¿Garzón prevaricador?

CARLOS SLEPOY 02/03/2010

La inaudita y despiadada persecución judicial que está sufriendo Baltasar Garzón excede a su persona. Sin perjuicio del odio visceral que trasluce el dislate jurídico que contra él han puesto en marcha algunos magistrados, es el propósito de enterrar la posibilidad de juzgar los crímenes del franquismo y de lanzar al mismo tiempo el mensaje urbi et orbi de que hay que acabar con esas exóticas ideas de justicia universal y lucha judicial contra la impunidad, lo que explica el desafuero que se está cometiendo, para pasmo y estupefacción de aquellos que creían que la judicatura española estaba en primera línea en la persecución de genocidios y crímenes de lesa humanidad.

Contraviniendo la Constitución española, el Derecho Internacional, el Código Penal, la Ley de Enjuiciamiento Criminal y la doctrina de la que un día supo hacer gala el propio Tribunal Supremo, miembros de este tribunal se proponen inhabilitar a Garzón por cumplir lo que esas normas y esa doctrina establecen. Le imputan, nada más y nada menos, que el haber dictado a sabiendas resoluciones injustas por haber tenido la osadía de pretender investigar crímenes que sólo se justifica que aún no estén juzgados por la impunidad que se ampara en la Ley 46/1977 de 15 de octubre, de Amnistía, cuya declaración de nulidad ha sido instada por el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

Esta ley, sostienen estos jueces, impediría investigar los crímenes del franquismo. Garzón, dicen, no podía ignorarlo. Pero lo no que pueden ignorar quienes desde la cúspide del Poder Judicial así opinan es que, si esta ley es entendida en el sentido de que impide el ejercicio de la acción penal contra quienes han cometido crímenes lesivos para la humanidad, vulneraría los artículos 10.2 de la Constitución, que establece que las normas relativas a los derechos fundamentales se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales ratificados por España, y 96.1, que señala que dichos tratados formarán parte del ordenamiento jurídico interno. También se opondría semejante interpretación de esta ley al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que determina que serán juzgados y condenados quienes cometan actos delictivos según los principios generales del Derecho Internacional; la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, que establece que todo tratado obliga a las partes y debe ser cumplido por ellas de buena fe, y que una parte no podrá invocar las disposiciones de su derecho interno como justificación del incumplimiento de un tratado; la Convención contra el Genocidio; la Convención contra la Tortura; la Convención sobre Desaparición Forzada de Personas, todos ellos firmados por España. Éstos y otros acuerdos, principios y normas imperativas del Derecho Internacional establecen la imprescriptibilidad de estos crímenes y señalan que sus responsables no pueden en ningún caso beneficiarse de leyes de impunidad.

En el colmo del despropósito, el Tribunal Supremo juzgó y condenó al represor argentino Adolfo Scilingo por crímenes de lesa humanidad cometidos en Argentina sosteniendo que los mismos pueden y deben ser perseguidos por ofender a la comunidad internacional, siendo inhábiles cualesquiera leyes que los amparen. Ahora, cuando el mismo juez español que procesó a aquél pretendió investigar delitos del mismo tenor cometidos por españoles contra españoles en España, algunos de sus miembros lo tildan de prevaricador y pretenden juzgarlo.

La torcida interpretación que se hace de la Ley de Amnistía y la negativa a juzgar hechos ilícitos no sólo sumen en el descrédito y la vergüenza, nacional e internacional, a la Administración de Justicia española, sino que desamparan a los cientos de miles de víctimas que en su día lucharon por defender la legalidad republicana y por eso sufrieron muerte, desaparición y destierro, y a sus familiares que, pasados ya casi setenta años del comienzo de la acción criminal, todavía deben seguir reclamando reparación y justicia.

En Alemania, Francia e Italia se sigue juzgando a los responsables nazis por hechos cometidos antes de los que Garzón imputaba a los asesinos españoles. En Argentina, Chile y Uruguay se juzga a criminales que pretendieron ser amparados con leyes que los exoneraban de responsabilidad penal.

