“Es un escarmiento para que ningún juez se atreva a investigar el franquismo”

Los familiares de las víctimas viven el proceso a Garzón como una segunda derrota

NATALIA JUNQUERA El País18/04/2010

Lucio García muestra una pegatina contra la impunidad de los crímenes del franquismo.- CARLOS ROSILLO

Lucio García busca a cinco desaparecidos. Garzón era su última oportunidad. “Tengo casi 70 años, ¡no puedo esperar 70 más!”, dice con lágrimas en los ojos. Como él, decenas de familiares de víctimas, muchos ya ancianos, han deambulado esta semana por el aula universitaria madrileña donde la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica y la Fundación Contamíname han organizado un encierro simbólico de apoyo al juez. A ratos elevaban la voz, indignados por volver a ser derrotados por la Falange. Y a ratos lloraban, porque muchos se sienten culpables de lo que le pueda pasar a Garzón.

Algunos de estos ancianos se han hecho expertos en temas judiciales. Conocen perfectamente el nombre del juez del Tribunal Supremo que instruye la causa de prevaricación por la investigación de los crímenes del franquismo. Hablan con soltura de la Ley de Amnistía, del Convenio Europeo de Derechos Humanos, de la declaración de Naciones Unidas contra las desapariciones forzadas. Y no se resignan.


Manuel Muñoz muestra dos retratos de su padre y su hermano.- ÁLEX CEA

“A mi familia la destruyeron. Mataron a mi padre, un campesino analfabeto, por ser de UGT. Vinieron a buscarlo una madrugada. Lo sacaron en calzoncillos, le ataron con unos alambres… Y lo mataron”, recuerda Manuel Muñoz Frías, de 79 años, uno de los familiares de víctimas del franquismo que acudió a pedir ayuda al juez Baltasar Garzón.

Le faltaban dos meses para cumplir los seis años cuando mataron a su padre, pero la escena se le quedó grabada y, 73 años después, es incapaz de contarla sin romper a llorar. “A mi padre se lo habían llevado hacía unos días y mi madre estaba cosiendo, intentando pensar en otra cosa. Entonces llegó un amigo de la familia y le dijo: ‘Mercedes, ha pasado lo peor: Han matado a Miguel’. Mi madre gritó y le dio un cabezazo a la máquina de coser. Empezó a sangrar. Mis hermanos empezaron a llorar al verla a ella con la cara llena de sangre y yo también, aunque entonces no entendía lo que estaba pasando”.

Pero los falangistas volvieron. “A los 20 días, se llevaron a mi hermano, que aún no había cumplido los 18 años, a las trincheras para luchar en el bando de los asesinos de su padre. Desertó. Le cogieron. Le mandaron a un campo de concentración en Ávila y luego a otro en Sevilla, y allí lo torturaron hasta la muerte…” cuenta Manuel. “Y después, volvieron a por ella. La metieron en la cárcel por ser esposa y madre de rojillos”, cuenta Manuel. “¿Se imagina lo que le debió de pasar por la cabeza viéndose en una celda, viuda, con un hijo muerto y siete sin padre ni madre?”.

Los falangistas que se llevaron a su madre la soltaron a los 100 días sin ninguna explicación. Su hermano Juan, que entonces tenía 16 años, decidió ir a luchar con el bando republicano. “Hizo la guerra en España, huyó a Francia, después luchó contra los nazis en el maquis francés. En mi casa pasaron muchos años sin que supiéramos nada de él. Un día, cuando ya le habíamos dado por muerto, cuando ya le habíamos llorado, recibimos una carta suya diciendo que estaba vivo y que se iba a casar. Cuando se la di a mi madre, se desmayó”.

Manuel viajó desde Málaga a Madrid para poder asistir el pasado martes al acto de apoyo al juez Garzón convocado por UGT y CC OO en la Universidad Complutense. Pero no pudo entrar. “Cuando llegué, la sala estaba invadida de gente. No cabía nadie más”, lamenta. Llevaba en la mano un largo escrito que quería leer en público y que finalmente tuvo que guardarse en el bolsillo. Entre otras cosas, decía: “No siento ya odio. No me mueve la venganza. Pero no puedo tolerar que en la sentencia del juicio de mi padre se diga que fue un traidor a la patria. Garzón me dio la esperanza de poder enterrarle y dignificar su nombre. Ahora la justicia está protegiendo al agresor y castigando al agredido. Me resulta doloroso e indignante que se admita a trámite una querella de los pistoleros de caminos, los de los tiros en la nuca, los de las manos manchadas de sangre, los que tanto tienen que ver en los crímenes que Garzón investigaba”.

También Lucio García Torreros viajó desde Cáceres para participar en el acto de apoyo a Garzón, el juez que ordenó abrir la fosa donde fueron enterradas su abuela y sus dos tías, una de ellas embarazada, en Villanueva de la Vera. “Fue la primera que se abrió después del auto, pero sólo encontramos las hebillas de los zapatos, en posición de enterramiento. El suelo es muy ácido y no quedaban restos óseos”, relata. “En este país, hasta que se abrieron las fosas, a la gente no se le ha quitado el miedo a hablar. El día que estábamos exhumando la fosa de mi abuela, vino gente del pueblo a contarme cosas”.

Lucio supo que a su abuela y sus dos tías las había matado “un falangista que se llamaba Andrés”. Que el asesino había obligado a unos albañiles a enterrarlas y que al advertirle de que el cuerpo de una de ellas todavía se movía, “el falangista le dio un garrotazo en la cabeza. Era la embarazada”. Que antes de asesinarlas, les habían rapado la cabeza, obligado a beber aceite de ricino y paseado por la calle, para humillarlas. “Las habían visto todos los vecinos…”.

