Éramos tan cursis

La pompa de Franco. El dictador quiso volver a los valores y comportamientos del pasado, favoreciendo la cursilería. La hispanista estadounidense Noël Valis describe en un ensayo la atracción por el mal gusto de la nueva clase media española en los últimos dos siglos

Carroza fúnebre del alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván. – Cuenta Noël Valis.

PEIO H. RIAÑO – Público – 12/04/2010 08:30

España era diferente. Así lo vendieron, había algo que nos diferenciaba de los demás. Éramos especiales, teníamos un algo: éramos cursis. A mitad del siglo XX se estaba preparando la escalada a la cima más alta de la cursilería, que había nacido un siglo antes. Franco se presentaba como el noble guerrero triunfante en discursos y pinturas históricas y lograba borrar la historia de un plumazo,para convertir este lugar en otro que no se correspondía con la realidad.

El dictador había metido al país en la máquina del tiempo y le había hecho retroceder hasta esos mitos alcanforados de la fundación de la nación española: los reyes Católicos, una religión unificadora y épica, un destino imperial.España era diferente: aquí ser moderno empezaba a significar no ser español. Aquí ser moderno era renunciar a la tradición.

Modernizarse era traicionar a las fronteras, a nuestra identidad. La traición a lo español haría de España uno más. Así que el franquismo trazó barreras defensivas ante ese mundo de fuera que empezaba a ser tan parecido y la disensión interna, acentuando laexcepcionalidad y unidad del país como fuera. Incluso acentuando su lado más cursi.

“Irónicamente, el resultado fue con frecuencia mucho menos grandioso y mucho más banal, sin duda cursi, de lo pretendido, según empezó a dominar una mentalidad perversa y retrógrada, de estilo victoriano”, escribe la catedrática de literatura española en la Universidad de Yale NoëlValis, en el ensayo La cultura de la cursilería. Mal gusto, clase y kitsch en la España moderna (editado por AntonioMachado Libros).

“El Generalísimo se había convertido en un enano kitsch, encogiéndose ante los ojos del gran público”, explica al tratar los últimos años de la dictadura. La investigadora acude a los escritos de entonces que hablan de cómo la presencia de lo cursi es continua por las contradicciones internas. Martín Gaite, Vázquez Montalbán o Sopeña Monsalve enseñaron en sus novelas las disparidades sociales y materiales entre la estrechez económica y la necesidad de guardar las apariencias, o “entre la imagenideal de la vida familiar y la dura realidad del trabajo mal remunerado”.

“Creo que casi es inevitable que un movimiento como el nacionalcatolicismo llegue a verse en parte como algo cursi, precisamente porque hay un abismo entre las apariencias y la realidad del franquismo”, explica Noël Valis a Público desde su despacho. El franquismo era al tiempo adusto y cursi, marcando a una generación con memorias no deseadas.

Franco impuso los valores y comportamientos del pasado en un momento en el que las dificultades y la escasez material de la posguerra acentuaron el abismo entre la verdad y la ficción. La cursilería jugó con ventaja entre unas clases medias, inseguras e inestables que nunca lograron definirse a sí mismas satisfactoriamente.

Una vieja cuestión

Algunos años atrás, encontramos a un observador inglés, Samuel Levy Bensuan, que relató la vida de la clase media española. “Ahora les contaré un pequeño engaño diplomático del tipo que con tanta frecuencia se asocia en España a la pobreza y a los venidos a menos. Los cursis, como se llama en España a estos inofensivos fingidores, anuncian que se van a algún lugar costero de moda e invitan a sus amigos a despedirles en la estación de ferrocarril”, contó cuando en 1910 descubrió la farsa.

El extranjero supo que tras la afectuosa despedida, el tren partía y el cursi se apeaba en el primer pueblo, donde permanecía escondido hasta que pasaba la temporada veraniega: “Un extraño esnobismo, sin duda, pero no exento de cierto elemento de patetismo, como mecanismo que es de una de las últimas vueltas en la carrera desesperada por guardar las apariencias y por ocultar la pobreza a ojos curiosos y lenguas crueles”. De estos, reconoció el judío inglés, conocedor de la marginalización, se encontraban en España “por todas partes”.

Antes, Benito Pérez Galdós ya trató la presencia de la cursilería de manera brillante en La desheredada (1881), donde toda la familia Pez es un buen ejemplo de cursilería sometido a la mirada cruel y satírica del autor de losEpisodios Nacionales.

En el apéndice del libro, Valis recupera la primera aparición por escrito de lo cursi, en 1842, en Cádiz: “El cursi mío es delgado más bien que grueso; su ropa, particularmente el frac o levita, siempre le está estrecha; sus toquillas y chalecos los usa de colores fuertes, y en todo su equipaje se notan síntomas de raído, así como en su aire algo de lo que llamamos recortado”.

El término es tratado en este ensayo como una metáfora de identidad del cambio, es algo esencial en los procesos históricos de la modernización de España. “Las primeras apariciones de la cursilería indicaban que una nueva clase social empezaba a existir. Galdós y muchos otros la asociaban en gran medida con las clases medias de Madrid”.

Se refiere a los escritores modernistas (Unamuno, Pío Baroja, Azorín, Gómez de la Serna), quienes para la autora surgen, como la cursilería, de los anhelos de la clase media y de su carencia de orígenes nobles. Lo cursi es una marca de inferioridad. Y sin embargo, también es un aspecto acogedor y positivo relacionado con la vida doméstica.

Fenómeno de provincias

Curiosamente en una de las conclusiones más valientes de la hispanista, los valores de la capital no se impusieron sobre las provincias, sino al contrario. “En otras palabras, es un fenómeno de provincias que eventualmente llega a nacionalizarse”, explica.

El carácter provinciano de lo cursi forja una conexión entre la clase media de España y la identidad nacional y prepara una extraña paradoja: “La paradoja de lo provinciano como punto crucial en la modernidad”. Es decir, lo provinciano es fundamental a nuestra comprensión de la modernidad española.

Según la RAE, “la persona que presume de fina y elegante sin serlo” es cursi. “Lo cursi capta simbólicamente esa autoconciencia de sentirse inadecuado social y culturalmente hablando, que una sociedad marginada y en transición experimenta cuando se mueve de una economía precapitalista a una organización económica industrializada y consumista”.

Noël Valis ha colado el concepto de la cursilería en el centro de la Academia de la Historia para entender la evolución del país, convencida de que aporta mucho al ensanchar la noción de lo que es Historia, más allá de las instituciones y los grandes sucesos históricos. Aquí están las pequeñas historias, “las emociones que están arraigadas en la cultura”.

Mientras que lo cursi muestra la transición hacia algo diferente, “las estadísticas y los documentos legales no valen gran cosa para este tipo de análisis”, cuenta la catedrática. “Textos literarios y no literarios, objetos como los abanicos y los álbumes, y prácticas sociales como las tertulias y la recitación de poesías son valiosas fuentes para ir investigando el tema de la cursilería. Y segundo, lo cursi encarna la entrega incómoda y desasosegada de España a las fuerzas de la modernidad”.

Y Tierno, en carroza

“Tierno era discreto, casi sacerdotal en sus formas, pero duro como el acero en sus convicciones y argumentos, siempre elegantemente afinados y sutiles”, recuerda Valis de su profesor, a quien dedica el libro. Por eso cuando vio la carroza fúnebre en la que viajaba el ataúd del alcalde de Madrid, el 21 de enero de 1986, por las calles de la capital ante medio millón de personas en una procesión de diez kilómetros, le chocó tanto. La extravagancia rococó del carruaje, “de una apariencia magníficamente falsa”, no encajaba con el viejo profesor.

