Ánimo, señor juez

FELIPE MANUEL MARTÍN /PAULINA MORALES El País16/05/2010

Al final, los peores de los pronósticos se han cumplido y, como si de una cacería al hombre se tratara (al juez en este caso), Baltasar Garzón Real ha sido suspendido como magistrado-juez del Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional. Un día muy triste en primer lugar para él, su familia, amigos, compañeros, funcionarios de la Audiencia… También para muchos miles y millones de españoles y ciudadanos del mundo, y de profesionales del Derecho y del mundo de la Justicia (Universal). Unas breves letras de ánimo y confianza dirigidas a quien España, como país, tanto le debe, sin entrar en las formas y el fondo de una resolución final, la del auto de apertura del juicio oral dictada por el magistrado del Tribunal Supremo Luciano Varela, que estimo totalmente contrario a Derecho. Todos sus autos en la causa especial 20048/2009 seguidas tras la querella contra Garzón, con todos mis respetos, serán declarados, espero que pronto, nulos de pleno Derecho. Sea por la propia Sala del Tribunal Supremo que lo juzgará, sea con posterioridad por el Tribunal Constitucional o el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Desde Extremadura, ánimo señor juez. Ánimo, y palante, que decimos en esta tierra.

Como chilena, actualmente residente en España, no puedo dejar de manifestarme en torno a la situación que atraviesa el juez Baltasar Garzón a raíz de su iniciativa de investigar judicialmente los crímenes cometidos por la dictadura franquista. Bien sabemos los chilenos de regímenes autoritarios. Ya recuperada la democracia, el anhelo de justicia en relación con las atrocidades cometidas en materia de derechos humanos por la dictadura pinochetista era un sentir ampliamente compartido por el pueblo chileno. Sin embargo, no fue hasta la detención del dictador en Londres, en virtud de una orden promovida por el juez Garzón, que la justicia chilena se vio impelida a cumplir con su trabajo y procesar al máximo responsable, en gran parte debido a la presión política generada a partir del argumento que utilizó el Gobierno chileno para defender el regreso del dictador al país, a saber, que los crímenes cometidos en Chile debían ser juzgados en dicho territorio.

Pinochet nunca llegó a ser condenado. Murió estando procesado por innumerables causas, tanto relativas a derechos humanos como a uso indebido de recursos públicos. Cuando falleció, los sentimientos fueron encontrados: alegría tranquila porque su recuerdo nefasto iría desapareciendo, pero también vergüenza e impotencia porque nunca llegó a pagar por sus crímenes y atropellos múltiples a los derechos humanos de miles y miles de compatriotas. En medio de todo esto, si algo de dignidad pudimos sentir aquel día, se la debemos en gran parte a este juez valiente y justo que nos mostró que algo de justicia es posible en este mundo.

El legado oculto de la Duquesa Roja

Gabriel, el hijo menor de la aristócrata, traza un crudo y sórdido retrato de su madre. De fondo, una disputa millonaria por la herencia

SANTIAGO BELAUSTEGUIGOITIA El País – 16/05/2010

Luisa Isabel tenía por entonces fama de borracha y broncas. Eso le aseguraba condenas suculentas en todos los frentes. Dos periodistas norteamericanas le aconsejaron que se mostrara como madre amantísima. Con sus hijos al lado, ganaría público y ablandaría a los jueces. Como madre amantísima, calmaría los temores de la abuela y heredaría otra porción de su suculenta fortuna”. Los amargos recuerdos de Gabriel González de Gregorio, uno de los tres hijos de la duquesa de Medina-Sidonia, conocida como la Duquesa Roja, podrían constituir la columna vertebral de una novela de Charles Dickens o de Benito Pérez Galdós.

Sin embargo, forman parte de la vida de un ingeniero de montes nacido en 1958, que estudió con los maristas y al que le gustan mucho los libros (suele regalar a la gente que aprecia Historia de un alemán, de Sebastian Haffner). Gabriel es el más pequeño de los tres hijos de la aristócrata: los otros dos son Leoncio y Pilar.

Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura (Estoril, Portugal, 1936-Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 2008) era duquesa de Medina-Sidonia, duquesa de Fernandina, princesa de Montalbán, marquesa de Villafranca del Bierzo, marquesa de Los Vélez y tres veces Grande de España. Gabriel tiene muchos recuerdos de su madre. El hecho de ser hijo de alguien como la Duquesa Roja no garantiza unos recuerdos llenos de boato. Porque la memoria de Gabriel está repleta de episodios que mucha gente podría considerar dignos de una vida espantosa.

