Contra la desmemoria, repensemos los relatos audiovisuales sobre la historia reciente de España

En el ciclo Narrar la historia se descubre la presencia de una serie de propuestas y de creadores que, al margen de la tendencia general a obviar el pasado durante la década de los noventa, se preocuparon por canalizar un sentimiento que se encontraba abandonado pero muy presente en un sector de la sociedad española.

Uno de los peligros a los que se enfrenta cualquier acercamiento al pasado histórico es la tendencia a perpetuar aquellas perspectivas, juicios e imaginarios que han constituido el centro del discurso mayoritario en torno a determinada época o acontecimiento y a eludir aquellas otras que, por diversos motivos, han permanecido al margen desde sus inicios. Siendo conscientes de este riesgo, determinadas iniciativas provenientes del ámbito cultural y académico se han acercado a algunos momentos de la historia intentando dejar de lado las desatenciones y los maniqueísmos que han regido los discursos predominantes sobre sucesos concretos. Así ocurrió, por ejemplo, con la revisión llevada a cabo el pasado 2008 de las revueltas de mayo del 68 con motivo de su 50 aniversario: frente a ese “escenario generalmente reducido a los iconos de las barricadas, pintadas y manifestaciones estudiantiles”(1) que pobló la mayor parte de los discursos conmemorativos del mayo del 68 francés, los comisarios de una muestra organizada en el Instituto Francés de Barcelona que se podía disfrutar durante el mes de mayo apostaron por el cine declaradamente militante y realizado in situ para aportar una mirada más directa y rigurosa a dicho acontecimiento histórico.

Una motivación similar se aprecia en el ciclo de vídeo y conferencias que la artista Virginia Villaplana programó para el MNCARS (2), que tuvo lugar entre el 22 de febrero y el 26 de marzo, y que podemos interpretar como una respuesta tardía pero, desde luego, muy útil aún al tono exultante de las distintas efemérides celebradas en los últimos cinco años para conmemorar la consecución de la democracia en España. Dicho ciclo, que formaba parte de un proyecto más amplio (en el que se incluía una instalación en la galería Off Limits, un taller, la presentación de una novela y hasta una visita guiada a las fosas de la ciudad de Valencia), se planteó como un espacio de reflexión en torno a uno de los periodos de la historia de España que más relatos míticos ha provocado hasta el momento: la Transición democrática. Su intención fue “centrar la atención sobre las formas de olvido, trauma y narración tomando como caso de estudio la memoria familiar, las formas de resistencia en el relato oral y el documentalismo como práctica artística” (3).

Reproduciendo en parte ese impulso que durante los años setenta llevó a determinados realizadores a ofrecer una visión distinta y, en ocasiones, contrapuesta a la oficial, algunos creadores se han lanzado en los últimos quince años a concebir una serie de relatos audiovisuales que hacen hincapié en las ambigüedades de una memoria que, desde mediados de los años ochenta, se ha visto claramente infravalorada o simplificada. Dichos relatos (algunos de los cuales fueron incluidos en la muestra) se sitúan en las antípodas del modelo que, representado por la serie televisiva La Transición, dirigida por Victoria Prego en 1995, se ha impuesto como predominante en los medios. Si en dicha serie el éxito de la democratización de España se explicaba desde los cambios impulsados por la clase política del momento, en aquéllos se valora como indispensable la disposición renovadora y hasta radical del ciudadano de a pie; si en el primero se optaba por una locución explicativa que aportaba todas las claves necesarias para conocer, de una manera clara y precisa, quiénes fueron los impulsores de ese cambio político y cómo se llevó a cabo, en estas nuevas aportaciones se buscan aquellas zonas de sombra e ideas que contradicen la existencia de una única mirada sobre el hecho histórico, recurriendo principalmente, tal y como deducimos del ciclo que nos ocupa, a la entrevista y a la evocación poética.

Piezas como Abanico Rojo (Pedro Ortuño, 1997) y La tierra de la madre (José Antonio Hergueta y Marcelo Expósito, 1993-94), donde la entrevista es un dispositivo imprescindible, se plantean desplazar los relatos absolutos y cerrados con la inclusión de testimonios diversos -y a veces contrapuestos entre sí- de los “niños de la guerra”; así como con la apertura de varios puntos de fuga que, si bien inciden negativamente en la línea discursiva (en ocasiones da la sensación de que estamos visionando varias películas en una), logran trasladar al espectador la sensación de complejidad que les falta a otros discursos audiovisuales más definidos y acabados. Por su parte, No haber olvidado nada (Marcelo Expósito, Arturo Fito Rodríguez y Gabriel Villota, 1996-97) y Plan Rosebud 1 (La escena del crimen)  y 2 (Convocando a los fantasmas), de María Ruido (2008), denuncian la desmemoria que ha estado presente en los medios de comunicación desde los años posteriores a la Transición y que ha acompañado a los discursos institucionales hasta ahora. Cercanos a una de las tendencias más consolidadas del documental (la que mezcla entrevista con el uso de imágenes de archivo), todos estos trabajos reivindican la importancia del relato particular frente al relato impersonal que suelen presentar los medios para componer un fresco irregular en su forma pero rico en su contenido.

