Los maquis en Silencio roto y La luna de lobos

Elina K.

En este diario voy a analizar la imagen ofrecida de los maquis por dos obras que hemos visto en el curso, la película Silencio roto y la novela Luna de lobos. Como ya hemos hablado sobre Luna de lobos en la clase, voy a concentrarme en la película, brevemente comparándo la imagen de maquis dada por ella con la imagen dada por el libro.

Antes de entrar en el tema, el nombre de la película se puede interpretar de varias maneras. Por una parte, como se da cuenta Deveny, en la primera secuencia de la película los pájaros están cantando y este sonido tranquilo y natural está roto por el sonido de disparos. Más tarde el silencio está roto por los gritos de las personas que están siendo torturadas por la Guardia Civil. De esta forma yo también entendí el título. Por otra parte, Conteras ofrece otra interpretación. Como él afirma, desde hace pocos años la Guerra Civil y la dictadura son temas muy populares en la literatura y en el cine; el silencio impuesto por 40 años de dictadura está siendo roto ahora. Esta interpretación se refiere al “pacto de olvido” que la gente ya no puede guardar pero el cual quizá fue necesario para una transición tranquila.

Oaknin cita a García, según quien las obras, hasta la aparición de La voz dormida, han ignorado el protagonismo de la mujer en las cárceles, en los maquis y en la lucha clandestina. Si La voz dormida es una novela que representa el tema desde punto de vista de la mujer, Silencio roto es una película que hace lo mismo. No solamente la protagonista es una mujer, sino también hay varias otras mujeres a las que se da la voz. Durante la película entramos en las mentes de estas mujeres, mientras los hombres del pueblo tienen un rol más pasivo.

Dado que la protagonista es una mujer y sabiendo que generalmente los maquis tenían actitudes negativas hacía la estancia de las mujeres en el monte, en Silencio roto no observamos la vida de los maquis desde cerca. Más bien, formamos una imagen de los maquis con los ojos de las mujeres del pueblo. En esto la película difiere del libro Luna de lobos: el protagonista de la novela es un maqui y nos ofrece una visión del monte, de la naturaleza, del frio que hacía, del cansancio y del hambre que pasaba. A veces él y sus compañeros bajaban a los pueblos, donde estaban por ejemplo las mujeres de algunos de ellos. Ahora en Silencio roto estamos en ese pueblo, mirando a los maquis desde allí.

La película representa las diferentes fases de los maquis. Deveny llama a estas fases la resistencia, el triunfo pasajero y la derrota final (p.4). Al principio los maquis tienen que huírse de la Guardia Civil pero resisten, en la segunda fase consiguen tomar el pueblo al entrar en la iglesia durante la misa pero al final están capturados y ejecutados. Los años van pasando a lo largo de la película, movemos del 1944 al 1948. Los acontecimientos coinciden con lo que dice Secundino Serrano en la entrevista por Muñoz: los años del 37 al 44 se caracterizan por los huídos, la guerrilla en sí tiene lugar del 45 al 47 y los últimos años del 48 al 52 están ya marcadas por la inevitable derrota. Según Serrano, apasionado investigador de “los del monte”, solamente los años 44-45 ofrecieron una verdadera posibilidad para un cambio de regimen.

Aunque la película nos muestra el triste fin de los maquis y especialmente del amado de Lucía, Manuel, los maquis se caracterizan por la esperanza. En general, no se les ve tan sufridos como se podría esperar. Están motivados por su ideología, quieren terminar con la injusticia y la opresión y luchar por un mundo mejor aunque les cueste la vida. Sin embargo, como nota Devey, Manuel no es ideólogo y podemos ver como a veces le cuesta un poco, pide un tipo de justificación de Lucía para lo que están haciendo. Aún así, se les ve a él y a sus compañeros llenos de ilusión. También es verdad que la ilusión fue lo único que les quedaba, no podían rendirse. A mí me quedó grabado en la mente lo que Lucía decía muchas veces a Manuel, que no se le borren la sonrisa, su felicididad. También en este sentido la película difiere del libro. En Luna de lobos el protagonista parecía haberse convertido en un animal solitario del monte, no había luz al final del túnel. Aguantaba y se arrastraba adelante, sobrevivir parecía ser su única meta. Se acabó en el escondite parecido a una tumba. Creo que esto simboliza que ya estaba ´muerto´ de cierta forma. Podemos ver como Silencio roto da una imagen más viva e incluso optimista de los maquis hasta el último momento, mientras Luna de lobos describe su gradual derrota.