La Duquesa Roja dejó un tesoro tras su muerte: la Fundación Casa de Medina-Sidonia, situada en el palacio del mismo nombre en Sanlúcar de Barrameda. La fundación guarda uno de los grandes archivos históricos del mundo. Son seis millones de documentos (el más antiguo data de 1228), una auténtica mina de oro para los que quieran conocer la Edad Media y los reinados de Carlos I de España y V de Alemania y el propio Papa temblaban; y Felipe II.

La viuda de la Duquesa Roja, Liliana Dahlmann, es presidenta de la fundación, en cuyo patronato están representados el Ministerio de Cultura, la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda y la Diputación de Cádiz. La fundación, propietaria del palacio y de sus tesoros documentales, se creó en 1990. Los hijos de la duquesa y la Fundación Casa de Medina-Sidonia se disputan el legado de la aristócrata. Un archivo fundamental para los historiadores y los defensores del patrimonio andaluz se encuentra en el centro de un conflicto jurídico en torno al cual se mueven millones de euros. El gran valor económico del archivo y del palacio ha ocasionado que las dos partes afinen sus estrategias jurídicas y las espadas están en alto.

“Luisa Isabel, mi madre, nació el 18 de agosto de 1936 en Estoril. Desde niña, Luisa Isabel conoció el exilio. Fue un exilio trágico por el telón de la Guerra Civil. Terminada la contienda, la familia Medina-Sidonia volvió a Sanlúcar de Barrameda. Allí el matrimonio (los padres de la Duquesa Roja) llevó una vida bastante perra. Luisa Isabel fue testigo”, evoca Gabriel.

En la historia de la familia de Gabriel abundan los episodios sórdidos. “Al parecer, el duque de Medina-Sidonia (padre de la Duquesa Roja) se casó por dinero y para refrescar la sangre, pues era hijo y nieto de primos hermanos. Carmen Maura Herrera, la madre de la Duquesa Roja, era una de las herederas de la fabulosa fortuna Herrera”, relata Gabriel. Y recalca: “La relación de Luisa Isabel con esta efímera fortuna marcó su vida”.

Los Herrera hicieron su riqueza en La Habana a partir de 1830. La cerveza, el ron y los inmuebles están en el origen de aquel patrimonio. Gabriel hace hincapié en que ese dinero no procede de “haciendas, azúcar o esclavos”. “Aproximadamente un 50% de la fortuna cubana fue expatriada en la primera mitad del siglo XX e invertida en Reino Unido, Suiza, Estados Unidos y España. Aun así, quedó mucho en Cuba. Sólo las rentas de alquileres de inmuebles en La Habana a nombre de Julia Herrera ascendieron a un millón de dólares en 1959”, asevera el benjamín de la Duquesa Roja.

Los recuerdos infantiles de la aristócrata tampoco debieron ser dulces. “Los padres de Luisa Isabel se llevaban mal. Económicamente dependían de los Maura”, continúa Gabriel, quien precisa que el padre de la Duquesa Roja “era bebedor y jugador”.

“Carmen (madre de la Duquesa Roja), como buena Maura, rebosaba capacidades e inquietudes. Pintaba, escribía, esculpía. Cuando llegó a Sanlúcar de Barrameda, Carmen añadió a estos talentos el de curandera. Fue esa su manera de aliviar el dolor de los humildes. En el palacio de su marido montó un pequeño dispensario y se ganó la veneración de las gentes”. Pero en la historia de estos personajes pertenecientes a la más alta aristocracia no falta cierta admiración hacia el criminal que sembró el mundo de millones de cadáveres. Muchos indicios apuntan a que Hitler no era mal visto por algunos miembros de la familia. “Se dice que Carmen llegó a cartearse con él”, afirma Gabriel.

“Luisa Isabel era, pues, hija de alcohólico y de santera filonazi. El alcohólico era falangista, lo que no debía ser muy del agrado de sus monárquicos suegros”, resume el hijo de la Duquesa Roja. “Luisa Isabel era hija única, caprichosa y consentida de su madre, pero menospreciada por su padre, que no veía en ella a la futura duquesa de Medina-Sidonia. La masculinidad estaba muy arraigada en la familia. Nunca había habido una duquesa de Medina-Sidonia”, agrega Gabriel.

