1.850 fosas en el primer mapa de la tragedia

Ocho autonomías cuentan cómo buscan enterramientos de la Guerra Civil

NATALIA JUNQUERA El País04/03/2010

Gráfico: Fosas de la Guerra Civil señaladas por las ocho comunidades que participan en el mapa elaborado por el Gobierno

Más de 70 años después del fin de la Guerra Civil, aún quedan en España miles de fosas comunes en las que yacen decenas de miles de víctimas. El único censo nacional de desaparecidos que existe, el que las asociaciones de familiares llevaron al juez Baltasar Garzón en octubre de 2008, tiene 133.708 nombres. Para elaborar un mapa de fosas y cumplir uno de los artículos de la Ley de Memoria Histórica (2007), el Gobierno pidió ayuda a las comunidades autónomas, pero sólo ocho, todas gobernadas o cogobernadas por socialistas, han firmado un convenio para facilitar al Ejecutivo datos de las localizadas en su territorio. El objetivo es que ese rastro de la tragedia se pueda consultar en una web en el futuro.

La mayoría de estas comunidades llevaba ya tiempo trabajando en ese mapa y algunas, como Cataluña o Aragón, desde mucho antes de que existiera la Ley de Memoria. Todas se están apoyando en el trabajo de las asociaciones de víctimas y en equipos de las universidades que financian con su presupuesto autonómico.

– Cataluña no delega. La Generalitat presentó en 2008 un primer mapa con 179 fosas, a las que han ido añadiendo más, hasta 244, aunque, de momento, sólo 89 han sido confirmadas. La estimación del número de víctimas en esta comunidad asciende a 9.000. María Jesús Bono, directora general de Memoria de la Generalitat, explica que por la evolución del conflicto, la mayoría son fosas de soldados republicanos. “Pero a diferencia del resto del Estado, las primeras fosas que hay en Cataluña son fosas de la represión republicana”. Han recibido 32 peticiones de exhumación o dignificación de enterramientos clandestinos. “La gran diferencia aquí es que la Generalitat no delega la responsabilidad en víctimas o asociaciones, sino que asume los trabajos de localización y exhumación y su coste”, explica. Cataluña cuenta, además, con un registro de desaparecidos de la guerra que tiene ya 3.400 nombres y destinó 11 millones de euros a proyectos de memoria histórica entre 2005 y 2009.

– Aragón: las fosas son yacimientos arqueológicos. Su mapa de fosas arrancó en 2006. Ya han localizado 519, que dividen en seis categorías, según las víctimas: “De la represión rebelde” (247); “de la represión republicana” (119); “militares” (restos de soldados fallecidos en combate: 119); “de combates o bombardeos” (9); “relacionadas con la lucha guerrillera” (17) y de “tipología especial” (8). Para elaborar el mapa, según explica una portavoz, el Gobierno aragonés recogió documentación de historiadores y asociaciones y envió a un equipo de técnicos a 1.150 localidades -entre ellas, una treintena de pueblos ya deshabitados-, para buscar testimonios. Esta comunidad es una de las pocas con su propio protocolo de exhumación. Y la única que considera las fosas “yacimiento arqueológico”, lo que las preserva de, por ejemplo, las obras.

– País Vasco: equipo pionero. El Gobierno de Euskadi ha localizado 53 fosas. Trabajan mano a mano con la sociedad de ciencias Aranzadi, a la que pertenecen los arqueólogos y forenses que han participado de forma altruista en la mayor parte de las fosas que se han abierto en España desde 2001. Inés Ibáñez de Maeztu, directora de Derechos Humanos del Gobierno vasco, explica que las asociaciones de familiares juegan “un papel muy importante a la hora de aportar información” y que “pese a las estrecheces económicas” siguen subvencionando proyectos de recuperación de la memoria “como una forma de acabar con el silencio, el olvido y la indiferencia”.