Se podría decir que la película tiene carácter más “colectivo” que el libro; con esto quiero decir que para mí la película es una ventana a la situación del pueblo y a la represión general, mientras la novela es una historia más personal. En la película queda claro el desdén de las autoridades hacía el pueblo, que está representada por ejemplo por la calada al cigarillo por la parte del guardia civil cuando las mujeres están esperando que descubra el cádaver o por la escena donde le obligan a uno beber la botella entera de aceite. La relación entre el pueblo junto con los maquis y la Guardia Civil es más personal en la película que en el libro. En la novela la Guardia Civil es una fuerza omnipresente e impersonal mientras en la película vemos anécdotas como las anteriores.

También hay similitudes en las presentaciones de la película y del libro. En ambos los maquis se ven como una unidad, van siempre juntos. Se niegan a rendirse, son fieles a su causa y sus compañeros. En ambas obras también ellos practican violencia aunque por ejemplo en Silencio roto no supera a la violencia practicada por la parte de la Guardia Civil. Además, ambas obras representan como España se había convertido, en palabras de Serrano, en una ratonera: huírse era muy difícil tanto por las situaciones en Portugal y en Francia como por motivos personales como la familia. Otra cosa que tienen en común las dos obras es el pesimismo en cuanto al entorno de los maquis. En la novela hay mucha descripción del monte que es un medio exigente para vivir y en la película podemos ver llegar el invierno al pueblo pobre de posguerra. El amor está allí tanto en la novela como en la película. En el libro uno de los protagonistas tiene mujer y eso afecta sus planes. En la película el amor es uno de los temas principales y le da un toque diferente en comparación con la novela. En ambos casos el amor funciona para personalizar y “humanizar” a los maquis: además de la ideología tienen sentimientos.

Creo que tanto en Silencio roto como en Luna de lobos ´los del monte´ ganan nuestras simpatias. Se representan como hombres resistentes y valientes, sin hacer que parezcan héroes, por lo menos en ese momento. Son dos historias diferentes sobre los maquis pero con ciertas similitudes. Creo que las diferencias en las imagenes de maquis resultan de las diferencias entre los protagonistas. En la película Lucía no está en el monte para experimentar las circunstacias duras; si hubiera estado, quizá la película representaría a los maquis de la forma parecida a la de la novela.

Para concluír, en las dos obras hay muchas más cosas que se podría decir sobre los maquis y de otros temas, especialmente del rol de la mujer y la simbología, pero mi intención ha sido explicar que impresión las obras me dieron personalmente de los maquis. Ambas historias son tristes, aunque la otra con algo de esperanza. Creo que pueden ser representaciones hasta cierto punto realísticas de la época tan triste. Lo que me gusta en ambas obras es que no exaltan a ningún grupo, más bien ofrecen una imagen de los horrores que tuvieron lugar en la España de posguerra.

-Contaras, Pablo. Silencio roto (solo en parte). El franquismo y la transición en la historiografía vasco-navarra. Vasconia 34, 2005, 383-406. Acceso web: www.euskomedia.org/PDFAnlt/vasconia/vas34/34383406.pdf (cons.24.2.2010)

-Deveny, Thomas. Una nueva perspective sobre los maquis: Silencio roto y La guerrilla de la memoria. Acceso web: http://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/11402/1/Quaderns_Cine_N3_05.pdf (cons.24.2.2010)

-Garcia, Luis. Entrevista a Dulce Chacón. En: Literaturas.com. Revista Literaria Independiente de los Nuevos Tiempos, 2003, 5. Acceso web:
http://www.literaturas.com/05EspecialMaxAubDulceChaconAbril2003.htm

