Souvenirs de la historia reciente

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Entrevista con María Ruido
Carolina del Olmo (Minerva, 08, 2008)

En el marco del Proxecto-Edición, un intento multidisciplinar de ir más allá de los formatos expositivos habituales, la artista María Ruido (Ourense, 1967) presentó en el CBA La escena del crimen, una instalación audiovisual que recorre algunos escenarios de guerra y analiza la turistización de los lugares de memoria. La obra constituye la primera parte de un trabajo aún en progreso titulado Plan Rosebud: sobre documentalidades, lugares y políticas de memoria, en el que la influencia de Walter Benjamin es palpable y con el que María Ruido pretende, según sus palabras, «evidenciar la calidad constructiva de los discursos; exponer la complejidad de los fragmentos que conforman las memorias; reflexionar sobre la distancia que existe entre relatos de memoria y narrativas históricas, a veces superpuestas o confusamente solapadas».

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La historia oral de la guerra llega a juicio

Los investigadores reclaman protección constitucional y que secumpla la Ley de Memoria Histórica frente a las acusaciones de las familias de presuntos represores de la Guerra Civil y del franquismo

JOSÉ ANDRÉS ROJOEl País – 02/06/2008

dionisiopereira.jpg Dionisio Pereira

¿Hasta dónde se puede llegar a la hora de investigar el turbio pasado de la Guerra Civil? ¿Es más importante conocer lo que ocurrió, y hacerlo público, o abstenerse para respetar el honor de los descendientes de episodios tan poco edificantes? ¿Qué margen tienen las víctimas, que pasaron años de humillación y oprobio, para recuperar una dignidad que la dictadura les escamoteó? ¿Hay algún consuelo en conocer la verdad? ¿Qué peso tienen los documentos que se conservan de la represión, con juicios sin garantías jurídicas y con testimonios arrancados en una atmósfera de miedo a una autoridad implacable? ¿Y qué crédito dar a los testimonios orales de los supervivientes que, en muchos casos, no pudieron hablar hasta fechas recientes?

Hace unos meses, el Juzgado de Primera Instancia de A Estrada, en Galicia, absolvió al historiador Dionisio Pereira que había sido acusado por los descendientes de Manuel Gutiérrez, alcalde de Cerdedo durante el franquismo, de no querer rectificar para salvar el honor de sus antepasados las conclusiones que hizo públicas en 2003 en un libro colectivo sobre la represión franquista.

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Juan Goytisolo: la ironía y el exilio

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EDUARDO SUBIRATS 10/05/2008 – El País

Acaban de publicarse los cinco primeros volúmenes de las obras completas de Juan Goytisolo en Galaxia Gutenberg. […] Una de las dimensiones que realza una reunión de obras completas es su desarrollo diacrónico y su inserción en el tiempo histórico. En el caso de Goytisolo esta historicidad significa: memoria de la España de Franco, del españolismo nacional católico y de sus secuelas intelectuales y éticas. Significa también la experiencia literaria de su exilio de esa realidad. Conciencia exiliada que se proyecta sobre un horizonte que abraza la Guerra Civil española en un extremo (Duelo en el paraíso) y en el otro extremo la guerra global (cuya esquizofrenia deconstruccionista Goytisolo anticipó en Paisajes después de la batalla). […]

Punto de partida ineludible de este proyecto lingüístico, literario e intelectual: su exilio. Francia, Estados Unidos, América Latina, Marruecos y el mundo islámico. A Goytisolo se le ha presentado oficialmente como novelista latino, como escritor morisco, como intelectual multicultural… y como desterrado español. Por lo demás, este exilio lo ha asumido y cultivado a lo largo de toda su obra, y en particular en sus volúmenes autobiográficos, Coto vedado y En los reinos de taifa. Más aún: lo ha transformado en programa intelectual y estético. En el interior de este exilio el escritor restaura un virtual espacio reflexivo más real que la irrealidad de la España oficial y mediática. Éste es el punto de inflexión que, por una parte, le vincula con los exilios internos del misticismo ibérico de Ben Arabí o Juan de la Cruz. En esta in-versión o sub-versión del orden falso de las palabras y las cosas, o sea, en el distanciamiento y exilio de su irrealidad, reside también su ironía. Su fuerza liberadora de una realidad más profunda a través de la irrealidad de las palabras se resuelve a menudo en su obra con la violencia del sarcasmo, la mordacidad satírica y paródica, o la ligereza de la mofa. Don Julián o los Paisajes después de la batalla son dos diamantes imperecederos en la historia de las literaturas ibéricas en este sentido. Esta doble condición del exilio y la ironía es el hilo de oro que vincula profundamente la obra de Goytisolo con el gran ironista moderno que fue Cervantes. […]

