Nuevos reaccionarios

JAVIER CERCAS El País – 18/04/2010

En realidad no son tan nuevos. En realidad empezaron a aparecer hacia los años ochenta, cuando empezó la resaca de las revoluciones izquierdistas de los sesenta y empezó a producirse una deserción en masa desde las filas de la izquierda a las de la derecha igual que en los años sesenta se había producido una deserción en masa desde las filas de la derecha a las de la izquierda. Me refiero a los intelectuales, claro está, o a eso que antes se llamaba intelectuales y que ya nadie sabe cómo llamar. El resultado de ese trasvase multitudinario es que ahora mismo, en España, la expresión “intelectual de derechas”, que en los años sesenta era prácticamente un oxímoron, se ha convertido prácticamente en un pleonasmo, aunque por supuesto la mayoría de los intelectuales de derechas se llaman a sí mismos liberales o progresistas. En cuanto a los intelectuales de izquierdas, ¿dónde están? ¿Quiénes son? A juzgar por la repercusión de sus declaraciones en los medios, no hay duda: Javier Bardem, el Gran Wyoming y últimamente Willy Toledo, que ha dicho la canallada de turno sobre el régimen canalla de Cuba. No sé si hace falta decir que siento el mayor respeto por los tres, pero la verdad es que no acabo de ver a ninguno de los tres convertido en proveedor de ideas de la izquierda española.

Quizá exagero. Quizá el panorama no sea tan negro y los nuevos reaccionarios no sean tantos, aunque la verdad es que hacen un ruido tremendo. ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Los nuevos reaccionarios no son jóvenes –tienen entre 50 y 70 años, digamos– y son esencialmente radicales: de jóvenes se pincharon radicalismo en vena y de mayores siguen enganchados a él; de jóvenes fueron maoístas, estalinistas, anarquistas, ultracatalanistas o ultravasquistas o simplemente terroristas, y de mayores son lo mismo, sólo que al revés: ultraderechistas o ultraespañolistas. Ellos son así: siempre ultras, o siempre istas. Ahora, en teoría, están contra el fanatismo y el totalitarismo –sobre todo, claro está, contra el totalitarismo de izquierda que hace 40 años aplaudían y ya casi no existe-, pero tienen un temperamento fanático y una mentalidad totalitaria, lo que los incapacita por completo para el escepticismo, la tolerancia y la ironía, aunque no para el sarcasmo. A la menor oportunidad te restriegan por la cara su antifranquismo, como si haber acertado una vez garantizase que acertarán siempre; a la menor oportunidad te restriegan por la cara sus ultras y sus istas, como si haberte equivocado una vez no garantizase que te puedes equivocar siempre. Si de verdad hubieran leído a Ortega, justificarían su inconsecuencia ideológica apelando a él, que comparaba con mulas a los hombres consecuentes con sus ideas. “No es uno quien debe ser consecuente con sus ideas”, decía Ortega, “sino sus ideas quienes deben ser consecuentes con la realidad”. Por supuesto, Ortega tenía razón, sólo que olvidó añadir que la inconsecuencia por sí misma no es ninguna virtud ni asegura ningún acierto, y que un hombre inconsecuente cuyas ideas siguen sin ser consecuentes con la realidad deja de ser una mula, pero se convierte en un burro. Cito a Ortega porque es un liberal y los nuevos reaccionarios suelen declararse liberales y hasta titulan sus columnas como la de Jiménez Losantos: “Comentarios liberales”. Para cualquier liberal de verdad, ese título sólo puede ser un sarcasmo; o un insulto. Como sólo puede ser un sarcasmo o un insulto que los nuevos reaccionarios saquen a diario en procesión a Orwell y a Camus, dos tipos de quienes hace 40 años abominaban porque tuvieron el coraje de denunciar el totalitarismo en una época totalitaria y que 40 años después abominarían de ellos porque los verían como una amenaza totalitaria en una época democrática. En realidad, nada está más lejos de cualquier idea liberal y de progreso que los nuevos reaccionarios; no lo digo yo, lo dice un verdadero liberal: “Si hay una actitud opuesta a la mía”, asegura Claudio Magris, “es aquella que mantenían muchos revolucionarios extremistas que hace 40 años creían que la revolución iba a crear un mundo perfecto, y vieron que eso no ocurrió y se convirtieron en seres completamente reaccionarios”.

Son ellos, los nuevos reaccionarios, que desde hace tiempo están monopolizando con sus gritos y ademanes de histeria el discurso ideológico de este país (y no sólo de este país). Por lo demás, no tenemos derecho a quejarnos: la culpa es nuestra. La culpa es, quiero decir, de una izquierda cuyas ideas son con frecuencia un montón de vaguedades metidas en un saco de buenos sentimientos y cuyo horizonte mental ni siquiera se ha despejado del todo de mitos siniestros como el de Cuba; y la culpa es también de una generación de treintañeros y cuarentones, la mía, que ni siquiera tuvo tiempo de ser marxista, que no ha cometido alguno de los errores de sus padres, pero tampoco ha sido capaz de casi ninguno de sus aciertos, una generación que ha crecido en democracia y eso la ha vuelto ideológicamente tolerante y escéptica, pero también pasota y comodona, una generación que, por decirlo como Foster Wallace, ha abandonado el terreno en manos de una pandilla de fundamentalistas despiadados. Ahí siguen ellos, y así nos va a nosotros.

