José Blanco cuestiona la legalidad de Falange

El País12/04/2010

El ministro de Fomento, José Blanco, volvió a echar un capote ayer al juez Baltasar Garzón. Si el viernes declaraba: “No me gustaría que Falange ganara de nuevo la batalla”, ayer se cuestionaba su legalidad. “Me cuesta entender que los falangistas estén en la vida pública”, declaró en la Cadena SER.

“Yo también me pregunto por esa legalidad, me cuesta comprender que los que hicieron que España no fuese libre puedan sentar en el banquillo al alguien tan impecable como Garzón”, afirmó el ministro. “Pido altura de miras para zanjar este debate. La decisión de su legalidad la toman los jueces y yo respeto a los que tienen que aplicar la ley de partidos, me cuesta entender que los falangistas estén en la vida pública”, añadió.

La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, también declaró ayer en una entrevista a este diario que le “apenaría” que Baltasar Garzón salga del juzgado.

La otra historia del gigante de la Gran Vía

El arquitecto del rascacielos de Telefónica amenazó con dimitir para preservar su aspecto.- De Cárdenas se exilió tras la guerra.- Sus hijas recuerdan la vida del edificio.- El inmueble de la red de San Luis recibió 120 impactos que el creador documentó en un plan

MARÍA MARTÍN El País11/04/2010

Bucear en la biografía de Ignacio de Cárdenas (Madrid, 1898-Segovia, 1979) es encontrarse en un mar de contradicciones. El arquitecto pasó gran parte de su vida nadando a contracorriente en defensa de sus ideas y, sobre todo, de su criterio artístico, muy avanzado para la época.

Las hijas del arquitecto del edificio de Telefónica

Las hijas del arquitecto muestran fotografías del edificio de Telefónica en construcción-

El padre de De Cárdenas, que pertenecía a la nobleza criolla, fue un periodista nacido en La Habana que emigró a Madrid en el siglo XIX. De su familia de 16 hermanos, surgieron, entre las mujeres, siete vocaciones religiosas. Y él “era el único de su familia que tiraba, ya no a la izquierda, sino al centro”, recuerda su nieto Juan Manuel Matute de Cárdenas.

Su familia poco quiere hablar de los conflictos que provocaron en casa las ideas de su padre en un momento tan convulso como la Guerra Civil, pero los hubo y graves. “Es una herida ya cicatrizada y mi padre nunca habló con rencor”, resuelven Inés y Elena de Cárdenas, las únicas hijas del arquitecto que quedan vivas.

Menos dolorosas, pero igual de conflictivas fueron las discordias entre De Cárdenas y sus jefes durante la construcción de su primera obra, “su hija la mayor”, como él llamaba a la Telefónica.

La construcción del que, dicen, fue el primer rascacielos de Europa, de casi 90 metros de altura, fue un encargo de la International Telephone and Telegraph Company (ITT) para que su filial española instalase allí la primera central de telecomunicaciones del país. La estética del edificio, así como su ubicación, tenían un claro objetivo: halagar a posibles accionistas, una clase burguesa y conservadora.

El proyecto se encargó inicialmente en 1925 al afamado arquitecto Juan Moya, diseñador de la fachada de la Casa del Cura, que impuso que De Cárdenas, su joven alumno de 27 años, colaborase con él y compartiese honorarios. Según contó el mismo De Cárdenas en sus diferentes escritos, recogidos en el libro de Pedro Navascués sobre el edificio, Moya se lanzó a una decoración demasiado barroca de la fachada, encuadrando cada ventana con hojarasca retorcida, conchas y angelotes, lo que empezaba a espantar al joven arquitecto. “Como la Telefónica quería que hiciésemos algo muy español, nos inclinamos al Barroco de Madrid. Moya gozando con hacer otra vez algo muy barroco y yo aguantando mis aficiones a lo que entonces se llamaba estilo cubista, harto de tanto Renacimiento español”.

Pero hasta para los jefes de la Telefónica las florituras de Moya eran demasiado, buscaban algo “menos atormentado”. Así que Moya, a regañadientes, iba rectificando hasta que un día se enfadó y abandonó, cansado de tanta imposición. Fue entonces cuando la compañía encargó a De Cárdenas la totalidad del proyecto con la supervisión del arquitecto norteamericano Louis S. Weeks. Ahí comenzó la batalla de De Cárdenas por la defensa de su criterio.

De Cárdenas viajó enseguida a Nueva York para reunirse con un cordial Weeks y empaparse de la estética de los rascacielos americanos. Durante su estancia el arquitecto tuvo que “luchar para que Weeks no cayese en las mismas extravagancias que Moya”. De Nueva York volvió con un anteproyecto, con la esperanza, dijo De Cárdenas, de “que el proyecto definitivo lo hiciese más a mi gusto”. Se equivocó.

Weeks, que compartía la doctrina de la escuela de Chicago, no cesó de corregir el afán funcionalista del joven arquitecto que llegó, como su maestro Moya, al enfado. Hasta el punto de presentar su dimisión. “Como de ningún modo puedo continuar llevando la dirección y obrando al dictado, le ruego me diga si en adelante ha de considerárseme como director o no, porque en este último caso, puede contar con mi dimisión inmediata”, escribió De Cárdenas en una carta dirigida su jefe el 11 de junio de 1928.

“No me choca que el joven De Cárdenas se opusiese, porque el moderno en términos internacionales era él y no la gente de la compañía, con una tendencia menos funcional y más antigua”, añade Francisco Serrano, director general de la Fundación Telefónica y apasionado de la historia del edificio. “Papá no era nada narcisista, pero no era tonto. Él no quería imponer sus ideas, pero era normal que si no se hacía lo que él quería, se fuese”, añaden las hijas.

