Un siglo tras la bandera roja

La crisis del capitalismo globalizado es un momento ideal para revisar el comunismo y las razones de su fracaso. De esta reflexión parte David Priestland en el libro ‘Bandera roja’, del que publicamos un extracto

Foto: Lenin (sobre el estrado) y Trotski (a la derecha del estrado, mirando de frente), durante la celebración de un mitin el 5 de mayo de 1920.-

DAVID FRIESTLAND El País – 07/03/2010

En un poema de 1938, An die Nachgeborenen (A los que todavía no han nacido), Bertolt Brecht explicaba a las generaciones futuras su opción por el comunismo. Aceptaba que “el odio, incluso contra la vileza, desfigura el rostro”, pero aun así pedía nachsicht (indulgencia); aquellos tiempos en los que él vivía eran “sombríos” y “una conversación sobre árboles es casi un crimen, porque significa callar tantas fechorías”; frente a la injusticia no había otra alternativa que el rigor. “Nosotros, que queríamos preparar el terreno para la amabilidad, no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que una persona sea para otra una ayuda, pensad en nosotros con indulgencia”.

¿Deberíamos ser indulgentes? El propósito de este libro no es afirmarlo ni negarlo. Hay que juzgar moralmente los crímenes históricos, pero también necesitamos explicaciones. Así pues, una cosa es ser indulgente con Brecht, y otra cosa muy distinta serlo con Stalin o Pol Pot.

En cualquier caso, el poema de Brecht nos ayuda a entender el atractivo del comunismo soviético, incluso para alguien tan opuesto al idealismo y al romanticismo como era él. El comunismo trataba de conseguir la “amabilidad” universal con métodos muy poco amables. Su objetivo era acabar con la desigualdad y traer la modernidad, pero se basaba en la idea de que esto sólo se podía conseguir con métodos radicales, y en último término mediante la revolución.

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Una venganza contra Baltasar Garzón

RICARDO BECERRA LAGUNA (Presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática de México) – El País 07/03/2010

Los integrantes del Instituto de Estudios para la Transición Democrática de México deseamos hacer pública nuestra preocupada indignación por el juicio que en España se levanta ahora mismo contra el juez Baltasar Garzón.

Valoramos la inmensa contribución que el juez Garzón ha realizado para la expansión de las libertades y derechos esenciales, más allá de su propio país. La figura de Garzón es ya universal y su trayectoria como juez constituye una de las aportaciones más importantes que el derecho ha dado para la consolidación de las democracias en toda Iberoamérica. Resulta muy extraño que desde la justicia española se emprenda una acusación -prevaricación- por el hecho de que el juez haya admitido y dado trámite a las denuncias contra las desapariciones y asesinatos perpetrados en el periodo franquista; nosotros, por el contrario, pensamos que ésa es una de las tareas que corresponde obligadamente al derecho y a los jueces, y no sólo en España.

Si este sorprendente episodio tiene como desenlace algún castigo en contra de Baltasar Garzón, desde el propio sistema judicial, se habrá consumado una venganza de la impunidad en su país y en toda América Latina.

Günter Grass protagoniza una de espías

Una editorial alemana publica las 700 páginas de informes, que la Stasi, la policía política de la RDA, acumuló durante 28 años de espionaje al escritor alemán

Foto: Günter Grass.

GUILLEM SANS MORA – Público – 04/03/2010 08:00

Günter Grass no tardó más de 24 horas en reaccionar a la construcción del Muro de Berlín. El 14 de agosto de 1961, sólo un día después de que obreros y soldados de la República Democrática Alemana (RDA) empezaran a separar físicamente el sector oriental de los tres occidentales, Grass escribió una airada carta de protesta a la escritora Anna Seghers, entonces presidenta de la Asociación de Escritores de la RDA. En esa carta, Grass llamaba “comandante de campo de concentración” al jefe del partido único oriental, Walter Ulbricht, quien pocas semanas antes había pronunciado la frase por la que hoy se le recuerda: “Nadie tiene intención de construir un Muro”.

Pero la indignación de Grass no se quedó ahí. Dos días después, el 16 de agosto, el escritor firmó junto a su colega Wolf-dietrich Schnurre una carta abierta a dicha asociación de autores germano-orientales que incluía pasajes como este: “Los alambres de espino, las pistolas automáticas y los tanques no son los medios adecuados para hacer soportable la situación de la RDA a los ciudadanos. Sólo un Estado que ya no está seguro de la aceptación de sus ciudadanos intenta salvarse de esta manera”.