Restos de una guerra muy fría

Cuarteles, aeropuertos, silos nucleares, atalayas, túneles, radares, búnkeres… El paisaje de la Europa unida está aún salpicado de lugares abandonados que hablan de su reciente historia bélica y dividida. Reliquias de un tiempo en el que dos sistemas políticos, capitalismo y comunismo, se enfrentaron por el poder. Un fotógrafo holandés los ha retratado.LOLA HUETE MACHADO El País – 18/04/2010

Germany, Soviet pilot school. -Martin Roemers (foto encontrado en http://www.moorsmagazine.com/fotografie/roemersmartin.html)

Cuarteles, aeropuertos, silos nucleares, atalayas, túneles, radares, búnkeres… El paisaje de la Europa unida está aún salpicado de lugares abandonados que hablan de su reciente historia bélica y dividida. Reliquias de un tiempo en el que dos sistemas políticos, capitalismo y comunismo, se enfrentaron por el poder. Un fotógrafo holandés los ha retratado.

Durante unas vacaciones, paseaba un día con un amigo por un bosque en la República Federal de Alemania y nos topamos con un muro entre los árboles; no podíamos seguir; no se veía nada al otro lado; sólo se oía la quietud del sonido de los pájaros. Anduvimos en paralelo a la tapia hasta que descubrimos una torre de vigilancia; había un soldado. Yo le hice una foto allí, solo, en lo alto; él la tomó de nosotros. No hablamos”. No. Corría 1983. No había nada que hablar. Europa llevaba casi cuatro décadas dividida en dos pedazos; dos ideologías irreconciliables. Eran ciudadanos de dos mundos.

Y esa primera imagen robada del muro de Berlín fue semilla de un gran proyecto futuro en la vida del fotógrafo holandés Martin Roemers. Lo cuenta él ahora para explicar su interés por todos esos objetos arquitectónicos –ya arqueológicos se diría– repartidos por el este y el oeste de Europa, que han sido su obsesión profesional durante 11 años. “Heridas en el paisaje y en sus pobladores”, dice, que ha convertido en libro y en hermosa exposición (Relics of the cold war, Reliquias de la guerra fría) en gira desde hace meses.

Roemers siguió la pista a cuarteles, aeropuertos, búnkeres, instalaciones nucleares, túneles, aviones, tanques y montañas de municiones cubiertas por el óxido del olvido. Restos todos de lo que fue la historia tensa de este mundo nuestro a mitad del siglo pasado. Construcciones o edificios que, tal como afirma el crítico Deyan Sudjic en La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma a nuestro mundo (Editorial Ariel), “pueden ser muy reveladores acerca de nuestros miedos y nuestras pasiones, acerca de los símbolos que definen una sociedad y nuestra manera de vivir”.

“Yo mismo soy un producto, un hijo de la guerra fría”, afirma Roemers. “Nací y crecí con y entre esas tensiones políticas que acabaron con la caída del Muro en 1989. Siempre supe de Europa del Este, aunque no tenía contacto directo con Alemania, sólo iba de vacaciones. Y recuerdo bien que en la escuela organizábamos mesas redondas sobre armamento o el peligro de lo nuclear; estábamos informados, era necesario, vivíamos ahí, pegados a la alambrada”.

Su generación, tan vulnerable. “Cuando vi por televisión los actos festivos en Berlín por el aniversario de la caída del Muro el 9 de noviembre de 2009 pasado no puede dejar de pensar: ‘Cuarenta años de historia mundial que se acaban en un sarao’. Y entre tanto, una generación ha crecido sin saber qué fue aquello. Si uno teclea en Google las palabras ‘guerra fría’, entre las cientos de miles de respuestas encontrará una web que comienza así: ‘¿Guerra fría? ¿Qué demonios fue eso?”, escribe el periodista H. J. A. Hofland en el prólogo del libro de Roemers.

Fue la guerra fría un tiempo marcado en el calendario en 1945, año que indica el final de la Segunda Guerra Mundial. Dicen que en febrero, en Yalta, para ser más exactos, cuando Churchill, Stalin y Roosevelt organizaron el mundo en el Livadia Palace. “Ahí debe estar el ADN de los tres aún pegado a la mesa de la sala de conferencias, cuidadosamente conservada…”, ironiza Hofland.

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‘Relics of the cold war’, editado por Hatje Cantz Verlag. www.martinroemers.com. Algunas de sus fotos son parte de la colección del Rijksmuseum de Ámsterdam.

Auschwitz visto por una niña

Ana Novac sobrevivió al campo de concentración. Su diario, que se publica ahora en España, es una crónica desgarrada de la vida y la muerte contempladas por unos ojos de 14 años

ANA NOVAC El País – 18/04/2010

Algunos de los 600 niños supervivientes del campo de concentración de Auschwitz muestran los números de identificación tatuados en sus brazos, el día de su liberación.- Reuters

Nací en 1929, en Transilvania (Rumanía). A los once años me desperté siendo de nacionalidad húngara, sin haber cambiado de lugar, de calle y ni tan siquiera de camisa. A los catorce me deportaron a Auschwitz porque era judía. Cuando volví, en 1945, era otra vez ciudadana rumana. Así que me cuesta mucho especificar cuál es mi nacionalidad, salvo la que figura en mis sucesivos carnés de identidad: judía.

