La Ley de Amnistía no ampara al franquismo

JAIME SARTORIUSEl País 15/03/2010

Durante la época de la dictadura, la amnistía fue una de las principales reivindicaciones de las fuerzas democráticas de la oposición, encontrándose a la misma altura que la exigencia de un Gobierno provisional, la reinstauración de las libertades y los estatutos de autonomía.

La necesidad de reconocer a los cientos de miles de ciudadanos que habían sufrido todo tipo de represión por sus actividades políticas de oposición al franquismo constituyó una imperiosa necesidad de justicia, a la que siempre se opuso la voluntad implacable del dictador. Por eso, cuando se aprobó la solicitud de amnistía al Gobierno en el Congreso Nacional de la Abogacía, celebrado en León en 1970, la conmoción social y política fue enorme, provocando una serie de pronunciamientos a su favor de otros colegios profesionales e instituciones de todo tipo, que el Gobierno sólo pudo contener en parte declarando un mini estado de excepción.

Al llegar la democracia y tras las elecciones del 15 de junio de 1977, la necesidad de promulgar una amnistía se convirtió en insoslayable. Sin su aprobación la credibilidad de la naciente democracia se resentía, por lo que los partidos políticos decidieron crear al efecto una Comisión Parlamentaria a la que se encargó la redacción de un Proyecto de Ley por la que quedaran amnistiadas todas las personas que habían sufrido cualquier tipo de represión por oponerse al levantamiento armado contra la República y a la dictadura en defensa de las libertades públicas.

Se trataba de amnistiar a los reprimidos por el franquismo, no a los franquistas, que ya se habían autoamnistiado, de forma que fueron los partidos de izquierda y los nacionalistas con representación parlamentaria los que tomaron la iniciativa de redactar la ley, sin que los herederos de la dictadura ni siquiera aceptaran participar en la Comisión Parlamentaria, ni votaran posteriormente a favor de una ley que no les afectaba.

No se entiende por ello las continuas referencias a la Ley de Amnistía como amparadora de los delitos cometidos durante la Guerra Civil y la brutal represión practicada por la dictadura tras su conclusión continuada mientras Franco vivió, cuando era una ley que no contemplaba tales supuestos.

Una mera lectura de su articulado permite comprobar que las medidas de gracia que aprueba se refieren únicamente a los actos de intencionalidad política y a los delitos y faltas tipificados en las leyes franquistas que pudieran haber cometido sus opositores. En ningún momento se mencionan los delitos que hubieran podido cometerse por la dictadura, por la sencilla razón de que no eran considerados como tales por las leyes entonces vigentes.En caso de duda, toda disposición legal habrá de tener en cuenta la voluntad del legislador, y nada mejor para entender ésta que examinar lo que fueron las discusiones en la Comisión Parlamentaria redactora de la ley, sobre todo cuando el proyecto fue aprobado en su totalidad, sin modificación alguna, por el pleno del Congreso de los Diputados.

Los debates en la Comisión se redujeron a un tira y afloja de los partidos democráticos para que la amnistía fuera total y a un intento de los representantes de la UCD para limitarla en algunos temas conflictivos. De tal forma que para evitar falsas interpretaciones se fuerza en su artículo 2º a una casuística, que de otra forma hubiera sido innecesaria, en la que no cupiera duda alguna sobre los supuestos comprendidos en la ley: como los delitos de rebelión y sedición, de los que fueron acusados los defensores de la República y otros muchos posteriores juzgados ante tribunales militares, hasta llegar a los integrantes de la Unión Militar Democrática (UMD), en los años setenta; o los de objeción de conciencia o guarda de secreto profesional y los de prensa y similares.

La única preocupación de los representantes de UCD fue que los referidos militares de la UMD no pudieran reingresar en el Ejército y que también estuvieran comprendidos en la amnistía los delitos cometidos por autoridades, funcionarios y agentes del orden público en su actuación represora de las libertades, al encontrarse varias causas abiertas en su contra por homicidios, torturas y otras arbitrariedades en distintos juzgados y tribunales. Pero nada más.