Explotando el poder evocador de las imágenes y de la voz, propuestas como Mortaja (Antonio Perumanes, 1995), Contando con los dedos de una mano (Josu Rekalde, 1996) y Más Muertas Vivas que Nunca (Marta de Gonzalo y Publio Pérez Prieto, 2002) realizan operaciones más sutiles que entrañan una reflexión sobre el tiempo histórico y el tipo de acceso que se tiene a él. Mortaja se interna en la memoria fragmentaria y plena de detalles de una mujer perteneciente a la generación que vivió la posguerra y que, desde la muerte, lanza sus recuerdos al silencio de un presente desconectado del pasado. Contando con los dedos de una mano hace reflexivo el hecho de narrar una historia mediante el recurso de reducir la puesta en escena a la mínima expresión: los diez dedos de sus manos le sirven al autor para ilustrar de manera metafórica lo que su voz va contando, una historia en la que se remite al pasado reciente (la dictadura y la democracia) y que denuncia la “tiranía de la imagen (y) de las palabras” a la hora de construir relatos sobre el tiempo. Por último, Más Muertas Vivas que Nunca emplea una puesta en escena donde se reproduce a modo de tableau vivant el cuadro La coiffure (El peinado) de 1896 de Degas, acompañada de una lectura en tono subjetivo que remite de manera poética a la experiencia de las mujeres víctimas de la matanza en la Plaza de Toros de Badajoz en agosto de 1936; el film cuestiona los imaginarios femeninos a la vez que fomenta una reflexión sobre los relatos traumáticos, que suelen acabar convirtiéndose en monumentos, esos lugares donde, según explican los autores, “las víctimas nunca tienen la palabra” (4) . Las tres piezas renuncian a utilizar las formas habituales de representación audiovisual para proponer otro tipo de relación con el pasado; una relación que parte de la conciencia de la dificultad que ésta entraña y que ve en diversas estrategias de extrañamiento la manera de plantear un ejercicio de reflexión en torno a las formas de narrar los hechos del pasado.

En este recorrido se descubre la presencia de una serie de propuestas y de creadores que, al margen de la tendencia general a obviar el pasado durante la década de los noventa, se preocuparon por canalizar un sentimiento que se encontraba abandonado pero muy presente en un sector de la sociedad española. Un sentimiento que, como evidencian esas otras piezas incluidas en el ciclo y de factura más reciente, ha permanecido y quizá hasta cobrado fuerza durante los últimos diez años, cuando éste ha adquirido una visibilidad inusitada en forma, por ejemplo, de relatos audiovisuales que, de manera más o menos interesante, han abordado la memoria y la historia reciente del país (5).

Narrar la historia es una muestra pertinente en cuanto que plantea la necesidad de compilar y mostrar aquellos trabajos que, en parte por su marginalidad, en parte por su novedad, son capaces de cuestionar y hasta enmendar algunas de las fallas en las que han podido incurrir los relatos en torno a la historia reciente de España que han abundado en los medios hasta la actualidad. Un planteamiento que resulta relevante por lo que conlleva de reflexión sobre “la función política de las imágenes, su relación con la historia, y la producción de desmemoria histórica como proceso social y contemporáneo” (6). Cuestiones todas ellas que se han revelado como imprescindibles a la hora de entender la realidad política, social y cultural de nuestro país durante las últimas décadas.

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(1)“Presentación”, David Cortés y Amador Fernández-Savater (eds.), Con y contra el cine. En torno a Mayo del 68, Sevilla / Madrid / Barcelona, Unia Arte y Pensamiento / Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales / Fundació Antoni Tàpies, 2008, pág. 11.

(2) Motivación que parece justificar la presencia de la única propuesta incluida en el ciclo que no corresponde a las dos últimas décadas: Ocaña. Exposición en la galería Mec-Mec (Video-NOU, 1977), un documento que “muestra un fragmento de la vida contracultural de la Barcelona de la transición democrática” y que aporta la memoria personal del transgresor artista. Ésta puede ser interpretada como el lugar desde el que desea partir el ciclo: el de aquellos relatos situados en los márgenes del discurso histórico que surgieron directamente del encuentro con “la calle” durante los años setenta y principios de los ochenta.

(3) Cuadernillo que complementa el proyecto, MNCARS, 2010.

(4) Ver nota anterior.

(5) Podemos mencionar, entre otros, Los niños de Rusia (Jaime Camino, 2001), La guerrilla de la memoria (Javier Corcuera, 2002), Así en la tierra como en el cielo (Isadora Guardia, cortometraje, 2002), Entre el dictador y yo (VV. AA., 2005), El tren de la memoria (Marta Arribas y Ana García, 2005), Bucarest, la memoria perdida (Albert Solé, 2008) y Nadar (Carla Subirana, 2008). Una aproximación a las estrategias de rememoración empleadas en estos trabajos podrá encontrarse en el texto “Hacer visible el trauma: la invocación de la memoria en la producción documental desde los años setenta en España”, que aparecerá publicado próximamente en el n.º 31 de Secuencias. Revista de Historia del cine, monográfico dedicado a las relaciones entre el cine y la memoria (traumática).
(6) Ver nota 3.

