El regreso de un judío español que expulsó Franco

La Diputación de Cádiz le rinde a Mauricio Palomo un homenaje 66 años después de su éxodo por el Mediterráneo

Moshé Yanai, en el mismo hotel de Cádiz donde se alojó en enero de 1944. – LAURA LEÓN

ÁNGEL MUNÁRRIZ – Público – 21/04/2010 09:00

Una noche de enero de 1944, un niño barcelonés de 13 años, Mauricio Palomo, se aloja en el hotel Playa Victoria de Cádiz. Ha llegado allí enviado por el régimen franquista junto a su madre y su padre, un comerciante que acaba de cumplir tres años de cautiverio en los campos de concentración de Miranda de Ebro y Nanclares de Oca por el único delito de su fe.

Al día siguiente parten en un arriesgado éxodo por el Mediterráneo hacia Haifa, entonces integrada en el protectorado británico en Palestina, a bordo del buque portugués Nyassa. Ese niño, 66 años después, recibió a Público en el mismo hotel convertido en Moshé Yanai, un anciano de 79 años, orgulloso ciudadano israelí de fe judía.

Regresa sin rencor, emocionado por el homenaje que ayer le rindió la Diputación de Cádiz y la asociación Tarbut Sefarad. Se considera “prueba viviente” de que el franquismo sí expulsaba judíos, pero insiste en subrayar que, en medio de la brutal persecución de su pueblo en aquellos años, tuvo suerte porque el antisemitismo franquista no optó por una solución final de estilo nazi. “Es verdad que Franco me truncó la vida, claro. Pero en cierto modo también me la salvó, o más bien me la perdonó. No nos mató, no nos tocó ni a mi madre ni a mí. No fue como en Alemania”, afirma.

Sus padres eran emigrantes turcos judíos llegados a España en 1920. Moshé atribuye a la denuncia de algún comerciante envidioso que, en diciembre de 1940, dos agentes secretos tocaran la puerta de su casa y se llevaran a su padre. “No esperábamos que fueran a por mi padre, que vivía ajeno a la política, pese a que Franco declaraba que judíos, bolcheviques y masones eran enemigos”, cuenta.

España en la memoria

Poco más de tres años después, en Cádiz, la familia reunida otra vez salía hacia Haifa en un barco con más de 500 judíos, la mayoría llegados a España tras cruzar los Pirineos en huida. Hasta el año pasado Moshé no supo que su salida obedecía a una orden directa de expulsión, otra vez por el único delito de su judaísmo. Eran apátridas non gratos.

Al otro lado de la travesía, en la completa ruina, la familia encontró “sólo arena y más arena”. “¡Si aquello parecía la Barceloneta!”, bromea en su florido castellano. Moshé trabajó como empleado de banca y profesor de español antes de enrolarse, en 1948, en el Ejército de la naciente Israel, país del que habla con enorme orgullo. Y todo ello mientras su padre aún miraba de reojo a España. “Jamás la olvidó. ¡Si hablaba castellano y catalán, y allí había prosperado y formado familia!”. Supieron que nunca volverían cuando, tras la victoria aliada, vieron que el régimen ni se desmoronaba ni se abría.

Cofundador en 1963 del semanario Aurora, escrito en castellano, Moshé desarrolló una amplia y prolífica carrera periodística. Y se nota que conoce lo que se cuece en España, pese a lo cual se niega a dar opiniones sobre temas candentes. “Soy un invitado”, se excusa. Sí admite un único capricho: ver en Barcelona, ciudad que ya revisitó hace unos años, a Pilar Rahola y expresarle su “cariño” por manifestar opiniones sobre Israel que “no son las comunes en la izquierda”.

Amnistía y memoria histórica

RAMÓN JÁUREGUI El País – 21/04/2010

No hablaré de Garzón. Simplemente diré que sus excesos procesales no debieran ser considerados como prevaricación y que espero su absolución. Pero su persecución judicial por los falangistas a propósito de los desaparecidos como consecuencia de la Guerra Civil, está removiendo los delicados mimbres de nuestra Transición y, por tanto, las bases de nuestra exitosa reconciliación nacional, además de suscitar un debate jurídico sobre nuestra Ley de Amnistía, de incierto y preocupante recorrido.

