El retorno a Mauthausen del preso 4.100

Público’ recorre el campo nazi junto al superviviente español José Alcubierre en el 65 aniversario de su liberación

DIEGO BARCALA – Público – 08/05/2010

La cantera era un lugar temido por los presos del campo, que  cargaban piedras de hasta 15 kilos.

La cantera era un lugar temido por los presos del campo, que cargaban piedras de hasta 15 kilos.Amical Mauthausen. Museu d’ Història de Barcelona

Como un ritual, José Alcubierre (Barcelona, 1925) recorre el muro de las cocheras del campo nazi de Mauthausen (Austria) tocando las piedras. “Cualquiera la pudo poner mi padre”, dice. Camina hasta la entrada principal donde una inscripción que ya no existe daba la bienvenida a los presos: Arbeit macht frei (“El trabajo rinde la libertad”). Al otro lado de la puerta es cuando José vio por última vez a su padre, Miguel. Se lo llevaron a la temida cantera del campo donde casi nadie sobrevivió. “Le abracé y le dije: Cuídate bien, papá’. Duró seis meses”, llora Alcubierre.

Las tropas de EEUU liberaron Mauthausen un 5 de mayo de hace 65 años. De las más de 100.000 personas exterminadas, cerca de 7.000 eran españolas. Republicanos sin patria para los alemanes, que les marcaron con un triángulo azul de “apátridas” con la S de Spanier (español). A diferencia de los españoles de otros campos, en Mauthausen no les ficharon con el triángulo rojo que identificaba a los políticos. Sin embargo, pocos grupos de reclusos eran tan políticos como los republicanos cuya militancia antifascista les llevó del exilio en 1939 al Holocausto nazi un año después. Franco fue consultado desde Berlín sobre los miles de deportados capturados en Francia. Una escueta nota enviada por el Ministerio de Exteriores dirigido por Serrano Suñer se desentendió de “los rojos”.

José llegó junto a su padre a Mauthausen desde Angulema, al sur de Francia, en un vagón de “ocho caballos y 40 personas”, el 24 de agosto de 1940. En ese momento se convirtió en un número, el 4.100, que lleva colgado del cuello junto al 4.128 de su padre. “Estuvimos tres días viajando sin comer. Cuando llegamos nos tuvieron siete horas encerrados, nos bajaron y le dije al SS con los dedos que tenía 14 años. En realidad tenía 15, me quité uno, pero dio igual. Me empujó camino de la cuesta que llevaba al campo. Allí, lo primero era desnudarnos y, aunque era verano, después de la ducha fría estábamos helados. Luego nos rapaban el pelo de todo el cuerpo, incluidas las partes, y nos rociaban para desinfectarnos”, recuerda.

El primer año murieron cerca del 65% de los 9.000 presos españoles. La brutalidad del trabajo y las condiciones de vida eran tales que los nazis no necesitaron la cámara de gas para el exterminio: les obligaron a construir la enorme fortaleza con el granito de la cantera de Wiener-Graven. Hasta 1.500 presos subían a diario los 186 escalones que separaban el yacimiento del campo, cargados con piedras de hasta 15 k. Las palizas de las SS eran suficiente tortura, pero el sadismo nazi era ilimitado. “Cada noche esperábamos a que fusilaran entre 12 y 15 yugoslavos para entrar al barracón”, destaca Alcubierre. Los fusilamientos se unían a las inyecciones de gasolina en el corazón, el ahorcamiento o la asfixia. Cerca de 300 españoles murieron en el cercano castillo de Hartheim por no ser aptos para trabajar. En ese recinto fueron aniquilados 30.000 disminuidos e incapacitados para servir al III Reich.

“Pasado el primer año, estábamos relativamente bien. Es así, no quiero contar mentiras. Los jóvenes, los puchaca [mote de los españoles jóvenes empleados por la empresa Porschacher] éramos enchufados”, describe Alcubierre junto a una litera de madera donde dormían tres personas por piso. “Yo dormía con Rafael Álvarez y Jesús Tello, pero se dormía en el suelo. Siempre he sido un enchufado”, ironiza Alcubierre.

El barracón reconstruido gracias a la labor de asociaciones de deportados como la Amical de España, huele hoy a barniz. Sin embargo, Alcubierre tuerce la nariz cuando recuerda el olor original. “Las cenizas del crematorio eran fortísimas. Eso es imborrable. Nunca lo llegamos a ver, pero sabíamos que existía. Veíamos un carro con cuerpos desnudos y se te encogía todo. Una cabeza, un brazo, una pierna… terrible”.

Olor a carne quemada

Atenta a la explicación se encuentra la hija de una víctima del campo, Bibiana Fuentes, que interrumpe: “Lo pintas bien, pero los primeros meses fueron más duros”. José se pone serio: “Un día nos mandaron a formar a 300 españoles. Por aquel entonces trabajaba en la cocina. Vino el jefe y nos separó a tres: Fernando Pindado, Rafael Álvarez y a mí. Me preguntó de dónde era. Le dije que de Barcelona y me dijo: “¿Qué me harías si me vieras allí?” No sabía qué decir y entonces me dio una paliza que me dejó baldado”.