En la Comisión Parlamentaria, y por mor de ser el más joven de sus componentes, me nombraron secretario de la misma, encargado de la redacción de las actas que recogieran lo tratado en las reuniones celebradas, y aunque tras la tercera reunión desistí de ello, pues nunca fueron firmadas por sus componentes, sí conservo las primeras -sin validez legal- y numerosas notas de las discusiones. Ni una sola de ellas hace mención a que la amnistía suponía el borrón y cuenta nueva de las responsabilidades en que hubieran podido incurrir los vencedores de la Guerra Civil.

Nadie planteó que la amnistía se ampliara a los delitos cometidos bajo el paraguas y en defensa de la dictadura. En primer lugar, porque Alianza Popular, su legítima heredera, no quiso intervenir en la Comisión Parlamentaria, a pesar de ser reiteradamente invitada a asistir, declinando la defensa de cualquier derecho en la misma. En segundo lugar, porque los franquistas vencedores en la Guerra Civil y en la posguerra no creían que fuera necesario que les amnistiaran por las tropelías que habían cometido, que no sólo no se persiguieron sino que se avalaron con total impunidad, estimando que estaban suficientemente protegidos por las leyes de la dictadura.

Por eso cuando leo o escucho en los distintos medios de comunicación el argumento de que la Ley de Amnistía impide la investigación de los hechos ocurridos durante la guerra y la posguerra y la búsqueda de los restos de las personas represaliadas que fueron ejecutadas, estimo que se trata de una interpretación arbitraria y sin fundamento.

Que se busquen otras excusas y otras disposiciones legales en las que se puedan proteger de forma vergonzosa, pero que no se amparen en la Ley de Amnistía de 1977, que no se dictó para ellos.

Jaime Sartorius es abogado y fue miembro de la Comisión Parlamentaria que redactó el proyecto de Ley de Amnistía, en representación del PCE.

Arranca la campaña de exhumaciones de 2010

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica busca en Ciudad Real los restos de tres guerrilleros asesinados por la Guardia Civil en 1949.- Se abrirán fosas del franquismo en Castilla y León, Aragón, Galicia, Andalucía y Asturias

NATALIA JUNQUERA El País16/03/2010

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) inicia hoy en Retuerta del Bullaque (Ciudad Real) su campaña de búsqueda de desaparecidos de 2010. Este año precisamente se cumple una década de la primera exhumación practicada con técnicas arqueológicas y forenses. En esta localidad Ciudad Real se buscan los restos de tres guerrilleros asesinados por la Guardia Civil en 1949, pero después, la ARMH tiene previsto abrir otras fosas en Aragón, Andalucía, Castilla y León y Asturias.

Honorio Molina Merino, asesinado en 1949

Foto: Honorio Molina, apodado ‘Comandante Honorio’, era natural de Villarta de los Montes (Badajoz) y tenía 31 años cuando murió-

La primera exhumación ha arrancado ya en Retuerta del Bullaque, a 150 kilómetros de Madrid. Allí se buscan los restos de José Méndez Jaramago, Manco de Agudo, de 34 años; Honorio Molina Merino, Comandante Honorio, de 31 y Reyes Saucedo Cuadrado, también de 31 años. La Guardia Civil acabó con sus vidas el 12 de amrzo de 1949, según ha podido comprobar la ARMH en el registro civil de la localidad. Los tres fueron sorprendidos en un chozo de la Sierra del Carrizal donde habitaba un carbobero enlace con los guerrilleros, que había sido previamente amenazado por las fuerzas represoras para que les denunciara.

Los tres cadáveres fueron trasladados de la Sierra del Carrizal a Retuerta del Bullaque y enterrados en una fosa anónima en la zona civil del cementerio de la localidad, según han relatado vecinos de la zona. Ahora el arqueólogo René Pacheco dirige los trabajos de exhumación. La identificación posterior correrá a cargo del forense José Luis Prieto.