Algunas precisiones sobre el tema me parecen necesarias. El deseo de construir una democracia reconciliada sobre la base del perdón de todos y a todos, implícita en la Ley de Amnistía de 1977, responde a una voluntad inequívoca y unánime del pueblo español. Pretender revisar esa decisión en base a que fue tomada bajo la presión de poderes fácticos de aquel tiempo, equivale a cuestionar y deslegitimar gravemente todas las decisiones que nuestra democracia adoptó en aquellas fechas, incluida nuestra Constitución. Compararla con leyes de punto final de las dictaduras chilena o argentina, es equiparar situaciones muy diferentes, entre otras cosas, porque hubo una guerra civil previa a la cruel represión franquista.

Admitir la investigación judicial de nuestro pasado, aunque sólo sea como indagación de la verdad, tiene consecuencias jurídicas inevitables e imprevisibles y no es posible poner una raya que limite la retroactividad de los hechos perseguibles por su carácter de delitos contra la humanidad y, por tanto, imprescriptibles. Quienes defienden la nulidad de la Ley de Amnistía o su marginación jurídica a efectos de producir una investigación judicial sobre ese pasado, tienen que saber que la persecución penal del franquismo implica una causa general contra todas las responsabilidades penales de aquellos años.

No fue esa la voluntad democrática de los españoles en la Transición. Decidimos perdonar sin olvidar, aunque fuera cierto que perdonaban más quienes más sufrieron durante 40 años la represión de los vencedores y aunque sea evidente también que olvidamos demasiado, confundiendo durante demasiado tiempo, perdón con olvido.

A esa situación precisamente hizo frente la llamada Ley de Memoria Histórica de 2007, una ley que partía del hecho de reconocer que, aunque durante años la democracia española había ido compensando a las víctimas republicanas de la guerra y de la represión posterior con diferentes indemnizaciones, era evidente también que quedaban pendientes muchas situaciones inatendidas que golpeaban nuestra memoria y nuestro sentido de la justicia con reclamaciones inaplazables: las exhumaciones de los fusilados; la supresión de signos y símbolos franquistas; la devolución del honor a los condenados en consejos de guerra; la indemnización a las víctimas del tardo-franquismo que murieron en la defensa de derechos democráticos luego reconocidos por nuestra Constitución, etcétera. A todas ellas quisimos dar respuesta con una ley a la que, desgraciadamente, no se sumó el Partido Popular, pero que bien podría inscribirse entre las disposiciones que la democracia española ha ido adoptando en el contexto de nuestra reconciliación nacional.

Algunos círculos sociales y políticos de hoy se lamentan de este espíritu con el que la democracia española ha ido abordando este delicado asunto y lo cuestionan abiertamente. No son pocos los jóvenes que nos reprochan la Transición y nos exigen mayor severidad con los responsables de aquellos trágicos hechos. La aplicación de razonamientos actuales al pasado y a contextos olvidados y desconocidos produce lamentables conclusiones. No excluyo la autocrítica, pero lamento que olvidemos que el éxito de España en estos últimos 30 años se cimentó precisamente en la construcción de un espacio de convivencia en el que cabemos todos los españoles, al margen de nuestra adscripción ideológica y de nuestra procedencia de un pasado que nos había dividido tan trágicamente. Fue el reconocimiento de la existencia del otro, con los mismos derechos que los nuestros, lo que fundó la tolerancia de la libertad que disfrutamos. Como en el verso de Machado: “El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas / es ojo porque te ve”. Mantener viva nuestra memoria histórica, la de cada uno y la de todos y ser consecuentes con ella, no debiera ser incompatible con los principios que hicieron posible nuestra transición a la democracia, ni con los valores constitucionales sobre los que se construyó, ni con las leyes que la hicieron posible, incluida la de Amnistía por supuesto.

Ramón Jáuregui es diputado socialista al Parlamento Europeo.

Campaña para retirar la cruz de O Castro de Vigo

Un grupo por la memoria histórica recoge firmas para que se cumpla la ley

T. CUÍÑAS / P. OBELLEIRO El País21/04/2010

La Asociación Viguesa pola Memoria do 36 lleva un mes recogiendo firmas para exigir al Ayuntamiento de Vigo la retirada de la cruz erigida durante la dictadura en la falda del monte de O Castro en honor a los caídos de la Guerra Civil. El colectivo, con algo más de un centenar de socios, ampara su petición en la Ley de Memoria Histórica que, en su artículo 15.1, establece que “las administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos y menciones conmemorativas de exaltación personal y colectiva de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la dictadura”.