-Muñoz, Beatriz. Secundino Serrano: Maquis, historia de la guerrilla antifranquista. Acceso web: http://www.uce.es/DEVERDAD/ARCHIVO_2001/15_01/31_maquis.html.  (cons.24.2.2010)

-Oaknin, Mazal. La reinscripción del rol de la mujer en la Guerra Civil española: La voz dormida. Acceso web: http://www.ucm.es/info/especulo/numero43/vozdorm.html (cons.24.2.2010)

El narrador-protagonista en Luna de lobos y La lluvia amarilla

Hace un año leí la segunda novela de Julio Llamazares La lluvia amarilla (1988) y ahora Luna de lobos me ha hecho pensar otra vez sus temas y características puesto que, aunque las tramas son muy distintas, las novelas comparten muchos aspectos. Uno de los rasgos que destacan es la sensación de subjetividad y percepción íntima proporcionado por la voz narrativa de un narrador-protagonista. El tipo de narrador que Llamazares ha elaborado en sus dos primeras novelas parece perfecto tanto para conseguir la intimidad y confianza del lector como para transmitir reflexiones acerca de la soledad, la memoria, el olvido y la muerte, y proporsionar una visión del mundo que algunos autores han considerado romántica o neorromántica.

Los protagonistas de las dos novelas han optado por un aislamiento del mundo que se ha vuelto desfavorable o hóstil a sus ideales. Después de la derrota en la Guerra civil, Ángel, el narrador de Luna de lobos ha huido a los montes con tres comapañeros que a lo largo de la novela son eliminados uno tras otro hasta que el protagonista queda completamente solo. En cambio, Andrés, protagonista de La lluvia amarilla es el último habitante de un pueblo abandonado en los pirineos, un anciano que en su lecho de muerte sigue resistiendo al olvido y en vano añora un mundo perdido para siempre.

El destino de los dos narradores-protagonistas está presente ya desde las primeras páginas de las obras por el tiempo verbal empeñado por ellos mismos. En el caso de Ángel, que cuenta la historia en el pretérito, es de suponer desde el principio que va a sobrevivir los acontecimientos venideros (para contarlos luego), lo que ofrece al lector un cierto alivio en medio de la persecución jadeante que sufren Ángel y sus compañeros, mientras que la tensión de La Lluvia amarilla se debe mucho al hecho de que Andrés narra desde el tiempo presente en espera del punto final, de ”los hombres de Berbusa que vienen a buscarle” y de la muerte, lo que hace suponer que el libro no puede acabar sin que acabe también su historia.

En un diálogo, como un fragmento metaficcional, Ángel dice que, desde su sitio, ve todo al igual que dios: efectivamente, el mundo de la obra consiste en lo que Ángel percibe y nos cuenta. Aunque Ángel no este omnipresente como dios, su punto de vista está presente en lo que se cuenta y sólo puede contar lo que ve en ese momento y tan sólo lo que abarca su vista, como el mismo autor afirma (Hammerschmidt). También surge mismo tipo de metaficcionalidad en las reflexiones del narrador de La lluvia amarilla. ”El tejado y la luna. La ventana y el viento. ¿Qué quedará de todo ello cuando yo me haya muerto?” (p. 43) Aunque una nota previa en el libro afirma que el pueblo Ainielle existe, ciertamente las palabras del narrador hacen el mundo del libro existir y construyen las verdades que lo reinan. Su pregunta también tiene que ver con la idea que iguala la memoria con la vida y la muerte con el olvido. Hasta parece que Andrés no teme tanto a la muerte física como al olvido que con ella le llega para él y para su querido pueblo. Por esto espera tan ansioso a los hombres de Berbusa que, cuando le hallen, de un modo le van a liberar del agarre de la muerte. Curiosamente parece que en La lluvia amarilla no hay mucha diferencia entre los vivos y los muertos. Los muertos, al igual que los vivos, están presentes através de lo que cuenta el narrador, aunque a veces lo son más porque aparecen a Andrés como fantasmas que parecen muy reales ya que por el monólogo interior no podemos distinguir si son delirio o si es que el mundo de la obra permite su existencia. Sin embargo, al final, cuando el cuento se acaba y se acaba la vida de Andrés, las tapas del libro se cierran y su mundo, con sus vivos y muertos, deja de existir.

