En la Guerra Civil de Cartier-Bresson

Un investigador español halla en Nueva York la película que el fotógrafo filmó sobre la Brigada Lincoln en Quinto de Ebro – El material se creía perdido desde 1938

JESÚS RUIZ MANTILLA El País14/05/2010

Cartier-Bresson, con los brigadistas

Cartier-Bresson, con los brigadistas-

Los héroes de la Brigada Lincoln no llevaban uniforme. Tampoco iban rapados al cero y muchos, en vez de casco, usaban gorros de lana para rascarse el frío a la orilla del Ebro. Los voluntarios de la Brigada Lincoln eran idealistas y parranderos. Fumaban, reían, cantaban y para ellos carecía de importancia el miedo. Peor era dejar pasar a los fascistas.

Venían de Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña. Muchos fueron parte importante de los 2.800 americanos de las Brigadas Internacionales y participaban en varios batallones. Los que caían en el frente eran sustituidos en la formación por españoles del ejército republicano. Su contribución a la guerra, entre 1937 y 1938, fue filmada por el fotógrafo Henri Cartier-Bresson en un documental que se daba por perdido. Juan Salas, investigador de la Universidad de Nueva York, lo ha encontrado tras una búsqueda de años. Se titula Con la Brigada Lincoln en España y el 27 de mayo verá la luz en la Filmoteca Española.

No fue el único trabajo que Cartier-Bresson hizo sobre la Guerra Civil. En total, filmó tres documentales: Victoria de la vida y España vivirá son los otros dos. Se proyectarán también en la Filmoteca. El cine fue un amante esquivo para aquel rey de la fotografía que fundó, tras la Segunda Guerra Mundial, la agencia Magnum. “Al principio le fascinaba, pero después se decepcionó por la lentitud del proceso”, comenta Salas.

Del poder inmediato de una foto a la labor de meses requerida por un documental podía mediar un tiempo precioso para remover conciencias. Cartier-Bresson quiso aprender cine fascinado por Buñuel. “Incluso intentó ser ayudante de dirección suyo”. Pero don Luis le rechazó. Algo que no hizo después Jean Renoir, para quien trabajó de asistente en Una salida al campo y La vie est a nous. Aun así, en sus documentales españoles se aprecia la huella de Las Hurdes, por ejemplo. “Buñuel fue una influencia evidente. Ésa y la de otros artistas de la revista Documents o directamente del cine soviético”.

Motivado con esa nueva arma de la comunicación, Cartier-Bresson quiso arrimar el hombro. Estudiaba cine documental en Nueva York con Paul Strand, uno de los artistas de izquierdas más activos en al apoyo a la República Española en la ciudad. “Rápidamente le dijo que contactara con Herbert Kline en París y que escribieran un guión”.

Lo hicieron juntos y se presentaron al lado de Jacques Lemare en el frente del Ebro. Con sus cámaras Eyemo (70 A) de 35 milímetros. “La idea era filmar el día a día de los voluntarios, mostrar la diversidad de procedencias, los atuendos. Como una fuerte motivación política podía suplir la disciplina de un ejército regular y ser efectivos”. La película muestra cómo vivían, qué comían, cómo se bañaban y la distinta suerte que corrían en el frente.

Todo eso y más en 18 minutos. Pero también incluye imágenes de ciudadanos leyendo en la calle. “Ensalzaban los logros de la política educativa de la República”. Aunque el grueso se centra en el día normal de un batallón. Con sus glorias y sus miserias. Su indestructible mentalidad y su incierta suerte. Hay escenas de camaradería y sacrificio. Imágenes que captan el jolgorio, el frío pelón, la sopa aguada, el pan gomoso y un aire anárquico en la organización y las arengas con que trataba de insuflar ánimos Robert Merriman, profesor de Económicas de la Universidad de California, que fue comandante de la Lincoln. También hay sangre. La lucha, las bombas y los hospitales de Villa Paz, en Saelices, y Benicàssim. “Se filmó para recaudar fondos que ayudaran a repatriar los heridos a EE UU”.