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Cuba no es una democracia

FRANCÍ XAVIER MUÑOZ SÁNCHEZ El País04/03/2010

El actor Willy Toledo se ha descolgado con unas declaraciones desafortunadas que, además de sorprender, han defraudado a más de uno que observaba su compromiso político con agrado. No se puede afirmar a estas alturas, como ha hecho él, que los presos políticos cubanos son terroristas. Ni se puede equiparar la disidencia política con la delincuencia.

De hecho, constatar la existencia de presos que no son delincuentes o terroristas ya nos dice a qué tipo de Estado nos referimos, uno en el que la democracia brilla por su ausencia. Y ni el más firme compromiso con la izquierda puede justificar hoy en día la complacencia con regímenes donde al pueblo no se le da la voluntad ni la palabra, por modélico que sea el país en muchos aspectos, como afirmó Willy Toledo. Quizá sin quererlo, el actor cayó en un maniqueísmo propio de otros tiempos y le pudo el verbo más que la razón, sobre todo al utilizar el mismo argumento que las dictaduras, por él seguramente denostadas, utilizan contra sus presos políticos o disidentes.

¿Qué diría Willy Toledo del progreso económico que Pinochet dejó en Chile o de la paz social que consiguió Franco en España? ¿Justificaban la ausencia de libertad? Pues lo que no vale para ellos no vale tampoco para los hermanos Castro.

¡Vive!

MARUJA TORRES El País – 04/03/2010

“Saltaron pulverizadas las cuentas de un collar de azabache que me había regalado mi madre”. Más que las imágenes de la televisión y las crónicas, impacta esta frase del e-mail que recibí, por fin, después de una semana de intentos y de devoluciones, de mi amiga chilena Marcia Scantlebury. Se encontraba en Viña del Mar, con parte de su familia, en el viejo hotel San Martín, me cuenta. “Caía todo sobre nosotros, y yo me levantaba y el terremoto, que fue eterno, me volvía a botar al suelo”.

El resto fue la pesadilla que podemos suponer, la búsqueda de los hijos, de los nietos, por los caminos de la destrucción.

Traigo aquí a Marcia porque para mí representa lo mejor de Chile: el coraje y la resistencia. Tras el golpe de Estado de Pinochet, en el 73, esta mujer pasó meses en los centros de tortura del régimen. La hirieron, no la quebraron. Reconstruyó su vida, después, sin renunciar al pasado. Declaró ante Garzón en el proceso contra el dictador.

En la actualidad dirige la Televisión Nacional de Chile. Por eso se hallaba en Viña del Mar, por el festival de la canción que no llegó a celebrarse. Es una buena periodista, Marcia. De ahí ese trallazo de los azabaches pulverizados, que con tanta elegancia habla de pérdidas irreparables. Los azabaches, como los abrazos maternos: anteriores al tiempo del secuestro de la democracia. Dice: “La tragedia y el dolor de este país no tienen nombre”. Añade que el final, para ellos, fue semifeliz, “porque todos estamos bien”, pero que el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos que recientemente inauguraron sufrió fuertes daños y que “este país, otra vez, está de rodillas”.

Arrodillado, no. Arrodillado no lo estuvo nunca. Siempre alguien se alzó para resistir. Alguien pasó la antorcha.

Chile: ¡Vive!

Fatos Kongoli: El escritor que esperó a la democracia

Contemporáneo de Ismael Kadaré, aguardó la caída de la dictadura de Albania para retratar la cotidianidad bajo el totalitarismo

GUILLAUME FOURMONT – Público – 03/03/2010

Cada año se habla al menos una vez de la literatura de Albania. El nombre de Ismael Kadaré, último Premio Príncipe de Asturias de las Letras, siempre aparece en las quinielas del Nobel de Literatura. Luego se olvida, y Albania vuelve a ser un discreto país europeo bloqueado entre Grecia, Macedonia, Kosovo y Montenegro. Pero mientras Kadaré construyó una obra basada en mitos y leyendas de su país, otro escritor con apellido con K lleva más de 25 años, desde la caída del régimen totalitario de Enver Hoxha, escribiendo sobre la vida cotidiana bajo una dictadura. Se llama Fatos Kongoli y presenta ahora en España su última novela, La vida en una caja de cerillas (Siruela).