– Extremadura: comisario por la memoria. Esta comunidad empezó a buscar a sus desaparecidos de la guerra en 2003. Ha localizado 172 posibles fosas en las que calcula que puede haber restos de 241 víctimas. “La relación de represaliados tiene alrededor de 12.000 nombres, pero hay otra represión no escrita, que requiere una investigación pueblo a pueblo. Lamentablemente, cada vez tenemos menos testimonios orales de primera mano: el que enterró los cuerpos, el que vio cómo los enterraban… ya ha muerto”, explica Cayetano Ibarra, comisario de la memoria histórica en Extremadura. “Además, hubo quien, a finales de los 70, por miedo, se deshizo de los restos de fosas en fincas de su propiedad”.

– Andalucía: nadie se atreve a dar una cifra de víctimas. Tiene, como Extremadura, la figura del comisario de la memoria, y un inventario de 595 fosas, la mayoría (118) en Huelva. Los expertos no se atreven aún a dar una estimación de la cifra de víctimas.

– Asturias y Cantabria: alianza con la Universidad. En Asturias se han localizado 267 fosas desde 2003. Una profesora de historia contemporánea de la Universidad de Oviedo coordina los trabajos de investigación, para los que ya han previsto 30.000 euros. El Gobierno cántabro ha contratado a un equipo de la universidad para que corrobore la información que ha recibido de ayuntamientos, asociaciones y particulares sobre posibles ubicaciones de fosas.

– Castilla-La Mancha: empezando. Aún no aporta cifras, pero el Gobierno castellano-manchego ya ha comenzado a trabajar en el mapa de fosas reuniéndose con asociaciones de memoria.

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Unidad al pie de la mayor fosa común

Genocidas

RAMÓN MUÑOZ – El País 28/02/2010

Andan a la greña los juristas sobre el proceder del juez Baltasar Garzón por abrir un proceso contra los criminales del franquismo. Dejando al margen la suerte que corra el magistrado, llama la atención la porfía paralela que se ha montado sobre la prescripción de los crímenes contra la humanidad, pues a nada que se aticen en Google los magnos personajes de la historia, uno no encuentra sino una interminable dinastía de genocidas. Y, ¿quién los juzgó?

La propia historia está escrita al dictado, cuando no directamente por la pluma de sus grandes carniceros. Sus crímenes, lejos de condenarse, son sometidos luego a un impenitente revisionismo por los historiadores nacionales (y nacionalistas), bajo el dogma infalible de que los genocidas que ganaron nuestras guerras se convierten automáticamente en conquistadores y héroes, dejando si acaso a los perdedores el atributo de criminales.

Salvo pervertidos, nadie duda de que Hitler, ese irrisorio cabo de la I Guerra Mundial, fuera un malhechor sanguinario que condujo al mundo al horror. Pero seguro que tacharían de lunático al que dijera lo mismo de Napoleón, ese corso enano y resentido que, en nombre de la revolución, ahogó en sangre a Europa entera. ¿Acaso el pequeño cabo -como también llamaban sus soldados a Bonaparte- no se proclamó legítimo salvador de Occidente e invadió la gélida Rusia, donde nada se le había perdido, dejando millones de muertos a su paso, como un siglo y medio después hiciera el caudillo del Tercer Reich? Y, sin embargo, no puedes andar dos manzanas en París sin ver su nombre o el de sus mariscales en algún letrero, monumento, o en la etiqueta de un vino o un coñac. ¿Imaginan que los vinos del Rin tuvieran la denominación de Goering o Himmler?

Estoy convencido de que la historia es un mero relato de crímenes de lesa majestad, desde la desaparición de los neandertales a manos de los homo sapiens hasta la última masacre tribal de Ruanda. Entre medias, alguien descubrió el fuego, la trigonometría, el arco de medio punto o la física cuántica. Pero el cemento que da consistencia a la historia del hombre está hecho de sangre y cuerpos descuartizados.

“No a la guerra”, gritaban los ingenuos contra Bush (y Aznar) cuando las tropas estadounidenses invadían Irak produciendo algún que otro daño colateral (muertos) entre la población civil. ¡Menuda novedad! Ocho siglos antes, Genghis Khan arrasó la ya entonces Persia musulmana -actuales Irán, Irak, Afganistán y varias repúblicas ex soviéticas-, con el asesinato en masa de poblaciones enteras (niños incluidos) como las de las bellas Samarcanda o Bujara. Hoy es el héroe nacional de Mongolia, le han erigido una estatua de 40 metros de altura y su efigie está en todas partes, desde billetes hasta latas de cerveza.