Llegaron tarde, pero se estrenó. “Fue el 21 de mayo de 1938 en el cine Cameo de la calle 42”. Después, la película desapareció. Hasta Pierre Assouline, biógrafo de Cartier-Bresson, la dio por destruida en el libro que le dedica a la vida del fotógrafo. Eso no evitó que a Juan Salas le picara la curiosidad.

Descubrió el material en las oficinas que todavía tiene la Brigada en Nueva York. Cotejó con unas fotos que Harry Randall, sargento del batallón, había hecho el día que los tres documentalistas llegaron a Quinto de Ebro y resolvió el enigma. “Las fotos de los cineastas cámara en mano hechas por los voluntarios muestran a estos filmando escenas que aparecen en el documental. Fue lo que me permitió probar que es la película de Cartier-Bresson”.

Entre los fotogramas de Con la Brigada Lincoln en España hay otra curiosidad: planos de Robert Capa que Juan Salas ha descubierto por otra parte. La culpa es de un campesino y su horca de madera. Habían encargado a este profesor madrileño de la NYU un artículo sobre algún aspecto de la famosa maleta del fotógrafo. “El campesino de una de las imágenes aparecía en la película”. Con el mismo gesto, la misma herramienta, el mismo traje. Las fotos de ese día y las imágenes son las mismas. Como era amigo de Cartier-Bresson le debió ceder su material para la película”.

Fue un trabajo de concienciación, de lucha, de compromiso. No se preocupaban de la autoría. Todo valía. “Aunque sí hay una voluntad de estilo, también una narrativa coherente y una estructura clara. Era un arma política”. Hay travellings inversos y curiosos primeros planos. Más tratándose de un fotógrafo que resaltaba las tomas medias. En ellas se aprecia vida, sonrisas y barbas cerradas. También muerte y heridas. Luces y sombras de una memoria que no se debe extinguir.

Diario de un poeta en ambulancia

Aparecen las memorias del brigadista James Neugass, perdidas durante medio siglo – El libro aporta una visión vibrante y desengañada de la Guerra Civil española

TEREIXA CONSTENLA – El País – 04/04/2010

James Neugass, afeitándose durante la guerra.- ARCHIVOS DE LA BRIGADA ABRAHAM LINCOLN

James Neugass desoyó a su jefe, Edward K. Barsky. “Tu trabajo es hacer viajes con tu coche y mantener los ojos en la carretera. No tienes que pensar nada ni saber nada”, le había ordenado. Barksy era el Doc, el Mayor, el jefe del primer hospital de campaña montado por los estadounidenses durante la Guerra Civil. Neugass era su chófer, pero también seguía siendo un poeta de origen judío nacido en Nueva Orleans en 1905 que quería saber.

“-Y después, sólo por divertirse, han vuelto para rematar los hospitales y Tarancón. ¿Cuántas bajas ha habido, Doc?

-Cuarenta y ocho muertos y 20 heridos.

-Pero si han salido de la ciudad 60 ambulancias cargadas.

-Te he dicho que 48 muertos y 20 heridos, Jim.

-Pero…”.

Pero Doc le ordenó no pensar ni saber. No convenía a la moral republicana conocer realmente cuántas víctimas había causado un bombardeo aéreo sobre la localidad de Tarancón (Cuenca), sobrevolada por aviones que habían jugado a confundir a la población -niños incluidos- hasta concentrarla en la plaza mayor y empezar a lanzar granadas de mano, metralla de doble calibre y, finalmente, bombas.

Mirada sin ataduras

Fue el primer encuentro de Jim con la guerra. Y Jim, chófer y poeta a la par, anotó minuciosamente los diálogos, las descripciones, las impresiones y las nostalgias que le asaltaron entre noviembre de 1937 y abril de 1938 mientras se ocupaba de trasladar a Barsky de un frente a otro. El diario de aquellos días tiene un título siniestro: La guerra es bella. Una ironía dedicada a Filippo Tommaso Marinetti, fundador del futurismo y fan de Mussolini, que escribió: “La guerra es bella porque enriquece un prado florido con las llameantes orquídeas de las ametralladoras”.