“Era tan obsoleto, tan de película Me pareció una imagen perfecta del extraño matrimonio entre modernidad y tradición de los años de la Transición”, cuenta a este periódico. De hecho, el coche francés del siglo XIX se pidió al Museo de Carruajes Fúnebres de Barcelona.

En la posguerra, la Movida madrileña convirtió la cursilería, el kitsch y lo camp en la cultura moderna española. Valis encuentra en Leopoldo Alas la mejor mirada de entonces: “Simago es cursi, El Corte Inglés es kitsch; la vida es cursi, la muerte es kitsch; Ana Belén es cursi, Madonna es kitsch. Almodóvar es cursi”, escribió en su ensayo Sinceramente kitsch.

En la actualidad, con diferencias entre clases atenuadas, la ansiedad cursi surge de esa confusión de pertenencia. “¡A lo mejor hoy nadie está libre de la cursilería!”, ríe Noël Valis.

Los testigos de Garzón que Varela se niega a escuchar

Varios de los testigos explican a ‘Público’ por qué la Ley de Amnistía no protege los crímenes del franquismo

PERE RUSIÑOL – Público – 12/04/2010 08:14

De izquierda a derecha: Hernán Hormazábal, Hugo Relva, Ricard Vinyes, Sergio G Ramírez, C. Jiménez Villarejo y Carla del Ponte.

Son 15 juristas o expertos de primera división mundial que suman décadas estudiando los derechos humanos y la legislación internacional. Han lidiado con los fueros que gracias a variantes diversas de leyes de amnistía protegían a dictadores como Slobodan Milosevic, Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla, entre otros. Y fueron citados por Baltasar Garzón como testigos para tratar de demostrar al Tribunal Supremo que no prevaricó al tratar de investigar los crímenes del franquismo.

Pero Luciano Varela, el juez instructor de la causa contra Garzón, los ventiló a todos de un plumazo en el auto del 7 de abril: no es necesario escucharles.

A algunos les rechaza educadamente porque dice que ya han dejado por escrito sus posiciones, pero a otros se los saca de encima sin ocultar el malestar que le genera la sugerencia. Por ejemplo, el ex fiscal Carlos Jiménez Villarejo, reclamado en su condición de miembro del Grupo de Expertos designado en el sumario de Garzón: “No se expone qué tipo de experiencia ha puesto a contribución en la causa en su día tramitada, tampoco resulta útil para hacer visible la intencionalidad del imputado”, sostiene Varela en su auto, que Garzón recurrió el sábado.

O Ricard Vinyes, historiador de la Universitat de Barcelona (UB), el mayor experto en el robo de niños a las madres del bando republicano tras la guerra: “No es pertinente la declaración de don Ricardo Vinyes, al que se pretende convocar para ilustrar a este instructor a fin de que pueda valorar lo horrendo de los crímenes relativos a secuestro de niños, por cuanto que, aún en la hipótesis de que el Instructor careciera de capacidad propia para tal valoración, esa constatación nada añadiría, ni restaría, a las razones de la imputación“, escribe Varela.

Ley de Amnistía

La mayoría de los expertos fueron citados para tratar de demostrar que, al igual que ha sucedido en otros países, la ley internacional impide amnistiar los crímenes más graves en derecho internacional, por mucho que así lo decidieron normas nacionales. El haber ignorado supuestamente la Ley de Amnistía -aprobada en 1977, antes que la Constitución- es uno de los argumentos centrales que esgrime Varela para seguir adelante con las querellas presentadas por Manos Limpias y Falange.

Vinyes fue llamado en su momento por Garzón para ratificarse en el contenido de su libro Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en las cárceles franquistas (Temas de Hoy), donde documenta cómo al menos 12.000 niños fueron arrancados de sus madres tras la guerra para extirpar el virus rojo de las nuevas generaciones. Y esta cifra incluye sólo
los casos hasta 1943.

“Las desapariciones infantiles no fueron un azar, sino un sistema muy bien planificado. No es como pasó después en Argentina, donde se hacía a escondidas. Aquí el régimen se enorgullecía. Si tenemos tantos datos es porque lo cuenta el Estado”, explica Vinyes.

La raza y la democracia

“El sistema nació de unos experimentos de Antonio Vallejo-Nájera [jefe de los servicios psiquiátricos militares de Franco] con presas en Málaga, en los que supuestamente demostraba cómo la raza española, que según sus teorías existía con una base más cultural que genética, se había ido deteriorando a medida que avanzaba la democracia”, prosigue el historiador. Y añade: “De aquí salen la propuesta para evitar la transmisión cultural de madres a hijos: la segregación. Es decir, quitarles los hijos”.

En 1949, este “sistema organizado” de robo de niños sigue operativo y se ha ampliado al extranjero, como demuestra un documento del Servicio Exterior de Falange para buscar hijos de republicanos fuera. “Es gravísimo que aún exista impunidad sobre estos crímenes”, concluye Vinyes.

 Uno de los mayores expertos en leyes de amnistía y en qué delitos prescriben según la ley internacional es Hugo Relva, consejero jurídico de Amnistía Internacional, que ha seguido muy de cerca todos los debates equiparables en América Latina: Argentina, Chile, Brasil, Perú. Es otro de los testigos solicitados por Garzón.

“En todos los países, este tipo de leyes de amnistía tienen validez durante algunos años, pero siempre acaban cayendo. La única excepción es España”, explica Relva en conversación telefónica desde Buenos Aires. “Lo más incomprensible es que además en España se castiga por poner en tela de juicio la legalidad de la norma, algo que en todos los países con leyes de este tipo se ha hecho sin problema”, agrega.

“Los derechos de las víctimas a ser oídas y a ir a un tribunal para recuperar restos están amparados por todos los tratados de derecho internacional suscritos por España, que además impiden amnistiar crímenes de lesa humanidad, de guerra y de genocidio”, apunta Relva. Y concluye: “¡Qué ironía que esto suceda en España, que llevó a procesos a extranjeros que cometieron crímenes, y que luego no se pueda investigar los crímenes cometidos en el país!”

Entre los testigos propuestos también hay varios juristas que, ya sea como jueces o como fiscales, han actuado contra grandes acuerdos políticos que, al firmarse, prometían impunidad y borrón y cuenta nueva: la suiza Carla del Ponte, ex fiscal del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia; el argentino Eugenio Raúl Zaffaroni, uno de los jueces que firmó en 2005 la nulidad de la Ley de Punto Final y Obediencia Debida; el chileno Juan Guzmán, que abrió causa contra Augusto Pinochet y ordenó la exhumación de cadáveres de víctimas de la dictadura pese al manto de silencio político, y el mexicano Sergio García Ramírez, ex presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, fuente de jurisprudencia para buena parte de los casos en América Latina equiparables a la causa que instruyó Garzón en España.

A todos estos expertos internacionales los rechaza Varela en un párrafo de su auto de la semana pasada. Lo hace con enfado evidente: “Solamente desde una apriorística desconsideración, no ya del Tribunal enjuiciador, sino de la capacidad técnica de la defensa letrada de las partes, se puede entender necesario, ni siquiera útil, acudir a la opinión de otros juristas para formar el criterio que aquel enjuiciamiento reclama”.