Una semejante asimilación de la muerte y olvido aparece ya en Luna de lobos. La nieve, un símbolo de doble sentido, que surge a veces junto con la muerte, a veces con el olvido, forma en el fin un síntesis de los dos, cuando Ángel, rechazado por su hermana, el único pariente que sigue vivo, decide dejar atrás el mundo que le ha vuelto la espalda y, huyendo en tren, sólo tiene ya “nieve dentro y fuera” de los ojos (185). Ha dejado de existir para su pueblo, como su pueblo deja de existir para él y como, para tantos años, los maquis dejaron de existir para los españoles, si no fuera por las leyendas transmitidas de boca a boca que Llamazares recuerda con cariño en un epitafio (En Babia, 94) escrito a un maquis perseverante que inspiró en parte Luna de lobos.

Llamazares, que antes de debutar como novelista publicó dos libros de poemas, conserva, como afirman María Carmen Herrero y Ana Benages Gimeno, en sus novelas el latido de la poesía. Los narradores de las dos novelas empeñan el mismo ideolecto y hasta las mismas metáforas en punto de convertirse en símbolos. Por ejemplo el río sirve en ambas novelas como un habitual símbolo de la vida y el tiempo. “El tiempo fluye siempre igual que fluye el río: melancólico y equívoco, al principio, precipitándose a sí mismo a medida que los años van pasando” (La lluvia amarilla p. 106) En Luna de lobos el río enmudece de repente “como si hubiera muerto” (p. 24) cuando Ángel se asusta al escuchar unos pasos en la oscuridad de la noche. Estos ejemplos sirven también para demostrar el diferente ritmo de las novelas y las condiciones en que viven sus protagonistas. Andrés ya no hace más que espera que llegue la muerte a poner fin a su vida que de un modo ha acabado ya (“mi corazón ya estaba muerto el día que se fueron los últimos vecinos” p. 107), y Ángel está agarrando la vida porque cualquier momento puede ser su último. Correspondientemente Luna de lobos está impregnado por diálogos que por su parte impulsan la narración. Son ausentes solamente en el final, donde Ángel ha quedado solo y predomina el monólogo interior que es también la forma narrativa de La lluvia amarilla. En cambio un recurso abundante en La lluvia amarilla, analepsis, manifiesta su ausencia casi total en Luna de Lobos.

Las dos novelas desarrollan algunos temas políticos o sociales, como es el olvido activo de “los del monte” por la historiografía franquista o la despoblación rural en la segunda mitad del siglo XX, pero aún así, como indica José María Izquierdo, a diferencia del neorrealismo y realismo social de los años cincuenta, por ejemplo, el reproche es más bien íntimo y humano, narrado por un ”yo” subjetivo que reacciona ante estos fenomenos. Los elementos naturales en las dos novelas son constantemente personificados, lo que hace las sensaciones del narrador más eminentes: “Hacia el mediodía reventaron las nubes. Ya no soportaban tanto silencio.” (Luna de lobos, p. 43) Por la intensa relación entre la naturaleza y las sensaciones del protagonista, Izquierdo ha utilizado la palabra neorromántica con respecto a la obra de Llamazares. La idea está también apoyado por un artículo de Llamazares (En Babia, p. 19) en que esboza un síntesis de la tendencia religiosa de un ser humano y el ecologismo imprescindible para nuestros tiempos. Denomina a esto nuevo panteismo. Hasta se puede arguir, al igual que hacen Herrero y Benages Gimeno, que en las novelas de Llamazares subyace una concepción del paisaje como un ser vivo capaz de guardar la memoria colectiva.