“Es un monumento que debe ser retirado por su tamaño, su ubicación frente al Ayuntamiento y en un parque público, su sentido religioso en un Estado que se dice aconfesional, su impacto visual contaminante y especialmente por su significado político de exaltación del franquismo”, manifiesta la asociación en uno de los numerosos escritos dirigidos al alcalde vigués, el socialista Abel Caballero.

Al tiempo que se reavivaba la campaña y tras recibir la autorización de la Dirección Xeral de Patrimonio y el Obispado de Tui-Vigo, Caballero ha comenzado a dar cumplimiento a un acuerdo del gobierno local de abril de 2008 para la retirada de la simbología del régimen franquista en las fachadas de varias iglesias del municipio. “Con la cruz de O Castro lo tiene aún más fácil, puesto que se trata de un monumento que no está catalogado como bien artístico ni se encuentra en terreno eclesiástico; por tanto, se puede retirar sin necesidad de más permisos y en cumplimiento de una ley que faculta esa posibilidad”, aclara el presidente del colectivo, Telmo Comesaña, quien lamenta que el regidor sólo convocase una vez, en lo que lleva de mandato, el Consello Local da Memoria para tratar esta clase de asuntos.

La construcción de la cruz, de 12 metros de altura, fue un proyecto impulsado por la Jefatura Local de Falange en 1959 e inaugurado por Franco en 1961. Costó más de 900.000 pesetas en una época en la que el salario de un obrero de la factoría cercana de la panificadora no llegaba a las 800 pesetas semanales. En los años cohenta, el primer gobierno del entonces alcalde socialista, Manoel Soto, despojó al monumento de la simbología fascista y hace dos años se construyó una subestación eléctrica bajo el conjunto. “Hubiese sido el momento propicio para quitarla de ahí”, afirma el presidente de la Asociación Viguesa pola Memoria do 36.

Las adhesiones a la iniciativa se pueden formalizar a través de los miembros del colectivo, los tres sindicatos principales y la mayoría de las asociaciones de vecinos hasta el próximo 1 de mayo. La intención de los promotores, casi todos descendientes de víctimas de la represión franquista, es entregarlas en el registro municipal a finales del próximo mes. “Estamos comprobando que muchos ciudadanos acogen la propuesta con entusiasmo e interés, porque es necesaria para sacudirse la dictadura, así que esperamos que los políticos no desaprovechen este nervio”, dice Comesaña.

Al tiempo, ayer se presentó en A Coruña el recuento aún inacabado de asesinados durante la represión franquista, entre 1936 y 1977, en la capital coruñesa y nueve municipios de su entorno. El listado, elaborado por un equipo de historiadores en cumplimiento del convenio entre la Comisión pola Recuperación da Memoria Histórica de A Coruña y el proyecto interuniversitario Nomes e voces, alcanza los 600 nombres y excluye a los muertos partidarios de los sublevados militares. El informe, abierto para su ampliación, incluye a los ejecutados; a aquellos que fueron paseados y que, pese a su desaparición, han sido dados por muertos; e incluso a personas naturales de la comarca coruñesa que murieron lejos de sus casas, en algunos casos en campos de concentración de Francia y Alemania. También se sumaron víctimas que, siendo de fuera, murieron en esta zona.

La idea de la comisión y los historiadores es dar ahora mayor difusión a esta primera lista para completarla con la colaboración ciudadana a través de su web (www.memoriadacoruna.com) o vía telefónica (645029338). Gracias a exhaustivas pesquisas en registros civiles o de cementerios, actas de consejos de guerra y bibliografías, se logró poner nombre y apellidos a casi todas esas 600 víctimas entre las cuales sólo figuran 10 mujeres. Quedan 28 “desconocidos”.

