Diario de aprendizaje V (Leena)

Uno de los temas centrales en El vano ayer es el excesivo uso de la violencia y de la tortura por la policía franquista. Según calcula un ficticio policía al que el autor concede la palabra al final de la novela: “118 de las 254 páginas precedentes se refieren de forma más o menos directa a la represión, a la brutalidad policial, esto es, un 44,7 % de las páginas” (p. 266). En este diario de aprendizaje voy a analizar dos aspectos de la tortura: en primer lugar, cuál era su finalidad durante la dictadura y, en segundo lugar, por qué ha optado el autor por dedicar tantas páginas de su novela a ella. Es evidente que la policía se pasaba de la raya habitualmente durante el régimen de Franco; la tortura era la orden del día. A pesar de ello, cabe preguntar ¿para qué sirve recontar lo más lamentable de aquella época tan detalladamente? 

Para justificar el uso de la tortura como método interrogatorio, se suele presentar el argumento de que cierta presión psicológica y, sobre todo, física hace que los interrogados suelten la lengua y colaboren con más ganas. Así, se obtiene información de vital importancia. Sin embargo, las confesiones y los datos obtenidos por medio de la tortura no son de fiar. El torturado dirá cualquier cosa para escapar el dolor. Si adivina qué es lo que quieren sus interrogadores, les contará eso exactamente, sea o no cierto. Una víctima de la brutalidad policial cuenta: “No fue en realidad un interrogatorio, [–] sabían lo que querían saber. Lo que buscaban era que me inculpase en varios delitos para los que no tenían a nadie, que firmase mi declaración de culpabilidad.” (p. 158). La verdad no les interesaba a los agentes de policía, ni la justicia tampoco. Lo importante era encontrar a un culpable – uno cualquiera – si iba a quedar algún caso sin resolver. El propósito siempre fue “resolver cuanto antes el caso, al menos a ojos de la opinión pública, ante la que debían dar una imagen de eficacia” (p. 165). El sistema judicial era cómplice de la policía franquista: “tribunales, fiscales, abogados, participaban de la misma farsa” (p. 162).

Es más, queda bien claro que la tortura no se empleaba en interrogatorios policiales sólo para obtener información y confesiones. Un compañero de André cuenta que los policías continuaron maltratándolo incluso cuando ya estaba medio inconsciente: “en realidad pienso que no siguieron interrogándome, que se convencieron de mi ignorancia y que el resto de la noche fue ya puro sadismo, por hacerme daño, para que no olvidase mi paso por Sol, para grabar en mi cuerpo el tamaño de mi culpa.” (p. 130). A menudo se les iba la mano a los torturadores y desahogaban su ira sobre los interrogados.

La violencia servía como advertencia; se quería dar una lección a los disidentes de una sola vez. Según un policía: “nosotros pegábamos fuerte [–] es la única forma de que se tomen en serio tus advertencias para la próxima vez” (p. 91). La intención era provocar temor. El mismo policía, quizá en respuesta a las reprimendas de la posteridad, trata de justificar su conducta con la excusa de que “éramos unos mandados” (p. 89) y que “nos calentaban antes de cargar, dentro de la furgoneta o en la comisaría antes de salir para una manifestación. Nos ponían rabiosos” (p. 91). Es peligrosamente fácil conseguir que una persona completamente normal actúe como un monstruo. Lo único que se necesita es que le quiten toda responsabilidad por su conducta y que deshumanicen a su adversario. Desde la Alemania nazi hasta las prisiones americanas en Irak, la justificación de cualquier atrocidad suele ser que los culpables sólo hacían lo que les mandaban y que no sabían de qué se trataba.

En la Universidad Autónoma de Madrid asistí a un curso sobre la dictadura militar de Chile para el cual hice un trabajo sobre la violencia policial. El trabajo consistía en estudiar minuciosamente un caso concreto y relacionarlo con su marco histórico. El profesor me fotocopió cientos de folios de material auténtico: testimonios, informes, protocolos, artículos, etc. El caso que me tocó era la muerte de un joven obrero que fue detenido por casualidad durante una jornada de protesta (en la cual no participaba; estaba volviendo a casa de su lugar de trabajo). Lo pegaron en la furgoneta policial hasta que perdió la consciencia. Luego, lo tiraron de un puente y murió ahogado.

Llevábamos todo el semestre hablando de la represión durante el régimen de Pinochet, así que por supuesto que sabía que las violaciones de los Derechos Humanos eran entonces práctica corriente. Había leído los resultados de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación y, por tanto, conocía el número exacto de víctimas y las épocas cuando la represión fue la más intensa. Sin embargo, no creo que hubiera llegado a entender qué significaban esas cifras. Me afectó mucho profundizarme en el caso de aquel chaval. Conocía su nombre y apellidos, fecha de nacimiento, color de pelo, altura, estado civil, ocupación y domicilio. Leí los testimonios de su madre y de varios amigos suyos, así como los de los guardias civiles y de los demás detenidos (que consiguieron escapar con vida). Hojeé el informe de autopsia, decenas de páginas de protocolos policiales y todos los artículos que se publicaron sobre el caso en la prensa. Para mí, él era el rostro de la violencia policial. Después de terminar el trabajo, me hice miembro de Amnistía Internacional.

