Justiciero sin causa

CECILIA DREYMÜLLER El País – 17/04/2010

“La historia, tal como se ha conservado en la memoria colectiva, se asemeja poco a lo que en realidad han vivido las personas”, escribió Milan Kundera tras su lectura de El cuarto oscuro de Damocles. Y es un capítulo bastante oscuro de la historia lo que Willen Frederik Hermans, el gran maestro de la narrativa holandesa, somete a revisión en esta su más célebre novela: la resistencia holandesa contra la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Causó un escándalo mayúsculo en los Países Bajos al publicarse en 1958, ya que enfoca precisamente la turbiedad, la contradicción y la inconsistencia de los actos humanos, aunque sirvan a las causas más nobles. Vibrante como un thriller, con una pasmosa economía narrativa y tres mil fascinantes giros argumentales cuenta El cuarto oscuro de Damocles cómo un día de verano de 1940 entra un sujeto con uniforme del Ejército holandés en el estanco del joven Henri Osewoudt, y le pide un favor. Osewoudt, asombrado por el parecido del extraño con él, no entiende nada, pero enseguida está dispuesto a cumplir con el encargo, pues se supone partícipe de una trama clandestina y está ansioso por servir a su patria. A partir de ese momento la vida del tibio, barbilampiño estanquero se convierte en una trepidante sucesión de misiones en las que engañará, asesinará, será capturado por los alemanes, escapará y protagonizará una sangrienta fuga hacia las líneas aliadas. Pero en el cuartel general inglés no recibe una condecoración, como había esperado, sino que es encarcelado y acusado de colaboracionismo. La prolija novelística sobre la resistencia contra el régimen nazi ha recreado a todo tipo de personajes: al valeroso, al traidor, al oportunista, al cobarde. Hermans cuestiona estos estereotipos con su protagonista, pues él los une a todos en su sumamente ambigua persona. Y sumamente ambiguas y confusas son también las circunstancias en las que siente la vocación de héroe. En este sentido, El cuarto oscuro de Damocles no sólo es una novela de relevancia universal, sino actualísima. Y en España, de muy aprovechable lectura para cualquier reflexión sobre el tema de la memoria histórica.

El éxito del boca a boca

AMELIA CASTILLA El País – 17/04/2010

María Dueñas copa las listas de ventas con su primera novela mientras prepara otra sobre los campus universitarios

María Dueñas todavía conserva, guardado en un cajón, todo el material que usó para documentar El tiempo entre costuras.– PABLO SÁNCHEZ DEL VALLE

Lleva vendidas 220.000 copias de El tiempo entre costuras, su primera novela, pero María Dueñas (Puertollano, 1964) no acaba de acostumbrarse del todo a la fama. “En casa me dicen que tengo más ferias que la mujer barbuda”, cuenta, distendida, en su domicilio de Cartagena y a punto de emprender un viaje familiar con motivo de la Semana Santa. En la habitación, que utilizó durante años como su despacho y que ahora han ocupado sus hijos adolescentes, todavía conserva, en un cajón, parte de la documentación que usó para recrear el Tánger de los años treinta, una sociedad cosmopolita y tolerante en la que medraban representantes del nuevo régimen como Serrano Suñer. Ahí mismo, junto a la ventana y un pequeño ramo de flores frescas, Dueñas convirtió a Sira Quiroga, una modistilla timorata, en espía al servicio de los ingleses, con base en un taller de costura en el Madrid de la posguerra, frecuentado por las esposas de altos cargos nazis. El tiempo entre costuras (Temas de Hoy) se ajusta perfectamente al modelo de éxito del boca a boca. El libro lleva más de un año en el mercado y ya se ha impreso la quinta edición. Durante un par de años, Dueñas compaginó la escritura de las casi 600 páginas de la novela con las clases en la Facultad de Filología Inglesa de Murcia. “La metodología universitaria me ha ayudado mucho a la hora de redactar la novela”, explica. Empezó investigando el fascinante personaje de Rosalinda Powel Fox y su amante Juan Luis Beigbeder, alto comisario en Marruecos y ministro en el primer Gobierno de Franco tras la Guerra Civil, pero cuando ya tenía avanzada una buena parte de la historia, con toda la carga costumbrista de una época, decidió dar “un giro radical y buscar un narrador que le sirviera para mirar a la pareja y hablar de ellos”. Así nació Sira Quiroga, una joven con buenos dedos para coser, un oficio del que su madre literaria no conoce más allá de poner un botón o arreglar un dobladillo. El final queda abierto a una segunda parte de la historia, pero Dueñas, de momento, ha desechado la idea de continuar las aventuras de su heroína porque dejó a los protagonistas en “un momento histórico muy aburrido literariamente: a punto de concluir la Segunda Guerra Mundial”. Con la intensa promoción que reclama convertirse en un superventas, Dueñas apenas saca tiempo para concentrarse en su próxima obra, una historia sobre los campus universitarios, enmarcada en las relaciones de Estados Unidos con Franco y en la que mezclará hechos históricos con personajes ficticios.

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El blog dedicado a Tiempo entre costuras

“Es obsceno y ampara el adulterio”

Cursis, ‘snobs’, rojos, puercos o malos escritores – Así describen los informes de los censores en las dos últimas décadas de la dictadura a los grandes autores españoles

DANIEL VERDÚ – Madrid – 18/04/2010

El informe de Fiestas.- ANTONIO GABRIEL

Poetas malos, cursis y snobs. Escritores resentidos que leían y veían marranadas cuando salían al extranjero a puerquear con mujeres fáciles. Rojos. Pseudointelectuales. Esquizofrénicos que escupían alusiones vejatorias a la cruzada en la guerra de liberación. De entre todos ellos, de entre ese hatajo de perdedores, quien más quien menos tiene hoy el Premio Nacional de las Letras o el Cervantes. Autores como Juan Marsé, Francisco Ayala, Antonio Gamoneda o Jaime Gil de Biedma soportaron el lápiz censor de un ejército de lectores a los que nadie conocía -muchos curas y ex militares- que firmaban con un cobarde número para prohibir o ridiculizar sus obras. Porque así era, literalmente, como el régimen les describía a ellos y a sus textos.