Otros países

Previamente, Varela rechaza cualquier comparación con causas abiertas en otros países: “La relación de causas penales abiertas por Juzgados Centrales de Instrucción contra otros individuos a los que se imputan otros delitos cometidos en otros países tampoco resulta trascendente, en esta fase del procedimiento, para determinar cuál debe ser la subsunción de los hechos imputados al querellado en el ordenamiento jurídico español”.

Sin embargo, la histórica sentencia argentina de junio de 2005 tiene muchos paralelismos con los argumentos de Garzón sobre los que pesa la acusación de prevaricación.

Zaffaroni la fundamentó así: “Que desde ese momento [cuando se aprueban las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida] hasta el presente, el derecho argentino ha sufrido modificaciones fundamentales que imponen la revisión de lo resuelto en esa ocasión. Así, la progresiva evolución del derecho internacional de los derechos humanos ya no autoriza al Estado a tomar decisiones sobre la base de ponderaciones de esas características, cuya consecuencia sea la renuncia a la persecución penal de delitos de lesa humanidad, en pos de una convivencia social pacífica apoyada en el olvido”.

Previamente, en 2001, la Corte Interamericana de Derechos humanos había fijado los límites de las leyes de amnistía o perdón con la rúbrica de García Ramírez: “Esas disposiciones de olvido y perdón no pueden poner a cubierto las más severas violaciones a los derechos humanos, que significan un grave menosprecio de la dignidad del ser humano y repugnan a la conciencia de la humanidad”.

Aquel mismo año, 2001, Europa avanzaba en la misma línea con la detención de Slobodan Milosevic, gracias en parte al ímpetu de Del Ponte. La ex fiscal es hoy embajadora de Suiza en Buenos Aires y no está autorizada a hablar públicamente de su etapa en La Haya. Pero tras la detención de Milosevic, que había firmado bajo el auspicio de la comunidad internacional los acuerdos de Dayton que pusieron fin a la guerra de Bosnia, declaró: “Nadie está por encima de la ley o fuera del alcance de la justicia internacional. Hoy, la comunidad internacional demuestra con su determinación que las víctimas no serán olvidadas y que su historia será contada”.

Abrir fosas

En una entrevista reciente con Radio Holanda Internacional, Juan Guzmán Tapia, el juez chileno que se atrevió con Pinochet, se expresó en términos parecidos a los que a Garzón le ha costado la acusación de prevaricar: “Está muy claro que ni la amnistía del año 1977 ni la prescripción se pueden hacer valer por esas muertes sistemáticas”. Y remachó: “Es una norma de derecho internacional, y la única manera de investigar esto es abriendo las fosas”.

Otro de los testigos rechazados por Varela es Hernán Hormazábal, catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Girona, uno de los mayores especialistas en España en derecho penal internacional. A su juicio, “no hay ni la más mínima base técnica ni jurídica para procesar a Garzón”.

“Las supuestas resoluciones injustas de Garzón son un trámite procesal formal, de los que se dictan miles cada día”, opina Hormazábal.

El catedrático concluye que no puede existir prevaricación cuando el origen del conflicto es el choque entre “dos posiciones doctrinales diferentes, ambas con fuerte arraigo doctrinal”. “La manifestación de una opinión doctrinal formalizada en una resolución judicial no puede ser nunca prevaricación”, concluye.

Su argumento coincide con el de Carlos Jiménez Villarejo, testigo también rechazado por Varela. El ex fiscal subraya que la Ley de Amnistía “es preconstitucional y se acordó en condiciones de desigualdad, en un proceso conducido por franquistas, como muy bien contó en sus memorias Rodolfo Martín Villa [ex ministro de Gobernación de Adolfo Suárez y hoy presidente de Sogecable]”.

“Por más que haya posiciones jurídicas discordantes, no puede impedirse que la causa se abra y menos aún imputar al juez por ello”, recalca Jiménez Villarejo, muy preocupado porque a Garzón “ni siquiera se le permite practicar pruebas”, lo que en su opinión vulnera “el principio básico del derecho a un juicio justo”.

El ex fiscal no sale de su asombro: “A los acusadores, en cambio, se les acepta todo. Salvando las distancias, el proceso se asemeja cada vez más y de forma muy peligrosa a los juicios que se realizaban durante el franquismo”.

Dos asociaciones denuncian el rencor de Varela a Garzón

Hoy se querellan por prevaricación contra el magistrado del Supremo

PERE RÍOS El País12/04/2010

La querella por prevaricación que hoy presentarán en el Tribunal Supremo las asociaciones para la recuperación de la memoria de Cataluña y Mallorca acusa al magistrado del Tribunal Supremo Luciano Varela de falsear la realidad al atribuir al juez Baltasar Garzón unas resoluciones que no son suyas, ignorar el derecho y los tratados internacionales, y actuar por animadversión personal.

Arremeten también contra Juan Saavedra, presidente de la Sala del Supremo que ha avalado la instrucción de Varela durante estos meses, al considerar que ha actuado en estrecha colaboración con el magistrado y le ha facilitado datos del procedimiento al margen de sus competencias.

Varela es el instructor de una de las tres querellas que pesan contra Garzón; el juez de la Audiencia Nacional está a un paso de tener que sentarse en el banquillo, acusado de prevaricación por declararse competente para investigar los crímenes del franquismo. Las asociaciones querellantes creen que de esta manera se está imputando sin ninguna base al juez de un delito de prevaricación que sí cometió en su opinión Varela. El magistrado del Supremo dictó un auto el 3 de febrero ordenando la continuación del procedimiento por la querella presentada por Falange y el grupo ultraderechista Manos Limpias.

La querella de las asociaciones recuerda que la instrucción realizada por Varela contra Garzón “falsea un dato del cual se extraen graves consecuencias jurídico-penales” contra el magistrado, pues se le atribuye la autoría de una providencia firmada el 29 de octubre de 2008 acordando exhumaciones de las fosas del franquismo en diversos municipios de España cuando en realidad lo firmó otro juez. “Tal afirmación pone en evidencia la actitud malintencionada del querellado al inventar un hecho, dentro de lo que sería la teoría objetiva de la prevaricación”, se dice en la querella.

Del mismo modo, se asegura que Garzón reactivó la causa de las fosas del franquismo el 17 de noviembre de 2007 cuando las asociaciones de víctimas se quejaron al Consejo General del Poder Judicial, pero en realidad se produjo un mes después y al margen de lo que dijera la fiscalía sobre la competencia para investigar los hechos, puesto que su informe no era preceptivo para que Garzón se declarase competente.

Las asociaciones consideran “también paradógico” que Varela aluda a la falta de protección de las víctimas y se la atribuya a Garzón, cuando fue precisamente él quien no admitió que las asociaciones se personaran en el proceso contra el juez de la Audiencia Nacional.

“La incriminación del primer juez que se atrevió a investigar tales crímenes tendría un claro efecto de amedrentar a futuros y potenciales investigadores judiciales”, dice la querella. Y añade que quizá la única causa por la que no se permitió personarse a las asociaciones sea que “querían defender la legitimidad de la causa seguida por Baltasar Garzón, que no era otra que su causa”.

La querella recuerda la “notoria y pública animadversión” que desarrolló Varela por Garzón “cuando sus trayectorias profesionales se cruzaron en la carrera judicial”. Se trata de una “enemistad” que se remonta en su opinión a cuando “se urdió la operación para impedir” que Garzón accediera a la presidencia de la Audiencia Nacional, un movimiento en el que creen que Varela “tuvo una decisiva intervención”, según dice el escrito.