Zapatero recibe una solicitud para condecorar a Toru Arakawa, el japonés que ayudó a abrir fosas de la Guerra Civil

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica pide al presidente que le otorgue la orden al mérito civil a título póstumo

NATALIA JUNQUERA El País09/03/2010

La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha solicitado al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que conceda la Orden al Mérito Civil a título póstumo a Toru Arakawa, un ciudadano japonés que durante tres años viajó cada verano a España para colaborar desinteresadamente en la exhumación de fosas de la Guerra Civil.

Arakawa falleció el pasado cinco de octubre, a los 71 años. El recorte de un periódico japonés que hablaba de la recuperación de la memoria histórica le llevó de su casa en Niigata hasta Ponferrada para conocer al vicepresidente de la ARMH, Santiago Macías, que pensó, cuando llamó a su puerta, que se trataba de una broma. Había leído muchos libros de la Guerra Civil española y al ver una noticia en un periódico japonés hablando de la apertura de fosas, no lo dudó, y cruzó el mundo para venir a ayudar.

La ARMH recuerda que según el reglamento, la Orden al Mérito Civil se concede “a las virtudes cívicas de los funcionarios al servicio del Estado, así como los sercivios extraordinarios de los ciudadanos españoles y extranjeros en el bien de la Nación”. Emilio Silva, presidente de la asociación, cree que Arakawa cumple ese requisito con creces. Al regresar a Japón solía organizar charlas en su casa para explicar lo que había estado haciendo en España. En una entrevista a EL PAÍS explicó que sus amigos siempre le hacían la misma pregunta: “¿Por qué sigue habiendo fosas tantos años después e la muerte de Franco?

“En Japón me preguntan por qué aún quedan fosas”

La guerra de Julia Navarro

‘Babelia’ avanza la nueva novela de la periodista, ‘Dime quién soy’ (Plaza & Janés)

W. M. S. El País08/03/2010

La mirada más periodística y crítica de Julia Navarro aparece en su nueva novela Dime quien soy (Plaza & Janés). Los totalitarismos del siglo XX y la Guerra Civil española son los temas y escenarios que recorre la periodista en este libro que llegará a las librerías a partir de este viernes. Con esta obra la periodista cambia de registro al crear un retrato político, social y humano del pasado más inmediato que Babelia avanza hoy y puede leerse en la edición digital de EL PAÍS.

Con este libro, la periodista salda una deuda pendiente consigo misma: el tema de la Guerra Civil que la rondaba hacía tiempo pero que hasta ahora no sintió que hubiera madurado en su cabeza lo suficiente como para convertirla en novela. Más allá de aventuras, la autora ha dicho que es una obra para la reflexión y la más personal que haya escrito, para lo cual ha recurrido a los recuerdos y la memoria familiar. Es una novela, según Navarro, de sentimientos, de ideas y de personajes.

Dime quién soy empieza cuando un periodista recibe la propuesta de escribir la biografía de su bisabuela, Amelia Garayoa. Una mujer con muchas contradicciones que en su juventud fue una idealista del comunismo hasta que su vida en la Rusia de Stalin la enfrenta con la realidad. A partir de ahí se empieza a tejer la historia de España y de Europa que llevará a sus protagonistas por medio mundo y los hará testigos de sistemas como el nazismo.

Con sus tres anteriores novelas, Navarro se convirtió en uno de los escritores españoles más vendidos, al registrar ventas superiores a los dos millones de ejemplares con La hermandad de la Sábana Santa, La Biblia de barro y La sangre de los inocentes. Y no sólo en España, porque la mitad de sus ventas corresponden a traducciones.

Fragmento de ‘Dime quién soy’, de Julia Navarro

El lugar del exilio de 1939

JOSÉ-CARLOS MAINER – El País –  06/03/2010

Foto: Acapulco, 1965: Gabriel García Márquez (con gafas, sentado), con Luis Alcoriza y Luis Buñuel (a su derecha).-

A la intemperie, de Jordi Gracia, tiene una seguridad y un brío narrativos que cautivan. Es un libro fluyente y calculado que oímos respirar, buscar, moverse inquieto -como su autor- entre el espigueo de las citas espléndidas y la comezón de definir con brillantez