Hoy, todos esos informes permanecen en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares (el tercero más grande del mundo). Un enorme edificio en cuyos 200 kilómetros de estanterías descansan muchos de los secretos de la dictadura. EL PAÍS ha tenido acceso a los papeles que contienen el intento de cortocircuitar la explosión literaria de la España de los 20 últimos años del franquismo. Sacados de contexto pueden sonar hasta graciosos.

“Los de siempre es domingo, boîtes, planes, clubs, meretrices, infidelidades, queja y crítica de todo. La novela tiene bastante bilis política. El autor parece ser de aquellos pseudointelectuales que cuando salen al extranjero leen y ven marranadas y puerquean con mujeres fáciles”. Pese a la fina reseña que realizó Don 29, el censor señaló sólo 22 páginas donde había que realizar tachaduras y autorizó la edición en 1962 de Esta cara de la luna, de Juan Marsé.

Un poco más le costó al autor catalán publicar Últimas tardes con Teresa. Cuando se la denegaron, se citó con Carlos Robles Piquer, entonces director general de Cultura Popular y Espectáculos para tratar de convencerle. “Me recibió y fue muy gentil. Me dijo que quitara algunas palabrejas y lo del ‘bigotillo con aire de alférez provisonal’ de uno de los personajes. Eso lo dejé y, al final, salió”, explica por teléfono el último premio Cervantes. Más adelante, con Si te dicen que caí, no tuvo tanta suerte. “De la Cierva [el siguiente responsable del área] jugó conmigo a que hacía lo imposible para que se publicara. Luego supe que en realidad no hizo gran cosa, porque no había mucho que hacer. Me dijo que había estado encima de la mesa de un Consejo de Ministros, se puso como ejemplo de lo que había que vigilar”, recuerda Marsé.

Soplaban vientos de aperturismo. El régimen jugaba a la tolerancia, y con la “ley Fraga”, muchos editores empezaron a publicar las obras sin pasar por consulta. Arriesgarse era menos arriesgado. “Con el secuestro de varios libros habíamos sufrido un perjuicio económico enorme. Pero con la política de hechos consumados se podían publicar títulos más incómodos. Si los secuestraban, salía la noticia en la prensa, y la imagen aperturista del régimen quedaba dañada en el extranjero”, recuerda el editor y dueño de Anagrama, Jorge Herralde que, pese a todo, fue procesado, condenado y luego indultado por el libro Los tupamaros.

Paradójicamente, algunos libros de Anagrama poco acordes con el régimen, como Estrategia judicial en los procesos políticos, de Jaques M. Vergès, que defendía el papel del acusado como acusador del tribunal y que coincidió escandalosamente con el Proceso de Burgos, no tuvieron ningún problema. Cosas de la caprichosa y torpe censura.

Lo de los hechos consumados no funcionaba con algunos autores. Al amigo de Marsé, el poeta Jaime Gil de Biedma, no le podían ni ver. “El autor, poeta cursi y snob, cuenta cómo regresó de Manila con una tuberculosis incipiente, y los tres meses que pasó en La Nava haciendo reposo para curarse. Como se ve, tema interesantísimo. El libro es anodino, vacío y sin interés, con ninguna religión, casi ninguna política y una grosería inigualable en la cuestión de sexo. Estas porquerías están proliferando tanto en la literatura actual, que ya no llaman la atención ni siquiera en un libro que pretende ser espiritual”. Se indicaron las tachaduras correspondientes y se autorizó, ya en 1974, Diario de un artista seriamente enfermo.

Lo extraño es que a la misma censura, cinco años antes, cuando analizó la Colección particular del mismo autor, dijo de él: “Buen poeta y sobradamente conocido como firmante de manifiestos contra el régimen. Su poesía es francamente buena, romántica algunas veces pero con un deje de ironía. Influjos machadianos y becquerianos”. Pese a ello, claro, el libro tampoco pasó. El poeta escribió al censor para conocer los motivos de la prohibición, que lo denegó también en el “extrangero”, con g, y lo mantuvo secuestrado.

Porque esa opción era recurrente en autores vetados. Pero algunos, como Antonio Gamoneda, se negaban a hacerlo. Su libro Actos, luego titulado Blues castellano, tuvo que esperar a 1982 para ver la luz. Su informe, firmado por Don 29, decía esto del hoy premio Cervantes y premio Nacional de Poesía. “Libro de versos muy malos, de temática y métrica diversa. Sobre todos ellos camban un sentido de resentimiento y odio. Muchos de ellos aparecen con citas de Marx, Lefebvre y otros marxistas. La tónica general es demagógica. La obra carece de valor, pero hay poemas que pueden ser pasables”.

Gamoneda no quiso publicarlo mutilado ni llevarlo fuera de España. “Alguien, desde Canadá, me pidió el libro para publicarlo. No me interesó: si había censura, esta era un indicador de que el espacio natural del libro era precisamente España. Lo guardé y casi lo olvidé. Hoy está traducido al francés y al inglés”, explica el autor.

Otros, como la editorial Seix Barral, lo intentaron al revés y trataron de importar obras editadas fuera. Sucedió con La cabeza de cordero, de Francisco Ayala, como recuerda el censor. “Esta obra ya ha sido denegada […], también su importación. […] Suprimiendo esos párrafos y con mucha benevolencia, podría autorizarse. Aunque sigue siendo contraria al régimen español”. Del relato Un gallo cantó, decía: “Es obsceno y ampara el adulterio”. Quedó tachado.