El fundador del Imperio Romano, Julio César, masacró a decenas de miles de galos y esclavizó a otros tantos, por mucho que los franceses se empeñen en revisar su memoria histórica con esa patraña animada de Astérix y Obélix. Stalin asesinó al menos a 10 millones de compatriotas, la mayoría honestos comunistas y fieles combatientes del Ejército Rojo. Hoy su foto está manchando las calles de Moscú gracias al nuevo nacionalismo de Putin y los suyos. Es inútil negarlo. El genocidio es nuestro pasado. Y hay serias dudas de que no forme parte de nuestro futuro.

“Franco era un oportunista”

Jimmy Burns Marañón. Periodista

«Franco era un oportunista»

C.P. – Público – 24/02/2010

El periodista británico Jimmy Burns Marañón (1953) documenta en Papá espía (Debate) las intrigas de su padre, Tom Burns, para que Franco no se involucrara en la II Guerra Mundial.

¿Por qué marcó tanto la Guerra Civil en Inglaterra?

Desde la revolución rusa no ocurría algo que podía determinar el futuro de Europa. Parte de la intelectualidad pensaba que la solución pasaba por apoyar el marxismo-leninismo y denunciar al fascismo.

Su padre no opinaba así.

Pertenecía a la minoría de los católicos ingleses que, al contrario que en España, se movían fuera del establishment. Cuando estalló la Guerra Civil se quedaron impresionados con la persecución religiosa. Apoyaron a Franco, pero lucharon contra Hitler y eran churchillianos. Sé que a algunos españoles les puede costar entender un personaje así, pero mi libro está escrito con objetividad anglosajona: contar la historia tal y como pasó, no como nos hubiera gustado que ocurriera.

Churchill decidió no intervenir en España.

Su decisión le costó cara a los republicanos. Cuando le visitó el embajador republicano Azcárate dijo “Sangre, sangre, sangre, no quiero más sangre”. Pensaba que si los aliados intervenían España viviría otra baño de sangre.

Su padre intuyó que Franco no uniría su destino al de Hitler.

Franco se consideraba sobre todo un español. Veía la historia de España en términos de cruzadas, conquistadores e imperio. Un nacionalcatolicismo lejano al nazismo.

Franco y Hitler chocaron en Hendaya.

La reunión fue un desastre. Dentro del franquismo había pro nazis, pero también anglófilos, a los que sobornó Inglaterra para asegurar la neutralidad. Cuando EEUU entró en la guerra, Franco jugó las cartas aliadas.

Cuenta que la inteligencia británica infiltró un topo en Hendaya.

Identificado como agente T. Allí sólo había siete personas. He deducido que el topo sólo pudo ser el barón de las Torres, traductor y jefe de protocolo de Franco.

Dice que Franco toleraba el espionaje inglés.

Lo único que preocupaba a Franco, que era un pragmático y un oportunista, era mantenerse en el poder. Mientras británicos o alemanes, cuyas embajadas eran vigiladas, se limitaran a pelearse entre sí sin socavar su poder, no había problema.

Sobre el juez Garzón

JOSÉ M. TOJEIRA, (Rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, UCA, El Salvador) El País19/02/2010

A quienes hemos sufrido crímenes de lesa humanidad que han quedado impunes, nos agrede y duele el enjuiciamiento actual contra el juez Baltasar Garzón. En su defensa, el juez ha pedido que se consulte a jueces y juristas de América Latina. En mi calidad de testigo y, en su momento, parte ofendida en el juicio que consagró la impunidad de los autores intelectuales del asesinato de seis jesuitas en El Salvador y dos de sus trabajadoras, el 16 de noviembre de 1989, quisiera hacer una pequeña relación de lo que significó para nosotros la aplicación del principio de justicia universal del juez Garzón en el conocido caso del dictador Pinochet.