La querella insiste de manera reiterada en que no fue Garzón quién prevaricó, como pretende demostrar Varela, sino el propio magistrado del Supremo al imputarle un delito cuando no hizo otra cosa que interpretar la ley.

José Blanco cuestiona la legalidad de Falange

El País12/04/2010

El ministro de Fomento, José Blanco, volvió a echar un capote ayer al juez Baltasar Garzón. Si el viernes declaraba: “No me gustaría que Falange ganara de nuevo la batalla”, ayer se cuestionaba su legalidad. “Me cuesta entender que los falangistas estén en la vida pública”, declaró en la Cadena SER.

“Yo también me pregunto por esa legalidad, me cuesta comprender que los que hicieron que España no fuese libre puedan sentar en el banquillo al alguien tan impecable como Garzón”, afirmó el ministro. “Pido altura de miras para zanjar este debate. La decisión de su legalidad la toman los jueces y yo respeto a los que tienen que aplicar la ley de partidos, me cuesta entender que los falangistas estén en la vida pública”, añadió.

La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, también declaró ayer en una entrevista a este diario que le “apenaría” que Baltasar Garzón salga del juzgado.

La otra historia del gigante de la Gran Vía

El arquitecto del rascacielos de Telefónica amenazó con dimitir para preservar su aspecto.- De Cárdenas se exilió tras la guerra.- Sus hijas recuerdan la vida del edificio.- El inmueble de la red de San Luis recibió 120 impactos que el creador documentó en un plan

MARÍA MARTÍN El País11/04/2010

Bucear en la biografía de Ignacio de Cárdenas (Madrid, 1898-Segovia, 1979) es encontrarse en un mar de contradicciones. El arquitecto pasó gran parte de su vida nadando a contracorriente en defensa de sus ideas y, sobre todo, de su criterio artístico, muy avanzado para la época.

Las hijas del arquitecto del edificio de Telefónica

Las hijas del arquitecto muestran fotografías del edificio de Telefónica en construcción-

El padre de De Cárdenas, que pertenecía a la nobleza criolla, fue un periodista nacido en La Habana que emigró a Madrid en el siglo XIX. De su familia de 16 hermanos, surgieron, entre las mujeres, siete vocaciones religiosas. Y él “era el único de su familia que tiraba, ya no a la izquierda, sino al centro”, recuerda su nieto Juan Manuel Matute de Cárdenas.

Su familia poco quiere hablar de los conflictos que provocaron en casa las ideas de su padre en un momento tan convulso como la Guerra Civil, pero los hubo y graves. “Es una herida ya cicatrizada y mi padre nunca habló con rencor”, resuelven Inés y Elena de Cárdenas, las únicas hijas del arquitecto que quedan vivas.

Menos dolorosas, pero igual de conflictivas fueron las discordias entre De Cárdenas y sus jefes durante la construcción de su primera obra, “su hija la mayor”, como él llamaba a la Telefónica.

La construcción del que, dicen, fue el primer rascacielos de Europa, de casi 90 metros de altura, fue un encargo de la International Telephone and Telegraph Company (ITT) para que su filial española instalase allí la primera central de telecomunicaciones del país. La estética del edificio, así como su ubicación, tenían un claro objetivo: halagar a posibles accionistas, una clase burguesa y conservadora.

El proyecto se encargó inicialmente en 1925 al afamado arquitecto Juan Moya, diseñador de la fachada de la Casa del Cura, que impuso que De Cárdenas, su joven alumno de 27 años, colaborase con él y compartiese honorarios. Según contó el mismo De Cárdenas en sus diferentes escritos, recogidos en el libro de Pedro Navascués sobre el edificio, Moya se lanzó a una decoración demasiado barroca de la fachada, encuadrando cada ventana con hojarasca retorcida, conchas y angelotes, lo que empezaba a espantar al joven arquitecto. “Como la Telefónica quería que hiciésemos algo muy español, nos inclinamos al Barroco de Madrid. Moya gozando con hacer otra vez algo muy barroco y yo aguantando mis aficiones a lo que entonces se llamaba estilo cubista, harto de tanto Renacimiento español”.

Pero hasta para los jefes de la Telefónica las florituras de Moya eran demasiado, buscaban algo “menos atormentado”. Así que Moya, a regañadientes, iba rectificando hasta que un día se enfadó y abandonó, cansado de tanta imposición. Fue entonces cuando la compañía encargó a De Cárdenas la totalidad del proyecto con la supervisión del arquitecto norteamericano Louis S. Weeks. Ahí comenzó la batalla de De Cárdenas por la defensa de su criterio.

De Cárdenas viajó enseguida a Nueva York para reunirse con un cordial Weeks y empaparse de la estética de los rascacielos americanos. Durante su estancia el arquitecto tuvo que “luchar para que Weeks no cayese en las mismas extravagancias que Moya”. De Nueva York volvió con un anteproyecto, con la esperanza, dijo De Cárdenas, de “que el proyecto definitivo lo hiciese más a mi gusto”. Se equivocó.

Weeks, que compartía la doctrina de la escuela de Chicago, no cesó de corregir el afán funcionalista del joven arquitecto que llegó, como su maestro Moya, al enfado. Hasta el punto de presentar su dimisión. “Como de ningún modo puedo continuar llevando la dirección y obrando al dictado, le ruego me diga si en adelante ha de considerárseme como director o no, porque en este último caso, puede contar con mi dimisión inmediata”, escribió De Cárdenas en una carta dirigida su jefe el 11 de junio de 1928.

“No me choca que el joven De Cárdenas se opusiese, porque el moderno en términos internacionales era él y no la gente de la compañía, con una tendencia menos funcional y más antigua”, añade Francisco Serrano, director general de la Fundación Telefónica y apasionado de la historia del edificio. “Papá no era nada narcisista, pero no era tonto. Él no quería imponer sus ideas, pero era normal que si no se hacía lo que él quería, se fuese”, añaden las hijas.

El resultado de tanto rifirrafe estético pudo verse a finales de 1929, aunque se eligió el 1 de enero de 1930 como fecha emblemática para su inauguración. La ornamentación barroca se impuso, pero De Cárdenas consiguió, con todo, suavizarlo y frenar la decoración de la fachada con los escudos de todas las provincias españolas que tanto Moya como Weeks se empeñaron en incluir.

Desde entonces, el número 28 de la Gran Vía se llenó de decenas de mujeres solteras que acababan de dar el salto al mundo laboral. “Debía de ser por su timbre de voz”, explica Serrano, “que se las consideraba idóneas para el puesto”. Terminada la jornada laboral, los mozos hacían guardia ante la puerta esperando cortejar a una de las admiradas telefonistas. Ellas, sin embargo, debían pensárselo bien, porque en el momento en el que se casaban debían abandonar la compañía.

Un año antes de acabar la contienda, “cuando papá vio que Madrid estaba perdida”, el arquitecto y su familia tuvieron que exiliarse en Francia. Fueron ocho largos años durante los que De Cárdenas luchó contra una tuberculosis. “Unos años muy felices, aún así”, recuerdan las hermanas de 74 y 78 años. Pero, en esencia, fue un retiro forzado que separó al arquitecto de su obra, de la cura de sus heridas de metralla de la Guerra Civil y de la ampliación del edificio que se llevó a cabo entrados los años cincuenta; también de su exitosa carrera que dejó de brillar como antaño. A su regreso a España, “papá podría haber vuelto a su puesto si hubiese aceptado a Franco, pero no quiso. Él defendía siempre la honradez”, dicen sus hijas.

