“El madrileño es un ser difícil de comprender”

Una exposición repasa el Madrid descrito por el escritor Josep Pla en su obra

Josep Pla en el despacho de su domicilio de Llofriu, en Girona. – efe

JESÚS ROCAMORA – Público – 01/03/2010 08:20

“No hay nada como alejarse un poco para curarse de la psicosis de la proximidad, de la deformación de la proximidad, de la que todos estamos atacados. Hay que viajar para aprender a conservar, a perfeccionar, a tolerar”, escribía Josep Pla (1897-1981) en el prólogo de Viaje en autobús, en 1941. Hubiese sido raro que este trotamundos con boina de payés, que hizo del género de viajes una de las patas de su obra, que trabajó como corresponsal en París y Roma y que publicó guías de la Costa Brava, Catalunya y Mallorca, no hubiese parado en Madrid y hubiese volcado en notas y artículos sus impresiones.

Pla, considerado “el más importante narrador catalán del siglo XX, el fundador de hecho de la prosa narrativa moderna en esta lengua”, según Santos Sanz Villanueva, estuvo dos temporadas en la capital, una en 1921 y otra en 1931-1936, hasta poco antes de estallar la Guerra Civil. De ambas saldrían Madrid. Un dietari (1929) y Madrid. Ladveniment de la República (1933), que sirven de base para la exposición El Madrid de Josep Pla, que desde hoy puede visitarse en el Centro Cultural Blanquerna de Madrid.

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El brigadista era cubano

El voluntario que aparece en la foto que Zapatero quería regalar a Obama zarpó de Nueva York, pero no nació en EE UU – Aún se ignora su nombre

La fotografía del brigadista cubano realizada por Agustí Centelles.-

NATALIA JUNQUERA El País01/03/2010

Era el regalo perfecto. La foto de un brigadista afroamericano para un presidente afroamericano que planeaba viajar pronto a Madrid. No era ni la fría guía turística de Barcelona que Zapatero le había regalado la última vez, ni el socorrido jamón con que obsequió al presidente ruso.

Era algo más sentimental: una imagen tomada por el fotoperiodista Agustí Centelles durante la Guerra Civil a un hombre negro que había viajado desde Estados Unidos a España para defender con el bando republicano, en la brigada Abraham Lincoln, la democracia. Sólo faltaba averiguar su identidad. Un equipo de expertos de tres países (EE UU, Cuba y Guayana) ha realizado importantes hallazgos tras dos meses de investigación.

“Vimos el artículo en EL PAÍS de diciembre que hablaba del asunto y nos pareció un desafío, y desde entonces hemos llevado a cabo una investigación casi detectivesca”, cuenta Sebastiaan Faber, profesor de estudios hispánicos y miembro de la junta directiva del Archivo de la Brigada Abraham Lincoln (ALBA, en sus siglas en inglés), ubicado en la Universidad de Nueva York. Faber y su colega James D. Fernández bucearon en el material del archivo, creado en 1979 por veteranos de la Brigada Lincoln y alimentado desde entonces por una ingente documentación: desde fotografías a diarios de los propios brigadistas. Así, dieron con otra foto, tomada en el barco Champlain en Nueva York, en la que el mismo hombre posa con otros voluntarios.

La foto de Centelles fue tomada el 17 de enero de 1937 en Barcelona. “El seis de enero los voluntarios habían empezado a desfilar por la ciudad. El primer barco había partido de Nueva York a finales de diciembre. Y el Champlain, el seis de enero”, dice Faber. Siguieron su rastro. El hombre de la foto durmió en el Castillo de Figueras, llegó a Barcelona una mañana, desfiló por la tarde y por la noche partió hacia el campo de entrenamiento en Albacete.

