Diario de aprendizaje II (Päivi)

Tanto en El silencio roto como en La voz dormida me llamó la atención la manera en que se representa el papel de la mujer ‘activa’ y los motivos por las cuales se meten a luchar. En honor del Día Internacional de la Mujer, voy a concentrarme en las mujeres de las dos obras en este diario.Tradicionalmente las guerras han sido representadas desde el punto de vista de los personajes masculinos. En muchas obras literarias y cinematográficas destaca una clara distinción entre el frente de batalla, visto como un territorio masculino, y el espacio femenino, en otras palabras, el hogar con sus alrededores. Obras de la primera Guerra Mundial como Jacob’s Room de Virginia Woolf y The Return of the Soldier de Rebecca West concentran, en su mayor parte, en representar la vida en el espacio femenino durante la guerra. Sin embargo, en ambas obras el papel de la mujer es bastante tradicional, o sea secundario. Estas mujeres no van a luchar al lado de sus maridos, sino se quedan en casa para cuidar a sus hijos, llorar y esperar. Este tipo de mujeres han sido comparadas a mártires, porque son dispuestas a hacer (y soportar) cualquier cosa para apoyar el heroísmo masculino.

En este sentido, la situación en una guerra civil como la de España no es, en mi opinión, comparable a una guerra internacional: el frente de batalla ya no es un territorio exclusivamente masculino, porque también hay mujeres que toman armas. Por lo tanto, las mujeres ya no son solamente hadas del hogar – igual pueden ser furias de los frentes de batalla. La oposición entre la frente de batalla y el espacio femenino se borra, porque están entremezclados los dos. En estas condiciones muchas mujeres se activan; salen del espacio (tradicionalmente considerado como) femenino y participan en la lucha como pueden. Lo que me molesta muy a menudo en la representación (sobre todo literaria) de una mujer políticamente activa es su motivación. Supongo que no son obligadas a tomar armas, sino lo hacen por su propia voluntad e interés. Sin embargo, varias obras dan la impresión que el motivo de la mujer activa no es ideológico sino sentimental; está enamorada con un ‘revolucionario’ y es por eso que quiere participar en la lucha. Espero que entiendan que no estoy tratando de argumentar que se puede separar la ideología de los sentimientos, o que todos los (tanto hombres como las mujeres) que han luchado por algo durante los últimos 2000 años hayan siempre tenido una ideología clara. Solo es que me parece que en las representaciones literarias el interés de una mujer es siempre principalmente relacionado con el amor; el mensaje ideológico siempre tiene que venir de los labios de su marido/novio/amante antes de que pueda ser comprensible. Inevitablemente este tipo de mujeres no son tan comprometidas a la meta de los demás y así son de poca confianza en el grupo de los revolucionarios. Es como si podrían cambiar tranquilamente al otro lado si se dan cuenta que el amor (ya) no es recíproco y conoce a un chico guapo del lado del enemigo.

En La voz dormida, las mujeres en la cárcel tienen todas una idea de la situación política del país. Por lo menos saben en que lado están. Tensi, por ejemplo, ha sido bastante activa en la lucha antes de estar detenida. Sin embargo, su participación revolucionaria parece estar relacionada con su marido. En cuanto a Pepita, me parece que la Guerra Civil no le interesa para nada antes de encontrar La chaqueta negra. Está más bien harta de la guerra y de sus consecuencias. Es casi humillante el cambio en su actitud cuando encuentra La chaqueta negra. Ya no le importa que un novio republicano signifique problemas, que significa compromiso político. Por supuesto, el hecho que es un héroe conocido debe tener algo que ver con su éxtasis inmediato. De todas maneras, La chaqueta negra ha tenido que lavar su cerebro muy bien para que esté dispuesta a esperar tantos años a un hombre que ni siquiera conoce muy bien. En El silencio roto, las mujeres apoyan a sus maridos/novios/amantes republicanos con todas sus fuerzas. La historia entre Manuel y Lucía es la que vemos desde más cerca. Cuando Lucía llega a la aldea, tiene una actitud casi demasiado ingenua: podría enamorarse con cualquier joven del pueblecito. Como hemos visto, es Manuel, quien la cautiva y después se compromete a la lucha. Sin embargo, me parece que no lo va a continuar cuando se va del pueblo al final de la película. Parece haber sido una lucha por motivos sentimentales que se acaba cuando muere el amante, como en tantas otras representaciones de una mujer políticamente activa.

