Un siglo tras la bandera roja

La crisis del capitalismo globalizado es un momento ideal para revisar el comunismo y las razones de su fracaso. De esta reflexión parte David Priestland en el libro ‘Bandera roja’, del que publicamos un extracto

Foto: Lenin (sobre el estrado) y Trotski (a la derecha del estrado, mirando de frente), durante la celebración de un mitin el 5 de mayo de 1920.-

DAVID FRIESTLAND El País – 07/03/2010

En un poema de 1938, An die Nachgeborenen (A los que todavía no han nacido), Bertolt Brecht explicaba a las generaciones futuras su opción por el comunismo. Aceptaba que “el odio, incluso contra la vileza, desfigura el rostro”, pero aun así pedía nachsicht (indulgencia); aquellos tiempos en los que él vivía eran “sombríos” y “una conversación sobre árboles es casi un crimen, porque significa callar tantas fechorías”; frente a la injusticia no había otra alternativa que el rigor. “Nosotros, que queríamos preparar el terreno para la amabilidad, no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que una persona sea para otra una ayuda, pensad en nosotros con indulgencia”.

¿Deberíamos ser indulgentes? El propósito de este libro no es afirmarlo ni negarlo. Hay que juzgar moralmente los crímenes históricos, pero también necesitamos explicaciones. Así pues, una cosa es ser indulgente con Brecht, y otra cosa muy distinta serlo con Stalin o Pol Pot.

En cualquier caso, el poema de Brecht nos ayuda a entender el atractivo del comunismo soviético, incluso para alguien tan opuesto al idealismo y al romanticismo como era él. El comunismo trataba de conseguir la “amabilidad” universal con métodos muy poco amables. Su objetivo era acabar con la desigualdad y traer la modernidad, pero se basaba en la idea de que esto sólo se podía conseguir con métodos radicales, y en último término mediante la revolución.

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