Mary Poppins

ALMUDENA GRANDES – El País –  19/04/2010

El juez Varela se asustó -¿en qué país vive el juez Varela?- y convocó a los corresponsales extranjeros para explicarles lo que ni ellos ni nosotros alcanzamos a entender. Luego, rectificó. Quizás, alguien le recordó a tiempo que eso mismo hizo el Gobierno de Aznar después del 11-M, para desautorizar a la sociedad civil. Por eso, quiero enunciar aquí mi propia explicación. Es muy sencilla, sobre todo para quienes hayan visto Mary Poppins.

Mary sale de paseo con los niños bajo un cielo acorazado de nubes negras y encuentra a su amigo Bart, pintando paisajes sobre las baldosas de la acera. Cuando empieza a tronar, los cuatro se cogen de las manos, cierran los ojos, saltan sobre el más bonito y… ¡Oh! Ahora están en un mundo de dibujos animados a todo color, donde los caballos vuelan y los peces bailan un fox-trot. ¿No es maravilloso?

Ese proceso, cerrar los ojos, cogernos de las manos y saltar sobre un paisaje de irreal felicidad, fue el precio del indiscutible éxito institucional de la Transición española. Es cierto que nos estaban apuntando desde las azoteas, pero lo que vale en una película, no funciona en la realidad. Renunciar a nuestra tradición democrática, omitir una ruptura oficial, expresa y contundente, con el golpe de Estado que causó la Guerra Civil, fingir que toda la sangre derramada durante 40 años no hizo mella en nuestras conciencias, produjo una democracia de colores, vistosa, fotogénica, pero congénitamente débil. Esa fragilidad de Estado sin memoria, sin raíces, edificado en el aire de su propia soberbia, se manifiesta en las grietas, las inconcebibles fisuras que consienten que un partido fascista, y orgulloso de serlo, siente en un banquillo al único juez que ha investigado los crímenes del franquismo. Basta ya. Porque Mary Poppins no era española. Y nunca es tarde para hacer las cosas bien.

Prevaricaciones

ENRIQUE GIL CALVO El País – 19/04/2010

La semana pasada se montó una escandalera nacional a propósito de un acto público de solidaridad con el juez Garzón que la derecha política y mediática, sin duda para hacer olvidar el escándalo Gürtel, aprovechó para rasgarse las vestiduras escenificando su histriónica indignación por lo que calificó de ataque antidemocrático contra el sacrosanto poder judicial. ¿Antidemocrático? Es verdad que en aquel acto, celebrado en sede universitaria (mi propia universidad), un antiguo miembro de ese mismo poder judicial (el fiscal retirado Jiménez Villarejo) pronunció graves descalificaciones contra el juez que instruye la causa contra Garzón y contra los magistrados del Supremo que han de juzgarle. Pero eso no significa que se estuviera violando la separación de poderes, y mucho menos la independencia del judicial.

Es verdad que el poder judicial ha de ser independiente (independencia que al parecer el Supremo no reconoce a Garzón). Pero de ahí a deducir que es intocable y que no se le puede criticar en público, porque ello constituiría un delito de lesa majestad, media un abismo. El poder judicial merece el mismo respeto que los otros dos poderes. Y si la derecha se arroga el derecho a insultar gravemente al ejecutivo y al legislativo, ¿por qué no podría la izquierda descalificar al judicial? Se dice que la magistratura ha de ser respetada por encima del Gobierno y del Parlamento porque estamos en un Estado de derecho. Pero lo que implica el Estado de derecho es el imperio de la ley, no el imperio de los jueces, que están tan obligados a cumplirla en su letra y espíritu como el resto de los mortales. Y cuando los jueces violan el espíritu de la ley, como el fiscal Villarejo y muchos ciudadanos creemos que están haciendo los jueces del Supremo, entonces tenemos legítimo derecho a elevar la voz para denunciarlo en público.