En primer lugar, nos dio ánimo y esperanza. El caso Pinochet abrió posibilidades inéditas. En El Salvador teníamos una recomendación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA pidiendo al Gobierno de nuestro país que investigara con estándares internacionales el caso de los jesuitas en el nivel de la autoría intelectual, llevara a juicio a sus autores e indemnizara adecuadamente a las víctimas. El entonces presidente de El Salvador, Francisco Flores, dijo con toda tranquilidad que no iba a seguir las recomendaciones. Las recomendaciones siguen hoy pendientes, pero los dos últimos Gobiernos han abierto al menos conversaciones sobre el camino de cumplimiento de las mismas. Para nosotros no hay duda de que los esfuerzos del juez Garzón por aplicar el principio de justicia universal contribuyó tanto a darnos fuerza en la defensa de nuestros derechos como a darnos seguridad moral.

Al igual que Pinochet, quienes mataron a los jesuitas y sus dos trabajadoras están amnistiados. Y ambos casos se han abierto en España a pesar de las amnistías que en sus países los protegían. Acusar al juez Garzón de prevaricato porque los crímenes de la Guerra Civil que investigó están amnistiados no deja de escandalizarnos. Supone que las amnistías españolas son más respetables que las latinoamericanas. O que los criminales de lesa humanidad españoles son más dignos del perdón legal que otros criminales del mundo. Para quienes pensamos que la humanidad es una, en esa gran tradición que abrieron cada cual a su modo Francisco de Vitoria o Bartolomé de las Casas, perseguir ahora al juez Garzón es enfrentarse a una tradición, no siempre continuada ni defendida, pero que ennoblece al pensamiento español.

Si el juez existe para algo es para defender el derecho de la víctima y no del verdugo. Más aún, desde el uso del idioma, y más allá de los contenidos de las diversas legislaciones, podríamos llamar prevaricador a cualquier juez que se implique defendiendo a los verdugos. Y ciertamente no es éste el caso de Baltasar Garzón. Lamentaríamos, sin embargo, que fuera ése el caso de los jueces que en este momento están decidiendo sobre el juez Garzón.

Garzón y los crímenes del franquismo en The Sunday Times

The Sunday Times – March 1, 2009

Spain’s stolen children

During General Franco’s reign, tens of thousands of children were taken from their families, handed over to fascist sympathisers and brainwashed. Now growing old, they are fighting to discover the truth about their past before it’s lost for ever. By Christine Toomey. Photographs: Clemente Bernad

Barcelona (Spain). 2009. Trinidad Gallego shows a photograph of her with her mother and her grandmother, all of them imprisoned.

The only memory that Antonia Radas has of her father has haunted her as a recurring nightmare for nearly 70 years; it is the moment of his death.

Antonia is a small child in her mother Carmen’s arms. Both are looking out through the refectory window of a prison where Carmen’s husband, Antonio, is being held. They see him lined up against a courtyard wall. Shots ring out. Antonia sees a red stain burst through her father’s white shirt. His arms are in the air. Another bullet goes straight through his hand.

After that Antonia believes she and her mother must have fled the prison. But Carmen and her two-year-old daughter were soon arrested. They had been arrested before. That was why Antonio had given himself up, thinking this would guarantee their freedom. But they were the family of a rojo or red — a left-wing supporter of Spain’s democratically elected Second Republic, crushed by General Francisco Franco’s nationalist forces during the country’s barbarous 1936-to-1939 civil war. As such they would be punished. These were the years just after the war had finished, and the generalissimo’s violent reprisals against the vanquished republicans were in full flow.

Antonia is now 71 and living in Malaga. Her memories of much of the rest of her childhood are clear, and many of them happy. “I was raised like a princess. I was given pretty dresses and dolls, a good education, piano lessons,” she says.

It is only when I ask what she remembers about her mother, Carmen, from her childhood that Antonia’s memory once again becomes sketchy. “I remember that she was thin and she wore a white dress. Nothing else. I didn’t want to remember anything about her,” she says with a steely look. “I thought she had abandoned me.”

This is what the couple who raised Antonia told her when she came home from school one day when she was seven years old, crying because another child had said that she couldn’t be the couple’s real daughter since she did not share their surnames. “They told me that my mother had given me away and that my real family were all dead. They said they loved me like a daughter and not to ask any more questions. So I didn’t.”