Hasta el presidente de la Audiencia Nacional, tribunal en su día admirado mundialmente por declarar la competencia de la justicia española para investigar y juzgar el genocidio cometido en el Cono Sur de América, se permite decir que lo de juzgar los crímenes franquistas es opinable. Nada hay opinable en esta materia: los crímenes contra la humanidad cometidos por el fascismo español pueden y deben ser juzgados.

Hay prevaricadores, pero Garzón no es uno de ellos. Los prevaricadores son los que se han opuesto a la investigación de los crímenes de la dictadura y los que contra este juez vienen dictando resoluciones manifiestamente injustas. A ellos debe serles aplicada la sanción que el Código Penal prevé para quienes lo hagan a sabiendas, lo que debe suponer, dadas sus altas investiduras, inhabilitación absoluta para todo empleo o cargo público de 10 a 20 años. A esta pena deberían enfrentarse cuando cese el desvarío y sean restablecidos el derecho y la justicia.

Carlos Slepoy, abogado argentino, es especialista en temas de Justicia Universal y premio internacional de Derechos Humanos 2008.

Genocidas

RAMÓN MUÑOZ – El País 28/02/2010

Andan a la greña los juristas sobre el proceder del juez Baltasar Garzón por abrir un proceso contra los criminales del franquismo. Dejando al margen la suerte que corra el magistrado, llama la atención la porfía paralela que se ha montado sobre la prescripción de los crímenes contra la humanidad, pues a nada que se aticen en Google los magnos personajes de la historia, uno no encuentra sino una interminable dinastía de genocidas. Y, ¿quién los juzgó?

La propia historia está escrita al dictado, cuando no directamente por la pluma de sus grandes carniceros. Sus crímenes, lejos de condenarse, son sometidos luego a un impenitente revisionismo por los historiadores nacionales (y nacionalistas), bajo el dogma infalible de que los genocidas que ganaron nuestras guerras se convierten automáticamente en conquistadores y héroes, dejando si acaso a los perdedores el atributo de criminales.

Salvo pervertidos, nadie duda de que Hitler, ese irrisorio cabo de la I Guerra Mundial, fuera un malhechor sanguinario que condujo al mundo al horror. Pero seguro que tacharían de lunático al que dijera lo mismo de Napoleón, ese corso enano y resentido que, en nombre de la revolución, ahogó en sangre a Europa entera. ¿Acaso el pequeño cabo -como también llamaban sus soldados a Bonaparte- no se proclamó legítimo salvador de Occidente e invadió la gélida Rusia, donde nada se le había perdido, dejando millones de muertos a su paso, como un siglo y medio después hiciera el caudillo del Tercer Reich? Y, sin embargo, no puedes andar dos manzanas en París sin ver su nombre o el de sus mariscales en algún letrero, monumento, o en la etiqueta de un vino o un coñac. ¿Imaginan que los vinos del Rin tuvieran la denominación de Goering o Himmler?

Estoy convencido de que la historia es un mero relato de crímenes de lesa majestad, desde la desaparición de los neandertales a manos de los homo sapiens hasta la última masacre tribal de Ruanda. Entre medias, alguien descubrió el fuego, la trigonometría, el arco de medio punto o la física cuántica. Pero el cemento que da consistencia a la historia del hombre está hecho de sangre y cuerpos descuartizados.

“No a la guerra”, gritaban los ingenuos contra Bush (y Aznar) cuando las tropas estadounidenses invadían Irak produciendo algún que otro daño colateral (muertos) entre la población civil. ¡Menuda novedad! Ocho siglos antes, Genghis Khan arrasó la ya entonces Persia musulmana -actuales Irán, Irak, Afganistán y varias repúblicas ex soviéticas-, con el asesinato en masa de poblaciones enteras (niños incluidos) como las de las bellas Samarcanda o Bujara. Hoy es el héroe nacional de Mongolia, le han erigido una estatua de 40 metros de altura y su efigie está en todas partes, desde billetes hasta latas de cerveza.

El fundador del Imperio Romano, Julio César, masacró a decenas de miles de galos y esclavizó a otros tantos, por mucho que los franceses se empeñen en revisar su memoria histórica con esa patraña animada de Astérix y Obélix. Stalin asesinó al menos a 10 millones de compatriotas, la mayoría honestos comunistas y fieles combatientes del Ejército Rojo. Hoy su foto está manchando las calles de Moscú gracias al nuevo nacionalismo de Putin y los suyos. Es inútil negarlo. El genocidio es nuestro pasado. Y hay serias dudas de que no forme parte de nuestro futuro.

