Entrevista a Ana María Matute

“Soy un limonero enamorado de un abeto”

GABRIELA CAÑASEl País – 04/01/2009

Tiene 83 años y el humor de una niña. Después de ocho años sin publicar, la reconocida novelista vuelve al mundo de la infancia y la imaginación con ‘Paraíso inhabitado’.

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Este libro [Paraíso inhabitado] parece relatar el final de la infancia, que termina de una manera abrupta. El padre desaparece, muere el amigo, comienza la guerra… El coche se ha roto, el amante de la tía se ha muerto y el unicornio ya no está.

Me parece que así fue el final de su propia infancia, interrumpida también por la Guerra Civil. Sí, fue terrible. La guerra fue terrible. Nos marcó mucho a todos. A los que éramos niños en aquella época. Fíjate en que los escritores de mi generación no se han librado de hablar en algún libro o en muchos de la Guerra Civil. Más bien empezaron hablando de ella. Como yo. Bueno, miento. Yo no empecé con la Guerra Civil porque Pequeño teatro y Los Abel no versan sobre la guerra, aunque ya en Los Abel hay algunas cosas, como el incendio de la iglesia.

Indudablemente es una experiencia muy traumática. Es tremenda. Yo todavía ahora no soporto los fuegos artificiales. Tienen el mismo sonido que las bombas. Los bombardeos aquí en Barcelona fueron terribles. Por mar y por aire. Nosotros vivíamos en la calle de Platón y entonces veía el mar desde mi cuarto y pasaba un miedo espantoso. Te sientes tan impotente… Mi padre decía: cojámonos todos de la mano, contra el muro maestro. Y así nos quedábamos todos… [Se queda quieta, en suspenso, con cara de susto]. También me acuerdo de las colas. Nosotros, que éramos unos niños de clase burguesa, de esos que no salían más que con las tatas [pone cara de horror], teníamos de pronto que ir a hacer colas para conseguir el pan, sin que a nadie le importara. ¡Para nosotros era fenomenal! Porque teníamos libertad de entrar y salir… Parecíamos ratones deseando salir del queso. Mi hermano mayor y yo descubrimos la libertad. La disfrutamos mucho.

He comprobado que mucha gente de su edad rechaza, quizá por miedo, los intentos de recuperar la memoria histórica, de remover esa parte del pasado. Es que de la guerra quizá ya no te queda el miedo, pero sí la tristeza, el desgarro y un despertar de odios. Entiendo que los que no han vivido la guerra tengan un sentimiento distinto, pero a mí me escalofría. Volver a repasar, a recordar. Me acuerdo del intento de golpe de Estado de Tejero [en 1981]. Yo iba con mi hijo en un taxi y oímos los tiros a través de la radio. ¡Mira!, me entró una desesperación… ¡Otra vez no! ¡No, por Dios, otra vez no! Mi hijo me preguntaba: “¿Pero qué te pasa, mamá?”. El taxista y él empezaron a hablar de lo que estaba pasando y yo sólo decía: “No, otra vez no. No lo resistiré”.

Usted dice que durante la guerra se hizo roja perdida. Sí. Total. Me acuerdo de que mi hermana y yo [se ríe]… Éramos pequeñas. Yo cumplí los 11 años aquel mes de julio de 1936. Mi hermana tenía dos años más. Estábamos las dos en nuestro cuarto. Hacía calor. Y mi hermana de pronto me dice: “Oye, Ana María, si yo fuera pobre yo sería roja”. Y yo le dije: “Y yo también”. Y nos dimos la mano. [Se ríe otra vez].

Y después escribió usted un libro sobre la guerra, ‘Luciérnagas’, que tuvo que publicarse censurado. Sí, bueno. Es que yo cambié… Imagínate. Como toda mi generación. La mayoría, vaya. Los padres eran de derechas y los hijos no. Aunque al principio era muy exaltada. Ahora ya no lo soy tanto. Ahora ya me he atemperado… Bastante. [Más risas].

[…]

(Leer toda la entrevista)

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