Perdonar no es olvidar

NATALIA RUPÉREZ El País06/05/2010

Los sacaron de sus casas. Fueron vilmente asesinados sin ningún tipo de explicación ni juicio previo alguno y los sepultaron bajo tierra para que se los tragara el olvido. Eran gente normal, como cualquiera de nosotros, trabajadores, campesinos, padres de familia. Su único delito fue simpatizar con un régimen legal y democráticamente establecido por las urnas. No se dignaron tan siquiera ni a decirnos dónde estaban. Tuvimos que buscar para poder encontrarlos y desenterrarlos de cunetas y tapias de cementerios. A muchos hoy seguimos sin poderlos localizar. Pero un controvertido juez intenta ayudarnos a encontrar a los que todavía quedan desaparecidos. Él ha querido llegar adonde la Ley de Memoria Histórica no se atreve: a 70 años de silencio, de mentiras, de olvido de parte de la historia de nuestro país y de la nuestra. Pero este juez se ha tropezado con los herederos de aquellos asesinatos y ahora es a él al que quieren eliminar. Y nos piden que callemos por el bien de lo que se llamó “una buena y ejemplar transición”. Pero ¡perdonar no es olvidar!, ¡ni tampoco callar!

El símbolo Garzón

SAMI NAÏR El País – 24/04/2010

Es la persecución, ahí está la presa. ¡Ya es la hora del castigo! Todo transcurre como si Baltasar Garzón fuera perseguido sólo porque es una persona que resulta incómoda, un símbolo de esa justicia universal que muestra tantas dificultades en consolidarse ante las razones de Estado y los imputados protegidos por instituciones sólidamente conservadoras. De las tres causas abiertas contra él, está claro que lo que constituye a ojos de sus adversarios un motivo para acusarlo de un delito de lesa majestad es la ruptura del pacto de silencio sobre el pasado de España, sumado al papel de inquisidor de la corrupción en el sistema político. Hay algo efectivamente denigrante en el intento de manchar la reputación de esta persona, por ahí donde la condena moral es más estigmatizante: el crimen de prevaricación, es decir, de deshonestidad material. ¡Pardiez! He aquí un juez que se ha ganado la fama de azote de la corrupción, de enemigo irrevocable de traficantes de todo tipo, y que no es, él mismo, más que un especulador venal. Y, ¿es aceptable, sugieren, que una persona como ésa, juez por añadidura, quiera restaurar la integridad de la identidad colectiva cuando él mismo es perseguido por falta de integridad en su cargo? Éste es el razonamiento perverso de quienes piden la cabeza de Garzón. No hay modo más eficaz para desacreditar, deslegitimar y, en definitiva, mancillar a un juez. Moraleja: aquellos que están en todas partes convencidos de que hay que decir la verdad sobre el pasado para asumir una identidad común en el presente, sin querer por ello instaurar un arrepentimiento que culpe a los vivos, se exponen a la venganza de los maestros del silencio.

Pero, ¿quién puede seriamente creer que los dramas de la Guerra civil permanecerán eternamente sellados por el silencio de una sociedad que reniega de su pasado? La paradoja a la que se ven confrontadas todas las naciones es que no pueden construir nada sólido para el futuro si no son capaces de enfrentarse a su propia historia. Y ésta nunca es un cuento de hadas, sino siempre un relato sangriento, violento y, al final, de reencuentro pacífico. Asumir la tragedia, convertirla en un momento de celebración de la memoria colectiva, es integrarla en la identidad para impedir que se repita. Que se sepa, este juez no ha declarado en ninguna parte que su investigación fuera selectiva, que quisiera emprenderla solamente con los crímenes de la dictadura franquista; que se sepa, no ha querido vengarse. Y, menos aún, reabrir las heridas que no han cicatrizado aún.

Decía Ernest Renan que una nación es “un plebiscito de cada día”. Añadía, además, que no puede construirse sin una parte de olvido, porque, si no, es un desgarro de todos los instantes. Pero el olvido no es el silencio y, menos aún, la ignorancia. El olvido necesario, y el perdón, que se convierte poco a poco en su corolario, no pueden manifestarse si no es sobre la base de un conocimiento real de los hechos. Lo que sería inaceptable, sería ver ese pasado con un solo ojo; hay que interrogar a todas las partes del drama, y dentro de cada bando. La historia es un bloque, que no se divide en verdades parciales, y las guerras civiles son siempre escuelas de barbarie. En todos los bandos.

¿Consistirá el crimen de Garzón en haber querido, basándose en el derecho, abrir ese doloroso camino de identidad común? Él, que ha lanzado tantas investigaciones porque cree en la universalidad de la justicia, debía de prever que un día abrirían una sobre él mismo, ya fuera por motivos tan frágiles como inconsistentes. Podemos estar en desacuerdo con él, pero ¿justifica eso que sea vilipendiado en su cargo?

La persecución de la que hoy es víctima y el sentido que tiene para España como para el resto del mundo, son en realidad profundamente simbólicos. Aquello a lo que se apunta en esta siniestra comedia es el papel de los magistrados que quieren hacer de la justicia, en nombre de la democracia, un arma contra todas las corrupciones y manipulaciones. Es el caso de Di Pietro en Italia, o el de todos esos jueces anónimos que, un poco en todas partes hoy en el mundo, hacen su trabajo diario de centinelas de la justicia y del derecho de la gente. Ellos se ven también afectados por el ataque contra Garzón. Es a ellos a quienes decimos sin escribirlo: “No estáis libres de ser justos”. Sin embargo, no hace falta ser adivino para comprender que un día nos daremos cuenta, inevitablemente, de cuán dañino habrá sido ese acoso a un juez culpable solamente de haber creído que podía ayudar a hacer justicia a la memoria de los vencidos de ayer.