– ¿Por qué las mataron?

“Hay un escrito de Queipo de Llano que explica que querían sembrar el terror. Yo supongo que la mejor manera de aterrorizar a la gente es matar a inocentes, cuantos más mejor. Mi abuela tenía 69 años y era analfabeta. Una de mis tías estaba embarazada y tenía un niño de año y medio que quedó huérfano, porque los asesinos también mataron a su marido, mi tío. Mi madre tenía 36 años cuando pasó todo esto y se salvó porque se había refugiado en Madrid. Nunca me ocultó lo que había pasado, y sufrió mucho”.

Lucio cuenta que el día que leyó el auto por el que el juez Garzón se decidía a investigar el asesinato de su abuela, sus tías y sus tíos, los crímenes del franquismo, fue uno de los más felices de su vida. Y que desde entonces ha pasado intermitentemente de la euforia a la desilusión, hasta el desconsuelo final. “Después del auto, el fiscal dijo que esos crímenes eran delitos comunes y estaban amnistiados. Y ahora dicen que Garzón pudo cometer un delito. Yo creo que es como un escarmiento. Que lo hacen para que nadie más se atreva nunca a investigar los crímenes del franquismo”.

Alianza Popular sostuvo que la amnistía de 1977 no era “buena medicina”

MÓNICA CEBERIO BELAZA El País18/04/2010

“Operar con el concepto de amnistía, que borra el delito, para hechos atroces de muerte a sangre fría, implacables, proyecta dudas sobre la legitimidad de tales hechos, lo que puede resultar socialmente intolerable y gravemente pernicioso”. Podrían ser las palabras de cualquiera de los defensores del juez Baltasar Garzón y de que España juzgue los crímenes del franquismo 35 años después del fin de la dictadura. Pero son los términos que empleó el 14 de octubre de 1977 Antonio Carro, diputado de Alianza Popular y ex ministro franquista, para oponerse a la Ley de Amnistía que se votaba ese día. Carro estaba citando unas reflexiones del entonces ministro de Justicia, de UCD, Landelino Lavilla, sobre los peligros de las amnistías frecuentes.

Alianza Popular, a diferencia de la UCD, no apoyó la ley. Esa norma no fue una fórmula de los herederos del franquismo para protegerse a sí mismos. No era para ellos, sino que tenía el objetivo contrario: liberar a todos aquellos opositores a la dictadura que aún quedaban en las cárceles.

Lo que sigue es un extracto de las principales intervenciones de ese día en un preconstitucional Congreso de los Diputados.

– Antonio Carro (Alianza Popular). “Me temo que la amnistía que nos proponéis, en lugar de contribuir a la reconciliación nacional, que en mi idea es algo que estamos palpando afortunadamente, se traduzca en un fermento de inseguridad social, en la institucionalización del desconocimiento del Estado de derecho y en una profunda erosión de la autoridad. (…) En este clima de público desorden ¿queréis más amnistía? (…) Frente a los ataques a la democracia no es buena medicina la amnistía. La única medicina que aplican las democracias más genuinas y consolidadas es una estricta aplicación de la ley. (…) Una democracia responsable no puede estar amnistiando continuamente a sus propios destructores. He dicho”.

– Marcelino Camacho (Partido Comunista). “La amnistía es una política nacional y democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y cruzadas. (…) Nosotros, precisamente, los comunistas que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. (…) Pedimos amnistía para todos, sin exclusión del lugar en que hubiera estado nadie. Yo creo que esta propuesta nuestra será, sin duda, para mí el mejor recuerdo que guardaré toda mi vida de este Parlamento. (…) Con la amnistía saldremos al encuentro del pueblo vasco, que tanto sufre, bajo diferentes formas, de todos los pueblos y de todos los trabajadores de España”.

– Josep Maria Triginer (Socialistes de Catalunya). “El día de hoy cierra definitivamente una etapa histórica de nuestro país: la amnistía liquida lo que ha sido considerado delito político por el anterior régimen. (…) Da paso a la etapa de transformación democrática que ya vivimos y de la que es un elemento importante e indispensable”.

– José María (Txiki) Benegas (Grupo Socialista).

“La amnistía total ha sido innecesariamente retrasada una y otra vez por la ceguera política y el obstinamiento de quienes se resistían a convencerse de que era inevitable, porque ninguna democracia se puede construir manteniendo presos, exiliados y represaliados, producto de una dictadura que se pretende superar. Pero que nadie se crea que hoy estamos otorgando algo. (…) Hoy solamente estamos cumpliendo con un profundo deber de demócratas, con un ineludible compromiso por la libertad, que no es más que intentar reparar -si reparación cabe- los daños, los perjuicios, las injusticias provinientes de un régimen autoritario que no dudo en calificar como uno de los más implacables del siglo XX contra sus adversarios políticos”.

– Xabier Arzalluz (Grupo parlamentario de las minorías catalana y vasca). “Olvidemos, pues, todo. Sin embargo, tal vez, aunque los que estemos aquí estemos dispuestos al olvido, hay sectores de nuestra sociedad que no están aquí representados, que no están dispuestos al olvido. (…) La ley que nosotros estamos haciendo aquí hemos de procurar que efectivamente vaya bajando a la sociedad, que esta concepción del olvido se vaya generalizando, vaya tomando cuerpo y corazón, porque es la única manera de que podamos darnos la mano sin rencor, oírnos con respeto”.

– Rafael Arias-Salgado (Unión de Centro Democrático). “Estamos tratando de hacer realidad una vieja y sentida aspiración que jamás ha llegado a echar sólidas raíces en la Historia de España: la definitiva institucionalización de un Estado democrático y de derecho que ampare la libertad de todos y en el que todos, en el respeto a los demás, lleguen a encontrar su sitio”.