Igual que les sucedió a tantos, me metió de golpe la historia en situaciones que de hecho nunca pude asumir porque no las había escogido. Para empezar, nunca tuve la edad que ponía en mi documentación. Desde que tengo recuerdos, nunca me consideré ni una niña, ni una adulta, ni una vieja. Eso para mí eran convenciones. En cuanto a mi alma, fue siempre una entidad que oscilaba entre los cinco y los cien años… No sé a qué edad empecé a tomarme en serio lo de ser mortal. Supongo que fue a los once años, durante una enfermedad larga: debí de caer en la cuenta de que tenía que darme prisa en ser yo, en definirme antes de que fuera demasiado tarde (…).

Sucedió mientras pasaban lista. No salían las cuentas. Nos contaron unas diez veces. ¿Estuvimos esperando minutos, horas? (A lo mejor en el terror sólo hay siglos). La enana daba patadas en el suelo con los tacones altos: sola en medio de la plaza inmensa, se bamboleaba sin tregua como una campanilla exasperada.

Faltaba una.

La encontraron en uno de los barracones, dormida en su jergón. Con las manos detrás de la espalda, la enana empieza a dar vueltas alrededor de la desventurada, que, medio dormida aún, da también vueltas alrededor de ella. Por fin la polaca se detiene y hace una seña a Otto, un lagerkapo [ayudante del jefe del campo]. Y ahora es cuando se hace un completo silencio, como si miles de personas dejasen de respirar a un tiempo, y veo que la chica está perdida. Pero ella no se da cuenta. Mira a la contrahecha con algo que parece confianza, con cara de decir: pero si yo no tengo culpa de nada, sólo estaba durmiendo.

A Otto lo conozco de cuando pasan lista; es alemán y lo condenaron a once años de cárcel por schwerverbrecher {asesino} antes de la guerra. Un Goliat de pelo a cepillo, grueso, de tez rubicunda y salpicada de pecas (que le motean incluso las manazas). Le hace una seña a la chica, que se acerca, y le ordena que estire las manos. Ella obedece, dócil como en la escuela.

La fusta cae dos veces; lanza un gemido, pero sigue de pie.

-¡Desnúdate!

Las manos ensangrentadas intentan desabrochar la blusa blanca, pero no tienen suficiente fuerza. Otto se la arranca con sus propias manos. Se quita la chaqueta de cuero y la pone en el suelo tras haberla doblado con cuidado. Esa forma primorosa y sosegada de preparar el asesinato me trastorna más que todo cuanto viene a continuación.

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Aquellos hermosos días de mi juventud, de Ana Novac. Ediciones Destino. Precio: 17 euros.

El infierno de Azaña

Perdida la Guerra Civil, Manuel Azaña se vio abandonado por casi todos los suyos y vivió huyendo de franquistas y nazis hasta su muerte, hace ahora 70 años. Extracto de un nuevo libro sobre el ex presidente de la II República

MIGUEL ÁNGEL VILLENA El País – 18/04/2010

Manuel Azaña, pronunciando un discurso como presidente de la II República.-

Mientras el ahora simple ciudadano Manuel Azaña vivía aquel exilio introvertido y melancólico, las autoridades franquistas incoaban en Madrid un expediente, iniciado el 31 de agosto de 1939, a quien fuera símbolo de la República. Con su casona familiar de Alcalá saqueada y posteriormente ocupada por la Falange, los servicios policiales y militares iban calificando a Azaña de persona “de carácter seco, agrio, con dureza más efectiva que real”, iban tildando al político de “hábil sofista, contundente polemista y enemigo rencoroso de la Iglesia” y, en definitiva, iban desgranando los tópicos que más tarde persiguieron, durante las décadas del franquismo, al jefe del Estado republicano. Maricón, pervertido, anticlerical, monstruo, cobarde o destructor del Ejército y de los valores patrios fueron lugares comunes de una de las campañas de desprestigio más sistemáticas y brutales de la España contemporánea.

Cuando el tribunal de depuración dictó su sentencia, en abril de 1941, Azaña ya había muerto, aunque esa circunstancia no impidió que fuera condenado al pago de 100 millones de pesetas, una fortuna para la época.

(…) La incomodidad y el nerviosismo de todos aumentó enormemente cuando el 1 de septiembre de aquel año (1939) la Alemania nazi ocupó Polonia y obligó a Francia y el Reino Unido a declarar la guerra a Hitler. El temor a una invasión germana del territorio francés y los recelos hacia la posibilidad de que Suiza pudiera perder su neutralidad llevaron a los Azaña Rivas a sopesar la posibilidad de trasladarse al oeste de Francia. “No creo que Franco vaya a buscarnos a Burdeos”, fue el comentario esperanzado de don Manuel. Se equivocaba, no obstante. De este modo, el grupo refugiado en Collonges-sous-Salève recogía la sugerencia que les había hecho Carlos Montilla, ex embajador republicano en Belgrado y La Habana, un diplomático demócrata y admirador de Azaña, a quien había visitado en su refugio alpino. Así pues, a mediados de octubre, Manuel Azaña y su inseparable cuñado realizaron el largo viaje desde Collonges-sous-Salève hasta Arcachon en ferrocarril, y no por carretera, dadas las dificultades para conseguir gasolina y permisos de circulación en Francia una vez iniciada la guerra. Guiados por Montilla y por su mujer, que ya se habían instalado en Pyla-sur-Mer, llegaron a aquel paraje de la costa atlántica, famoso por sus inmensas dunas, muy cerca de Arcachon y a 50 kilómetros de Burdeos.