El protagonista es Bledi Terziu, un pobre tipo, un periodista sin ambición y en paro, que se encierra en su pequeño apartamento de Tirana la capital de Albania para beber whisky y pensar en su ex mujer, mientras mantiene relaciones sexuales con la joven camarera del bar de abajo. “El régimen totalitario oprimía a los individuos. La gente como Terziu vivía en espacios pequeños, lo que les convertía en personas moralmente débiles. Durante la dictadura, la gente vivía en cajas de cerillas, Albania era una caja de cerillas herméticamente cerrada”, explica Kongoli a este periódico en una conversación telefónica desde su apartamento de Tirana.

Fatos Kongoli nació el 12 de enero de 1944, “cuando llegaron los comunistas”, según el escritor. Fue en noviembre de ese año cuando se instaló en el poder el Partido del Trabajo, nombre que dio Hoxha (1908-1985) al Partido Comunista albanés nada más tomar las riendas del país. Fiel seguidor de Stalin, Hoxha impuso una de las dictaduras más cerradas del todo el ex Bloque Soviético. “Era un régimen incluso peor que el de Nicolae Ceaucescu en Rumanía. Era como en Corea del Norte. La mayor parte de mi vida pertenece a la dictadura”, insiste Kongoli.

Escribir para no olvidar

El escritor albanés es de una generación que fue testigo del terror y que siente ahora la obligación de contar lo que ocurrió. Sus referencias son los escritos de Primo Levi sobre el Holocausto (Si esto es un hombre), de la última Premio Nobel de Literatura Herta Müller sobre la dictadura de Ceaucescu (En tierras bajas) y de Aleksandr Solzhenitsyn sobre el estalinismo (Archipiélago Gulag). “Los escritores tienen una obligación de memoria. Yo no puedo hacer otra cosa que contar lo que pasó. Hay que olvidar para seguir adelante, dicen algunos. Pero si olvidamos la historia, estamos condenados a que se repita”, afirma el escritor, antes de matizar que sus “maestros” son Albert Camus y Fiedor Dostoievski.

La principal diferencia de Kongoli es que la palabra “comunista” está casi ausente de todos sus libros. El autor no condena en primera persona el régimen que tomó como rehén la mitad de su vida. “No quiero transmitir ningún mensaje. Los lectores son listos y saben sacar conclusiones ellos mismos. Yo prefiero quedar escondido, nunca mostrarme ante los ojos del lector. No puedo tomar posiciones políticas. Quiero ser invisible”, afirma. Bledi Terziu, el protagonista de La vida en una caja de cerillas, también es un asesino que oculta el crimen de una joven gitana, pero el lector no tiene al final del libro una conclusión clara de qué es el bien y qué es el mal. Sólo se asiste a la caída de Terziu en la locura.

Narración con dos voces

Kongoli consigue esta distancia entre el protagonista y el lector gracias a una doble narración. La primera es la voz del narrador, en tercera persona, que describe el cotidiano de Terziu en 2004. La segunda es la voz del protagonista, que quiere entender cómo terminó así, en su piso de Tirana bebiendo whisky, apelando al pasado, desde los tiempos de la dictadura hasta la transición de los años noventa. Kongoli suele utilizar esa técnica; la usó en El dragón de marfil (sin traducir en castellano), novela en la que el escritor recuerda su vida en China, donde estudió Matemáticas entre 1961 y 1964. Albania había rechazado la destalinización iniciada por Nikita Krutchev y había adoptado el maoísmo.

“Mi padre era violinista, se formó en Italia, donde se hizo comunista. Luchó en los maquis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero tras largos años en el Partido del Trabajo, lo echaron. Mi padre entendió entonces que el arte era algo maldito, algo peligroso bajo la dictadura”, recuerda Kongoli.

El escritor albanés se expresa en francés, lengua que aprendió en el instituto. Y con modestia, no cesa de disculparse por contar su vida, su historia personal, que “no es muy interesante”, según él. Soñaba con ser escritor, aunque su padre lo obligó a estudiar Matemáticas. “No quería que yo tuviera problemas, lo obedecí y hoy le estoy muy agradecido. El marxismo no puede decir nada contra las matemáticas”, añade.