“Luisa Isabel no debía sentirse a gusto en Sanlúcar de Barrameda. Era la casa de su padre, que maltrataba a su madre y a ella no la apreciaba”, comenta. Gabriel evoca algunos episodios de la infancia de su madre. “Los abuelos Maura le regalaron un caballo. Luisa Isabel montaba por la playa y echaba carreras a los niños desharrapados. Ellos a pie y ella a caballo”.

Gabriel dice que la duquesa sentía cariño por su familia materna. “Los Maura acabaron siendo su familia y se identificó con ellos. Aun así, los criticaba con crudeza. En el palacio de Mortera (Cantabria) aparecieron escritos en los que se mofaba de una de sus primas con síndrome de Down. Otras críticas fueron merecidas. Luisa Isabel siempre estaba por encima de todo el mundo. Por encima de su padre porque era un muerto de hambre. Por encima de los Maura porque ella descendía de la pata del Cid”.

Llegó el momento en que la aristócrata fue presentada en sociedad. “Con ese objeto y para hacerla más atractiva a los ojos de las grandes fortunas, su padre le cedió el título de marquesa de los Vélez. Luisa Isabel tenía 15 años. Pero los Vélez no es el condado de Niebla, que es lo que llevan por tradición los primogénitos de Medina-Sidonia”, añade.

“Se le conocen pocos novios. Sus primas Maura no recuerdan ni novios ni flirteos. En las fiestas de sociedad de la época aparece desarreglada y entristecida. No era fea, pero debía tener complejo de serlo”, relata Gabriel, una de cuyas novelas favoritas es La feria de las vanidades, de William Thackeray.

La joven proclamaba su fervor monárquico delante del general Franco. Algunos miembros de la familia Maura eran devotos de la monarquía. La Duquesa Roja compartía ese credo. “Y alardeaba de ello ante las mismas barbas de Franco. En los concursos hípicos en los que coincidían, Luisa Isabel daba ¡vivas! al Rey. Los gobernadores civiles se santiguaban. Algunos militares de alta graduación sonreían”, relata el hijo.

La duquesa quedó prendada de uno de los grandes jinetes de su época. “En el mundo de la hípica española había un adonis por el que todas las chicas suspiraban. Además era el campeón de España”. Se llamaba José Leoncio González de Gregorio y Martí. Se casó con él en 1955, “embarazada de varios meses, creo que cinco”, puntualiza Gabriel. “Se vistió de negro, por la reciente muerte de su padre y para no ir de blanco por lo que significaba. Ella era coherente en ciertos detalles”.

“Para cuando nací yo, el matrimonio ya se había roto. Al parecer, el caballista quería tener sólo dos hijos y ya se llevaba mal con Luisa Isabel, que estaba harta de sus infidelidades. Los adonis son así”. Luisa Isabel perdió el pleito de separación y la tutela. Entregó sus hijos a su abuela Julia Herrera. Sus tribulaciones no quedaron ahí. “Sus problemas con la Justicia empeoraron. Fue procesada por manifestación ilegal a causa de Palomares (el accidente nuclear ocurrido en aquella localidad almeriense en 1966) y por injurias a la Guardia Civil. Los procesos se le acumulaban y los abogados costaban mucho dinero”, recuerda Gabriel.

Fue en esa época cuando se acercó a sus hijos. “Con nosotros era maravillosa pero… las amigas de Luisa Isabel de por entonces cuentan las depresiones que le sobrevenían cada vez que le tocaba recibir nuestra visita. Leoncio, Pilar y yo nos hicimos devotos de nuestra madre y, con el tiempo, nos fue cogiendo cariño”.

La duquesa vivía exiliada en Francia, lejos de las garras de los esbirros de Franco. “La vida de Luisa Isabel en Francia fue su periodo más killer. Está por documentar. Se empieza a hablar de él. A nadie le interesa hablar porque es comprometido”, siempre según Gabriel González de Gregorio.