Ensayo. No andamos tan sobrados de polémicas de hondura como para desdeñar una que concierne al lugar del exilio intelectual de 1939 en la historia de la literatura española. Hace ya tiempo el inolvidable Claudio Guillén apuntó en El sol de los desterrados que los trabajos sobre su recuerdo debían pasar del “ámbito de los temas” al de los “problemas”. Y hace tres años, un libro de María Paz Balibrea, Tiempo de exilio -“un punto obcecado”, como apunta con razón Jordi Gracia-, lamentaba que el “no lugar” del destierro respondiera a que “la opinión democrática del antifranquismo se edifica sobre los cimientos inamovibles del desarrollismo franquista”. Jordi Gracia, aludido negativamente en aquellas páginas, argumenta aquí su deseo de “comprender la cultura española desde 1939 en un solo cauce”, pero también concluye que en lo que toca al exilio, “sus posibilidades de intervención se agotaron por razones políticas, pero también de pura consunción biológica y de anacronía o desfase histórico”. Y si es cierto que el exilio “concentró con potencia el valor simbólico de la derrota”, también lo es que, entre 1965 y 1980, cuando más intensamente se hablaba de una deuda colectiva, en el fondo preferíamos -además de Cortázar y García Márquez- el humor de Eduardo Mendoza que no estaba en Max Aub, aquella “precisión emotiva” de Marsé que no se hallaba en Arturo Barea o la “insolencia lírica de Umbral”, mejor que la de Rosa Chacel.

Puede que no haya incompatibilidades tajantes en elecciones que algunos nunca hicimos. Pero la ley del ensayo -y como ensayo se define este libro- es a veces la hipérbole provocativa. Y, en cambio, su mejor defensa siempre estriba en el grado de coherencia emocional que se percibe en su andadura. Y A la intemperie es un libro fluyente y calculado que oímos respirar, buscar, moverse inquieto -como su autor- entre el espigueo de las citas espléndidas y la comezón de definir con brillantez. Lo consigue. No tiene nada que ver con la pataleta de Francisco Umbral que exaltó la figura de Camilo J. Cela contra la de los desterrados, beneficiarios del “misticismo devoto del exilio” donde casi todo ha sido “ruido y Academia” (Las palabras de la tribu). Con razones verdaderas, Jordi Gracia ha hablado de una “democracia caníbal”, aunque “benigna”, y de un balance lleno de matices. Y su actitud nos señala un rumbo nuevo: asistimos al “reencuentro de los nietos”, interesado pero también justiciero, conmovido pero deseoso de lucidez, y nos hace pensar inevitablemente en las páginas y las autoficciones de Antonio Muñoz Molina, Ignacio Martínez de Pisón y Javier Cercas, sus coetáneos, que se citan oportunamente en las últimas páginas de A la intemperie.

Como ellos, el autor ha querido ver la llaga desde dentro y no es casual que la mayor parte de las citas provengan del importante caudal de epistolarios que vamos atesorando y que no falten las de testimonios clásicos como el madrugador ensayo Para quién escribimos nosotros, de Ayala; La gallina ciega, de Aub, y Drama patrio, de Gil-Albert. Desde dentro, se recuentan aquí los desgarrones que se saldaron con sufrimiento (los suicidios de Eugenio Ímaz o Ramón Iglesia Parga, o el dolor y la desorientación de Rosa Chacel), los “regresos inciertos” y tempranos (principalmente de exiliados catalanes), las acomodaciones felices y fecundas (las de Pedro Salinas, Adolfo Salazar, Josep Lluís Sert o Luis Buñuel), los intentos de diálogo con el antifranquismo del interior (visibles en las referencias del Boletín de Información de la Unión de Intelectuales Españoles, que acaba de editar Manuel Aznar Soler) y la presencia de quienes fueron, desde España, abnegados albaceas del exilio (Rafael Lapesa o José Luis Cano).

