La justicia internacional liquida las leyes de amnistía

Los expertos ven en España la gran excepción a la tendencia de la última década

PERE RUSIÑOL / DIEGO BARCALA – Público – 01/05/2010

Policías de la dictadura argentina arrestan a un manifestante en  Buenos Aires, en 1982. - AFP

Policías de la dictadura argentina arrestan a un manifestante en Buenos Aires, en 1982. – AFP

La Ley de Amnistía fue clave para avanzar hacia la democracia tras una dictadura atroz y gozó durante años de un gran apoyo social. Pero a finales de esta década, las víctimas empujaban a un Gobierno de izquierdas para que los crímenes de lesa humanidad no siguieran gozando de impunidad. Y sus argumentos empezaron a encontrar complicidades en el mundo de la judicatura.

¿Hablamos de España? ¿O de Uruguay? En realidad, de ambos. Lo que les distingue es lo que sucedió después: el juez español que se atrevió a investigar los crímenes de la dictadura, Baltasar Garzón, está a un paso del banquillo, acusado de prevaricación. En cambio, la Suprema Corte de Justicia uruguaya declaró a finales de 2009 la inconstitucionalidad de buena parte de la norma que impedía investigar los abusos de la dictadura.

“Nunca hubiéramos imaginado algo así de España; todavía nos cuesta entender qué está pasando. ¿Cómo es posible que una democracia europea quede al margen de los tiempos cuando tanto han contribuido el propio Garzón y España en socavar las leyes de impunidad por todo el mundo?”, se pregunta Viviana Krsticevic, directora del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, con sede en Washington.

En la última década, la gran mayoría de normas de este tipo ha sido derogada en todo el mundo, ya sea formalmente o por la vía de los hechos. Y ello con independencia del apoyo político -en las instituciones o entre los ciudadanos- que tuvieran.

Uruguay es un caso paradigmático: la ley, llamada allí de caducidad de la pretensión punitiva del Estado, fue aprobada en 1986. Tres años después, la izquierda reunió las firmas necesarias para convocar un referéndum al respecto, pero los ciudadanos apoyaron su continuidad para preservar los logros de la democracia. Y el año pasado, con todo el viento a favor de la izquierda, ya con el Frente Amplio en el Gobierno, otro referéndum fue incapaz de anularla formalmente porque los partidarios de derogarla se quedaron en el 48% y necesitaban superar el 50%.

Sin embargo, el fallo de la Suprema Corte de Justicia sienta un precedente que implica, en la práctica, el fin de la impunidad: ya se pueden perseguir en Uruguay los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura, le guste o no a los partidos, al Gobierno o incluso a los electores.

Democracia y derecho

“Las leyes pueden ser democráticas, pero ello no las convierte automáticamente en ajustadas a derecho”, explica desde Buenos Aires Hugo Relva, consejero jurídico del Proyecto de Justicia Internacional de Amnistía Internacional, quien subraya que “el mundo ha cambiado mucho” desde que España aprobó la Ley de Amnistía, en 1977, y otros países ratificaran normas parecidas.

“Hace 30 años, lo que un Estado hacía internamente nadie lo discutía. Era cosa suya. Pero esto ya no es así: hay ciertos principios en derecho internacional que todo el mundo está ahora obligado a respetar”, agrega.

Los expertos coinciden en que Garzón y la Justicia española fueron clave en este cambio: a raíz del caso Pinochet y, sobre todo, tras el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre Perú en 2001, las leyes de amnistía (entendidas como de punto final) han hecho agua por todos lados.

Con muy distintas formas: en Chile, por ejemplo, la ley sigue formalmente vigente, pero la interpretación del juez Juan Guzmán Tapia la ha liquidado de facto al considerar que hay que investigar toda denuncia de desapariciones porque mientras no se encuentre el cuerpo se trata de un hecho totalmente actual. En Argentina, en cambio, una sentencia histórica de 2005 derogó las leyes de punto final y obediencia debida. El argumento: por muy democrático que fuera el Parlamento que las aprobó, la jurisprudencia internacional posterior, que exige perseguir los crímenes de lesa humanidad sin excepciones, las invalidan.