Lo que están haciendo sus colegas contra Garzón es un caso típico de alguacil alguacilado. Es decir, en este caso, de prevaricador prevaricado. Parece ser cierto, a juzgar por lo que dicen los técnicos, que los sumarios instruidos por él pecan por falta de rigor. Sobre todo en el caso de las víctimas ajusticiadas por los franquistas en la Guerra Civil, a las que todavía no se ha hecho justicia. Y Garzón intentó hacérsela, pero utilizando un procedimiento tan equivocado que él mismo tuvo que rectificar, renunciando a instruir el sumario. Ergo no llegó a haber delito de prevaricación. Esta figura delictiva es confusa y difícil de aplicar, pues no se sabe dónde acaba la independencia del juez y empieza la prevaricación, creándose amplio margen para la inseguridad jurídica. Por eso, esta figura podría aplicarse todavía con mayor razón al juez Varela que al juez Garzón. Veamos por qué.

En realidad, un juez sólo puede prevaricar en dos supuestos. El primero es cuando acepta cohechos de justiciables sujetos a su jurisdicción o los extorsiona para obtenerlos, según el infame ejemplo del juez Estevill. Se podrá alegar que éste es el caso del juez Garzón con el señor Botín, pero eso sería rizar el rizo del formalismo rigorista, lo que ya fue rechazado por la Sala Penal de la Audiencia Nacional. Por lo demás, todos los jueces asisten a seminarios patrocinados por la banca: y en esto, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

En cuanto al segundo supuesto de prevaricación, se produce cuando el juez administra justicia en contra de una persona física o jurídica con manifiesta parcialidad. El ejemplo reciente más notorio es el del juez Gómez de Liaño, que montó una causa falsa contra el Grupo PRISA y sus principales responsables en el caso Sogecable, mereciendo la condena del Supremo por prevaricación (e incluso entonces la Corte de Estrasburgo sancionó a España por no haberse juzgado a Liaño con imparcialidad). Y este mismo supuesto es el que ahora se le quiere imputar a Garzón en el caso de las víctimas del franquismo.

Pero este segundo supuesto, que sí se le podía imputar a Liaño, en absoluto se le puede aplicar a Garzón. Para que ese segundo supuesto de prevaricación tenga consistencia hace falta que existan víctimas de la prevaricación. Víctimas como PRISA, Cebrián y Polanco en el caso Liaño. Pero en el caso Garzón no hay víctimas. ¿O es que acaso Falange Española y Manos Limpias son víctimas del prevaricador Garzón? No, a Garzón se le está acusando de un delito sin víctimas. Pues las únicas víctimas que hay en este caso son las del franquismo, que todavía no han obtenido tutela judicial efectiva (como Garzón intentó ofrecerles aunque fracasó). Y si no hay víctimas no hay delito de prevaricación. En cambio, en la causa que instruye Varela contra Garzón, sí que hay una víctima designada de antemano, por lo que quizá se esté incurriendo en el segundo supuesto de prevaricación.

* * * * * *

Garzón: “Ahora y así, no me puedo ir”

Apología de Franco en el iPhone

La aplicación iFranco se publicó el 14 de abril

ROSA JIMÉNEZ CANOEl País18/04/2010

Portada de la aplicación en un iPhone-

La aplicación, publicada en la misma fecha que se proclamó la II República, 14 de abril, aparece entre las destacadas en la tienda de aplicaciones de Apple para iPhone, iPod y iPad, AppStore en la categoría “Estilo de vida”.

Esta apología de Francisco Franco con una biografía sesgada, discursos en vídeo y audio ha pasado el filtro del gigante de Cupertino muy cuidadoso con los contenidos de política o sexuales. También se incluye un mapa de Google con las instrucciones para llegar al Valle de los Caídos.

Por 79 céntimos de euro se puede descargar un archivo de más de 20 megas con una biografía favorable al dictador. De hecho en la versión del programa se especifica: “iFranco. Versión 1.0. iFranco recopila información relacionada con una etapa y época especial que vivió España”.