En otra foto tomada por Centelles ese mismo día vieron que el brigadista negro sostenía una bandera en la que además de Brigada Abraham Lincoln se podía leer “Centuria Antonio Guiteras”. Y entonces se fijaron en la persona a la que el brigadista rodeaba con el brazo en el Champlain: Rodolfo de Armas, líder de esa centuria, un estudiante cubano de medicina que se había destacado en las protestas contra el presidente cubano Gerardo Machado. “Murió en el Jarama y se convirtió en un héroe para los cubanos”.

Así fue como descubrieron que el brigadista negro no era estadounidense, sino cubano. “No tenemos dudas. Era un cubano exiliado, muy activo en los círculos izquierdistas de Nueva York y que salió de EE UU para integrar el núcleo cubano del Batallón Lincoln”. La pista definitiva la encontraron en el libro de otro brigadista, John Tisa, titulado Tisa, Recuerdo de la buena lucha: una autobiografía de la guerra civil española, escrito en 1985, y que incluía una foto en la que volvía a aparecer el brigadista negro, al que el autor llamaba Cuba hermosa.

Cuba hermosa es una expresión de una canción política de la época, titulada Lamento cubano. Sólo es el apodo porque el equipo de investigadores aún no ha encontrado el nombre verdadero del brigadista de Centelles. “En la lista de embarque del Champlain hemos ido eliminando los nombres conocidos y nos hemos quedado con cinco: Bienvenido Domínguez, Faustino García, Juan Godoy, Ricardo Pérez y Ronaldo Rodríguez. Uno de ellos es él”.

La II Guerra Mundial en imágenes inéditas

ISABEL GALLO El País01/03/2010

Foto: Imagen de la serie de Canal de Historia II GM. Los archivos perdidos.-

“Te escribo desde un refugio, en un descanso del combate y entre el ruido ensordecedor de los aviones. El cielo está cubierto de humo, escucho gritos de dolor. Nuestro ánimo ha decaído bastante. Dicen que los únicos que ven la guerra así son los que viven…”. Este testimonio es un fragmento de una carta que Rockie Blunt, soldado de Infantería estadounidense, envió a su familia desde el frente europeo. Este aspirante a batería de jazz en su vida civil es uno de los 12 protagonistas que aparecen en II GM. Los archivos perdidos, una superproducción que Canal de Historia (dial 64 de Digital +) estrenará el 3 de marzo (23.00).

La serie, de 10 capítulos, reconstruye cómo fueron aquellos seis años de contienda a través de los ojos de quienes la vivieron y padecieron. Diez militares, un reportero y una enfermera narrarán “sus impactantes experiencias personales”, dice Mercedes Rico, directora de Programación de Canal de Historia, que asegura que los documentales son “pura realidad”. “Aquí no hay estrellas de cine, ni extras, ni maquillaje, ni efectos especiales, sólo gente que sufrió, mató y vio morir”.

Nada que ver entonces con películas de trama bélica como La batalla de Midway, La delgada línea roja, Patton o Banderas de nuestros padres. Ni con héroes del celuloide como Gary Cooper, Charlton Heston, Glenn Ford, George C. Scott y Sean Penn. Y aunque Rico reconoce que Hollywood hizo mucho para que el mundo conociera la implicación de Estados Unidos en la contienda, esta serie sirve “para desmitificar lugares comunes y conocer mejor lo que sucedió”. Así, los espectadores podrán saber que Estados Unidos no tenía ningún interés en intervenir en la guerra, que la mayor parte de los reclutas que se alistaron como voluntarios o a la fuerza no sabían dónde iban y nunca habían disparado un fusil o lo escasamente preparados que estaban, tanto que los cascos pertenecían a la I Guerra Mundial. Este trabajo ha sido el resultado de dos años de investigación. Se han restaurado más de 3.000 horas de imágenes inéditas grabadas en color en los años cuarenta y que permanecían ocultas en archivos de 35 países. Muchas de ellas, “por demasiado gráficas, pueden herir la sensibilidad”, se advierte en el primer capítulo, narrado por Iñaki Gabilondo.