Islotes amenazados

En América Latina quedan aún islotes donde este tipo de leyes resisten: sobre todo, Brasil, donde el alto tribunal rechazó el jueves revisar la norma, y El Salvador, pese a que el nuevo Gobierno de izquierdas se ha comprometido a derogarla. Sin embargo, la contundencia y claridad de la Corte Interamericana hace que toda norma en esta línea en el Cono Sur esté amenazada de muerte en un futuro muy próximo, destacan los expertos.

En el resto del mundo, los avances en la justicia internacional también han horadado cualquier intento de mantener vivas leyes de punto final. En todos los continentes. En Europa, Croacia aprobó en 1996 una amnistía para la guerra de los Balcanes, pero los sospechosos de crímenes de lesa humanidad están en celdas de La Haya. En Asia, Indonesia la impulsó en 2004, pero fue bloqueada por los tribunales y la presión de la ONU. En África, el acuerdo que puso fin a la guerra civil de Sierra Leona en 1999 preveía la amnistía, pero varios firmantes también están presos en La Haya.

En la última década, la ONU se ha negado a firmar ningún acuerdo que incluya amnistías de crímenes de lesa humanidad, que por exigencia suya han quedado fuera incluso en conflictos tan enconados como los de Uganda y Congo.

¿Y Suráfrica? La transición del apartheid a la democracia se sedimentó en la amnistía y el perdón. Pero a juicio de Eduardo González, experto del Centro Internacional para la Justicia Transicional, prestigiosa ONG con sede en Nueva York, la comparación con España es “una barbaridad”. “En Suráfrica no hubo amnistía general e incondicional. Cada persona individualmente debía presentarse ante la Comisión de la Verdad, reconocer los hechos, aportar información detallada y pedir perdón”, afirma González. Y añade: “La experiencia nos dice que las leyes de amnistía que no respetan los estándares internacionales del momento acaban cayendo. Siempre”.

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“Los españoles no reconocemos nuestro propio genocidio”

El Supremo de Brasil rechaza la revisión de la ley de amnistía

La petición para modificar la norma pretendía el castigo de algunos crímenes cometidos durante la dictadura militar (1964-1985) que no deberían ser considerados políticos

JUAN ARIAS El País30/04/2010

Con una decisión histórica y con siete votos a favor y dos en contra, el Supremo Tribunal Federal de Brasilha rechazadouna petición de laOrden Nacional de Abogados para que pueda ser revisada la ley de amnistia aprobada despues de la dictadura militar (1964-1985) y de esa forma poder castigar algunos crímenes que no deberían ser considerados políticos como la tortura, la desaparición de personas y el estupro. El Gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva estaba dividido. Por ejemplo, el ministro de Derechos Humanos Paulo Vannuchi y el ex ministro de Justicia, Tarso Genro, ambos de la izquierda del Partido de los Trabajadores (PT) estaban a favor de revisar la ley de amnistía, mientras que el ministro de Defensa, Nelson Jobim estaba encontra.

La discusión de los miembros del Supremo fue pública y retransmitida por televisión. El Presidente, Cezar Peluso resumió en la motivación de su voto a favor de mantener la ley de amnistía el parecer de la mayoría de los magistrados con estas palabras: “Brasil hizo una opción a favor de la concordia nacional y debe ser respetada”. Según Peluso, además, la revisión de nada serviría en la práctica, ya que todos los crímenes ya han prescrito.

El magistrado Celso de Melo alegó que la ley fue el resultado de un amplio debate nacional para hacer posible la transición entre el régimen militar y el régimen democrático actual. La mayoría de los que defendieron que no se revise la ley insistieron en que fue una ley de consenso entre ambas partes que aseguró una transición pacífica a la democracia. “La amnistía fue un acto de amor, fundado en la convivencia pacífica de los ciudadanos”, argumentó el magistrado Marco Aurelio Mello.