Aparte de los narradores-protagonistas, en las novelas aparecen otras personajes, pero ¿algunos de ellos se los pueden considerar protagonistas? En Luna de Lobos el grupo de Ángel está formado por cuatro hombres de las cuales Juan aparece brevemente y tiene función sólo como hermano de Ramiro. También Gildo queda distante, porque el narrador no le presta mucha interés y además muere en la mitad de la novela y así no lo llegamos conocer más que someramente. De esta manera nos queda Ramiro que, como ha notado Diana Diaconu, es el protagonista de la acción. Sin embargo, llegamos a saber muy poco de lo que él piensa o siente. Ramiro es una persona que muchas veces calla, y a Ángel le resulta difícil reconocer en él a aquel niño que conocía porque ya es “sólo un hombre lejano e inaccesible” que “observa con mirada descifrable.” (p. 72) De un modo el silencio de Ramiro le hace un personaje más compleja y vivo, pero también el acto de intentar descifrarle subraya el protagonismo de popio Ángel y incluso hace más evidente su soledad. Semejante relación, la soledad cuasada por la distancia de una persona cercana, podemos descubrir también entre Andrés y Sabina. Aunque no demasiado preocupado por los pensamientos o sentimientos de su mujer, Andrés la necesita (al igual que Ángel a su compañero) para no quedar solo y para pertenecer al mundo de vivos. Luego cuando Sabina se suicida (como Ramiro), la soledad existencial(ista) da paso a una soledad absoluta, donde el mundo interior de Ándres sustituye al mundo exterior y comienzan sus delirios. En el caso de Ángel, la muerte del compañero (y la del padre) le expulsa del seno de la humanidad hasta que resigne su identidad.

En este diario de aprendizaje he demostrado algunas semejanzas entre los narradores-protagonistas de las dos primeras novelas de Julio Llamazares. Seguramente quedan muchas para descubrir, pero de todos modos espero haber revelado algunos de los más importantes que de igual manera transmiten la sensación de subjetividad y una visión romántica del mundo junto con planteamientos sobre la soledad, la muerte y el olvido.

DIACONU, Diana N.: ”Luna de lobos de Julio Llamazares: el narrador-protagonista a partir del pacto narrativo” Anuario de estudios filológicos, Vol. 29, 2006, pp. 19-25.
HAMMERSCHMIDT, Claudia: ”Espectrología o La escritura intermedial de Julio Llamazares” 2008 http://congresoespanyola.fahce.unlp.edu.ar/programa/ponencias/HammerschmidtClaudia.pdf
HERRERO, Mª Carmen y Benages Gimeno, Ana: ”Aproximación a Luna de lobos de Julio Llamazares” http://www.alectura.educa.aragon.es/pdfmonogra/lunadelobos.pdf
IZQUIERDO, José María: ”Julio Llamazares: Un discurso neorromántico en la narrativa española de los ochenta”, Iberoromania 41/1995, pp. 55–67
IZQUIERDO, José María: ”Memoria e identidad en tiempos de amnesia: Manuel Vázquez Montalbán y Julio Llamazares”, Oslo/Lund, 1995 http://folk.uio.no/jmaria/VazquezMontalban/Vazquez =Llamazares.pdf
LIIKANEN, Elina: La lluvia amarilla de Julio Llamazares: ¿un monólogo autónomo? Helsinki, 2003. https://oa-doria-fi.libproxy.helsinki.fi/dspace/bitstream/10024/946/1/lalluvia.pdf
LLAMAZARES, Julio: En Babia, Seix Barral, Barcelona, 1991.
LLAMAZARES, Julio: La lluvia amarilla, Seix Barral, Barcelona, 1988.
LLAMAZARES, Julio: Luna de lobos, Seix Barral, Barcelona, 1985.
PARDO PASTOR, Jordi: ”Significación metafórica en La lluvia amarilla de Julio Llamazares”. Espéculo 21, año VII, julio – octubre 2002 http://www.ucm.es/info/especulo/numero21/amarilla.html

Diario de aprendizaje, Reeta K.

En su obra Luna de lobos Julio Llamazares cuenta la historia de cuatro hombres republicanos ocultados en las montañas en los años posteriores a la Guerra Civil.  La obra no concentra en  sucesos históricos ni políticos,  sino cuenta la historia de los hombres por el punto de vista de uno de ellos, llamado Ángel. La historia empieza en el año 1937 y termina en 1946.

