Pujol habla de tortura

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“Llegó a mis oídos que Franco pensaba realizar ese mismo año (1960) una larga visita a Barcelona. (…) Teníamos que boicotear la visita. (…) Redacté un texto largo, con mucha letra. “La falta de libertad es absoluta. Y sólo se ve atenuada por el estado de corrupción en el que vivimos. El general Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha escogido como instrumento de Gobierno la corrupción”. (…) Alcanzamos el objetivo de echar a perder la visita de Franco.

(…) La noche del sábado tenía un acto en Manresa. Creo que por motivos relacionados con las noticias que llegaban de Barcelona, el encuentro se suspendió y me fui a dormir temprano. A la una y media de la madrugada vinieron y se me llevaron. Cuando llegué a la jefatura de Via Laietana, los policías me dijeron: “Ya nos damos cuenta de que usted no es un hombre experto. Aquí ha venido gente muy entrenada, muy experimentada, y todos han acabado diciéndonos lo que tenían que decirnos. De manera que no quiera hacerse el gallito”. (…)

He tenido mucho cuidado al utilizar la palabra “tortura”. Cuando pienso que hay gente que ha muerto a manos de sicarios muy entrenados en la práctica de hacer sufrir, personas que han saltado por la ventana porque no han podido más, o a las que han tirado, a mí me da vergüenza calificar de tortura lo que sufrí esa noche. Pero, ¿qué fue si no? ¿Maltrato? ¿Tengo que decir que fui víctima de maltratos? La palabra resulta insuficiente. La realmente adecuada es “tortura”. Me dieron una paliza muy fuerte y muy profesional. Bofetadas en la cara, una detrás de otra. Puñetazos en lugares estratégicos para no dejar marcas. Sólo una vez a uno de los agentes se le fue la mano y me partió la ceja. Un compañero le dijo que fuera con cuidado. Golpes con una porra en el culo y en las partes blandas del cuerpo. Golpes continuados con un palo en las plantas de los pies. Golpes en los empeines, calculados para no romper huesos. Hicieron que me pusiera en cuclillas con las manos esposadas por debajo de las piernas. En esta posición, que se conoce con el nombre de “cigüeña”, me pegaban y hacían que me cayera al suelo. (…) Todo de noche y en un subterráneo, sabiendo que es inútil gritar porque no te oirá nadie. (…) Aquellos hombres tenían las de ganar. (…)Di el nombre de Francesc Pizón, el impresor.

Consejo de guerra sumarísimo. (…) Tres años para Francesc Pizón y siete para mí. (…) La sentencia fue ratificada y al cabo de unos días nos destinaron a la cárcel de Torrero, en Zaragoza. (…)Me soltaron el 22 de noviembre de 1962. Pizón había quedado libre un año antes. (…) La prisión me afectó negativamente. Antes de entrar era una persona más dúctil, de carácter más abierto, más alegre, más franco. Nunca me he recuperado completamente.

Memorias (1930-1980) Historia de una convicción. Jordi Pujol, con la colaboración de Manuel Cuyàs. Ediciones Destino.

[El País, 03/02/2008]

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