II Guerra Mundial ni de lo que vino después… es el fomento del odio al otro, es comprobar que si a alguien le das un uniforme lo conviertes en asesino en potencia”. Tardi, un señor armado hasta los dientes con lápiz y papel. Un tipo al que le gusta repetir: “Quiero a los pobres hombres, odio a los generales”.

Los soldados de Tardi aguardan en el refugio

Badalona y el Salón del Cómic dedican una exposición al historietista francés y los horrores de la guerra

FERMÍN ROBLES El País05/05/2010

Badalona y el Salón del Cómic dedican una exposición al historietista francés y los horrores de la guerra

El miedo para Jacques Tardi tiene cara de soldado raso, con el casco calado, la mirada perdida y el rostro cadavérico. En la obra del veterano historietista francés (Valence, 1946), las atrocidades de la I Guerra Mundial son un tema casi omnipresente. Porque más que las gestas militares, Tardi quiere retratar la absurdidad del conflicto y las historias a pie de trinchera en un cómic claramente antimilitarista y bien documentado gracias a la colaboración con el historiador Jean Pierre Verney, que hace ya más de 30 años que dura.

Sus personajes, los protagonistas de cómics como Puta guerra! -cuya versión integral presentará el autor en el Salón del Cómic que arranca mañana, donde será la principal atracción- o La guerra de las trincheras, han encontrado donde resguardarse estos días: la muestra que la sala de exposiciones El Refugi -situada en un antiguo refugio antiaéreo de la Guerra Civil- le dedica en Badalona hasta el 30 de mayo, en colaboración con el propio salón. Para la ciudad, que acogerá el futuro Museo del Cómic de Cataluña, es una gran ocasión para ir abriendo boca y reivindicar ya el noveno arte.

Tardi ha sido el encargado de presentar sus propias láminas. “Yo planteó preguntas porque no he encontrado respuestas sobre la guerra. ¿Por qué no había más combatientes que desertaban? Algunos historiadores presentan al soldado como alguien que lucha convencido por unos ideales. Se han inventado el concepto de sacrificio colectivo, que para mí es poesía pura”, señala irónico el autor, hijo de un militar. “Lo que yo quiero es mostrar al pobre tío que está en el frente, que pasa frío bajo la tempestad y quiere volver a casa. Nada de superhéroes, yo tengo más capacidad para identificarme con el que sufre. Por eso he querido mostrar la miseria del día a día en las trincheras”, explica Tardi ante sus viñetas, que en ocasiones no ahorran en realismo y muestran las ratas y el agua putrefacta en la que se hincaban las botas de los soldados. Esos a los que las balas sí alcanzaban. “Es un tema del que no intento huir, hace unos 40 años que me dedico”.

Las historietas de Tardi son una manera de volver a la Primera Gran Guerra. El dibujante cuenta en su trabajo con la ayuda del historiador Jean-Pierre Verney, que cuenta que a menudo viaja con Tardi sobre el terreno de las batallas. “Compartimos indignaciones comunes. La guerra del 14 fue la negación de los derechos humanos”, dice Verney. “Para dibujar sus viñetas, Jacques necesita fotografías, objetos, documentos… Eso es lo que procuro aportarle y así conseguimos reconstruir como era la estación de Berlín, por ejemplo, que quedó arrasada por los bombardeos”. Aunque más allá de la rigurosidad histórica del álbum, lo más estremecedor de libros como Puta guerra! es la mirada imborrable del soldado, algo común seguramente a muchos conflictos.

La guerra de las trincheras- TARDI