El resultado de tanto rifirrafe estético pudo verse a finales de 1929, aunque se eligió el 1 de enero de 1930 como fecha emblemática para su inauguración. La ornamentación barroca se impuso, pero De Cárdenas consiguió, con todo, suavizarlo y frenar la decoración de la fachada con los escudos de todas las provincias españolas que tanto Moya como Weeks se empeñaron en incluir.

Desde entonces, el número 28 de la Gran Vía se llenó de decenas de mujeres solteras que acababan de dar el salto al mundo laboral. “Debía de ser por su timbre de voz”, explica Serrano, “que se las consideraba idóneas para el puesto”. Terminada la jornada laboral, los mozos hacían guardia ante la puerta esperando cortejar a una de las admiradas telefonistas. Ellas, sin embargo, debían pensárselo bien, porque en el momento en el que se casaban debían abandonar la compañía.

Un año antes de acabar la contienda, “cuando papá vio que Madrid estaba perdida”, el arquitecto y su familia tuvieron que exiliarse en Francia. Fueron ocho largos años durante los que De Cárdenas luchó contra una tuberculosis. “Unos años muy felices, aún así”, recuerdan las hermanas de 74 y 78 años. Pero, en esencia, fue un retiro forzado que separó al arquitecto de su obra, de la cura de sus heridas de metralla de la Guerra Civil y de la ampliación del edificio que se llevó a cabo entrados los años cincuenta; también de su exitosa carrera que dejó de brillar como antaño. A su regreso a España, “papá podría haber vuelto a su puesto si hubiese aceptado a Franco, pero no quiso. Él defendía siempre la honradez”, dicen sus hijas.

Cuando regresó a España en 1944, “De Cárdenas pasó a formar parte de esa generación de arquitectos que había trabajado en una línea de movimiento moderno y que, al volver a España, se ve obligada a adaptarse a las condiciones del poder, a una arquitectura de búsqueda de un estilo propio, español, que reflejase la España imperial”, reflexiona el coordinador del archivo histórico del Colegio Oficial de Arquitectos, Miguel Lasa.

“Cuando volvimos se quedó como si le hubiesen dado una paliza”, ilustra su hija Elena. “Se agarró a su mujer y a sus hijos y ya no le interesaba la arquitectura, ni le interesaba nada. Estaba aburrido, cansado”.

Elena guarda como oro en paño los poemas que escribió su padre. Cree que es una tontería incluirlos, pero lee uno que refleja cómo la guerra apagó a un genio: “He sido rico, quién lo diría… y [ahora]sólo tengo míos mi corazón deshecho a fuerza de sufrir y mi mujer y mis hijos en el pecho a punto de morir”.

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El arquitecto del edificio de Telefónica, Ignacio de Cárdenas, tuvo que viajar a Nueva York en 1926 para asesorarse sobre la construcción de rascacielos. Acababan de encomendarle la construcción del edificio más alto de Europa. En la fotografía, cedida por la fundación, un detalle de sujeción de uno de los tirantes de una de las impresionantes grúas que coronaban la edificación.-

Más fotos de la historia del edificio de Telefónica.

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“Cuando bombardeaban, papá tenía que estar allí”

“La Gran Vía conducía al frente en línea recta, y el frente se aproximaba. Los oíamos. Estábamos esperando oírlo de un momento a otro bajo nuestras ventanas. Asaltarían la Telefónica. No había escape. Era una ratonera inmensa y nos cazarían como a ratas”. Es el testimonio de excepción de Arturo Barea en su libro La forja de un rebelde. Él fue el censor de las crónicas de la guerra que se enviaban desde el edificio y hasta que un obús no reventó una casa a 20 metros de la Telefónica no abandonó.

Más aguantó De Cárdenas, que no dejó el edificio durante casi la totalidad de la contienda. “Papá estaba todo el tiempo en la Telefónica, era el jefe de los arquitectos y cuando lo estaban bombardeando él tenía que estar allí”, cuentan Inés y Elena, las hijas del arquitecto.

Durante ese tiempo en el que los sótanos servían de refugio, De Cárdenas tomó un plano de la fachada de la calle de Valverde, la más dañada, y apuntó en rojo con temple y dolor cada una de las 120 granadas que impactaron sobre su obra, sin que jamás se resintiese su estructura.

“La altura del edificio hizo que se convirtiera en blanco preferido del asalto a Madrid por las tropas de Franco. Era esta acera, precisamente, la que recibía los impactos de los obuses por la dirección que tomaban desde la Casa de Campo”, cuenta el director general de la Fundación Telefónica, Francisco Serrano. “Algunos de los muchísimos escritores que mandaban sus crónicas desde allí aprovechaban la noche, cuando no había peligro de bombardeo, para cruzar la calle”.

La Guerra Civil impidió que De Cárdenas terminase el edificio tal y como lo había ideado. El proyecto incluía el derribo de una central provisional construida en la calle de Fuencarral para dar servicio mientras se construía el edificio principal y la ampliación de éste.

Terminada la guerra y exiliado De Cárdenas en el País Vasco francés, se rehabilitó el edificio. Otros arquitectos, ya entrados los años cincuenta, concluyeron su proyecto original ya que él, por sus ideas políticas, no fue readmitido en la Telefónica. Después de años de litigio para cobrar viejas deudas de la compañía, según sus hijas, acabó recibiendo “una exigua pensión de obrero”.

