Un documental sobre el maquis

Os cuelgo aquí el documental La guerrilla de la memoria de Javier Corcuera (2002) sobre el maquis en España. Si lo veis entero, podéis reconocer a personas que aparecen (ficcionalizadas, desde luego) en La voz dormida.

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Vicens Vives era otra historia

Una exposición y la recuperación de sus principales obras evocan, en el centenario de su nacimiento, al gran referente de la historiografía española moderna

CARLES GELI El País11/02/2010

¿Cómo España acabó en una guerra civil? ¿Y Cataluña, tan alejada y castigada? Preguntas como ésas forjaron la trayectoria de Jaume Vicens Vives (1910-1960), renovador de la historiografía española, “el primero y único que en una época podía salir de España y homologarse con sus colegas europeos”, como afirmó Raymond Carr. Esa figura desapareció prematuramente hace ahora 50 años, cuando también se cumplen cien de su nacimiento. Doble motivo para el Año Vicens Vives, que ayer abrió una conferencia del hispanista John Elliott y la exposición Jaume Vicens Vives y la nueva historia, en el Museo de Historia de Cataluña.

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Adiós a Gorete

JULIO LLAMAZARES El País – 14/12/1990

El pasado día 17 de noviembre fallecía en León, a la edad de 87 años y en el más oscuro de los anonimatos, Gregorio García Díaz, Gorete. A la mayoría de los lectores, seguramente, ni el apodo ni el nombre les dirán nada. Pero a quienes, como yo, los aprendimos al arrimo de la lumbre o caminando en la nieve cuando los años cincuenta se despedían de España -y a quienes, sobre todo, tuvimos la fortuna de llegar a conocer al hombre que con su vida alimentó de leyendas las largas noches de invierno de nuestra infancia-, el nombre de Gorete nos trae recuerdos de un tiempo que ya se ha ido y de un mundo en el que los cuentos servían para decir lo que la radio callaba. Gregorio García Díaz, Gorete, había nacido en Lillo, un pequeño pueblecito de León colindante con Asturias, allá por el año de 1903, en el seno de una humilde familia campesina dedicada, como todas en la zona, al cuidado de los prados y las vacas. Campesino fue también él, lo mismo que sus abuelos y que sus padres y, aunque desde muy joven dio muestras de su particular tesón y de un temple y valentía extraordinarios (durante los años de la República, por ejemplo, llevó a cabo en solitario la aventura de viajar en bicicleta hasta Madrid; y vuelta, pedaleando 800 kilómetros durante una semana, para asistir a un mitin de Manuel Azaña), nada hacía presagiar que, con el tiempo, su apodo acabaría convirtiéndose en un nombre de leyenda para los habitantes de aquella zona de España.

Todo empezó con la guerra. Una guerra que a Gorete, entonces de 33 años, le sorprendió en su pueblo dedicado a la política local (fue presidente del pueblo con tan sólo 27) y al cuidado de sus prados y sus vacas y que le arrastró en seguida, después de atravesar en plena noche las montañas, a combatir en el frente del Norte enrolado en las tropas republicanas. Cuando éste cayó en el otoño de 1937, Gorete, como tantos, se escondió en las montañas y así fue como empezó la increíble aventura que le iba a convertir en un nombre de leyenda y en un mito popular para todos cuantos nacimos y vivimos hacia la mitad del siglo en las perdidas aldeas de los montes leoneses y asturianos. Lo que empezara una noche como una huida desesperada se iba a acabar convirtiendo -sin que el propio Gorete entonces, claro está, lo imaginara- en una de las páginas más crueles de la guerra y en uno de los destierros más solitarios de los que guarda memoria la última historia de España: durante 11 años, tres meses y cinco días (años, meses y jornadas que Gorete apuntó en su propio cinto haciendo muescas con la navaja), permaneció escondido en una cueva de su pueblo, completamente solo, como un Robinson Crusoe de las montañas.