“Luisa Isabel vivió durante más de un año en Bayona (Francia) en un piso franco en el que vivían también varios miembros de ETA. Alternaba con etarras y con aristócratas como la marquesa de Portago”, evoca. Franco estaba vivo y Bayona era un enclave donde se movían como peces en el agua etarras y antifranquistas de todos los colores políticos. “Cuentan que los sábados iba a una cabina de teléfono a llamarnos a Leoncio, a Pilar y a mí mismo. Y no le pasaban las llamadas. La pobre mujer se quedaba destrozada. También cuentan que sufrió tres atentados de la extrema derecha”.

La lucha contra el dictador le pasó factura. Su defensa de la libertad le ocasionó graves quebrantos económicos. “A España volvió en la ruina”, resume Gabriel, quien señala que la duquesa entregó a sus dos hijos varones “lo poco que había quedado de aquello que les tenía que haber dado al cumplir 21 años”. Y les dejó un apartamento de 60 metros cuadrados en Madrid. Gabriel recuerda que dos tíos de su padre les prestaron apoyo económico a él y a Leoncio. La aristócrata confiaba, en que el marido de su hija “mantuviera” a Pilar.

El hijo pequeño de la Duquesa Roja habla de la falsificación del testamento de Julia Herrera, su bisabuela, en 1968. “También por aquellos tiempos los hijos conocimos la falsificación de la testamentaría de Julia. Tardamos en caer en que nuestro padre era también responsable. En lo que enseguida caímos fue en que nuestra santa, justiciera y ejemplar madre nos había vendido por dinero”, relata.

“Los tres nos juramentamos. Leoncio tomó las riendas. Pidió tregua para casarse. El nacimiento de su primer hijo y la influencia de su mujer lo cambiaron todo”, concluye Gabriel. Las cosas ya no fueron como antes. La unión de los tres hermanos para defender lo suyo se debilitó.

La Duquesa Roja falleció hace dos años. Gabriel la acusa de morir “estafando una vez más a sus hijos”. “Antes de morir había vendido todos los bienes inmuebles que le quedaban y el dinero había desaparecido. ¿Se lo quedó la viuda? ¿la fundación?”, se pregunta Gabriel. La Duquesa Roja pasó a la leyenda por su valentía y su amor a la democracia. Su hijo Gabriel quiere añadir algunos matices a un mito que es muy posible que no se desvanezca en el olvido.

Kirjailija Leena Landerin mielestä sisällissodan murhia ei ole selvitetty

Helsingin Sanomat – 14.5.2010

Kirjailija Leena Lander kuvattuna Vartsalan sahan  kasarmirakennuksen edessä. Hänen uusi romaaninsa Liekin lapset sijoittuu  Halikon Vartsalaan.
Kirjailija Leena Lander kuvattuna Vartsalan sahan kasarmirakennuksen edessä. Hänen uusi romaaninsa Liekin lapset sijoittuu Halikon Vartsalaan. Kuva: Vesa-Matti Väärä.

Kirjailija Leena Lander kysyy uudessa romaanissaan Liekin lapset, pitäisikö Suomen vuoden 1918 sisällissodan murhista nostaa vihdoin syytteitä. Liekin lapset -romaani sivuaa muun muassa toukokuun 1918 tapahtumia Halikon Märynummella. Tuolloin voittajat määräsivät viitisenkymmentä miestä ja poikaa kaivamaan ensin kuopan ja tappoivat sen jälkeen joukon kymmenen henkilön ryhmissä.

“Romaanin hätkähdyttävä voima nousee humaanista kokonaisnäkemyksestä, siitä miten molemmilla puolilla sekä leirien välillä ollaan täsmälleen samoja lapsia, ennen kuin törmäillään, rimpuillaan, antaudutaan ja muokkaannutaan väännöksiksi – aikuisiksi, kansalaisiksi, vihollisiksi”, Antti Majander kirjoittaa arviossaan.

Lue romaanin arvio lauantain Helsingin Sanomista.

Las ‘viejas brujas’ que asustaron a Virginia Woolf

OLIVIA CARBALLAR  – Público – 15/05/2010 14:34 Actualizado: 15/05/2010 14:36

Cuenta el periodista Antonio Ramos Espejo (Alhama de Granada, 1943) que a Virginia Woolf, durante su primer viaje a España, en 1905, le asustó ver a una vieja con un cuenco de leche de cabra. Le pareció una bruja. En las siguientes visitas, aquellas viejas brujas vestidas de negro fueron dulcificándose a los ojos de la liberada escritora inglesa. Eran mujeres anónimas de la Andalucía profunda, eternamente sacrificadas y luchadoras, a las que la historia nunca prestó atención.