Hasta la publicación en 1992 de su primera novela aplaudida por la crítica internacional, El perdido (sin traducción al castellano), Fatos Kongoli era un perfecto desconocido. Y para muchos se convirtió en el escritor del silencio, el escritor que esperó a la democracia para explotar, para narrar lo que había visto y oído durante años. Pero al autor albanés no le gusta oír eso: “Cuando salió El perdido en Francia, a una periodista de Le Monde se le ocurrió decir que era mi primera novela y que no había escrito antes. Desde entonces todo el mundo lo dice, pero no es verdad”. “Durante la dictadura, yo leía muchísimo y escribía muy poco”, matiza.

A pesar de las advertencias de su padre, Kongoli abandonó su carrera de maestro en una escuela para dedicarse al periodismo literario: “Es verdad que mi primer gran periodo de creación fue a principios de los años noventa, aunque me publicaron unos cuantos textos antes de la caída del régimen”. Sin embargo, cuando se le pregunta por qué esperó la democracia para denunciar los excesos del totalitarismo, contesta simplemente que lo que le interesa es el “dolor humano”. “La literatura trata del espíritu humano y yo escribo sobre lo cotidiano, lo que me interesa es la gente. Mis libros hablan de la vida de la gente en un contexto preciso, como la dictadura”, insiste Kongoli.

Exilio imposible

El escritor albanés confiesa que nunca pensó en el exilio. O casi. “¿¡Exiliarme!? En Albania, ni una mosca podía entrar o salir sin que nadie la viera. El exilio era imposible. Sin embargo, reconozco que lo pensé en 1989, cuando fui por primera vez a Francia. El Muro acababa de caer y me hicieron incluso propuestas para quedarme, pero no podía. Pensé en mi familia, mis hijos. Habría sido un traidor para el régimen, pero los que lo iban a pagar de verdad eran los míos. No podía ser tan cobarde”, asegura.

La impotencia y la sumisión ante la fuerza del totalitarismo son temas recurrentes en los libros de Kongoli. El perdido narra la historia de un hombre incapaz de huir a Italia y que se resigna a quedarse en la Albania de Enver Hoxha (sustituido tras su muerte en 1985 por Ramiz Alia, quien lideró la muerte del régimen seis años más tarde). En La vida en una caja de cerillas, el protagonista reza por “quedarse para siempre en las tinieblas de la nada”, aunque en este libro el autor también retrata la Albania actual. “La democracia vio nacer problemas nuevos. La corrupción del Estado se generalizó y hay ahora muchas mafias, que gestionan incluso la vida cotidiana de la gente”, afirma Kongoli.

Sobre el papel y la responsabilidad del escritor para narrar la realidad, contar la historia, Kongoli considera que la ficción también vale. “La frase de Norman Mailer quiero contar una historia parece sencilla, aunque pensé mucho en ello. Narrar la historia en una novela puede ser peligroso porque existe el riesgo de simplificar, pero la literatura siempre habla del espíritu humano. Y no podemos escribir sin una historia. La literatura empieza donde la historia termina”, afirma el escritor.

La diferencia entre Ismael Kadaré y Fatos Kongoli es que el segundo prefiere no opinar de política, incluso cuando se trata de Kosovo y de las minorías albanesas: “Claro que me informo, pero cuando escribo, me olvido de todo. Quizá sea como mis personajes, sin ideas políticas. Yo soy una persona muy indecisa”.

Disidencias

ELVIRA LINDO El País – 03/03/2010

La democracia es ese raro sistema que permite a los individuos expresar opiniones en contra del sistema y a favor de otros sistemas que no les permitirían el menor asomo de disidencia. La democracia es también ese sistema en el que podemos compatibilizar la denuncia de cualquier pequeño atropello a nuestras libertades con la defensa de dictaduras liberticidas. La democracia es ese sistema que me sirve en bandeja opiniones antidemocráticas que serían tachadas de traición a la patria si no fuera porque la democracia nos permite la veleidad de no ser patriotas, de no creer en nada. Ni en la democracia. No me considero una fundamentalista democrática; digamos que considero éste el más humano de los sistemas posibles. Ya es algo.

La democracia es a veces un sistema injusto y tontorrón, que pone micrófonos delante de un actor dispuesto a ofrecer la versión oficial de una dictadura e ignora a los que la padecen.

