Gelman y la “morriña futura”

El poeta argentino recoge en Santiago la distinción de Escritor Galego Universal

DIANA MANDIÁ El País21/04/2010

El poeta argentino Juan Gelman, ayer en el claustro del Pazo de Fonsexa de Santiago.- PATRICIA SANTOS

Juan Gelman, argentino, hijo de ucranios, nacido en un barrio judío de Buenos Aires, exiliado en Italia, España, Nicaragua, Francia, Estados Unidos y México, donde todavía vive, es desde ayer escritor gallego universal. “Algo que me confirma que soy argentino”, bromeó tras recibir la distinción que cada año, desde 2006, otorga la Asociación de Escritores en Lingua Galega (AELG) . Tras varios días en Galicia, en los que dictó conferencias -como la del lunes en A Coruña- y ejerció de invitado de honor de la Cea das Letras, a Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) le tocó hablar de su concepción de la poesía y de su relación con los que buscaron en su país trabajo y libertad.

Gelman no los nombró a todos -“son tantos que llevaría demasiado tiempo”, -, pero sí tuvo un recuerdo para Seoane, Castelao o Lorenzo Varela, así como para los artesanos, obreros, campesinos e intelectuales que desde el siglo XIX fundaron centros gallegos por todo el país. “Todos ellos contribuyeron a la riqueza material y espiritual de Argentina”, aseguró, antes de echar mano de la “morriña futura” de su compatriota Roberto Arlt, que decía comprender la nostalgia del emigrante tras visitar Galicia en los años 30.

Gelman es el segundo latinoamericano distinguido con el premio de Escritor Galego Universal tras Elena Poniatowska, que lo recibió el año pasado. Como la escritora y periodista mexicana, el poeta argentino, de 79 años, sigue escribiendo y opinando sobre un mundo que no deja de preocuparle. “Vivimos una época gris, en un mundo globalizado en el que lo material se impone y el poder intenta manufacturarnos y uniformarnos”, aseguró. En ese mundo, lamenta, no hay mucho lugar para “el difícil menester de la escritura”, y menos para el verso. “La poesía es inútil porque no tiene valor de mercado. Tampoco Saturno lo tiene, pero la poesía está cargada de vida”, defendió.

Cuando en 2007 recibió el Premio Cervantes, algún periodista le hizo la pregunta de rigor Le pidió que definiera la poesía. “Un árbol sin hojas que da sombra”, declaró entonces. La misma frase elegida para titular su discurso de agradecimiento, que pronunció en el Salón Nobre del Pazo de Fonseca ante el presidente de la AELG, Cesáreo Sánchez Iglesias; el conselleiro de Cultura, Roberto Varela, y la vicerrectora de Cultura de la Universidade de Santiago, Elvira Fidalgo Francisco. Todos resaltaron la dimensión ética y estética de la obra de Gelman. “No escapó a la realidad de su tiempo, aun cuando le expropiaron su patria, sus lugares de amor y de infancia”, recordó Sánchez Iglesias.

La vida del poeta que se hizo la pregunta que respondería Mario Benedetti, otro exiliado universal –¿Y si Dios fuera una mujer? era el verso- explica también la de la Argentina de las últimas décadas. No sólo por ser el poeta vivo más conocido de su país, sino también por sufrir en carne propia las mismas tragedias que otros muchos de sus compatriotas. El exilio y la pérdida de sus hijos y de su nieta, que recuperaría muchos años después, hicieron mella en su carácter y en su obra, a medio camino entre el intimismo y el realismo crítico. Cesáreo Sánchez Iglesias citó al periodista mexicano Carlos Monsivais para explicarlo: “La existencia del horror requiere la poesía”.

En realidad Juan Gelman escribía desde mucho antes del horror, por lo menos el que le tocaría vivir en su familia. Su primera obra, Violín y otras cuestiones (1956) nació a la sombra de su militancia en el Partido Comunista y de la revista Pan duro, que no marcaba fronteras entre poesía y política. El Juan Gelman joven que todavía vivía en Buenos Aires experimentaba entonces con el lenguaje de los suburbios, el mismo de la canción popular. En 1963 vivó la luz Gotán, tango en argot lunfardo, y ya entonces llamaba a resistir (hay que aprender a resistir/ no a irse ni a quedarse/ a resistir). Gelman aprendió a hacerlo: en 1976, tras el golpe que encumbró a Videla al poder, dejó Argentina para comenzar su largo periplo como exiliado. En 1982, poco antes del fin de la dictadura, falleció su madre, y Gelman escribió para ella, entre Ginebra y París, un extenso poema de despedida. Vos / que contuviste tu muerte tanto tiempo/ ¿por qué no me esperaste un poco más?, se preguntaba el exiliado Gelman.

