Después de las dos clases en las cuales hablamos de La voz dormida, me quedé con la impresión de que era la única a la que le había gustado la novela. Puede ser que mi gusto literario no sea muy refinado, pero a mí no me importaba que fuera una historia sentimental o que diera una imagen demasiado optimista de la posguerra española. No me parecía calculado que la autora hubiera incluido tantas historias de amor para que la novela vendiese más —al contrario, soy de los muchos lectores (o, mejor dicho, lectoras) a los que ha ganado Dulce Chacón con este truco.
Mientras devoraba el libro, me identificaba con la protagonista, Pepita. Vivía sus penas, lloraba con ella en momentos de tristeza y de felicidad. Más que nada, me interesaba el amor de hermana que se sentían Pepita y Hortensia. Tengo una hermana —morena, como Hortensia, mientras yo soy rubia como Pepita— y pensaba mucho en ella cuando leía la novela por primera vez. Por eso, en este diario de aprendizaje quiero analizar la relación entre las dos hermanas.
Hortensia es la cara opuesta de la moneda con respecto a su hermana, Pepita. Aquélla es fuerte, valiente, comprometida; ésta, temerosa, sensible, llorona. Se complementan: una subraya las características de la otra. Presentan los dos papeles que las mujeres jugaban en la época de la posguerra: el de militante-guerrillera y el de heroína de la vida cotidiana.
Hortensia se fue a la guerrilla estando embarazada de cinco meses. Antes de que huyera al monte, fue sometida a tortura durante más de un mes. La Guardia Civil la interrogaba a diario para que soltase la lengua y dijese dónde estaba Felipe. Lo aguantó todo sin pronunciar una palabra, hasta que un día un policía le dio una patada en el vientre y le hizo temer que perdiese al hijo que esperaba. En cambio, según consta la propia Pepita, ella “no resistiría ni una sola patada. Ella no.” (p. 28), ya que “ella no es valiente, como lo es su hermana” (p. 27). Efectivamente, cuando le toca a Pepita ser detenida, se le llena la cabeza de espuma y pierde la consciencia antes de que empiece el interrogatorio.
Mientras Hortensia está en la cárcel, Pepita hace cuanto pueda para aliviar su sufrimiento. A pesar de que la comida escasea, siempre consigue juntar algo para llevárselo a Hortensia, nunca falta al día de visita, y le hace un vestido bonito. Cuando Hortensia es condenada a muerte, Pepita manda un pliego de súplica a Franco. Durante un mes y medio, la fiel Pepita va a la prisión de Ventas todas las mañanas a preguntar por Hortensia, con el fin de llevar consigo la niña recién nacida cuando esté muerta la madre y encargarse de ella. El último deseo de Hortensia es “Que se lo den a mi hermana, [–] que no lo lleven al orfanato” (p. 228), lo cual no es de extrañar, teniendo en cuenta lo horribles que eran los orfelinatos en aquellos años.
Es más, Pepita se enreda, poquito a poco, en la actividad subversiva porque así lo quiere su hermana. Actúa como mensajera, llevándole a Hortensia mensajes de Felipe y acude a citas clandestinas con los enlaces de la guerrilla. Medio muerta de miedo, Pepita lo hace todo por el amor que siente por su hermana. “Y ella se levantará, claro que se levantará. Porque chico disgusto se llevaría la Hortensia si llega a enterarse de que Felipe la ha llamado y a ella no le ha dado la gana de ir.” (p. 71).
Pepita insiste en que no quiere tener nada que ver con el Partido Comunista. Lejos de luchar por cuestiones ideológicas, se convierte en enlace del Partido sin querer. “Yo lo hago por mi hermana, ¿sabe usted?, por mi hermana únicamente, que me da mucha lástima.” (p. 106). Más tarde, será por el amor que siente por Paulino. Por el contrario, Hortensia es fiel a sus principios hasta la muerte. Pocas horas antes de su fusilamiento, “el cura la quiso convencer para que confesara y comulgara. Le dijo que su deber era salvarle el alma, y que si se ponía en orden con Dios le dejaba que le diera la teta a la niña. Pero ni confesó ni comulgó, no consintió, esa mujer tenía los principios más hondos que el propio corazón.” (p. 243).
Mientras su hermana, su padre, Felipe, Paulino, doña Celia y muchos otros a su alrededor están cometidos a combatir contra la dictadura, Pepita advierte que es “de «los demás». Y los demás estamos cansados. Muy cansados. Muy cansados y muy hartos.” (p. 260). Pesimista en cuanto al futuro de la lucha clandestina, predice que “esto no nos va a traer más que desgracias, desgracias, únicamente” (p. 106).
Después de la muerte de Hortensia, Pepita cuida a su sobrina, Tensi, como si fuese su propia hija. Como le asegura con cariño a la huérfana, es su “madre de mentirijilla” (p. 371). Tensi le recuerda a Pepita su hermana, cuya presencia se siente en cada momento. “Pepita siente al verla [a Tensi] que su madre también la está viendo. [–] Hortensia la estará mirando embelesada, como la mira Pepita.” (p. 395-6). Hortensia le ha delegado el papel de madre, y por el cariño que siente por su hermana, Pepita lo desempeña lo mejor que pueda.
Tensi hereda el idealismo de sus padres y, al cumplir los dieciocho años, declara que quiere afiliarse al Partido, cosa que Pepita desaprueba decididamente. Sin embargo, poco pesan las prohibiciones de Pepita; mientras Pepita aconseja que Tensi no se meta la política, Hortensia (aun desde la tumba) la anima a hacerlo. Durante toda su niñez y adolescencia, Tensi escucha atentamente las palabras de su madre que retumban en sus oídos: “Lucha, hija mía, lucha siempre, como lucha tu madre, como lucha tu padre, que es nuestro deber, aunque nos cueste la vida.” (p. 398). A los ojos de Tensi, sus padres serán verdaderos héroes, cuyos pasos quiere seguir. A Pepita, en cambio, le aterroriza la idea de que Tensi corra el mismo peligro que ellos.
Sin embargo, no todo es blanco y negro. Por un lado, Pepita va cambiando a lo largo de la novela y descubre que sí tiene coraje cuando haga falta. Por otro lado, el destino de Hortensia sería determinado, en parte, por sus circunstancias. Claro que no podía traicionar a su marido delatándolo en la comisaría. Y no tendría más remedio que echarse al monte cuando la policía la perseguía. La valentía, no sólo la demostraban las que participaban en la lucha armada, sino también las que actuaban en un segundo plano, como enlaces y colaboradoras. Hacían cara a la represión del régimen, burlaban la vigilancia de la Guardia Civil y de la manada de chivatos, y soportaban el constante miedo.