El olor a carne quemada es lo que más sorprendió a los soldados americanos del general Patton. “Entramos al campo y vimos todos cuerpos apilados muertos. El general mandó a los vecinos del pueblo cavar para enterrarlos y decían que no sabían nada de lo que pasaba dentro. Es imposible, ese olor, tantos años, no puede ser”, dice el soldado George Sherman, de visita en Mauthausen por la conmemoración de la liberación.

Alcubierre pasó tiempo sin contar sus recuerdos pero una herida le da la rabia suficiente como para volver al campo cada mayo: la muerte de su padre. “Se lo llevaron a Güsen [anexo a Mauthausen] y no lo volví a ver. Un camarada me contó cómo murió el 24 de marzo de 1941. Llevaba con dos compañeros mañicos como él un carro, cuando cayó sin fuerzas. Los kapos polacos [jefes de prisioneros designados por las SS entre los propios presos] le pegaron con picos. Le protegieron, pero los mataron a los tres puntapiés. Cuando era joven pensaba en Mauthausen pero seguí con mi vida. Ahora sé que los recuerdos me dejarán varias noches sin dormir”, concluye.

El Gobierno homenajea a las víctimas españolas del holocausto nazi

De la Vega reconoce a los republicanos de Mauthausen como los “padres de la Europa de hoy”

DIEGO BARCALA – Público – 09/05/2010

Los supervivientes españoles del holocausto nazi (cuatro de ellos presentes en el acto) recibieron, en el 65º aniversario de la liberación del campo de concentración de Mauthausen, el homenaje de la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, como “padres de la Europa de derechos y libertades actual”. La presencia del Gobierno reconoce como parte de la memoria histórica española el drama vivido por los cerca de 10.000 republicanos antifascistas que, tras el exilio de 1939, acabaron en los campos de exterminio alemanes. El olvido de los 7.500 que murieron en aquella barbarie entre 1940 y 1945 es tal que el monumento de homenaje a los españoles en Mauthausen está en el recinto de los franceses y lo pagaron en 1962 los propios deportados.

“Aportamos lo que pudimos. Yo en aquella época no tenía gran cosa, pero gracias a que el arquitecto francés que nos lo hizo no cobró, pudimos pagarlo”, recuerda el superviviente José Alcubierre (Barcelona, 1925). A sus 85 años cree que será la última vez que revivirá in situ el horror de su adolescencia. Junto a él, su compañero Ramiro Santiesteban, con el que se abraza con el cariño de quien compartió las palizas de las SS y el hambre de “un caldo asqueroso”. “No me lo comí el primer día de cómo olía, pero al tercero entendí que no había otra cosa”, rememora.

Testigo ante la Audiencia

Santiesteban recuerda cómo acudió el pasado año a la Audiencia Nacional citado como testigo por una denuncia contra tres oficiales de las SS que aún viven en libertad. “La prensa dijo que no había reconocido a nadie, pero no es cierto, sólo me enseñaron unas fotos generales del campo”, puntualiza.

De la Vega destacó el “orgullo” que los jóvenes deben sentir de los deportados en Mauthausen. Las víctimas del nazismo, del fascismo y del franquismo “no han sido ni serán víctimas del olvido. Lucharon contra el fascismo, contra el imperio de la intolerancia y el odio. El Gobierno no dejará que su lucha caiga en el olvido, que es la peor de las mentiras”, señaló antes de presenciar el desfile de las decenas de representaciones de los más de 100.000 asesinados allí por el III Reich.

Los franceses fundaron la Amical Mauthausen (Amigos de Mauthausen), que hasta 1979 no fue legal en España. Un grupo de jóvenes de institutos franceses cantaron Ay Carmela ante los familiares de las víctimas españolas después de que esos mismos jóvenes hicieran lo propio con La Marsellesa en el monumento francés.

“Yo no tomé conciencia de que los españoles y catalanes habían formado parte de los campos de exterminio nazis hasta mediados de los años 70. Leí el libro de Montserrat Roig y me abrió los ojos. La principal novedad de este año es la gran cantidad de gente joven que ha venido”, explicó el conseller de Interior de la Generalitat de Catalunya, Joan Saura.

“Estuve en un campo de trabajo y me preguntaba qué ocurrió para que el ser humano llegase a ese límite. Había una crisis económica y un brote de xenofobia fuerte en Alemania y Europa. Es importante que no se olvide eso. Y pido, especialmente a la derecha, que no caiga en la tentación de aprovechar una situación de crisis para aprovecharse de la xenofobia”, añadió el conseller.

Los discursos se pronunciaron en la explanada, junto a la cantera del campo de concentración donde los 186 escalones construidos por los españoles vieron correr sangre durante cinco años. “Nos aplauden mucho porque saben que los españoles fuimos los primeros en venir. Construimos el campo”, recuerda Alcubierre.