“Hablar con el régimen de Irán es jugar al ajedrez con un mono”

Azar Nafisi, autora de ‘Leer “Lolita” en Teherán’, publica sus recuerdos familiares

JUAN CRUZ – El País – 28/02/2010

Foto: La escritora iraní Azar Nafisi, durante la entrevista.- BERNARDO PÉREZ

Es una mujer elegante que ha escrito una historia sin pudor, la de sus padres. El libro es Cosas que he callado, lo ha publicado Duomo en España. Algunos han visto en esta historia personal el relato de su ruptura y de su amor por Irán, su patria. Ella, exiliada, dice con melancolía que de su país se llevó, tan sólo, un viejo mosaico que le regaló un amigo.

El padre fue alcalde de Teherán, en la época del Sha, y la madre fue la primera parlamentaria de Irán. Ella, Azar Nafisi, decidió exiliarse del régimen religioso de su país, cuando se le obligó a usar velo en las clases, en 1995. Antes le habían prohibido las clases de literatura extranjera, y ella se encerró con unas discípulas a contarles quién era Vladímir Nabokov (y otros de sus ídolos literarios), y de esa experiencia nació su libro más famoso, Leer ‘Lolita’ en Teherán (El Aleph). Ahora vive en Estados Unidos, escribe en varios medios y es directora del Dialogue Project en el Instituto de Política Exterior de la Universidad Johns Hopkins.

Esta historia sin pudor está atravesada de dolor; a Azar (Azar significa fuego, en persa) no le extraña que Anita Desai haya dicho, en la New York Review of Books, que este libro sobre su madre es también un libro sobre su madre patria. A lo largo de Cosas que he callado la madre es una presencia tiránica contra la que ella se rebela; el padre, un político prominente, es cómplice de la hija, que le ayuda a mentir para conservar a su mujer y para alcanzar la felicidad. Esa relación distante con la madre se va aliviando y al final se produce una reconciliación tácita, la hija necesita a la madre, “te debo tanto”, le dice. La madre muere en Irán, ella sigue en el exilio. La despedida es desgarradora, como una herida que ya no se ha de resolver. Del padre se despide en Londres, y la escritora exiliada está atravesada por una melancolía sutil, atenuada; al final, ha podido tocar al padre.

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La biblioteca del gran dictador

Timothy Ryback analiza en un libro las lecturas que moldearon la vida del Führer, que podía llegar a leer varios libros al día

Foto: Hitler y Goering comparten lectura en la terraza de su residencia de los Alpes bávaros. – AFP

CARLOS PRIETO – Público – 27/02/2010 08:00

Test rápido. Adolf Hitler se alistó voluntario en el ejército tras estallar la Primera Guerra Mundial en 1914. ¿Qué escribió en la casilla relativa a su profesión? a) Militar. b) Político. c) Artista. En efecto, el futuro Führer de Alemania, como Conchita Velasco, quería ser artista. En concreto, pintor. Sí, la Real Academia de las Artes de Viena le había cerrado las puertas por falta de aptitudes, pero nadie iba a impedir al joven Adolf seguir alimentando su espíritu bohemio a base de lecturas. Ni siquiera la guerra.

“Que, en noviembre de 1915, un cabo del frente se gastara cuatro marcos en un libro que trata de los tesoros artísticos de Berlín, postergando los encantos más tangibles e inmediatos que ofrecían los cigarrillos, los licores y las mujeres, puede considerarse un acto de trascendencia estética; o bien, en el caso de Hitler, la mejor prueba de que conservaba sus aspiraciones artísticas”, explica Timothy W. Ruback en Los libros del gran dictador (Destino), ensayo sobre las lecturas que moldearon al líder alemán, que llegó a tener16.000 volúmenes.

“Hitler se refirió a su estancia en la prisión de Landsberg como a su educación superior a expensas del Estado y acogió con agrado su encarcelamiento como una oportunidad para ponerse al día con las lecturas atrasadas”, cuenta Ruback sobre el encarcelamiento tras el Putsch de Múnich (1923). “Personalmente tengo más tiempo y ocio tras el final del juicio. Por fin puedo volver a leer y estudiar”, escribió el célebre preso en una carta a uno de los hijos de Richard Wagner.