Aun así, prefiero vivir aquí. Prefiero vivir en un sistema en el que un individuo tiene el maldito derecho a difamar a un pobre obrero que tuvo la valentía de disentir de un Estado represivo. Era un traidor, dicen, un delincuente común, quizá un terrorista. Esas palabras me duelen físicamente, pero prefiero vivir en un sistema en el que pueden decirse. Es la forma de conocer a fondo al sujeto que las pronuncia.

Tal vez las declaraciones de Guillermo Toledo hayan conseguido convertir a alguno de sus compañeros de profesión en anticastristas. Hay mucha gente de la “cultura” que se siente incómoda viéndose representada siempre por los mismos. Para combatir esa molestia silenciosa les recomiendo que expresen su desacuerdo asumiendo un principio bien básico: las personas decentes anteponen los derechos humanos a las ideologías. Y, desde luego, convendría elegir a otros representantes para liderar causas humanitarias.

Imperdonable

ROSA MONTERO El País – 02/03/2010

Hace un mes hablé en este artículo del infierno de las cárceles cubanas, del maltrato sistemático y de la aterradora indefensión de los presos de conciencia. Por entonces Orlando Zapata ya estaba en plena travesía hacia su muerte, pero yo no lo sabía. No lo sabía casi nadie. La huelga de Aminetu la conocimos desde el primer día, porque España es una democracia y las noticias circulan. Pero las dictaduras feroces, y la cubana lo es, se caracterizan por silenciar los gritos de las víctimas. Y hacen algo aún peor que silenciarlas: las difaman. En los foros de Internet leo comentarios de la gentuza castrista diciendo que Orlando era un delincuente común “de lo peor”. ¿Se puede concebir una abyección más grande? Además de torturar, denigran al torturado. Es como si alguien violara a una chica, le sacara los ojos y la decapitara, y luego nosotros dijéramos: algo habrá hecho para merecerlo, la muy puta. Con las agresiones contra las mujeres ya lo vemos claro, ¿no? Pero, asombrosamente, ese sucio prejuicio sigue funcionando con los cubanos. Hablo de la absoluta inhumanidad del pensamiento dogmático, de la pereza intelectual y moral que impide que una buena parte de la izquierda asuma su responsabilidad ante el horror del castrismo. Hablo de Zapatero no diciendo ni palabra el primer día, y luego, tarde y mal, limitándose a lamentar la muerte y no a condenarla. Hablo del PSOE insistiendo en reforzar las relaciones con Cuba, una política que ya ven adónde conduce. Gracias a la presión popular salvamos la vida de Aminetu. Pero, ¿dónde están ahora los actores, los famosos, los de Izquierda Unida, todos esos que apoyaron a la saharaui? Orlando tuvo que pagar con su vida la visibilidad mediática. Ahora hay otras seis personas en huelga de hambre en Cuba reclamando derechos básicos: hay que ayudarlas. Ya se han acabado las excusas: justificar o disculpar hoy el castrismo es como justificar o disculpar el fascismo. Una indecencia imperdonable.

“Los asesinatos previos a la dictadura se asumían con toda tranquilidad”

Juan José Campanella. Cineasta. El director, que está en Los Ángeles rodando capítulos de ‘House’, aspira a ganar su primer Oscar el 7 de marzo con ‘El secreto de sus ojos’, coproducción española ambientada en los años previos a la dictadura argentina

«Los asesinatos previos a la dictadura se asumían con toda tranquilidad»

Foto: l director da instrucciones a Ricardo Darín y Soledad Villamil durante el rodaje del filme. – CARLOS PRIETO

CARLOS PRIETO – Público – 28/02/2010 08:45

Campanella en pijama. Campanella completamente dormido. Campanella cagándose en tus muertos Todas estas imágenes se pasan por la cabeza del reportero mientras marca el número de teléfono de Juan José Campanella (Buenos Aires, 1959) en Los Ángeles. Son las 6:15 de la madrugada en la capital de California, una hora tan intempestiva como informativamente relevante. El director argentino está en EEUU rodando capítulos de House. Sólo se puede hablar con él al alba; en concreto, mientras conduce hacia el set de rodaje. “Disculpa un momento, me parece que me acabo de perder, voy a llegar tarde al trabajo”, dice de pronto mientras trata de descifrar la voz en off de su GPS.