La ley fue aprobada por 296 a favor, dos en contra, 18 abstenciones y uno nulo. “Esto está claro”, zanjó el presidente interino de la Cámara, Fernando Álvarez de Miranda. La votación fue seguida por una larga ovación con los diputados en pie. Alianza Popular se abstuvo en bloque y los dos votos negativos procedieron de sus filas. A los herederos del régimen no les gustaba la ley que ahora esgrime Falange contra Garzón.

Los jueces del punto final

Los mismos magistrados que admitieron la querella contra Garzón son los que han rechazado todos sus recursos y lo juzgarán por investigar el franquismo

JULIO M. LÁZARO El País18/04/2010

La querella del pseudosindicato ultraderechista Manos Limpias contra el juez Baltasar Garzón por su investigación del franquismo, a la que se ha sumado Falange Española de las JONS, ha permitido al juez instructor del Tribunal Supremo Luciano Varela sentar en el banquillo a Garzón por un supuesto delito de prevaricación, castigado con inhabilitación para ejercer como juez por un periodo de 10 a 20 años. La apertura del juicio, la suspensión de funciones, el destierro de su despacho en la Audiencia y la foto del magistrado en el banquillo pondrán fin a la carrera de Garzón, antes incluso de que recaiga la previsible condena de inhabilitación.

A última hora, en plena lluvia de adhesiones a Garzón procedentes de todo el mundo, Varela ha conseguido el apoyo de los mismos magistrados que admitieron la querella, para que se corresponsabilicen con él del caso. Estos jueces han sido también los que denegaron a Garzón su último recurso y los que previsiblemente le juzgarán y dictarán sentencia.

– Juan Saavedra Ruiz, presidente de la Sala Penal del Supremo. El 20 de diciembre de 1999, Saavedra concedió una entrevista a este periódico después de ser elegido magistrado del alto tribunal:

Pregunta. “¿Qué opina usted sobre el nuevo tipo judicial que se ha denominado juez estrella, como podría ser Baltasar Garzón?”.

Respuesta. “Soy totalmente contrario. Quizá tengo una concepción demasiado ortodoxa del ejercicio de la función judicial, y el juez estrella está jugando siempre con el principio de oportunidad”.

La opinión “totalmente contraria” al “juez estrella” Baltasar Garzón que cultivaba en 1999 el hoy presidente de la Sala Penal del Tribunal Supremo no le ha impedido presidir las tres salas de admisión que han aceptado a trámite las tres querellas interpuestas contra el juez y que hasta ahora han rechazado todos sus recursos y denegado todas las peticiones de prueba.

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La playa de los condenados

El arenal de Cedeira acogió durante la Guerra Civil un campo de concentración de represaliados republicanos que llegó a albergar a más de 700 presos

LORENA BUSTABAD El País18/04/2010

Paisaje de Cedeira que ocupó entre 1937 y 1938 un campo de concentración franquista, junto a la playa de A Magdalena.- GABRIEL TIZÓN

Desde el otoño de 1937 hasta agosto de 1938, la playa de A Magdalena de Cedeira fue el escabroso escenario de un campo de concentración franquista que llegó a albergar a 724 presos, hacinados en tres viejas naves para la salazón del pescado que hacían las veces de cárcel. Allí eran recluidos e identificados en función de su “peligrosidad política” antes de “pasearlos” o derivarlos a otras prisiones.

Algunos reclusos lograron esquivar la muerte dando a sus captores identidades falsas. Otros desaparecieron para siempre fusilados en la playa de Vilarrube (Valdoviño), a pocos kilómetros del centro de detención cedeirés. Es uno de los episodios menos conocidos de la Guerra Civil española en Galicia, que el Ayuntamiento ferrolano acaba de rescatar del olvido.

En marzo del 2009, IU presentó una moción que fue respaldada por toda la corporación, a excepción del PP, que se abstuvo. Instaba al municipio a recuperar los fragmentos de una represión que “nunca se contó” y plasmarlos en un libro. El resultado es la unidad didáctica Ferrol 1936. Golpe de Estado e Represión, editada por el Ayuntamiento y presentada esta semana como manual escolar para mostrar a los chavales como se vivió en la ciudad el inicio de la contienda y sus sangrientas consecuencias.

“Buscamos la forma de subsanar el vacío en los libros de texto sin ningún revanchismo. Se trata de llamar a las cosas por su nombre y abordar la atroz represión”, señala la edil de Educación, Mercedes Carbajales, del PSOE. Hace casi un año, le encomendaron esta tarea al profesor cedeirés Xosé Manuel Suárez. El resumen de sus investigaciones es una publicación de 52 páginas divididas en doce temas ilustrados con fotos, mapas, listas de represaliados y actividades en gallego orientadas a los alumnos de Secundaria y Bachillerato.

Hay que esperar hasta el noveno capítulo para toparse con el Campo de Concentración de Presentados y Prisioneros de Cedeira, como se denominaba. Allí fueron trasladados centenares de marineros, jornaleros, panaderos, carpinteros, ferroviarios, mineros o agricultores, apresados cuando trataban de huir a Francia en pequeños buques pesqueros cuando la guerra comenzaba a torcerse para el bando republicano.

Suárez cuenta que el centro comenzó a funcionar en octubre de 1937. Asturias caía en manos del ejército de Franco, y con ella, toda la resistencia del frente del Norte. La flota falangista se apostó en el Cantábrico para interceptar cualquier embarcación en fuga. Detenían a sus ocupantes para trasladarlos hasta Ferrol, A Coruña o Ribadeo o recluirlos en prisiones flotantes como el Plus Ultra, fondeado en la ría ferrolana. Desde allí eran derivados a los campos de concentración de Cedeira, Muros e Rianxo. “No eran campos de exterminio”, precisa el profesor, para marcar distancias con el régimen nazi, “eran instalaciones temporales por todo el litoral gallego donde se recluían a los presos hasta su identificación”.

