“El cómic de la Guerra Civil me costó dos amigos”

TEREIXA CONSTENLA – El País –  14/04/2010

Carlos Giménez defiende el conocimiento de la vejez.- CRISTÓBAL MANUEL

Había una taberna idealizada donde Carlos Giménez (Madrid, 1941) quería comer: el Boquerón, sanctasanctórum de las gambitas en Lavapiés. La cosa se fue posponiendo por vicisitudes varias: un flemón, un viaje, un festivo, hasta que de repente llegó la fecha -un lunes sin flemones, viajes ni festivos- y nos encontramos frente a un burlón cartel que se interponía entre nosotros y las gambas: “Cerrado hasta el nosécuántos”. Aggg. Giménez reacciona.

-Se me ocurre una cervecería junto al Congreso. Si también está cerrada, lo mejor es que tú te vayas a tu casa y yo a la mía.

Estaba abierta. Y con una mesa disponible mirando hacia la iglesia de Jesús de Medinaceli. El dibujante se desprendió de su gorra, sugirió unas tostas y, durante tres horas, habló por los codos. Aquella mañana había perfilado una cocina medieval con criados, infantes y un traidor para su nuevo cómic, Año 1000: la sangre, un álbum de encargo que se leerá en 2011. En él no hay vivencias directas como en Paracuellos, la saga sobre internados de posguerra en manos del Auxilio Social sobre los que atrajo la atención de historiadores, ni cercanas como Malos tiempos (36-39), el cómic sobre la Guerra Civil. “Soy un mendigo de historias, las mías las he contado casi todas”. Por las suyas, las de Paracuellos, ha recibido este año el Premio Patrimonio del Festival de Angulema. Por las otras, las de Malos tiempos, ha sacrificado a dos personas queridas. “Ese álbum ha molestado. Nunca he tenido problemas por meterme con políticos, pero la guerra levanta ampollas. Me ha costado perder a dos amigos, supongo que esperaban que no contradijese la historia franquista”.

Carlos Giménez, amante del picante y de meter el dedo en el ojo, dibuja a través de un niño a los sufridos habitantes de un Madrid bombardeado y hambriento. Un pasado atroz. Y, sin embargo, más sugerente para el dibujante que el futuro. “El mundo al que vamos me interesa cada vez menos. Ser viejo te da conocimiento. Mi vida ha sido muy interesante. Hay una parte de mi biografía que no he elegido, pero otra la he hecho yo. El momento que vivo me gusta”.

Bueno, un matiz: “Quizás me gustaría tener 45 años. No usaba gafas, tenía pelo y ya sabía dos cosas fundamentales: abordar a una mujer y saber decir no sin enfadarme”. La, digamos, progresiva retirada del pelo es un atentado a la cuidada estética de Carlos Giménez, que abrazó el negro de joven por una veleidad macarra y lo mantiene por su efecto rebajakilos. Coqueto, impúdico, emocionado al recordar a su madre -“una heroína”- y libre. Entre bocado y bocado, el dibujante se va dibujando a grandes trazos. “Puedo entrar y salir, enamorarme, leer mis libros, escuchar mi música y tener a mis amigos”. Sus amigos no sólo están en sus tebeos, también en su vida. “Cuando te haces mayor te das cuenta de tu incapacidad para hacer nuevas amistades y tu facilidad para resucitar viejos fantasmas”.

Hace un par de años recibió un mensaje de alguien que deseaba reencontrarse con él. “Vivía en mi rellano. Tenía un cesto lleno de juguetes y una madre enfermera que olía muy bien, a alcohol e inyecciones”. Los niños eran íntimos. Saltando sobre las décadas, han retomado su amistad donde la dejaron y siguen llamándose Alfonsito y Carlines. Tienen cena y cine una vez a la semana. De ahí sale otra historieta.