“El franquismo nos sobrevuela”

Entrevista a José Manuel Caballero Bonald

JUAN CRUZ El País – 11/04/2010

H ay en José Manuel Caballero Bonald una serenidad casi anglosajona. Pero en cualquier momento parece que esa cara que te mira como si contuviera los ojos de un antepasado pudiera estallar. Es curioso pensar eso de él, en este momento en que le está haciendo fotos Sofía Moro, cambiando los muebles de sitio en su casa de siempre (de hace casi medio siglo, como su matrimonio con Pepa Ramis, “raro que se dure tanto, ¿eh?”) y enfocándolo como para que salga en el retrato esa mirada de marinero o de caminante. Porque en este momento este hombre, que según él fue colérico por causa del alcohol, vive uno de los momentos más apacibles de su vida. Pero así estaba, apacible, también en el año 2003; dijo incluso que ya estaba hecho todo, que no iba a escribir ni una línea más… Estaba apacible entonces, lo dijo, pero ocurrió la guerra de Irak, en la que entró España, y se rompió su silencio con un libro de versos, Manual de infractores (Seix Barral), que fue como una piedra en la crisma de los gobernantes de entonces, con Aznar al frente. Así que ahora está apacible, pero… Lo que le molesta, sobre todo, es la edad; ya es el más veterano de los vivos de su generación. Y a esta edad le molestan el frío y el invierno, así que, como todavía no había llegado la primavera cuando se hizo esta entrevista, ahí le ves apacible pero rabioso porque le duele todo, y además no se puede ir a su espacio dorado, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), porque allí hay humedad y los huesos rugen de estupor en contacto con el tiempo malo.

Él nació en Jerez, en 1926; el Sur (las marismas, Doñana, el mar) ha sido su geografía poética y narrativa; Colombia fue un destino muy nutritivo para su experiencia, y también vivió en Mallorca, como secretario de redacción de Papeles de Son Armadans, la celebrada revista de Cela. Madrid ha sido el espacio del que más argumento sacó para sus memorias, Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir, dos volúmenes que son también un autorretrato muy vivo de la posguerra española, hasta que empezó la Transición. Esos dos volúmenes acaban de ser juntados en uno, que él ha revisado y titulado conjuntamente: La novela de la memoria (Seix Barral). Ya no va a escribir más memorias, repite. Pero esos dos volúmenes son oro puro, le han convertido en un memorialista literario sin cuya escritura no podría entenderse la peripecia de las letras y de la vida española de los años en los que él fue sucesivamente joven y maduro.

Así que no sabremos, por su memoria, lo que pasó por su vida cuando la Academia le negó el plácet reiteradamente, dejando fuera a uno de los escritores mejor dotados para el uso de la lengua. Sentado ya, conversando, apetece preguntarle cómo está por dentro.

[…]

Cuando llega a Madrid, narra ese color oscuro del franquismo, de la delación. ¿Cómo podría reproducir esa atmósfera ahora? Aquellos primeros años de los cincuenta se me aparecen como sumidos en cierta tristeza ambiental, con el color de la melancolía. Me obsesionaba lo que podía ocurrirme o podía ocurrir a mi alrededor. No eran buenos tiempos aquellos.

Narra algún episodio en el que los franquistas, dueños de todo, le despiertan una enorme repugnancia. Sí, además no andaba entonces muy allá económicamente. Conseguí un empleo en la Bienal Hispanoamericana de Arte y me pasaba todas las mañanas en un cuarto interior, con la luz encendida todo el tiempo. Era un trabajo anodino, que podía ser suprimido sin que se notara. Allí me pasé dos años, en aquel Madrid humana y culturalmente inhóspito. Pero tampoco tardé mucho en tener mis expansiones político-literarias, me relacioné con gentes afines. Estuve luego algún tiempo en el colegio mayor Guadalupe, donde intimé con poetas que luego serían relevantes en sus respectivos países hispanoamericanos: Eduardo Cote, Jorge Gaitán, Julio Ramón Ribeiro, Carlos Martínez Rivas, Ernesto Cardenal, Mejía Sánchez… También estaban los españoles Lledó, Juan y José Agustín Goytisolo, Valente, José María Valverde… Fue, desde luego, una rara casualidad histórica esa convivencia de un grupo de poetas y escritores muy significados. De hecho, mi biografía literaria arranca de ahí.

¿Cómo abordó la política? Porque fue un militante. Bueno, sí, aunque no tuve carné de ningún partido. El despertar político me llegó a través de Ridruejo. Aunque en principio lo traté poco, empecé a frecuentarlo cuando fundó el Partido Social de Acción Democrática, del que estuvieron cerca Vidal Beneyto, Benet, los hermanos Moreno Galván, Fernando Baeza, Roberto Mesa… Yo tenía un piso, al parecer, libre de vigilancias policiacas, y allí nos reuníamos los domingos. Dionisio era el que llevaba la voz cantante… Ocurrieron cosas incluso divertidas. Te cuento. Yo estaba pagando unos libros a plazos y el que cobraba los recibos era un gris (un guardia) que se ayudaba cobrando esos recibos los domingos. Uno de esos días llamaron a la puerta cuando estábamos reunidos y todos se quedaron en suspenso. Abrí y era el guardia con su recibo, de modo que fui a buscar el dinero, y entonces el guardia se asomó a la sala donde los demás permanecían expectantes. Todos se quedaron de piedra, y Baeza, que no sabía qué hacer, se levantó y se entregó… Supongo que el guardia se iría con la mosca detrás de la oreja.