El compromiso político o revolucionario de las mujeres ha sido representado de la misma manera en varias obras que tratan de la lucha de los republicanos irlandeses (IRA revolucionario) en Irlanda del Norte, como por ejemplo en la obra de teatro Ourselves Alone de Anne Devlin y en la novela The House of Splendid Isolation de Edna O’Brien. Estoy consciente de que una historia de amor es casi necesaria en una obra histórica/política/bélica para que pueda captar la atención del publico (y luego mantenerlo). Sin embargo, pienso que este tipo de representaciones producen una impresión falsa de las mujeres: el papel de la mujer suele ser secundario y demasiado simplificado. Después de haber leído el diario de Ruth, me quedé pensando en la misma frase que Elina aborda en su comentario: “Las representaciones de un hecho (o de un mito) nos forman tanto como el hecho mismo”. ¿Qué aprendemos, entonces, de este tipo de representaciones? Por lo menos que el amor de estos personajes femeninos “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (Corintios 13:1). Desgraciadamente, las representaciones de este tipo pueden también fortalecer la idea de la mujer como un ser dependiente e impresionable que no debería estar en poder porque no sabe manejarlo.

Fuentes:
Corintios 13:1 en http://www.bibliaonline.net/bol/?acao=por_verso&livro=46&capitulo=&versiculo=&versao=5&grupos=&agrupar=&link=bol&cab=1&pag_ini=300〈=AR

Devlin, Anne. Ourselves alone. London: Faber, 1986.

O´Brien. Edna. House of Splendid Isolation. London: Phoenix, 2002

West, Rebecca. The Return of the Soldier. 1922.
En http://digital.library.upenn.edu/women/west/soldier/soldier.html

Woolf, Virginia. Jacob’s Room. London: Vintage, 2004.

¿A quién pertenecen los muertos?

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Os traigo hoy una parte de un texto escrito por Mireille Roselló (lo podéis leer entero aquí). El texto está fuera de contexto y hace referencia a Francia, pero creo que suscita muchas preguntas que resultan esenciales a la hora de reflexionar también sobre la situación en España en cuanto al debate acerca de la “recuperación de la memoria”.

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The question that seems to beg an answer, literally, like the beggar that religious or political ethics teaches me to honor, could be formulated as follows: how do we share mourning?

And “we” in that particular sentence, is obviously what needs to be constructed rather than what exists. Can we mourn for the dead when, between the dead, history and geography have placed the borders of nationality, ethnicity or religion. How can I think of a “we” that would grieve for “our” dead without resorting to a bland narrative of human mortality that makes Death the image of the great leveler of all differences. Even more specifically (but I take the apparently extreme case as paradigmatic rather than exceptional), how can we mourn our dead when the first “we” includes murderers and the survivors of their victims, and when “our dead” includes the victims killed by “our” executioners.

For a nation or a community to even agree on a day when “all souls” can be remembered, democratically so to speak, we need to have moved beyond other types of rituals, those for example, that would designate only martyrs, religious heroes, the “saints” as worthy of rememberance. Suggesting that “we” mourn one specific class of dead requires the type of identification that most often remains implicit and constructs the “we” by excluding all those who will not be invited to mourn “their” dead. All Saints Day implicitly disinvites not only those who were not martyrs or heroes, but perhaps more importantly, those who, in one way or another, identified or are identified as the people who killed the martyrs and the heroes. It also disinvites whoever does not believe in martyrdom, and all those who, as individuals, do not want their identity to be exclusively defined as members of a given community (whether their ascendants were victims of perpetrators).

France, like many countries today (and for a series of case studies I would refer you to Derrida’s text on “forgiveness”) the question of how “we” can mourn “our” dead is turning into a rather acrimonious debate about the role of history and, more broadly speaking, of any narrative that speaks in the name of history (and this includes cinema, literature and all the arts). Is it even possible to imagine a national discourse of mourning when the mourning in question reproduces, among the dead, the distinctions that originally led to the separation of the living between victims and torturers. When the dead that we want to mourn, and that politicians sometimes want to celebrate as national heroes, were killed not by “others” but by some of “us,” do we, fearfully, reconfigure the “us” so as to exclude either victims or executioners, either the dead or the living, from the common work of mourning, or do we face the immense task of finding a new national narrative of mourning that includes the history of slavery, colonization and collaboration? And if we choose that difficult path, doesn’t it mean that we must, on the one hand reconfigure the “we” that can mourn “our dead” but also find new genres, new types of stories that will allow us to represent the unthinkable object of our grief, the as yet unimagined shape of our loss?

Diario de aprendizaje II (Enrique)

En esta segunda parte de la asignatura se han tratado dos temas, el maquis, distinguiéndose entre la guerrilla organizada y la mera supervivencia aislada, y la situación carcelaria durante la guerra y la posguerra, con los agravantes de la injusticia reinante y la dura represión aplicada, entre otros.  

Como fuentes referenciales las emblemáticas novelas Luna de Lobos y La voz dormida, la evocadora película Silencio roto, de contenido sórdido y hermético, una presentación sobre Raza y Espíritu de una raza (la propaganda y el franquismo), otra sobre La memoria y el simbolismo de Las trece rosas, las explicaciones, reflexiones y comentarios de clase y una completa colección de artículos.  