Gelman y la “morriña futura”

El poeta argentino recoge en Santiago la distinción de Escritor Galego Universal

DIANA MANDIÁ El País21/04/2010

El poeta argentino Juan Gelman, ayer en el claustro del Pazo de Fonsexa de Santiago.- PATRICIA SANTOS

Juan Gelman, argentino, hijo de ucranios, nacido en un barrio judío de Buenos Aires, exiliado en Italia, España, Nicaragua, Francia, Estados Unidos y México, donde todavía vive, es desde ayer escritor gallego universal. “Algo que me confirma que soy argentino”, bromeó tras recibir la distinción que cada año, desde 2006, otorga la Asociación de Escritores en Lingua Galega (AELG) . Tras varios días en Galicia, en los que dictó conferencias -como la del lunes en A Coruña- y ejerció de invitado de honor de la Cea das Letras, a Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) le tocó hablar de su concepción de la poesía y de su relación con los que buscaron en su país trabajo y libertad.

Gelman no los nombró a todos -“son tantos que llevaría demasiado tiempo”, -, pero sí tuvo un recuerdo para Seoane, Castelao o Lorenzo Varela, así como para los artesanos, obreros, campesinos e intelectuales que desde el siglo XIX fundaron centros gallegos por todo el país. “Todos ellos contribuyeron a la riqueza material y espiritual de Argentina”, aseguró, antes de echar mano de la “morriña futura” de su compatriota Roberto Arlt, que decía comprender la nostalgia del emigrante tras visitar Galicia en los años 30.

Gelman es el segundo latinoamericano distinguido con el premio de Escritor Galego Universal tras Elena Poniatowska, que lo recibió el año pasado. Como la escritora y periodista mexicana, el poeta argentino, de 79 años, sigue escribiendo y opinando sobre un mundo que no deja de preocuparle. “Vivimos una época gris, en un mundo globalizado en el que lo material se impone y el poder intenta manufacturarnos y uniformarnos”, aseguró. En ese mundo, lamenta, no hay mucho lugar para “el difícil menester de la escritura”, y menos para el verso. “La poesía es inútil porque no tiene valor de mercado. Tampoco Saturno lo tiene, pero la poesía está cargada de vida”, defendió.

Cuando en 2007 recibió el Premio Cervantes, algún periodista le hizo la pregunta de rigor Le pidió que definiera la poesía. “Un árbol sin hojas que da sombra”, declaró entonces. La misma frase elegida para titular su discurso de agradecimiento, que pronunció en el Salón Nobre del Pazo de Fonseca ante el presidente de la AELG, Cesáreo Sánchez Iglesias; el conselleiro de Cultura, Roberto Varela, y la vicerrectora de Cultura de la Universidade de Santiago, Elvira Fidalgo Francisco. Todos resaltaron la dimensión ética y estética de la obra de Gelman. “No escapó a la realidad de su tiempo, aun cuando le expropiaron su patria, sus lugares de amor y de infancia”, recordó Sánchez Iglesias.

La vida del poeta que se hizo la pregunta que respondería Mario Benedetti, otro exiliado universal –¿Y si Dios fuera una mujer? era el verso- explica también la de la Argentina de las últimas décadas. No sólo por ser el poeta vivo más conocido de su país, sino también por sufrir en carne propia las mismas tragedias que otros muchos de sus compatriotas. El exilio y la pérdida de sus hijos y de su nieta, que recuperaría muchos años después, hicieron mella en su carácter y en su obra, a medio camino entre el intimismo y el realismo crítico. Cesáreo Sánchez Iglesias citó al periodista mexicano Carlos Monsivais para explicarlo: “La existencia del horror requiere la poesía”.

En realidad Juan Gelman escribía desde mucho antes del horror, por lo menos el que le tocaría vivir en su familia. Su primera obra, Violín y otras cuestiones (1956) nació a la sombra de su militancia en el Partido Comunista y de la revista Pan duro, que no marcaba fronteras entre poesía y política. El Juan Gelman joven que todavía vivía en Buenos Aires experimentaba entonces con el lenguaje de los suburbios, el mismo de la canción popular. En 1963 vivó la luz Gotán, tango en argot lunfardo, y ya entonces llamaba a resistir (hay que aprender a resistir/ no a irse ni a quedarse/ a resistir). Gelman aprendió a hacerlo: en 1976, tras el golpe que encumbró a Videla al poder, dejó Argentina para comenzar su largo periplo como exiliado. En 1982, poco antes del fin de la dictadura, falleció su madre, y Gelman escribió para ella, entre Ginebra y París, un extenso poema de despedida. Vos / que contuviste tu muerte tanto tiempo/ ¿por qué no me esperaste un poco más?, se preguntaba el exiliado Gelman.