El desfile de la delegación española cerró con El vito, una canción popular andaluza recopilada en un poemario de Federico García Lorca. Fue la alternativa española al himno de los pantanos de los deportados alemanes y al Bella ciao que entonaron los italianos.

Antes del desfile, en el monumento republicano, la joven austriaca Carmen Martínez, nieta de un superviviente español afincado en Austria, leyó un episodio del diario de su abuelo. “Uno de los presos polaco fue llamado por un SS. Le quitó la gorra y la lanzó contra la alambrada. Cuando el prisionero fue por ella le disparó. Eso le fue recompensado al guardia con ocho días de descanso y un paquete de cigarrillos”.

La difícil tarea de conciliar los símbolos

La bandera que representa a los españoles en Mauthausen, que comparte lugares de honor con la británica, la polaca, la francesa y demás deportados, es la tricolor republicana.
En 2005, contando con la presencia del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, la Amical y los responsables de Moncloa acordaron colocar las dos banderas: la republicana y la monárquica. Aquella situación indignó a uno de los supervivientes, que con 75 años no dudó en intentar trepar para arrancar la bandera monárquica.La principal asociación en representación de las víctimas es Amical, que hace tiempo que asume que la bandera actual de España debe formar parte del acto oficial en presencia de los miembros del Gobierno. Sin embargo, los descendientes de deportados que viven en Austria protestaron por la presencia de la enseña constitucional. El olvido al que fueron sometidos los españoles apátridas a los que Franco despojó de nacionalidad todavía pesa en la generación de hijos de supervivientes que no pudieron volver nunca a España.Es el caso de Silvia Cueto, nieta de Víctor Cueto, que protestó por la bandera “monárquica”. “Se pone por puro oportunismo político y así se olvida su legado”, declaró. Otros deportados, como Ramiro Santiesteban, asumen la presencia de la republicana junto a la constitucional como una “normalización del paso del tiempo”.

La ultraderecha se reúne para atacar la Ley de Memoria Histórica

Crean una plataforma para difundir las teorías revisionistas y reivindicar a sus “héroes caídos”

CHRISTIAN GONZÁLEZ – Público – 09/05/2010

Carteles del acto colocados en el cristal de un comercio.

Carteles del acto colocados en el cristal de un comercio.

Diversos grupos de ultraderecha se han reunido esta mañana en Madrid para presentar la ‘plataforma Memoria y Lealtad’ con el objetivo de atacar a la Ley de Memoria Histórica. El acto se anunció visiblemente por las calles de la capital con carteles colocados de forma vandálica -en medio de cristales de escaparates- en muchas ocasiones.

Según publica en su web uno de los grupos organizadores, los ultras Martín Yniestrillas, Emilio Marinat y Eduardo Arias  han sido los encargados de presentar el acto.  Desde el Hotel Vincci -donde ha tenido lugar la reunión- indican que el acto se ha desarrollado con normalidad.

Todo tipo de grupos ultraderechistas, filonazis y xenófobos -‘Alerta Nacional’, ‘La Falange’, ‘Ac. Amigos de Leon Degrelle’,  ‘El Nuevo Alcázar’, ‘Ancis’, etc.- figuran en una web creada por los organizadores que piden “brazos que nos ayuden en la pelea”.

Además de reclamar “el derecho y la libertad de los patriotas españoles a honrar la memoria” de los caídos “frente a la Ley de Memoria Histórica” reclaman el Valle de los Caídos como el lugar de culto a éstos.

Diversos comunicados informan de que seguirán difundiendo su visión de lo que supuso la Guerra Civil “en contra de la falsa versión oficial”.

Víctimas de Franco, víctimas de ETA

José María Calleja El País – 10/05/2010

Memoria, dignidad y justicia son ya tres apellidos que acompañan a las víctimas del terrorismo de ETA. Estas víctimas han pasado de estar olvidadas, o patrimonializadas por la ultraderecha, en los años de la transición y comienzos de la democracia, a gozar en la actualidad de un reconocimiento legal, institucional y social en unos niveles que resultan modélicos para otros países.

Las víctimas del terrorismo de ETA tienen hoy en España leyes que las amparan, apoyos económicos sin parangón, y gozan del reconocimiento y el afecto de la inmensa mayoría de los españoles. Además, nadie se atreve ya a decir, ni siquiera entre los menguantes jaleadores de ETA, aquella frase tremenda de ETA, mátalos, mientras que son habituales en los discursos políticos, y en las líneas editoriales de los medios de comunicación, las frases de reconocimiento y enaltecimiento de las víctimas. En España se da por hecho la superioridad moral de las víctimas del terrorismo y se identifica al verdugo que las creó como un símbolo del mal. De pecar por algo respecto de las víctimas del terrorismo de ETA, en España se puede pecar, a veces, por exceso.