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El PP perpetúa a Franco en Salamanca

El pleno vuelve a negarse a quitarle al dictador el cargo de alcalde de honor

IGNACIO FRANCIA – Salamanca – El País – 09/05/2008

Franco, de seguir así las cosas, será eternamente alcalde de Salamanca. El PP, que gobierna el Ayuntamiento de Salamanca, rechazó ayer en pleno la moción del grupo socialista sobre la retirada a Francisco Franco del título de “alcalde de honor a perpetuidad” de la ciudad -concedido por la corporación en 1964- e igualmente tampoco aceptó revocar la concesión de la primera Medalla de Oro de Salamanca otorgada al dictador en 1948. Los ediles que sostienen al alcalde, Julián Lanzarote, también rechazaron la propuesta de retirar de la plaza Mayor el medallón grabado con la efigie de Franco que se colocó en 1937 en el pabellón dedicado a los reyes.

El PP apenas hizo caso a la moción de los socialistas, que se fundamentaba en la Ley de Memoria Histórica. Sin discusión alguna, el PP la rechazó sin ni siquiera justificar su voto. El grupo popular ya rechazó una moción similar el 26 de enero de 2007, cuando aún no estaba vigente la normativa legal aprobada por el Parlamento. La iniciativa también señalaba que el medallón de Franco, una vez retirado de su emplazamiento actual según la tramitación establecida por la legislación, pasara al Museo de Historia de la Ciudad.

El portavoz socialista, Fernando Pablos, al defender la moción, puso de relieve que “la actual corporación democrática no puede aceptar que el responsable de miles de asesinatos políticos ilegítimos” -entre los que señaló que también figuran los del alcalde de Salamanca y varios concejales al comenzar la guerra civil- continúe como alcalde honorario a perpetuidad, que cuente con la primera medalla de oro y que su efigie figure en uno de los medallones del pabellón real de la plaza Mayor. “Estos hechos son lesivos para la imagen pública de Salamanca y contravienen la legislación vigente”, esgrimió. Además, el portavoz de la oposición trasladó al grupo gobernante el ejemplo que representaba la reciente decisión unánime del Ayuntamiento de Cádiz, también gobernado por el PP, de retirar los honores concedidos al dictador.

Para Pablos, la retirada de honores a Franco supone una manifestación de “dignidad colectiva”, por lo que representó su figura y por la forma en que se le concedieron las distinciones. Así, por ejemplo, cuando la medalla de oro se le concedió sin el preceptivo expediente previo, por, se alegó entonces, “resultar mezquino el marco de un expediente para recoger el desbordado entusiasmo y la expresión de gratitud infinita que la municipalidad salmantina siente y guarda al Generalísimo”.

Desde “la diferencia negativa” que ofrece el grupo popular en la corporación municipal, el portavoz del grupo socialista lamentó que, como ya ocurrió también tiempo atrás con la negativa a rehabilitar como concejal a Miguel de Unamuno y retirar los insultos vertidos contra él en 1936, por parte del PP salmantino se insiste en una línea “alejada de la que debe inspirar a una corporación democrática”, aparte de no respetar la legislación.

A modo de conclusión

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Como terminamos la última clase sin tiempo para llevar a cabo una síntesis de las novelas estudiadas durante el curso, os prometí postear la parte de las conclusiones de un artículo mío sobre las cuatro primeras novelas (Luna de lobos, La voz dormida, Llegada para mí la hora del olvido y Soldados de Salamina). Escribí el artículo hace dos años y quedáis avisados de que no se trata de una obra maestra, pero espero que os sirva para algo. Todo tipo de comentarios y objeciones son bienvenidos. Una vez más, muchas gracias por participar en el curso, ha sido un gran placer trabajar con vosotros.