El hombre estaba lanzado a la arena intelectual. Tanto que se puso a escribir un ensayo, el Mein Kampf, de “vacuo contenido intelectual” y “deficiente gramática”, según Ryback. “El autor de 34 años aparece como un hombre de poca cultura que no ha llegado a dominar siguiera la ortografía básica ni muestra un conocimiento normal de la gramática”, concluye.

Graves carencias

Una de las tesis de Rayback es que es que el líder tenía una serie de carencias intelectuales que la lectura compulsiva no pudo tapar. Y eso que engullía textos sin descanso. “Leía con avidez, por lo menos un libro cada noche o, a veces, según su propio testimonio, incluso más. Situaba a Don Quijote entre los grandes libros de la literatura universal, junto a Robinson Crusoe, La cabaña del tío Tom y Los viajes de Gulliver“. La antigua secretaria Traudl Junge explicó a Ryback que “muchas veces, durante el desayuno, Hitler contaba sus lecturas de la noche anterior, entrando en extensos y a menudo tediosos pormenores”.

Pero peor lo pasaron los militares alemanes durante la guerra. Pese a que Hitler era un estudioso de la historia militar (tenía 7.000 libros de ese género) “para los círculos del Estado Mayor seguía siendo un intruso, un extraño y, lo que era aún peor, un diletante peligroso”, cuenta Ryback. Para colmo, era el típico lector resabido. El choque de trenes estaba servido.

Durante la campaña de Rusia, Hitler, que no estaba por la labor de ceder terreno, soltó un día una perorata a sus militares sobre “fanatismo y heroísmo, y citó a Clausewitz y Nietzsche”. Se puso tan pesado que Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Ejército, contrario a la estrategia bélica en Rusia, perdió la paciencia. “Normalmente Halder soportaba las lecciones culturales que el antiguo cabo vomitaba a sus generales, pero esta vez no se quedó callado”. Hitler montó en cólera. La ofensiva sobre Rusia continuó….

El Gobierno acuerda entregar a Argentina al ex militar Jorge Alberto Soza

Acusado de delitos de secuestro y torturas, vivía en Valencia desde 1992

El País26/02/2010

El Consejo de Ministros ha aprobado extraditar a Argentina al ex militar de ese pais Jorge Alberto Soza, detenido el pasado mes de julio en Valencia, donde vivía con su familia desde 1992, y reclamado por delitos de secuestro, torturas y contra la integridad moral, supuestamente cometidos durante la dictadura argentina. En su comparecencia ante el juez, el ex policía se negó a ser extraditado.

Soza, nacido en Buenos Aires el 9 de noviembre de 1936 y poseedor de la nacionalidad española, fue detenido en Ontiyent el pasado julio y puesto a disposición de la Audiencia Nacional, donde se inicio el procedimiento de extradición. Desde el 15 de octubre de 2009, disfrutaba de la libertad provisional, al haber depositado fianza carcelaria por esta causa de extradición.

Delitos de secuestros y torturas

El reclamado, ex subcomisario de la Policía Federal argentina, esta acusado en su pais de un delito de asociación ilícita, 18 delitos de detención ilegal cometida por funcionario publico, 17 delitos de torturas y otros delitos contra la integridad moral. Por ello, se enfrenta a una pena de prisión que oscila entre los 3 y los 15 años.

Según la documentación entregada por las autoridades argentinas, entre 1975 y 1977, cuando era segundo jefe de la Delegación Neuquén de la Policía Federal, Soza participó junto a otros militares en la represión desatada por la dictadura argentina contra los opositores políticos mediante el secuestro, la tortura, la desaparición y el asesinato de esas personas.

Contexto histórico

Tras el golpe militar en Argentina de marzo de 1976, se instauró una junta militar encabezada por los comandantes de las tres Fuerzas Armadas. Esta junta llegó al poder en un contexto de violencia creciente por los enfrentamientos entre facciones armadas de izquierda y derecha del movimiento peronista y la acción violenta de organizaciones guerrilleras como Montoneros (peronistas) y el ERP (marxistas).