Argentina reconquistó la democracia, pero el poeta no regresó. En 2007 salió de la imprenta su última obra, Mundar, y a pesar de su longevidad no ha dejado de escribir. Habla de “obsesión” para explicar su apego a los versos, y confiesa que los poemas nunca se le acaban. “No hay palabras gastadas, la poesía es lo que no se puede nombrar”, aventura. Por eso los temas que aún le atormentan -la infancia, el amor, el exilio o la revolución-lo convierten, dice, no en el Dios Poeta de Huidobro, sino “en un mendigo que persigue una magia que no se le da”.

IU-ICV fuerza el debate de la Ley de Amnistía en el Congre

F. G. El País21/04/2010

El Congreso tendrá que debatir sobre la reforma de la Ley de Amnistía de 1977. Los diputados de IU-ICV, Gaspar Llamazares y Joan Herrera, presentaron ayer una proposición de ley para reformar esta norma y evitar que se convierta en una ley de punto final del franquismo.

La iniciativa tiene por objeto dejar clara la primacía de los tratados internacionales que consideran que los delitos de genocidio o contra los derechos humanos no prescriben nunca. Es decir, dar base legal a investigaciones como la que intentó el juez Baltasar Garzón sobre los crímenes del franquismo. Según los dos diputados, se trata de que no se amnistíe a quienes cometieron crímenes en el franquismo y sí a los que lucharon contra la dictadura. No se debatirá hasta después del verano en el pleno.

Por otra parte, el pleno del Congreso aprobó ayer, finalmente, una iniciativa de ERC para dar mayor transparencia a la financiación de los partidos, controlando las fundaciones ligadas a ellas. Joan Ridao (ERC) logró en el último momento el voto de PSOE y PP para que se tramite la iniciativa.

“Habrá reclamaciones internacionales contra España por la causa a Garzón”

Un ex relator de la ONU vaticina “consecuencias nefastas” para procesos de paz

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ El País21/04/2010

Leandro Despouy.-

“Estoy completamente seguro de que el eventual procesamiento del juez Garzón dará origen a reclamaciones internacionales contra España, porque es clarísimo que un juez no puede ser procesado por abrir una investigación sobre violaciones de derechos humanos, respaldada plenamente por el derecho internacional”, asegura el jurista argentino Leandro Despouy, que fue el Relator especial de Naciones Unidas sobre independencia de magistrados y abogados y que ocupa actualmente la Auditoria General de la Nación (equivalente al Tribunal de Cuentas español).

Despouy está asombrado: “No se entiende muy bien si todo esto es una propuesta para echar al juez Garzón o para hacerle Premio Nobel”, ironiza. No sonríe, sin embargo, cuando advierte que España no objetó sino que respaldó el informe aprobado por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, un documento histórico, en el que se establece el derecho inderogable de las víctimas y familiares de violaciones de derechos humanos a conocer la verdad sobre los hechos acaecidos. “Es una necesidad imperativa que dicho derecho se encuentre contemplado en el sistema jurídico de cada Estado (…) El derecho a la verdad garantiza el conocimiento de lo acaecido a través de la acción del poder judicial”, establece el documento.

El presidente de la Auditoría General expresa su profunda preocupación por la repercusión que puede tener el caso Garzón en todo el mundo. “Si yo siguiera siendo ahora mismo relator, reclamaría mucho cuidado porque los Estados tienen la obligación positiva, según el derecho internacional, de investigar las violaciones de derechos humanos y sancionar a un juez por ese motivo es inconcebible”.

Leandro Despouy lamenta que España, que ha sido origen de precedentes de gran trascendencia para el avance del derecho internacional, con sentencias de la Audiencia Nacional y del Tribunal Constitucional, de enorme importancia, se vea ahora en un camino de vuelta atrás. “Suena muy triste que todo ese prestigio atesorado pueda perderse”, vaticina. Despouy recuerda que la sentencia del Constitucional español que reconocía la competencia española para enjuiciar delitos de genocidio, tortura y terrorismo cometidos en Guatemala, ha sido y sigue siendo fundamental para la mejora institucional de ese país. “Si lo de España, a través del caso Garzón, termina mal, muchas dictaduras van a sentirse liberadas del peso jurídico y moral que ha significado la presión internacional para que se investiguen esos delitos”, explica.