Todas las narraciones se tratan desde una óptica sensibilizada con el lado republicano, la víctima humillada y oprimida por el lado vencedor, el tiránico verdugo fascista, que impone su ley del terror, sesgando impunemente vidas, desmembrando familias, forzando al exilio, ultrajando obsesivamente el alma republicana. Es cierto y se trata de delitos sumamente graves. También lo es que la considerable parte de población que nunca cuestionó al franquismo nunca los sufrió (hecho que no lo exculpa naturalmente).     

Las posturas radicales “quien no está conmigo está contra mí” eran la tónica de aquellos tiempos. No obstante, debo decir que discrepo parcialmente del soslayado planteamiento con que se enfoca el tema, pues cabe hacer matizaciones sobre el tono tan extremoso de citadas narraciones y obra cinematográfica. La verosimilitud expresada con un incuestionable valor artístico queda parcialmente mermada por su sectarismo (las atrocidades sólo las cometía un bando), su ámbito restringido (no extensible a una gran parte del pueblo) y su precaria articulación histórica, factores que, si no en su estilo sí en su fondo, comparten con la mayoría de las novelas franquistas. La voz dormida es históricamente más completa. En cualquier caso, Luna de lobos invita poderosamente a una reflexión que reservo para el final. (Las consideraciones anteriores tampoco pretenden justificar las transgresiones cometidas).    

La radicalización fue denominador común a ambos bandos, como ya dije en el diario precedente. El 18 de julio supuso en toda España un levantamiento de la veda para la caza de unos españoles por otros. En la prensa de la zona republicana se concede la justificación popular de la justicia, e incluso se aplaude que “la justicia del pueblo” -es decir, los asesinatos a mansalva por motivos muchas veces personales- se adelante e incluso suplante a la justicia del Estado. En la zona nacional los presuntos “incontrolados” eran con frecuencia conversos de organizaciones izquierdistas que trataban de justificar historias adversas; o derechistas de toda la vida que interpretaban así su afiliación  a la Falange. [“Las matanzas colectivas en territorio rebelde no excusan las que tuvieron lugar en zona republicana. … Los españoles se mataban entre sí”, afirma el historiador de afiliación comunista M. Tuñón de Lara]. En la guerra la pertenencia a uno de los bandos sólo llevaba al suicidio; tendencia que tras ella continuó. 

En el Museo del Ejército de Madrid existe un gran cuadro que evoca las matanzas con una clara leyenda: “Españoles: perdonad, pero no olvidéis”.

(Sólo cabe la más viva repulsa y condena a toda aquella degradación humana, con independencia de su signo). 

Monte, anochecer, herido, sin comer, valiente, nombre verdadero, combate sangriento, Guardia Civil, … voces componentes de una canción guerrillera que recrea al galicismo francés “maquís” (matorral o lugar poblado de matorrales), “los que se echan al monte”, “los huidos”, “los fugados”, “los del monte”, para designar a la resistencia activa antifascista de los años cuarenta. Este contingente junto con la población reclusa constituyeron los focos preferentes de la dura represión franquista.  

Desde la retirada de las guarniciones alemanas de la vertiente pirenáica en 1944, las guarniciones fronterizas españolas y los puestos de la Guardia Civil registraban movimientos sospechosos y sufrían hostigamiento y agresiones armadas. Comenzó así una prolongación de la Guerra Civil. En alegatos de tono triunfalista el ejército guerrillero español (el/los maquis) trataba de presentarse como el enemigo activo del franquismo. “La unión de bolsas de huidos al finalizar la guerra civil y de los maquis infiltrados desde Francia hizo posible la guerrilla propiamente dicha”, afirma Secundino Serrano. 

En aquel ajedrez político se creó en Buenos Aires un Comité Nacional de Liberación, apareció una Junta de Unión Nacional auspiciada por el Partido Comunista, se lanzaban manifiestos monárquicos, republicanos y nacionalistas (vascos y catalanes, naturalmente) en pro de la invasión conducente a la Reconquista de España, aludiéndose al hambre, las tenebrosas mazmorras, los pelotones de fusilamiento, el reguero de sangre y los gemidos del pueblo, etc, ante el criminal contubernio de carroña y podredumbre … de “Franco, la muerte de España, cuyo derrocamiento es el umbral de la resurrección de la patria. ¡Mueran Franco y su maldita Falange! ¡Viva el Gobierno de la República!”. … “La canalla franquista, -el “enano sangriento” y sus esbirros-, emplea contra nosotros todos sus recursos represivos y terroristas: Guardia Civil y Policía armada; moros y Tercio Extranjero; Guardia Nacional Portuguesa y contrapartidas de forajidos y espías. Pero sus esfuerzos criminales están condenados al fracaso”.   