¿Cree que este país se da cuenta ahora de la verdadera dimensión que tuvo el franquismo? Qué va. Todo eso viene arrastrado desde la Transición. Alguien ha dicho que la Transición fue un pacto entre el secretario general del Partido Comunista y el secretario general del Movimiento, o sea, entre Carrillo y Suárez. Unos acordaron no pedir cuentas ni juzgar los crímenes de la dictadura y otros decidieron prolongar un cierto franquismo disfrazado de democracia. Los seis años que van de la muerte de Franco al golpe de 1981 fueron terribles. Creo que fueron los peores años desde la Guerra Civil: la violencia, el descontento en los cuarteles, la ultraderecha dispuesta a no dejarse arrebatar ni uno de sus privilegios, el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, el acoso a Adolfo Suárez, la presión de la Iglesia, los asesinatos y secuestros de ETA… Creo que de ahí, de esa transición engañosa, improvisada, procede un franquismo latente que se ha mantenido hasta hoy mismo, a la vista está…

¿Cree que la reacción ante la memoria histórica es consecuencia de que el franquismo no se acabó? No, no se acabó. El franquismo está sobrevolando todavía en nuestra historia de hoy. Un indicio clarísimo es la maniobra contra el juez Garzón. ¿En qué cabeza cabe que la ultraderecha o el cabecilla de la trama Gürtel puedan demandar, presentar una querella contra el juez? Parece inconcebible, con independencia de lo que cada uno piense sobre Garzón. Todo esto es una consecuencia más de ese franquismo que la Transición mantuvo vivo.

¿Identificaría a Aznar, Rajoy, con la secuela del franquismo? Bueno, yo no llegaría a tanto… Pero hay gentes que no soporto. Por ejemplo, Aznar, Rouco Varela, Aguirre, Mayor Oreja, son personas que me producen un rechazo automático, detesto sus maneras. Y, claro, hay gente más tratable, no me permitiría ni mucho menos tildar de franquistas a otros miembros del PP. No soy tan arbitrario. También hay algún que otro impresentable en partidos de izquierda. El libro de la política está plagado de erratas. Y hay muchas cuñas franquistas incrustadas en la derecha, esa que está ejerciendo por ahí tanta crispación insultante. Realmente es una actitud muy desagradable.

¿No ocurrirá que también la sociedad se siente cómoda quizá en esta situación de oscuridad? Creo que la gente se está volviendo cada vez más acomodaticia. Hay en cierto modo un silencio cómplice en gentes que no quieren exponerse a nada. Y eso también se nota en ciertos sectores acomodaticios de la cultura. Una sensación de frivolidad, de neutralidad, de derechización, la idea de que el compromiso está pasado de moda, que eso tenía sentido en la época de la dictadura y que ahora ya no hace falta ningún tipo de intervención crítica. Eso es muy alarmante.

Ha juntado en un volumen sus dos libros de memorias. ¿Qué es lo que tacharía con rojo? No sé, quién sabe… Tampoco me privo de alguna mala conciencia, algún traspié, cosas de las que me pude arrepentir pero que están ahí contadas como si yo fuese un testigo y no un protagonista. En estas memorias procuré relatarlo todo tal como lo viví sin importarme que hubiera gente que se incomodara o se enfadara. Hay dos personas que me retiraron el saludo por lo que digo de ellas. Y ocurre que yo me critico a mí mismo en estas memorias. ¿Por qué no voy a contar entonces lo que pienso de los demás? Así que en estas memorias he procurado narrar las cosas tal como las viví, sin ningún tipo de tapujos, recovecos o pistas falsas.

[…]

¿Para qué le ha servido escribir? En primer lugar, para justificarme a mí mismo. Escribir me ha recompensado de todo mi pasado, incluso de mi presente. Como decía Cesare Pavese, “la literatura es una forma de defensa contra las ofensas de la vida”. Se escribe en contra de algo o a favor de algo. Y hoy abundan por ahí los motivos para escribir en contra de ciertas ofensas, de ciertas degradaciones. La literatura también es en este sentido una autodefensa, una forma de defensa personal.

¿Contra qué escribe? Digamos que mis últimos libros de poesía van contra los sumisos, los obedientes, los gregarios, los hipócritas… Y además suelo pensar en que alguien va a leerme y va a sentirse inculpado. Y eso me parece bien.

[…]

Un total de 923 páginas de memoria. Cuando las ha revisado, ¿cómo se ha quedado? Cansado y satisfecho. Satisfecho de un trabajo que considero bien hecho. Sueles decir que yo digo que no estoy capacitado para escribir mal, y con esta revisión he vuelto a darme cuenta de eso. No es ninguna petulancia ni arrogancia, es una táctica de escritor. Cuando sospecho que no me sale bien lo que quiero escribir, lo dejo, no me esfuerzo. Y este libro está bien escrito, tiene algunas descripciones brillantes, he suprimido ciertos fragmentos confusos para dejarlo todo más diáfano. Me interesaba que precisamente este libro fuera diáfano. Así como mi poesía a veces puede tener cierto gusto por el hermetismo, esta prosa narrativa no podía tenerlo. Cuento cosas divertidas, cosas significativas y cosas disparatadas.

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Del Biscúter al chicle Bazooka

Un mosaico único del Madrid de posguerra a través de los recuerdos de infancia de Pilar Garrido Cendoya y de las ilustraciones siempre geniales de su marido, Forges

PILAR GARRIDO CENDOYA – El País –  11/04/2010

El tufillo del bacalao, el café y el chocolate daban una bienvenida acogedora- FORGES

Mi calle era la del Arenal y hasta los años sesenta del siglo XX, todas las tiendas que había en ella eran de lujo. Saliendo de mi portal, a la izquierda, estaba la farmacia de Gayoso, donde comprábamos las necesarias medicinas. La mayoría de las veces aspirinas, que entonces hasta se vendían en sobrecitos individuales de dos en dos. El Payeski (no sé si se escribe así), una pomada muy dura que vendían en una cajita metálica que había que calentar con una vela para que al derretirse se pudiera coger una porción de ella con una espátula (aconsejado) o con el rabo de una cucharilla limpia para ser untado sobre unos granos horribles llamados forúnculos; también algún yogur porque fue en las farmacias donde empezó a comercializarse; unos gránulos deliciosos de calcio con sabor a chocolate, unos laxantes como chocolatinas, también apetitosos, y la harina de linaza para hacer cataplasmas.