La relación de sus aventuras, reales o legendarias, es, como cabe pensar, ciertamente impresionante. Yo mismo, en Luna de lobos, la novela que escribí para recoger los cuentos que de los hombres del monte me contaron en mi infancia, intercalé dos de ellas, precisamente las mismas que algún crítico avisado descalificó en su momento por demasiado fantásticas: aquella en la que el maquis, el mosquetón a la espalda y la guadaña en las manos, siega a la luz de la luna la hierba de una familia que le ha ayudado, y aquella otra en la que asiste desde el monte y a través de los prismáticos al entierro de su padre (de su madre, en realidad, en el caso de Gorete) para bajar después en plena noche al cementerio a ver su tumba, caminando de espaldas sobre la nieve para confundir sus huellas y envuelto, para evitar ser visto, en una manta blanca. Hubo más, muchas más, alguna incluso todavía más fantástica. Como cuando escapó en plena noche a un cerco de varios guardias, o como cuando se cayó desde 10 metros de una peña y permaneció cuatro días sin poder incorporarse, temiendo haberse roto la columna y no tener otro remedio que suicidarse. Pero lo peor no fueron esas anécdotas, por más que fueran las que le hicieran a los ojos de la gente un personaje legendario. Lo peor fue el silencio, el frío de los inviernos, la soledad de la cueva durante más de 11 años. Baste saber, para imaginar el frío, que ésta estaba en lo alto de una peña, a 1.800 metros de altura y en lo que hoy es la estación de esquí de San Isidro, en la que practican los deportes de la nieve los aficionados leoneses y asturianos.

El 26 de enero de 1949, 11 años, tres meses y cinco días después de haberse echado al monte, Gorete, incapaz de aguantar ya más tiempo, se entregó a los guardias. Luego vendría la cárcel, y el trabajo, y la familia, y los pequeños paseos frente a su casa del barrio de Puente Castro, en la que yo le conocí un día, hace ahora nueve años, cuando el hombre legendario de los cuentos de mi infancia era ya un silencioso y apacible jubilado. Hasta el mismo momento de su muerte, sin embargo, Gorete, como la mayoría de los hombres que secundaron sus pasos, conservó la rebeldía y el espíritu tenaz que, al finalizar la guerra, le llevaron a esconderse en las montañas y, de la misma manera que guardaba en un armario, como si fueran reliquias, las cartucheras y el cinto y el puñal y los prismáticos, conservó hasta el último día la esperanza de que los ideales que un día le llevaron a vivir en una cueva, como si en lugar de un hombre fuera un lobo o una alimaña, se pudieran realizar en la renaciente España.

Por eso se murió sin entender demasiado. Por eso, seguramente, vivió los últimos años otro destierro -obligado, relegado como tantos al baúl de los recuerdos precisamente por el Gobierno por el que tanto lucharon y que ni siquiera se acordó de ellos para intentar resarcirles de las penurias pasadas (a Gorete, en concreto, ni el millón de pesetas aprobado a modo de limosna hace unos meses para quienes cumplieron un mínimo de tres años en las cárceles de Franco le llegó a corresponder porque, evidentemente, los 11 de la cueva no los consideraron cárcel). Por eso, precisamente, quiero ahora despedir con el mejor de mis recuerdos, en este tiempo de olvidos y en esta España moderna y desmemoriada, al hombre que con su vida alimentó de leyendas las largas noches de invierno y los días de mi infancia, cuando los años cincuenta se despedían de España y los cuentos de los viejos servían para decir lo que la radio callaba.

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Se me olvidó deciros hoy en clase que tenéis este artículo y más material relacionado con Luna de lobos y la figura del maquis en la carpeta que está delante de mi despacho.