Los últimos ‘niños de la guerra’

En Rusia y Ucrania quedan 171 supervivientes de los niños españoles que llegaron en 1937 para salvarse de la Guerra Civil. De los adultos que combatieron a Hitler ya no queda nadie con vida

PILAR BONET – El País –  09/05/2010

Una clase de gimnasia en la casa de acogida de la calle Pirogvskaya, en Moscú, en 1938.-

Rusia celebra hoy el 65º aniversario de la victoria en la “Gran Guerra Patria”, como se denomina aquí la II Guerra Mundial. En la Plaza Roja estarán veteranos extranjeros que lucharon contra Hitler, pero habrá un vacío, el de los españoles que combatieron bajo la bandera de la URSS como aviadores, soldados, partisanos y guerrilleros. El último residente en Rusia de ese grupo curtido y condecorado, Ángel Grandal-Corral, de 83 años, falleció el 25 de marzo en Podolsk, cerca de Moscú. Aquel recio marino de Baracaldo, que patrullaba Gibraltar en el destructor Churruca, estuvo en los servicios de seguridad soviéticos y operó en un destacamento especial en la retaguardia alemana. “Ángel siempre fue un razvedchik (agente) y no relataba sus gestas”, afirman conocidos del lacónico vasco al que atribuyen legendarios sabotajes y voladuras.

En diciembre murió en Madrid José María Bravo, que se formó como piloto en la URSS y fue uno de los aviadores que acompañó a Stalin a la conferencia de Teherán. Nacido en 1917, poseía la medalla del Valor, la orden de la Guerra Patria y de la Estrella Roja. Lideró la asociación “Veterani”, que fomentó los vínculos económicos entre España y los países postsoviéticos.

Varios “niños de la guerra” (en Rusia y en Ucrania) compartieron sus recuerdos con EL PAÍS en vísperas del aniversario. Llegaron en barco a Leningrado en 1937, los alojaron en “casas de niños” y en su memoria se amalgaman dos guerras: un paisaje de bombas incendiarias, hambre insaciable, huidas eternas en barco y en tren y hermanos o compañeros que fueron víctimas del tifus, la tuberculosis y el hambre o que simplemente desaparecieron al soltarse de la mano.

Mercedes Coto, de 85 años, es una blokadniza (veterana del bloqueo) de Leningrado (septiembre, 1941-enero, 1944). Ella y Joaquina, de 81, recuerdan a Manolo, el hermano recién fallecido. Procedían de un pueblo de Asturias. En la URSS las separaron. Mercedes vivió en una casa de niños de Leningrado y ayudaba a operar a los heridos del frente en un hospital. Recuerda los cadáveres amontonados sobre el río Neva helado y el hambre que mató al compañero Salvador Puente. En 1943, aprovechando la ruptura del cerco, la mandaron al Cáucaso, donde el ejército alemán capturó a un grupo de niños (repatriados con posterioridad a España desde Alemania). Por las montañas llegó hasta Sujumi, en el mar Negro, y allí los soviéticos la encarcelaron por indocumentada. La liberaron después de que los niños capturados por las tropas hitlerianas en el Cáucaso contaran su odisea en una emisora alemana. Desde Tbilisi, en barco por el Caspio y como polizón de trenes por la estepa asiática, llegó a Samarcanda. En Miass, en los Urales, bailó jotas para el Fondo de Defensa de la URSS.

“Tras de ti marcharemos, Stalin, por la línea que Lenin trazó…”. Las hermanas Coto entonan la estrofa inicial de la canción compuesta por los niños Julio García y Ángel Madera. Stalin premió su creatividad con un reloj. “La cantaban en todas las casas de niños españoles de la URSS”, afirma Joaquina. Madera pereció en el frente de Leningrado.

En su huida, Mercedes encontró generosidad: la tía Masha, que la salvó de morir de diarrea en Samarcanda. Y frío cálculo: la aldeana del Cáucaso que le pidió la bata por un plato de sopa. Tras la guerra, Mercedes trabajó en una fábrica de Moscú. Por su condición de blokadniza, reconocida recientemente, recibe una pensión rusa de 25.000 rublos (equivalente a 650 euros), complementada con otra española. Joaquina enseñó francés en un pueblo montañoso de Daguestán, donde se desplazaba en burro, y después trabajó en Radio Moscú.

El destino dispersó a los niños. Les enviaron a lugares de donde Stalin había expulsado a otras comunidades por temor a que apoyaran al enemigo. Así, llegaron a la antigua República de los Alemanes del Volga, de donde fueron deportadas 367.000 personas, y a Crimea, de donde en 1944 fueron expulsados los tártaros. Francisco Mansilla, el director del Centro Español de Moscú, recuerda su estancia en Bassel, donde se alimentaban de los comestibles dejados por los alemanes, incluido el “sabroso aceite de hígado de bacalao” que el director de la casa de niños le requisó.