Bajo ese título se esconde un vibrante libro de memorias, que la editorial Papel de Liar pondrá a la venta este mes y que mereció los elogios de Antonio Muñoz Molina: “Nunca es condescendiente, nunca es narcisista y, a diferencia de otros testigos, no tiene intereses políticos o personales que ventilar. Como español cerré el libro con una sensación de gratitud”.

El texto permaneció inédito hasta su publicación en Estados Unidos en 2008. Al regresar a su país, Neugass se casó, tuvo dos hijos, trabajó de ebanista y publicó una novela sobre la historia familiar, Rain of ashes, en junio de 1949. Corría un maccarthismo intimidante, así que silenció su pasado brigadista en España. Tal vez por ello desistió de publicar aquel diario escrito a mano en Madrid, Aragón, Valencia y Barcelona tras alguna frustrada intentona. No tuvo tiempo de volver a la carga. Neugass murió a finales de 1949, en una estación de metro de Greenwich Village, de un ataque al corazón. Se fue su memoria, pero por fortuna la copia mecanografiada enviada a alguna editorial sin grandes expectativas reapareció en una librería de Vermont ¡medio siglo después!

“Esto es lo más importante que me ha sucedido en la vida. Ese hombre era un fantasma para mí”, dijo Jim Neugass, que tenía un año escaso cuando murió su progenitor. El hallazgo ha recuperado un texto valioso para los lectores y ha desvelado un hombre oculto para sus hijos. A los editores estadounidenses Peter N. Carroll y Peter Glazer les pareció una joya y registraron los derechos a nombre de los Archivos de la Brigada Abraham Lincoln, que conserva la memoria de los 2.800 estadounidenses que combatieron en las filas de la República. James Neugass se ofreció como voluntario a la Agencia Médica Americana para la Defensa de la Democracia Española, que reclutó personal sanitario y recaudó dinero para medicinas, ambulancias y alimentos infantiles. El médico Edward K. Barsky fue el alma de la campaña: en un mes puso en marcha un hospital para atender a los heridos en la batalla del Jarama. A partir de noviembre de 1937, Neugass ejerció como su chófer. A disgusto. Conducir una ambulancia tenía poco que ver con sus deseos. “Si no fuera por la vista, podría estar en la Infantería. Lo de conducir una ambulancia todavía me causa vergüenza. No me gusta la tradición literaria e intelectual de ‘me repugna el horror de la guerra y después escribo un libro”.

Reconcomiéndose mientras lleva a Barsky a un lado y otro, Neugass describe al principio el día a día de la retaguardia: un baile cerca de Villa Paz, la mansión de una infanta reconvertida en hospital, donde “movido por la responsabilidad política bailé con Pepita, la más fea”; o su estancia en el hotel Florida, en Madrid, con tarifas que se abaratan conforme las habitaciones se elevan hacia la línea de fuego de los obuses.

Ante la falta de acción bélica, Neugass se detiene con humor y distancia en pequeñas cosas agrandadas por la escasez: dedica dos páginas a la “ética del tabaco”. “No es deshonroso negar la posesión de cualquier cosa que pueda ser fumada, pero es de pésima educación fumar delante de los que no tienen tabaco. Si recibes un cartón entero de casa, lo moralmente justo es distribuir la mitad y esconder el resto”. No rehúye los ajustes de cuentas biográficos que proporciona la guerra. En Utiel (Valencia) duerme con el teniente Arnold Donowa: “Es la primera vez que he compartido habitación con un negro, y más aún una cama. Mi abuelo había tenido esclavos […]. Ambos sabíamos que yo tenía la oportunidad de acabar para siempre con 100 años de prejuicios. Y eso fue lo que hice”.

Acabó con los prejuicios y acabó en la guerra, rescatando heridos bajo los obuses y sabiendo todo lo que quiso saber. Anotó cada uno de los muertos que habían sido sus íntimos durante horas. Vio lo que los historiadores verían: “Los elementos que condicionan la victoria no se debaten en España, sino en Washington, Londres y París”. Asistió al desmoronamiento de la 15ª Brigada. Presintió el fin: “La muerte se acerca. Sus uñas me han rascado el pelo y he olido su enfermizo aliento en mi nuca”. Pero vivió para contarlo. Aunque él no lo sepa.