Otras víctimas, las de la dictadura franquista, no sólo no tuvieron el menor reconocimiento durante los 40 años que el dictador estuvo en el poder, es que fueron perseguidas con saña hasta la agonía de Franco. Acabada la guerra, el régimen de Franco se dedicó con ahínco, de manera concienzuda y sistemática, a exterminar a la izquierda perdedora republicana: fusilamientos masivos, largas penas de cárcel, trabajos forzados, juicios sumarísimos, exilio, miedo y clandestinidad, moldearon una peculiar forma de guerra con un solo bando fieramente armado y el otro aniquilado. Durante esos 40 años fueron reconocidas, y tratadas de manera privilegiada, con cargos, oposiciones patrióticas, empleos, privilegios, apoyo económico, asientos reservados para caballeros mutilados, etc. las víctimas y los familiares de los caídos del bando franquista, que se alzó en golpe de Estado contra el Gobierno democrático de la República. Durante esos mismos 40 años hubo una política de exterminio, primero; y persecución, después, a los perdedores y a los opositores a Franco. El final de la Guerra Civil no dio paso a la reconciliación, sino al exterminio franquista de los derrotados, a los que se despojó de su condición de españoles.

Podemos decir que la recuperación de las libertades en España no trajo aparejado el reconocimiento a las víctimas provocadas por Franco. Miles de víctimas habían sido fusiladas o paseadas y sus restos yacen aún en cunetas, barrancos o fosas. La Ley de la Memoria Histórica plantea algo elemental: reconocer a las víctimas del franquismo que durante 40 años de dictadura y 30 de democracia no han sido reivindicadas. Pero, en este caso, la demanda de memoria, dignidad y justicia respecto de esas víctimas no sólo no cuenta con el apoyo unánime de la población española, sino que, por el contrario, levanta ampollas en importantes sectores de la tronante derecha política y mediática.

Andan estos núcleos de aroma franquista empeñados en rescribir la historia y se afanan por presentar al dictador como un personaje estupendo y necesario, y a sus víctimas como merecedoras de la muerte. Algo habrían hecho los comunistas, los socialistas, los republicanos, para que Franco los exterminara, parecen decir.

Resulta muy significativo que los mismos que incluso exageran en sus apoyos a las víctimas del terrorismo etarra no consideren que también son dignas de reconocimientos las víctimas de ese terrorismo gigantesco, eterno y muchísimo más sanguinario que fue el franquismo.

Algunos españoles hemos sido víctimas de dos dictaduras: la de Franco y la de ETA, y reconocemos en ambas ingredientes que las hacen parejas: las dos funcionaron a base de odio, muerte y miedo; las dos pretendieron aniquilar al contrario, en el caso franquista, con un éxito que duró 40 años, y en el de ETA con un fracaso que ha durado 40 años y ha provocado incomparablemente menos víctimas que el terror de Franco.

Ahora se trata, sencillamente, de reclamar el justo reconocimiento a las víctimas de un golpe de Estado y de esa dictadura basada en una represión feroz y sin tregua que fue el franquismo; se trata de que las familias de los perdedores puedan enterrar a sus víctimas con dignidad, donde ellos quieran; que sepan dónde están, que los puedan separar de la infame compañía del dictador que los mandó asesinar y que de manera incomprensible sigue enterrado, con todos los honores, al lado del altar principal la Basílica del Valle de los Caídos.

Se trata de reparar la memoria y la dignidad, de hacer justicia con las víctimas del terrorismo de Franco, que no fueron reconocidas durante 40 años de dictadura ni lo han sido en 30 de democracia. Negarse a este ejercicio democrático, básico para una convivencia en valores compartidos de libertad, retrata a quien lo hace, dificulta la definitiva reconciliación entre españoles y pone de manifiesto la dosis de odio que un sector de nuestro país mantiene aún enhiesto. No parece coherente reclamar memoria dignidad y justicia para las víctimas del terrorismo nacionalista vasco y no exigir el mismo trato para las víctimas del terrorismo nacionalista español.

José María Calleja es periodista.

España, en la Comisión de Derechos Humanos

MIGUEL GONZÁLEZ El País10/05/2010

Salvo sorpresa, España se convertirá el año próximo en miembro del Consejo de Derechos Humanos, un organismo de Naciones Unidas que promueve el respeto a los derechos humanos en todo el mundo. La elección, que se celebrará el jueves, está garantizada en la medida en que sólo hay dos candidatos, España y Suiza, para las vacantes dejadas por Italia y Holanda.

El Consejo está formado por 47 países, pero los asientos se reparten por grupos geográficos, de forma que al bloque de Europa Occidental y otros, al que pertenece España, le corresponden siete. La única incertidumbre radica en que para ser elegido hay que obtener al menos 97 votos entre los 192 países que forman parte de la Asamblea General de la ONU y la votación se realiza por sufragio individual y secreto. El mandato es de tres años (2011-13) prorrogables por otros tres. España perdió la elección en 2008, aunque entonces tuvo que competir por un asiento con Reino Unido.