El de Cedeira era una fábrica de conservas de pescado reconvertida en cárcel. Un suelo de tejas y algo de paja sobre el cemento. Estaba rodeado por una empalizada de alambre de espino. Cuentan los vecinos que los mandos franquistas acostumbraban a pasearse por el centro para identificar a todo aquel sospechoso de simpatizar con la II República o integrar las filas de su ejército. Una fotógrafa local los retrató, uno por uno. Esas fotos sirvieron para dictar la condena de muchos anarquistas, sindicalistas y milicianos.

En 1937, por este campo de concentración pasaron 369 reclusos. La mayoría eran asturianos (254), pero también encerraron a 46 gallegos, 28 leoneses y 13 vascos. Figuraban, además, ocho extranjeros y otros tantos llegados de Cantabria, Andalucía, Aragón, Extremadura, Madrid o Cataluña. Entre los presos más jóvenes se contaba Gerardo Menéndez, un peón asturiano de 15 años, y entre los veteranos, Aquilino Martínez, un marinero de 58.

“Las condiciones eran penosas y más de uno falleció de tuberculosis o septicemia”, explica Suárez. Con todo, dice que algunos vecinos se arriesgaron llevándoles comida y agua para aliviarles el sufrimiento. Las viudas de los represaliados de Cedeira se acercaban hasta la playa para recibirlos. En marzo del 38, el número de presos alcanzó los 724. A partir de esa fecha, descendió progresivamente hasta que el centro se clausuró a finales de ese mismo año.

Nuevos reaccionarios

JAVIER CERCAS El País – 18/04/2010

En realidad no son tan nuevos. En realidad empezaron a aparecer hacia los años ochenta, cuando empezó la resaca de las revoluciones izquierdistas de los sesenta y empezó a producirse una deserción en masa desde las filas de la izquierda a las de la derecha igual que en los años sesenta se había producido una deserción en masa desde las filas de la derecha a las de la izquierda. Me refiero a los intelectuales, claro está, o a eso que antes se llamaba intelectuales y que ya nadie sabe cómo llamar. El resultado de ese trasvase multitudinario es que ahora mismo, en España, la expresión “intelectual de derechas”, que en los años sesenta era prácticamente un oxímoron, se ha convertido prácticamente en un pleonasmo, aunque por supuesto la mayoría de los intelectuales de derechas se llaman a sí mismos liberales o progresistas. En cuanto a los intelectuales de izquierdas, ¿dónde están? ¿Quiénes son? A juzgar por la repercusión de sus declaraciones en los medios, no hay duda: Javier Bardem, el Gran Wyoming y últimamente Willy Toledo, que ha dicho la canallada de turno sobre el régimen canalla de Cuba. No sé si hace falta decir que siento el mayor respeto por los tres, pero la verdad es que no acabo de ver a ninguno de los tres convertido en proveedor de ideas de la izquierda española.

Quizá exagero. Quizá el panorama no sea tan negro y los nuevos reaccionarios no sean tantos, aunque la verdad es que hacen un ruido tremendo. ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Los nuevos reaccionarios no son jóvenes –tienen entre 50 y 70 años, digamos– y son esencialmente radicales: de jóvenes se pincharon radicalismo en vena y de mayores siguen enganchados a él; de jóvenes fueron maoístas, estalinistas, anarquistas, ultracatalanistas o ultravasquistas o simplemente terroristas, y de mayores son lo mismo, sólo que al revés: ultraderechistas o ultraespañolistas. Ellos son así: siempre ultras, o siempre istas. Ahora, en teoría, están contra el fanatismo y el totalitarismo –sobre todo, claro está, contra el totalitarismo de izquierda que hace 40 años aplaudían y ya casi no existe-, pero tienen un temperamento fanático y una mentalidad totalitaria, lo que los incapacita por completo para el escepticismo, la tolerancia y la ironía, aunque no para el sarcasmo. A la menor oportunidad te restriegan por la cara su antifranquismo, como si haber acertado una vez garantizase que acertarán siempre; a la menor oportunidad te restriegan por la cara sus ultras y sus istas, como si haberte equivocado una vez no garantizase que te puedes equivocar siempre. Si de verdad hubieran leído a Ortega, justificarían su inconsecuencia ideológica apelando a él, que comparaba con mulas a los hombres consecuentes con sus ideas. “No es uno quien debe ser consecuente con sus ideas”, decía Ortega, “sino sus ideas quienes deben ser consecuentes con la realidad”. Por supuesto, Ortega tenía razón, sólo que olvidó añadir que la inconsecuencia por sí misma no es ninguna virtud ni asegura ningún acierto, y que un hombre inconsecuente cuyas ideas siguen sin ser consecuentes con la realidad deja de ser una mula, pero se convierte en un burro. Cito a Ortega porque es un liberal y los nuevos reaccionarios suelen declararse liberales y hasta titulan sus columnas como la de Jiménez Losantos: “Comentarios liberales”. Para cualquier liberal de verdad, ese título sólo puede ser un sarcasmo; o un insulto. Como sólo puede ser un sarcasmo o un insulto que los nuevos reaccionarios saquen a diario en procesión a Orwell y a Camus, dos tipos de quienes hace 40 años abominaban porque tuvieron el coraje de denunciar el totalitarismo en una época totalitaria y que 40 años después abominarían de ellos porque los verían como una amenaza totalitaria en una época democrática. En realidad, nada está más lejos de cualquier idea liberal y de progreso que los nuevos reaccionarios; no lo digo yo, lo dice un verdadero liberal: “Si hay una actitud opuesta a la mía”, asegura Claudio Magris, “es aquella que mantenían muchos revolucionarios extremistas que hace 40 años creían que la revolución iba a crear un mundo perfecto, y vieron que eso no ocurrió y se convirtieron en seres completamente reaccionarios”.