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Las cuatro novelas analizadas hablan del pasado reciente y aún hiriente de España, la Guerra Civil y el franquismo, desde el punto de vista “posmemorial”, esto es, mezclando elementos procedentes de la memoria transmitida, conocimientos históricos adquiridos por distintos medios e imaginación creativa. No obstante, las obras resultan muy diferentes entre sí, ya que cada uno de los novelistas ha elegido un enfoque y unas estrategias narrativas muy distintas. Luna de lobos resucita a cuatro huidos acorralados en las montañas de León; La voz dormida narra la historia de un grupo de mujeres republicanas en la cárcel de Ventas; Llegada para mí la hora del olvido consiste en las supuestas memorias del Caudillo; y Soldados de Salamina nos presenta a un falangista fusilado por los rojos y a un soldado republicano exiliado mediante la investigación histórica de un escritor en los años noventa. En conjunto, las novelas basadas en la posmemoria construyen, por lo tanto, un pasado plural, consistente en muchas voces, muchas historias y muchos puntos de vista.

A pesar de la variedad formal, las cuatro novelas del corpus tienen también varios elementos en común. Todas adoptan una postura moral favorable a los vencidos de la guerra y tres de las cuatro reivindican a alguna figura histórica, como a los maquis, a las mujeres resistentes o a los soldados anónimos. Sin embargo, ninguna de las novelas hace apología de la ideología concreta de estos colectivos, sino que se las observa siempre desde una distancia crítica. Como ha indicado Norma Sturniolo, las obras narran más bien “la tragedia de hombres y mujeres ante una situación límite, se profundiza en las reacciones que genera tal situación, como el miedo, el dolor, el desesperado apego a la vida.”[1] El conflicto y sus causas ideológicas pertenecen claramente al pasado; lo que perdura es la huella que dejaron los acontecimientos en la memoria colectiva y en las personas que los vivieron. Lo que reivindican los novelistas es, principalmente, el derecho a la memoria y a conocer la historia reciente del país, manipulada durante el franquismo y silenciada por los políticos en la Transición. Como dice María Coira, “[n]ovelar el pasado puede ser leído, pues, como no-velar el pasado; es decir, correr el velo con que ha sido cubierto o encubierto.”[2]

Las obras comparten también una vinculación emocional con el pasado. Cada una de ellas constituye una excursión al pasado, a la vida de las generaciones inmediatamente anteriores. Mediante la escritura, los novelistas buscan no sólo una conexión intergeneracional sino también una continuidad entre el ayer y el hoy. La Guerra Civil es considerada como el principio del presente y resulta imprescindible para entender la sociedad española de hoy. Por lo tanto, las novelas basadas en la posmemoria no estudian el pasado a causa del pasado mismo, sino que lo utilizan como una herramienta para comprender la actualidad y para construir un futuro diferente. El objetivo no es detener “el pasado que no pasa”, sino superarlo. Los novelistas parecen sugerir que, para liberarse del lastre del pasado dictatorial, primero hay que conocerlo y admitirlo; no se logra una verdadera reconciliación mediante un silencio pactado o un olvido fingido, sino hablando, a través de un diálogo polifónico y abierto.

Como resultado del análisis de las cuatro obras que forman el corpus, se pueden distinguir tres facetas distintas en la construcción literaria de la memoria histórica. La primera consistiría en la reivindicación de un grupo marginalizado concreto, como el de los huidos en la novela de Llamazares y la de las mujeres resistentes en la de Chacón. La segunda faceta implicaría la problematización de esa postura algo simplista y la introducción de un planteamiento histórica y políticamente más complejo y equitativo, que se vería realizado en la novela de Cercas. Y la tercera, representada por la novela de Val, supondría un desprendimiento del realismo y de la verosimilitud histórica del discurso, y la búsqueda de la liberación del pasado mediante la imaginación creativa y el uso de la ironía.

Aunque el reducido corpus de este estudio impide dar validez general a los resultados obtenidos, creo que éstos pueden resultar interesantes como hipótesis para futuros estudios sobre el tema de la posmemoria literaria con un corpus más amplio. Asimismo, para estudiar con más profundidad la aportación “posmemorial” a la discusión sobre la Guerra Civil y sus secuelas, sería necesario comparar la obra de estos autores, nacidos en los años cincuenta y sesenta, con la de las generaciones anteriores, publicada tanto antes como después del fin de la dictadura, en España y en exilio. Este tipo de trabajo global, aún sin realizar, podría revelar aspectos interesantes sobre la evolución de la novela española sobre la Guerra Civil y sus secuelas.