Una tarea del Congreso

Los dos únicos que votaron a favor de revisar la ley, Ayres Britto y Ricardo Lewandowski, insisitieron en que la ley no podía incluir crímenes que no son políticos, como la tortura, ya que “el torturador no es un ideólogo”. Britto resaltó que la mayoría de los torturadores no fueron militares y que la revisión de la ley sería incluso “una forma de purificar a las fuerzas armadas”. Los defensores de la revisión de la ley ya han anunciado que podrán recurrir a los tribunales internacionalescontra la sentencia del Supremo, aunque éste, en realidad, no ha hecho más que rechazar la petición de la Orden de Abogados. Algunos magistrados han recordado que el Supremo no podría revisar la ley, algo que sólo el Congreso podría replantearse, como sostuvo, por ejemplo el magistrado Eros Grau, relator del proceso y que a pesar de haber sido él mismo una de las víctimas de la dictadura de los militares, se manifestó en contra de la revisión de la ley.

Incluso los que están contra la revisión de la ley para evitar inútiles revanchismo en un país ya pacificado y consolidado en su democracia, están de acuerdo en que se abran todos los archivos de la dictadura para que se pueda saber, por ejemplo, donde fueron enterradas muchas de las víctimas dadas aún hoy por desaparecidas.

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El Brasil de las 20.000 torturas verá la luz

El juez antiterrorista francés muestra su claro apoyo a Garzón

JOSÉ YOLDI (ENVIADO ESPECIAL) – El País02/05/2010

El juez antiterrorista francés, Jean Louis Bruguière, mostró ayer su apoyo inequívoco a su colega Baltasar Garzón. El magistrado francés, que estos días asiste a la séptima edición del Foro de Seguridad Global sobre Terrorismo Internacional, que organiza la Escuela de Leyes de Nueva York, está al corriente de los “tres problemas” de su compañero y considera que se trata de un ataque ad hominem y una cuestión política. “Esto no se podría producir en Francia”, aseguró Bruguière, “porque la justicia no está tan politizada como en España”. Para el juez francés es inconcebible que un partido como Falange Española de las JONS, que representa a los herederos de los agresores y a los que se rebelaron contra el Gobierno legítimo, forme parte de la acusación y pueda sentar en el banquillo a Garzón.

Cuando se le menciona que el presidente francés Nicolás Sarkozy intentó encarcelar a su rival y predecesor Dominique de Villepin, Bruguière afirma que tanto uno como otro son políticos, pero que eso no ocurre entre los jueces.

El magistrado francés cree que Garzón no tendría que haber sido perseguido por unos hechos que, a su modo de ver, no son delito. Una cuestión es la interpretación de las leyes y otra que esa interpretación pueda ser ilegal, afirma. Parece que han decidido acabar con él, porque otros jueces han defendido sus interpretaciones y nadie los han procesado. Luego, si otros jueces respaldan las decisiones de Garzón y el proceso no se dirige contra ellos, es porque es un ataque contra la persona. Da la impresión, agrega, de que la política ha impregnado los tres casos por los que se le persigue en el Tribunal Supremo.

Podemos y debemos

BENJAMÍN FORCANO – El País – 01/05/2010

Estamos en democracia. Y, en consecuencia, debemos admitir como ciertos los siguientes hechos: 1. Las Cortes Españolas aprobaron una ley de amnistía para: “Todos los actos de intencionalidad política, cualquiera que fuere su resultado, tipificados como delitos y faltas realizados con anterioridad al 15 de diciembre de 1976”. 2. Tal amnistía fue expresión de todos los españoles, quienes, a través de sus representantes, la sellaron como ley. 3. No es seguro que dicha ley quede anulada por otras leyes internacionales superiores. 4. El juez Garzón intenta hacer justicia a las víctimas vencidas de la guerra sin ir contra esa ley, en el sentido de no reclamar procesos ni juicios contra nadie, sino simplemente conseguir que la sociedad española haga con todos lo que hizo con una sola parte: reconocer a las víctimas y darles honrada y familiar sepultura. 5. El tribunal Supremo tiene competencia para intervenir con toda legitimidad y valorar si dicho juez traspasó los límites de su poder y puede decidir, aun equivocándose, pero cumple correctamente con su función. 6. Los ciudadanos pueden con argumentos y razones discrepar de dicha decisión pero no por ello pueden dejar de acatarla.