Algo parecido sucedió en Italia. En el mes de febrero apareció iMussolini que llegó a convertirse en la aplicación más descargada.

Ruth Vilar Díaz ha creado un grupo en Facebook para evitar que este tipo de aplicaciones estén disponibles: “No más app. de dictadores para menores de edad, en la apple store”.

La invisibilidad de las víctimas

JUAN DIEGO BOTTO – El País –  18/04/2010

Al bisabuelo español de mi hija

La primera persona que va a ser juzgada por los crímenes del franquismo es precisamente la única que ha pretendido investigarlos. Esta paradoja cuestiona la naturaleza de nuestro Estado de derecho y nuestra democracia. La transición nació fruto del siguiente pacto: Estado de derecho sí, pero vamos a hacer un aparte con este genocidio y estos crímenes de lesa humanidad para que sea posible avanzar. Y así se desarrolla nuestra democracia, manteniendo en los aparatos del Estado a quienes habían administrado la dictadura.

Mi generación (nacidos en 1975) siempre pensó que era cuestión de tiempo, que cuando la democracia estuviera asentada llegaría el momento de las víctimas. Lo que ha ocurrido es precisamente lo contrario. Este auto del juez Luciano Varela es el equivalente a la peor de las leyes de punto final. Peor, porque en este país ya nadie pedía sentar en el banquillo a los responsables. Lo único que se pedía era dar amparo a víctimas y familiares.

Preguntémonos con qué autoridad moral se asienta un Estado de derecho que investiga a quien comete un asesinato pero no a quienes cometen 100.000; que investiga la desaparición de una niña pero no la de decenas de miles de personas; que persigue a quien roba un coche pero no a quien organiza un entramado para robar niños. Sobre esa estructura es improbable que alguien llegue a confiar en sus instituciones. La mejor manera de garantizar que ningún grupo ose alzarse de nuevo contra la democracia es demostrar que la justicia será con ellos implacable. Pero a quienes lucharon por la República se les ha premiado con una fosa común con vistas al olvido.

Según las encuestas, la mayoría de los españoles prefiere la democracia a la dictadura franquista, a la que la mayoría considera sangrienta. Ello presupone que cualquier gobierno en estos años de democracia estaba legitimado para enfrentar una tarea que, sin embargo, ninguno acometió.

Se trataba, simplemente, de catalogar esos delitos como lo que son y, más importante aún, ofrecer reparación a las víctimas. Si desde el Estado se cometieron los crímenes -y se hizo además desde las fuerzas del Estado y en nombre del Estado- es éste, sin duda, el que debe asumir buscar, desenterrar y averiguar cómo fueron eliminados sus ciudadanos. La visibilidad de casi 1.000 víctimas del terrorismo etarra es uno de los grandes aciertos de la democracia española; sin embargo, la lacerante invisibilidad de los al menos 113.000 desaparecidos y miles de torturados, encarcelados y exiliados es una de sus más imperdonables deudas.

En cuanto a la Historia, se recurre a menudo al argumento de la equidistancia: “Por ambos bandos se cometieron atrocidades”. Sí, muy probablemente el bando republicano cometiera crímenes de guerra. Todos deberían ser investigados. Ahora bien, eso no puede nunca oscurecer el hecho históricamente nítido de que la contienda tuvo un responsable, un bando que se sublevó contra la democracia y que ello derivó en una guerra. Más aún, no se puede negar que hubo durante la guerra y también en los años posteriores a ella un plan sistemático para acabar con un grupo político o ideológico.

Ampararse en que ambos bandos cometieron atrocidades para igualar a los contendientes sería tanto como afirmar que no se puede juzgar a los nazis porque los aliados también cometieron crímenes. Sin lugar a dudas las cometieron. Es difícil pensar que los bombardeos sobre Dresde no fueran un crimen de guerra. Eso, sin embargo, no ampara ni una sola de las atrocidades cometidas por los nazis.