Durante este periodo, se desarrolló un proceso sistemático de secuestro y tortura de personas, también conocida como guerra sucia, con una gran cantidad de desapariciones. Según la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, se registraron casi 9.000 casos, aunque otros organismos de Derechos Humanos elevan la cifra a 30.000.

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Nuevos libros en la biblioteca

En realidad, estos libros no son tan recientes, pero acaban de llegar a la biblioteca hace poco. Todos tienen que ver con la temática del curso. El primero es sobre España, los tres siguientes sobre América Latina.

VV.AA.: Tiempo de Transición

Madrid: Fundación Pablo Iglesias, 2007.

Idelber Avelar: The Untimely Present: Postdictatorial Latin American Fiction and the Task of Mourning
Duke University Press, 1999

Nelly Richard: The Insubordination of Signs: Political Change, Cultural Transformation, and Poetics of the Crisis

Duke University Press, 2004

Nelly Richard: Cultural Residues: Chile In Transition

University of Minnesota Press, 2004

El reencuentro 101 de las Abuelas de Plaza de Mayo

Un padre conoce a su hijo 32 años después de que éste desapareciese durante la dictadura militar argentina

ALEJANDRO REBOSSIOEl País 24/02/2010

Reencuentro después de 32 años

Foto: Francisco Madariaga Quintela hoy junto a su verdadero padre Abel Pedro Madariaga durante una conferencia de prensa- AP

Abel Madariaga sólo había visto a su hijo Francisco dentro del vientre de su pareja, Silvia Quintela, una médica militante de la Juventud Peronista que a los cuatro meses de embarazo, durante la última dictadura militar de Argentina (1976-1983), desapareció. Ayer, Abel y Francisco dieron una conferencia de prensa para contar que se buscaron y se encontraron 32 años después del secuestro. “Nos fundimos en un abrazo de padre e hijo como si hubiéramos estados separados un año”, relató Abel en referencia al reencuentro, el primero cara a cara.

Con el caso de Francisco Madariaga Quintela ya son 101 los hijos de detenidas desaparecidas durante el régimen que recuperaron su identidad. Todavía falta por resolver el destino de otros 300 bebés que nacieron en campos de detención ilegal y tortura de la dictadura y que fueron entregados en adopción a militares, policías y otras familias, pero no a las suyas porque las autoridades las consideraban criaderos de “subversivos”. La tarea de búsqueda de aquellos niños, ahora jóvenes adultos, fue emprendida por las Abuelas de Plaza de Mayo.

“Fueron 32 años de angustia, de vivir mucha violencia y maltratos. Ha sido una historia oscura…”, relató ayer Francisco Madariaga Quintela, que confesó que había vivido “como un fantasma”, con “un vacío inexplicable”. Pero su presente contrasta con aquel pasado: “Tener identidad es lo más lindo que hay. Es hermosa la vivencia de encontrar algo tuyo y algo [de lo] que me habían privado 32 años, de la verdad”, añadió Francisco.

Abrazado a él, su padre recordó lo que sintió cuando se reencontraron: “Se me llenó el alma de alegría y sentí la mayor felicidad de mi vida”.

Silvia Quintela caminaba la mañana del 17 de enero de 1977 hacia la estación de tren del suburbio de Florida cuando tres Ford Falcon, el habitual vehículo que se empleaba durante la dictadura, la rodearon y militares vestidos de civil se la llevaron al centro de detención clandestino del regimiento de Campo de Mayo, en las afueras de la capital. También buscaban a su pareja, Abel Madariaga, secretario de prensa de la guerrilla peronista Montoneros, pero él logró escapar y se exilió en Suecia. Después migró a México y en 1983, con el regreso de la democracia a Argentina, volvió a su país y se acercó a las Abuelas de Plaza de Mayo para buscar a su hijo. En la actualidad, Madariaga es el secretario de esta asociación civil.