Debido al sistema de elección, formar parte del Consejo no es ninguna garantía de respeto a los derechos humanos, a pesar de que en teoría podrían ser suspendidos como miembros los países que cometan abusos sistemáticos. Lo cierto es que en dicho organismo se sientan países tan poco respetuosos con los derechos fundamentales como China, Cuba o Arabia Saudí.

En los últimos tiempos ha ganado protagonismo gracias a la Revisión Universal Periódica de los Derechos Humanos, un examen individual a todos los miembros de la ONU que debe concluir en diciembre de 2011. España se examinó el pasado día 5, aunque la nota obtenida no se conocerá hasta después del verano.

De la Vega homenajea a los españoles de Mauthausen

La vicepresidenta recuerda en el campo nazi a las víctimas del franquismo

El País10/05/2010

España rindió ayer homenaje a las más de 7.000 víctimas republicanas españolas del antiguo campo de concentración nazi de Mauthausen (Austria), liberado por tropas estadounidenses hace 65 años, el 5 de mayo de 1945. La vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, encabezó el acto, celebrado en el monolito de conmemoración de los españoles encarcelados, torturados y asesinados en este lugar.

Tras saludar a muchos de los asistentes, en su mayoría jóvenes venidos desde Andalucía, Aragón, Asturias, Cataluña y Valencia, De la Vega manifestó en un emotivo discurso que la “peor de las mentiras de los infames es el silencio”. “Las víctimas del nazismo, del fascismo y del franquismo no han sido ni serán víctimas del olvido”, dijo. “Sólo el silencio engendra el olvido, y el olvido de quienes tanto dieron es la peor, la más insoportable de las mentiras”, agregó la vicepresidenta, en referencia a que durante el franquismo los supervivientes españoles del horror nazi no pudieron volver a España y sus historias fueron silenciadas.

Las culpas de los espías de Franco llegan a la tele

Un documental desvela la labor de los informadores nacionales desde 1936

TONI POLO – Público – 08/05/2010 21:24 Actualizado: 09/05/2010 10:24

El comandante Julián Troncoso cometió actos terroristas en el sur  de Francia y los achacó a los rojos'.

El comandante Julián Troncoso cometió actos terroristas en el sur de Francia y los achacó a los rojos’.TONI POLO

Barcelona, Lleida, Granollers y Gernika son algunas de las ciudades que sufrieron en la Guerra Civil los primeros bombardeos aéreos indiscriminados sobre población civil en la historia, algunos de los cuales sólo fueron posibles gracias a la información que Franco obtenía de su red de espionaje, localizada sobre todo en el sur de Francia.

La labor de estos informadores sale a la luz ahora en televisión gracias a Espías de Franco, un documental dirigido por Xavier Montanyà y producido por BATABAT en colaboración con TV3, TVE, France 3 y Canal Historia que la cadena catalana emitirá mañana y que más adelante podrá verse en TVE y Canal Historia. El documental, que incluye el testimonio de algunos de los protagonistas que siguen vivos, ya se emitió entre diciembre de 2009 y febrero de 2010 en la televisión francesa, donde cosechó muchos elogios debido a la implicación del país vecino en los hechos que se narran.

“El tema de los espías de Franco se había desprestigiado un poco, quedaba algo así como un TBO”, comenta el director de la cinta, Xavier Montanyà. “Sabíamos algo de la implicación de muchos nombres, algunos conocidos como Josep Pla o Carlos Sentís, y otros no tanto, como Julián Troncoso o José Bertran, en las redes de espionaje franquista en Francia durante la guerra, pero la derecha siempre lo ha trivializado”, dice.

El documental revela la implicación de esa red de espionaje franquista, que actuó sobre todo en 1937 en Marsella, desde donde informaba a Franco de los buques que zarpaban con alimentos o armas para el bando republicano, de la ubicación de objetivos en determinadas ciudades o de los movimientos de los agentes republicanos en Francia.

“Un ejemplo trágico es el bombardeo de Barcelona”, explica el director. “Se han encontrado planos de la ciudad con 220 objetivos estratégicos para bombardear: los nazis alemanes y los fascistas italianos, a quienes se canalizaron esas informaciones, se encargaron de la ejecución”.

Fondos de Moscú

La aportación principal del documental reside en los datos aportados por los archivos de los fondos de Moscú. Se trata de documentación clave porque contiene las investigaciones y los seguimientos de la Securité francesa sobre la red de espías. Tras la retirada de París, los nazis se llevaron los archivos a Berlín, donde poco después cayeron en manos de los soviéticos liberadores de la capital alemana. Hace unos cinco años, el historiador Jordi Guixé los examinó y pudo constatar el apoyo de la ultraderecha francesa a los espías españoles.

El archivo militar de Ávila arrojó también datos definitivos, puesto que se citan nombres de los agentes en Marsella. “Ya nadie podrá negar la implicación en esta trama de Pla, Sentís, Bertran i Musitu, entre otros nombres de la alta burguesía catalana”, dice Montanyà.