Cuando regresó a España en 1944, “De Cárdenas pasó a formar parte de esa generación de arquitectos que había trabajado en una línea de movimiento moderno y que, al volver a España, se ve obligada a adaptarse a las condiciones del poder, a una arquitectura de búsqueda de un estilo propio, español, que reflejase la España imperial”, reflexiona el coordinador del archivo histórico del Colegio Oficial de Arquitectos, Miguel Lasa.

“Cuando volvimos se quedó como si le hubiesen dado una paliza”, ilustra su hija Elena. “Se agarró a su mujer y a sus hijos y ya no le interesaba la arquitectura, ni le interesaba nada. Estaba aburrido, cansado”.

Elena guarda como oro en paño los poemas que escribió su padre. Cree que es una tontería incluirlos, pero lee uno que refleja cómo la guerra apagó a un genio: “He sido rico, quién lo diría… y [ahora]sólo tengo míos mi corazón deshecho a fuerza de sufrir y mi mujer y mis hijos en el pecho a punto de morir”.

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El arquitecto del edificio de Telefónica, Ignacio de Cárdenas, tuvo que viajar a Nueva York en 1926 para asesorarse sobre la construcción de rascacielos. Acababan de encomendarle la construcción del edificio más alto de Europa. En la fotografía, cedida por la fundación, un detalle de sujeción de uno de los tirantes de una de las impresionantes grúas que coronaban la edificación.-

Más fotos de la historia del edificio de Telefónica.

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“Cuando bombardeaban, papá tenía que estar allí”

“La Gran Vía conducía al frente en línea recta, y el frente se aproximaba. Los oíamos. Estábamos esperando oírlo de un momento a otro bajo nuestras ventanas. Asaltarían la Telefónica. No había escape. Era una ratonera inmensa y nos cazarían como a ratas”. Es el testimonio de excepción de Arturo Barea en su libro La forja de un rebelde. Él fue el censor de las crónicas de la guerra que se enviaban desde el edificio y hasta que un obús no reventó una casa a 20 metros de la Telefónica no abandonó.

Más aguantó De Cárdenas, que no dejó el edificio durante casi la totalidad de la contienda. “Papá estaba todo el tiempo en la Telefónica, era el jefe de los arquitectos y cuando lo estaban bombardeando él tenía que estar allí”, cuentan Inés y Elena, las hijas del arquitecto.

Durante ese tiempo en el que los sótanos servían de refugio, De Cárdenas tomó un plano de la fachada de la calle de Valverde, la más dañada, y apuntó en rojo con temple y dolor cada una de las 120 granadas que impactaron sobre su obra, sin que jamás se resintiese su estructura.

“La altura del edificio hizo que se convirtiera en blanco preferido del asalto a Madrid por las tropas de Franco. Era esta acera, precisamente, la que recibía los impactos de los obuses por la dirección que tomaban desde la Casa de Campo”, cuenta el director general de la Fundación Telefónica, Francisco Serrano. “Algunos de los muchísimos escritores que mandaban sus crónicas desde allí aprovechaban la noche, cuando no había peligro de bombardeo, para cruzar la calle”.

La Guerra Civil impidió que De Cárdenas terminase el edificio tal y como lo había ideado. El proyecto incluía el derribo de una central provisional construida en la calle de Fuencarral para dar servicio mientras se construía el edificio principal y la ampliación de éste.

Terminada la guerra y exiliado De Cárdenas en el País Vasco francés, se rehabilitó el edificio. Otros arquitectos, ya entrados los años cincuenta, concluyeron su proyecto original ya que él, por sus ideas políticas, no fue readmitido en la Telefónica. Después de años de litigio para cobrar viejas deudas de la compañía, según sus hijas, acabó recibiendo “una exigua pensión de obrero”.

“El franquismo nos sobrevuela”

Entrevista a José Manuel Caballero Bonald

JUAN CRUZ El País – 11/04/2010

H ay en José Manuel Caballero Bonald una serenidad casi anglosajona. Pero en cualquier momento parece que esa cara que te mira como si contuviera los ojos de un antepasado pudiera estallar. Es curioso pensar eso de él, en este momento en que le está haciendo fotos Sofía Moro, cambiando los muebles de sitio en su casa de siempre (de hace casi medio siglo, como su matrimonio con Pepa Ramis, “raro que se dure tanto, ¿eh?”) y enfocándolo como para que salga en el retrato esa mirada de marinero o de caminante. Porque en este momento este hombre, que según él fue colérico por causa del alcohol, vive uno de los momentos más apacibles de su vida. Pero así estaba, apacible, también en el año 2003; dijo incluso que ya estaba hecho todo, que no iba a escribir ni una línea más… Estaba apacible entonces, lo dijo, pero ocurrió la guerra de Irak, en la que entró España, y se rompió su silencio con un libro de versos, Manual de infractores (Seix Barral), que fue como una piedra en la crisma de los gobernantes de entonces, con Aznar al frente. Así que ahora está apacible, pero… Lo que le molesta, sobre todo, es la edad; ya es el más veterano de los vivos de su generación. Y a esta edad le molestan el frío y el invierno, así que, como todavía no había llegado la primavera cuando se hizo esta entrevista, ahí le ves apacible pero rabioso porque le duele todo, y además no se puede ir a su espacio dorado, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), porque allí hay humedad y los huesos rugen de estupor en contacto con el tiempo malo.

Él nació en Jerez, en 1926; el Sur (las marismas, Doñana, el mar) ha sido su geografía poética y narrativa; Colombia fue un destino muy nutritivo para su experiencia, y también vivió en Mallorca, como secretario de redacción de Papeles de Son Armadans, la celebrada revista de Cela. Madrid ha sido el espacio del que más argumento sacó para sus memorias, Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir, dos volúmenes que son también un autorretrato muy vivo de la posguerra española, hasta que empezó la Transición. Esos dos volúmenes acaban de ser juntados en uno, que él ha revisado y titulado conjuntamente: La novela de la memoria (Seix Barral). Ya no va a escribir más memorias, repite. Pero esos dos volúmenes son oro puro, le han convertido en un memorialista literario sin cuya escritura no podría entenderse la peripecia de las letras y de la vida española de los años en los que él fue sucesivamente joven y maduro.

Así que no sabremos, por su memoria, lo que pasó por su vida cuando la Academia le negó el plácet reiteradamente, dejando fuera a uno de los escritores mejor dotados para el uso de la lengua. Sentado ya, conversando, apetece preguntarle cómo está por dentro.

[…]

Cuando llega a Madrid, narra ese color oscuro del franquismo, de la delación. ¿Cómo podría reproducir esa atmósfera ahora? Aquellos primeros años de los cincuenta se me aparecen como sumidos en cierta tristeza ambiental, con el color de la melancolía. Me obsesionaba lo que podía ocurrirme o podía ocurrir a mi alrededor. No eran buenos tiempos aquellos.

Narra algún episodio en el que los franquistas, dueños de todo, le despiertan una enorme repugnancia. Sí, además no andaba entonces muy allá económicamente. Conseguí un empleo en la Bienal Hispanoamericana de Arte y me pasaba todas las mañanas en un cuarto interior, con la luz encendida todo el tiempo. Era un trabajo anodino, que podía ser suprimido sin que se notara. Allí me pasé dos años, en aquel Madrid humana y culturalmente inhóspito. Pero tampoco tardé mucho en tener mis expansiones político-literarias, me relacioné con gentes afines. Estuve luego algún tiempo en el colegio mayor Guadalupe, donde intimé con poetas que luego serían relevantes en sus respectivos países hispanoamericanos: Eduardo Cote, Jorge Gaitán, Julio Ramón Ribeiro, Carlos Martínez Rivas, Ernesto Cardenal, Mejía Sánchez… También estaban los españoles Lledó, Juan y José Agustín Goytisolo, Valente, José María Valverde… Fue, desde luego, una rara casualidad histórica esa convivencia de un grupo de poetas y escritores muy significados. De hecho, mi biografía literaria arranca de ahí.