Para el ex relator de Naciones Unidas la eventual suspensión de Garzón sería vista como “un frenazo terrible” en el avance del derecho internacional en su lucha contra la violación de los derechos humanos. Todo este tema va a traer consecuencias nefastas en muchos procesos de transición de dictaduras y conflictos donde la influencia de España había, hasta ahora, alentado procesos de paz fundados en la búsqueda de la verdad, se lamenta.

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Más de 1.000 personas rinden homenaje a Garzón en Barcelona

Los rectores de toda España salen en defensa de Berzosa contra Aguirre

Condenado a 25 años de prisión el último presidente de la dictadura argentina

A Reynaldo Bignone, de 82 años, se le imputa la desaparición de 30.000 personas y el robo de 500 bebés

El País21/04/2010

Reynaldo Bignone, durante el juicio- REUTERS

Un tribunal de Buenos Aires ha condenado a 25 años de prisión al dictador argentino Reynaldo Bignone, el último presidente de la dictadura militar (1976-1983), por delitos de lesa humanidad cometidos en el mayor centro clandestino de detención del régimen de facto, Campo de Mayo. Se le imputa la desaparición de más de 30.000 personas y el robo de unos 500 bebés cuyas madres fueron obligadas a dar a luz en centros de detención clandestinos.

Asimismo, el Tribunal Oral Federal 1 de la localidad de San Martín, a las afueras de la capital argentina, dictó también penas para otros seis imputados: los ex militares Santiago Omar Riveros y Fernando Verplaetsen (25 años de prisión), Carlos Tepedino (20 años) y Jorge García y Eugenio Guañabens Perelló (18 y 17 años, respectivamente), y absolvió al ex policía Germán Montenegro.

En una resolución que fue aplaudida por familiares de las víctimas de la dictadura que presenciaron la lectura del veredicto, el tribunal ordenó además que se revoque la prisión domiciliaria que hasta hoy cumplían Bignone (1982-1983), Tepedino y Guañabens Perelló, quienes ahora deberán ser conducidos a una cárcel común junto al resto de los condenados.

“Estamos felices por las condenas y la decisión de internarlos en una cárcel común, por los 30.000 desaparecidos, por las madres, las abuelas, los hijos, por el pueblo argentino”, afirmó Estela de Carlotto, de Abuelas de Plaza de Mayo. En la misma línea se pronunció el secretario de Derechos Humanos del país, Eduardo Luis Duhalde, para quien la sentencia es “justa, acorde con los hechos probados”.

Bignone, de 82 años, ha afirmado en su testimonio final ante los jueces que en Argentina se desarrolló una “guerra irregular” en la que las Fuerzas Armadas “tuvieron que intervenir para derrocar al terrorismo”. El dictador, para quien las víctimas de la represión “ni eran tan jóvenes ni tan idealistas”, recurrió a una cita del ex presidente Juan Domingo Perón para justificar la represión y cuestionó las cifras de víctimas del régimen de facto.

Frente a los 30.000 desaparecidos y 500 bebés apropiados denunciados por los organismos humanitarios, Bignone ha asegurado que “no está demostrado” que hubiera más de 8.000 desaparecidos y unos 30 niños robados durante la dictadura.

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Videla cumplirá sus condenas pendientes en Argentina

Un tribunal alemán pide la extradición del dictador Videla

El final de la impunidad en Argentina

La imagen de Franco y la crítica social en Llegada para mí la hora del olvido y en ¡Buen viaje, Excelencia!

En las últimas semanas hemos tradado dos representaciones de Franco muy originales: la novela Llegada para mí la hora del olvido por Tomás Val y la película ¡Buen viaje, excelencia! por Albert Boadella. En este diario voy a comentar ambas obras, concentrándome en la imagen que dan sobre el dictador y en la crítica social que contienen.