Soldado, preso, guerrillero

Esta semana se han cumplido 65 años de la liberación del campo nazi de Mauthausen. Uno de los supervivientes, el español Domingo Félez, rememora este hecho y lo enmarca en su largo trayecto personal de combatiente, iniciado en la Guerra Civil y terminado en la guerrilla venezolana a finales de los años sesenta. Félez habla en Venezuela, donde vive

LAURA S. LERET El País – 09/05/2010

Domingo Félez en 1938, cuando era sargento del ejército republicano.- Foto del archivo familiar

Aquel fatídico verano de 1936, el aragonés Domingo Félez tenía 15 años y combatía como miliciano por la República. Ingresó en la 131 Brigada. Conquistó varias posiciones militares “a pura granada de mano” y ascendió a sargento a los 17 años. Ahora rememora su vida en su casa de La Victoria, la ciudad a 100 kilómetros de Caracas donde reside, con 89 años de edad.

Tras la Guerra Civil se refugió en Francia. Padeció las condiciones infrahumanas de los campos de concentración franceses. Le reclutaron para construir fortificaciones: “era un trabajo de esclavo”. Tras la invasión alemana, los españoles cayeron presos con la tropa francesa. Formados en columnas, caminaron hasta Estrasburgo y les confinaron en unos terrenos donde “el aseo era una zanja”. En diciembre de 1940, en un convoy de españoles, fue trasladado al campo de concentración nazi de Mauthausen, en Austria, calificado como “grado tres”, donde internaban a los irrecuperables.

“Recibí un uniforme a rayas y el triángulo azul de apátrida con la S de spanier. Mi número, el 4.779. Me afeitaron el vello del cuerpo, a todos con la misma hojilla, uno se agachaba y le metían la navaja entre las nalgas. Los piojos me causaron una infección que originó mi traslado al campo anexo de Gusen. Un día, mientras colocaba ladrillos para construir la cocina, conseguí un pote de grasa, me la unté sobre los piojos y me curé”.

“Trabajé en las canteras, en la construcción de los rieles, fui barbero de la barraca. Sobreviví a la epidemia de tifus de 1941. En Mauthausen no entraba nadie que no fuera para morirse. El trabajo y la comida estaban hechos para vivir un año; los supervivientes les pueden ir con cuentos a otros, pero a mí ¡no! Fuimos barberos, herreros, pintores, enfermeros, albañiles, hombres de limpieza; frío y hielo; cuando sobraba de la caldera, nos daban medio plato más de nabos, de hueso de caballo con concha de papa”.

“Me pasaron en 1943 a Viena, con un comando de presos para hacer fortines antiaéreos en una fábrica alemana de motores de aviones de caza. Allí, no te pegaban tanto”.

“Los nazis iniciaron su retirada en abril de 1945. Nos arrastraron con ellos a Mauthausen, caminamos unos 180 kilómetros. Al que no podía andar y se sentaba a la orilla, le pegaban un tiro. Uno iba caminando y escuchaba ¡pam! y al rato otra vez, ¡pam! A la tarde mataban a un caballo, le caíamos con cuchillo y lo comíamos crudo”.

El 5 de mayo de 1945, el Ejército de Estados Unidos ocupó oficialmente el campo de Mauthausen. Había euforia y también caos. Cuatro españoles, entre los que se encontraba Domingo Félez, en vez de ser liberados fueron apresados.

“A los tres días de la liberación del campo, unos hombres me detuvieron, me hablaron en alemán, alguien me denunció, nunca supe quién fue. Fuerzas de Estados Unidos nos detuvieron y nos llevaron junto con los nazis al campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich. Los otros españoles acusados fueron Indalecio González, Laureano Navas y Moisés Fernández. Un fiscal militar de Estados Unidos me llamó un par de veces a declarar, yo me reí y contesté que todo era un embuste. En enero, febrero y marzo de 1945 yo no estaba en Mauthausen, sino a 180 kilómetros en la fábrica de aviones, ¿cómo iba yo a llevar gente a la cámara de gas? Porque esa fue la acusación”.

“No hubo pruebas para sentenciarme. Después de dos años, fui puesto en libertad en julio de 1947. A González lo ahorcaron en Dachau. Navas fue condenado a cadena perpetua y Fernández, a 20 años de prisión”.

Joseph Halow en su libro Innocent at Dachau (1992) relata que los testigos recibieron honorarios por sus servicios y no hubo un traductor profesional del castellano. Al respecto, Eve Hawkins, oficial estadounidense, escribió al Washington Post: “(…) La raza suprema (alemanes) tenía derecho a una asesoría legal y a traductores competentes, pero los españoles, los no beligerantes, los nacionales de un país no enemigo, los involucrados inocentes, uno podría decir que a nadie le importó un bledo”. A estos veteranos de la Guerra Civil, prisioneros en el campo de Mauthausen, se les juzgó en Dachau como si fueran criminales de guerra.