(…) En la calle de las Fuentes, mi predilección se inclinaba hacia la tienda de Pepe, El de los ultramarinos. Como aquella tienda había muchísimas y eran todas encantadoras. Nada más abrir la puerta, la mezcla de café, bacalao, queso, cereales y chocolate daban con su tufillo una bienvenida acogedora. Pepe era muy amable y con frecuencia regalaba a los niños de su clientela un caramelito que sacaba de los botes hexagonales de cristal donde se exponían al público. En otros frascos similares había pequeñas galletas simulando burdos animales. Su ingesta era uno de los mayores placeres infantiles, pero eran muy caras: por 10 céntimos te daban dos galletitas tan minúsculas que parecía que desaparecerían entre los dedos de tu mano abierta.

El local era muy grande, con el suelo de madera lavada con asperón; del alto techo colgaban algún jamón y grandes bacalaos resecos. Para alcanzarlos hacía falta un palo largo con un pincho curvo en la punta. En el suelo había sacos de arroz, judías y garbanzos; bien ordenados y cada uno con su recogedor metálico correspondiente. Encima del mostrador, la poderosa máquina de cortar el bacalao -una guillotina bastante oxidada que chirriaba invariablemente- y una balanza, moderna para la época, con un platillo y un alto chaflán donde se veían los kilos y los gramos. Para las patatas se usaba una romana.

Nada como aquellas tiendas y aquellos tenderos que las más de las veces fiaban al vecindario. Además, eran otros de los plurales “observatorios” del barrio: con mirar atentamente un rato se sabía a la perfección cuáles eran las clientas de postín y cuáles las plebeyas. A las niñas que iban con las primeras, Pepe les alargaba siempre el caramelito; a las segundas, muy de vez en cuando.

(…) Estaba mal visto ser pobre. Ser pobre se había convertido en sinónimo de ser rojo. Se suponía que los rojos estaban muertos, o en la cárcel. Pero cuando alguien de clase media, alguien que había tenido posibles, había descendido por causa de la guerra al escalón de pobre, al adjetivo se le añadía vergonzante. Hasta se hacían colectas específicas para ellos en las parroquias más señoriales de Madrid. La realidad es que había muchos pobres vergonzantes; desfallecían de hambre con un traje bien cortado y bien planchado, acharolado en algunas zonas, con su pañuelo inmaculado en el bolsillo izquierdo de la chaqueta, con corbata grasienta y sombrero casposo, con gemelos en los raídos puños de la camisa de algodón tan relavado que transparentaba la camiseta de tirantes.

¡Había tantos pobres! Muchos de los vergonzantes venían a mi casa a calentarse y a comer lo que hubiera, que no era mucho, pero que repartíamos con alegría. Venían unas hermanas que tenían vidas interesantes y desgraciadas: María, la encajera primorosa que contrajo tal reuma en las manos que si no es por mis tías hubiera muerto de hambre; doña Lola, una dama venida a menos, que nos frecuentó cuando ya no le quedaba nada por empeñar. De vez en cuando alguien desaparecía de nuestras vidas porque había muerto de cualquier infección, de abandono (…)

(…) Muy niña aún, fui a un colegio de monjas que estaba en un piso cerca de casa. Allí teníamos uniforme. También en tan práctica prenda, que nació con la pretensión de igualar a unas y a otras, se notaban los dineros. (…) Empecé el bachillerato en otro colegio, también de monjas, para huérfanas de médicos. Como era gratuito, esto supuso un ahorro para mi depauperada familia. (…) El colegio estaba situado en un lugar estratégico en la calle de Raimundo Fernández Villaverde. Justo por un lado pasaba el Canalillo (Canal de Isabel II). (…) Un día el colegio se revolucionó porque venía a vernos en calidad de amiguita y compañera nada menos que Carmencita Martínez-Bordiú, luego Carmencita Franco, la hijita del marqués de Villaverde, médico como nuestros papás -en su mayoría muertos o depurados- y nietecita de nuestro Caudillo, nada menos que del mismo Franco. Debíamos ponernos muy contentas por tan notable distinción, y estar muy agradecidas a personas tan importantes que nos mimaban tanto. (…)

La víspera del acontecimiento, la cocina echaba chispas y emanaba un olorcillo a repostería -digno de lo monjas que eran- que inundaba todo el colegio. Hasta el último rincón de la capilla refulgía -y eso que siempre estaba limpísima- y olía a maravilla de perfumes y flores. De las ventanas, normalmente, vacías, caían plantas, o subían hacia el cielo.

(…) Por fin apareció la niña con su interminable comitiva. Era el momento o la escena de la confraternización. Se dirigió al corro muy derecha, orlada de tirabuzones, con un vestido blanco inmaculado, calcetines y zapatitos blancos, y un lazo rosa. Sonrió tímidamente, miró para atrás y a una orden cogió de las manos a las dos niñas que estaban en el centro. (…) A un tiempo, la madre superiora dio dos palmadas y, conforme habíamos ensayado, todas nos pusimos a girar como en el corro de la patata.

Gritos:

-¡Paren, paren, paren! ¡Estaos quietas! No ha valido.

¡Consternación! ¿Qué estaba mal? Pues que, si girábamos del todo, la niña Carmencita desaparecía del campo “visual” de la cámara del NO-DO. ¿Qué hacer? Sencillo: la niña invitada y las tres o cuatro de cada mano se debían mover, no muy de prisa, de un lado para el otro, es decir, cinco o seis pasos a la derecha y después cinco o seis pasos a la izquierda. El resto, para no estropear el ritmo de las actuantes, debíamos saltar derecho sin movernos del sitio. La toma duró lo que parecía una eternidad.