Resultado, el sangriento fracaso de las agrupaciones guerrilleras, como los 6.000 hombres de las brigadas-cuadro (en referencia a los cuadros de mando) que en su hábil penetración por el pirineo leridano y Roncesvalles ocuparon en sorpresivo ataque varios pueblos, tras arrollar a sus guarniciones (como vimos en Silencio Roto), en cuya contraofensiva se empleó un grupo móvil de divisiones hasta envolverlos (conforme a la táctica tradicional conocida como “la horca del Caudillo”). Durante la retirada algunos grupos ya no pudieron regresar y se adentraron en el país uniéndose a los huídos, escondidos desde el final de la guerra en grupos aislados, y sobrevivieron gracias al apoyo de una parte de la población campesina.  

El Partido Comunista trató de organizar a estos hombres para crear un frente único de liberación en el interior. Las agrupaciones guerrilleras se estructuraron con forma organizada y territorial, incluyendo una escala de mandos, disciplina castrense, responsabilidades políticas y militares, se creó una escuela técnica de capacitación para guerrilleros y se publicó un boletín de combate (el periódico El guerrillero). Existían puntos de apoyo que suministraban el abastecimiento de las bases. Sus objetivos eran civiles y militares, asaltaban trenes, secuestraban personas por las que se pedía un rescate, unido a las ejecuciones ejemplarizantes de falangistas o traidores. Realizaron campañas de propaganda, principalmente entre el campesinado, mostrándose como la única esperanza para acabar con el modelo caciquista que el falangismo pretendía perpetrar. [Recuérdese que el régimen semifeudal imperante en el campo mantenía al campesinado en unas condiciones paupérrimas]. Piénsese que durante el año 1947 toda la zona de actuación de la agrupación querrillera del Levante fue declarada zona de guerra, llegando a crearse compañías móviles para su control.     

Tras una reciente Guerra Civil, ante la veracidad de lo anterior no debería sorprender que el franquismo presentara al maquis (un enemigo armado) como una “conspiración exterior” o como un grupo de bandoleros, malhechores, forajidos, terroristas con las manos manchadas de sangre”, sobre todo por minimizar su importancia. [Con la banda terrorista ETA se recurre a la misma estratégia semántica (pistoleros, asesinos, bandidos), evitándose a toda costa calificarla como organización estructurada. En Rusia se alude de igual forma a los insurgentes chechenos]. Se pagaba una recompensa de hasta 5.000 pts. por cada huido o guerrillero capturado. Su delito se tipificaba como “Rebelión Militar (Bandoleros)” en juicio sumarísimo. 

Con un lapsus de dos centurias Robin Hoods a la española como Tragabuches, José María el Tempranillo, Pasos largos, Cintas verdes, Luis Candelas, etc., nombres míticos del romántico bandolerismo andaluz nacido en los tiempos de lucha contra el invasor gabacho, pasaban el testigo a Juanín, Facerías, Quico Sabaté, Caraquemada, etc., maquis rurales y urbanos de leyenda; los Migueletes, antiguos fusileros de montaña, intercambiaban papeles con los números de la Guardia Civil, los míticos depositarios del altruismo, la heroicidad y la masculinidad en la literatura franquista.   

Por su copiosa documentación y amplitud de análisis, cabe destacar el libro escrito en dos tomos, Maquis en España (1975) y El maquis en sus documentos (1976), por  Francisco Aguado Sánchez, historiador y teniente coronel de la Guardia Civil. Conforme a los archivos de la Guardia Civil, la acción del maquis produjo (en cifras aproximadas)  1.000 muertes violentas entre la población civil, 6.000 asaltos y atracos, 8.300 actos delictivos de toda clase, murieron en acción 2.200 guerrilleros o bandoleros, 3.000 fueron capturados, 550 se entregaron de forma voluntaria y 19.500 fueron detenidos como cómplices. En la contraofensiva murieron unos 300 miembros de los cuerpos armados (Guardia Civil, Cuerpo General de Policía, Policía Armada y Ejército). [Moreno Gómez descalifica esta obra con tremenda contundencia, afirmando que está escrita “sobre bases teóricas falsas, desde una defensa a ultranza de la dictadura y su Caudillo, desde un profundo desprecio hacia el sistema democrático, y desde unas fuentes unilaterales (los exclusivos fondos de la Guardia Civil, fragmentarios, tendenciosos y con muchas lagunas),…”]. Guste o no, hay que constatar que son los únicos datos que por el momento existen.      

Aquella actividad subversiva del maquis, pese a alcanzar su apogéo entre los años 1946 y 1947 (coincidiendo con las ofensivas políticas exteriores contra la España de Franco), duró hasta 1949, fecha en que el movimiento fue prácticamente aniquilado. Y pese a las consignas reconciliadoras impartidas finalmente desde el sur de Francia por el Partido Comunista, algunas guerrillas se negaron a abandonar el monte hasta entrados los años sesenta.  