Dado como supuesto este cuadro legal democrático, pienso que unos y otros, en este momento, debemos reconocer un hecho de capital importancia: lo pasado está bien hecho y acaso pudo darse por cerrado ese ciclo histórico, sin abrir el debate de la memoria histórica, que acabó en ley. Hubiera sido una opción. Pero -y esto es lo nuevo- las leyes no son absolutas ni nos atan y pueden interpelar a la sociedad por nuevas circunstancias. El hecho mayor es que estamos ahora en disposición de afrontar juntos, mirando al futuro, sin odios inútiles, esa locura colectiva, con víctimas vencedoras y víctimas vencidas, y entender que todas las víctimas tienen el derecho en familiares y amigos, y en la misma sociedad a ser reconocidas y tratadas en digna sepultura.

Este debiera ser el sentir de un gran gesto colectivo, magnánimo, impregnado de pesar mutuo y de compromiso por no reincidir en las causas que nos llevaron a tan desgraciado enfrentamiento. La sanación de nuestras heridas y afianzamiento de nuestra democracia debiera cogernos a todos con la mirada, corazón y manos abiertas, para sentirnos reconocidos, perdonados, integrados y nunca más excluidos. Esto puede que vaya más allá de la legalidad establecida, pero hay que acogerlo como imperativo moral que surge del corazón y contribuye a fortificar el futuro de nuestra democracia. ¡Podemos y debemos.

Memoria y futuros posibles

EDUARDO JOZAMI – El País –  01/05/2010

Ensayo. La consagración del Holocausto como episodio central de la historia del siglo XX, la proliferación de museos y monumentos en lugares asociados con el horror o la acumulación de testimonios de las víctimas caracterizan un potente impulso de memoria que atraviesa las fronteras: una búsqueda permanente del pasado que no es ajena a la sensación de fugacidad con que vivimos el presente. En una época cuyo sentido común celebra la crisis del sentido histórico y las reflexiones más profundas compiten con las visiones apologéticas que obturan el pasado para descartar toda posibilidad de transformar el presente, se multiplican los textos sobre la memoria. Entre ellos, el libro compilado por Ricard Vinyes que desde hace algunas semanas circula en Buenos Aires no es uno más.

El Estado y la Memoria, con una vocación comparatista que no es frecuente en estos estudios, reúne trabajos sobre realidades europeas bien distintas y concede un espacio significativo a los países del Cono Sur. Aunque el artículo introductorio de Vinyes no sobrestima los logros del proceso que llevó a la sanción de la Ley de Memoria Histórica en la Península y cita declaraciones del Gobierno español que no se compadecen con el espíritu de esa norma, es interesante observar que dicha ley se aparta de la orientación fijada a inicios de la transición y expresa la necesidad de recuperar los valores de la tradición democrática para orientar los procesos políticos del presente. No es esta la línea en otros países de Europa, donde el rasgo más notable del discurso sobre memoria es la despolitización. Filipo Foccardi cuestiona el intento de los dirigentes democráticos italianos de construir una memoria compartida que impediría la toma de conciencia sobre las culpas del fascismo.

La perspectiva que anima el artículo de Vinyes, y otros sobre la experiencia española, permite coincidencias con algunos textos sobre Argentina y Chile que podrían considerarse sorprendentes, puesto que en estos países las dictaduras son más recientes y -con más claridad en el caso argentino- aún se persigue judicialmente a sus responsables. Si en España la insistencia en privilegiar la consideración de las víctimas, por sobre los valores y políticas en juego, llevó de hecho a equiparar democracia y dictadura, Emilio Crenzel señala que las Comisiones de Verdad que actuaron en los dos países sudamericanos, inspiradas en un discurso humanitario para condenar a las dictaduras, justificaron en parte la intervención militar en Chile y legitimaron la explicación dictatorial sobre la insurgencia en el caso argentino.