Para sostener que hubo prevaricación, el juez Varela señala que la Ley de Amnistía impide juzgar los crímenes del franquismo. Pues bien, aclaremos que la propia Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas pide la nulidad de dicha ley, porque los delitos de lesa humanidad y genocidio no pueden estar sujetos a leyes de amnistía. Son delitos considerados tan graves que no se permite a los políticos el derecho de amnistiarse ni arrebatar a las víctimas el derecho a obtener justicia. Por otra parte, esa interpretación que coloca la Ley de Amnistía por encima del amparo a las víctimas es contradictoria con los artículos 10.2 y 96.1 de la Constitución, en vinculación con varios tratados y convenciones internacionales suscritos por España.

Varela indica, además, que los delitos han prescrito, pero eso solo sería posible si se observa cada caso individualmente, es decir, si se niega la existencia de crímenes masivos y por ende, la intencionalidad del franquismo de cometerlos, dado que los crímenes de genocidio y lesa humanidad no prescriben.

Varela señala también que Garzón ha incumplido la Ley de la Memoria Histórica al usurpar tareas que corresponden a la administración, lo cual es falso, porque dicha ley señala en su disposición adicional segunda que las previsiones contenidas en la misma son compatibles con el ejercicio de las acciones establecidas en las leyes o tratados y convenios internacionales suscritos por España.

Cuando la justicia da cobertura a una dictadura a costa de negar auxilio a sus víctimas, cuando se actúa de espaldas a la voluntad de la mayoría, ¿qué Estado de derecho es éste? ¿Qué democracia es ésta?

Juan Diego Botto, hijo de desaparecido de la dictadura argentina, es actor.

Conferencias sobre memoria

Mañana (el martes 20 de abril) sigue el seminario interdisciplinario “History, Memory, Politics” organizada por el Helsinki Collegium for Advanced Studies:

Finnish historical memory
April 20, Tuesday, 16.00 – 18.00

Helsinki Collegium for Advanced Studies, Fabianinkatu 24, seminar room (1st floor to the right)

16.00 – 16.30 – Sirkka Ahonen, Social Memory as an Ethical Project: The Case of the Finnish Civil War 1918
16.30 – 17.00 – Seppo Hentilä, Politics of Memory: The Finnish-German Brotherhood of Arms, 1940-1944
17.00 – 18.00 – Discussion

Sirkka Ahonen is Professor emerita of History and Social Sciences Education at the University of Helsinki. In 2006–2008 she worked as a teacher of history at the United World College in Mostar (Bosnia and Herzegovina). Her research work covers the domains of history education, historical identity, school politics and history of educational sciences. She is the author of The form of historical knowledge and the adolescent conception of it (1990, dissertation, in Finnish); Clio Sans Uniform. A Study of the Post‑Marxist Transformation of the History Curricula in East Germany and Estonia 1986‑1991 (1992); A No-History Generation. The Reception of History and the Construction of Historical Identity by Young People in the 1990s (1998, in Finnish); Common School – Equality or Uniformity? Equal Educational Opportunity in Finland from Snellman to today (2003, in Finnish). She participated in international research and development projects in the fields of historical consciousness, history education in post-conflict societies and school politics. Her current research deals with the uses of history in post-conflict societies.

Seppo Hentilä is Professor and Chair of Political History at the University of Helsinki. His main research interests include politics of history, political uses of history and the post-War German history. Recently, he has established a research team to examine the disputed political culture of Finland in 1970s (so-called “Finlandization”). His recent publications in German and English include “Treibholz oder Stromschnellenboot? Zur finnischen Erinnerungskultur während des Kalten Krieges”, Vergangenheitspolitik und Erinnerungskultur im Schatten des Zweiten Weltkrieges. Deutschland und Skandinavien seit 1945, ed. R. Bohn, Chr. Cornelissen, K. Chr. Lammers (Essen: Klartext, 2008); “Finland and the two German States: Finland’s German Policy in the Framework of European Détente”, Eastern and Western Europe in the Cod War, 1965-75, ed. W. Loth, G.-H. Soutou (London: Routldedge, 2008); “Maintaining Neutrality between the Two German States: Finland and Divided Germany until 1973”, Contemporary European History 15/4 (2006).