En Izium-2, en las cercanías de Járkov (Ucrania), vive Tomasa Rodríguez, 81 años, que de niña pasó “frío, hambre y miseria” en la aldea alemana de Kukkus. Tomasa es la última española de Izium-2, donde vivieron unos 40 niños de la guerra empleados en la fábrica de óptica local. Tiene tres hijos, uno de ellos trabajando en Barcelona. “Si no fuera por España, estaría en la ruina”, afirma esta mujer que cobra una pensión española de 1.700 euros cada tres meses y otra pensión de Kiev de 950 grivnias (unos 120 euros).

La vasca Josefina Iturrarán, de 87 años, cuenta que, al estallar la guerra, desaparecieron los educadores de su casa de niños de Odessa. Josefina reprocha a los dirigentes del Partido Comunista de España el “habernos dejado solos y haberse olvidado de nosotros”. Fue evacuada por Siberia y Asia Central en un vagón sin cristales. El trayecto, de 38 días, concluyó en Samarcanda, donde “se acababa la vía”.

A Antonio Herranz, de 83 años, de Baracaldo, lo enviaron a Eupatoria, en Crimea, y de allí hacia Stalingrado bajo las bombas alemanas, y por el Volga, hasta Engels y Orlovskoye, donde aprendió a ordeñar vacas y sembrar la tierra. Recuerda Herranz el tocadiscos de Afanasi Kisiliov que, de profesor en la embajada soviética en París, se convirtió en director de una casa de niños y organizador del trabajo agrícola en las haciendas abandonadas por los alemanes en Orlovskoye. Los adolescentes fueron enviados a las fábricas y Herranz fue tornero en Marx-Stadt, cerca de Sarátov. A los 14 años fabricaba armas y comía una vez al día. En el Centro Español de Moscú se guarda la memoria de vidas -breves y largas- golpeadas por dos guerras. También la de los miembros de la División Azul que se pasaron al Ejército Rojo y tras internamientos a veces muy largos se integraron en la URSS, en gran parte en Tbilisi.

* * * * * *

De la contienda española a la URSS

Unos ochocientos españoles lucharon por la URSS en la Segunda Guerra Mundial. Según datos del Centro Español en Moscú, 151 cayeron en combate y 15 desaparecieron en el frente. Si se suman las víctimas de las secuelas bélicas, hubo 420 muertos.

A raíz de la Guerra Civil (1936-1939) llegaron a la URSS 4.299 españoles: 891 emigrantes políticos, 157 alumnos pilotos, 67 marineros, 122 acompañantes, 2.895 niños en expediciones y otros 87 con sus padres, además de 27 capturados por el Ejército Rojo en Europa, y 51 procedentes de la División Azul. El historiador Andréi Elpátevski estima que 6.402 españoles (más de 3.000 niños) emigraron a la URSS desde los años veinte a los cuarenta. De ellos, 278 civiles fueron considerados sospechosos, incluidos los apresados en Europa. Además hubo entre 452 y 484 prisioneros de guerra, en su mayoría de la División Azul. Por delitos varios fueron condenados 250 españoles, entre ellos, 69 prisioneros de guerra e internados y 155 educadores castigados sobre todo por hurtos, subraya Elpátevski. Detrás de los robos, el hambre.

Un centenar de ex combatientes españoles vivían en 1985 en la URSS; un cuarto de siglo después, todos han muerto. A principios de mayo, en Rusia y en Ucrania quedan 152 y 19 “niños de la guerra”, respectivamente. Felipe Álvarez, el último ex combatiente español residente en Ucrania, falleció en 2008.

Los niños robados del franquismo

REBECA IGLESIAS, Abril 2010

1.- INTRODUCCIÓN

Los niños robados del franquismo, son aquellos que, durante la Guerra Civil Española y la posguerra, fueron arrebatados a sus madres republicanas o repatriados sin permiso de sus padres ni de los países a los que la República los había evacuado durante la guerra, y entregados posteriormente en adopción a otras familias adeptas al régimen para su reeducación en los principios del nacionalcatolicismo.

Los primeros robos comenzaron a principios de los años 40 y continuaron durante las décadas 50, 60 y 70. El robo fue sistemático en cárceles, hospicios y maternidades, y funcionaban de forma organizada, pues en ellos participaban funcionarios, curas, monjas, médicos, matronas, militares… El Estado y la Iglesia fueron sin duda los principales responsables de este problema.

Estos robos tenían una connotación claramente política pero también económica, pues las familias más adineradas llegaban a pagar por las adopciones hasta 200.000 pesetas de la época, dinero que se repartían entre la Iglesia, los médicos y los funcionarios ‘comprados’.