Son ellos, los nuevos reaccionarios, que desde hace tiempo están monopolizando con sus gritos y ademanes de histeria el discurso ideológico de este país (y no sólo de este país). Por lo demás, no tenemos derecho a quejarnos: la culpa es nuestra. La culpa es, quiero decir, de una izquierda cuyas ideas son con frecuencia un montón de vaguedades metidas en un saco de buenos sentimientos y cuyo horizonte mental ni siquiera se ha despejado del todo de mitos siniestros como el de Cuba; y la culpa es también de una generación de treintañeros y cuarentones, la mía, que ni siquiera tuvo tiempo de ser marxista, que no ha cometido alguno de los errores de sus padres, pero tampoco ha sido capaz de casi ninguno de sus aciertos, una generación que ha crecido en democracia y eso la ha vuelto ideológicamente tolerante y escéptica, pero también pasota y comodona, una generación que, por decirlo como Foster Wallace, ha abandonado el terreno en manos de una pandilla de fundamentalistas despiadados. Ahí siguen ellos, y así nos va a nosotros.

Restos de una guerra muy fría

Cuarteles, aeropuertos, silos nucleares, atalayas, túneles, radares, búnkeres… El paisaje de la Europa unida está aún salpicado de lugares abandonados que hablan de su reciente historia bélica y dividida. Reliquias de un tiempo en el que dos sistemas políticos, capitalismo y comunismo, se enfrentaron por el poder. Un fotógrafo holandés los ha retratado.LOLA HUETE MACHADO El País – 18/04/2010

Germany, Soviet pilot school. -Martin Roemers (foto encontrado en http://www.moorsmagazine.com/fotografie/roemersmartin.html)

Cuarteles, aeropuertos, silos nucleares, atalayas, túneles, radares, búnkeres… El paisaje de la Europa unida está aún salpicado de lugares abandonados que hablan de su reciente historia bélica y dividida. Reliquias de un tiempo en el que dos sistemas políticos, capitalismo y comunismo, se enfrentaron por el poder. Un fotógrafo holandés los ha retratado.

Durante unas vacaciones, paseaba un día con un amigo por un bosque en la República Federal de Alemania y nos topamos con un muro entre los árboles; no podíamos seguir; no se veía nada al otro lado; sólo se oía la quietud del sonido de los pájaros. Anduvimos en paralelo a la tapia hasta que descubrimos una torre de vigilancia; había un soldado. Yo le hice una foto allí, solo, en lo alto; él la tomó de nosotros. No hablamos”. No. Corría 1983. No había nada que hablar. Europa llevaba casi cuatro décadas dividida en dos pedazos; dos ideologías irreconciliables. Eran ciudadanos de dos mundos.

Y esa primera imagen robada del muro de Berlín fue semilla de un gran proyecto futuro en la vida del fotógrafo holandés Martin Roemers. Lo cuenta él ahora para explicar su interés por todos esos objetos arquitectónicos –ya arqueológicos se diría– repartidos por el este y el oeste de Europa, que han sido su obsesión profesional durante 11 años. “Heridas en el paisaje y en sus pobladores”, dice, que ha convertido en libro y en hermosa exposición (Relics of the cold war, Reliquias de la guerra fría) en gira desde hace meses.

Roemers siguió la pista a cuarteles, aeropuertos, búnkeres, instalaciones nucleares, túneles, aviones, tanques y montañas de municiones cubiertas por el óxido del olvido. Restos todos de lo que fue la historia tensa de este mundo nuestro a mitad del siglo pasado. Construcciones o edificios que, tal como afirma el crítico Deyan Sudjic en La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo (Editorial Ariel), “pueden ser muy reveladores acerca de nuestros miedos y nuestras pasiones, acerca de los símbolos que definen una sociedad y nuestra manera de vivir”.

“Yo mismo soy un producto, un hijo de la guerra fría”, afirma Roemers. “Nací y crecí con y entre esas tensiones políticas que acabaron con la caída del Muro en 1989. Siempre supe de Europa del Este, aunque no tenía contacto directo con Alemania, sólo iba de vacaciones. Y recuerdo bien que en la escuela organizábamos mesas redondas sobre armamento o el peligro de lo nuclear; estábamos informados, era necesario, vivíamos ahí, pegados a la alambrada”.

Su generación, tan vulnerable. “Cuando vi por televisión los actos festivos en Berlín por el aniversario de la caída del Muro el 9 de noviembre de 2009 pasado no puede dejar de pensar: ‘Cuarenta años de historia mundial que se acaban en un sarao’. Y entre tanto, una generación ha crecido sin saber qué fue aquello. Si uno teclea en Google las palabras ‘guerra fría’, entre las cientos de miles de respuestas encontrará una web que comienza así: ‘¿Guerra fría? ¿Qué demonios fue eso?”, escribe el periodista H. J. A. Hofland en el prólogo del libro de Roemers.

Fue la guerra fría un tiempo marcado en el calendario en 1945, año que indica el final de la Segunda Guerra Mundial. Dicen que en febrero, en Yalta, para ser más exactos, cuando Churchill, Stalin y Roosevelt organizaron el mundo en el Livadia Palace. “Ahí debe estar el ADN de los tres aún pegado a la mesa de la sala de conferencias, cuidadosamente conservada…”, ironiza Hofland.