La perspectiva de la novela de Val es, en mi opinión, sorprendente en su originalidad y extrañez, pues nos ofrece las memorias de Franco utilizando la palabra del propio dictador. La extrañez viene del hecho de que en la novela tengamos un Franco viejo y enfermo que escribe sus memorias en las que retrata una larga etapa histórica de España. Debido a su enfermedad y alta edad, lo que escribe parece más a delirios surrealistas que a recuerdos agudos de los tiempos de su régimen. Éstos últimos también están presentes pero no forman el núcleo u idea principal de la novela. Creo que justamente por esta postura la novela es distinta y deliciosa. Val ni siquiera intenta capturar el pasado basado en hechos reales sino que deja que domine el surrealismo y el mundo interior del viejo Franco. Todo esto tiene una consecuencia extraordinaria: es el propio dictador que nos ofrece motivos para criticar su régimen. Linage Conde hace una interesante observación: a pesar del surrealismo y las mínimas referencias históricas la novela “da una visión más exacta de ese pasado que bastantes obras de apariencia historiográfica (…) (1).

¿Cómo es el Franco de la novela? Creo que para contestar esta pregunta hay que considerarla desde dos puntos de vista distintas. En el primer lugar, podemos observar lo que dice Franco de sí mismo. Por ejemplo, destacan los numerosos nombres con que se llama a sí mismo. Entre estos tenemos Dios. Efectivamente, como afirma Liikanen, Franco parece poseer características sobrenaturales, entre ellas la capacidad de resucitar a muertos o conocer el futuro (694). El tiene asumido el rol como el Caudillo, la cabeza superior de España y siente desprecio hacía su pueblo. Aunque se considera Dios, le da la responsabilidad al pueblo por todo lo sucedido: Ellos lo quisieron así, yo sólo me dediqué a soñar, ellos me pusieron en la mano el látigo y ellos se arrodillaron para que les golpeara la espalda.” (148). No hay señales de afecto o amor; le gustaría incluso matar a su esposa, Carmen Polo. El momento en que pude ver a un Franco con sentimientos fue la muerte de su hijo. La lamentaba y el lector casi puede empezar a sentir empatía hasta que Franco tiró el cuerpecito de su hijo para que se lo comiesen los animales. Este es un ejemplo que me hace opinar que Liikanen acierta cuando dice “(…) resulta evidente que el propósito del novelista es desvirtuar en seguida cualquier irrupción de simpatía o posible conmiseración con el tirano” (696). En mi opinión este es un recurso estilístico que hace que la novela sea original y escrita de una forma inteligente: no conforme con expresar la crueldad del tirano sin más, porque eso convertiría la novela en una crítica directa y sosa. De alguna forma, le deja la oportunidad a Franco de ser bueno y humano pero él la rechaza una vez tras otra.

Se podría pensar que las características divinas y la consciencia de la superioridad convertirían la novela en una aburrida alabanza del dictador hacía sí mismo. No obstante, hay momentos cuando Franco se siente frustrado y capturado por su posición y a consecuencia intenta incluso huir de su rol. También se puede decir que existe un tipo de autocrítica por la parte de Franco, pero esto tiene que ver con su profundo desprecio hacía su pueblo: “Sentí desprecio por esta España miserable que había conquistado. Desprecié también mi yo anterior, mi etapa de Dios, por haberme ocupado y preocupado de estos seres anodinos, de estas personas insignificantes que se llaman españoles. […] ¿Qué caudillo era yo que tenía semejantes siervos? ¿Qué gobernante de mierda que tenía bajo su mando tan miserable país? ¿Qué Dios que se conformaba con tan lamentables adoradores?” (178)

Para formar una imagen de Franco tenemos que considerar también como los demás le ven en la novela. Evidentemente, la gente en su alrededor le trata de Excelencia y cumple cada petición suya. Sin embargo, los diálogos con su esposa nos abren una ventana a su ámbito familiar en que Franco aparece como un viejo y, a veces, ridículo. Carmen Polo le llama cariñosamente Paco y en la relación entre ellos se puede ver bien la similitud de la novela con la película. Carmen se preocupa por él y sentencia claramente que le “falla el riego”. En la novela distingo  dos fases que alternan: por una parte los delirios y memorias de Franco y por la otra las interrupciones como los diálogos con Carmen que “despiertan” al lector y le devuelven a la realidad.