Después seguimos a la niña como perrillos, en fila, a través de las galerías ornamentadas hasta llegar de nuevo a la entrada. Allí hicieron unas fotos en grupo: la niña con las monjas, dos o tres condiscípulas y el séquito. Aplaudimos. La calle se llenó de vítores. Los del NO-DO rodaban ya al público reunido. Salieron pitando hacia el coche. Dijimos adiós con la manita. ¡Pues vaya!

Según pasábamos por la portería nos hicieron devolver los lazos blancos. “¡Me importa un pito, yo tengo en mi casa mil!”. Pero no era verdad. Al día siguiente todo era un vago recuerdo. No vimos el NO-DO y si lo hubiéramos visto no nos habríamos encontrado porque no salimos.

Del Biscúter al chicle Bazooka. La posguerra vista por una particular y su marido, de Pilar Garrido Cendoya. Ilustraciones de Forges. Editorial Planeta. Precio: 19,90 euros. Fecha de publicación: 13 de abril.

Dónde han ido los pájaros de Buchenwald

Jorge Semprún rememora el día en que hace 65 años fueron liberados los presos del campo nazi

JUAN CRUZ – El País 11/04/2010

Día gris, nevado, hielo puro en Buchenwald. Parece un calco de lo que vivieron Jorge Semprún y miles de supervivientes del horror de este campo de concentración nazi hace 65 años, cuando las tropas aliadas les comunicaron que ya estaban libres.

Semprún dice, en su libro La escritura o la vida, sobre ese momento terrible de Europa, que ese 11 de abril nevaba sobre Buchenwald, y aún así los supervivientes salieron a los caminos, con sus armas, a celebrar la libertad.

Trescientos de esos supervivientes han escuchado a Semprún rememorar ese momento de sus vidas; el relato del escritor español, que ha dedicado gran parte de su obra a esa memoria, es una pieza que prolonga aquel libro fundamental para entender la raíz herida de su memoria europea.

Las edades de los supervivientes hacen presagiar una resta progresiva de la memoria que ellos representan, de modo que este testimonio y los que hoy se escuchan en Buchenwald parecen el campo de batalla a favor del recuerdo, en contra del olvido.

Hay gente de la edad de Semprún, que vino muy joven al campo, y que tiene 86 años, como su compañero asturiano Vicente García, o de la edad del cordobés Virgilio Peña, que tiene 96 años y una jovialidad que le lleva a hablar en metáforas llenas de buen humor. “Tengo más años que un olivo”. “Aquel día llorábamos de alegría lágrimas que parecían babas de vaca”. Y hay un austriaco, Leitiger, que es el más veterano de todos, tiene 104 años.

Practican aquí, en este campo desolado, la ceremonia de la fraternidad contra el Mal. La frase es de Andre Malraux, y Semprún la cita reiteradamente en ese libro, La escritura o la vida. “Si recupero esto”, escribe Malraux, “es porque busco la región crucial del alma donde el Mal absoluto se opone a la fraternidad”.

Una joven historiadora alemana, de Weimar, que organiza ahora exposiciones sobre el dominio nazi y sus consecuencias humanas y políticas en Alemania y en el mundo, nos hablaba precisamente de esto, antes de que los sobrevivientes se juntaran bajo el frío helado del campo de concentración. Ella, Johanna Wensch, una joven estudiosa del pasado nazi, nos decía que empezó a estudiar este periodo porque se preguntaba cómo su abuelo pudo participar en el proceso nazi; muchos lo hicieron por cobardía o porque eran antidemócratas, “gente que no creía en la fraternidad, en el respeto al otro”.

Esa es la raíz de la conmemoración, la reafirmación de la fraternidad, y de ello hablan todos los discursos de hoy, incluido el de Semprún, y de ello hablan los viejos militantes que han acudido aquí detrás del señuelo de una alegría que vino después de un sufrimiento indecible, de días que fueron así, como relata Semprún: “Podría contarse un día cualquiera -empezando por el despertar a las cuatro y media de la madrugada, hasta la hora del toque de queda: el trabajo agobiante, el hambre perpetua, la falta permanente de sueño, las vejaciones de los kapos, las faenas en las letrinas, las schlague (golpes) de los S.S., el trabajo en cadena en las fábricas de armamento, el humo del crematorio, las ejecuciones públicas, los recuentos interminables bajo la nieve de los inviernos, el agotamiento, la muerte de los compañeros…”

Esa es la esencia, y el leit motiv es esa reflexión sobre el Mal. Sobrevolando, valga la expresión, los pájaros, o su ausencia. Cuando se produce la liberación, aquel 11 de abril de hace 55 años, Semprún le comentó a uno de los soldados que acudieron a liberarles que no había pájaros, que los pájaros habían huido, que no había pájaros sobre Buchenwald. Porque huyeron del olor de los hornos crematorios. Cuando se adentró en los bosques, hacia la casita que fue de Goethe, Semprún descubrió los pájaros, sintió su rumor, sus trinos, y quedó presa de un ataque, “casi irresponsable”, dice, de alegría. Hoy en Buchenwald no había pájaros; los he buscado con la mirada, he querido escuchar sus trinos; no hay, el frío será esta vez el que lo ha ahuyentado, en medio de una atmósfera de una extrema melancolía, como si el tiempo estuviera enviando su propio mensaje de fraternidad pero también de rabia por lo que quedó en el tiempo como la metáfora de un olor terrible.