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‘Relics of the cold war’, editado por Hatje Cantz Verlag. www.martinroemers.com. Algunas de sus fotos son parte de la colección del Rijksmuseum de Ámsterdam.

Auschwitz visto por una niña

Ana Novac sobrevivió al campo de concentración. Su diario, que se publica ahora en España, es una crónica desgarrada de la vida y la muerte contempladas por unos ojos de 14 años

ANA NOVAC El País – 18/04/2010

Algunos de los 600 niños supervivientes del campo de concentración de Auschwitz muestran los números de identificación tatuados en sus brazos, el día de su liberación.- Reuters

Nací en 1929, en Transilvania (Rumanía). A los once años me desperté siendo de nacionalidad húngara, sin haber cambiado de lugar, de calle y ni tan siquiera de camisa. A los catorce me deportaron a Auschwitz porque era judía. Cuando volví, en 1945, era otra vez ciudadana rumana. Así que me cuesta mucho especificar cuál es mi nacionalidad, salvo la que figura en mis sucesivos carnés de identidad: judía.

Igual que les sucedió a tantos, me metió de golpe la historia en situaciones que de hecho nunca pude asumir porque no las había escogido. Para empezar, nunca tuve la edad que ponía en mi documentación. Desde que tengo recuerdos, nunca me consideré ni una niña, ni una adulta, ni una vieja. Eso para mí eran convenciones. En cuanto a mi alma, fue siempre una entidad que oscilaba entre los cinco y los cien años… No sé a qué edad empecé a tomarme en serio lo de ser mortal. Supongo que fue a los once años, durante una enfermedad larga: debí de caer en la cuenta de que tenía que darme prisa en ser yo, en definirme antes de que fuera demasiado tarde (…).

Sucedió mientras pasaban lista. No salían las cuentas. Nos contaron unas diez veces. ¿Estuvimos esperando minutos, horas? (A lo mejor en el terror sólo hay siglos). La enana daba patadas en el suelo con los tacones altos: sola en medio de la plaza inmensa, se bamboleaba sin tregua como una campanilla exasperada.

Faltaba una.

La encontraron en uno de los barracones, dormida en su jergón. Con las manos detrás de la espalda, la enana empieza a dar vueltas alrededor de la desventurada, que, medio dormida aún, da también vueltas alrededor de ella. Por fin la polaca se detiene y hace una seña a Otto, un lagerkapo [ayudante del jefe del campo]. Y ahora es cuando se hace un completo silencio, como si miles de personas dejasen de respirar a un tiempo, y veo que la chica está perdida. Pero ella no se da cuenta. Mira a la contrahecha con algo que parece confianza, con cara de decir: pero si yo no tengo culpa de nada, sólo estaba durmiendo.

A Otto lo conozco de cuando pasan lista; es alemán y lo condenaron a once años de cárcel por schwerverbrecher {asesino} antes de la guerra. Un Goliat de pelo a cepillo, grueso, de tez rubicunda y salpicada de pecas (que le motean incluso las manazas). Le hace una seña a la chica, que se acerca, y le ordena que estire las manos. Ella obedece, dócil como en la escuela.

La fusta cae dos veces; lanza un gemido, pero sigue de pie.

-¡Desnúdate!

Las manos ensangrentadas intentan desabrochar la blusa blanca, pero no tienen suficiente fuerza. Otto se la arranca con sus propias manos. Se quita la chaqueta de cuero y la pone en el suelo tras haberla doblado con cuidado. Esa forma primorosa y sosegada de preparar el asesinato me trastorna más que todo cuanto viene a continuación.

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Aquellos hermosos días de mi juventud, de Ana Novac. Ediciones Destino. Precio: 17 euros.

El infierno de Azaña

Perdida la Guerra Civil, Manuel Azaña se vio abandonado por casi todos los suyos y vivió huyendo de franquistas y nazis hasta su muerte, hace ahora 70 años. Extracto de un nuevo libro sobre el ex presidente de la II República

MIGUEL ÁNGEL VILLENA El País – 18/04/2010

Manuel Azaña, pronunciando un discurso como presidente de la II República.-

Mientras el ahora simple ciudadano Manuel Azaña vivía aquel exilio introvertido y melancólico, las autoridades franquistas incoaban en Madrid un expediente, iniciado el 31 de agosto de 1939, a quien fuera símbolo de la República. Con su casona familiar de Alcalá saqueada y posteriormente ocupada por la Falange, los servicios policiales y militares iban calificando a Azaña de persona “de carácter seco, agrio, con dureza más efectiva que real”, iban tildando al político de “hábil sofista, contundente polemista y enemigo rencoroso de la Iglesia” y, en definitiva, iban desgranando los tópicos que más tarde persiguieron, durante las décadas del franquismo, al jefe del Estado republicano. Maricón, pervertido, anticlerical, monstruo, cobarde o destructor del Ejército y de los valores patrios fueron lugares comunes de una de las campañas de desprestigio más sistemáticas y brutales de la España contemporánea.

Cuando el tribunal de depuración dictó su sentencia, en abril de 1941, Azaña ya había muerto, aunque esa circunstancia no impidió que fuera condenado al pago de 100 millones de pesetas, una fortuna para la época.