(…) A medida que pasaban los meses de su exilio francés, el ex presidente se iba desilusionando de la actitud del país vecino, esa Francia a la que él había admirado, casi reverenciado, desde su juventud. Pero cuando llegó la hora del destierro, Azaña se percató de que, junto a una minoría de franceses, que lo saludaban y lo elogiaban en la calle, el resto de ciudadanos y, de manera especial, las autoridades adoptaban una actitud despectiva no tanto hacia su persona, sino, lo que era más grave, hacia el régimen republicano que él había encarnado. Así pues, sus críticas hacia la cínica e injusta política de no intervención durante la guerra se vieron acrecentadas por el trato que se daba a los españoles en los campos de concentración del Mediodía francés, por la escasa consideración que recibían los combatientes de la República y, en suma, por el menosprecio del que eran objeto unos soldados y civiles que habían defendido en España la libertad de Europa.

Esta actitud miope y cobarde de los gobiernos de París le indignó mucho. No fue el único refugiado de talla que dejó constancia de su decepción con Francia. La abogada, miembro de Izquierda Republicana y diputada Victoria Kent, enviada por el Gobierno en 1937 a la embajada en París para canalizar la salida de los refugiados, se vio forzada, tras la entrada de los nazis en la capital francesa en junio de 1940, a vivir de forma clandestina durante cuatro años para evitar que la Gestapo y la policía franquista la detuvieran y la deportaran a España para ser juzgada y “probablemente fusilada”, como dijo ella misma. Con el nombre falso de madame Duval, y protegida por la Cruz Roja y la Resistencia, Kent pudo observar la actitud de los franceses, que osciló entre el colaboracionismo y la oposición, pasando por una gran mayoría acomodaticia.

(…) Los temores a que Azaña fuera detenido por la Gestapo, que dominaba la zona de Arcachon y toda la fachada atlántica francesa hasta la frontera con España, se volvieron más fundados cada día que pasaba, y por ello los diplomáticos mexicanos, que se habían hecho cargo de su protección, recomendaron su desplazamiento hacia el sureste de Francia. Es importante reseñar que los terribles oficiales nazis actuaron durante aquellos tiempos a las órdenes de la policía franquista en lo que se refería a la persecución y detención de dirigentes republicanos, y el ex jefe del Estado era, por supuesto, una de las piezas más codiciadas por el nuevo régimen fascista. De hecho, el cuñado de Franco y ministro de Exteriores, Ramón Serrano Súñer, puso especial empeño en que Azaña fuera extraditado, si bien no logró su propósito. Convencido, pues, por los mexicanos, el matrimonio Azaña Rivas decidió finalmente abandonar Pyla-sur-Mer. Su secretario, Martínez Saura, refirió en sus memorias la marcha de Azaña, a finales de junio, desde Pyla-sur-Mer hasta Montauban, una pequeña ciudad de provincias cercana a Toulouse. (…) El grupo salió de Pyla-sur-Mer con los nazis pisándoles literalmente los talones.

(…) Todo el cuadro se había oscurecido aún más desde que la pareja recibiese la noticia de que la Gestapo y la policía franquista habían detenido a Cipriano Rivas Cherif (cuñado de Azaña), Carlos Montilla y Miguel Salvador, un ex diputado de Izquierda Republicana en Pyla-sur-Mer, el 10 de julio, poco después de la marcha de los Azaña Rivas. Los tres fueron extraditados casi de inmediato a España, donde fueron juzgados en consejo de guerra sumarísimo y condenados a la pena de muerte, una noticia que fue conocida a finales de aquel septiembre. (…) Azaña, que había sufrido un amago de infarto cerebral al conocer aquella noticia, ya casi no podía ni hablar y estaba, por tanto, incapacitado para realizar ningún tipo de gestión. Sólo acertó a decir en una ocasión: “¡Bien saben lo que me han hecho! Esto sí que no lo resisto!”.

Ciudadano Azaña, de Miguel Ángel Villena. Editorial Península. Precio: 23,90 euros.

El derecho a ser llorados

JOSEP RAMONEDA – El País –  18/04/2010

Convertir a los verdugos en víctimas nunca puede ser un acto de justicia. Por esto resulta irritante el procesamiento de Garzón por su intento de reconocer y dar reparación a las víctimas del franquismo. Están convirtiendo el pacto de amnistía en un principio de ocultación del pasado, de negación del reconocimiento a las víctimas y de blanqueo del franquismo. El espíritu de la transición era avanzar hacia adelante desde la exigencia moral de no volver nunca a un enfrentamiento como la Guerra Civil. Para ello, se pactó una amnistía que protegiera a todos los potenciales protagonistas del cambio, los que venían del franquismo y los que venían de la resistencia. Pero esta amnistía no significaba una absolución del pasado. Era, simplemente, aplazar el duelo para realizarlo cuando la democracia hubiese alcanzado ya su madurez y su equilibrio. Con paciencia, se dejaron pasar los años, pero el tiempo de silencio no podía ser indefinido. Algo falla en la democracia española si, a estas alturas, todavía los verdugos pasan por delante de las víctimas.