Con este contraste inicia Ramos su nuevo libro, un cara a cara sincero con las mujeres de la guerra, del exilio, de la emigración, de las cárceles, del hambre, con más de medio centenar de Andaluzas, protagonistas a su pesar. “Son las grandes olvidadas y silenciadas”, explica Ramos, que siempre tuvo un lugar en su libreta de reportero, allá por donde iba, para anotar sus voces, sus miedos, sus lutos, pero también las ganas de salir adelante y de hacer justicia. Como las madres del caso Almería, que no descansaron hasta demostrar la inocencia de sus hijos en uno de los episodios más negros de la Transición. O la hija de Seisdedos, Mercedes Cruz, superviviente de la matanza de Casas Viejas. “Son las mujeres que más me han impactado y para mí eran como de la familia”, señala Ramos.

La obra, editada por el Centro de Estudios Andaluces, recoge el trabajo de 35 años de periodismo a pie de calle. “De las mujeres de este libro, a la primera que entrevisté fue en 1975 a Angelina Cordobilla, quien le llevó la comida a Lorca en sus últimos días, mientras estuvo detenido”, afirma. El testimonio es desgarrador. “Federico no escribía. Ni tenía ganas de comer. Fui durante dos días. El 17 y el 18. Al tercer día, cuando iba de nuevo a llevarle el cesto al señorito Federico, un hombre me paró para decirme: ‘Al que usted va a llevarle eso, ya no está allí’ (…). Se me agarró un dolor de madre… ¿Usted sabe lo que es un dolor de madre?”. Ramos responde que no. “Es un pellizco que se agarra en el estómago. Dolor de vientre, descomposición… Así estuve muchos días después, de tanto pasar, y así se puso también don Federico”, le explicó Angelina.

Hace unos meses, 35 años después, la Bernarda del poeta granadino, encarnada por una gitana del Vacie, relató sus angustias al periodista en su chabola. “Se acuestan los niños sin comer… Se acuestan llorando porque quieren leche y galletas… ¿Y qué hago yo?”, se pregunta Rocío Montero, la última mujer del libro entrevistada por Ramos.

No escribieron nada, no crearon nada, pero no dejaron solos ni un segundo a quienes sí lograron ser protagonistas por sus poemas o sus libros. “Se merece un homenaje Josefina Manresa, la viuda de Miguel Hernández, que luchó hasta el final cuando ya no le faltaba nadie para cubrirse otra vez de luto”, añade el autor. O Ana Ruiz, la madre de los Machado, “símbolo de las madres en el exilio”. O las mujeres del Proceso 1.001: Josefina, Leonor, Carmen y Luz María, que trabajaban en sus casas, peleaban junto a los abogados y daban fuerzas a sus maridos sindicalistas en la cárcel.

O todas las que tuvieron que esperar a que murieran sus maridos para ser libres. Sólo entonces tía Anica La Piriñaca, a principios de los cincuenta, pudo cantar. Como Virginia Woolf, que diez años antes ya era tan libre que hasta se permitió suicidarse.

Yo, el Supremo

El tribunal no ha querido evitar la desmesura de un juicio que expulsa a Garzón de la Audiencia

El País (editorial) – 15/05/2010

Es todo un espectáculo internacional que la justicia española haya sentado en el banquillo, por haber intentado dar una respuesta desde el ámbito judicial a la tragedia de los desaparecidos del franquismo, a un juez de reconocido prestigio por sus iniciativas contra los crímenes de las dictaduras latinoamericanas. El estupor es mayor a la vista del ensañamiento con que sus colegas han llevado su persecución hasta el límite de negarle una salida digna, como era autorizar su traslado a la Corte Penal Internacional antes de su suspensión cautelar como juez de la Audiencia Nacional.

La unanimidad del Consejo del Poder Judicial (CGPJ) al votar ayer la suspensión del juez Garzón parece indicar que el órgano de gobierno de los jueces no tenía otra alternativa legal. Era, en efecto, demasiado tarde para otra decisión, una vez que el instructor Varela hubiera decretado la apertura de juicio oral y que fracasase, por falta de tiempo y de suficiente apoyo en el Consejo, el intento in extremis de un sector del mismo por darle al juez una salida honorable autorizándole su marcha en comisión de servicios, como había solicitado, antes del pronunciamiento sobre la suspensión. La Comisión Permanente del Consejo, reunida ayer tras el pleno de la suspensión, decidió aplazar la decisión sobre el permiso para el traslado del juez.