La antes referida fragmentación de los grupos guerrilleros (de grupos aislados formados por huidos, como el de Luna de lobos), la paulatina disminución del apoyo familiar y popular por el miedo y el deseo de salir de la hambruna de los años de la autarquía (conforme indica José María Izquierdo), junto al control que las fuerzas de seguridad franquistas ejercían fueron factores decisivos que llevaron a su desaparición definitiva. El acoso y espionaje desplegado por la Benemérita fue de tal intensidad (téngase Silencio Roto como ejemplo) que  hasta familias enteras abandonaron todo lo que tenían para echarse literalmente al monte e ingresar en la guerrilla. “Ir a la cárcel en aquella época era ir a que te mataran a palos”, cuenta Remedios Montero, Celia, detenida en 1952 y que permaneció en prisión hasta 1960.  

El olvido los conmina a una supervivencia feroz, a una muerte en vida,  como es el caso del legendario Gregorio García Díaz, Gorete, cuyo solitario destierro en una fría y recóndita cueva se prolongó durante más de once años. El hombre que  presencia el entierro de su madre a través de unos prismáticos y siega por agradecimiento a la luz de la luna la hierba de una familia en Luna de lobos. Pese a todo, la dadivosa España democrática no llegó ni a indemnizarle mínimamente.   

La paradigmática “lucha borrosa” del maquis fue silenciada durante el régimen franquista (su lógica política para encubrir la actividad subversiva), paradójicamente incluso por el Partido Comunista, los gobiernos democráticos y las élites políticas e intelectuales. Además, la Transición fue útil para pasar de la dictadura a la democracia, pero no fue justa, ya que se construyó con una amnesia y olvido patentes, conforme observación de Secundino Serrano.  

La realidad histórica de la guerrilla antifranquista ha sido una de las áreas más desconocidas por la opinión pública y más abandonadas por la historiografía tradicional. Entre otras realidades del pasado que aúnan silencio histórico y trauma mencionar los campos de concentración franquistas, los trabajos forzados, la construcción del Valle de los Caídos, la oposición antifranquista protagonizada por mujeres, el robo de niños a los rojos, los desaparecidos, los topos, etc. Conforme a la teoría del trauma, toda víctima de un trauma no suele reconocerse a sí misma como tal víctima y evade el tema guardando silencio. El silencio es un modo de vida con el que sujeto se siente psíquicamente protegido del terror experimentado. De ahí el deseo de algunos autores a romper su silencio mediante la construcción de una memoria histórica, como representa la película vista, Silencio roto (2000).     

“Bandoleros (asesinos y secuestradores, orquestados por la “bestia parda” del Partido Comunista), héroes (valerosos y altruistas que no dudan en dar su vida por la libertad y la justicia -La voz dormida y Silencio roto-) y supervivientes (de una extrema represión y expuestos a extremas condiciones de vida; cuya la heroicidad es resultado de la lucha contra la naturaleza, que también se ha convertido en enemiga -Luna de lobos- )” son tres modelos básicos de representación del maquis español según se hayan producido en la España franquista, la del exilio o la democrática.   

Concluyo mencionando Luna de lobos. Un relato mitificador de la Guerra Civil por su dialéctica entre mito (la luna, el sol de los muertos) y trauma (los lobos, los maquis apartados de la sociedad, perseguidos a muerte, que tienen que sobrevivir en condiciones extremas, llegando incluso a matar como alimañas salvajes). Un canto a la bondad y a la maldad, al entorno aliado y al hostil, a la oscuridad y a la soledad, a la astucia y al silencio, a la resistencia o a la muerte. Está llena de matices muy sugerentes sobre la esencia del ser humano y la vida misma. Su prosa poética y su contenido filosófico me han resultado fascinantes. 

Fuentes: 

Aguado Sánchez, Francisco, 1975 y 1976. Maquis en España y El maquis y sus documentos.  

De la Cierva, Ricardo, 1976. La Historia se confiesa. Tomos III y V. Planeta. Barcelona.

Izquierdo, José María. 2002. Maquis: Guerrilla antifranquista. Un tema en la literatura de la memoria española.

http://www.duo.uio.no/roman/Art/Rf-16-02-2/esp/Izquierdo.pdf 

Llamazares, Julio. 1991. “Adiós a Gorete”. En Babia. Seix Barral. Barcelona.  

Los últimos guerrilleros. La historia de los maquis. Documental.  

Moreno-Nuño, Carmen. 2006. Las huellas de la Guerra Civil. Mito y trauma en la narrativa de la España democrática. Ediciones Libertarias. Madrid. 

Serrano, Secundino. 2001. Entrevista: Antifranquista. Nueva Leer nro. 122.  Serrano,

Secundino. 2001. Maquis: Historia de la guerrilla antifranquista. 