Aunque pronto llegaría a su fin, la virulencia de la censura se acentuó en los últimos años -“en el 73 el régimen estaba en la recta final y se endureció en los últimos estertores”, explica Marsé, “hubo un breve sarampión liberal y democrático”, lo define Herralde-. En aquella época, el historiador Ricardo de la Cierva era el máximo responsable. “Mi padre fue quien eliminó la censura”, explica su hijo por teléfono, tras excusar que no se ponga porque está de viaje. Y pese a que eso no fue del todo así, sí se detecta en una de las cartas que mandó a la editorial Ariel una cierta intención de abrir las miras:

“Tengo la impresión de que si yo hubiera estado ahí cuando los Goytisolo empezaron a escribir, las cosas hubieran ido algo mejor para todos. Desde luego que el recuento de Luis y las señas de identidad de Juan Goytisolo no me parecen viables hoy por hoy. […] ¿No podríamos ir pensando en preparar una antología extensa de cada uno de ellos, en espera de que vaya madurando nuestro proceso de apertura? No se trata de echar balones fuera, sino de sopesar bien todas las posibilidades para que este delicado proceso no se nos venga abajo”. Pero el citado proceso sólo existió, y de golpe, cuando el dictador murió en su cama un año y ocho meses después.

“Entre el 63 y el 75 todo lo que escribí fue prohibido. Me acusaban de ser el aduanero que impedía que se publicase buena literatura en París. Porque todo lo que salía ahí era antifranquista”, recuerda Juan Goytisolo desde la capital francesa. Y así es como realmente se les había retratado a él y a su hermano por Fiestas, una de sus obras: “No se explica uno cómo estos autores, esos dos hermanos, tienen tanta aceptación en el extranjero”, rezaba la primera parte del informe.

Luego, a modo de pitoniso aficionado, ofrecía a sus superiores una modernizada versión de censura: “Con la apertura de criterios en los casos de estos mozalbetes se consigue un bien mayor al mal que se pueda evitar censurándolos. Hay que desenmascararlos ante el extrangero (de nuevo con g). No hacerles el juego. No darles pies a heroísmos y martirios. Olvidarlos, que se pudrirán solos. No tiene consistencia literaria. Condenémosles a la libertad, libertad vigilada. Es la sanción mayor que se les puede dar”. Pero la bendita condena no llegó tan rápido.

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“Condenados a la libertad vigilada”

– El libro Fiestas, de Juan Goytisolo, fue sometido a grandes tachaduras. Pero lo más interesante del informe está al final, cuando el censor considera que es mejor que se publique porque Juan y su hermano Luis son malos escritores. “Hay que desenmascararlos en el extrangero (con g). No darles pie a heroísmos y martirios. Olvidarlos, que se pudrirán solos. No tiene consistencia literaria. Condenémosles a la libertad, libertad vigilada”.

“Es un escarmiento para que ningún juez se atreva a investigar el franquismo”

Los familiares de las víctimas viven el proceso a Garzón como una segunda derrota

NATALIA JUNQUERA El País18/04/2010

Lucio García muestra una pegatina contra la impunidad de los crímenes del franquismo.- CARLOS ROSILLO

Lucio García busca a cinco desaparecidos. Garzón era su última oportunidad. “Tengo casi 70 años, ¡no puedo esperar 70 más!”, dice con lágrimas en los ojos. Como él, decenas de familiares de víctimas, muchos ya ancianos, han deambulado esta semana por el aula universitaria madrileña donde la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y la Fundación Contamíname han organizado un encierro simbólico de apoyo al juez. A ratos elevaban la voz, indignados por volver a ser derrotados por la Falange. Y a ratos lloraban, porque muchos se sienten culpables de lo que le pueda pasar a Garzón.

Algunos de estos ancianos se han hecho expertos en temas judiciales. Conocen perfectamente el nombre del juez del Tribunal Supremo que instruye la causa de prevaricación por la investigación de los crímenes del franquismo. Hablan con soltura de la Ley de Amnistía, del Convenio Europeo de Derechos Humanos, de la declaración de Naciones Unidas contra las desapariciones forzadas. Y no se resignan.


Manuel Muñoz muestra dos retratos de su padre y su hermano.- ÁLEX CEA

“A mi familia la destruyeron. Mataron a mi padre, un campesino analfabeto, por ser de UGT. Vinieron a buscarlo una madrugada. Lo sacaron en calzoncillos, le ataron con unos alambres… Y lo mataron”, recuerda Manuel Muñoz Frías, de 79 años, uno de los familiares de víctimas del franquismo que acudió a pedir ayuda al juez Baltasar Garzón.

Le faltaban dos meses para cumplir los seis años cuando mataron a su padre, pero la escena se le quedó grabada y, 73 años después, es incapaz de contarla sin romper a llorar. “A mi padre se lo habían llevado hacía unos días y mi madre estaba cosiendo, intentando pensar en otra cosa. Entonces llegó un amigo de la familia y le dijo: ‘Mercedes, ha pasado lo peor: Han matado a Miguel’. Mi madre gritó y le dio un cabezazo a la máquina de coser. Empezó a sangrar. Mis hermanos empezaron a llorar al verla a ella con la cara llena de sangre y yo también, aunque entonces no entendía lo que estaba pasando”.

Pero los falangistas volvieron. “A los 20 días, se llevaron a mi hermano, que aún no había cumplido los 18 años, a las trincheras para luchar en el bando de los asesinos de su padre. Desertó. Le cogieron. Le mandaron a un campo de concentración en Ávila y luego a otro en Sevilla, y allí lo torturaron hasta la muerte…” cuenta Manuel. “Y después, volvieron a por ella. La metieron en la cárcel por ser esposa y madre de rojillos”, cuenta Manuel. “¿Se imagina lo que le debió de pasar por la cabeza viéndose en una celda, viuda, con un hijo muerto y siete sin padre ni madre?”.