Carlos Giménez, la posguerra a través de los ojos de un niño de cómic

El dibujante y guionista opta a un premio en el Festival Internacional de Angulema

RICARDO GRANDE El País30/01/2010

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El cómic Paracuellos cuenta con dos grandes bazas: un dibujo atractivo y un guión autobiográfico sobre la posguerra franquista. Ambos méritos se deben a la misma persona, el dibujante Carlos Giménez (Madrid, 1941), que en pequeñas viñetas retrata sus vivencias en un hogar de Auxilio Social, uno de esos lugares donde el franquismo internaba a niños huérfanos o que no podían ser mantenidos. El autor, que vive y trabaja en la capital, atiende al teléfono y comenta la obra que le hace ser candidato a uno de los galardones del Festival Internacional de Cómic. “Con la edad, aprendes quién eres y a lo que puedes aspirar. Yo creo que no me van a dar el premio”, pronostica, sin darle mucha importancia.

Quizá no sean tan pesimistas los responsables del Salón del Cómic de Barcelona de 1999, que le concedieron la distinción a Mejor Obra y Mejor Guión. “En Francia, Paracuellos siempre ha tenido lo que se llama buena acogida: no hablamos de un gran éxito, pero se ha ido publicando y ha llegado a estar entre los cuarenta o cincuenta obras destacadas…” comenta el propio autor, que no tiene claro el por qué tantos lectores españoles y franceses se acercan a su obra. “Alguna virtud tendrá, vaya usted a saber… las personas a las que firmo ejemplares suelen ser profesionales de la enseñanza. Para saber como funcionaba un barrio en los años cuarenta o cincuenta es más atractivo este cómic que un libro de texto, supongo”, opina.

El cómic por el que ahora está nominado apareció en los años setenta. Consiste en una colección de historias cortas, que el autor da por terminada, y que se ha reeditado varias veces. También ha trabajado para la revista El Papus y ahora adapta el guión cinematográfico Año 1000: La sangre. “Tiras de prensa, semanal… he hecho de todo”. Su obra más conocida es un alegato contra la guerra que siempre es “canalla, muy dura. Nunca es necesaria y llamarla preventiva no es más que un ardid”.

“La historia de España hay que contarla sin fechas ni generales, hay que mostrar lo que le pasaba a la gente de a pie. La guerra no la hacen ellos, pero siempre las pierden. Siempre tienen más bajas que los militares. No me interesan los estrategas ni las grandes frases. Tenemos que analizar cómo aguantó la gente de la calle y, a partir de ahí, sacar conclusiones. El héroe es el que consigue subsistir”, dice convencido.

El autor no entra a valorar sus excelentes dibujos, cuyos trazos amables no restan dureza a la vida en estos centros donde la religión y la disciplina eran la norma. Las páginas nos muestran como chicos con cara de no haber roto un plato se convierten en carceleros y castigan a sus compañeros. Giménez habla sin dudar: “El niño es siempre inocente. Incluso el verdugo o la máquina de matar actúan porque le han enseñado. Detrás de esto siempre está la mano de un adulto”.

Escribir Paracuellos le costó alguna lágrima. “La posguerra no tiene por qué ser tan dura como la guerra. Pero, en la nuestra, no se hizo una sola concesión”. Hervir su infancia, a pesar de todo, mereció la pena. “Cuando escarbas en esta clase de asuntos biográficos, sufres. Recuerdas las carencias, a tu madre, todo. Una vez que lo has dibujado, es distinto. Antes, comentaba con frecuencia todo aquello pero ya no. Tengo los fantasmas exorcizados. Incluso empiezo a olvidar cosas…”

Cómics sobre la Guerra Civil

Hoy os mostré rápidamente unas viñetas del cómic Paracuellos de Carlos Giménez. Si os gustan los cómics, tal vez os interese también el álbum Las serpientes ciegas de Felipe Hernández Cava y Bartolomé Seguí, también ambientada en la guerra. El álbum ganó el Premio Nacional de Cómic en 2009.  Aquí os pongo una pequeña muestra:

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Os dejo también el enlace de una crítica de Las serpientes ciegos que apareció en El País en noviembre de 2009 con el título “El cómic como análisis descreído“. Por si alguien quiere leer Paracuellos o Las serpientes ciegas, los tengo en el despacho.

En el blog “Cómic español y memoria histórica” encontraréis más sugerencias.