La historia de los otros Robert Capa

Un documental y un libro recuperan la memoria del fotoperiodismo español durante la Guerra Civil

ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS El País22/04/2010

Un grupo de fotógrafos trabaja encaramado a una escalera en el Palacio Nacional, durante las crisis ministeriales del gobierno de Portela Valladares. Madrid, 9 de diciembre de 1935.- José Díaz Casariego (c) Agencia Efe

La fotografía de la Guerra Civil española parece patrimonio exclusivo de Robert Capa y Gerda Taro. Pero no, en la contienda también hubo fotógrafos españoles cuyo brutal testimonio quedó enterrado por la represión franquista. Durante años, miles de imágenes de la guerra y de antes de la guerra han permanecido ocultas en sótanos, tabiques o viejos armarios. Héroes sin armas recupera ahora a través de un documental y un libro la obra de cuatro pioneros del fotoperiodismo español: Alfonso, Pepe Campúa, Luis Marín y José María Díaz Casariego. Los cuatro, que ya eran conocidos por su trabajo durante la República, retrataron la guerra y sus protagonistas desde todos los ángulos posibles.

Eran fotógrafos, compañeros de Mundo Gráfico, y buenos amigos. “Pero cuando empezó la guerra los milicianos mataron al padre de José Campúa, y él se pasó al bando nacional. La amistad se rompió”, relata Marta Arribas, que ha dirigido junto a Ana Pérez de la Fuente el filme, producido por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) y editado, junto al libro, por La Fábrica . “Luis Marín fotografió la construcción de la Gran Vía para luego fotografiar su destrucción en la guerra”, añade Arribas, que señala como hoy podemos ver fotos de la misma batalla vista desde los dos frentes.

La Guerra acabó con las carreras en el fotoperiodismo de estos cuatro hombres cuya obra fue ocultada por ellos mismo por temor a represalias. Marín dejó de ejercer, Díaz Casariego acabó como un gris funcionario en la Hemeroteca municipal de Madrid, en el servicio de microfilmado, Alfonso se convirtió en un famoso retratista, aunque el régimen le condenó durante años a hacer fotos de carné, y Campúa (el único vencedor) expuso sus fotos una sola vez para luego ocultarlas el resto de su vida. Convertido en productor de cine, se apartó de aquel mundo del que habían sido pioneros. No volvió a ver ni hablar con sus amigos, todos heridos en una mirada que hoy provoca escalofríos.

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Tráiler del documental ‘Héroes sin armas’

Restos de una guerra muy fría

Cuarteles, aeropuertos, silos nucleares, atalayas, túneles, radares, búnkeres… El paisaje de la Europa unida está aún salpicado de lugares abandonados que hablan de su reciente historia bélica y dividida. Reliquias de un tiempo en el que dos sistemas políticos, capitalismo y comunismo, se enfrentaron por el poder. Un fotógrafo holandés los ha retratado.LOLA HUETE MACHADO El País – 18/04/2010

Germany, Soviet pilot school. -Martin Roemers (foto encontrado en http://www.moorsmagazine.com/fotografie/roemersmartin.html)

Cuarteles, aeropuertos, silos nucleares, atalayas, túneles, radares, búnkeres… El paisaje de la Europa unida está aún salpicado de lugares abandonados que hablan de su reciente historia bélica y dividida. Reliquias de un tiempo en el que dos sistemas políticos, capitalismo y comunismo, se enfrentaron por el poder. Un fotógrafo holandés los ha retratado.

Durante unas vacaciones, paseaba un día con un amigo por un bosque en la República Federal de Alemania y nos topamos con un muro entre los árboles; no podíamos seguir; no se veía nada al otro lado; sólo se oía la quietud del sonido de los pájaros. Anduvimos en paralelo a la tapia hasta que descubrimos una torre de vigilancia; había un soldado. Yo le hice una foto allí, solo, en lo alto; él la tomó de nosotros. No hablamos”. No. Corría 1983. No había nada que hablar. Europa llevaba casi cuatro décadas dividida en dos pedazos; dos ideologías irreconciliables. Eran ciudadanos de dos mundos.

Y esa primera imagen robada del muro de Berlín fue semilla de un gran proyecto futuro en la vida del fotógrafo holandés Martin Roemers. Lo cuenta él ahora para explicar su interés por todos esos objetos arquitectónicos –ya arqueológicos se diría– repartidos por el este y el oeste de Europa, que han sido su obsesión profesional durante 11 años. “Heridas en el paisaje y en sus pobladores”, dice, que ha convertido en libro y en hermosa exposición (Relics of the cold war, Reliquias de la guerra fría) en gira desde hace meses.

Roemers siguió la pista a cuarteles, aeropuertos, búnkeres, instalaciones nucleares, túneles, aviones, tanques y montañas de municiones cubiertas por el óxido del olvido. Restos todos de lo que fue la historia tensa de este mundo nuestro a mitad del siglo pasado. Construcciones o edificios que, tal como afirma el crítico Deyan Sudjic en La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo (Editorial Ariel), “pueden ser muy reveladores acerca de nuestros miedos y nuestras pasiones, acerca de los símbolos que definen una sociedad y nuestra manera de vivir”.

“Yo mismo soy un producto, un hijo de la guerra fría”, afirma Roemers. “Nací y crecí con y entre esas tensiones políticas que acabaron con la caída del Muro en 1989. Siempre supe de Europa del Este, aunque no tenía contacto directo con Alemania, sólo iba de vacaciones. Y recuerdo bien que en la escuela organizábamos mesas redondas sobre armamento o el peligro de lo nuclear; estábamos informados, era necesario, vivíamos ahí, pegados a la alambrada”.

Su generación, tan vulnerable. “Cuando vi por televisión los actos festivos en Berlín por el aniversario de la caída del Muro el 9 de noviembre de 2009 pasado no puede dejar de pensar: ‘Cuarenta años de historia mundial que se acaban en un sarao’. Y entre tanto, una generación ha crecido sin saber qué fue aquello. Si uno teclea en Google las palabras ‘guerra fría’, entre las cientos de miles de respuestas encontrará una web que comienza así: ‘¿Guerra fría? ¿Qué demonios fue eso?”, escribe el periodista H. J. A. Hofland en el prólogo del libro de Roemers.

Fue la guerra fría un tiempo marcado en el calendario en 1945, año que indica el final de la Segunda Guerra Mundial. Dicen que en febrero, en Yalta, para ser más exactos, cuando Churchill, Stalin y Roosevelt organizaron el mundo en el Livadia Palace. “Ahí debe estar el ADN de los tres aún pegado a la mesa de la sala de conferencias, cuidadosamente conservada…”, ironiza Hofland.

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‘Relics of the cold war’, editado por Hatje Cantz Verlag. www.martinroemers.com. Algunas de sus fotos son parte de la colección del Rijksmuseum de Ámsterdam.