Los falangistas que se llevaron a su madre la soltaron a los 100 días sin ninguna explicación. Su hermano Juan, que entonces tenía 16 años, decidió ir a luchar con el bando republicano. “Hizo la guerra en España, huyó a Francia, después luchó contra los nazis en el maquis francés. En mi casa pasaron muchos años sin que supiéramos nada de él. Un día, cuando ya le habíamos dado por muerto, cuando ya le habíamos llorado, recibimos una carta suya diciendo que estaba vivo y que se iba a casar. Cuando se la di a mi madre, se desmayó”.

Manuel viajó desde Málaga a Madrid para poder asistir el pasado martes al acto de apoyo al juez Garzón convocado por UGT y CC OO en la Universidad Complutense. Pero no pudo entrar. “Cuando llegué, la sala estaba invadida de gente. No cabía nadie más”, lamenta. Llevaba en la mano un largo escrito que quería leer en público y que finalmente tuvo que guardarse en el bolsillo. Entre otras cosas, decía: “No siento ya odio. No me mueve la venganza. Pero no puedo tolerar que en la sentencia del juicio de mi padre se diga que fue un traidor a la patria. Garzón me dio la esperanza de poder enterrarle y dignificar su nombre. Ahora la justicia está protegiendo al agresor y castigando al agredido. Me resulta doloroso e indignante que se admita a trámite una querella de los pistoleros de caminos, los de los tiros en la nuca, los de las manos manchadas de sangre, los que tanto tienen que ver en los crímenes que Garzón investigaba”.

También Lucio García Torreros viajó desde Cáceres para participar en el acto de apoyo a Garzón, el juez que ordenó abrir la fosa donde fueron enterradas su abuela y sus dos tías, una de ellas embarazada, en Villanueva de la Vera. “Fue la primera que se abrió después del auto, pero sólo encontramos las hebillas de los zapatos, en posición de enterramiento. El suelo es muy ácido y no quedaban restos óseos”, relata. “En este país, hasta que se abrieron las fosas, a la gente no se le ha quitado el miedo a hablar. El día que estábamos exhumando la fosa de mi abuela, vino gente del pueblo a contarme cosas”.

Lucio supo que a su abuela y sus dos tías las había matado “un falangista que se llamaba Andrés”. Que el asesino había obligado a unos albañiles a enterrarlas y que al advertirle de que el cuerpo de una de ellas todavía se movía, “el falangista le dio un garrotazo en la cabeza. Era la embarazada”. Que antes de asesinarlas, les habían rapado la cabeza, obligado a beber aceite de ricino y paseado por la calle, para humillarlas. “Las habían visto todos los vecinos…”.

– ¿Por qué las mataron?

“Hay un escrito de Queipo de Llano que explica que querían sembrar el terror. Yo supongo que la mejor manera de aterrorizar a la gente es matar a inocentes, cuantos más mejor. Mi abuela tenía 69 años y era analfabeta. Una de mis tías estaba embarazada y tenía un niño de año y medio que quedó huérfano, porque los asesinos también mataron a su marido, mi tío. Mi madre tenía 36 años cuando pasó todo esto y se salvó porque se había refugiado en Madrid. Nunca me ocultó lo que había pasado, y sufrió mucho”.

Lucio cuenta que el día que leyó el auto por el que el juez Garzón se decidía a investigar el asesinato de su abuela, sus tías y sus tíos, los crímenes del franquismo, fue uno de los más felices de su vida. Y que desde entonces ha pasado intermitentemente de la euforia a la desilusión, hasta el desconsuelo final. “Después del auto, el fiscal dijo que esos crímenes eran delitos comunes y estaban amnistiados. Y ahora dicen que Garzón pudo cometer un delito. Yo creo que es como un escarmiento. Que lo hacen para que nadie más se atreva nunca a investigar los crímenes del franquismo”.

Alianza Popular sostuvo que la amnistía de 1977 no era “buena medicina”

MÓNICA CEBERIO BELAZA El País18/04/2010

“Operar con el concepto de amnistía, que borra el delito, para hechos atroces de muerte a sangre fría, implacables, proyecta dudas sobre la legitimidad de tales hechos, lo que puede resultar socialmente intolerable y gravemente pernicioso”. Podrían ser las palabras de cualquiera de los defensores del juez Baltasar Garzón y de que España juzgue los crímenes del franquismo 35 años después del fin de la dictadura. Pero son los términos que empleó el 14 de octubre de 1977 Antonio Carro, diputado de Alianza Popular y ex ministro franquista, para oponerse a la Ley de Amnistía que se votaba ese día. Carro estaba citando unas reflexiones del entonces ministro de Justicia, de UCD, Landelino Lavilla, sobre los peligros de las amnistías frecuentes.

Alianza Popular, a diferencia de la UCD, no apoyó la ley. Esa norma no fue una fórmula de los herederos del franquismo para protegerse a sí mismos. No era para ellos, sino que tenía el objetivo contrario: liberar a todos aquellos opositores a la dictadura que aún quedaban en las cárceles.

Lo que sigue es un extracto de las principales intervenciones de ese día en un preconstitucional Congreso de los Diputados.

– Antonio Carro (Alianza Popular). “Me temo que la amnistía que nos proponéis, en lugar de contribuir a la reconciliación nacional, que en mi idea es algo que estamos palpando afortunadamente, se traduzca en un fermento de inseguridad social, en la institucionalización del desconocimiento del Estado de derecho y en una profunda erosión de la autoridad. (…) En este clima de público desorden ¿queréis más amnistía? (…) Frente a los ataques a la democracia no es buena medicina la amnistía. La única medicina que aplican las democracias más genuinas y consolidadas es una estricta aplicación de la ley. (…) Una democracia responsable no puede estar amnistiando continuamente a sus propios destructores. He dicho”.