[1] STURNIOLO, N.: “El final de la guerra civil. 60 años después”. DeLibros, 126, 1999, p. 36.[2] COIRA, M.: “Historia y ficción: versiones narrativas”, en J. M. Pozuelo Yvancos, F. Vicente Gómez (eds.), Mundos de ficción [Actas del VI Congreso de la Asociación Española de Semiótica], Vol 1, Murcia, Universidad de Murcia, 1996, p. 492.

“Franco era como el mago de Oz: frágil, pequeño e inseguro”

El hispanista Paul Preston presenta un ensayo en el que desmonta las mentiras difundidas sobre el dictador

EUROPA PRESS / El País– Barcelona – 21/04/2008

El historiador británico Paul Preston acaba de publicar El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco (Ediciones B) donde desgrana la personalidad del Caudillo, marcada por su condición de “vulnerable, pequeño e inseguro” por la que se refugiaba “en un disfraz”, algo que al inglés le recuerda al Mago de Oz, según indicó ayer en rueda de prensa.

Durante la época de Africa, Franco fue el Héroe del Rif para convertirse en el Cid del siglo XX en la Guerra Civil y luego, durante la Segunda Guerra Mundial, en un Felipe II obsesionado por reconstruir un imperio, relató Preston acerca de esa personalidad cambiante en la que siempre predominaba el afán por mentir y tergivrsar la realidad a su favor, según dijo.

“Eran unas mentiras tan infantiles que parecía imposible que las pudiese decir” pero “cuando se tiene el control totalitario de los medios, se puede decir cualquier cosa”, remachó el historiador, y puso como ejemplo una “mentira colosal”: Franco justificaba las penurias que pasó España durante la posguerra aduciendo que la culpa la tenía América, porque tenía envidia del sistema falangista, recordó Preston.

Mediocre y mentiroso

En el libro, que publica en catalán la editorial Edicions Base, se explica que Franco, “mediocre y mentiroso”, pudo mantenerse 40 años en el poder por la “inversión de terror” que hizo, por la “capacidad de manipular a sus colaboradores” y por el contexto internacional, en el que las potencias “sabían las mentiras de Franco pero les convenía” no revelarlas, aseguró.

La falta de sentimientos del dictador le facilitó mucho las cosas, ya que le capacitaba para pedir sin remordimiento la muerte de sus enemigos y para usar a sus soldados como carne de cañón, expuso Preston, aunque puntualizó que tampoco se puede decir que “disfrutase de la sangre”.

“Estoy harto de Franco”

“Es un poco exagerado decir que la única faceta de Franco era la de mentiroso, pero sí que es la que cada vez me llama más la atención”, reconoció Preston, para el que el Caudillo tenía “graves problemas psicológicos” y una fe ciega en la victoria y una suerte equiparable a la de un buen entrenador de futbol, además de que era capaz de animar a las tropas con su voz aguda y floja.

“Estoy harto de Franco”, espetó el historiador, aunque le motiva seguir investigando porque los medios de comunicación anglosajones le siguen brindando a Franco una buena fama que, según él, no merece.

El gran público anglosajón no ponen a Franco en el contexto de Hitler porque le sobrevivió 30 años y, antes y después de 1945, “pero sobretodo después”, el Caudillo puso en marcha una potente maquinaria de propaganda para reconstruir la historia y presentarse como el gran militar que ganó la Guerra Civil, el liberador de España de la Segunda Guerra Mundial y el inspirador del crecimiento económico de los años 60, premisas que para Preston son falsas.

Preston (Liverpool, 1946) consideró que lo que falta saber aún de Franco es el grueso de sus documentos personales, que están en paradero desconocido después de que en los años 60 se especulara con su venta, aunque un porcentaje muy pequeño de ellos se recogen en la Fundación Nacional Francisco Franco, según dijo el historiador.

Recientemente nombrado miembro del Institut d’Estudis catalans (IEC), Preston ofreció una conferencia sobre Franco ayer a las 19 horas en el Museu d’Història de Catalunya.