¿Cómo abordó la política? Porque fue un militante. Bueno, sí, aunque no tuve carné de ningún partido. El despertar político me llegó a través de Ridruejo. Aunque en principio lo traté poco, empecé a frecuentarlo cuando fundó el Partido Social de Acción Democrática, del que estuvieron cerca Vidal Beneyto, Benet, los hermanos Moreno Galván, Fernando Baeza, Roberto Mesa… Yo tenía un piso, al parecer, libre de vigilancias policiacas, y allí nos reuníamos los domingos. Dionisio era el que llevaba la voz cantante… Ocurrieron cosas incluso divertidas. Te cuento. Yo estaba pagando unos libros a plazos y el que cobraba los recibos era un gris (un guardia) que se ayudaba cobrando esos recibos los domingos. Uno de esos días llamaron a la puerta cuando estábamos reunidos y todos se quedaron en suspenso. Abrí y era el guardia con su recibo, de modo que fui a buscar el dinero, y entonces el guardia se asomó a la sala donde los demás permanecían expectantes. Todos se quedaron de piedra, y Baeza, que no sabía qué hacer, se levantó y se entregó… Supongo que el guardia se iría con la mosca detrás de la oreja.

¿Cree que este país se da cuenta ahora de la verdadera dimensión que tuvo el franquismo? Qué va. Todo eso viene arrastrado desde la Transición. Alguien ha dicho que la Transición fue un pacto entre el secretario general del Partido Comunista y el secretario general del Movimiento, o sea, entre Carrillo y Suárez. Unos acordaron no pedir cuentas ni juzgar los crímenes de la dictadura y otros decidieron prolongar un cierto franquismo disfrazado de democracia. Los seis años que van de la muerte de Franco al golpe de 1981 fueron terribles. Creo que fueron los peores años desde la Guerra Civil: la violencia, el descontento en los cuarteles, la ultraderecha dispuesta a no dejarse arrebatar ni uno de sus privilegios, el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, el acoso a Adolfo Suárez, la presión de la Iglesia, los asesinatos y secuestros de ETA… Creo que de ahí, de esa transición engañosa, improvisada, procede un franquismo latente que se ha mantenido hasta hoy mismo, a la vista está…

¿Cree que la reacción ante la memoria histórica es consecuencia de que el franquismo no se acabó? No, no se acabó. El franquismo está sobrevolando todavía en nuestra historia de hoy. Un indicio clarísimo es la maniobra contra el juez Garzón. ¿En qué cabeza cabe que la ultraderecha o el cabecilla de la trama Gürtel puedan demandar, presentar una querella contra el juez? Parece inconcebible, con independencia de lo que cada uno piense sobre Garzón. Todo esto es una consecuencia más de ese franquismo que la Transición mantuvo vivo.

¿Identificaría a Aznar, Rajoy, con la secuela del franquismo? Bueno, yo no llegaría a tanto… Pero hay gentes que no soporto. Por ejemplo, Aznar, Rouco Varela, Aguirre, Mayor Oreja, son personas que me producen un rechazo automático, detesto sus maneras. Y, claro, hay gente más tratable, no me permitiría ni mucho menos tildar de franquistas a otros miembros del PP. No soy tan arbitrario. También hay algún que otro impresentable en partidos de izquierda. El libro de la política está plagado de erratas. Y hay muchas cuñas franquistas incrustadas en la derecha, esa que está ejerciendo por ahí tanta crispación insultante. Realmente es una actitud muy desagradable.

¿No ocurrirá que también la sociedad se siente cómoda quizá en esta situación de oscuridad? Creo que la gente se está volviendo cada vez más acomodaticia. Hay en cierto modo un silencio cómplice en gentes que no quieren exponerse a nada. Y eso también se nota en ciertos sectores acomodaticios de la cultura. Una sensación de frivolidad, de neutralidad, de derechización, la idea de que el compromiso está pasado de moda, que eso tenía sentido en la época de la dictadura y que ahora ya no hace falta ningún tipo de intervención crítica. Eso es muy alarmante.

Ha juntado en un volumen sus dos libros de memorias. ¿Qué es lo que tacharía con rojo? No sé, quién sabe… Tampoco me privo de alguna mala conciencia, algún traspié, cosas de las que me pude arrepentir pero que están ahí contadas como si yo fuese un testigo y no un protagonista. En estas memorias procuré relatarlo todo tal como lo viví sin importarme que hubiera gente que se incomodara o se enfadara. Hay dos personas que me retiraron el saludo por lo que digo de ellas. Y ocurre que yo me critico a mí mismo en estas memorias. ¿Por qué no voy a contar entonces lo que pienso de los demás? Así que en estas memorias he procurado narrar las cosas tal como las viví, sin ningún tipo de tapujos, recovecos o pistas falsas.

[…]

¿Para qué le ha servido escribir? En primer lugar, para justificarme a mí mismo. Escribir me ha recompensado de todo mi pasado, incluso de mi presente. Como decía Cesare Pavese, “la literatura es una forma de defensa contra las ofensas de la vida”. Se escribe en contra de algo o a favor de algo. Y hoy abundan por ahí los motivos para escribir en contra de ciertas ofensas, de ciertas degradaciones. La literatura también es en este sentido una autodefensa, una forma de defensa personal.

¿Contra qué escribe? Digamos que mis últimos libros de poesía van contra los sumisos, los obedientes, los gregarios, los hipócritas… Y además suelo pensar en que alguien va a leerme y va a sentirse inculpado. Y eso me parece bien.

[…]

Un total de 923 páginas de memoria. Cuando las ha revisado, ¿cómo se ha quedado? Cansado y satisfecho. Satisfecho de un trabajo que considero bien hecho. Sueles decir que yo digo que no estoy capacitado para escribir mal, y con esta revisión he vuelto a darme cuenta de eso. No es ninguna petulancia ni arrogancia, es una táctica de escritor. Cuando sospecho que no me sale bien lo que quiero escribir, lo dejo, no me esfuerzo. Y este libro está bien escrito, tiene algunas descripciones brillantes, he suprimido ciertos fragmentos confusos para dejarlo todo más diáfano. Me interesaba que precisamente este libro fuera diáfano. Así como mi poesía a veces puede tener cierto gusto por el hermetismo, esta prosa narrativa no podía tenerlo. Cuento cosas divertidas, cosas significativas y cosas disparatadas.

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Del Biscúter al chicle Bazooka

Un mosaico único del Madrid de posguerra a través de los recuerdos de infancia de Pilar Garrido Cendoya y de las ilustraciones siempre geniales de su marido, Forges

PILAR GARRIDO CENDOYA – El País –  11/04/2010

El tufillo del bacalao, el café y el chocolate daban una bienvenida acogedora- FORGES

Mi calle era la del Arenal y hasta los años sesenta del siglo XX, todas las tiendas que había en ella eran de lujo. Saliendo de mi portal, a la izquierda, estaba la farmacia de Gayoso, donde comprábamos las necesarias medicinas. La mayoría de las veces aspirinas, que entonces hasta se vendían en sobrecitos individuales de dos en dos. El Payeski (no sé si se escribe así), una pomada muy dura que vendían en una cajita metálica que había que calentar con una vela para que al derretirse se pudiera coger una porción de ella con una espátula (aconsejado) o con el rabo de una cucharilla limpia para ser untado sobre unos granos horribles llamados forúnculos; también algún yogur porque fue en las farmacias donde empezó a comercializarse; unos gránulos deliciosos de calcio con sabor a chocolate, unos laxantes como chocolatinas, también apetitosos, y la harina de linaza para hacer cataplasmas.