«Estoy todo el día trabajando, no me ha dado tiempo a ponerme nervioso»

La ventaja de estar tan ocupado es que al autor de El hijo de la novia (2001) no ha tenido tiempo de ponerse “nervioso por lo de los Oscar”. Su último trabajo, la coproducción española El secreto de sus ojos, podría convertirse el próximo domingo en el segundo filme argentino en ganar el Oscar a la mejor película extranjera tras La historia oficial (1985). El filme de Luis Puenzo analizaba los efectos de la dictadura militar sobre las generaciones posteriores. El thriller de Campanella se ambienta en los años previos al levantamiento castrense.

[…]

Repasemos un poco los temas de El secreto de sus ojos. Ha comentado que el cine argentino no había reflejado casi los años previos a la dictadura. ¿A qué lo achaca?

La dictadura fue un shock. Así que tanto el inconsciente colectivo como la historia oficial situaron todos los males en esos años, olvidándose de los antecedentes. Supongo que ocurre algo parecido con el cine español y la Guerra Civil; no hay tantas películas que reflejen los años previos al conflicto.

¿Qué ambiente se vivía en Argentina esos años?

Había mucha violencia. Yo era muy chico entonces y estaba a otras cosas, pero recuerdo que había un clima de violencia cotidiana. Uno convivía con la violencia hasta el punto de que los asesinatos de sindicalistas, militares o gente corriente no llamaban la atención, se asumían con toda tranquilidad, como parte del entorno diario, sin más sobresaltos. También se notaba un incremento de la violencia en el discurso; todo un síntoma de lo que estaba por venir.

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Militares, amnesia histórica y platillos volantes

Sacheri repasa las claves de la novela en que se basa el filme

Foto: El escritor Eduardo Sacheri escribió la novela El secreto de sus ojos. – REYES SEDANO

PAULA CORROTO – Público – 28/02/2010 09:00

Si al escritor Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) le dieran a elegir entre el fútbol y la literatura, no sabría con qué quedarse. “Si no gana mi equipo, el Independiente de Avellaneda, para mí ya no es un día perfecto”, afirma.

A esta declaración de principios le debe Sacheri casi toda su proyección internacional: fue un relato sobre su pasión futbolística Te conozco, Mendizabal el que en 2001 le llevó a fraguar amistad con Juan José Campanella. El director y guionista entró en una librería y se entusiasmó con el título. Cinco más tarde, entre los dos adaptaron al cine la primera novela de Sacheri, El secreto de sus ojos (Alfaguara), publicada en 2005, adaptación cinematográfica que se convirtió en una de las películas argentinas más taquilleras de toda la historia. Una amistad redonda.

“A los argentinos todavía nos cuesta mucho lidiar con la culpa”

Sacheri cuenta, sin embargo, que esta novela que se sitúa en la Argentina de finales de los sesenta y de los noventa, nunca tuvo como germen una imagen. “Algunos cineastas sí me han dicho que tengo una narrativa muy visual, pero yo desconozco hasta dónde llega esa capacidad. No quiero reflexionar sobre cómo escribo porque temo que eso me paralice”, explica el escritor.

La pregunta que se hizo antes de empezar a escribir la novela, en la que un ex agente judicial recuerda las consecuencias de un horrible asesinato acaecido a finales de los sesenta, fue la siguiente: ¿Qué hicieron los argentinos para llegar a la dictadura? Esa es la razón por la que el libro tiene un argumento mucho menos policiaco y romántico que la película.

“En esta historia hay un intento de buscar una mirada más amplia y arriesgada de los años setenta en Argentina. De 1976 en adelante se ha escrito mucho, pero no hemos sido capaces de revisar cómo llegamos a eso. Y no hay dictadura posible sin una sociedad acostumbrada a manejar esas categorías. Porque esos militares no llegaron subidos a un plato volador, sino que nacieron aquí”.

“En el país hay miedo. La mirada a los años sesenta sigue ausente”

La culpa y el miedo están detrás de la escasa reflexión sobre los años previos a la dictadura de Videla. El escritor llegó a esta conclusión tras bucear en aquellos años. “A los argentinos nos cuesta mucho lidiar con la culpa. Por eso creo que la mirada a esa época sigue ausente”.

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