Resulta difícil de entender la extraña alianza que se ha trenzado entre la ultraderecha, la derecha y un núcleo muy concreto de la izquierda judicial. Y es inquietante el papel de un Gobierno (con algún portador del virus antiGarzón incrustado) que, amparándose en la no intromisión entre poderes, deja hacer, olvidando que no estamos ante un problema judicial sino político y que será el Gobierno el que tendrá que lidiar con las consecuencias internas y con el descrédito internacional que provocaría una sentencia condenatoria. La prensa extranjera no puede entender que España sea incapaz de encarar la revisión de la dictadura que han hecho ya otros países, como Chile y Argentina. Lo decía The New York Times: “España necesita una explicación honesta de su pasado, no perseguir a aquellos que tienen el valor de exigirla”.

El Consejo General del Poder Judicial -a petición de parte: el juez empeñado en cargarse a Garzón- descalifica las críticas. El Poder Judicial es tan susceptible de ser criticado como cualquier otro. En democracia nadie, ni siquiera los jueces, está por encima de la libertad de expresión. Y es especialmente grave que el Poder Judicial pretenda limitar algunas expresiones, porque es el único poder del Estado que no tiene otro control que el de la opinión pública. Al Poder Ejecutivo lo controla el Legislativo, al Legislativo lo controla el ciudadano, que tiene la capacidad de cambiar las mayorías con su voto, a ambos los controla el Poder Judicial y, desde lejos, la opinión pública. El Poder Judicial se controla a sí mismo. Por lo menos, que aguanten los envites que puedan venir de la opinión pública.

La derecha, que desde el caso Gürtel va a por todas contra Garzón, habla de las críticas a los jueces que le han de juzgar como un atentado a la democracia. La libertad de expresión nunca atenta contra la democracia. Lo que sí atenta contra la democracia es el querer escapar a ella. A la derecha el cuerpo le pide pelea contra Garzón, pero puede salir trasquilada: conseguirá movilizar a una izquierda que estaba muy desactivada.

Si el primer principio de la Justicia, como dice Amartya Sen, es actuar contra la injusticia flagrante, en este caso hay una clara inversión de los valores: una presunta injusticia -querer enjuiciar a los verdugos con una interpretación de la ley que algunos jueces consideran inapropiada- se utiliza para tapar una flagrante injusticia -la negación del reconocimiento a las víctimas del franquismo-.

La justicia tiene un marco y un contexto. Se ejerce en una comunidad con unos valores determinados y con un trayecto histórico. La norma legal no tiene la asepsia de un teorema. El que la interpreta debe saber encontrar el equilibrio entre el texto y el contexto para actuar con equidad. Y la equidad dice que la injusticia flagrante no se está cometiendo con los verdugos -que salieron de rositas de esta historia- sino con las víctimas. La justicia no puede decidir que hay víctimas que no tienen derecho a ser lloradas, para decirlo con la expresión de Judit Butler.

La imagen liberal de España va a retroceder varios escalones en el mundo, porque es difícil entender que a estas alturas el franquismo aún tenga protección y los que lo denuncian aún tengan que pagar por ello. Creo que la prensa internacional lleva razón: la democracia española sigue cojeando porque una parte de este país todavía no puede admitir la realidad del franquismo.

La tumba

MANUEL VICENT El País – 18/04/2010

La izquierda política considera un escándalo que Falange Española, salida, de repente, del baúl de la historia, tenga fuerza suficiente todavía para sentar al juez Garzón en el banquillo. No es tan raro. El cadáver de José Antonio, fundador de ese movimiento fascista, está enterrado con todo honor al pie del altar mayor de la basílica del Valle de los Caídos, y durante 30 años de democracia nadie ha osado tocarlo. Al iniciar su instrucción sobre los crímenes del franquismo el juez Garzón pidió el certificado de defunción de Francisco Franco y esta diligencia, que sólo era un requisito formal, causó asombro en la mayoría de españoles. Los más ingenuos pensaron que ese papel era innecesario porque se sabe a ciencia cierta que los huesos del dictador permanecen bajo una losa de mil kilos en la basílica del Valle de los Caídos construido por presos políticos, y en la vertical de sus despojos se levanta una poderosa cruz de granito. En cambio, otros más suspicaces dudan que Franco haya muerto, porque precisamente esa enorme cruz proyecta todavía desde las breñas de Cuelgamuros la sombra del dictador sobre todas las instituciones de la democracia. A estas alturas lo realmente escandaloso debería ser el miedo reverencial que sienten los demócratas españoles hacia ese panteón faraónico, como si esa olla de hormigón guardara una barra de uranio que puede liberar una incontrolada carga radioactiva muy peligrosa. De ese miedo nacen todas las ruedas de molino con las que hay que comulgar. Es evidente que la actitud de este juez ha liberado unas fuerzas reaccionarias muy oscuras que nuestra democracia creía cegadas para siempre. Metidos en estos enredos jurídicos de rábulas se puede discutir si el juez Garzón ha prevaricado a la hora de tocar esa barra de uranio radioactivo. Juristas insignes lo niegan. El acto con que un juez inicia unas diligencias de investigación no puede ser nunca constitutivo de prevaricación porque en ese momento no se actúa aun contra nadie en concreto, en consecuencia no hay resolución injusta, puesto que no hay perjudicados todavía. Pero en el fondo, con este pleito político solo se trata de saber si Franco realmente ha muerto, por eso hizo muy bien el juez Garzón en pedir antes que nada su certificado de defunción.