Traducción de M. Sampons.

Cuando las injusticias no prescriben

REYES MATE El País – 20/04/2010

“La memoria abre expedientes que el derecho considera archivados”,

Walter Benjamin

El recurso a la memoria, proclamado con rabia en plena guerra mundial cuando a los vencidos no les quedaba otra arma de lucha contra la barbarie, se ha convertido en clave interpretativa de los conflictos más agudos de nuestro tiempo, incluido el que afecta al juez Garzón.

Baltasar Garzón está siendo procesado, acusado de prevaricación, por intentar dar satisfacción a las víctimas del franquismo. El juez instructor, Luciano Varela, le echa en cara desconocer principios esenciales del Estado de derecho como “la irretroactividad de la ley y de leyes como la de amnistía”. La actual querella contra el franquismo está siendo abordada desde perspectivas muy diferentes: desde la técnica jurídica y ahí el problema es cuándo una interpretación de la ley deriva en prevaricación; desde el costado político y ahí la ironía es que grupos falangistas lleven al banquillo al juez que quiso juzgar al franquismo; o también desde la cultura que somete los planteamientos del derecho a las exigencias morales de la memoria. Estaríamos entonces ante un conflicto entre la memoria y el olvido.

Si hoy la memoria resulta, aquí y fuera de aquí, tan peligrosa es porque se ha ido cargando a lo largo del siglo XX, debido a las dos guerras mundiales, de una autoridad que escapa a los controles que durante siglos habían impuesto el derecho, la política y la ética. Esa autoridad procede de unos contenidos nuevos que hoy reconocemos como propios de la memoria. En primer lugar, que no es un sentimiento sino un conocimiento. La memoria ve algo que escapa a la historia o a la ciencia. Lo que la memoria ha descubierto en los últimos años es que las víctimas del colonialismo, de la esclavitud, de la conquista o de la guerra civil son significativas, tienen significación. Claro que víctimas ha habido siempre, pero eran insignificantes o invisibles porque entendíamos que eran el precio del bienestar presente o de la transición política. Había que asumirlo como irremediable y lo que tocaba era pasar página. Eso se ha acabado. Ahora son visibles y si queremos romper una lógica política que camina sobre víctimas, hay que hacer justicia a las víctimas de la historia. No podemos plantearnos el futuro del País Vasco al margen de la memoria de las víctimas y no podemos lograr la reconciliación sin la memoria de la guerra y de la postguerra.

El segundo componente consiste precisamente en entender la memoria como justicia y al olvido como injusticia. Primo Levi cuenta que una joven le preguntó, después de oír su testimonio, qué podrían hacer ellos, los oyentes. Y Levi, que no daba una puntada sin hilo, respondió con un escueto “los jueces sois vosotros”. Extraña respuesta porque ¿qué justicia puede impartir un oyente? Eso debería ser cosa de los tribunales o de la historia. Pero Levi lo tenía muy claro. Sabía que sin memoria de la injusticia no hay justicia posible. Sin memoria la injusticia deja de ser, como si lo que en su momento fue crimen, robo o infamia, nunca hubiera tenido lugar. Nadie lo sabe mejor que el propio criminal, por eso se afana, una vez cometido el crimen, en borrar las huellas, es decir, en quitar importancia al crimen, interpretándolo como inevitable dadas las circunstancias. Los supervivientes mantenían viva esa memoria de la injusticia mientras vivían, pero, una vez idos, el testigo pasaba a las generaciones siguientes. Lo que Levi pedía a la generación de la joven es que hiciera justicia bajo esa forma modesta, pero fundamental, que es la memoria de la injusticia. La forma más perversa de olvido consiste en privar de significación y de actualidad a la injusticia pasada.

El deber de memoria alcanza al derecho en el sentido de la frase del exordio: la memoria abre expedientes criminales que las leyes de punto final o de amnistía convinieron en dar por clausurados. Algunos de esos expedientes abiertos han sido muy sonados. Recordemos el Juicio de Nüremberg. Cayó de un plumazo el sacrosanto principio, mantenido durante milenios, de que hasta los crímenes más horrorosos prescribían con el tiempo. Pues no, hay crímenes, como los del franquismo, que no prescriben aunque se invoquen dos amnistías. Pero más allá de las anécdotas, lo importante es señalar que gracias a la moderna cultura de la memoria se ha creado una cultura moral que establece una relación indisoluble entre justicia y memoria de la injusticia, de suerte que las figuras del olvido son cómplices de la injusticia. Entre las variables que un juez, también si es del Tribunal Supremo, tiene que tener en cuenta en la interpretación de la ley, la atención a las injusticias pasadas olvidadas es prioritaria porque es un deber moral. En el caso de que esa inspiración moral no haya logrado aún cambiar las leyes en ese sentido, debe condicionar la argumentación jurídica siempre en favor de dar satisfacción a las víctimas que esperan se las haga justicia. En este caso el juez Garzón está del lado de la memoria y el juez Varela, del olvido.

Reyes Mate es profesor e investigador del CSIC, autor de La herencia del olvido, premio Nacional de Ensayo.