(…) La incomodidad y el nerviosismo de todos aumentó enormemente cuando el 1 de septiembre de aquel año (1939) la Alemania nazi ocupó Polonia y obligó a Francia y el Reino Unido a declarar la guerra a Hitler. El temor a una invasión germana del territorio francés y los recelos hacia la posibilidad de que Suiza pudiera perder su neutralidad llevaron a los Azaña Rivas a sopesar la posibilidad de trasladarse al oeste de Francia. “No creo que Franco vaya a buscarnos a Burdeos”, fue el comentario esperanzado de don Manuel. Se equivocaba, no obstante. De este modo, el grupo refugiado en Collonges-sous-Salève recogía la sugerencia que les había hecho Carlos Montilla, ex embajador republicano en Belgrado y La Habana, un diplomático demócrata y admirador de Azaña, a quien había visitado en su refugio alpino. Así pues, a mediados de octubre, Manuel Azaña y su inseparable cuñado realizaron el largo viaje desde Collonges-sous-Salève hasta Arcachon en ferrocarril, y no por carretera, dadas las dificultades para conseguir gasolina y permisos de circulación en Francia una vez iniciada la guerra. Guiados por Montilla y por su mujer, que ya se habían instalado en Pyla-sur-Mer, llegaron a aquel paraje de la costa atlántica, famoso por sus inmensas dunas, muy cerca de Arcachon y a 50 kilómetros de Burdeos.

(…) A medida que pasaban los meses de su exilio francés, el ex presidente se iba desilusionando de la actitud del país vecino, esa Francia a la que él había admirado, casi reverenciado, desde su juventud. Pero cuando llegó la hora del destierro, Azaña se percató de que, junto a una minoría de franceses, que lo saludaban y lo elogiaban en la calle, el resto de ciudadanos y, de manera especial, las autoridades adoptaban una actitud despectiva no tanto hacia su persona, sino, lo que era más grave, hacia el régimen republicano que él había encarnado. Así pues, sus críticas hacia la cínica e injusta política de no intervención durante la guerra se vieron acrecentadas por el trato que se daba a los españoles en los campos de concentración del Mediodía francés, por la escasa consideración que recibían los combatientes de la República y, en suma, por el menosprecio del que eran objeto unos soldados y civiles que habían defendido en España la libertad de Europa.

Esta actitud miope y cobarde de los gobiernos de París le indignó mucho. No fue el único refugiado de talla que dejó constancia de su decepción con Francia. La abogada, miembro de Izquierda Republicana y diputada Victoria Kent, enviada por el Gobierno en 1937 a la embajada en París para canalizar la salida de los refugiados, se vio forzada, tras la entrada de los nazis en la capital francesa en junio de 1940, a vivir de forma clandestina durante cuatro años para evitar que la Gestapo y la policía franquista la detuvieran y la deportaran a España para ser juzgada y “probablemente fusilada”, como dijo ella misma. Con el nombre falso de madame Duval, y protegida por la Cruz Roja y la Resistencia, Kent pudo observar la actitud de los franceses, que osciló entre el colaboracionismo y la oposición, pasando por una gran mayoría acomodaticia.

(…) Los temores a que Azaña fuera detenido por la Gestapo, que dominaba la zona de Arcachon y toda la fachada atlántica francesa hasta la frontera con España, se volvieron más fundados cada día que pasaba, y por ello los diplomáticos mexicanos, que se habían hecho cargo de su protección, recomendaron su desplazamiento hacia el sureste de Francia. Es importante reseñar que los terribles oficiales nazis actuaron durante aquellos tiempos a las órdenes de la policía franquista en lo que se refería a la persecución y detención de dirigentes republicanos, y el ex jefe del Estado era, por supuesto, una de las piezas más codiciadas por el nuevo régimen fascista. De hecho, el cuñado de Franco y ministro de Exteriores, Ramón Serrano Súñer, puso especial empeño en que Azaña fuera extraditado, si bien no logró su propósito. Convencido, pues, por los mexicanos, el matrimonio Azaña Rivas decidió finalmente abandonar Pyla-sur-Mer. Su secretario, Martínez Saura, refirió en sus memorias la marcha de Azaña, a finales de junio, desde Pyla-sur-Mer hasta Montauban, una pequeña ciudad de provincias cercana a Toulouse. (…) El grupo salió de Pyla-sur-Mer con los nazis pisándoles literalmente los talones.

(…) Todo el cuadro se había oscurecido aún más desde que la pareja recibiese la noticia de que la Gestapo y la policía franquista habían detenido a Cipriano Rivas Cherif (cuñado de Azaña), Carlos Montilla y Miguel Salvador, un ex diputado de Izquierda Republicana en Pyla-sur-Mer, el 10 de julio, poco después de la marcha de los Azaña Rivas. Los tres fueron extraditados casi de inmediato a España, donde fueron juzgados en consejo de guerra sumarísimo y condenados a la pena de muerte, una noticia que fue conocida a finales de aquel septiembre. (…) Azaña, que había sufrido un amago de infarto cerebral al conocer aquella noticia, ya casi no podía ni hablar y estaba, por tanto, incapacitado para realizar ningún tipo de gestión. Sólo acertó a decir en una ocasión: “¡Bien saben lo que me han hecho! Esto sí que no lo resisto!”.

Ciudadano Azaña, de Miguel Ángel Villena. Editorial Península. Precio: 23,90 euros.

El derecho a ser llorados

JOSEP RAMONEDA – El País –  18/04/2010

Convertir a los verdugos en víctimas nunca puede ser un acto de justicia. Por esto resulta irritante el procesamiento de Garzón por su intento de reconocer y dar reparación a las víctimas del franquismo. Están convirtiendo el pacto de amnistía en un principio de ocultación del pasado, de negación del reconocimiento a las víctimas y de blanqueo del franquismo. El espíritu de la transición era avanzar hacia adelante desde la exigencia moral de no volver nunca a un enfrentamiento como la Guerra Civil. Para ello, se pactó una amnistía que protegiera a todos los potenciales protagonistas del cambio, los que venían del franquismo y los que venían de la resistencia. Pero esta amnistía no significaba una absolución del pasado. Era, simplemente, aplazar el duelo para realizarlo cuando la democracia hubiese alcanzado ya su madurez y su equilibrio. Con paciencia, se dejaron pasar los años, pero el tiempo de silencio no podía ser indefinido. Algo falla en la democracia española si, a estas alturas, todavía los verdugos pasan por delante de las víctimas.