– Marcelino Camacho (Partido Comunista). “La amnistía es una política nacional y democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y cruzadas. (…) Nosotros, precisamente, los comunistas que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. (…) Pedimos amnistía para todos, sin exclusión del lugar en que hubiera estado nadie. Yo creo que esta propuesta nuestra será, sin duda, para mí el mejor recuerdo que guardaré toda mi vida de este Parlamento. (…) Con la amnistía saldremos al encuentro del pueblo vasco, que tanto sufre, bajo diferentes formas, de todos los pueblos y de todos los trabajadores de España”.

– Josep Maria Triginer (Socialistes de Catalunya). “El día de hoy cierra definitivamente una etapa histórica de nuestro país: la amnistía liquida lo que ha sido considerado delito político por el anterior régimen. (…) Da paso a la etapa de transformación democrática que ya vivimos y de la que es un elemento importante e indispensable”.

– José María (Txiki) Benegas (Grupo Socialista).

“La amnistía total ha sido innecesariamente retrasada una y otra vez por la ceguera política y el obstinamiento de quienes se resistían a convencerse de que era inevitable, porque ninguna democracia se puede construir manteniendo presos, exiliados y represaliados, producto de una dictadura que se pretende superar. Pero que nadie se crea que hoy estamos otorgando algo. (…) Hoy solamente estamos cumpliendo con un profundo deber de demócratas, con un ineludible compromiso por la libertad, que no es más que intentar reparar -si reparación cabe- los daños, los perjuicios, las injusticias provinientes de un régimen autoritario que no dudo en calificar como uno de los más implacables del siglo XX contra sus adversarios políticos”.

– Xabier Arzalluz (Grupo parlamentario de las minorías catalana y vasca). “Olvidemos, pues, todo. Sin embargo, tal vez, aunque los que estemos aquí estemos dispuestos al olvido, hay sectores de nuestra sociedad que no están aquí representados, que no están dispuestos al olvido. (…) La ley que nosotros estamos haciendo aquí hemos de procurar que efectivamente vaya bajando a la sociedad, que esta concepción del olvido se vaya generalizando, vaya tomando cuerpo y corazón, porque es la única manera de que podamos darnos la mano sin rencor, oírnos con respeto”.

– Rafael Arias-Salgado (Unión de Centro Democrático). “Estamos tratando de hacer realidad una vieja y sentida aspiración que jamás ha llegado a echar sólidas raíces en la Historia de España: la definitiva institucionalización de un Estado democrático y de derecho que ampare la libertad de todos y en el que todos, en el respeto a los demás, lleguen a encontrar su sitio”.

La ley fue aprobada por 296 a favor, dos en contra, 18 abstenciones y uno nulo. “Esto está claro”, zanjó el presidente interino de la Cámara, Fernando Álvarez de Miranda. La votación fue seguida por una larga ovación con los diputados en pie. Alianza Popular se abstuvo en bloque y los dos votos negativos procedieron de sus filas. A los herederos del régimen no les gustaba la ley que ahora esgrime Falange contra Garzón.

Los jueces del punto final

Los mismos magistrados que admitieron la querella contra Garzón son los que han rechazado todos sus recursos y lo juzgarán por investigar el franquismo

JULIO M. LÁZARO El País18/04/2010

La querella del pseudosindicato ultraderechista Manos Limpias contra el juez Baltasar Garzón por su investigación del franquismo, a la que se ha sumado Falange Española de las JONS, ha permitido al juez instructor del Tribunal Supremo Luciano Varela sentar en el banquillo a Garzón por un supuesto delito de prevaricación, castigado con inhabilitación para ejercer como juez por un periodo de 10 a 20 años. La apertura del juicio, la suspensión de funciones, el destierro de su despacho en la Audiencia y la foto del magistrado en el banquillo pondrán fin a la carrera de Garzón, antes incluso de que recaiga la previsible condena de inhabilitación.

A última hora, en plena lluvia de adhesiones a Garzón procedentes de todo el mundo, Varela ha conseguido el apoyo de los mismos magistrados que admitieron la querella, para que se corresponsabilicen con él del caso. Estos jueces han sido también los que denegaron a Garzón su último recurso y los que previsiblemente le juzgarán y dictarán sentencia.

– Juan Saavedra Ruiz, presidente de la Sala Penal del Supremo. El 20 de diciembre de 1999, Saavedra concedió una entrevista a este periódico después de ser elegido magistrado del alto tribunal:

Pregunta. “¿Qué opina usted sobre el nuevo tipo judicial que se ha denominado juez estrella, como podría ser Baltasar Garzón?”.

Respuesta. “Soy totalmente contrario. Quizá tengo una concepción demasiado ortodoxa del ejercicio de la función judicial, y el juez estrella está jugando siempre con el principio de oportunidad”.

La opinión “totalmente contraria” al “juez estrella” Baltasar Garzón que cultivaba en 1999 el hoy presidente de la Sala Penal del Tribunal Supremo no le ha impedido presidir las tres salas de admisión que han aceptado a trámite las tres querellas interpuestas contra el juez y que hasta ahora han rechazado todos sus recursos y denegado todas las peticiones de prueba.

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La playa de los condenados

El arenal de Cedeira acogió durante la Guerra Civil un campo de concentración de represaliados republicanos que llegó a albergar a más de 700 presos

LORENA BUSTABAD El País18/04/2010

Paisaje de Cedeira que ocupó entre 1937 y 1938 un campo de concentración franquista, junto a la playa de A Magdalena.- GABRIEL TIZÓN

Desde el otoño de 1937 hasta agosto de 1938, la playa de A Magdalena de Cedeira fue el escabroso escenario de un campo de concentración franquista que llegó a albergar a 724 presos, hacinados en tres viejas naves para la salazón del pescado que hacían las veces de cárcel. Allí eran recluidos e identificados en función de su “peligrosidad política” antes de “pasearlos” o derivarlos a otras prisiones.