Larga vida al presidente Mao

ANTONIO MUÑOZ MOLINA El País – 06/02/2010

Cuando yo llegué a estudiar a Madrid, en el enero sombrío de 1974, Engels, Lenin y Mao Zedong ocupaban los escaparates de todas las librerías. Franco estaba vivo y decrépito con algunas penas de muerte todavía por firmar, y a los sindicalistas y a los estudiantes rebeldes la Brigada Político Social les hacían orinar sangre en las comisarías, pero el panorama editorial, por esas singularidades de una época que sólo quedan en el recuerdo de quienes las han vivido, estaba dominado por un aluvión de libros revolucionarios, con los retratos barbudos de Marx y Engels en las portadas, con obreros soviéticos y guardias rojos chinos, con el rictus asiático de la cara de Lenin y la carota pepona de Mao que parecía el más cool de todos, igual que lo más moderno parecía ser apuntarse a algún partido comunista prochino. El Partido Comunista de toda la vida, el Partido, sin necesidad de añadiduras, ya tenía algo de anticuado para las antenas sutiles del esnobismo universitario. Mao Tse Tung, como decíamos entonces, era tan moderno que un libro suyo titulado Cuatro tesis filosóficas lo publicó en español el que ya entonces era el más moderno de los editores, Jorge Herralde, que se las arregló para hacer con ellos su acumulación primitiva de capital, por decirlo con el lenguaje de la época. Nosotros teníamos un dictador de mano temblona y vocecilla aflautada que rezaba el rosario todas las tardes junto a su señora en una mesa camilla del palacio del Pardo. Mucho más admirable nos parecía a muchos jóvenes antifranquistas el distinguido Mao, que vivía en la Ciudad Prohibida de Pekín -otro nombre de época- y escribía tratados filosóficos y breves poemas de exotismo entre oriental y revolucionario, y era autor además de aquel pequeño Libro Rojo de máximas antiimperialistas que algunos llevaban como un breviario en los bolsillos de las trencas sacándolo a veces con reverencia para recitar una muestra destilada de sabiduría: Los imperialistas son tigres de papel.

Nos hacíamos clientes precoces de Anagrama comprando las Cuatro tesis filosóficas, pero en cuanto empezábamos a leerlo se nos ponía una nube en el cerebro, como con tantas lecturas obligatorias de entonces. ¿Quién tenía la constancia necesaria para abrirse paso en las espesuras de filosofismo germánico del Anti-Dühring, de Engels, o de aquel tomazo de grosor y título pavorosos, Materialismo y empiriocriticismo, de V. I. Lenin? ¿Y, ya puestos, qué significaba esa palabra, empiriocriticismo, que yo no he vuelto a ver escrita desde entonces?

Unos meses después una bandera roja ondeó sobre los tejados de Madrid por primera vez desde 1939. La España de Franco había reconocido a la República Popular China, y la primera embajada se había instalado en unos salones muy burgueses del hotel Palace, que un amigo mío maoísta me llevó a visitar una tarde de mayo. Unos diplomáticos chinos en mangas de camisa nos recibieron con copiosas inclinaciones y nos llenaron las manos de folletos en español, consagrados a celebrar la Revolución Cultural y a denostar agotadoramente a los socialimperialistas y socialfascistas soviéticos. Si al salir del Palace la policía nos hubiera registrado habrían podido llevarnos detenidos por posesión de propaganda subversiva: hoces y martillos, estrellas rojas, jóvenes guardias rojos con sus uniformes verdes, sus bayonetas caladas y sus espléndidas sonrisas, masas aclamando al presidente Mao, millares de cabezas gritando al unísono y de manos agitando el pequeño Libro Rojo.

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Memoria y desmemoria histórica

RICARDO LEZCANO El País -05/02/2010

Por más que la Memoria Histórica haya sido laureada con una medalla o con una cruz, que en este caso ha sido una ley, tengo la impresión de que en muchas existencias humanas, ricas en años y en experiencias han sucedido hechos memorables que no han sido arropados por ninguna memoria histórica, sino simplemente por la memoria cotidiana y personal. Personalmente he sido testigo, y a veces víctima, de tormentosos sucesos, especialmente durante nuestra Guerra Civil, sucesos que, inexplicablemente, han pasado desapercibidos para los historiadores de nuestra contienda.

En 1937 yo vivía en Cataluña y fui movilizado, pero sólo me consideraron apto para servicios auxiliares y este destino afortunado me hizo vivir un extraño suceso.

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200 invitaciones a héroes fallecidos

La Generalitat convoca por error a víctimas del franquismo ya muertas

MAIOL ROGER El País03/02/2010

La Generalitat organiza este año 25 actos de homenaje para represaliados del franquismo, que son agasajados y reciben un diploma en reconocimiento a su lucha cuando fueron encarcelados, durante la Guerra Civil y el franquismo. Sin embargo, tras cuatro actos, el último ayer en Badalona, el Departamento de Interior se ha visto obligado a cambiar el formato de invitación: por error, había invitado a represaliados ya muertos, para sorpresa de sus familias, que veían el nombre de un allegado fallecido impreso en el tarjetón oficial.