By then a culture of silence and secrecy had descended on the whole of the country, not just the south where Antonia grew up. These were the early years of Franco’s dictatorship, when loose talk, false allegations, petty grievances and grudges between neighbours and within families often fuelled the blood-letting that continued long after the civil war had finished. In addition to the estimated 500,000 men, women and children who died during the civil war — a curtain-raiser for the global war between fascism and communism that followed — a further 60,000 to 100,000 republicans were estimated to have been killed or died in prison in the post-war period.

Even after Franco’s death in 1975, after nearly 40 years of fascist dictatorship, few questions were asked about the events that had blighted Spain for nearly half a century. To expedite the country’s transition to democracy, the truth was simply swept under the carpet.

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The Sunday Times – October 26, 2008

Spain stirs its civil war ghosts

A bid by families to exhume Franco’s victims is creating new conflict

Matthew Campbell

Both her sisters disapprove and her daughter is unenthusiastic, but that has not stopped Nieves Galindo from pursuing her unusual quest: she wants to exhume the remains of her grandfather, a victim of the Spanish civil war.

This jovial, 49-year-old council worker is by no means alone. More and more Spanish families have joined an increasingly energetic movement to unearth the bodies of relatives executed decades ago by General Francisco Franco’s death squads.

Conservatives complain that digging up the past will only reopen old wounds, creating more conflict. Galindo believes that the opposite is true.

“It will help to close our wounds,” she said last week in the flat she shares with a Siamese cat and her husband in Baides, a sleepy village 100 miles northeast of Madrid. “Only by coming to terms with the past and understanding what happened, and to how many people it happened, can we move on as a country.”

The recent decision of Baltasar Garzon, a popular judge, to order an investigation into the disappearance of 114,000 people during the civil war and Franco’s ensuing dictatorship appears to have encouraged families all over the country to apply for help in locating the graves of executed relatives.

Already about 170 graves have been investigated and thousands of victims’ remains have been returned to their families in the past few years.

“It’s a movement of grandsons and granddaughters,” said Marcos Ana, 89, a communist poet known as the “Spanish Mandela”, because he spent 23 years as a political prisoner under Franco after being arrested when he was 16.

“It is time to end the silence of the tomb,” he said in his apartment, dominated by a photograph of Che Guevara, the revolutionary. “The next generation must know what happened so that it does not happen again.”

Not everyone subscribes to that view. Garzon, famous for his pursuit of Basque terrorists and Latin American dictators, has been accused by conservatives of playing with fire by launching a case against Franco, who ruled Spain for 36 years until his death in 1975. Besides Franco, Garzon has accused 34 former generals and ministers of crimes against humanity between 1936 and 1951. They are dead, but many Spaniards are worried about how far the “super-judge”, as they call him, could go.

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A Satán, atentamente, sus víctimas

Editadas las cartas de los escritores Mijaíl Bulgákov y Evgeni Zamiatin a Stalin

JOAQUÍN ESTEFANÍA El País13/02/2010

Iósif Visarionovich Dzhugashvili

Sorprende en el protagonista de la película El círculo del poder, de Andréi Konchalovski, su ingenuidad en el tratamiento al poder omnímodo de Stalin en los albores de la II Guerra Mundial y al final de los grandes procesos de Moscú contra la oposición de izquierdas y de derechas: el tiempo del Gran Terror en la URSS. Algo de esa ingenuidad y relación masoquista hay también en la correspondencia que establece Mijaíl Bulgákov, el autor de la extraordinaria novela El maestro y Margarita, con Stalin, que encabeza con el familiar saludo “¡Muy estimado Iósif Visarionovich!”, en la que le pide angustiado que cese la persecución que padece y le deje volver a sus novelas, a sus obras de teatro, porque para él no poder escribir equivale a ser enterrado vivo.

Aparecen publicadas ahora estas cartas, así como las del escritor Evgeni Zamiatin (Cartas a Stalin, Editorial Veintisiete Letras), años después de la inmensa labor que hiciera el investigador Vitali Shentalinski, en su extraordinaria trilogía (Esclavos de la libertad, Crimen sin castigo y Denuncia contra Sócrates. Nuevos descubrimientos en los archivos literarios del KGB. Galaxia Gutenberg) contra la amnesia histórica.