Pedestal para el juez

SANTOS JULIÁ El País – 28/02/2010

Como no teníamos bastante con la crisis económica y la desorientación política que afligen desde su comienzo a esta legislatura, las altas instancias judiciales han decidido entrar también en escena. En el centro de la nueva gresca, viejos conocidos: la magistrada Robles, el magistrado Garzón, los sindicatos vergonzantes de la carrera judicial, el Consejo, el Supremo, la Audiencia Nacional, y menos mal que por ahora la sangre no llega al río del Constitucional.

Todo comenzó con la trama narrativa urdida por Garzón para sentar en el banquillo a los culpables de un delito de insurrección militar contra los Altos Organismos de la Nación y todo debió haber concluido con el recurso de interpelación presentado por el fiscal de la Audiencia Nacional. No era posible procesar a los sublevados porque, como reconocía el auto de Garzón, todos y cada uno de los 35 mencionados en su lista estaban notoriamente muertos [ah, si hubieran estado vivos: ningún juez, ningún fiscal ha manifestado la necesidad de procesar a los culpables de la rebelión militar de 1936 hasta bien pasados 30 años de sus muertes]; ni cabía identificar a personas asesinadas hace seis décadas con el tipo penal de “detención ilegal sin dar paradero de la víctima”. Así lo entendió el mismo juez instructor sin más demora que la necesaria para ordenar determinadas diligencias a su mayor gloria y declararse no competente.

De manera que sólo metafóricamente puede decirse que Garzón es el primer juez que se ha atrevido en España a perseguir judicialmente los crímenes del franquismo. De lo que se trataba era de abrir un sumario contra los jerarcas del régimen que habían sido titulares de los ministerios militares, de Gobernación y de Justicia, o responsables de la estructura paramilitar de Falange. Para iniciar un procedimiento contra ese grupo, Garzón se basaba en las investigaciones sobre los crímenes del franquismo -realizadas, éstas sí, por decenas de historiadores que desde los años 80 vienen publicando listas de miles de asesinados- aunque sabía perfectamente que nunca entraría en la investigación de los crímenes vinculados a la sublevación militar por la sencilla razón de que el sumario habría de paralizarse en el mismo momento en que recibiera los certificados de defunción de los 35 muertos notorios.

El sumario se paralizó, pues, no porque la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional esté formada por un hatajo de jueces herederos del franquismo o enfermos de amnesia, esa pócima letal que nos hartamos de beber desde 1976 hasta el día de hoy; o porque nadie en la carrera judicial, excepto Garzón, se atreve a procesar a los culpables de aquellos delitos. El sumario se paralizó porque era imposible mantenerlo abierto sobre el artificio de que los asesinatos fueron desapariciones forzadas con detención ilegal permanente en una acción coordinada y dirigida por las Juntas Militares y los gobiernos desde 1936 a 1951. Que todo esto era un dislate procesal quedó claro en el recurso del fiscal Zaragoza y en la cuestión de incompetencia resuelta por la Sala de lo Penal.

¿Por qué entonces esta especie de saña vengadora que se ha acumulado sobre la cabeza de Garzón? La Sala de lo Penal del Tribunal Supremo da curso a unas querellas que debió haber desestimado de un simple manotazo; el instructor del Supremo, Luciano Varela, no satisfecho con rebatir el relato de Garzón, lo acusa de prevaricación sin ninguna evidencia de que haya cometido injusticia alguna durante el tiempo en que el sumario permaneció abierto. Y para colmo, y mostrando una vez más sus proverbiales dotes para la política, Margarita Robles, miembro de la comisión permanente del CGPJ, mueve hilos e influencias para conseguir que el Consejo suspenda al magistrado-juez antes de que sea efectivamente procesado por el Supremo.