2.- LAS CÁRCELES

Tras la victoria de las tropas franquistas en la Guerra, miles de hombres y mujeres van a parar a las prisiones. Algunas de estas mujeres habían tenido una activa militancia política en defensa de La República, pero otras sólo estaban acusadas de un delito: ser esposas, madres o hermanas de los hombres que combatieron en el bando republicano y, por ello, fueron encarceladas, torturadas y muchas fusiladas. Había aún otro tipo de condenados, los hijos de las reclusas, criaturas inocentes que nacieron o que ingresaron en prisión con sus madres y que pasaron los primeros años de su vida privados de libertad por ser hijos de presos políticos.

Las condiciones de vida en las cárceles eran deplorables. Debido a los arrestos masivos, estaban saturadas, albergaban incluso 10 veces más el número de personas para el que en un primer momento se habían construido. Apenas daban de comer a las presas y a los pequeños, las condiciones higiénicas eran lamentables y vivían rodeados de enfermedades.

Madres y niños pasaron momentos muy duros en las cárceles. Los maltratos físicos eran brutales y los psicológicos quizá peores si cabe. Las madres no tenían derecho a estar con sus hijos cuando ellos lo necesitaban. Los escuchaban llorar de hambre, de frío o de dolor y no podían hacer nada. Debido a la situación infrahumana en la que vivían, muchos de los niños que estaban con sus madres en las cárceles morían en ellas y a los que sobrevivían, no les esperaba un destino mejor.

A los menores que entraban o nacían en prisión no se les registraba en el libro de entradas y esto era un grave problema, pues al no quedar registrados, se podía hacer con ellos cualquier cosa.

Los niños que sobrevivían eran separados de sus madres, bien al nacer o cuando cumplían 3 años, ya que por ley no les estaba permitido estar allí por más tiempo. Las madres que los mandaban voluntariamente a internados no los volvían a recuperar una vez fuera de la cárcel y a las que se los arrebataban, ni siquiera sabían a dónde los mandaban, desaparecían un buen día sin ninguna explicación o les decían que habían muerto tras el parto y nunca más los volvían a ver. La mayoría eran dados en adopciones ilegales y otros muchos solían ingresar en el Auxilio Social u otros centros benéficos del Estado y de la Iglesia católica.

3.- LIMPIEZA DE SANGRE

Al poco de acabar la guerra Franco dictó una ley según la cual la patria potestad de todos los niños que entraban en Auxilio Social pasaba a manos del Estado. El rapto se convirtió en ‘legal’ por la Orden de 30 de marzo de 1940. El plan de sustracción de niños se desarrollaba entonces bajo cobertura legar, al contrario que en otros países, como por ejemplo Argentina, donde todos los robos de menores fueron clandestinos, y el Estado estaba orgulloso de ello porque lo veía como una operación de salvamento de los niños.

De este modo, los hospicios de Auxilio Social, organización caritativa fundada por Mercedes Sanz Bachiller (viuda del líder falangista Onésimo Redondo) y dependiente de Falange Española, se llenaron de huérfanos o hijos de presos. En 1942 contaba con unos 9.000 niños y en sólo un año la cifra había subido un 40%; eran más de 12.000 los hijos de republicanos bajo tutela estatal.

El régimen presumía de dar un trato exquisito a los niños de los centros de Auxilio Social, pero esta afirmación no se acercaba ni un poco a la realidad. Según Ricard Vinyes, en la práctica, no eran otra cosa que campos de concentración de niños, donde no se exterminaba a personas, pero sí a una clase social, los rojos. Pretendía, tal y como recomendaba Vallejo Nájera “extirpar el gen marxista” de la sociedad.

El psiquiatra militar Antonio Vallejo Nájera se puso al servicio de Franco desde el levantamiento militar. Su formación psiquiátrica fue, en parte, en Alemania, donde estudió las teorías racistas nazis de las cuales era un gran admirador. Pero su interpretación de raza tenía más componentes político-culturales y psicológicos que étnicos. Opinaba que el marxismo era una enfermedad mental y contagiosa, por lo que era necesario el traslado de los niños a hospicios para “la eliminación de los factores ambientales que conducen a la degeneración”.

Siguiendo estas teorías, tanto el Estado como la Iglesia se encargaron de la “depuración de la raza”. No se sabe a ciencia cierta cuántos, pero se estima que más de 30.000 niños fueron segregados de sus padres y dados en adopción o internados en centros de Auxilio Social para ser educados según los ideales del Movimiento Nacional e inculcarles el odio hacia las ideas de sus padres.

4.- REPATRIACIÓN

Durante la guerra civil, muchos padres tuvieron que tomar la difícil decisión de confiar sus hijos a La República para que los evacuara al extranjero. Inglaterra, Francia, México y la Unión Soviética fueron los destinos de miles niños. Confiados y alejados del conflicto, esperaban volver pronto a una España en paz y liberada del fascismo. Pero su destino fue muy diferente.

Tras ganar la guerra, Franco decide que todos estos niños tenían que regresar a España. Confió esta misión a la Falange a través del “Servicio Exterior de Repatriación de Menores” que empieza a buscar a todos los pequeños que estaban en el extranjero para hacerlos volver independientemente de si es con o sin autorización paterna. Algunas familias que habían acogido a niños en el extranjero empiezan a conocer los métodos del Servicio de Repatriación y temen que los pequeños sean literalmente raptados.