Cámara, acción… ¡todos al suelo!

Chema de la Peña dirige la primera película sobre el 23-F, con Paco Tous en el papel de Tejero, Juan Diego en el de Armada y Fernando Cayo en el del Rey – Bono pone pegas para rodar en el Congreso

ROCÍO GARCÍA El País17/04/2010

El teniente coronel Tejero, amenazando la democracia desde la tribuna del Congreso el 23-F de 1981.- BARRIOPEDRO

Es la mañana del 23 de febrero de 1981 y el teniente coronel Antonio Tejero está en la cocina de su casa. Su mujer, Carmen Díez, está corrigiendo unos exámenes mientras desayuna. “¿Te tuesto un poco de pan? Quedan unas madalenas…”. “No, no, ya me lo tomo en la calle. ¿Te queda mucho, ratita?”. “Un par de exámenes. Cada día escriben con más faltas. No sé este país dónde va a llegar cuando estos niños crezcan”. Tejero le da un beso en la frente y ella nota algo raro. “¿Va todo bien papaíto?”. “Nada, luego te llamo”. Ese lunes, pocas horas después, exactamente a las 18.23, Tejero y 200 guardias civiles irrumpieron pistola en mano en el Congreso de los Diputados, en la carrera de San Jerónimo de Madrid, secuestrando al Gobierno y a todos los parlamentarios reunidos. Después de 17 horas y media, ya en la mañana del martes 24, tras una noche trágica en la que se estuvo a punto de acabar con la incipiente democracia española, el golpe había fracasado.

El relato minuto a minuto de esas 17 horas y media es lo que narrará la película 23F que, dirigida por Chema de la Peña y producida por Lazona con participación de TVE, se empezará a rodar en agosto y se convertirá en la primera aproximación cinematográfica a esos acontecimientos. “Será un thriller político con mucha intriga y al mismo tiempo muchas conversaciones privadas. Contamos con una exhaustiva información y una profunda investigación sobre los hechos objetivos. Me atrae mucho este género político que en nuestro país es casi inexistente sobre un hecho histórico tan presente en la vida de los españoles. Más allá de los tópicos vamos a entrar de lleno en las motivaciones de los personajes con esos elementos tan shakespearianos de códigos de honor, vida, valentía y traición”, asegura Chema de la Peña (Salamanca, 1964).

El estreno del filme, el 23 de febrero de 2011, coincidirá con el 30º aniversario de este acontecimiento. Paco Tous, en el papel de Tejero, Juan Diego en el del general Alfonso Armada y Fernando Cayo, como el rey Juan Carlos, son los principales protagonistas de este proyecto que cuenta con un presupuesto de 4,5 millones de euros. Hasta llegar al reparto definitivo ha habido muchos saltos y propuestas. Incluso se contactó con Antonio Banderas para el papel del Rey, aunque él, antes de retirarse del proyecto por problemas de fecha, sugirió que lo que de verdad le gustaría sería hacer… de Tejero.

Chema de la Peña asegura que cuando leyó el guión, escrito por Joaquín Andújar, sintió que tenía entre sus manos “un diamante en bruto”. “Es tan difícil que eso pase que es como un milagro”, dice el realizador, que tardó apenas dos días en dar el al encargo que le hicieron los hermanos Ignacio y Gonzalo Salazar, productores de Lazona, que tenían 13 y 11 años, respectivamente, el 23-F de 1981.

“Por salud democrática es fundamental hacer esta película”, explica Gonzalo, el menor de los hermanos, en la luminosa oficina que la productora tiene en Madrid. “El 23-F tiene los elementos suficientes dramáticos y cinematográficos como para llevarla al cine. Además representa mucho para los españoles”, dice Ignacio.

Todo comenzó hace cuatro años una tarde a la salida de una proyección de The Queen, el filme de Stephen Frears sobre la muerte de Lady Di y su repercusión en la monarquía británica. “Iba sin muchas ganas porque a mí la historia de Diana de Gales no me interesaba especialmente, pero nada más salir del cine y antes de llegar al coche ya había tomado la decisión de llevar al cine nuestro 23-F”, señala Ignacio Salazar, que comenzó un laborioso trabajo de investigación y documentación y entrevistas con muchos de los protagonistas reales, como el entonces director general de la Guardia Civil, Aramburu Topete; Landelino Lavilla, ex presidente del Congreso; José Pedro Pérez Llorca, entonces diputado de UCD, y otros muchos más. “Me lo sé casi todo de ese día. Nuestra intención es contar todo lo que ocurrió con rigor y objetividad, sin entrar en las teorías conspirativas y enfoques políticos”.