Luego de analizar los diferentes momentos por los que atravesó Argentina, desde la llamada teoría de los dos demonios -que condenaba la violencia sin diferenciar entre la dictadura y quienes la combatían- hasta el Gobierno de Kirchner que en 2003 impulsó el juicio a los responsables del terrorismo de Estado, Lila Pastoriza coincide con Vinyes en los riesgos de las políticas fundadas sólo en el dolor de las víctimas. En su opinión, el relato dominante olvida que existió en los años setenta un importante intento de transformación de la sociedad y que es imposible entender la dictadura argentina sin restablecer en ese punto la verdad histórica.

¿La política pública de memoria que reclaman los autores citados no implica el riesgo de que en esa tarea -como teme el francés Jean Claude Duclos- el Estado reemplace a la sociedad? Para Vinyes estas políticas no pueden imponer un deber de memoria que sostenga un discurso único e impida la creatividad social. Por eso, el Memorial Democrático de Cataluña no tendrá su Exposición Permanente que consolida un discurso sino que se piensa como un ágora -espacio de los antagonismos, abandono del canon- que estimule el pensamiento y el debate. Criterio orientador que suscribimos puesto que, como escribe la chilena Isabel Piper: “Lo que está en pugna no son sólo las interpretaciones del pasado, sino los significados de lo que somos como sociedad y de nuestros futuros posibles”

El Estado y la Memoria. Gobiernos y ciudadanos frente a los traumas de la Historia

Ricard Vinyes (editor)

RBA. Barcelona, 2009

656 páginas. 40 euros

Crónica de una juventud estrangulada por Mao Zedong

El dibujante Li Kunwu evoca en el álbum ‘Una vida en China’ su adolescencia bajo el totalitarismo del Gran Timonel

El País30/04/2010

Escena de ‘Una vida en China, de Li Kunwu y p. Ôtié.- ASTIBERRI

No era más que un bebé pero su padre se empeñó. Se asomó a la cuna y le pidió que dijera sus primeros balbuceos. Y no quería oír “papá” ni “mamá”. “Par empezar, di: presidente Mao Zhuxi”. El pequeño, claro, no hizo más que repetir “Ma-má” y “Pa-pa”. Pero a su progenitor no le hizo ninguna gracia que el pequeño no supiera articular el nombre del insigne líder comunista y montó en cólera. La violencia de su reacción (¡No te pido que digas Papa, sino Mao Zhuxi, idiota!”) da una idea del sometimiento del pueblo Chino ante la dictadura del Gran Timonel en plenos años 50.

Aquel bebé era el dibujante Li Kunwu (Yunnan, China, 1955), que ahora recuerda su infancia y adolescencia bajo el régimen comunista en el álbum Una vida en China (Astiberri), firmada junto al guionista P. Ôtié. Son páginas autobiográficas en las que rememora el peregrinaje de su padre, un oficial del partido comunista, y su madre, obrera, desde su provincia natal de Yunnan. Juntos a ellos muestra la China que asiste al triunfo de la Revolución comunista dirigida por Mao Zedong, y a la draconiana aplicación del programa socioeconómico del Gran Salto Adelante y de la Revolución Cultural.

Sin ánimo de reivindicar ninguna ideología, Li, ex dibujante de propaganda para la República Popular China y con una trayectoria de 30 años en el noveno arte, describe de primera mano los trastornos que sufrió la población del mayor país del mundo. A través de su relato, compuesto por más de 200 páginas de trazos expresionistas en blanco y negro, Li recuerda cómo siendo un niño creció en la adoración al líder comunista, convertido por la propaganda oficial en casi un ser semidivino. Las sentencias de su Libro rojo son aprendidas y memorizadas obsesivamente. Los niños son adoctrinados en el parvulario: “El pensamiento de Mao Zedong es la alegría de la revolución/ el que se opone a él, ése es nuestro enemigo!”, repiten al unísono. Mientras, se crean las grandes comunidades populares, piedra angular del movimiento del Gran salto adelante.