* * * * * *

El miércoles día 12 de mayo dos profesores visitantes, invitados por el área de Literatura general, darán una conferencia en la Universidad de Helsinki (edificio principal, sala 14). A las 13.15 la profesora Irene Kacandes (Dartmouth College) hablará sobre tema de Traumatic Memory in Familial and Cultural Contexts y a las 14.30 el profesor Philippe Carrard (Dartmouth College) dará su conferencia titulado From Life to Text: Toward a Poetics of the Memoir“.

Justiciero sin causa

CECILIA DREYMÜLLER El País – 17/04/2010

“La historia, tal como se ha conservado en la memoria colectiva, se asemeja poco a lo que en realidad han vivido las personas”, escribió Milan Kundera tras su lectura de El cuarto oscuro de Damocles. Y es un capítulo bastante oscuro de la historia lo que Willen Frederik Hermans, el gran maestro de la narrativa holandesa, somete a revisión en esta su más célebre novela: la resistencia holandesa contra la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Causó un escándalo mayúsculo en los Países Bajos al publicarse en 1958, ya que enfoca precisamente la turbiedad, la contradicción y la inconsistencia de los actos humanos, aunque sirvan a las causas más nobles. Vibrante como un thriller, con una pasmosa economía narrativa y tres mil fascinantes giros argumentales cuenta El cuarto oscuro de Damocles cómo un día de verano de 1940 entra un sujeto con uniforme del Ejército holandés en el estanco del joven Henri Osewoudt, y le pide un favor. Osewoudt, asombrado por el parecido del extraño con él, no entiende nada, pero enseguida está dispuesto a cumplir con el encargo, pues se supone partícipe de una trama clandestina y está ansioso por servir a su patria. A partir de ese momento la vida del tibio, barbilampiño estanquero se convierte en una trepidante sucesión de misiones en las que engañará, asesinará, será capturado por los alemanes, escapará y protagonizará una sangrienta fuga hacia las líneas aliadas. Pero en el cuartel general inglés no recibe una condecoración, como había esperado, sino que es encarcelado y acusado de colaboracionismo. La prolija novelística sobre la resistencia contra el régimen nazi ha recreado a todo tipo de personajes: al valeroso, al traidor, al oportunista, al cobarde. Hermans cuestiona estos estereotipos con su protagonista, pues él los une a todos en su sumamente ambigua persona. Y sumamente ambiguas y confusas son también las circunstancias en las que siente la vocación de héroe. En este sentido, El cuarto oscuro de Damocles no sólo es una novela de relevancia universal, sino actualísima. Y en España, de muy aprovechable lectura para cualquier reflexión sobre el tema de la memoria histórica.

El éxito del boca a boca

AMELIA CASTILLA El País – 17/04/2010

María Dueñas copa las listas de ventas con su primera novela mientras prepara otra sobre los campus universitarios

María Dueñas todavía conserva, guardado en un cajón, todo el material que usó para documentar El tiempo entre costuras.– PABLO SÁNCHEZ DEL VALLE