El brigadista era cubano

El voluntario que aparece en la foto que Zapatero quería regalar a Obama zarpó de Nueva York, pero no nació en EE UU – Aún se ignora su nombre

La fotografía del brigadista cubano realizada por Agustí Centelles.-

NATALIA JUNQUERA El País01/03/2010

Era el regalo perfecto. La foto de un brigadista afroamericano para un presidente afroamericano que planeaba viajar pronto a Madrid. No era ni la fría guía turística de Barcelona que Zapatero le había regalado la última vez, ni el socorrido jamón con que obsequió al presidente ruso.

Era algo más sentimental: una imagen tomada por el fotoperiodista Agustí Centelles durante la Guerra Civil a un hombre negro que había viajado desde Estados Unidos a España para defender con el bando republicano, en la brigada Abraham Lincoln, la democracia. Sólo faltaba averiguar su identidad. Un equipo de expertos de tres países (EE UU, Cuba y Guayana) ha realizado importantes hallazgos tras dos meses de investigación.

“Vimos el artículo en EL PAÍS de diciembre que hablaba del asunto y nos pareció un desafío, y desde entonces hemos llevado a cabo una investigación casi detectivesca”, cuenta Sebastiaan Faber, profesor de estudios hispánicos y miembro de la junta directiva del Archivo de la Brigada Abraham Lincoln (ALBA, en sus siglas en inglés), ubicado en la Universidad de Nueva York. Faber y su colega James D. Fernández bucearon en el material del archivo, creado en 1979 por veteranos de la Brigada Lincoln y alimentado desde entonces por una ingente documentación: desde fotografías a diarios de los propios brigadistas. Así, dieron con otra foto, tomada en el barco Champlain en Nueva York, en la que el mismo hombre posa con otros voluntarios.

La foto de Centelles fue tomada el 17 de enero de 1937 en Barcelona. “El seis de enero los voluntarios habían empezado a desfilar por la ciudad. El primer barco había partido de Nueva York a finales de diciembre. Y el Champlain, el seis de enero”, dice Faber. Siguieron su rastro. El hombre de la foto durmió en el Castillo de Figueras, llegó a Barcelona una mañana, desfiló por la tarde y por la noche partió hacia el campo de entrenamiento en Albacete.

En otra foto tomada por Centelles ese mismo día vieron que el brigadista negro sostenía una bandera en la que además de Brigada Abraham Lincoln se podía leer “Centuria Antonio Guiteras”. Y entonces se fijaron en la persona a la que el brigadista rodeaba con el brazo en el Champlain: Rodolfo de Armas, líder de esa centuria, un estudiante cubano de medicina que se había destacado en las protestas contra el presidente cubano Gerardo Machado. “Murió en el Jarama y se convirtió en un héroe para los cubanos”.

Así fue como descubrieron que el brigadista negro no era estadounidense, sino cubano. “No tenemos dudas. Era un cubano exiliado, muy activo en los círculos izquierdistas de Nueva York y que salió de EE UU para integrar el núcleo cubano del Batallón Lincoln”. La pista definitiva la encontraron en el libro de otro brigadista, John Tisa, titulado Tisa, Recuerdo de la buena lucha: una autobiografía de la guerra civil española, escrito en 1985, y que incluía una foto en la que volvía a aparecer el brigadista negro, al que el autor llamaba Cuba hermosa.

Cuba hermosa es una expresión de una canción política de la época, titulada Lamento cubano. Sólo es el apodo porque el equipo de investigadores aún no ha encontrado el nombre verdadero del brigadista de Centelles. “En la lista de embarque del Champlain hemos ido eliminando los nombres conocidos y nos hemos quedado con cinco: Bienvenido Domínguez, Faustino García, Juan Godoy, Ricardo Pérez y Ronaldo Rodríguez. Uno de ellos es él”.