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El archipélago del horror nazi

DOCUMENTO (PDF – 15Kb) – 11-04-2010

Garzón, Prego y el Valle de Franco

Félix PoblaciónPúblico – 08/04/2010

Ahora que ante la perplejidad y reprobación de los más cualificados medios de información internacionales tenemos al juez Baltasar Garzón camino del banquillo por haber intentado investigar los crímenes del franquismo, a requerimiento de los familiares de las víctimas enterradas sin sepultura en las fosas comunes y cunetas de España, es momento de recordar al magistrado del Tribunal Supremo Adolfo Prego Olvier, ponente del auto que admitió a trámite la querella de Falange Española contra el juez.

Sabemos, porque se publicó en su día, que Prego fue patrono de honor de la fundación ultraderechista Defensa de la Nación Española, que puso a caldo el Estatut de Cataluña y la política antiterrorista de Zapatero durante la primera legislatura. Que Prego firmó asimismo un manifiesto en contra de la Ley de Memoria Histórica, en consonancia con su criterio de que la Guerra Civil no la motivó la sublevación franquista sino la llamada Revolución de Octubre de 1934, por lo que el golpe franquista fue una contrarrevolución.

Pero lo que más nos debe llamar la atención, ahora que una inhabilitación de hasta veinte años puede pesar sobre Baltasar Garzón, son los artículos suscritos por don Adolfo en la revista Altar Mayor de la Hermandad del Valle de los Caídos, en cuyo faraónico escenario, construido por presidarios republicanos en durísimas jornadas de trabajo, están enterrados el general dictador y el máximo dirigente de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera.

La Oficina para las Víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura cifra en 33.847 los restos documentados de víctimas del conflicto, todos pertenecientes al bando sublevado. Junto a ellos pueden hallarse entre 15.000 y 40.000 víctimas republicanas sin identificar, cuyos huesos fueron trasladados en los años sesenta a Cuelgamuros, sin permiso de sus familiares, después de haber sido desenterrados de las fosas comunes en que se encontraban.

Lo que el juez Baltasar Garzó ha pretendido, y por lo que se le va a sentar en el banquillo, es reparar la dignidad y la memoria de tantos muertos sin nombre, muchos de ellos víctimas de la vesania falangista, a quienes los vencedores propinaron como última y más grave ofensa la de ser enterrados junto a los máximos cabecillas de sus verdugos.

Sobre esa oscura memoria, insólita en el mundo, ¿cómo se puede pregonar, según reza el artículo primero de la Hermandad del Valle de los Caídos, que su fundación obedece al propósito de mantener vivo el mensaje de paz y reconciliación que pregona el grandioso símbolo cristiano erigido en Cuelgamuros? ¿Será porque visitó la basílica el cardenal Joseph Ratzinger en 1989?

Un caso para la historia universal de la infamia

Marco Schwartz – Público – 08/04/2010

En unos hechos que pasarán a la historia universal de la infamia, un magistrado del Supremo, Luciano Varela, pide sentar en el banquillo al juez Baltasar Garzón por haber intentado abrir una causa contra los crímenes del franquismo. El magistrado considera que Garzón cometió prevaricación y, para que no queden dudas sobre la gravedad de la ‘ofensa’, tipifica el delito en su vertiente más severa (artículo 446.3 del Código Penal), que supondría la inhabilitación del juez por 12 a 20 años, en lugar de aplicar el artículo 447, de “imprudencia grave”, que reduce el castigo a entre dos y seis años.
El verdadero delito de Garzón fue intentar desanudar el legado franquista del “atado y bien atado”, para lo cual utilizó todos los recursos y plazos jurídicos a su alcance hasta que, atendiendo las órdenes de la Audiencia, se inhibió de la causa y remitió el expediente a los juzgados ordinarios concernidos. Con posterioridad, dos organizaciones de ultraderecha promovieron contra el juez la querella que ahora amenaza con hundir su carrera. Y esto sucede mientras la Falange, uno de los acusadores, continúa montando con total impunidad actos de enaltecimiento de la dictadura.

El auto del magistrado Varela constituye una advertencia tajante a todo juez que pretenda husmear en los crímenes del franquismo: en la España del siglo XXI existen aún líneas rojas que no se pueden cruzar. Alemania pudo juzgar el nazismo porque Hitler perdió la guerra. En España, Franco ganó, mandó durante casi cuatro décadas y, por lo visto, continúa victorioso 35 años después de su muerte. Una ley preconstitucional de aministía aún funciona como muro contra la verdad y la justicia. Algo falla en una democracia donde cabe semejante afrenta y humillación.

Las víctimas de Franco apelan a la justicia argentina

Los denunciantes pedirán la declaración de los franquistas vivos. La querella califica los crímenes de genocidio

DIEGO BARCALA – Público – 09/04/2010 00:20

Las víctimas de los crímenes del franquismo acudirán el próximo miércoles a los juzgados federales de Argentina (equivalentes a la Audiencia Nacional) a presentar una querella por el genocidio que el general Francisco Franco cometió en España entre 1936 y 1977. La denuncia apela a que la constitución argentina reconoce los principios de la jurisdicción universal para juzgar a los culpables de los delitos lesa humanidad.

“Si no nos dejan aquí, tendrá que ser un juez de fuera el que lo haga”, advirtieron las asociaciones de víctimas cuando el caso abierto por Baltasar Garzón fue taponado en la Audiencia Nacional. Esa amenaza se hará realidad el próximo 14 de abril. Las asociaciones presentarán pruebas de las desapariciones forzosas que los generales golpistas llevaron a cabo desde el 18 de julio de 1936.

“El objetivo es evitar que esos crímenes queden impunes”, explica Carlos Slepoy, abogado argentino que representará a los colectivos de familiares de los 113.000 desaparecidos registrados en España. Los denunciantes partirán del caso concreto de Severino Rivas, alcalde socialista fusiliado en 1936 en Lugo, para defender que el franquismo ejecutó un plan sistemático que puede ser definido como genocidio “político, social y cultural”.