A la intemperie tiene una seguridad y un brío narrativos que cautivan. La primera obedece, sin duda, a que forma parte de una trayectoria vocacional de singular coherencia que se inició con una indagación sobre la restitución del diálogo intelectual bajo el franquismo (Estado y cultura y La resistencia silenciosa); en medio hubo una panorámica del presente, Hijos de la razón, y al final, un par de memorables volúmenes sobre Dionisio Ridruejo, que estuvo en todas partes, incluida la intemperie. Ahora llega, casi necesariamente, un importante ensayo sobre el exilio pero también, por qué no, sobre nosotros. –

Jordi Gracia: A la intemperie. Exilio y cultura en España. Barcelona, Anagrama, 2010.

Tumbas sin nombre

Si cada país europeo tuviera un juez Garzón, nuestro continente sería un lugar más moral y, en consecuencia, más seguro. Europa debe restaurar la dignidad de las víctimas de su sanguinario siglo XX

PINCHAS GOLDSCHMIDT El País – 09/03/2010

Estamos siendo testigos de unas tendencias históricas diametralmente opuestas en Europa. Algunos individuos, organizaciones y Estados intentan asumir su pasado y llevan a cabo un proceso histórico de examen de conciencia, mientras otros tratan de reescribir la historia y confían en que los focos no alumbren demasiado su pasado turbio.

En 1989 llegué a la Unión Soviética para ejercer de rabino en la Sinagoga Coral de Moscú. Entre todas las tablillas conmemorativas, no había ninguna huella ni mención de uno de mis predecesores, Yehudah Lev Medallie, que fue detenido y asesinado por la policía de seguridad del Estado de Josef Stalin en 1938, después de una década de intentar mantener la vida religiosa en la capital soviética. Su hijo, Hillel Medallie, rabí supremo de Amberes, no descubrió el destino que había sufrido su padre hasta bien entrados los años sesenta. Los lugares en los que están enterrados el rabino Medallie y los demás miles de clérigos oprimidos en la Unión Soviética siguen siendo hoy desconocidos.

La Iglesia ortodoxa rusa ha construido una capilla conmemorativa en un barrio de las afueras de Moscú, en un lugar en el que se cree que mataron y enterraron a gran parte de los líderes religiosos del Estado soviético.

En España, el juez Baltasar Garzón declaró públicamente en 2008 que los actos de represión cometidos tras la Guerra Civil española bajo el régimen del dictador Franco, y que desembocaron en la muerte de más de 100.000 personas, eran un crimen contra la humanidad. Asimismo, ordenó la exhumación de ciudadanos asesinados y exigió el acceso a los expedientes que pudieran ayudar a descubrir las tumbas de esos millares de víctimas anónimas. Esta campaña para lograr la verdad y la justicia cuenta con opositores. Hoy, el juez Garzón sufre ataques de quienes preferirían que el pasado permaneciera enterrado e intacto y le están presionando para que abandone su puesto.

En 2006, la Conferencia de Rabinos Europeos, de la que me honro en ser presidente, creó la organización Lo Tishkach (No debes olvidar) y la Conferencia de Reclamaciones para preservar y documentar el recuerdo de los nada menos que 20.000 cementerios y fosas comunes de judíos que se calcula que hay en Europa, sobre todo en lugares en los que la comunidad judía desapareció tras el Holocausto. Lo Tishkach ofrece esta información en una base de datos a la que es posible acceder por Internet y, al mismo tiempo, trabaja para identificar físicamente cada enterramiento. La identificación, tanto la pública con fines documentales como la física sobre el terreno, es la mejor forma de garantizar que la historia no se niegue y, por tanto, no se repita.

Aunque está muy documentada la trayectoria de la industria asesina de los campos de concentración nazis, la historia de los 1,5 millones de judíos asesinados en ejecuciones masivas por el ejército invasor alemán (que era la labor esencial de los Einsatzgruppen de Himmler), enterrados en las mismas aldeas en las que ellos y sus antepasados habían vivido durante cientos de años, es una historia que hoy está adquiriendo una dimensión cada vez más pública.

Un sacerdote católico francés, Patrick Desbois, ha viajado por Ucrania y Bielorrusia en busca de información sobre la localización exacta de las fosas comunes de la época del Holocausto. El equipo del padre Desbois entrevista a los escasos testigos de las matanzas que quedan e intenta localizar las fosas comunes que preparaban las propias víctimas poco antes de morir. A diferencia de Europa occidental, donde la colaboración local terminaba en la estación de tren camino de los campos de concentración y la solución final era un secreto, en Europa del Este los asesinatos eran públicos y la policía y las organizaciones paramilitares locales colaboraban con los alemanes hasta el momento de los propios asesinatos.