El régimen convierte la repatriación de estos menores en una gran operación propagandística. De entre todos los niños españoles en el extranjero, el régimen franquista tenía particular interés en los que estaban evacuados en la Unión Soviética. Para Franco era un todo triunfo el poder sacarlos del país donde había nacido la revolución comunista y gracias al que se había propagado por todo el mundo. El caudillo ve a estos niños como peligrosos elementos sovietizados y la mejor manera de controlarlos de cerca era no devolvérselos a sus padres. Muchos de ellos no supieron nada de la suerte y destino de sus hijos

Para facilitar esta tarea, en 1941 se redacta una ley, firmada por el mismo Franco, en la que se autorizaba cambiar los apellidos a los niños repatriados. Esto permitía poder darlos en adopciones irregulares sin el permiso de sus progenitores y dificultaba aún más que éstos pudieran encontrarlos.

La historia de muchos de estos niños está depositada en miles y miles de expedientes, muchos de ellos todavía reservados. Existe un documento sobre la repatriación de menores del año 49 donde la Secretaría General de la Falange Española, valora el trabajo hecho hasta aquel momento, y prueba los métodos que el régimen de Franco utilizó para devolver los niños a España.

“La principal tarea, la más difícil, ruda y paciente, es localizar el mayor número de expatriados que se pueda, estén o no reclamados. Nuestros delegados en el extranjero solicitan su devolución a España; en un 99% de los casos, esta solicitud es denegada. Se recurre entonces, sin miramientos a los medios extraordinarios, con los que de una forma o de otra, casi siempre se podrá al fin obtener el menor”.

El resultado de todo esto fue miles de niños repatriados (según datos recopilados por Ricard Vinyes de 32.037 niños enviados por sus padres al exterior fueron repatriados 20.266), niños, que ahora superan los 60 años, con nuevos apellidos, identidades, lugares de origen… que han estado toda su vida buscando su propia identidad, que continúan sin saber quiénes son o que ni siquiera saben que fueron arrebatados a sus familias biológicas por las que creen que son sus verdaderas familias.

5.- ACTUALIDAD

Los Niños robados del franquismo, es quizá el episodio más atroz y menos conocido, o desconocido incluso, por muchos españoles, de la represión franquista. Durante más de 60 años no ha sido prácticamente objeto de ninguna investigación, aunque sí ha habido algunos momentos en el que este asunto ha salido a la luz. A pesar de esto, continúa siendo un tema, cuanto menos, oscuro.

En los años 90 cuando surgió el programa de televisión ¿Quién sabe dónde? llegaron a la redacción cientos de casos que buscaban a sus familiares desaparecidos en el franquismo, muchos de ellos hablaban de sus hijos robados. La intensidad de llamadas fue tal que el propio presentador, Paco Lobatón, impulsó en 1996 la creación de la asociación de víctimas ANDAS, hoy inactiva, que tuvo más de 5.000 socios.

Más recientemente, ya entrados en los 2000, la memoria de algunos de estos niños se ha hecho pública gracias al documental Els nens perduts del franquisme, realizado tras un minucioso trabajo documental y de recogida de varios testimonios reales. Encontramos también unos pocos libros que relatan este tema, como por ejemplo: Los niños perdidos del franquismo, de Ricard Vinyes, Montse Armengou y Ricard Belis –surgido a raíz del documental del mismo nombre-, Irredentas, de Ricard Vinyes, o Mala gente que camina de Benjamín Prado.

El juez Garzón ha devuelto a la actualidad este drama. Para él, el robo de niños durante el franquismo es un delito que constituye un crimen contra la Humanidad que no ha prescrito, ya que muchas víctimas, hijos y algunos padres, pueden aún estar vivos. Por este motivo, el magistrado insta a las instituciones, al Ministerio Fiscal y a los jueces a que investiguen, sancionen a los culpables y se repare a las víctimas, de manera que puedan recuperar la identidad que les fue arrebatada.

La vida de todos estos niños ha estado marcada por la búsqueda de su propia historia. Una búsqueda que ha topado con un muro de silencio cómplice y con las trabas burocráticas de muchos archivos. Los especialistas y los familiares coinciden en que la Iglesia y el Registro Civil son las dos instituciones que lo ponen más difícil, por no decir imposible. Además, existe desde 1985 la Ley de Patrimonio Histórico 16/85 que, sobre la consulta de archivos, recoge que, en virtud de la protección de la madre, no se pueden ofrecer sus datos a quien la busque hasta pasados cincuenta años. Por su parte, el Tribunal Tutelar de Menores impide consultar sus archivos a pesar de que esos ‘menores’ ya tienen 60 o 70 años.

Hoy en día, son miles los niños que continúan con su vida sin conocer quiénes son, amparados bajo un engaño que ni el Estado español ni las autoridades pertinentes parecen querer desenmascarar.