Argentina reconquistó la democracia, pero el poeta no regresó. En 2007 salió de la imprenta su última obra, Mundar, y a pesar de su longevidad no ha dejado de escribir. Habla de “obsesión” para explicar su apego a los versos, y confiesa que los poemas nunca se le acaban. “No hay palabras gastadas, la poesía es lo que no se puede nombrar”, aventura. Por eso los temas que aún le atormentan -la infancia, el amor, el exilio o la revolución-lo convierten, dice, no en el Dios Poeta de Huidobro, sino “en un mendigo que persigue una magia que no se le da”.

Los primeros poetas de la Democracia

Nacidos en los ochenta, reivindican unos versos de fusión íntima que huyan de la militancia

Erika Martínez, Pablo López, Laura Rosal, Alba González, Cristian Alcáraz. – J. GÓMEZ

PAULA CORROTO – Público – 19/04/2010 01:00

Pertenecen a la generación que creció con la serie de dibujos animados Bola de dragón, pero en sus poemas no hay ni Gokus ni Krilines. Tampoco Oliver ni Benjies.

Pablo López, Erika Martínez, Alba González, Cristian Alcaraz y Laura Rosal, nacidos entre 1979 y 1990, y con su primer poemario recién salido de la imprenta, están bastante alejados de las referencias nostálgicas con las que quiere enganchar la publicidad. También del debate entre poesía de la experiencia o individualista. Compromiso político o interés por los aspectos formales y por la literatura. Tradición o modernidad. Verso libre o corsé estrófico. “Nosotros hacemos fusión. Somos una generación que ha perdido el miedo a hacer lo que le gusta”, resume Erika Martínez.

Esta semana han participado en los talleres del festival Cosmopoética de Córdoba. Son los poetas emergentes. Escriben porque leen, para pensar, porque es más fácil que no hacerlo, para relacionarse consigo mismos. Son frescos, críticos, pero sin romper con las generaciones más inmediatas. Al contrario, se consideran deudores de los poetas nacidos en la década de los setenta (Carlos Pardo, Mercedes Cebrián, Abraham Gragera, Agustín Fernández Mallo, entre ellos), los primeros que llevaron a su poesía los fenómenos de la globalización, las nuevas tecnologías y una nueva reflexión sobre la definición del ciudadano en torno al consumo, según teoriza Martín Rodríguez-Gaona en Mejorando lo presente. Poesía española última (Caballo de Troya). “Nosotros nos estamos aprovechando de sus hallazgos”, señala Pablo, que también ve como una influencia a poetas norteamericanos como John Ashbery.

Sin embargo, tampoco sienten temor a mirar hacia más atrás para reinterpretar a grupos poéticos como el del 27. “La Guerra Civil supuso un corte sobre la percepción de aquella época. Creo que tenemos cosas que descubrir, sobre todo de la obra que hicieron las mujeres aquellos años. Y a nivel poético hay tradiciones que recuperar”, señala Alba, que trabaja en una tesis sobre las mujeres ensayistas del XIX. No son rupturistas absolutos.

Los nacidos en los ochenta quieren saber cuál es nuestra historia, de dónde venimos. Se preocupan por los problemas sociales violencia de género, pero no desde una militancia poética. “Nosotros trabajamos más la Historia de forma simbólica. No hay un discurso explícito”, apostilla Erika. “Son problemas que nos interesan, pero desde el individuo”, afirma Pablo. Lo suyo es una poesía más íntima. En algunos casos como el de Cristian Alcaraz (Málaga, 1990), personalísima. Su poemario Turismo de interior trasluce una fresca iniciación en el sexo homosexual. “Creo que he sido muy sincero. Posiblemente mis próximos poemas no me muestren tanto a mí”, aclara.

Cinismo y pesimismo

El topicazo de ser la primera generación nacida en democracia les ha acompañado siempre. Sin embargo, no creen que las cosas vayan a mejor. Eso sí, sus acciones basculan entre el cinismo, el pesimismo y la necesidad de no callarse. “Creo que no va a haber grandes transformaciones. Y no creo para nada en el progreso”, dice Erika. “Ya, pero el pesimismo no nos hace avanzar”, contrarresta Alba. “Lo que sí que ha desaparecido es el concepto de revolución”, cuestiona Pablo en un pequeño rifirrafe durante la conversación.

¿Y qué opinan de los soportes electrónicos? Ellos fueron los primeros en crecer con un ordenador (a pesar de no existir Internet ni los móviles), pero aún recuerdan los trabajos escritos a mano y alguno, como Alba, prefiere el bolígrafo a la tecla. También se muestran asombrados ante los análisis sobre las redes sociales o Google. “Como estamos en Face-book ya se dice que cambia el contenido de los poemas. Yo creo que no tanto. Eso sí, a mi, Googlebooks me salvó la vida en la tesis”, reconoce Erika.

Ahora esperan que llegue el e-book, aunque sin prisas. Son de una generación que todavía creció con el papel. Son un grupo mixto. Los primeros poetas nacidos en democracia. Quizá todavía en transición.