Según Lo Tishkach y el padre Desbois, existen al menos 1.500 fosas comunes de la época del Holocausto sólo en Ucrania, y probablemente centenares o incluso miles de fosas más en Bielorrusia, Rusia y los Estados bálticos. Algunos de esos enterramientos se han identificado y protegido, pero muchos siguen sin localizarse.

La Conferencia de Rabinos Europeos espera ardientemente que el padre Desbois ponga sus hallazgos al alcance del público de la manera más transparente posible y que no oculte la importante información que ha recogido en algún sótano polvoriento. La protección e identificación de estos lugares exige que la información sobre ellos sea pública. Hay que destacar que el Vaticano, que había mostrado siempre una actitud muy defensiva al hablar de su trayectoria durante la II Guerra Mundial, ha empezado ahora a publicar algunos de los documentos secretos de aquel periodo en Internet, una iniciativa que debía haber emprendido hace tiempo y a la que damos la bienvenida.

No obstante, existen en Europa fuerzas que preferirían mantener el silencio e incluso reescribir la historia para limpiar su conciencia nacional. En su último acto antes de dejar su cargo, Víktor Yúshenko, el presidente saliente de Ucrania, ha concedido la mayor distinción de su país póstumamente a Stepan Bendera. Bendera, un nacionalista ucranio que a veces colaboró con la Alemania nazi contra la Unión Soviética, hizo que miles de sus seguidores se infiltraran en la policía local, con su consiguiente participación en las matanzas de judíos en aldeas ucranias durante la ocupación alemana. En bastantes ciudades de Ucrania pueden verse monumentos a Bendera, al que se considera el padre de la independencia del país. Espero, desde luego, que el presidente recién elegido tenga la valentía moral de abordar esta cuestión con honradez después de tomar posesión.

En Lituania, donde las milicias antisemitas locales empezaron a matar judíos incluso antes de que llegaran los nazis, les encanta hablar de los pocos lituanos que salvaron unas cuantas vidas judías durante la ocupación del país. Pero Lituania se ha negado siempre a llevar ante la justicia a ninguno de sus criminales de guerra, ni siquiera los extraditados desde Estados Unidos. En Letonia, los veteranos de las Waffen SS siguen desfilando con orgullo e impunidad por las calles de Riga, para horror de lo que queda de una comunidad judía en otro tiempo muy importante.

El juez Garzón estudió para ser sacerdote, pero decidió dedicar su vida a luchar contra el pecado y el mal de una manera diferente. Lo que para el filósofo es una cuestión moral, para el hombre religioso es una cuestión de pecados y méritos y para el hombre de leyes una cuestión de delito e inocencia.

La búsqueda de justicia histórica del juez Garzón -por dolorosa que sea para quienes colaboraron con el régimen de Franco y por irritante que pueda ser para los colegas suyos que ponen en duda su competencia en esta materia o están molestos por su extraordinario protagonismo- no sólo es importante para España, sino que tiene ramificaciones para toda Europa. Sólo afrontando valientemente nuestro pasado, con sus luces y sus sombras, podremos vencer verdaderamente a sus fantasmas.

Aunque sucesivos Gobiernos de Alemania, Rusia y España han denunciado los regímenes represivos de su pasado, la información que hoy tenemos sobre el número de víctimas y su marcha por el valle de la muerte es incompleta. Olvidar el pasado es cometer una injusticia con las víctimas de la opresión. Europa tiene la obligación moral de restaurar la dignidad de las víctimas de su siglo más sanguinario.

Si cada país europeo tuviera a un juez Garzón, Europa sería un lugar más moral y, como consecuencia, un sitio mejor y más seguro para nosotros y para las futuras generaciones.