Algunos reclusos lograron esquivar la muerte dando a sus captores identidades falsas. Otros desaparecieron para siempre fusilados en la playa de Vilarrube (Valdoviño), a pocos kilómetros del centro de detención cedeirés. Es uno de los episodios menos conocidos de la Guerra Civil española en Galicia, que el Ayuntamiento ferrolano acaba de rescatar del olvido.

En marzo del 2009, IU presentó una moción que fue respaldada por toda la corporación, a excepción del PP, que se abstuvo. Instaba al municipio a recuperar los fragmentos de una represión que “nunca se contó” y plasmarlos en un libro. El resultado es la unidad didáctica Ferrol 1936. Golpe de Estado e Represión, editada por el Ayuntamiento y presentada esta semana como manual escolar para mostrar a los chavales como se vivió en la ciudad el inicio de la contienda y sus sangrientas consecuencias.

“Buscamos la forma de subsanar el vacío en los libros de texto sin ningún revanchismo. Se trata de llamar a las cosas por su nombre y abordar la atroz represión”, señala la edil de Educación, Mercedes Carbajales, del PSOE. Hace casi un año, le encomendaron esta tarea al profesor cedeirés Xosé Manuel Suárez. El resumen de sus investigaciones es una publicación de 52 páginas divididas en doce temas ilustrados con fotos, mapas, listas de represaliados y actividades en gallego orientadas a los alumnos de Secundaria y Bachillerato.

Hay que esperar hasta el noveno capítulo para toparse con el Campo de Concentración de Presentados y Prisioneros de Cedeira, como se denominaba. Allí fueron trasladados centenares de marineros, jornaleros, panaderos, carpinteros, ferroviarios, mineros o agricultores, apresados cuando trataban de huir a Francia en pequeños buques pesqueros cuando la guerra comenzaba a torcerse para el bando republicano.

Suárez cuenta que el centro comenzó a funcionar en octubre de 1937. Asturias caía en manos del ejército de Franco, y con ella, toda la resistencia del frente del Norte. La flota falangista se apostó en el Cantábrico para interceptar cualquier embarcación en fuga. Detenían a sus ocupantes para trasladarlos hasta Ferrol, A Coruña o Ribadeo o recluirlos en prisiones flotantes como el Plus Ultra, fondeado en la ría ferrolana. Desde allí eran derivados a los campos de concentración de Cedeira, Muros e Rianxo. “No eran campos de exterminio”, precisa el profesor, para marcar distancias con el régimen nazi, “eran instalaciones temporales por todo el litoral gallego donde se recluían a los presos hasta su identificación”.

El de Cedeira era una fábrica de conservas de pescado reconvertida en cárcel. Un suelo de tejas y algo de paja sobre el cemento. Estaba rodeado por una empalizada de alambre de espino. Cuentan los vecinos que los mandos franquistas acostumbraban a pasearse por el centro para identificar a todo aquel sospechoso de simpatizar con la II República o integrar las filas de su ejército. Una fotógrafa local los retrató, uno por uno. Esas fotos sirvieron para dictar la condena de muchos anarquistas, sindicalistas y milicianos.

En 1937, por este campo de concentración pasaron 369 reclusos. La mayoría eran asturianos (254), pero también encerraron a 46 gallegos, 28 leoneses y 13 vascos. Figuraban, además, ocho extranjeros y otros tantos llegados de Cantabria, Andalucía, Aragón, Extremadura, Madrid o Cataluña. Entre los presos más jóvenes se contaba Gerardo Menéndez, un peón asturiano de 15 años, y entre los veteranos, Aquilino Martínez, un marinero de 58.

“Las condiciones eran penosas y más de uno falleció de tuberculosis o septicemia”, explica Suárez. Con todo, dice que algunos vecinos se arriesgaron llevándoles comida y agua para aliviarles el sufrimiento. Las viudas de los represaliados de Cedeira se acercaban hasta la playa para recibirlos. En marzo del 38, el número de presos alcanzó los 724. A partir de esa fecha, descendió progresivamente hasta que el centro se clausuró a finales de ese mismo año.

Nuevos reaccionarios

JAVIER CERCAS El País – 18/04/2010

En realidad no son tan nuevos. En realidad empezaron a aparecer hacia los años ochenta, cuando empezó la resaca de las revoluciones izquierdistas de los sesenta y empezó a producirse una deserción en masa desde las filas de la izquierda a las de la derecha igual que en los años sesenta se había producido una deserción en masa desde las filas de la derecha a las de la izquierda. Me refiero a los intelectuales, claro está, o a eso que antes se llamaba intelectuales y que ya nadie sabe cómo llamar. El resultado de ese trasvase multitudinario es que ahora mismo, en España, la expresión “intelectual de derechas”, que en los años sesenta era prácticamente un oxímoron, se ha convertido prácticamente en un pleonasmo, aunque por supuesto la mayoría de los intelectuales de derechas se llaman a sí mismos liberales o progresistas. En cuanto a los intelectuales de izquierdas, ¿dónde están? ¿Quiénes son? A juzgar por la repercusión de sus declaraciones en los medios, no hay duda: Javier Bardem, el Gran Wyoming y últimamente Willy Toledo, que ha dicho la canallada de turno sobre el régimen canalla de Cuba. No sé si hace falta decir que siento el mayor respeto por los tres, pero la verdad es que no acabo de ver a ninguno de los tres convertido en proveedor de ideas de la izquierda española.