BIBLIOGRAFÍA

Páginas Web:

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http://www.webislam.com/?idt=12897

* Vídeos y Audios:

Els nens perduts del franquisme (2006) de Montse Armengou y Ricard Belis [documental]

PARTE 1 > http://vimeo.com/2599250

PARTE 2 > http://vimeo.com/2658532

http://www.rtve.es/mediateca/audios/20081119/catedratico-casanova-habla-del-robo-ninos-franquismo-rne/344399.shtml

http://www.rtve.es/mediateca/audios/20091112/ninos-tutelados-por-franquismo-cara-oculta-historia-tolerancia-cero/627045.shtml

http://www.rtve.es/noticias/20081119/robo-ninos-del-franquismo-fue-peor-que-argentina-segun-garzon/196073.shtml

http://www.youtube.com/watch?v=EC_NW5f4zXM&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=Pd7tYyzsTS4&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=SgpoF_97J08

http://www.youtube.com/watch?v=U06nfvqigjw

http://www.youtube.com/watch?v=wRGthfdiRQA&feature=related

http://www.youtube.com/watch?v=wunwQzRYyeQ

Niños de la Guerra Civil española en la Unión Soviética: su función propagandística

Diario de aprendizaje I – Elina K.

En la clase mencionamos brevemente los niños que fueron evacuados a otros países durante la Guerra Civil española, “los niños de la guerra”, y me interesé en el tema. Recuerdo haber visto el año pasado un documental sobre los niños mandados a Gran Bretaña que me ayudó a entender un poquito mejor de qué manera la guerra afecta a los niños y qué tremendas violaciones de derechos humanos  tuvieron lugar en las familias a las cuales se les quitaron sus niños.  El fenómeno de las expediciones de niños es muy vasto: fueron evacuados a varios países en varias ocasiones. Por lo tanto he querido limitar mi diario y voy a tratar los niños que fueron enviados a la Unión Soviética.  A parte de hablar sobre las expediciones voy a analizar otro rasgo importante y en mi opinión interesante: los fines propagandísticos para los cuales estos niños evacuados sirvieron por la parte de los Amigos de la Unión Soviética.

Tras estallar la guerra en 1936 fue el Gobierno de la II República quien se responsabilizó por proteger a los civiles puestos en peligro directamente por los bombardeos (Garrido: p.1). Creó Comité de Refugiados cuya meta era realojar a los civiles. La cooperación de varias organizaciones nacionales  e internacionales, junto con la Dirección de Asistencia Social, logró que a partir de 1937 miles de niños fuesen enviados a países extranjeros de una forma sistematizada. En total unos 34.000 niños fueron evacuados a Francia, Inglaterra, Bélgica, México y muchos otros destinos para salvarles de los horrores de la guerra. De estos niños cerca de 3.000 salieron a la Unión Soviética (Alted), que se vio obligada a ayudar a la República después de que Alemania e Italia mostrasen su apoyo a los sublevados. La Sección Española de los Amigos de la Unión Soviética (AUS) fue una de las organizaciones más activas en la evacuación de niños y educadores a la Unión Soviética  (Garrido: p.2).

Los niños fueron evacuados a la Unión Soviética en cuatro plazos: la primera expedición, de 72 niños, tuvo lugar el 21 de marzo 1937. La siguiente, tres meses más tarde, consistió en casi 1.500 niños, siendo la expedición más grande.  Las dos últimas tuvieron lugar en septiembre 1937 y en octubre 1938 y consistieron en 1.100 y 300 niños, respectivamente (Alted). Tantos niños pequeños como adolecentes fueron obligados a dejar a sus familias; las edades variaron entre tres y 14 años. Los niños llegaron a Leningrado, desde donde fueron trasladados a “casas infantiles para niños españoles”, preparadas especialmente por este propósito por la Unión Soviética. En total fueron 16 casas en las cuales los niños fueron atentados y educados por profesores y personal auxiliar ruso y español. Los destinos de estos niños variaron: unos estudiaron una carrera y se incorporaron a la vida soviética, otros murieron en batallas y aún otros trabajaron más tarde como especialistas y traductores (Alted).

¿Cómo era la vida de estos niños en la Unión Soviética? Alted nos nice que la mayoría de ellos consideran la etapa desde la llegada a las Casas hasta el 1941, cuando el ejército alemán atacó la Unión Soviética, la más feliz de su infancia.  Según ella “no les faltó de nada salvo la presencia de los padres”. Personalmente me cuesta creer que allí se quedó la cosa; como veremos a continuación, cabe sospechar que la información mandada a España sobre el estado de los niños fue falseada a veces. Además, la falta de la presencia de los padres debe ser algo que impacta las vidas de los niños para siempre.  Un niño de la guerra opina, según Garrido (p.10): “Yo estoy convencido de que los padres nunca deben separarse de los hijos, pase lo que pase”.