Silvia Quintela, que sigue desaparecida, parió en el Hospital Militar de Campo de Mayo y su bebé fue a parar a manos del actual capitán retirado del Ejército Víctor Alejandro Gallo. Este militar participó años más tarde del movimiento carapintada, que se oponía a los juicios de la democracia contra los criminales de la dictadura y que protagonizaron cuatro alzamientos, tres contra el Gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) y otro contra el de Carlos Menem (1989-1999). Alfonsín y Menem impulsaron amnistías, pero los responsables del terrorismo de Estado han comenzado a ser juzgados después de que la Corte Suprema durante el mandato de Néstor Kirchner (2003-2007) declarara la inconstitucionalidad de aquellos perdones.

A Abel Madariaga y otros miembros de Abuelas de Plaza de Mayor se les había ocurrido en los últimos años emprender una campaña en los medios para que los jóvenes nacidos durante la dictadura con dudas sobre sus orígenes se acercaran a la asociación. Y vos, ¿sabés quién sos?, decía el anuncio. Abel confiaba en que estos adultos de 20 o 30 años, incluido su hijo, se movilizaran para recuperar la identidad.

Eso fue lo que hizo Francisco. Su padre adoptivo había protagonizado un robo en el que terminó matando a un matrimonio y su hija en 1994 y por eso había permanecido preso entre 1997 y 2007. Francisco se acercó a Abuelas y se sometió a la prueba de ADN, que fue comparada con los del Banco Nacional de Datos Genéticos. Así fue como padre verdadero e hijo se reencontraron. El pasado viernes, Gallo fue detenido por la apropiación de Francisco.

La escritura del horror

JESÚS RUIZ MANTILLAEl País 21/02/2010

De Hitler a Stalin. De Franco a Pinochet. Sufrían complejo de inferioridad, problemas con la libido, delirios de grandeza? Los grafólogos definen rasgos comunes en esta colección de fotos con dedicatorias de los grandes sátrapas del siglo XX.

Ojalá el pueblo alemán hubiese hecho caso al grafólogo Ludwig Klages cuando antes de que Adolf Hitler subiera al poder predijo que podría llevarle al desastre. Lo que habrían dado España y los españoles por que las señoritas pretendidas por el mozo Francisco Franco en cartas de amor nos hubieran advertido de su bloqueo afectivo o de sus golpes de irritabilidad. ¿Y si algún italiano a los que Mussolini dedicaba fotos con letra florida y frases grandilocuentes se hubiera dado cuenta a tiempo de que en esa escritura se encerraba un orgullo desmedido? Por no hablar de aquellos rasgos que denunciaban avidez y tendencia a la acaparación en el general Pinochet…

Es tarde ahora para evitar las consecuencias que han asolado durante el siglo XX la moral y parte de la especie por culpa del ensañamiento de varios sátrapas como aquellos tres o también de otros como Stalin y Augusto Pinochet. Pero gracias a las fotografías y las cartas de su puño y letra que se guardan en la Fundación José María Castañé, un auténtico arsenal de historia contemporánea en Madrid, podemos hacernos una idea amplia de sus personalidades enrevesadas.

Por su letra les conoceréis… No encierra secretos para una ciencia como la grafología. Germán Belda García-Fresca, director de Grafostudium y vicepresidente de la Sociedad Española de Grafología, ha estudiado los documentos de la fundación y ha sacado conclusiones interesantes. “Todos ellos presentan rasgos comunes”, asegura este experto. “Son cinco monstruos con líneas similares: hombrecillos con fuertes complejos de inferioridad que buscan desesperadamente demostrar una grandeza de la que carecen”.

Como todo trauma comienza en la infancia, este catálogo de monstruos no iba a ser menos. Los cinco presentan una tremenda influencia a imitar de la figura paterna y graves carencias afectivas por parte materna. “Se observa cierto despecho hacia la madre, no se sentían queridos por ella, lo que tampoco indica que fuera cierto. Se trataba de una percepción muy íntima”, comenta Belda. […]

Foto: Los rasgos de Francisco Franco son curiosos. La letra del dictador español denota austeridad, su frialdad y una tendencia a la vida rutinaria obsesiva. También sufría bloqueos afectivos y su manera de escribir la T indica iracundia y descargas violentas de energía. Era un gran estratega que calculaba bien las consecuencias.-Archivo de la Fundación José María Castañé.