Lleva vendidas 220.000 copias de El tiempo entre costuras, su primera novela, pero María Dueñas (Puertollano, 1964) no acaba de acostumbrarse del todo a la fama. “En casa me dicen que tengo más ferias que la mujer barbuda”, cuenta, distendida, en su domicilio de Cartagena y a punto de emprender un viaje familiar con motivo de la Semana Santa. En la habitación, que utilizó durante años como su despacho y que ahora han ocupado sus hijos adolescentes, todavía conserva, en un cajón, parte de la documentación que usó para recrear el Tánger de los años treinta, una sociedad cosmopolita y tolerante en la que medraban representantes del nuevo régimen como Serrano Suñer. Ahí mismo, junto a la ventana y un pequeño ramo de flores frescas, Dueñas convirtió a Sira Quiroga, una modistilla timorata, en espía al servicio de los ingleses, con base en un taller de costura en el Madrid de la posguerra, frecuentado por las esposas de altos cargos nazis. El tiempo entre costuras (Temas de Hoy) se ajusta perfectamente al modelo de éxito del boca a boca. El libro lleva más de un año en el mercado y ya se ha impreso la quinta edición. Durante un par de años, Dueñas compaginó la escritura de las casi 600 páginas de la novela con las clases en la Facultad de Filología Inglesa de Murcia. “La metodología universitaria me ha ayudado mucho a la hora de redactar la novela”, explica. Empezó investigando el fascinante personaje de Rosalinda Powel Fox y su amante Juan Luis Beigbeder, alto comisario en Marruecos y ministro en el primer Gobierno de Franco tras la Guerra Civil, pero cuando ya tenía avanzada una buena parte de la historia, con toda la carga costumbrista de una época, decidió dar “un giro radical y buscar un narrador que le sirviera para mirar a la pareja y hablar de ellos”. Así nació Sira Quiroga, una joven con buenos dedos para coser, un oficio del que su madre literaria no conoce más allá de poner un botón o arreglar un dobladillo. El final queda abierto a una segunda parte de la historia, pero Dueñas, de momento, ha desechado la idea de continuar las aventuras de su heroína porque dejó a los protagonistas en “un momento histórico muy aburrido literariamente: a punto de concluir la Segunda Guerra Mundial”. Con la intensa promoción que reclama convertirse en un superventas, Dueñas apenas saca tiempo para concentrarse en su próxima obra, una historia sobre los campus universitarios, enmarcada en las relaciones de Estados Unidos con Franco y en la que mezclará hechos históricos con personajes ficticios.

* * * * *

El blog dedicado a Tiempo entre costuras

“Es obsceno y ampara el adulterio”

Cursis, ‘snobs’, rojos, puercos o malos escritores – Así describen los informes de los censores en las dos últimas décadas de la dictadura a los grandes autores españoles

DANIEL VERDÚ – Madrid – 18/04/2010

El informe de Fiestas.- ANTONIO GABRIEL

Poetas malos, cursis y snobs. Escritores resentidos que leían y veían marranadas cuando salían al extranjero a puerquear con mujeres fáciles. Rojos. Pseudointelectuales. Esquizofrénicos que escupían alusiones vejatorias a la cruzada en la guerra de liberación. De entre todos ellos, de entre ese hatajo de perdedores, quien más quien menos tiene hoy el Premio Nacional de las Letras o el Cervantes. Autores como Juan Marsé, Francisco Ayala, Antonio Gamoneda o Jaime Gil de Biedma soportaron el lápiz censor de un ejército de lectores a los que nadie conocía -muchos curas y ex militares- que firmaban con un cobarde número para prohibir o ridiculizar sus obras. Porque así era, literalmente, como el régimen les describía a ellos y a sus textos.

Hoy, todos esos informes permanecen en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares (el tercero más grande del mundo). Un enorme edificio en cuyos 200 kilómetros de estanterías descansan muchos de los secretos de la dictadura. EL PAÍS ha tenido acceso a los papeles que contienen el intento de cortocircuitar la explosión literaria de la España de los 20 últimos años del franquismo. Sacados de contexto pueden sonar hasta graciosos.