Cuando digo que hay que considerar la imagen de Franco desde dos puntos de vista, me refiero  al punto de vista formada por todas estas cosas ya mencionadas y al punto de vista que podemos formar desde entre las líneas. No destacan solamente las cosas que Franco hace o las cosas que se dicen de él, sino la tendencia general del texto por el surrealismo, por desplazamientos, por delirios. La novela es rara y así provoca en mí una imagen de locura y de enfermedad mental.

Sin duda la representación de Franco en la novela es extraordinaria pero hemos tenido la oportunidad de ver otra obra original, la película ¡Buen viaje, Excelencia! ¿Cómo es el Franco de la película? En él se pueden observar claramente las consecuencias de la enfermedad de Parkinson. La película cuenta los dos últimos años de su vida, cuando ya estaba debilitado tanto mental como físicamente. Está dependiente de los cuidados de los demás, especialmente de la mujer alemana que se convierte en su mano derecha.

La película ridiculiza a Franco de una forma muy directa, mientras que la ridiculización en la novela se halla dentro de las líneas. En la película Franco aún sigue siendo Excelencia y tiene el poder de la palabra: todos le sirven y hasta la orquesta tiene que tocar cuando va a comer. El contraste entre toda la lujuria y el dictador enfermo y débil es tan grande que crea algunas escenas absurdas y entretenientes.

Hay semejanza evidente entre los Francos de las dos obras en el sentido de que el dictador se pierde en sus recuerdos: en la película vemos por ejemplo una escena donde Franco pasea en las ruinas de un pueblo e imagina la muchedumbre saludándole y exaltándole. Sin embargo, también hay diferencias entre las representaciones del dictador. Éstas se deben, en gran parte, por las diferencias integrales entre las dos obras: en el libro escuchamos la voz de Franco, mientras que en la película le observamos desde fuera. El Franco de la película provoca, por lo menos en mí, más empatía. Está ya muy mal de salud y también podemos ver las dificultades que tiene para moverse. Hay que recordar que las memorias están escritas durante los cinco últimos años de su vida y la película nos muestra los dos últimos años de ahí que su salud ya se haya deteriorado más. Ya no hay rastro de “Dios” o Caudillo todopoderoso y cruel sino aquí tenemos un anciano cualquiera.

Evidentemente las dos obras son críticas, pero no solamente hacía Franco. La película, en mi opinión, nos muestra lo pasajero que es el poder y como al final de la vida no nos llevamos nada con nosotros. También las ruinas del pueblo nos recuerdan de la crueldad de la guerra y la represión: Franco veía, o imaginaba, a un hombre atado que estaba siendo torturado. Ahora sólo quedan las ruinas y el silencio. El libro, por otro lado, como dice Liikanen, es una crítica amplia contra la sociedad entera que permitió en su pasividad y colaboración que Franco gobernase tantos años. Efectivamente, me he preguntado muchas veces cómo actuaba el pueblo español ante la represión y qué habría pasado si hubiese reaccionado de otra forma. Entiendo que el miedo de una nueva guerra silenció la mayoría de la rebelión al principio del régimen pero siendo una persona que siempre ha vivido en una democracia me cuesta entender el relativo silencio hasta el final de la vida de Franco. Si yo fuera española y especialmente más mayor, creo que la novela tendría incluso una voz acusadora. Creo que Val demuestra inteligencia y perspectiva con el planteamiento de la crítica.

En fin, ambas obras nos muestran un lado de Franco muchas veces ocultado o ignorado de una forma sarcástica y aguda. Son ejemplos de las obras de nuestra época que permite una crítica colorada con humor. Lo revolucionario es que ahora hay obras de franquismo y de los horrores del régimen que me hacen reír y por eso me alegro de haberme familiarizado con estas dos obras en particular.

Bibliografía:

Val, T. (1997) Llegada para mí la hora del olvido. Madrid: Alfaguara.

Linage Conde, A. “Paleopatología e historia”. http://www.ucm.es/info/aep/boletin/actas/31.pdf

Liikanen, E. Dictador en el espejo: Llegada para mí la hora del olvido de Tomás Val como retrato de Franco y su régimen. http://www.letras.ufmg.br/espanhol/Anais/anais_paginas_%20503-1004/Dictador%20en%20el%20espejo.pdf