Una de las características del dirigente español era cierta tendencia hacia la frialdad: “Tenía los objetivos muy marcados en la vida. Planificaba perfectamente, era un gran estratega. No ponía énfasis en los ideales ni era amante de los alardes materiales”, comenta el experto. Es algo que también señala Beevor: “De Franco impresiona su sangre fría en su actitud hacia la violencia. La acometía como una estrategia para mantenerse en el poder”. Algo que impresionaba hasta a los propios alemanes. “En 1936, el embajador nazi se mostró impactado cuando en mitad de una cena Franco dio orden de ejecutar a una milicia de mujeres y después siguió comiendo tranquilamente”, comenta Beevor. También su escritura demuestra mucha cerrazón a la hora de reivindicar sus posiciones: “Sus actuaciones parecían desproporcionadas a la hora de defender sus propios intereses”. Todo un mecanismo de defensa que protegía otras carencias. “Su bloqueo afectivo constante, por ejemplo”.

También echaba mano de otros mecanismos psicológicos para combatir eso: “Quitaba lo emocional de en medio con mucha facilidad. Y basaba su día a día en la constancia y una rutina muy fija”. La letra que más le delata en sus peores rasgos es la T. “La lanza demasiado hacia la derecha, con lo que llamamos un golpe de látigo”. Eso indica una clara iracundia y descargas de energía. La P también hace evidentes sus debilidades: “La coloca a menudo por encima de su medida habitual”.

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Sobre el juez Garzón

JOSÉ M. TOJEIRA, (Rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, UCA, El Salvador) El País19/02/2010

A quienes hemos sufrido crímenes de lesa humanidad que han quedado impunes, nos agrede y duele el enjuiciamiento actual contra el juez Baltasar Garzón. En su defensa, el juez ha pedido que se consulte a jueces y juristas de América Latina. En mi calidad de testigo y, en su momento, parte ofendida en el juicio que consagró la impunidad de los autores intelectuales del asesinato de seis jesuitas en El Salvador y dos de sus trabajadoras, el 16 de noviembre de 1989, quisiera hacer una pequeña relación de lo que significó para nosotros la aplicación del principio de justicia universal del juez Garzón en el conocido caso del dictador Pinochet.

En primer lugar, nos dio ánimo y esperanza. El caso Pinochet abrió posibilidades inéditas. En El Salvador teníamos una recomendación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA pidiendo al Gobierno de nuestro país que investigara con estándares internacionales el caso de los jesuitas en el nivel de la autoría intelectual, llevara a juicio a sus autores e indemnizara adecuadamente a las víctimas. El entonces presidente de El Salvador, Francisco Flores, dijo con toda tranquilidad que no iba a seguir las recomendaciones. Las recomendaciones siguen hoy pendientes, pero los dos últimos Gobiernos han abierto al menos conversaciones sobre el camino de cumplimiento de las mismas. Para nosotros no hay duda de que los esfuerzos del juez Garzón por aplicar el principio de justicia universal contribuyó tanto a darnos fuerza en la defensa de nuestros derechos como a darnos seguridad moral.

Al igual que Pinochet, quienes mataron a los jesuitas y sus dos trabajadoras están amnistiados. Y ambos casos se han abierto en España a pesar de las amnistías que en sus países los protegían. Acusar al juez Garzón de prevaricato porque los crímenes de la Guerra Civil que investigó están amnistiados no deja de escandalizarnos. Supone que las amnistías españolas son más respetables que las latinoamericanas. O que los criminales de lesa humanidad españoles son más dignos del perdón legal que otros criminales del mundo. Para quienes pensamos que la humanidad es una, en esa gran tradición que abrieron cada cual a su modo Francisco de Vitoria o Bartolomé de las Casas, perseguir ahora al juez Garzón es enfrentarse a una tradición, no siempre continuada ni defendida, pero que ennoblece al pensamiento español.

Si el juez existe para algo es para defender el derecho de la víctima y no del verdugo. Más aún, desde el uso del idioma, y más allá de los contenidos de las diversas legislaciones, podríamos llamar prevaricador a cualquier juez que se implique defendiendo a los verdugos. Y ciertamente no es éste el caso de Baltasar Garzón. Lamentaríamos, sin embargo, que fuera ése el caso de los jueces que en este momento están decidiendo sobre el juez Garzón.