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Cataluña amplía la Ley de Memoria para “dignificar” las fosas comunes del franquismo

FERRAN BALSELLS El País – Barcelona – 26/03/2008

Dignidad para los cerca de 9.000 cadáveres sin identificar que reposan hacinados en 179 fosas comunes en Cataluña. La Generalitat aprobó ayer un proyecto de ley “pionero y necesario”, según el consejero de Relaciones Institucionales, Joan Saura, para honrar la memoria de los cuerpos sin nombre enterrados durante la Guerra Civil y el franquismo. Es el primer desarrollo de la ley de la Memoria Histórica, aprobada por el Gobierno el pasado 31 de octubre, que contempla que las Administraciones autonómicas puedan ampliar sus contenidos.

En su versión, la Generalitat despliega un paraguas más holgado en cuanto al papel de la Administración que el previsto por la ley estatal. Ese texto acota la ayuda del Gobierno a la reapertura de fosas con “subvenciones a las entidades sociales que participen en los trabajos”. El proyecto catalán contrapone una política de “coste y esfuerzo cero”. Los afectados deberán rellenar un formulario, remitirlo a la Generalitat y esperar. La Administración se ocupará, a partir de investigaciones documentales y otros indicios, de la localización, exhumación -si los parientes así lo solicitan- e identificación del cuerpo. “Hablamos del innegable derecho de las personas a saber de sus antepasados. La Generalitat se ocupará de todo”, resumió Josep Vendrell, secretario del Departamento de Relaciones Institucionales e impulsor del proyecto.

Para calibrar las distintas solicitudes -el departamento ya acumula más de 2.000, la mayoría sobre soldados muertos en campaña-, el proyecto prevé crear una comisión integrada por representantes de la Generalitat junto a profesionales de prestigio y, prometió Vendrell, “independientes”. Serán la bisagra en torno a la cual se articule la ley, que no contempla ninguna distinción entre facciones. “El derecho es el mismo para todos”, recalcó Vendrell. Ninguna de las peticiones recogidas hasta ahora corresponde a represaliados por el bando republicano.

¿A quién pertenecen los muertos?

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Os traigo hoy una parte de un texto escrito por Mireille Roselló (lo podéis leer entero aquí). El texto está fuera de contexto y hace referencia a Francia, pero creo que suscita muchas preguntas que resultan esenciales a la hora de reflexionar también sobre la situación en España en cuanto al debate acerca de la “recuperación de la memoria”.

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The question that seems to beg an answer, literally, like the beggar that religious or political ethics teaches me to honor, could be formulated as follows: how do we share mourning?

And “we” in that particular sentence, is obviously what needs to be constructed rather than what exists. Can we mourn for the dead when, between the dead, history and geography have placed the borders of nationality, ethnicity or religion. How can I think of a “we” that would grieve for “our” dead without resorting to a bland narrative of human mortality that makes Death the image of the great leveler of all differences. Even more specifically (but I take the apparently extreme case as paradigmatic rather than exceptional), how can we mourn our dead when the first “we” includes murderers and the survivors of their victims, and when “our dead” includes the victims killed by “our” executioners.

For a nation or a community to even agree on a day when “all souls” can be remembered, democratically so to speak, we need to have moved beyond other types of rituals, those for example, that would designate only martyrs, religious heroes, the “saints” as worthy of rememberance. Suggesting that “we” mourn one specific class of dead requires the type of identification that most often remains implicit and constructs the “we” by excluding all those who will not be invited to mourn “their” dead. All Saints Day implicitly disinvites not only those who were not martyrs or heroes, but perhaps more importantly, those who, in one way or another, identified or are identified as the people who killed the martyrs and the heroes. It also disinvites whoever does not believe in martyrdom, and all those who, as individuals, do not want their identity to be exclusively defined as members of a given community (whether their ascendants were victims of perpetrators).

France, like many countries today (and for a series of case studies I would refer you to Derrida’s text on “forgiveness”) the question of how “we” can mourn “our” dead is turning into a rather acrimonious debate about the role of history and, more broadly speaking, of any narrative that speaks in the name of history (and this includes cinema, literature and all the arts). Is it even possible to imagine a national discourse of mourning when the mourning in question reproduces, among the dead, the distinctions that originally led to the separation of the living between victims and torturers. When the dead that we want to mourn, and that politicians sometimes want to celebrate as national heroes, were killed not by “others” but by some of “us,” do we, fearfully, reconfigure the “us” so as to exclude either victims or executioners, either the dead or the living, from the common work of mourning, or do we face the immense task of finding a new national narrative of mourning that includes the history of slavery, colonization and collaboration? And if we choose that difficult path, doesn’t it mean that we must, on the one hand reconfigure the “we” that can mourn “our dead” but also find new genres, new types of stories that will allow us to represent the unthinkable object of our grief, the as yet unimagined shape of our loss?