Ministros de Franco vivos

Slepoy confía en que el juez solicite por vía diplomática al Gobierno de España las pruebas de los crímenes. “Pediremos un listado con los ministros, altos cargos de las fuerzas armadas y de la Guardia Civil que participaron en aquellos sucesos, que aún están vivos y que deben prestar declaración”, asegura. El letrado prevé que la petición se extienda a otros países donde hay documentación que serviría para demostrar todos los delitos.

Si el proceso avanza hasta ese extremo, la justicia argentina podría llegar a citar, por ejemplo, a Manuel Fraga por su condición de ex ministro de una dictadura fascista. En ese caso se abrirán dos posibilidades: que el ex ministro de Información acuda a Buenos Aires a explicar su participación o que se niegue.

En caso de que Fraga desobedezca la petición del juez, el Gobierno argentino dictará una orden internacional de detención. Ese caso es el que llevó al banquillo al dictador Augusto Pinochet, gracias a la iniciativa en España del juez Baltasar Garzón. El dictador acabó enfrentándose a la justicia chilena por las desapariciones forzosas que muchos historiadores creen inspiradas en las que practicaron los franquistas tras el golpe de Estado.

Los demandantes pedirán al Gobierno español una relación de las fosas que el franquismo utilizó para hacer desaparecer a sus víctimas, un listado del número de desaparecidos y sus identificaciones, pruebas de las torturas infringidas por la policía franquista e incluso abordarán la investigación de los niños dados en adopción ilegalmente por el régimen desde las cárceles de mujeres o desde clínicas durante la dictadura.

El 14 de abril, aniversario de la llegada de la II República, acudirá a presentar la querella Darío Rivas, hijo del alcalde fusilado en Lugo que presentará las pruebas que determinan su caso familiar como el prototipo de una desaparición forzosa. Darío ya vivía en Argentina cuando su padre murió en 1936 fusilado a manos de pistoleros de Falange Española. Desde entonces, siempre ha luchado porque se conozcan las circunstancias de la muerte de su padre y en 2005 consiguió exhumar sus restos.

Las asociaciones de víctimas presentarán este caso concreto porque representa fielmente las características de los desaparecidos en España. Reprentante político, detenido ilegalmente, dejado a la custodia de Falange y que acaba bajo tierra fusilado sin juicio previo junto a la tapia de una iglesia.

Slepoy confía en esquivar las trabas judiciales que Garzón encontró en España. “Demostraremos que la jurisdicción universal no es un arma colonialista de países poderosos. En nuestro caso, un Estado como Argentina, ex colonia española, juzgará los crímenes de España como ese país ya hizo con las dictaduras del cono sur”, razona.

Los denunciantes han convocado una concentración el miércoles en Buenos Aires para protestar también por el proceso abierto a Garzón.

Solicitud de ayuda

MIGUEL HERNÁNDEZ ALEPUZ El País09/04/2010

Dado que en España no es posible investigar los crímenes del franquismo, dado que la ley de punto final hispana está por encima de los tratados internacionales firmados por el Estado español en materia de derechos humanos, dado que las cunetas siguen llenas de injusticia y los familiares seguimos llenos de memoria, me atrevo a pedirle un favor a Argentina y a Chile: que nos devuelvan el favor.

Solicito que abogados de estos países denuncien al Estado español por no investigar los crímenes de lesa humanidad cometidos por los franquistas, ya que continúan impunes. Que se abran las fosas, que se anulen las sentencias de muerte, que se haga justicia. España es el segundo país del mundo en número de desaparecidos, tras la Camboya de Pol Pot y sus montañas de calaveras. Miles de niños fueron secuestrados por los asesinos y torturadores de sus padres. Por favor, ayudadnos.

Oña afirma que el campo andaluz “estaba mejor con Franco que ahora”

El PP abandona unos minutos el hemiciclo después de que el PSOE le vinculase con el franquismo

El País08/04/2010

La portavoz del PP, Esperanza Oña, ha dicho hoy en el Parlamento que el campo andaluz “estaba mejor con Franco que ahora”, a lo que el diputado socialista, Juan Antonio Cebrián, ha respondido que el “problema es que ustedes (por el PP) estaban mejor entonces (por el régimen de Franco) que ahora, que están en la oposición”. La vinculación entre el PP y el franquismo que ha establecido ha provocado un enfrentamiento dialéctico entre Javier Arenas y la presidenta de la Cámara, Fuensanta Coves, y el abandono del hemiciclo de la bancada popular.

El incidente se ha producido durante el debate de una proposición no de ley relativa a la rectificación del decreto de reducción de peonadas para los jornaleros andaluces. Al concluir su intervención, Oña ha pedido la palabra. “No se olvide que somos un partido democrático”, ha dicho tras solicitar una rectificación al socialista, que no ha sido satisfecha. Los populares han abandonado el pleno al unísono. A su vuelta, minutos después, Javier Arenas ha pedido la palabra en medio de los incesantes aplausos de los socialistas a su diputado: “Me ampara el reglamento para pedir una cuestión de orden”, a lo que Coves se ha negado inicialmente.

Finalmente, tras varios tiras y aflojas, Arenas ha intervenido para indicar que se sentían “gravemente ofendidos” por las alusiones. “Nuestra formación tiene treinta años de vida, está unida al compromiso democrático y bajo ningún concepto aceptamos que nadie cuestione ese compromiso con la democracia”. Arenas ha exigido la retirada de las “ofensas o que la Presidencia decida eliminar del diario de sesiones la frase”.