(…) En la calle de las Fuentes, mi predilección se inclinaba hacia la tienda de Pepe, El de los ultramarinos. Como aquella tienda había muchísimas y eran todas encantadoras. Nada más abrir la puerta, la mezcla de café, bacalao, queso, cereales y chocolate daban con su tufillo una bienvenida acogedora. Pepe era muy amable y con frecuencia regalaba a los niños de su clientela un caramelito que sacaba de los botes hexagonales de cristal donde se exponían al público. En otros frascos similares había pequeñas galletas simulando burdos animales. Su ingesta era uno de los mayores placeres infantiles, pero eran muy caras: por 10 céntimos te daban dos galletitas tan minúsculas que parecía que desaparecerían entre los dedos de tu mano abierta.

El local era muy grande, con el suelo de madera lavada con asperón; del alto techo colgaban algún jamón y grandes bacalaos resecos. Para alcanzarlos hacía falta un palo largo con un pincho curvo en la punta. En el suelo había sacos de arroz, judías y garbanzos; bien ordenados y cada uno con su recogedor metálico correspondiente. Encima del mostrador, la poderosa máquina de cortar el bacalao -una guillotina bastante oxidada que chirriaba invariablemente- y una balanza, moderna para la época, con un platillo y un alto chaflán donde se veían los kilos y los gramos. Para las patatas se usaba una romana.

Nada como aquellas tiendas y aquellos tenderos que las más de las veces fiaban al vecindario. Además, eran otros de los plurales “observatorios” del barrio: con mirar atentamente un rato se sabía a la perfección cuáles eran las clientas de postín y cuáles las plebeyas. A las niñas que iban con las primeras, Pepe les alargaba siempre el caramelito; a las segundas, muy de vez en cuando.

(…) Estaba mal visto ser pobre. Ser pobre se había convertido en sinónimo de ser rojo. Se suponía que los rojos estaban muertos, o en la cárcel. Pero cuando alguien de clase media, alguien que había tenido posibles, había descendido por causa de la guerra al escalón de pobre, al adjetivo se le añadía vergonzante. Hasta se hacían colectas específicas para ellos en las parroquias más señoriales de Madrid. La realidad es que había muchos pobres vergonzantes; desfallecían de hambre con un traje bien cortado y bien planchado, acharolado en algunas zonas, con su pañuelo inmaculado en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, con corbata grasienta y sombrero casposo, con gemelos en los raídos puños de la camisa de algodón tan relavado que transparentaba la camiseta de tirantes.

¡Había tantos pobres! Muchos de los vergonzantes venían a mi casa a calentarse y a comer lo que hubiera, que no era mucho, pero que repartíamos con alegría. Venían unas hermanas que tenían vidas interesantes y desgraciadas: María, la encajera primorosa que contrajo tal reuma en las manos que si no es por mis tías hubiera muerto de hambre; doña Lola, una dama venida a menos, que nos frecuentó cuando ya no le quedaba nada por empeñar. De vez en cuando alguien desaparecía de nuestras vidas porque había muerto de cualquier infección, de abandono (…)

(…) Muy niña aún, fui a un colegio de monjas que estaba en un piso cerca de casa. Allí teníamos uniforme. También en tan práctica prenda, que nació con la pretensión de igualar a unas y a otras, se notaban los dineros. (…) Empecé el bachillerato en otro colegio, también de monjas, para huérfanas de médicos. Como era gratuito, esto supuso un ahorro para mi depauperada familia. (…) El colegio estaba situado en un lugar estratégico en la calle de Raimundo Fernández Villaverde. Justo por un lado pasaba el Canalillo (Canal de Isabel II). (…) Un día el colegio se revolucionó porque venía a vernos en calidad de amiguita y compañera nada menos que Carmencita Martínez-Bordiú, luego Carmencita Franco, la hijita del marqués de Villaverde, médico como nuestros papás -en su mayoría muertos o depurados- y nietecita de nuestro Caudillo, nada menos que del mismo Franco. Debíamos ponernos muy contentas por tan notable distinción, y estar muy agradecidas a personas tan importantes que nos mimaban tanto. (…)

La víspera del acontecimiento, la cocina echaba chispas y emanaba un olorcillo a repostería -digno de lo monjas que eran- que inundaba todo el colegio. Hasta el último rincón de la capilla refulgía -y eso que siempre estaba limpísima- y olía a maravilla de perfumes y flores. De las ventanas, normalmente, vacías, caían plantas, o subían hacia el cielo.

(…) Por fin apareció la niña con su interminable comitiva. Era el momento o la escena de la confraternización. Se dirigió al corro muy derecha, orlada de tirabuzones, con un vestido blanco inmaculado, calcetines y zapatitos blancos, y un lazo rosa. Sonrió tímidamente, miró para atrás y a una orden cogió de las manos a las dos niñas que estaban en el centro. (…) A un tiempo, la madre superiora dio dos palmadas y, conforme habíamos ensayado, todas nos pusimos a girar como en el corro de la patata.

Gritos:

-¡Paren, paren, paren! ¡Estaos quietas! No ha valido.

¡Consternación! ¿Qué estaba mal? Pues que, si girábamos del todo, la niña Carmencita desaparecía del campo “visual” de la cámara del NO-DO. ¿Qué hacer? Sencillo: la niña invitada y las tres o cuatro de cada mano se debían mover, no muy de prisa, de un lado para el otro, es decir, cinco o seis pasos a la derecha y después cinco o seis pasos a la izquierda. El resto, para no estropear el ritmo de las actuantes, debíamos saltar derecho sin movernos del sitio. La toma duró lo que parecía una eternidad.

Después seguimos a la niña como perrillos, en fila, a través de las galerías ornamentadas hasta llegar de nuevo a la entrada. Allí hicieron unas fotos en grupo: la niña con las monjas, dos o tres condiscípulas y el séquito. Aplaudimos. La calle se llenó de vítores. Los del NO-DO rodaban ya al público reunido. Salieron pitando hacia el coche. Dijimos adiós con la manita. ¡Pues vaya!

Según pasábamos por la portería nos hicieron devolver los lazos blancos. “¡Me importa un pito, yo tengo en mi casa mil!”. Pero no era verdad. Al día siguiente todo era un vago recuerdo. No vimos el NO-DO y si lo hubiéramos visto no nos habríamos encontrado porque no salimos.

Del Biscúter al chicle Bazooka. La posguerra vista por una particular y su marido, de Pilar Garrido Cendoya. Ilustraciones de Forges. Editorial Planeta. Precio: 19,90 euros. Fecha de publicación: 13 de abril.

Dónde han ido los pájaros de Buchenwald

Jorge Semprún rememora el día en que hace 65 años fueron liberados los presos del campo nazi

JUAN CRUZ – El País 11/04/2010

Día gris, nevado, hielo puro en Buchenwald. Parece un calco de lo que vivieron Jorge Semprún y miles de supervivientes del horror de este campo de concentración nazi hace 65 años, cuando las tropas aliadas les comunicaron que ya estaban libres.