Los estragos del Gran salto adelante

En su carrera para rivalizar con occidente, el Partido Comunista chino inicia una frenética producción de acero para superar a la de Reino Unido y alcanzar al gran rival capitalista, Estados Unidos. En su empeño, el país parece convertirse en unos “grandes altor hornos”, a costa de imponer las colectivizaciones, deforestar el territorio y devastar la fertilidad del suelo chino. De manera que el joven Kunwu asiste, también, a la salvaje hambruna que duró de 1959 a 1961. En medio de escenas de horror en la lucha por la supervivencia, el narrador recuerda cómo uno de sus tíos muere tras recibir una cornada de una vaca a la que intentaba robarla el forraje, o cómo otro tío, totalmente desesperado, intenta comer tierra. “Los historiadores”, recuerda el narrador, “no se ponen de acuerdo sobre las cifras de muertos, ¿5, 8 o 10 millones?”. Perecieron esas mismas masas a las que Mao llamó “los héroes de la Revolución”. El recorrido de Li continúa, con pulso notarial pero sin caer en el tremendismo, hasta 1976, cuando el relato se cierra con la muerte del impenitente Gran Timonel.

Ecos de la transición en Washington Square

Tres jornadas celebradas en la New York University evocan el gran cambio político y social

ANDREA AGUILAR El País30/04/2010

El escritor Antonio Muñoz Molina- JORDI SOCÍAS

Reunir a algunos de testigos y actores de la Transición y escuchar sus recuerdos y testimonios en primera persona, sin quedar enredados en largas conferencias académicas. Esto es lo que se propuso el novelista Antonio Muñoz Molina cuando decidió organizar El presente del porvenir, unas jornadas celebradas la semana pasada en el King Juan Carlos I Center de la Universidad de Nueva York, patrocinadas por la Fundación Pablo Iglesias, el Consulado de España y el Instituto Cervantes.

“Como español de ida y vuelta, a medio camino entre Nueva York y Madrid, soy muy consciente de los lugares comunes y los estereotipos con que muchas veces se mira desde aquí la realidad española”, explicó Muñoz Molina en las palabras de introducción. En su lucha contra el cliché ha querido enseñar al público “cómo España cambió, el salto tan grande que dio nuestro país”, añade en conversación telefónica. Estructuradas en tres bloques, las jornadas arrancaron el pasado martes con las intervenciones de Salvador Clotas, presidente de la Fundación Pablo Iglesias, la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega y la periodista Adela Gooch que ocupó durante varios años la corresponsalía en Madrid del diario The Guardian.

“Se habló de la Ley de Amnistía y cómo fue aprobada no para olvidar sino para poder convivir”, dice el novelista. “Nadie olvidaba nada, pero había que dejar en suspenso una parte del pasado. Tanto la vicepresidenta como Virgilio Zapatero [en su intervención posterior] recordaron que aquella ley fue una exigencia de la izquierda no una graciosa concesión de la derecha”. El miércoles el catedrático de Historia, Santos Juliá, y el profesor de la Universidad de Pensilvania, Mauro Guillén, hablaron acerca de los rápidos cambios políticos y económicos que atravesó el país tras la muerte de Franco. En un coloquio posterior Manuel Marín evocó sus recuerdos de las negociaciones para el ingreso de España en la UE. Ayer estaba previsto que se celebrara un debate entre la novelista Elvira Lindo, la presidenta de UNIFEM Inés Alberdi y el sociólogo Fernando Vallespín sobre el avance social que ha experimentado la sociedad española en las últimas décadas, y la incorporación de las mujeres a la escena pública. La última intervención programada fue la del vicepresidente del gobierno socialista desde 1982 hasta 1991, Alfonso Guerra.

Dice Muñoz Molina que la tensión entre las leyendas, los tópicos y la realidad siempre existe. Por eso importante hacer memoria y compartirla. “El tránsito de la dictadura a la democracia no fue una concesión despectiva de los herederos del franquismo a unas fuerzas democráticas impacientes por rendirse, sino el resultado de una enorme y duradera movilización popular y de un esfuerzo admirable de muchas personas de posiciones políticas muy diversas por encontrar un espacio común de convivencia en libertad para la inmensa mayoría. De aquel porvenir que nadie imaginaba vino este presente en el que se encuentra ahora España”, afirmó el novelista.