Se diría que entre todos se han propuesto erigir un pedestal al juez perseguido por la santa inquisición. Y esto -por decirlo a la manera cínica- es peor que un crimen, es un error de alcance universal. Nada de qué sorprenderse, porque Robles es experta en la materia desde los tiempos en que, al alimón con el ministro Belloch, mostró a Garzón la puerta de salida de su frustrada aventura política. El problema es que los errores de jueces fracasados en política, y regresados a la judicatura como quien sube y baja del tranvía, los pagamos todos. Y todos vamos a pagar este nuevo rifirrafe entre jueces políticos que con sus enconos y querellas por el poder han logrado convertir aquellos polvos de 1994 en este lodazal de 2010.

Genocidas

RAMÓN MUÑOZ – El País 28/02/2010

Andan a la greña los juristas sobre el proceder del juez Baltasar Garzón por abrir un proceso contra los criminales del franquismo. Dejando al margen la suerte que corra el magistrado, llama la atención la porfía paralela que se ha montado sobre la prescripción de los crímenes contra la humanidad, pues a nada que se aticen en Google los magnos personajes de la historia, uno no encuentra sino una interminable dinastía de genocidas. Y, ¿quién los juzgó?

La propia historia está escrita al dictado, cuando no directamente por la pluma de sus grandes carniceros. Sus crímenes, lejos de condenarse, son sometidos luego a un impenitente revisionismo por los historiadores nacionales (y nacionalistas), bajo el dogma infalible de que los genocidas que ganaron nuestras guerras se convierten automáticamente en conquistadores y héroes, dejando si acaso a los perdedores el atributo de criminales.

Salvo pervertidos, nadie duda de que Hitler, ese irrisorio cabo de la I Guerra Mundial, fuera un malhechor sanguinario que condujo al mundo al horror. Pero seguro que tacharían de lunático al que dijera lo mismo de Napoleón, ese corso enano y resentido que, en nombre de la revolución, ahogó en sangre a Europa entera. ¿Acaso el pequeño cabo -como también llamaban sus soldados a Bonaparte- no se proclamó legítimo salvador de Occidente e invadió la gélida Rusia, donde nada se le había perdido, dejando millones de muertos a su paso, como un siglo y medio después hiciera el caudillo del Tercer Reich? Y, sin embargo, no puedes andar dos manzanas en París sin ver su nombre o el de sus mariscales en algún letrero, monumento, o en la etiqueta de un vino o un coñac. ¿Imaginan que los vinos del Rin tuvieran la denominación de Goering o Himmler?

Estoy convencido de que la historia es un mero relato de crímenes de lesa majestad, desde la desaparición de los neandertales a manos de los homo sapiens hasta la última masacre tribal de Ruanda. Entre medias, alguien descubrió el fuego, la trigonometría, el arco de medio punto o la física cuántica. Pero el cemento que da consistencia a la historia del hombre está hecho de sangre y cuerpos descuartizados.

“No a la guerra”, gritaban los ingenuos contra Bush (y Aznar) cuando las tropas estadounidenses invadían Irak produciendo algún que otro daño colateral (muertos) entre la población civil. ¡Menuda novedad! Ocho siglos antes, Genghis Khan arrasó la ya entonces Persia musulmana -actuales Irán, Irak, Afganistán y varias repúblicas ex soviéticas-, con el asesinato en masa de poblaciones enteras (niños incluidos) como las de las bellas Samarcanda o Bujara. Hoy es el héroe nacional de Mongolia, le han erigido una estatua de 40 metros de altura y su efigie está en todas partes, desde billetes hasta latas de cerveza.

El fundador del Imperio Romano, Julio César, masacró a decenas de miles de galos y esclavizó a otros tantos, por mucho que los franceses se empeñen en revisar su memoria histórica con esa patraña animada de Astérix y Obélix. Stalin asesinó al menos a 10 millones de compatriotas, la mayoría honestos comunistas y fieles combatientes del Ejército Rojo. Hoy su foto está manchando las calles de Moscú gracias al nuevo nacionalismo de Putin y los suyos. Es inútil negarlo. El genocidio es nuestro pasado. Y hay serias dudas de que no forme parte de nuestro futuro.