“Los de siempre es domingo, boîtes, planes, clubs, meretrices, infidelidades, queja y crítica de todo. La novela tiene bastante bilis política. El autor parece ser de aquellos pseudointelectuales que cuando salen al extranjero leen y ven marranadas y puerquean con mujeres fáciles”. Pese a la fina reseña que realizó Don 29, el censor señaló sólo 22 páginas donde había que realizar tachaduras y autorizó la edición en 1962 de Esta cara de la luna, de Juan Marsé.

Un poco más le costó al autor catalán publicar Últimas tardes con Teresa. Cuando se la denegaron, se citó con Carlos Robles Piquer, entonces director general de Cultura Popular y Espectáculos para tratar de convencerle. “Me recibió y fue muy gentil. Me dijo que quitara algunas palabrejas y lo del ‘bigotillo con aire de alférez provisonal’ de uno de los personajes. Eso lo dejé y, al final, salió”, explica por teléfono el último premio Cervantes. Más adelante, con Si te dicen que caí, no tuvo tanta suerte. “De la Cierva [el siguiente responsable del área] jugó conmigo a que hacía lo imposible para que se publicara. Luego supe que en realidad no hizo gran cosa, porque no había mucho que hacer. Me dijo que había estado encima de la mesa de un Consejo de Ministros, se puso como ejemplo de lo que había que vigilar”, recuerda Marsé.

Soplaban vientos de aperturismo. El régimen jugaba a la tolerancia, y con la “ley Fraga”, muchos editores empezaron a publicar las obras sin pasar por consulta. Arriesgarse era menos arriesgado. “Con el secuestro de varios libros habíamos sufrido un perjuicio económico enorme. Pero con la política de hechos consumados se podían publicar títulos más incómodos. Si los secuestraban, salía la noticia en la prensa, y la imagen aperturista del régimen quedaba dañada en el extranjero”, recuerda el editor y dueño de Anagrama, Jorge Herralde que, pese a todo, fue procesado, condenado y luego indultado por el libro Los tupamaros.

Paradójicamente, algunos libros de Anagrama poco acordes con el régimen, como Estrategia judicial en los procesos políticos, de Jaques M. Vergès, que defendía el papel del acusado como acusador del tribunal y que coincidió escandalosamente con el Proceso de Burgos, no tuvieron ningún problema. Cosas de la caprichosa y torpe censura.

Lo de los hechos consumados no funcionaba con algunos autores. Al amigo de Marsé, el poeta Jaime Gil de Biedma, no le podían ni ver. “El autor, poeta cursi y snob, cuenta cómo regresó de Manila con una tuberculosis incipiente, y los tres meses que pasó en La Nava haciendo reposo para curarse. Como se ve, tema interesantísimo. El libro es anodino, vacío y sin interés, con ninguna religión, casi ninguna política y una grosería inigualable en la cuestión de sexo. Estas porquerías están proliferando tanto en la literatura actual, que ya no llaman la atención ni siquiera en un libro que pretende ser espiritual”. Se indicaron las tachaduras correspondientes y se autorizó, ya en 1974, Diario de un artista seriamente enfermo.

Lo extraño es que a la misma censura, cinco años antes, cuando analizó la Colección particular del mismo autor, dijo de él: “Buen poeta y sobradamente conocido como firmante de manifiestos contra el régimen. Su poesía es francamente buena, romántica algunas veces pero con un deje de ironía. Influjos machadianos y becquerianos”. Pese a ello, claro, el libro tampoco pasó. El poeta escribió al censor para conocer los motivos de la prohibición, que lo denegó también en el “extrangero”, con g, y lo mantuvo secuestrado.

Porque esa opción era recurrente en autores vetados. Pero algunos, como Antonio Gamoneda, se negaban a hacerlo. Su libro Actos, luego titulado Blues castellano, tuvo que esperar a 1982 para ver la luz. Su informe, firmado por Don 29, decía esto del hoy premio Cervantes y premio Nacional de Poesía. “Libro de versos muy malos, de temática y métrica diversa. Sobre todos ellos camban un sentido de resentimiento y odio. Muchos de ellos aparecen con citas de Marx, Lefebvre y otros marxistas. La tónica general es demagógica. La obra carece de valor, pero hay poemas que pueden ser pasables”.