Domingo Félez consiguió embarcarse hacia Venezuela con un pasaporte de la Organización Internacional de Refugiados. Desempeñó varios trabajos, conoció a una hermosa trigueña con quien se casó y tuvo tres hijos. Pero en su interior le ardía la sangre. Desilusionado con el Gobierno de Rómulo Betancourt, consternado por las desapariciones de varios amigos del Partido Comunista, Félez se unió al movimiento guerrillero de los años sesenta.

“Subí a las montañas. La primera incursión duró poco, pero lo suficiente para ser delatado y apresado en mi casa. Recibí palo de las policías políticas. Fui trasladado al castillo de Puerto Cabello, donde me tomó por sorpresa la rebelión militar contra el gobierno. Uno de los capitanes golpistas, que hasta ese día había sido nuestro carcelero, nos abrió las puertas del calabozo, nos repartió fusiles. Yo fui destinado a combatir en una institución de enseñanza secundaria. Cuando vi que la causa estaba perdida, conseguí refugiarme en el portal de una casa; un desconocido me tiró del brazo, me llevó para adentro y me salvó la vida”.

Félez logró evadirse y refugiarse en Caracas. Por su experiencia en la Guerra Civil española lo buscaron para llevarlo a la selva de Monagas. “En 1965, mi esposa y mis hijos necesitaban de mí, bajé de la montaña”. La ley de amnistía le permitió salir de la clandestinidad en 1969. Después de 33 años de lucha volvió a una vida normal.

Fue barbero otra vez, fundó una empresa de jardinería. La edad ha deteriorado su vista, sus pasos son lentos, pero su memoria se mantiene impecable.

Los últimos ‘niños de la guerra’

En Rusia y Ucrania quedan 171 supervivientes de los niños españoles que llegaron en 1937 para salvarse de la Guerra Civil. De los adultos que combatieron a Hitler ya no queda nadie con vida

PILAR BONET – El País –  09/05/2010

Una clase de gimnasia en la casa de acogida de la calle Pirogvskaya, en Moscú, en 1938.-

Rusia celebra hoy el 65º aniversario de la victoria en la “Gran Guerra Patria”, como se denomina aquí la II Guerra Mundial. En la Plaza Roja estarán veteranos extranjeros que lucharon contra Hitler, pero habrá un vacío, el de los españoles que combatieron bajo la bandera de la URSS como aviadores, soldados, partisanos y guerrilleros. El último residente en Rusia de ese grupo curtido y condecorado, Ángel Grandal-Corral, de 83 años, falleció el 25 de marzo en Podolsk, cerca de Moscú. Aquel recio marino de Baracaldo, que patrullaba Gibraltar en el destructor Churruca, estuvo en los servicios de seguridad soviéticos y operó en un destacamento especial en la retaguardia alemana. “Ángel siempre fue un razvedchik (agente) y no relataba sus gestas”, afirman conocidos del lacónico vasco al que atribuyen legendarios sabotajes y voladuras.

En diciembre murió en Madrid José María Bravo, que se formó como piloto en la URSS y fue uno de los aviadores que acompañó a Stalin a la conferencia de Teherán. Nacido en 1917, poseía la medalla del Valor, la orden de la Guerra Patria y de la Estrella Roja. Lideró la asociación “Veterani”, que fomentó los vínculos económicos entre España y los países postsoviéticos.

Varios “niños de la guerra” (en Rusia y en Ucrania) compartieron sus recuerdos con EL PAÍS en vísperas del aniversario. Llegaron en barco a Leningrado en 1937, los alojaron en “casas de niños” y en su memoria se amalgaman dos guerras: un paisaje de bombas incendiarias, hambre insaciable, huidas eternas en barco y en tren y hermanos o compañeros que fueron víctimas del tifus, la tuberculosis y el hambre o que simplemente desaparecieron al soltarse de la mano.

Mercedes Coto, de 85 años, es una blokadniza (veterana del bloqueo) de Leningrado (septiembre, 1941-enero, 1944). Ella y Joaquina, de 81, recuerdan a Manolo, el hermano recién fallecido. Procedían de un pueblo de Asturias. En la URSS las separaron. Mercedes vivió en una casa de niños de Leningrado y ayudaba a operar a los heridos del frente en un hospital. Recuerda los cadáveres amontonados sobre el río Neva helado y el hambre que mató al compañero Salvador Puente. En 1943, aprovechando la ruptura del cerco, la mandaron al Cáucaso, donde el ejército alemán capturó a un grupo de niños (repatriados con posterioridad a España desde Alemania). Por las montañas llegó hasta Sujumi, en el mar Negro, y allí los soviéticos la encarcelaron por indocumentada. La liberaron después de que los niños capturados por las tropas hitlerianas en el Cáucaso contaran su odisea en una emisora alemana. Desde Tbilisi, en barco por el Caspio y como polizón de trenes por la estepa asiática, llegó a Samarcanda. En Miass, en los Urales, bailó jotas para el Fondo de Defensa de la URSS.