Cuando la perestroika abrió en Rusia los primeros horizontes de libertad, Shentalinski se encerró para hacer un estudio de la historia de los escritores durante el periodo soviético que se inicia en 1917. Entró en la Lubianka, sede del KGB en la última reencarnación de los servicios de seguridad soviéticos, y abrió su caja negra para descubrir informes clasificados, documentos que se creían perdidos, obras inéditas de los represaliados: cerca de tres millares de intelectuales.

Lo primero que sorprende en las cartas de Bulgákov y Zamiatin -muy distintas, las del primero más dubitativas; las de Zamiatin más directas- es que apenas piden por su supervivencia, a pesar de que pasan pobreza, frío y privaciones (“los escritores rusos están acostumbrados a pasar hambre”, escribe Zamiatin), sino el cese de las persecuciones y el silencio al que son sometidos por parte de las autoridades, los editores, sus propios camaradas del mundo de la cultura.

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Un documental sobre el maquis

Os cuelgo aquí el documental La guerrilla de la memoria de Javier Corcuera (2002) sobre el maquis en España. Si lo veis entero, podéis reconocer a personas que aparecen (ficcionalizadas, desde luego) en La voz dormida.

[googlevideo http://video.google.com/videoplay?docid=5196216466361894539#]

Vicens Vives era otra historia

Una exposición y la recuperación de sus principales obras evocan, en el centenario de su nacimiento, al gran referente de la historiografía española moderna

CARLES GELI El País11/02/2010

¿Cómo España acabó en una guerra civil? ¿Y Cataluña, tan alejada y castigada? Preguntas como ésas forjaron la trayectoria de Jaume Vicens Vives (1910-1960), renovador de la historiografía española, “el primero y único que en una época podía salir de España y homologarse con sus colegas europeos”, como afirmó Raymond Carr. Esa figura desapareció prematuramente hace ahora 50 años, cuando también se cumplen cien de su nacimiento. Doble motivo para el Año Vicens Vives, que ayer abrió una conferencia del hispanista John Elliott y la exposición Jaume Vicens Vives y la nueva historia, en el Museo de Historia de Cataluña.

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595, inventario oficial de fosas

La Junta concluye el mapa de las tumbas sin nombre del franquismo y la guerra. Los historiadores no se atreven a aventurar el número de cadáveres de las fosas

ISABEL PEDROTE El País08/02/2010

595 es el número oficial de las fosas comunes de la Guerra Civil y la dictadura en Andalucía. Cinco años después de iniciarse los trabajos, la comisión de las universidades a la que la Junta encomendó la validación del inventario de las tumbas sin nombre esparcidas por el franquismo ha dado por concluido el estudio. Aunque una investigación histórica nunca puede considerarse cerrada (siempre es susceptible de sumar nuevos descubrimientos), el presidente de la comisión que engloba a las nueve universidades andaluzas, el catedrático Fernando Martínez López, certificó a finales del año pasado (22 de diciembre), el valor científico de este inmenso plano del horror de los represaliados, dibujado en cada provincia por las asociaciones de la memoria histórica, con las que la Consejería de Justicia había conveniado.

Con el mapa de fosas, en la actualidad en fase de localización detallada (coordenadas cartográficas) a cargo del Instituto Andaluz de Patrimonio, se cumple uno de los preceptos de la Ley de Memoria Histórica que, si bien fue aprobada en diciembre de 2007, hasta ahora ha sido un goteo lento de pequeñas acciones desperdigadas, aisladas, sueltas. La Asociación de la Memoria Guerra y Exilio ha investigado y recopilado los datos de las provincias de Almería, Jaén y Málaga; la Asociación Andaluza Memoria Histórica y Justicia, Cádiz, Huelva y Sevilla; el Foro Ciudadano para la Recuperación de la Memoria Histórica, Córdoba; y la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica, Granada.La junta de coordinadores de las universidades andaluzas, nombre completo de la comisión de historiadores que ha visado los proyectos, recomendó unos parámetros para uniformar el futuro mapa. De esta forma, cada una de las ocho provincias incluye a su vez otro mapa con todos los municipios, una memoria de la represión pueblo a pueblo -cómo entraron las tropas, qué hicieron, cómo se fraguaron las detenciones y fusilamientos-, la ubicación de las fosas (fotos y coordenadas), el listado de los nombres de los muertos (en algunos casos), testimonios, documentación en archivos y las bibliografías.