El olvido de la crueldad franquista

Los estudiantes españoles saben más del nazismo, gracias al cine, o de las dictaduras de Chile y Argentina, por las informaciones de los medios de comunicación, que de lo que fue nuestra dictadura franquista

POR CARLOS BERZOSAEl País – 07/01/2008

salvador-puig-antich.jpgAntes de que tuviera ocasión de ver la película Salvador, acerca de la ejecución de Salvador Puig Antich, había hablado con jóvenes que ya la habían visto y que ignoraban por completo los hechos que narra. La mejor descripción la hizo una chica, quien dijo que le pareció impactante. Realmente lo es, y lo que más les extrañaba a estos jóvenes es que esos hechos pudieran haber sucedido en la España de los años setenta. Se enfrentaban, de esta manera, a través de la película, al horror que había supuesto el franquismo, y lo hacían ya no sólo a través de las ideas más o menos vagas que acerca de la dictadura les hubiesen contado en los estudios de bachillerato o de lo que pudiesen haber oído en sus casas.

Muchos estudiantes no tienen idea exacta de la brutalidad que supuso el régimen de Franco. No sabían nada de la matanza de Montejurra o de la de Vitoria. Algo sí sabían de la de Atocha.

El mismo desconocimiento de estos hechos recientes por parte de los jóvenes se ponía también en evidencia en una tertulia de radio que, dirigida por Concha García Campoy, se emitía desde los cursos de verano de la Complutense en El Escorial y en la que tuve la ocasión de participar. Al presentar a la actriz Leonor Watling, García Campoy señaló que ésta acababa de terminar el rodaje de Salvador. La actriz mencionó entonces que, antes del rodaje, ni ella ni el resto del equipo tenían conocimiento de esa historia. José Luis Sampedro y yo hablamos en el programa de radio de lo terrible que fue aquel suceso, de la conmoción que nos produjo y de otras ejecuciones que se llevaron a cabo al final del franquismo. Pero es que hay que admitir que resulta lógico que los jóvenes no sepan nada acerca de estos hechos tan cercanos en el tiempo, pues nadie les ha hablado de ellos, lo que es una muestra más de la ocultación a la que se encuentra sometida la historia de España más reciente y lo ominosa que pudo ser aquella parte de nuestra historia.

lagallinaciega.jpgEsta falta de información me recuerda la que también padecimos tantos jóvenes universitarios en la década de los sesenta, incluso entre los que nos enfrentábamos al franquismo. Max Aub arremete en La gallina ciega contra esa juventud que en 1969 no sabía nada acerca de la Guerra Civil, ni de lo que había representado la generación del escritor en el ámbito de las ciencias, las artes y la cultura. Para el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona Manuel Aznar Soler, que hace un estudio introductorio a esta obra en la edición de Alba Editorial, este ataque a cuenta de la desmemoria impuesta por el régimen franquista le parece un tanto injusto, pues la culpa no podía ser de aquellos a quienes no se les había enseñado nada de aquello a que se refería Aub o, en todo caso, se lo habían transmitido totalmente deformado. En realidad, no podía ser de otra manera ya que los libros más rigurosos acerca de la República y la Guerra Civil, como los de Hugh Thomas y Gabriel Jackson, estaban prohibidos y no resultaba fácil para muchos adquirirlos en el cuarto de atrás de determinadas librerías o comprarlos en Francia.

Llegados a este punto, conviene volver al principio: ¿cómo se encuentra el conocimiento de la juventud universitaria hoy respecto a lo que fue el franquismo y su última etapa? Mi experiencia como profesor universitario es que, salvo una minoría excesivamente pequeña, la mayoría no tiene ningún conocimiento. Esto sucede, además, en un contexto y en un tiempo en el que no es posible excusa alguna, pues ahora no hay libros prohibidos y se han publicado muchos que permiten disponer de una información documentada sobre lo que realmente pasó.

losrojosdeultramar.jpgUn testimonio notable de todo este desconocimiento lo ofrece Jordi Soler en su libro Los rojos de ultramar, cuando explica el porqué de ese libro basado en las memorias escritas de su abuelo. Pensó, en principio, que su publicación carecía de interés, aunque fueran memorias noveladas, pues no dejaba de ser un libro más sobre la Guerra Civil. Sin embargo, cambió de idea cuando, encontrándose impartiendo una conferencia en la Universidad Complutense, un estudiante le preguntó cómo es que se llamaba Jordi y hablaba con acento mexicano. Como contestación, contó la historia del exilio de su familia en no más de 10 minutos. Cuando terminó su rápida explicación los alumnos se quedaron mirándole desconcertados, como si acabara de contarles algo que hubiera sucedido en otro país o en la época del Imperio Romano. Tras las preguntas y las caras de asombro, dejó su conferencia de lado y habló largo y tendido sobre el exilio republicano, sintiéndose un poco ofendido de que esta información hubiera sido extirpada de la historia oficial de España.