Gamoneda no quiso publicarlo mutilado ni llevarlo fuera de España. “Alguien, desde Canadá, me pidió el libro para publicarlo. No me interesó: si había censura, esta era un indicador de que el espacio natural del libro era precisamente España. Lo guardé y casi lo olvidé. Hoy está traducido al francés y al inglés”, explica el autor.

Otros, como la editorial Seix Barral, lo intentaron al revés y trataron de importar obras editadas fuera. Sucedió con La cabeza de cordero, de Francisco Ayala, como recuerda el censor. “Esta obra ya ha sido denegada […], también su importación. […] Suprimiendo esos párrafos y con mucha benevolencia, podría autorizarse. Aunque sigue siendo contraria al régimen español”. Del relato Un gallo cantó, decía: “Es obsceno y ampara el adulterio”. Quedó tachado.

Aunque pronto llegaría a su fin, la virulencia de la censura se acentuó en los últimos años -“en el 73 el régimen estaba en la recta final y se endureció en los últimos estertores”, explica Marsé, “hubo un breve sarampión liberal y democrático”, lo define Herralde-. En aquella época, el historiador Ricardo de la Cierva era el máximo responsable. “Mi padre fue quien eliminó la censura”, explica su hijo por teléfono, tras excusar que no se ponga porque está de viaje. Y pese a que eso no fue del todo así, sí se detecta en una de las cartas que mandó a la editorial Ariel una cierta intención de abrir las miras:

“Tengo la impresión de que si yo hubiera estado ahí cuando los Goytisolo empezaron a escribir, las cosas hubieran ido algo mejor para todos. Desde luego que el recuento de Luis y las señas de identidad de Juan Goytisolo no me parecen viables hoy por hoy. […] ¿No podríamos ir pensando en preparar una antología extensa de cada uno de ellos, en espera de que vaya madurando nuestro proceso de apertura? No se trata de echar balones fuera, sino de sopesar bien todas las posibilidades para que este delicado proceso no se nos venga abajo”. Pero el citado proceso sólo existió, y de golpe, cuando el dictador murió en su cama un año y ocho meses después.

“Entre el 63 y el 75 todo lo que escribí fue prohibido. Me acusaban de ser el aduanero que impedía que se publicase buena literatura en París. Porque todo lo que salía ahí era antifranquista”, recuerda Juan Goytisolo desde la capital francesa. Y así es como realmente se les había retratado a él y a su hermano por Fiestas, una de sus obras: “No se explica uno cómo estos autores, esos dos hermanos, tienen tanta aceptación en el extranjero”, rezaba la primera parte del informe.

Luego, a modo de pitoniso aficionado, ofrecía a sus superiores una modernizada versión de censura: “Con la apertura de criterios en los casos de estos mozalbetes se consigue un bien mayor al mal que se pueda evitar censurándolos. Hay que desenmascararlos ante el extrangero (de nuevo con g). No hacerles el juego. No darles pies a heroísmos y martirios. Olvidarlos, que se pudrirán solos. No tiene consistencia literaria. Condenémosles a la libertad, libertad vigilada. Es la sanción mayor que se les puede dar”. Pero la bendita condena no llegó tan rápido.

* * * * * * *

“Condenados a la libertad vigilada”

– El libro Fiestas, de Juan Goytisolo, fue sometido a grandes tachaduras. Pero lo más interesante del informe está al final, cuando el censor considera que es mejor que se publique porque Juan y su hermano Luis son malos escritores. “Hay que desenmascararlos en el extrangero (con g). No darles pie a heroísmos y martirios. Olvidarlos, que se pudrirán solos. No tiene consistencia literaria. Condenémosles a la libertad, libertad vigilada”.