Hasta el momento, la Generalitat había cursado unas 6.000 invitaciones, y se ha enterado del error por las llamadas de familiares: ha recibido 200 avisos y seis quejas formales por el malentendido. El Departamento de Interior se apresuró ayer a admitir sin matices el error y pedir disculpas a todos los afectados. Fuentes oficiales achacaron el fallo a “la gestión de la base de datos, que censa a las 22.000 personas que desde el año 2000 han recibido ayudas por haber sufrido represalias franquistas”.

El registro de los represaliados se ha ido actualizando, aseguran, aunque no todas las personas que han fallecido en esta década constan todavía como difuntas en las listas. Para evitar nuevos errores, la Generalitat ha registrado los cambios en la base de datos y ha variado el formato de las invitaciones, que a partir de ahora irán destinadas a las familias de los represaliados.

De los 500 represaliados del franquismo que ayer eran homenajeados en Badalona, sólo una quincena acudieron en persona a recoger el reconocimiento. La mayoría de los asistentes -el teatro Zorrilla estaba lleno para la ocasión- eran familiares que acudían en representación de un fallecido y trataron de quitar hierro al error de la Generalitat.

“Sí, he recibido la carta a nombre de mi padre, pero me parece muy bien, lo importante es que se celebre el acto y reciban un homenaje”, aseguraba el hijo de un represaliado.

Coincidía María, hija de un preso del franquismo: “No tiene importancia. Lo destacable es que por fin mi padre reciba un homenaje. Llega demasiado tarde, me hubiera gustado que tanto él como mi madre hubiesen estado para verlo”, afirmó. Para Lluís Martí Bielsa, uno de los represaliados que asistieron al acto, lo subrayable era la tardanza: “Hemos tardado 33 años, pero por fin tenemos un reconocimiento”, dijo satisfecho.

Carlos Giménez, la posguerra a través de los ojos de un niño de cómic

El dibujante y guionista opta a un premio en el Festival Internacional de Angulema

RICARDO GRANDE El País30/01/2010

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El cómic Paracuellos cuenta con dos grandes bazas: un dibujo atractivo y un guión autobiográfico sobre la posguerra franquista. Ambos méritos se deben a la misma persona, el dibujante Carlos Giménez (Madrid, 1941), que en pequeñas viñetas retrata sus vivencias en un hogar de Auxilio Social, uno de esos lugares donde el franquismo internaba a niños huérfanos o que no podían ser mantenidos. El autor, que vive y trabaja en la capital, atiende al teléfono y comenta la obra que le hace ser candidato a uno de los galardones del Festival Internacional de Cómic. “Con la edad, aprendes quién eres y a lo que puedes aspirar. Yo creo que no me van a dar el premio”, pronostica, sin darle mucha importancia.

Quizá no sean tan pesimistas los responsables del Salón del Cómic de Barcelona de 1999, que le concedieron la distinción a Mejor Obra y Mejor Guión. “En Francia, Paracuellos siempre ha tenido lo que se llama buena acogida: no hablamos de un gran éxito, pero se ha ido publicando y ha llegado a estar entre los cuarenta o cincuenta obras destacadas…” comenta el propio autor, que no tiene claro el por qué tantos lectores españoles y franceses se acercan a su obra. “Alguna virtud tendrá, vaya usted a saber… las personas a las que firmo ejemplares suelen ser profesionales de la enseñanza. Para saber como funcionaba un barrio en los años cuarenta o cincuenta es más atractivo este cómic que un libro de texto, supongo”, opina.

El cómic por el que ahora está nominado apareció en los años setenta. Consiste en una colección de historias cortas, que el autor da por terminada, y que se ha reeditado varias veces. También ha trabajado para la revista El Papus y ahora adapta el guión cinematográfico Año 1000: La sangre. “Tiras de prensa, semanal… he hecho de todo”. Su obra más conocida es un alegato contra la guerra que siempre es “canalla, muy dura. Nunca es necesaria y llamarla preventiva no es más que un ardid”.

“La historia de España hay que contarla sin fechas ni generales, hay que mostrar lo que le pasaba a la gente de a pie. La guerra no la hacen ellos, pero siempre las pierden. Siempre tienen más bajas que los militares. No me interesan los estrategas ni las grandes frases. Tenemos que analizar cómo aguantó la gente de la calle y, a partir de ahí, sacar conclusiones. El héroe es el que consigue subsistir”, dice convencido.