El libro se divide en cuatro partes. Después de la segunda parte, ya estamos en el año 1943, y los hombres todavía siguen en las montañas, aunque la guerra ya ha acabado. Ángel y sus compañeros parecen muertos, enterrados vivos. Solo pueden mirar por prismáticos la lejana vida de sus familiares y vecinos en el pueblo. Pero su propia vida es muy dura: tienen que dormir durante las horas de luz y buscar alimentación y leña durante la noche. Parece que la única posibilidad de sobrevivir es adaptarse a su entorno. Se convierten en animaliños que viven en las montañas, en lobos, serpientes, búhos. En una ocasión Ángel dice: “Corro como el recebo, y oigo como la liebre y ataco con la astucia del lobo. Soy ya el mejor animal de todos estos montes.” (p. 109). El animal salvaje de las montañas es como un símbolo de estos guerrilleros fuera de la ley.

Finalmente parece que se realmente convierten en animales. Están dispuestos a hacer cualquier cosa para salvar la vida, cometen crímenes cada vez más graves. Cuando Ángel y sus compañeros están secuestrando el minero, y este critica las malas acciones de ellos, Ángel responda a él: “Coja usted un animal doméstico, el perro más noble y más bueno. Enciérrelo en una habitación y azúcelo. Verá como se revuelve y muerde. Verá como mata si puede.” (p. 82) Luna de lobos es un análisis del instinto primario de supervivencia que puede llevar a un hombre acosado hacia la violencia.

Yo no sabía antes de leer el libro que muchos de los republicanos pasaron tantos años en las montañas separados unos de otros. La resistencia debe haber sido muy difícil desde este punto.

Adiós a Gorete

JULIO LLAMAZARES El País – 14/12/1990

El pasado día 17 de noviembre fallecía en León, a la edad de 87 años y en el más oscuro de los anonimatos, Gregorio García Díaz, Gorete. A la mayoría de los lectores, seguramente, ni el apodo ni el nombre les dirán nada. Pero a quienes, como yo, los aprendimos al arrimo de la lumbre o caminando en la nieve cuando los años cincuenta se despedían de España -y a quienes, sobre todo, tuvimos la fortuna de llegar a conocer al hombre que con su vida alimentó de leyendas las largas noches de invierno de nuestra infancia-, el nombre de Gorete nos trae recuerdos de un tiempo que ya se ha ido y de un mundo en el que los cuentos servían para decir lo que la radio callaba. Gregorio García Díaz, Gorete, había nacido en Lillo, un pequeño pueblecito de León colindante con Asturias, allá por el año de 1903, en el seno de una humilde familia campesina dedicada, como todas en la zona, al cuidado de los prados y las vacas. Campesino fue también él, lo mismo que sus abuelos y que sus padres y, aunque desde muy joven dio muestras de su particular tesón y de un temple y valentía extraordinarios (durante los años de la República, por ejemplo, llevó a cabo en solitario la aventura de viajar en bicicleta hasta Madrid; y vuelta, pedaleando 800 kilómetros durante una semana, para asistir a un mitin de Manuel Azaña), nada hacía presagiar que, con el tiempo, su apodo acabaría convirtiéndose en un nombre de leyenda para los habitantes de aquella zona de España.

Todo empezó con la guerra. Una guerra que a Gorete, entonces de 33 años, le sorprendió en su pueblo dedicado a la política local (fue presidente del pueblo con tan sólo 27) y al cuidado de sus prados y sus vacas y que le arrastró en seguida, después de atravesar en plena noche las montañas, a combatir en el frente del Norte enrolado en las tropas republicanas. Cuando éste cayó en el otoño de 1937, Gorete, como tantos, se escondió en las montañas y así fue como empezó la increíble aventura que le iba a convertir en un nombre de leyenda y en un mito popular para todos cuantos nacimos y vivimos hacia la mitad del siglo en las perdidas aldeas de los montes leoneses y asturianos. Lo que empezara una noche como una huida desesperada se iba a acabar convirtiendo -sin que el propio Gorete entonces, claro está, lo imaginara- en una de las páginas más crueles de la guerra y en uno de los destierros más solitarios de los que guarda memoria la última historia de España: durante 11 años, tres meses y cinco días (años, meses y jornadas que Gorete apuntó en su propio cinto haciendo muescas con la navaja), permaneció escondido en una cueva de su pueblo, completamente solo, como un Robinson Crusoe de las montañas.