Quizá exagero. Quizá el panorama no sea tan negro y los nuevos reaccionarios no sean tantos, aunque la verdad es que hacen un ruido tremendo. ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Los nuevos reaccionarios no son jóvenes –tienen entre 50 y 70 años, digamos– y son esencialmente radicales: de jóvenes se pincharon radicalismo en vena y de mayores siguen enganchados a él; de jóvenes fueron maoístas, estalinistas, anarquistas, ultracatalanistas o ultravasquistas o simplemente terroristas, y de mayores son lo mismo, sólo que al revés: ultraderechistas o ultraespañolistas. Ellos son así: siempre ultras, o siempre istas. Ahora, en teoría, están contra el fanatismo y el totalitarismo –sobre todo, claro está, contra el totalitarismo de izquierda que hace 40 años aplaudían y ya casi no existe-, pero tienen un temperamento fanático y una mentalidad totalitaria, lo que los incapacita por completo para el escepticismo, la tolerancia y la ironía, aunque no para el sarcasmo. A la menor oportunidad te restriegan por la cara su antifranquismo, como si haber acertado una vez garantizase que acertarán siempre; a la menor oportunidad te restriegan por la cara sus ultras y sus istas, como si haberte equivocado una vez no garantizase que te puedes equivocar siempre. Si de verdad hubieran leído a Ortega, justificarían su inconsecuencia ideológica apelando a él, que comparaba con mulas a los hombres consecuentes con sus ideas. “No es uno quien debe ser consecuente con sus ideas”, decía Ortega, “sino sus ideas quienes deben ser consecuentes con la realidad”. Por supuesto, Ortega tenía razón, sólo que olvidó añadir que la inconsecuencia por sí misma no es ninguna virtud ni asegura ningún acierto, y que un hombre inconsecuente cuyas ideas siguen sin ser consecuentes con la realidad deja de ser una mula, pero se convierte en un burro. Cito a Ortega porque es un liberal y los nuevos reaccionarios suelen declararse liberales y hasta titulan sus columnas como la de Jiménez Losantos: “Comentarios liberales”. Para cualquier liberal de verdad, ese título sólo puede ser un sarcasmo; o un insulto. Como sólo puede ser un sarcasmo o un insulto que los nuevos reaccionarios saquen a diario en procesión a Orwell y a Camus, dos tipos de quienes hace 40 años abominaban porque tuvieron el coraje de denunciar el totalitarismo en una época totalitaria y que 40 años después abominarían de ellos porque los verían como una amenaza totalitaria en una época democrática. En realidad, nada está más lejos de cualquier idea liberal y de progreso que los nuevos reaccionarios; no lo digo yo, lo dice un verdadero liberal: “Si hay una actitud opuesta a la mía”, asegura Claudio Magris, “es aquella que mantenían muchos revolucionarios extremistas que hace 40 años creían que la revolución iba a crear un mundo perfecto, y vieron que eso no ocurrió y se convirtieron en seres completamente reaccionarios”.

Son ellos, los nuevos reaccionarios, que desde hace tiempo están monopolizando con sus gritos y ademanes de histeria el discurso ideológico de este país (y no sólo de este país). Por lo demás, no tenemos derecho a quejarnos: la culpa es nuestra. La culpa es, quiero decir, de una izquierda cuyas ideas son con frecuencia un montón de vaguedades metidas en un saco de buenos sentimientos y cuyo horizonte mental ni siquiera se ha despejado del todo de mitos siniestros como el de Cuba; y la culpa es también de una generación de treintañeros y cuarentones, la mía, que ni siquiera tuvo tiempo de ser marxista, que no ha cometido alguno de los errores de sus padres, pero tampoco ha sido capaz de casi ninguno de sus aciertos, una generación que ha crecido en democracia y eso la ha vuelto ideológicamente tolerante y escéptica, pero también pasota y comodona, una generación que, por decirlo como Foster Wallace, ha abandonado el terreno en manos de una pandilla de fundamentalistas despiadados. Ahí siguen ellos, y así nos va a nosotros.

Restos de una guerra muy fría

Cuarteles, aeropuertos, silos nucleares, atalayas, túneles, radares, búnkeres… El paisaje de la Europa unida está aún salpicado de lugares abandonados que hablan de su reciente historia bélica y dividida. Reliquias de un tiempo en el que dos sistemas políticos, capitalismo y comunismo, se enfrentaron por el poder. Un fotógrafo holandés los ha retratado.LOLA HUETE MACHADO El País – 18/04/2010

Germany, Soviet pilot school. -Martin Roemers (foto encontrado en http://www.moorsmagazine.com/fotografie/roemersmartin.html)

Cuarteles, aeropuertos, silos nucleares, atalayas, túneles, radares, búnkeres… El paisaje de la Europa unida está aún salpicado de lugares abandonados que hablan de su reciente historia bélica y dividida. Reliquias de un tiempo en el que dos sistemas políticos, capitalismo y comunismo, se enfrentaron por el poder. Un fotógrafo holandés los ha retratado.

Durante unas vacaciones, paseaba un día con un amigo por un bosque en la República Federal de Alemania y nos topamos con un muro entre los árboles; no podíamos seguir; no se veía nada al otro lado; sólo se oía la quietud del sonido de los pájaros. Anduvimos en paralelo a la tapia hasta que descubrimos una torre de vigilancia; había un soldado. Yo le hice una foto allí, solo, en lo alto; él la tomó de nosotros. No hablamos”. No. Corría 1983. No había nada que hablar. Europa llevaba casi cuatro décadas dividida en dos pedazos; dos ideologías irreconciliables. Eran ciudadanos de dos mundos.

Y esa primera imagen robada del muro de Berlín fue semilla de un gran proyecto futuro en la vida del fotógrafo holandés Martin Roemers. Lo cuenta él ahora para explicar su interés por todos esos objetos arquitectónicos –ya arqueológicos se diría– repartidos por el este y el oeste de Europa, que han sido su obsesión profesional durante 11 años. “Heridas en el paisaje y en sus pobladores”, dice, que ha convertido en libro y en hermosa exposición (Relics of the cold war, Reliquias de la guerra fría) en gira desde hace meses.