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Larga vida al presidente Mao

ANTONIO MUÑOZ MOLINA El País – 06/02/2010

Cuando yo llegué a estudiar a Madrid, en el enero sombrío de 1974, Engels, Lenin y Mao Zedong ocupaban los escaparates de todas las librerías. Franco estaba vivo y decrépito con algunas penas de muerte todavía por firmar, y a los sindicalistas y a los estudiantes rebeldes la Brigada Político Social les hacían orinar sangre en las comisarías, pero el panorama editorial, por esas singularidades de una época que sólo quedan en el recuerdo de quienes las han vivido, estaba dominado por un aluvión de libros revolucionarios, con los retratos barbudos de Marx y Engels en las portadas, con obreros soviéticos y guardias rojos chinos, con el rictus asiático de la cara de Lenin y la carota pepona de Mao que parecía el más cool de todos, igual que lo más moderno parecía ser apuntarse a algún partido comunista prochino. El Partido Comunista de toda la vida, el Partido, sin necesidad de añadiduras, ya tenía algo de anticuado para las antenas sutiles del esnobismo universitario. Mao Tse Tung, como decíamos entonces, era tan moderno que un libro suyo titulado Cuatro tesis filosóficas lo publicó en español el que ya entonces era el más moderno de los editores, Jorge Herralde, que se las arregló para hacer con ellos su acumulación primitiva de capital, por decirlo con el lenguaje de la época. Nosotros teníamos un dictador de mano temblona y vocecilla aflautada que rezaba el rosario todas las tardes junto a su señora en una mesa camilla del palacio del Pardo. Mucho más admirable nos parecía a muchos jóvenes antifranquistas el distinguido Mao, que vivía en la Ciudad Prohibida de Pekín -otro nombre de época- y escribía tratados filosóficos y breves poemas de exotismo entre oriental y revolucionario, y era autor además de aquel pequeño Libro Rojo de máximas antiimperialistas que algunos llevaban como un breviario en los bolsillos de las trencas sacándolo a veces con reverencia para recitar una muestra destilada de sabiduría: Los imperialistas son tigres de papel.

Nos hacíamos clientes precoces de Anagrama comprando las Cuatro tesis filosóficas, pero en cuanto empezábamos a leerlo se nos ponía una nube en el cerebro, como con tantas lecturas obligatorias de entonces. ¿Quién tenía la constancia necesaria para abrirse paso en las espesuras de filosofismo germánico del Anti-Dühring, de Engels, o de aquel tomazo de grosor y título pavorosos, Materialismo y empiriocriticismo, de V. I. Lenin? ¿Y, ya puestos, qué significaba esa palabra, empiriocriticismo, que yo no he vuelto a ver escrita desde entonces?

Unos meses después una bandera roja ondeó sobre los tejados de Madrid por primera vez desde 1939. La España de Franco había reconocido a la República Popular China, y la primera embajada se había instalado en unos salones muy burgueses del hotel Palace, que un amigo mío maoísta me llevó a visitar una tarde de mayo. Unos diplomáticos chinos en mangas de camisa nos recibieron con copiosas inclinaciones y nos llenaron las manos de folletos en español, consagrados a celebrar la Revolución Cultural y a denostar agotadoramente a los socialimperialistas y socialfascistas soviéticos. Si al salir del Palace la policía nos hubiera registrado habrían podido llevarnos detenidos por posesión de propaganda subversiva: hoces y martillos, estrellas rojas, jóvenes guardias rojos con sus uniformes verdes, sus bayonetas caladas y sus espléndidas sonrisas, masas aclamando al presidente Mao, millares de cabezas gritando al unísono y de manos agitando el pequeño Libro Rojo.

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