23F dará cuenta de si hacía calor o frío en el hemiciclo o en las calles de Valencia, contará pequeñas anécdotas como la de las pistolas de los guardaespaldas amontonadas sobre una mesa de un despacho del Congreso, como el bar del recinto parlamentario fue saqueado esa noche por los guardias civiles y al día siguiente hubo que reponerlo con 300.000 pesetas o los reproches que se hicieron en la intimidad el entonces presidente Adolfo Suárez y el general golpista que entró en el Congreso, pistola en mano, al aterrador grito de. “¡Todo el mundo al suelo!”.

Después de conseguir permiso para rodar en los jardines del palacio de la Zarzuela o el patio de la Guardia Civil, es el rodaje en el propio hemiciclo, en donde todavía se pueden ver las huellas de los disparos de los guardias civiles amotinados, donde los hermanos Salazar se están enfrentando al mayor problema. El presidente del Congreso, José Bono, y los miembros de la Mesa están negándoles, de momento, lo que ellos consideran un derecho como es el de rodar en el mismo lugar en el que se produjeron los acontecimientos.

“Es fundamental para el proyecto”, aseguran los productores. Aunque tienen todo preparado para reconstruir en decorados los diferentes escenarios del Congreso, en caso de que la negativa sea definitiva, todavía confían en poder entrar en el mismo lugar en el que el teniente coronel Tejero le espetó a su superior, el general Aramburu Topete, cuando este procedía a su detención. “Si da un paso más le pego un tiro y luego me mato”.

La censura política en los medios

15 Abr 2010 – VICENÇ NAVARRO – Público (blog Dominio Público)

dominio-04-15.jpgDurante mi largo exilio viví en dos monarquías (Suecia y Reino Unido) y en una república (EEUU), y pude ver en los medios de información de aquellos países críticas abundantes a sus jefes de Estado y a los sistemas políticos que representaban, tal como es de esperar en cualquier país democrático.
No así en España. Cuando me integré de nuevo a mi país vi una situación muy distinta. La gran mayoría de los medios de información ofrecían, y continúan ofreciendo, un blindaje mediático al rey y a la monarquía, frente a cualquier tipo de crítica. En realidad, tales medios promocionaban al rey y a la monarquía en una campaña propagandística, presentando a la monarquía como un elemento de estabilidad, la manera cortesana de definir el orden profundamente conservador heredado del régimen dictatorial anterior. En tal propaganda, el rey se presentaba como un demócrata camuflado durante la dictadura, que nos había traído la democracia. Criticar al rey se veía como criticar la Transición y el establecimiento de la democracia.
Es fácilmente demostrable que esta imagen del monarca es profundamente falsa. El rey era un producto del régimen anterior y su comportamiento durante la dictadura y en la Transición así lo demostró. Su supuesta vocación democrática quedó falseada en las primeras propuestas que el primer Gobierno monárquico hizo para establecer la democracia. Tanto en las reglas del proceso democrático, como en la limitación en las ofertas políticas al electorado, las propuestas del rey eran escasamente democráticas. Fueron las movilizaciones populares, y muy en especial las huelgas políticas de la clase trabajadora, las que forzaron una apertura y la democratización de aquellas propuestas. La debilidad de las izquierdas, recién salidas de la clandestinidad, y el dominio de las derechas en el aparato del Estado, así como en la sociedad civil, incluidos sus medios de información y persuasión, explican, sin embargo, que aquella Transición inmodélica diera lugar a una democracia vigilada y enormemente limitada, en la que la cultura promovida por los medios era profundamente conservadora y excluyente de las voces republicanas. El orden profundamente conservador establecido tenía a la monarquía como su eje, lo cual explica su blindaje mediático.
No fue hasta hace poco que la televisión, el mayor medio de difusión en España, exhibió un documental, “Els nens perduts del franquisme” (Los niños perdidos del franquismo), de Montserrat Armengou y Ricard Belis, que muestra el nivel de represión y horror que representó aquella dictadura. Este documental, que vio la luz en la televisión pública catalana, ponía de manifiesto cómo el robo de niños de las familias represaliadas, que se estaba denunciando en Argentina, había ocurrido con creces bajo la dictadura de Franco. En realidad, tal documental causó la integración del caso de los niños robados por el fascismo en la investigación del juez Garzón sobre los crímenes del régimen anterior. Este documental, que recibió gran número de galardones en el extranjero, tuvo escasa difusión fuera de Catalunya, y las autonomías gobernadas por el PP nunca lo mostraron en sus medios televisivos públicos.
Tal resistencia a conocer aquel pasado fue lo que determinó el caso Garzón. El Tribunal Supremo, presidido por una persona profundamente conservadora que había jurado lealtad al movimiento fascista, admitió la denuncia del partido fascista, la Falange, en contra del único juez en España, Garzón, que intentó llevar a los tribunales a los responsables de aquellas atrocidades, siendo su causa supervisada por otro miembro del Tribunal, Adolfo Prego (que será el que redactará la sentencia final), admirador del mayor ideólogo que tiene el fascismo en España, Pío Moa.
Mientras, a los autores de aquel documental se les ha prohibido, en la práctica, emitir su nueva obra, ¿Monarquía o República?, en la que se daba voz a personas republicanas, críticas del sistema monárquico (algo bastante inédito en los canales públicos), así como a partidarios de la monarquía. Mònica Terribas, directora de TV3, vetó el documental aduciendo, sorprendentemente, que lo hacía para proteger la libertad de los ciudadanos, asumiendo que su prohibición venía motivada por el interés de proteger a la ciudadanía de un posible sesgo republicano en el programa. Tal motivación no impidió, sin embargo, que tal directora aprobara la emisión de un documental (presentado como ficción), 23-F: el día más difícil del Rey, que era una mera propaganda de la monarquía y del papel del rey en el fallido golpe militar del 23 de febrero de 1981. No hay duda de que los portavoces de TV3 y sus apologistas en el mundo mediático negarán que haya habido un veto político, señalando –como hizo Mònica Terribas– que es una mera suspensión temporal hasta que se haya corregido su orientación. Tales declaraciones ignoran que el documental, tal como lo han hecho sus autores, ha sido prohibido, nunca se mostrará su versión original y nunca se emitirá, a no ser que se modifique. Esto, en una sociedad democrática, se llama censura.
La Vanguardia, el diario monárquico de Catalunya, propiedad de la familia del conde Godó (uno de los mayores colaboradores que el régimen anterior tuvo en Catalunya) felicitó a Mònica Terribas por su suspensión (el término que se utilizó para definir el veto), indicando que “la objetividad y el rigor que deben ofrecer la actuación de toda la televisión pública, han llevado a suspender la emisión de un documental sobre la república y la monarquía, que requería un enfoque distinto” (10-04-10), lo cual significa que se desea que se diluyan todavía más las voces republicanas, dilución que, en el caso de La Vanguardia, alcanza su máxima expresión, equivalente a eliminación, pues tal rotativo nunca ha publicado un artículo favorable al establecimiento de la república en España. Esto es lo que el establishment mediático define como libertad de expresión.