El autor no entra a valorar sus excelentes dibujos, cuyos trazos amables no restan dureza a la vida en estos centros donde la religión y la disciplina eran la norma. Las páginas nos muestran como chicos con cara de no haber roto un plato se convierten en carceleros y castigan a sus compañeros. Giménez habla sin dudar: “El niño es siempre inocente. Incluso el verdugo o la máquina de matar actúan porque le han enseñado. Detrás de esto siempre está la mano de un adulto”.

Escribir Paracuellos le costó alguna lágrima. “La posguerra no tiene por qué ser tan dura como la guerra. Pero, en la nuestra, no se hizo una sola concesión”. Hervir su infancia, a pesar de todo, mereció la pena. “Cuando escarbas en esta clase de asuntos biográficos, sufres. Recuerdas las carencias, a tu madre, todo. Una vez que lo has dibujado, es distinto. Antes, comentaba con frecuencia todo aquello pero ya no. Tengo los fantasmas exorcizados. Incluso empiezo a olvidar cosas…”

Imágenes contra el olvido

Virginia Villaplana inaugura en el espacio madrileño Off Limits Narrar la historia, exposición en la que el arte es una herramienta para entender el pasado

GUILLAUME FOURMONT – Público – 26/01/2010

villaplana

El régimen franquista no era un asesino muy listo. Tan obsesionadas por el orden estaban las autoridades que dejaron pruebas de sus crímenes. Esperaban que el silencio impuesto tras la muerte de Franco permitiría olvidarlo todo. Se equivocaron. No solamente porque el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero va quitando las referencias a la dictadura, sino también porque personas como Virginia Villaplana no están dispuestas a olvidar.

Villaplana (París, 1972) inaugura mañana miércoles 27 de enero la exposición Narrar la historia, que a través de fotografías, vídeos y conferencias pretende “difundir historias de personas olvidadas, de hacer más cercana a la gente la memoria olvidada”, en palabras de la artista.

Cuando terminó la Guerra Civil en 1939, la represión sólo empezaba y muchos opositores al nuevo régimen de Franco acabaron en la cárcel y/o en fosas comunes. La iniciativa de Villaplana parte de una historia personal: “Recuerdo cuando iba a de paseo al cementerio con mi abuela”. Josefina, la abuela de Virginia, le narraba cómo desaparecieron familiares suyos; no rezaba en frente de nichos, sino de un solar en el medio del actual Cementerio General de Valencia.

Ahí fueron abandonados 26.300 cuerpos, en varias fosas comunes, aunque las víctimas no eran desconocidos. Las autoridades franquistas mantuvieron actualizado un registro con nombre, apellido, fecha del entierro y causa de la muerte. Todas las pruebas estaban en el luger del crimen. Cuando la causa oficial de la muerte no era “bronquitis”, “tiberculosis” o “vejez”, las autoridades escribían directamente en el registro: “Ejecutado”. “No hay que olvidar que muchos morían en la cárcel o en hospitales, donde no se les trataba”, recuerda Villaplana.

El problema es que el Ayuntamiento de Valencia quiere hacer obras –ampliar el cementerio– en el solar donde se encuentran las fosas comunes. Villaplana sacó fotografías del lugar rodeado de verjas. “El espacio se está limpiando. Hay un interés político de silencio”, lamenta la artista. Tras recibir el respaldo de la Asociación de la Memoria Histórica, Villaplana consiguió un listado detallado de las víctimas. Expone ahora “imágenes legítimas de un momento de España sobre el que no hay imágenes”.

 La exposición en el espacio Off Limits es un recorrido artístico por la memoria, para no olvidar. Además de fotografías, la instalación de Villaplana cuenta con dos vídeos: “Sectores de Resistencia” y “Puntos de Apoyo”, que retratan a miembros de la Resistencia en los primeros años del franquismo. También se proyectarán documentales y se celebrarán conferencias en el Museo Reina Sofía hasta el próximo mes de marzo. “No me interesa reivindicar, sólo narrar historias y el arte y la literatura pueden ayudarnos para ello”, concluye Virginia Villaplana.