“Tras de ti marcharemos, Stalin, por la línea que Lenin trazó…”. Las hermanas Coto entonan la estrofa inicial de la canción compuesta por los niños Julio García y Ángel Madera. Stalin premió su creatividad con un reloj. “La cantaban en todas las casas de niños españoles de la URSS”, afirma Joaquina. Madera pereció en el frente de Leningrado.

En su huida, Mercedes encontró generosidad: la tía Masha, que la salvó de morir de diarrea en Samarcanda. Y frío cálculo: la aldeana del Cáucaso que le pidió la bata por un plato de sopa. Tras la guerra, Mercedes trabajó en una fábrica de Moscú. Por su condición de blokadniza, reconocida recientemente, recibe una pensión rusa de 25.000 rublos (equivalente a 650 euros), complementada con otra española. Joaquina enseñó francés en un pueblo montañoso de Daguestán, donde se desplazaba en burro, y después trabajó en Radio Moscú.

El destino dispersó a los niños. Les enviaron a lugares de donde Stalin había expulsado a otras comunidades por temor a que apoyaran al enemigo. Así, llegaron a la antigua República de los Alemanes del Volga, de donde fueron deportadas 367.000 personas, y a Crimea, de donde en 1944 fueron expulsados los tártaros. Francisco Mansilla, el director del Centro Español de Moscú, recuerda su estancia en Bassel, donde se alimentaban de los comestibles dejados por los alemanes, incluido el “sabroso aceite de hígado de bacalao” que el director de la casa de niños le requisó.

En Izium-2, en las cercanías de Járkov (Ucrania), vive Tomasa Rodríguez, 81 años, que de niña pasó “frío, hambre y miseria” en la aldea alemana de Kukkus. Tomasa es la última española de Izium-2, donde vivieron unos 40 niños de la guerra empleados en la fábrica de óptica local. Tiene tres hijos, uno de ellos trabajando en Barcelona. “Si no fuera por España, estaría en la ruina”, afirma esta mujer que cobra una pensión española de 1.700 euros cada tres meses y otra pensión de Kiev de 950 grivnias (unos 120 euros).

La vasca Josefina Iturrarán, de 87 años, cuenta que, al estallar la guerra, desaparecieron los educadores de su casa de niños de Odessa. Josefina reprocha a los dirigentes del Partido Comunista de España el “habernos dejado solos y haberse olvidado de nosotros”. Fue evacuada por Siberia y Asia Central en un vagón sin cristales. El trayecto, de 38 días, concluyó en Samarcanda, donde “se acababa la vía”.

A Antonio Herranz, de 83 años, de Baracaldo, lo enviaron a Eupatoria, en Crimea, y de allí hacia Stalingrado bajo las bombas alemanas, y por el Volga, hasta Engels y Orlovskoye, donde aprendió a ordeñar vacas y sembrar la tierra. Recuerda Herranz el tocadiscos de Afanasi Kisiliov que, de profesor en la embajada soviética en París, se convirtió en director de una casa de niños y organizador del trabajo agrícola en las haciendas abandonadas por los alemanes en Orlovskoye. Los adolescentes fueron enviados a las fábricas y Herranz fue tornero en Marx-Stadt, cerca de Sarátov. A los 14 años fabricaba armas y comía una vez al día. En el Centro Español de Moscú se guarda la memoria de vidas -breves y largas- golpeadas por dos guerras. También la de los miembros de la División Azul que se pasaron al Ejército Rojo y tras internamientos a veces muy largos se integraron en la URSS, en gran parte en Tbilisi.

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De la contienda española a la URSS

Unos ochocientos españoles lucharon por la URSS en la Segunda Guerra Mundial. Según datos del Centro Español en Moscú, 151 cayeron en combate y 15 desaparecieron en el frente. Si se suman las víctimas de las secuelas bélicas, hubo 420 muertos.

A raíz de la Guerra Civil (1936-1939) llegaron a la URSS 4.299 españoles: 891 emigrantes políticos, 157 alumnos pilotos, 67 marineros, 122 acompañantes, 2.895 niños en expediciones y otros 87 con sus padres, además de 27 capturados por el Ejército Rojo en Europa, y 51 procedentes de la División Azul. El historiador Andréi Elpátevski estima que 6.402 españoles (más de 3.000 niños) emigraron a la URSS desde los años veinte a los cuarenta. De ellos, 278 civiles fueron considerados sospechosos, incluidos los apresados en Europa. Además hubo entre 452 y 484 prisioneros de guerra, en su mayoría de la División Azul. Por delitos varios fueron condenados 250 españoles, entre ellos, 69 prisioneros de guerra e internados y 155 educadores castigados sobre todo por hurtos, subraya Elpátevski. Detrás de los robos, el hambre.

Un centenar de ex combatientes españoles vivían en 1985 en la URSS; un cuarto de siglo después, todos han muerto. A principios de mayo, en Rusia y en Ucrania quedan 152 y 19 “niños de la guerra”, respectivamente. Felipe Álvarez, el último ex combatiente español residente en Ucrania, falleció en 2008.