Las razones de este desconocimiento pueden ser muchas, pero algunas de las más inmediatas las he obtenido de las explicaciones de mis estudiantes. Unos me señalan que los acontecimientos más recientes apenas se abordan en la asignatura de historia del bachillerato, debido a la extensión del programa, lo que hace que las explicaciones se acaben cuando comienza el franquismo; otros apuntan que en esas clases percibían la impresión de que los profesores, no todos, por supuesto, demostraban poco interés en querer entrar en lo que parece ser un agujero negro en nuestra historia.

Tampoco en las familias se habla del tema, ni siquiera del tardofranquismo que han vivido sus padres. Hace pocos años, hablando distendidamente con estudiantes de doctorado, me confesaban que no conocían nada acerca de las muertes que se produjeron en el final del franquismo y el inicio de la transición. No sabían nada acerca de la matanza de Montejurra, ni de la de Vitoria, ni sabían nada acerca de la muerte de estudiantes como Luz Nájera, Carlos González, ambos de la Universidad Complutense. Algo sí sabían sobre la matanza de Atocha.

La idea que tienen los universitarios del franquismo es generalmente vaga, algo así como que fue una dictadura y que algunos de sus padres corrieron delante de los grises, planteándolo como algo divertido y folklórico, sin que se sepa que detrás de esas carreras había detenidos, torturas, expedientes de expulsión de la universidad, depuraciones, exilios, e incluso muertes como la de Enrique Ruano.

elvanoayer.jpgBien es verdad que este desconocimiento procede tal vez del pudor de muchos padres de no hablar de esa parte de la historia que hemos vivido. Y es que sobre el tardofranquismo, aunque haya novelas extraordinarias como El vano ayer, de Isaac Rosa, se ha escrito poco.

Mi experiencia como profesor me indica que los estudiantes saben más del nazismo, gracias al cine, o de lo que sucedió en las dictaduras de Chile y Argentina, por las informaciones de los medios de comunicación, que de lo que fue nuestra dictadura, y, por supuesto, que no tienen una idea exacta de la brutalidad que supuso el régimen de Franco.

Hay otro factor más que aclara este escaso conocimiento sobre el ayer cercano, y es que, en la actualidad, la curiosidad intelectual y la inquietud política y cultural es menor que la que había en esos años sesenta. Asimismo hay una menor afición por la lectura y, por tanto, también menos interés por averiguar por uno mismo, como se hacía entonces, aquello que no se encuentra en los programas de las asignaturas oficiales. El porqué esto es así tendría que ser objeto de un análisis sociológico más profundo, que no es lo que pretendo hacer aquí ya que tan sólo quiero dejar constancia de un hecho. Tampoco pretendo juzgar ni condenar a nadie por su desconocimiento, aunque sí lamentar que esto suceda, ni comparar generaciones. Son momentos diferentes que responden a realidades distintas, y en la actualidad hay cosas mejores y otras peores, en lo que a preparación intelectual se refiere y respecto a lo que sucedía en los años sesenta, que tampoco debe ser un decenio ni mucho menos mitificado.

Creo necesaria, no obstante, la adaptación de la enseñanza a los tiempos actuales, y también que no debemos consentir que la historia de España más cercana haya quedado extirpada o deformada, máxime cuando llevamos 30 años de democracia y ésta se encuentra ya consolidada.

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Carlos Berzosa es rector de la Universidad Complutense de Madrid.

Los moros de la ‘cruzada’ de Franco

TOMÁS BÁRBULOEl País – 01/03/2008 

El realizador melillense Driss Deiback reconstruye en el documental Los perdedores la tragedia de los miles de marroquíes que lucharon en la Guerra Civil.

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Cerca de cien mil marroquíes de entre 16 y 50 años lucharon en la Guerra Civil española. Fueron reclutados por el Ejército de Franco en las cabilas del Protectorado del norte y en los miserables poblados de Ifni, y trasladados a la Península en barcos y en aviones alemanes. Durante los tres años que duró la contienda, participaron en todos los frentes de batalla y dejaron un recuerdo terrible de asaltos a sangre y fuego, saqueos (tenían derecho al pillaje), violaciones y matanzas. Tampoco ellos salieron bien librados. A los 20.000 que murieron en combate hay que sumarles los que fallecieron de enfermedades y los mutilados. Cuando terminó la guerra, los que quedaban vivos fueron licenciados y repatriados sin contemplaciones.

Una película documental llega ahora a las pantallas para rescatar su peculiar cruzada, Los perdedores, dirigida por el melillense Driss Deiback, arranca de aquellos sucesos de los años treinta y, a través del testimonio de los supervivientes y del análisis de especialistas como Juan Goytisolo, María Rosa de Madariaga o José María Ridao, trata de vincularlos con el conflicto que enfrenta a la cultura musulmana con las civilizaciones de raíz cristiana.