Resulta difícil de entender la extraña alianza que se ha trenzado entre la ultraderecha, la derecha y un núcleo muy concreto de la izquierda judicial. Y es inquietante el papel de un Gobierno (con algún portador del virus antiGarzón incrustado) que, amparándose en la no intromisión entre poderes, deja hacer, olvidando que no estamos ante un problema judicial sino político y que será el Gobierno el que tendrá que lidiar con las consecuencias internas y con el descrédito internacional que provocaría una sentencia condenatoria. La prensa extranjera no puede entender que España sea incapaz de encarar la revisión de la dictadura que han hecho ya otros países, como Chile y Argentina. Lo decía The New York Times: “España necesita una explicación honesta de su pasado, no perseguir a aquellos que tienen el valor de exigirla”.

El Consejo General del Poder Judicial -a petición de parte: el juez empeñado en cargarse a Garzón- descalifica las críticas. El Poder Judicial es tan susceptible de ser criticado como cualquier otro. En democracia nadie, ni siquiera los jueces, está por encima de la libertad de expresión. Y es especialmente grave que el Poder Judicial pretenda limitar algunas expresiones, porque es el único poder del Estado que no tiene otro control que el de la opinión pública. Al Poder Ejecutivo lo controla el Legislativo, al Legislativo lo controla el ciudadano, que tiene la capacidad de cambiar las mayorías con su voto, a ambos los controla el Poder Judicial y, desde lejos, la opinión pública. El Poder Judicial se controla a sí mismo. Por lo menos, que aguanten los envites que puedan venir de la opinión pública.

La derecha, que desde el caso Gürtel va a por todas contra Garzón, habla de las críticas a los jueces que le han de juzgar como un atentado a la democracia. La libertad de expresión nunca atenta contra la democracia. Lo que sí atenta contra la democracia es el querer escapar a ella. A la derecha el cuerpo le pide pelea contra Garzón, pero puede salir trasquilada: conseguirá movilizar a una izquierda que estaba muy desactivada.

Si el primer principio de la Justicia, como dice Amartya Sen, es actuar contra la injusticia flagrante, en este caso hay una clara inversión de los valores: una presunta injusticia -querer enjuiciar a los verdugos con una interpretación de la ley que algunos jueces consideran inapropiada- se utiliza para tapar una flagrante injusticia -la negación del reconocimiento a las víctimas del franquismo-.

La justicia tiene un marco y un contexto. Se ejerce en una comunidad con unos valores determinados y con un trayecto histórico. La norma legal no tiene la asepsia de un teorema. El que la interpreta debe saber encontrar el equilibrio entre el texto y el contexto para actuar con equidad. Y la equidad dice que la injusticia flagrante no se está cometiendo con los verdugos -que salieron de rositas de esta historia- sino con las víctimas. La justicia no puede decidir que hay víctimas que no tienen derecho a ser lloradas, para decirlo con la expresión de Judit Butler.

La imagen liberal de España va a retroceder varios escalones en el mundo, porque es difícil entender que a estas alturas el franquismo aún tenga protección y los que lo denuncian aún tengan que pagar por ello. Creo que la prensa internacional lleva razón: la democracia española sigue cojeando porque una parte de este país todavía no puede admitir la realidad del franquismo.

La tumba

MANUEL VICENT El País – 18/04/2010

La izquierda política considera un escándalo que Falange Española, salida, de repente, del baúl de la historia, tenga fuerza suficiente todavía para sentar al juez Garzón en el banquillo. No es tan raro. El cadáver de José Antonio, fundador de ese movimiento fascista, está enterrado con todo honor al pie del altar mayor de la basílica del Valle de los Caídos, y durante 30 años de democracia nadie ha osado tocarlo. Al iniciar su instrucción sobre los crímenes del franquismo el juez Garzón pidió el certificado de defunción de Francisco Franco y esta diligencia, que sólo era un requisito formal, causó asombro en la mayoría de españoles. Los más ingenuos pensaron que ese papel era innecesario porque se sabe a ciencia cierta que los huesos del dictador permanecen bajo una losa de mil kilos en la basílica del Valle de los Caídos construido por presos políticos, y en la vertical de sus despojos se levanta una poderosa cruz de granito. En cambio, otros más suspicaces dudan que Franco haya muerto, porque precisamente esa enorme cruz proyecta todavía desde las breñas de Cuelgamuros la sombra del dictador sobre todas las instituciones de la democracia. A estas alturas lo realmente escandaloso debería ser el miedo reverencial que sienten los demócratas españoles hacia ese panteón faraónico, como si esa olla de hormigón guardara una barra de uranio que puede liberar una incontrolada carga radioactiva muy peligrosa. De ese miedo nacen todas las ruedas de molino con las que hay que comulgar. Es evidente que la actitud de este juez ha liberado unas fuerzas reaccionarias muy oscuras que nuestra democracia creía cegadas para siempre. Metidos en estos enredos jurídicos de rábulas se puede discutir si el juez Garzón ha prevaricado a la hora de tocar esa barra de uranio radioactivo. Juristas insignes lo niegan. El acto con que un juez inicia unas diligencias de investigación no puede ser nunca constitutivo de prevaricación porque en ese momento no se actúa aun contra nadie en concreto, en consecuencia no hay resolución injusta, puesto que no hay perjudicados todavía. Pero en el fondo, con este pleito político solo se trata de saber si Franco realmente ha muerto, por eso hizo muy bien el juez Garzón en pedir antes que nada su certificado de defunción.