Semprún dice, en su libro La escritura o la vida, sobre ese momento terrible de Europa, que ese 11 de abril nevaba sobre Buchenwald, y aún así los supervivientes salieron a los caminos, con sus armas, a celebrar la libertad.

Trescientos de esos supervivientes han escuchado a Semprún rememorar ese momento de sus vidas; el relato del escritor español, que ha dedicado gran parte de su obra a esa memoria, es una pieza que prolonga aquel libro fundamental para entender la raíz herida de su memoria europea.

Las edades de los supervivientes hacen presagiar una resta progresiva de la memoria que ellos representan, de modo que este testimonio y los que hoy se escuchan en Buchenwald parecen el campo de batalla a favor del recuerdo, en contra del olvido.

Hay gente de la edad de Semprún, que vino muy joven al campo, y que tiene 86 años, como su compañero asturiano Vicente García, o de la edad del cordobés Virgilio Peña, que tiene 96 años y una jovialidad que le lleva a hablar en metáforas llenas de buen humor. “Tengo más años que un olivo”. “Aquel día llorábamos de alegría lágrimas que parecían babas de vaca”. Y hay un austriaco, Leitiger, que es el más veterano de todos, tiene 104 años.

Practican aquí, en este campo desolado, la ceremonia de la fraternidad contra el Mal. La frase es de Andre Malraux, y Semprún la cita reiteradamente en ese libro, La escritura o la vida. “Si recupero esto”, escribe Malraux, “es porque busco la región crucial del alma donde el Mal absoluto se opone a la fraternidad”.

Una joven historiadora alemana, de Weimar, que organiza ahora exposiciones sobre el dominio nazi y sus consecuencias humanas y políticas en Alemania y en el mundo, nos hablaba precisamente de esto, antes de que los sobrevivientes se juntaran bajo el frío helado del campo de concentración. Ella, Johanna Wensch, una joven estudiosa del pasado nazi, nos decía que empezó a estudiar este periodo porque se preguntaba cómo su abuelo pudo participar en el proceso nazi; muchos lo hicieron por cobardía o porque eran antidemócratas, “gente que no creía en la fraternidad, en el respeto al otro”.

Esa es la raíz de la conmemoración, la reafirmación de la fraternidad, y de ello hablan todos los discursos de hoy, incluido el de Semprún, y de ello hablan los viejos militantes que han acudido aquí detrás del señuelo de una alegría que vino después de un sufrimiento indecible, de días que fueron así, como relata Semprún: “Podría contarse un día cualquiera -empezando por el despertar a las cuatro y media de la madrugada, hasta la hora del toque de queda: el trabajo agobiante, el hambre perpetua, la falta permanente de sueño, las vejaciones de los kapos, las faenas en las letrinas, las schlague (golpes) de los S.S., el trabajo en cadena en las fábricas de armamento, el humo del crematorio, las ejecuciones públicas, los recuentos interminables bajo la nieve de los inviernos, el agotamiento, la muerte de los compañeros…”

Esa es la esencia, y el leit motiv es esa reflexión sobre el Mal. Sobrevolando, valga la expresión, los pájaros, o su ausencia. Cuando se produce la liberación, aquel 11 de abril de hace 55 años, Semprún le comentó a uno de los soldados que acudieron a liberarles que no había pájaros, que los pájaros habían huido, que no había pájaros sobre Buchenwald. Porque huyeron del olor de los hornos crematorios. Cuando se adentró en los bosques, hacia la casita que fue de Goethe, Semprún descubrió los pájaros, sintió su rumor, sus trinos, y quedó presa de un ataque, “casi irresponsable”, dice, de alegría. Hoy en Buchenwald no había pájaros; los he buscado con la mirada, he querido escuchar sus trinos; no hay, el frío será esta vez el que lo ha ahuyentado, en medio de una atmósfera de una extrema melancolía, como si el tiempo estuviera enviando su propio mensaje de fraternidad pero también de rabia por lo que quedó en el tiempo como la metáfora de un olor terrible.

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El archipélago del horror nazi

DOCUMENTO (PDF – 15Kb) – 11-04-2010

Garzón acusa a Varela de “poner en riesgo la independencia judicial”

El magistrado recurre el auto del juez del Supremo por “contrario a derecho”

NATALIA JUNQUERA El País11/04/2010

Homenaje a los 3.000 fusilados en el cementerio de La Almudena (Madrid) frente a la tapia contra la que fueron ejecutados.- CRISTÓBAL MANUEL

El juez Baltasar Garzón acusa al magistrado Luciano Varela de “imponer un serio riesgo para la independencia judicial” con el auto “contrario a derecho” por el que el pasado miércoles le anticipó que le sentará en el banquillo por su “imaginación creativa” al declararse competente para juzgar los crímenes del franquismo. En el recurso de reforma que su abogado, Gonzalo Martínez-Fresneda, presentó ayer ante la sala de lo penal del Supremo, Garzón alega que “han sido motivaciones ideológicas las que han movido a ciertas organizaciones y grupúsculos marginales [en referencia a Falange y a Manos Limpias] a ejercer una acción penal” contra él, y lamenta que el alto tribunal no haya valorado sus “motivaciones espurias a la hora de no dar crédito a tal persecución ideológica”.

El escrito, de 28 páginas, acusa al juez instructor de su proceso por prevaricación de “vulnerar clara y decisivamente” su derecho a la defensa al denegar todas y cada una de las diligencias que solicitó a modo de prueba, como la declaración de los jueces de Granada y El Escorial -que, como él, entendieron que la Audiencia Nacional era la competente para juzgar los crímenes del franquismo-; la del historiador Ricardo Vinyes -para constatar la existencia de la denuncia sobre el secuestro organizado de niños durante la dictadura-; la de los propios denunciantes, o la petición de antecedentes de otros procesos penales que han sentado en el banquillo a criminales de guerra en Argentina, Alemania, Italia, Francia o Estados Unidos.

Con estas pruebas, Garzón pretende demostrar que cuando decidió investigar los crímenes del franquismo lo hizo “con la ley en la mano”, amparado por normas como el Convenio Europeo de Derechos Humanos (vigente en España), que aplica el Tribunal Europeo de Derechos Humanos cuando impone la interpretación restrictiva de leyes de amnistía para juzgar delitos como desapariciones forzadas, asesinatos masivos o secuestros de niños.

Garzón añade que le consta que Varela no comparte este criterio, como demostró con un voto particular en la sentencia de octubre de 2007 del caso Scilingo [represor argentino condenado a 1.084 años de cárcel por crímenes contra la humanidad], pero advierte que esta doctrina existe, la secundan otros jueces, dentro y fuera de España, y en cualquier caso ni es “extravagante” ni “cuartea principios esenciales del Estado” como aseguraba Varela. Garzón recuerda que ni la fiscalía ni la sala de lo penal en pleno de la Audiencia Nacional apreciaron delito en su decisión de investigar los crímenes del franquismo. Añade que todavía ignora los motivos por los que el Supremo le acusa de prevaricación, e interpreta en sus resoluciones un intento de “zanjar el inocultable debate jurídico de fondo [si la ley de amnistía impide juzgar estos crímenes], con una decisión que, de paso, termine con la tentación de abrirlo en el futuro”.

Por todo esto, Garzón, que se enfrenta a 20 años de inhabilitación, solicita a Varela que admita las pruebas que pide para defenderse y que archive la causa.

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“No entiendo nada. ¿Al final va a volver a ganar Falange?”