La Unión Soviética tenía, según Vázquez, dos líneas de propaganda (1: p.69): por una parte tenían la línea oficial, o sea, la política de frente popular antifascista y, por otra parte, la  línea de propaganda orientada a la popularización de la Unión Soviética en España, difundiendo los logros socialistas de la primera. El modelo de sociedad soviética fue la solución a los problemas, algo que tarde o temprano debía plantearse en España.  Dentro de la segunda línea cabe lo que llama Vázquez  mensajes españoles (1: p.70), incluyendo, entre muchas otras cosas, la acogida de los niños que puede ser interpretado como “un acto de solidaridad social que hace ver el cariño del estado soviético hacía la infancia” (1: p.71). Es justamente aquí donde los Amigos de la Unión Soviética juegan un papel importante; como dice Vázquez en su trabajo número (2), la mera existencia de dicha organización es un acto de propaganda. Los logros socialistas de la Unión Soviética fueron difundidos por varios medios: fotos, revistas, carteles, discos, proyecciones de cine y la radio.

Si bien el mero acto de acoger a niños españoles sirvió como propaganda, aún más impacto tendría la información sobre el tratamiento de ellos en la Unión Soviética. Los AUS  exaltaron el sistema educativo en sus folletos (Garrido: p.3). Niños con tan solo dos meses fueron integrados en el sistema escolar y las facilidades tenían en objetivo de fomentar a los niños por un oficio, el arte y la naturaleza, educándoles por medio de juegos colectivos. Los maestros fueron representados como consejeros de los padres, instruyéndoles sobre la educación socialista en otros asuntos. La propaganda se ve por ejemplo en la consigna de un centro educativo: “El que no trabaja y no intenta educarse, no puede ser un miembro digno de la sociedad comunista” (Garrido: p.4). El sistema escolar soviética fue alabada también por el secretario de los AUS, Antonio Ballester, que comunicó la situación de los niños españoles enviados en la Unión Soviética de la siguiente forma: “(…) Están provistos de toda clase de ropa…que les permite no sufrir la dureza del duro clima de la URSS…varios médicos y enfermeras atienden a su higiene (…). El comisario de la educación de la URSS ha dispuesto la traducción al castellano de todos los libros escolares que en la URSS existen (…). Todo el sistema de instituciones de educación, de recreo y de enseñanza de que disfrutan los niños soviéticos, el paraíso de los niños se ha llamado con razón, a la URSS, están puestos al servicio de los escolares españoles” (Garrido: p.7).

Efectivamente, parece que los niños españoles se lo estaban pasando bien.  Esta imagen está apoyada también por Tomás Navarro: “Los ejercicios de cultura física los hacen en común con sus compañeros soviéticos… En excursiones y deportes los chicos españoles figuran entre los más ágiles y audaces pioneros. Muchos de ellos entienden y hablan ya el ruso lo suficiente para las necesidades ordinarias de la conversación. En los días de descanso, las familias de sus amigos rivalizan en invitarles a fiestas, conciertos, cines, meriendas y paseos” (Garrido: p. 8).

Este tipo de propaganda tranquilizaría a las familias de los niños españoles. La estancia de estos niños marcaba también un cambio importante en la Unión Soviética; según Sergei Kara-Murzá la cultura española despertó un gran interés entre los soviéticos, quienes pocas veces habían tenido contacto con una cultura tan distinta (Garrido: p.8). Según Carrido, sin embargo, los contactos interculturales causaron también conflictos: entre otras cosas, los métodos de enseñanza y los libros eran diferentes y la vigilancia les parecía muy estricta a los españoles. Estos choques culturales se ocultaron en los discursos propagandísticos.

Ahora, después de haber visto unos ejemplos de la situación de los niños de guerra según algunas personas, a mí me gustaría saber hasta qué punto los niños se lo pasaron tan bien como la propaganda por los AUS sostiene. Garrido afirma que los niños atravesaron por una situación de angustia latente, que les afectaría incluso durante el resto de sus vidas (p.9). Según ella, esta angustia se produjo a partir del desconocimiento del destino de sus padres. Sea como sea, a mí me parece tremendo que los niños se convirtiesen, como lo expresa Garrido, en “un pretexto más para la riña ideológica entre los bandos” (p. 11), pues el bando franquista quería repatriarlos mientras los AUS y otras asociaciones confirmaron que la decisión de evacuarlos había sido acertada, apoyando su posición con discursos propagandísticos.

Para concluir, espero haber dejado bien claro cuál fue el papel de los niños de la guerra en la propaganda en el caso de la Unión Soviética. Es un tema que provoca emociones, pues no se puede ni imaginar el dolor que sienten los padres y los niños al separarse. Además, para muchos niños no había retorno y se pasarían por una crisis de identidad y por un sentimiento de olvido. Sin embargo, quedarse en España les hubiera podido costar la vida. Muchos de ellos no han tenido la oportunidad de averiguar el destino de sus padres hasta  la aparición de la Ley de la Memoria. Me ha gustado mucho profundizarme un poquito más en el tema  porque los niños tienen un papel importante en las guerras también hoy en día: son los más inocentes y los que más sufren. También, les recomiendo familiarizarse con algunos carteles de la guerra conmovedores en los que los niños son los protagonistas y figuras de propaganda.