El olvido de la crueldad franquista

Los estudiantes españoles saben más del nazismo, gracias al cine, o de las dictaduras de Chile y Argentina, por las informaciones de los medios de comunicación, que de lo que fue nuestra dictadura franquista

POR CARLOS BERZOSAEl País – 07/01/2008

salvador-puig-antich.jpgAntes de que tuviera ocasión de ver la película Salvador, acerca de la ejecución de Salvador Puig Antich, había hablado con jóvenes que ya la habían visto y que ignoraban por completo los hechos que narra. La mejor descripción la hizo una chica, quien dijo que le pareció impactante. Realmente lo es, y lo que más les extrañaba a estos jóvenes es que esos hechos pudieran haber sucedido en la España de los años setenta. Se enfrentaban, de esta manera, a través de la película, al horror que había supuesto el franquismo, y lo hacían ya no sólo a través de las ideas más o menos vagas que acerca de la dictadura les hubiesen contado en los estudios de bachillerato o de lo que pudiesen haber oído en sus casas.

Muchos estudiantes no tienen idea exacta de la brutalidad que supuso el régimen de Franco. No sabían nada de la matanza de Montejurra o de la de Vitoria. Algo sí sabían de la de Atocha.

El mismo desconocimiento de estos hechos recientes por parte de los jóvenes se ponía también en evidencia en una tertulia de radio que, dirigida por Concha García Campoy, se emitía desde los cursos de verano de la Complutense en El Escorial y en la que tuve la ocasión de participar. Al presentar a la actriz Leonor Watling, García Campoy señaló que ésta acababa de terminar el rodaje de Salvador. La actriz mencionó entonces que, antes del rodaje, ni ella ni el resto del equipo tenían conocimiento de esa historia. José Luis Sampedro y yo hablamos en el programa de radio de lo terrible que fue aquel suceso, de la conmoción que nos produjo y de otras ejecuciones que se llevaron a cabo al final del franquismo. Pero es que hay que admitir que resulta lógico que los jóvenes no sepan nada acerca de estos hechos tan cercanos en el tiempo, pues nadie les ha hablado de ellos, lo que es una muestra más de la ocultación a la que se encuentra sometida la historia de España más reciente y lo ominosa que pudo ser aquella parte de nuestra historia.

lagallinaciega.jpgEsta falta de información me recuerda la que también padecimos tantos jóvenes universitarios en la década de los sesenta, incluso entre los que nos enfrentábamos al franquismo. Max Aub arremete en La gallina ciega contra esa juventud que en 1969 no sabía nada acerca de la Guerra Civil, ni de lo que había representado la generación del escritor en el ámbito de las ciencias, las artes y la cultura. Para el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona Manuel Aznar Soler, que hace un estudio introductorio a esta obra en la edición de Alba Editorial, este ataque a cuenta de la desmemoria impuesta por el régimen franquista le parece un tanto injusto, pues la culpa no podía ser de aquellos a quienes no se les había enseñado nada de aquello a que se refería Aub o, en todo caso, se lo habían transmitido totalmente deformado. En realidad, no podía ser de otra manera ya que los libros más rigurosos acerca de la República y la Guerra Civil, como los de Hugh Thomas y Gabriel Jackson, estaban prohibidos y no resultaba fácil para muchos adquirirlos en el cuarto de atrás de determinadas librerías o comprarlos en Francia.

Llegados a este punto, conviene volver al principio: ¿cómo se encuentra el conocimiento de la juventud universitaria hoy respecto a lo que fue el franquismo y su última etapa? Mi experiencia como profesor universitario es que, salvo una minoría excesivamente pequeña, la mayoría no tiene ningún conocimiento. Esto sucede, además, en un contexto y en un tiempo en el que no es posible excusa alguna, pues ahora no hay libros prohibidos y se han publicado muchos que permiten disponer de una información documentada sobre lo que realmente pasó.