En El vano ayer, Isaac Rosa vuelve capítulo tras capítulo al tema de la tortura, la cual es descrita amplia y detalladamente. Varios de los personajes pasan por el malfamado sótano de la comisaría de Sol, y acaban – en estado lamentable – en el hospital. Se dan y se reciben incontables puñetazos, patadas, porrazos y golpes en la novela. Rosa incluso nos facilita unas páginas de un manual de torturas, en el cual se explican escrupulosamente los métodos “quirófano” y “barra” (pp. 131-133). Por si acaso el lector no es capaz de imaginarse el dolor que provocan estos métodos, Rosa procede a describir la tortura desde el punto de vista de la víctima. La focalización provoca que el lector se identifique con la víctima y se involucre más en la historia.

Isaac Rosa mantiene que “cuando hablamos de torturas, si realmente queremos informar al lector [–] es necesario detallar, explicitar, encender potentes focos y no dejar más escapatoria que la no lectura [–] Porque hablar de tortura con generalizaciones es como no decir nada; cuando se dice que en el franquismo se torturaba hay que describir cómo se torturaba, formas, métodos, intensidad; porque lo contrario es desatender el sufrimiento real” (p. 156). Creo que tiene razón; por lo menos a mí se me agota muy rápido la imaginación y, además, prefiero no pensar en cosas desagradables. Confieso que soy de los “lectores débiles, indulgentes, garantistas, que elijan absolver al detenido, desamordazarlo, devolverle sus ropas y conducirlo ante un juez” (p. 156). 

Otra cuestión es si es necesario someter al lector a la verdad llana y lisa. ¿No seríamos más felices si no supiéramos nada de la injusticia y del sufrimiento que llenan nuestro mundo? Al fin y al cabo, ¿por qué entristecernos por algo que no nos corresponda? Según una famosa cita de Giacomo Leopardi: “La felicidad está en la ignorancia de la verdad”. No obstante, pienso que es importante estar al tanto de lo que pasa en el mundo, conocer la verdad. Si los casos de tortura y de violencia  sólo fueran hechos históricos, podríamos olvidarlos sin remordimiento. Sin embargo, no se trata de meros acontecimientos históricos. Los Derechos Humanos siguen siendo violados hoy en día. Por eso, tenemos que dejar que la Historia nos enseñe algo para que no repitamos los mismos errores en el futuro.

2 thoughts on “Diario de aprendizaje V (Leena)”

  1. Gracias, Leena, tu diario me parece muy bien estructurado. Contiene mucha información pero no pierde el punto de vista personal. Fue especialmente interesante leer sobre tus estudios de la dictadura chilena.
    Estoy de acuerdo contigo (y con Isaac Rosa) en el que los acontecimientos dramáticos no los entendemos en cifras. Conseguimos el entendimiento a través de un individuo. Conociendo los detalles de la historia de un individuo podemos identificarnos con él, lo que hace que entendemos lo sucedido desde dentro y no sólo desde fuera.
    El tema de tortura que has elegido es compleja. Hoy mismo había un gran artículo en Helsingin Sanomat sobre casos de tortura en China que tienen una conección con la empresa finlandesa Strora Enso. Es interesante lo que escribes de la posibilidad de encontrar un monstruo en cada persona. Aunque hablemos de la tortura en el nivel estatal, son siempre los individuos los que realizan la tortura. Por lo tanto, me parece que un cambio sólo puede realizarse en el nivel individual. Al fin y al cabo somos los individuos los que componemos una sociedad.

  2. Como indica Anna, tu diario está muy bien estructurado y redactado y, además, aborda cuestiones muy importantes.

    El párrafo introductorio me parece excelente, expones el tema que vas a tratar de forma muy clara y a la vez atractiva. Asimismo, agrumentas bien tus ideas, usas citas adecuadas y la narración de tu propia experiencia (trabajo sobre la violencia dictatorial en Chile) resulta pertinente y se integra bien en el cuerpo del trabajo. En el párrafo final, aparte de plantear preguntas importantes, tomas una postura bien definida. Me gusta mucho el hecho que relaciones la violencia y la tortura dictatoriales con la actualidad; aunque la dictadura de Franco nos pueda parecer algo lejano, tu planteamiento implica éticamente al lector, a todos nosotros, ya que nos recuerda que aún queda mucho por hacer para que el mundo sea un lugar seguro para todos.

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