Roemers siguió la pista a cuarteles, aeropuertos, búnkeres, instalaciones nucleares, túneles, aviones, tanques y montañas de municiones cubiertas por el óxido del olvido. Restos todos de lo que fue la historia tensa de este mundo nuestro a mitad del siglo pasado. Construcciones o edificios que, tal como afirma el crítico Deyan Sudjic en La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo (Editorial Ariel), “pueden ser muy reveladores acerca de nuestros miedos y nuestras pasiones, acerca de los símbolos que definen una sociedad y nuestra manera de vivir”.

“Yo mismo soy un producto, un hijo de la guerra fría”, afirma Roemers. “Nací y crecí con y entre esas tensiones políticas que acabaron con la caída del Muro en 1989. Siempre supe de Europa del Este, aunque no tenía contacto directo con Alemania, sólo iba de vacaciones. Y recuerdo bien que en la escuela organizábamos mesas redondas sobre armamento o el peligro de lo nuclear; estábamos informados, era necesario, vivíamos ahí, pegados a la alambrada”.

Su generación, tan vulnerable. “Cuando vi por televisión los actos festivos en Berlín por el aniversario de la caída del Muro el 9 de noviembre de 2009 pasado no puede dejar de pensar: ‘Cuarenta años de historia mundial que se acaban en un sarao’. Y entre tanto, una generación ha crecido sin saber qué fue aquello. Si uno teclea en Google las palabras ‘guerra fría’, entre las cientos de miles de respuestas encontrará una web que comienza así: ‘¿Guerra fría? ¿Qué demonios fue eso?”, escribe el periodista H. J. A. Hofland en el prólogo del libro de Roemers.

Fue la guerra fría un tiempo marcado en el calendario en 1945, año que indica el final de la Segunda Guerra Mundial. Dicen que en febrero, en Yalta, para ser más exactos, cuando Churchill, Stalin y Roosevelt organizaron el mundo en el Livadia Palace. “Ahí debe estar el ADN de los tres aún pegado a la mesa de la sala de conferencias, cuidadosamente conservada…”, ironiza Hofland.

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‘Relics of the cold war’, editado por Hatje Cantz Verlag. www.martinroemers.com. Algunas de sus fotos son parte de la colección del Rijksmuseum de Ámsterdam.

Auschwitz visto por una niña

Ana Novac sobrevivió al campo de concentración. Su diario, que se publica ahora en España, es una crónica desgarrada de la vida y la muerte contempladas por unos ojos de 14 años

ANA NOVAC El País – 18/04/2010

Algunos de los 600 niños supervivientes del campo de concentración de Auschwitz muestran los números de identificación tatuados en sus brazos, el día de su liberación.- Reuters

Nací en 1929, en Transilvania (Rumanía). A los once años me desperté siendo de nacionalidad húngara, sin haber cambiado de lugar, de calle y ni tan siquiera de camisa. A los catorce me deportaron a Auschwitz porque era judía. Cuando volví, en 1945, era otra vez ciudadana rumana. Así que me cuesta mucho especificar cuál es mi nacionalidad, salvo la que figura en mis sucesivos carnés de identidad: judía.

Igual que les sucedió a tantos, me metió de golpe la historia en situaciones que de hecho nunca pude asumir porque no las había escogido. Para empezar, nunca tuve la edad que ponía en mi documentación. Desde que tengo recuerdos, nunca me consideré ni una niña, ni una adulta, ni una vieja. Eso para mí eran convenciones. En cuanto a mi alma, fue siempre una entidad que oscilaba entre los cinco y los cien años… No sé a qué edad empecé a tomarme en serio lo de ser mortal. Supongo que fue a los once años, durante una enfermedad larga: debí de caer en la cuenta de que tenía que darme prisa en ser yo, en definirme antes de que fuera demasiado tarde (…).

Sucedió mientras pasaban lista. No salían las cuentas. Nos contaron unas diez veces. ¿Estuvimos esperando minutos, horas? (A lo mejor en el terror sólo hay siglos). La enana daba patadas en el suelo con los tacones altos: sola en medio de la plaza inmensa, se bamboleaba sin tregua como una campanilla exasperada.

Faltaba una.

La encontraron en uno de los barracones, dormida en su jergón. Con las manos detrás de la espalda, la enana empieza a dar vueltas alrededor de la desventurada, que, medio dormida aún, da también vueltas alrededor de ella. Por fin la polaca se detiene y hace una seña a Otto, un lagerkapo [ayudante del jefe del campo]. Y ahora es cuando se hace un completo silencio, como si miles de personas dejasen de respirar a un tiempo, y veo que la chica está perdida. Pero ella no se da cuenta. Mira a la contrahecha con algo que parece confianza, con cara de decir: pero si yo no tengo culpa de nada, sólo estaba durmiendo.

A Otto lo conozco de cuando pasan lista; es alemán y lo condenaron a once años de cárcel por schwerverbrecher {asesino} antes de la guerra. Un Goliat de pelo a cepillo, grueso, de tez rubicunda y salpicada de pecas (que le motean incluso las manazas). Le hace una seña a la chica, que se acerca, y le ordena que estire las manos. Ella obedece, dócil como en la escuela.

La fusta cae dos veces; lanza un gemido, pero sigue de pie.

-¡Desnúdate!

Las manos ensangrentadas intentan desabrochar la blusa blanca, pero no tienen suficiente fuerza. Otto se la arranca con sus propias manos. Se quita la chaqueta de cuero y la pone en el suelo tras haberla doblado con cuidado. Esa forma primorosa y sosegada de preparar el asesinato me trastorna más que todo cuanto viene a continuación.

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Aquellos hermosos días de mi juventud, de Ana Novac. Ediciones Destino. Precio: 17 euros.