Vicenç Navarro es catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra

Ilustración de Mikel Jaso

Entierro de Franco

Carmen Polo, acompañada de su hija, pasa delante del féretro de su marido.rtve

Ayer vimos una versión ficticia de los últimos momentos de la vida de Franco. En cambio, en la página de RTVE (Radio Televisión Española) tenéis acceso a material documental del entierro de Franco (vídeos, fotos).

[youtube http://www.youtube.com/watch?v=uU0LMGzN2rk&feature=related]

En este vídeo, Carlos Arias Navarro, entonces presidente del Gobierno, anuncia el 20 de noviembre de 1975 a todos los españoles la muerte de Franco. Muy emocionado, Arias lee el testamento político del dictador antes de proferir con voz quebrada un ¡Viva España!.

Gente que ya estaba antes de 1975

Isaac Rosa – Público (blog Trabajar cansa) – 16/04/2010

“Argentina tiene problemas de todas clases; sería bueno que intentaran resolverlos y no querer resolver los nuestros.”-Manuel Fraga, presidente fundador del PP-

No parece probable –aunque sólo sea por razones de edad- que Manuel Fraga vaya a acabar extraditado a Argentina. Pero la sola mención de su nombre, a cuenta de la querella por los crímenes franquistas, ya pone nerviosos a muchos. Es nada menos que el fundador de la actual derecha española, y oficialmente uno de los padres de la democracia. Que un redactor de la Constitución pueda ser denunciado como colaborador de la dictadura resume bien cómo se ha gestionado el pasado reciente en España.

Durante mi adolescencia, cuando aún era víctima de la ignorancia que sobre el franquismo me impartieron en el bachillerato, siempre me llamaba la atención un hecho curioso: cómo la biografía política y profesional de muchos prohombres de la democracia –leída en la solapa de un libro, por ejemplo- comenzaba en 1975, como si antes de esa fecha ni siquiera hubieran nacido.

Luego, claro, creces y te enteras de que muchos jueces ya eran jueces antes de 1975 –como ha recordado Jiménez Villarejo, quien también era fiscal entonces-, que los padres de la democracia ya eran ministros o directores generales con Franco, que muchos policías ya habían sido grises y crearon escuela, que el rey ya era príncipe, o que el poder económico actual se parece mucho al que hizo fortuna entonces.

De Fraga ya sabíamos que había sido ministro franquista, no es ningún secreto. Pero siempre nos aclaran que lo fue de Información y Turismo, para que nos fijemos en la segunda parte, Turismo, que parece algo inocente, y no veamos lo primero: Información, portavoz del gobierno, responsable de cuidar la imagen del régimen en momentos como la ejecución de Grimau.

La sola mención a Fraga pondrá de los nervios a muchos. Porque si él no es intocable, nadie está a salvo. Y se confirmarían los temores de quienes hoy hablan de guerracivilismo y llevan años resistiéndose a mirar atrás: que esto no tiene sólo que ver con la guerra –tan lejana, casi todos ya muertos-, sino que los crímenes perseguibles son más recientes, en el tardofranquismo y hasta la modélica Transición.