Pinchas Goldschmidt es rabino supremo de Moscú y presidente en funciones de la Conferencia de Rabinos Europeos, una organización que reúne a los líderes religiosos judíos de más de 40 Estados europeos. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

El cubano Fariñas rechaza la oferta de acogimiento en España

Granma califica de “chantaje” la huelga de hambre del disidente. -El opositor demanda la liberación de 23 presos políticos enfermos y asegura que llegará “hasta las últimas consecuencias”

MAURICIO VICENT – El País 08/03/2010

Si quiere morirse, que se muera: el Gobierno cubano no acepta “chantajes”. Ésta es, en esencia, la respuesta del diario Granma a la huelga de hambre que mantiene desde hace dos semanas el disidente Guillermo Fariñas en la ciudad de Santa Clara. El opositor, que demanda la liberación de 23 presos políticos enfermos, ha asegurado que si el régimen no realiza un “gesto humanitario”, llegará “hasta las últimas consecuencias”.

Fariñas ha recibido hoy la visita de un diplomático español que le ha transmitido la decisión del Gobierno cubano de permitirle salir hacia España. El disidente ha rechazado la propuesta y ha insistido en que sería mejor liberar a los presos políticos enfermos. Únicamente aceptaría viajar a España si se le niega la atención en los hospitales cubanos cuando sufra un colapso.

Granma ha publicado un artículo que resume la posición oficial sobre el caso: Fariñas es un “mercenario” al servicio de Estados Unidos, como todos los opositores. Antes de convertirse en un “contrarrevolucionario”, subraya, Fariñas fue delincuente común, sancionado por hechos violentos. El diario oficial concluye que existe una campaña de prensa “orquestada por el enemigo” para desprestigiar la revolución.

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El juez Varela rechaza practicar las pruebas pedidas por Garzón hasta que el Supremo resuelva la apelación

El magistrado imputó al juez de la Audiencia Nacional por prevaricación por investigar los crímenes del franquismo

JULIO M. LÁZARO El País08/03/2010

El juez del Tribunal Supremo Luciano Varela, que ha imputado un delito de prevaricación al magistrado de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón por investigar los crímenes del franquismo, ha decidido no pronunciarse sobre las pruebas solicitadas por Garzón hasta que el Supremo resuelva el recurso de apelación contra la continuación del procedimiento, según un auto notificado hoy. El juez Varela ha tardado un mes en contestar a la petición de pruebas.

Entre las pruebas solicitadas por el abogado de Garzón, Gonzalo Martínez-Fresneda, figura la declaración de juristas internacionales, como la fiscal del Tribunal Penal Internacional Carla del Ponte, que acusó a Slodoban Milosevic; el juez chileno Juan Guzmán, que abrió procesos a Pinochet; Eugenio Raúl Zaffaroni, uno de los jueces que declaró inconstitucional la ley de punto final en Argentina; Hugo Relva, coordinador de justicia de Amnistía Internacional; Sergio García Ramírez, magistrado de la Corte Internacional, y Eduardo Freile, presidente de la Cámara Federal de Buenos Aires y autor de resoluciones contra las leyes de punto final en Argentina.

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El juez Varela recaba el respaldo del Supremo para liquidar a Garzón

Andalucía recupera la memoria de las mujeres represaliadas

La Junta concederá una ayuda de 1.800 euros a las que puedan acreditar las vejaciones a las que fueron sometidas por el franquismo

M. PLANELLES El País08/03/2010

La Consejería de Justicia andaluza prepara un decreto para conceder indemnizaciones a las mujeres que fueron vejadas y violadas durante la Guerra Civil y la dictadura de Francisco Franco. Está previsto que en unos dos meses se complete la tramitación del texto. El decreto incluirá una ayuda única de 1.800 euros para las mujeres que puedan acreditar los ataques contra su honor, imagen e intimidad.

La consejera de Justicia, Begoña Álvarez, ha recordado hoy como a muchas mujeres se les rapó el pelo, se les obligó a beber aceite de ricino o fueron violadas como escarmiento por haber defendido la República. Y como se obligaba a las mujeres a entrar en la cárcel con sus hijos: “Tuvieron que soportar como morían sus hijos por no tener ni medicamentos ni ropa”.