La relación de sus aventuras, reales o legendarias, es, como cabe pensar, ciertamente impresionante. Yo mismo, en Luna de lobos, la novela que escribí para recoger los cuentos que de los hombres del monte me contaron en mi infancia, intercalé dos de ellas, precisamente las mismas que algún crítico avisado descalificó en su momento por demasiado fantásticas: aquella en la que el maquis, el mosquetón a la espalda y la guadaña en las manos, siega a la luz de la luna la hierba de una familia que le ha ayudado, y aquella otra en la que asiste desde el monte y a través de los prismáticos al entierro de su padre (de su madre, en realidad, en el caso de Gorete) para bajar después en plena noche al cementerio a ver su tumba, caminando de espaldas sobre la nieve para confundir sus huellas y envuelto, para evitar ser visto, en una manta blanca. Hubo más, muchas más, alguna incluso todavía más fantástica. Como cuando escapó en plena noche a un cerco de varios guardias, o como cuando se cayó desde 10 metros de una peña y permaneció cuatro días sin poder incorporarse, temiendo haberse roto la columna y no tener otro remedio que suicidarse. Pero lo peor no fueron esas anécdotas, por más que fueran las que le hicieran a los ojos de la gente un personaje legendario. Lo peor fue el silencio, el frío de los inviernos, la soledad de la cueva durante más de 11 años. Baste saber, para imaginar el frío, que ésta estaba en lo alto de una peña, a 1.800 metros de altura y en lo que hoy es la estación de esquí de San Isidro, en la que practican los deportes de la nieve los aficionados leoneses y asturianos.

El 26 de enero de 1949, 11 años, tres meses y cinco días después de haberse echado al monte, Gorete, incapaz de aguantar ya más tiempo, se entregó a los guardias. Luego vendría la cárcel, y el trabajo, y la familia, y los pequeños paseos frente a su casa del barrio de Puente Castro, en la que yo le conocí un día, hace ahora nueve años, cuando el hombre legendario de los cuentos de mi infancia era ya un silencioso y apacible jubilado. Hasta el mismo momento de su muerte, sin embargo, Gorete, como la mayoría de los hombres que secundaron sus pasos, conservó la rebeldía y el espíritu tenaz que, al finalizar la guerra, le llevaron a esconderse en las montañas y, de la misma manera que guardaba en un armario, como si fueran reliquias, las cartucheras y el cinto y el puñal y los prismáticos, conservó hasta el último día la esperanza de que los ideales que un día le llevaron a vivir en una cueva, como si en lugar de un hombre fuera un lobo o una alimaña, se pudieran realizar en la renaciente España.

Por eso se murió sin entender demasiado. Por eso, seguramente, vivió los últimos años otro destierro -obligado, relegado como tantos al baúl de los recuerdos precisamente por el Gobierno por el que tanto lucharon y que ni siquiera se acordó de ellos para intentar resarcirles de las penurias pasadas (a Gorete, en concreto, ni el millón de pesetas aprobado a modo de limosna hace unos meses para quienes cumplieron un mínimo de tres años en las cárceles de Franco le llegó a corresponder porque, evidentemente, los 11 de la cueva no los consideraron cárcel). Por eso, precisamente, quiero ahora despedir con el mejor de mis recuerdos, en este tiempo de olvidos y en esta España moderna y desmemoriada, al hombre que con su vida alimentó de leyendas las largas noches de invierno y los días de mi infancia, cuando los años cincuenta se despedían de España y los cuentos de los viejos servían para decir lo que la radio callaba.

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Se me olvidó deciros hoy en clase que tenéis este artículo y más material relacionado con Luna de lobos y la figura del maquis en la carpeta que está delante de mi despacho.