No-do, el noticiario que el régimen de Franco obligaba a emitir en todos los cines antes de la proyección de las películas, explicaba así el comienzo de esta historia: “Todos los musulmanes de nuestro Protectorado en Marruecos, impregnados del amor y la cultura que en ellos ha sembrado España, acuden en socorro inmediato al escuchar los clarines de la llamada de Occidente. (…) Ni levas ni propaganda. Voluntarios nada más. Por mandato del corazón”.

La realidad fue muy distinta. Los militares facciosos reclutaron a los marroquíes a través de la red de caídes amigos que el Ejército de África había tejido durante los años anteriores. El reclamo era económico: una paga que rondaba las 180 pesetas al mes, con dos meses de anticipo, y cuatro kilos de azúcar, una lata de aceite y tantos panes como hijos tuviera la familia del alistado. Empujadas por el hambre, miles de familias enviaron a sus hijos al matadero.

En el documental son entrevistados varios de aquellos soldados. Uno de ellos se llama Mimou Mohammedi. Convertido en un venerable anciano, resume gráficamente lo que hicieron con ellos: “Nos metieron como a gatos en un saco, nos soltaron en España y nos dijeron: ¡a disparar o a morir!”. Alentados por los oficiales, se aplicaron a la tarea con la misma brutalidad que habían aprendido pocos años antes luchando contra los españoles en las guerras de África: destripamientos, decapitaciones y mutilaciones de orejas, narices y testículos. Los generales aventaban su fama de salvajes. Desde la radio de Sevilla, Queipo de Llano prometía a los “milicianos castrados” que sus mujeres pronto conocerían la virilidad a manos de aquellas tropas.

“¡Volveréis a vuestros pueblos con babuchas de oro!”, les había prometido Franco. Pero cuando terminó la contienda los echó a patadas. Fueron licenciados y repatriados a la fuerza. Cierto que retuvo a unos pocos miles para luchar contra el maquis, pero también a ellos los despidió en los años cincuenta, una vez eliminada la amenaza guerrillera. Sólo conservó al puñado de integrantes de su Guardia Mora, que durante décadas actuaron como vistosa escolta ecuestre en torno al Rolls Royce (regalo de Hitler) en el que el dictador se desplazaba para los actos oficiales.

Las medallas que el Gobierno del caudillo entregó a los soldados marroquíes se oxidaron pronto. Hammou el Houcine, que ahora es ciudadano español y vive en Melilla, enumera sus ocho condecoraciones, entre las que figura la codiciada Laureada de San Fernando. “No recibo por ellas ni un céntimo”, asegura. Su compañero Amar Lazar muestra a la cámara el último recibo que le ha remitido el Ministerio de Hacienda: “Me dicen que todas mis medallas caducaron. Me queda sólo la de sufrimientos por la Patria. Por ella me pagan 5,17 euros al mes”. Más dramática aún es la situación de las viudas y los huérfanos de quienes murieron en la contienda. Jamás han recibido pensión alguna y viven desde entonces en la miseria.

El papel desempeñado por los soldados marroquíes en la Guerra Civil quedó grabado al rojo en el imaginario español. Retratados como salvajes por los republicanos y despreciados como “moros amigos” por los franquistas, la opinión pública no ha logrado desprenderse de los viejos clichés, aun después de treinta años de democracia. Buen ejemplo de ello son los cementerios en donde fueron enterrados sin identificación alguna aquellos soldados y que ahora ni los ayuntamientos ni el Estado reconocen como tales. En las tumbas del de Asturias han brotado árboles que ahora una empresa quiere talar para convertir el lugar en un campo de golf. El de Granada, próximo a la Alhambra, es mantenido, de forma alegal, por los musulmanes de la provincia.

Es evidente que el miedo al moro sigue arraigado en España. Para explicarlo, el escritor Juan Goytisolo se remonta mucho más allá de la Guerra Civil, hasta la confrontación que durante siglos hubo entre Al Andalus y las naciones cristianas emergentes. “Se forjó una imagen terrible del moro. Ríase usted de lo que podían escribir los nazis sobre los judíos. Y la Iglesia fue la gran responsable de todo eso”. Frente a la gran cruz de piedra del Valle de los Caídos, el escritor y periodista José María Ridao sentencia: “El odio al moro es una consecuencia de que la idea de ser español haya sido asociada a la condición de cristiano, y posteriormente a la condición de católico”.

Pero hay una pregunta que el documental de Driss Deiback no formula: ¿existe en Marruecos un sentimiento inverso al odio al moro? El escritor Carlos Lencero vivió durante varios años en el Rif. Su anfitrión era un hombre mayor que había luchado en la guerra de España. Un día, Lencero le hizo notar la aparente contradicción que suponía haberse batido contra Franco en Marruecos para luego ir a pelear junto a él en España. El anciano levantó las cejas con sorpresa: “¿Por qué le extraña?”, dijo. “Nosotros siempre hicimos lo mismo: matar españoles”.