losrojosdeultramar.jpgUn testimonio notable de todo este desconocimiento lo ofrece Jordi Soler en su libro Los rojos de ultramar, cuando explica el porqué de ese libro basado en las memorias escritas de su abuelo. Pensó, en principio, que su publicación carecía de interés, aunque fueran memorias noveladas, pues no dejaba de ser un libro más sobre la Guerra Civil. Sin embargo, cambió de idea cuando, encontrándose impartiendo una conferencia en la Universidad Complutense, un estudiante le preguntó cómo es que se llamaba Jordi y hablaba con acento mexicano. Como contestación, contó la historia del exilio de su familia en no más de 10 minutos. Cuando terminó su rápida explicación los alumnos se quedaron mirándole desconcertados, como si acabara de contarles algo que hubiera sucedido en otro país o en la época del Imperio Romano. Tras las preguntas y las caras de asombro, dejó su conferencia de lado y habló largo y tendido sobre el exilio republicano, sintiéndose un poco ofendido de que esta información hubiera sido extirpada de la historia oficial de España.

Las razones de este desconocimiento pueden ser muchas, pero algunas de las más inmediatas las he obtenido de las explicaciones de mis estudiantes. Unos me señalan que los acontecimientos más recientes apenas se abordan en la asignatura de historia del bachillerato, debido a la extensión del programa, lo que hace que las explicaciones se acaben cuando comienza el franquismo; otros apuntan que en esas clases percibían la impresión de que los profesores, no todos, por supuesto, demostraban poco interés en querer entrar en lo que parece ser un agujero negro en nuestra historia.

Tampoco en las familias se habla del tema, ni siquiera del tardofranquismo que han vivido sus padres. Hace pocos años, hablando distendidamente con estudiantes de doctorado, me confesaban que no conocían nada acerca de las muertes que se produjeron en el final del franquismo y el inicio de la transición. No sabían nada acerca de la matanza de Montejurra, ni de la de Vitoria, ni sabían nada acerca de la muerte de estudiantes como Luz Nájera, Carlos González, ambos de la Universidad Complutense. Algo sí sabían sobre la matanza de Atocha.

La idea que tienen los universitarios del franquismo es generalmente vaga, algo así como que fue una dictadura y que algunos de sus padres corrieron delante de los grises, planteándolo como algo divertido y folklórico, sin que se sepa que detrás de esas carreras había detenidos, torturas, expedientes de expulsión de la universidad, depuraciones, exilios, e incluso muertes como la de Enrique Ruano.

elvanoayer.jpgBien es verdad que este desconocimiento procede tal vez del pudor de muchos padres de no hablar de esa parte de la historia que hemos vivido. Y es que sobre el tardofranquismo, aunque haya novelas extraordinarias como El vano ayer, de Isaac Rosa, se ha escrito poco.

Mi experiencia como profesor me indica que los estudiantes saben más del nazismo, gracias al cine, o de lo que sucedió en las dictaduras de Chile y Argentina, por las informaciones de los medios de comunicación, que de lo que fue nuestra dictadura, y, por supuesto, que no tienen una idea exacta de la brutalidad que supuso el régimen de Franco.

Hay otro factor más que aclara este escaso conocimiento sobre el ayer cercano, y es que, en la actualidad, la curiosidad intelectual y la inquietud política y cultural es menor que la que había en esos años sesenta. Asimismo hay una menor afición por la lectura y, por tanto, también menos interés por averiguar por uno mismo, como se hacía entonces, aquello que no se encuentra en los programas de las asignaturas oficiales. El porqué esto es así tendría que ser objeto de un análisis sociológico más profundo, que no es lo que pretendo hacer aquí ya que tan sólo quiero dejar constancia de un hecho. Tampoco pretendo juzgar ni condenar a nadie por su desconocimiento, aunque sí lamentar que esto suceda, ni comparar generaciones. Son momentos diferentes que responden a realidades distintas, y en la actualidad hay cosas mejores y otras peores, en lo que a preparación intelectual se refiere y respecto a lo que sucedía en los años sesenta, que tampoco debe ser un decenio ni mucho menos mitificado.

Creo necesaria, no obstante, la adaptación de la enseñanza a los tiempos actuales, y también que no debemos consentir que la historia de España más cercana haya quedado extirpada o deformada, máxime cuando llevamos 30 años de democracia y ésta se encuentra ya consolidada.

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Carlos Berzosa es rector de la Universidad Complutense de Madrid.