La baza esencial de la partida que ha llevado a este desenlace estaba ya jugada desde el momento en que el Supremo aceptó a trámite la querella por prevaricación, planteada por dos organizaciones ultraderechistas que acusaban a Garzón de haberse atribuido competencias que no tenía al intentar abrir un proceso penal por los crímenes del franquismo. La Sala pudo haber archivado la querella simplemente siguiendo el criterio de la fiscalía, que descartaba que fuera delito sostener unas posiciones discutibles pero que eran idénticas, por ejemplo, a las defendidas por tres de los miembros de la Sala Penal de la Audiencia Nacional que se pronunció sobre la competencia.

También pudo haberla archivado aplicando el criterio del Supremo en la sentencia Botín, según el cual no cabe abrir causa con sólo la acusación popular, pese a que fue luego modificada en el caso Atutxa, con un voto crítico de Varela. Pero si el argumento de admitir la querella sobre la endeble base de que la tesis de la “prevaricación no puede ab initio considerarse tan absurda como para descartarla”, ya hizo pensar en una parcialidad llamativa, esa impresión se ha ido confirmando en cada uno de los trámites ulteriores, hasta culminar en el postrer gesto de acelerar la apertura de juicio oral en cuanto se conoció la petición de Garzón de traslado a La Haya.

Tras consumarse la vergüenza de ayer, a Garzón sólo le queda ahora esperar que no le cercenen su derecho de defensa como ha sucedido en la instrucción. Varela valoró como “una desconsideración” para con sus compañeros del Supremo el testimonio pericial de jueces y expertos juristas nacionales e internacionales sobre la interpretación legal en que sustentó Garzón la causa por los crímenes del franquismo. Es de esperar que esos compañeros rechacen un argumento que huele a rancio corporativismo y permitan que ese testimonio se produzca en el juicio oral.

Una condena en estas condiciones del juez Garzón añadiría una herida más a las todavía sin cerrar de miles de familiares de víctimas sin sepultura de la Guerra Civil y del franquismo; familiares que no han podido hacer el duelo que en todas las culturas sigue a la pérdida de seres queridos. El argumento de no reabrir heridas se tornaría en cruel sarcasmo y obstáculo para la construcción de una memoria compartida y un reconocimiento hacia todas las víctimas, de uno u otro bando, de la Guerra Civil y de la represión que siguió a la victoria de uno de ellos.

El golpe

MANUEL RIVAS El País – 15/05/2010

Me ha parecido oír de nuevo el repique de los teletipos. El muchacho inquieto corre hacia el redactor jefe. Con gesto grave, indaga entre líneas y murmura: “¡Es un golpe!”. Alguien mueve el dial de una vieja radio, y a los 50 años de su muerte, se escucha una grabación de Albert Camus: “Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa”. En las secciones de Internacional del mundo entero destacan la suspensión del “juez pionero de la justicia universal” (Le Monde, ayer) y la apertura de juicio por haber atendido las denuncias de familiares de víctimas e intentar investigar crímenes contra la humanidad que no prescriben. Es acusado de prevaricador precisamente quien rompió por una vez la infame rutina prevaricadora: según la ley, en España los jueces tienen la obligación de personarse cada vez que aparecen restos humanos con señales de violencia. Se han exhumado miles de víctimas en los últimos diez años, gracias a voluntarios, pero los jueces, con un par de excepciones, nunca comparecieron ni para dar el pésame, pese a ser llamados desde el locus horroris. El final de Garzón estaba escrito en la agenda de los torvos. No se molestaban ni en ocultar las pistas. El portavoz de Justicia de la derecha senatorial consultó el oráculo y dijo en brutal homenaje a la presunción de inocencia: “Va a tener tiempo para cazar abundantemente, si es que está en la calle” (Agustín Conde, refiriéndose al juez Garzón). Todavía algunos ilusos no ven la maniobra torva que anticipa la impunidad de los corruptos. Eso escribió Flaubert a Turgueniev: “Siempre he intentado vivir en una torre de marfil, pero una marea de mierda no deja de golpear sus muros y amenaza con tirarla abajo”. ¿Habéis oído? Sí. Ese es el sonido de un golpe de mierda.