El lugar del exilio de 1939

JOSÉ-CARLOS MAINER – El País –  06/03/2010

Foto: Acapulco, 1965: Gabriel García Márquez (con gafas, sentado), con Luis Alcoriza y Luis Buñuel (a su derecha).-

A la intemperie, de Jordi Gracia, tiene una seguridad y un brío narrativos que cautivan. Es un libro fluyente y calculado que oímos respirar, buscar, moverse inquieto -como su autor- entre el espigueo de las citas espléndidas y la comezón de definir con brillantez

Ensayo. No andamos tan sobrados de polémicas de hondura como para desdeñar una que concierne al lugar del exilio intelectual de 1939 en la historia de la literatura española. Hace ya tiempo el inolvidable Claudio Guillén apuntó en El sol de los desterrados que los trabajos sobre su recuerdo debían pasar del “ámbito de los temas” al de los “problemas”. Y hace tres años, un libro de María Paz Balibrea, Tiempo de exilio -“un punto obcecado”, como apunta con razón Jordi Gracia-, lamentaba que el “no lugar” del destierro respondiera a que “la opinión democrática del antifranquismo se edifica sobre los cimientos inamovibles del desarrollismo franquista”. Jordi Gracia, aludido negativamente en aquellas páginas, argumenta aquí su deseo de “comprender la cultura española desde 1939 en un solo cauce”, pero también concluye que en lo que toca al exilio, “sus posibilidades de intervención se agotaron por razones políticas, pero también de pura consunción biológica y de anacronía o desfase histórico”. Y si es cierto que el exilio “concentró con potencia el valor simbólico de la derrota”, también lo es que, entre 1965 y 1980, cuando más intensamente se hablaba de una deuda colectiva, en el fondo preferíamos -además de Cortázar y García Márquez- el humor de Eduardo Mendoza que no estaba en Max Aub, aquella “precisión emotiva” de Marsé que no se hallaba en Arturo Barea o la “insolencia lírica de Umbral”, mejor que la de Rosa Chacel.

Puede que no haya incompatibilidades tajantes en elecciones que algunos nunca hicimos. Pero la ley del ensayo -y como ensayo se define este libro- es a veces la hipérbole provocativa. Y, en cambio, su mejor defensa siempre estriba en el grado de coherencia emocional que se percibe en su andadura. Y A la intemperie es un libro fluyente y calculado que oímos respirar, buscar, moverse inquieto -como su autor- entre el espigueo de las citas espléndidas y la comezón de definir con brillantez. Lo consigue. No tiene nada que ver con la pataleta de Francisco Umbral que exaltó la figura de Camilo J. Cela contra la de los desterrados, beneficiarios del “misticismo devoto del exilio” donde casi todo ha sido “ruido y Academia” (Las palabras de la tribu). Con razones verdaderas, Jordi Gracia ha hablado de una “democracia caníbal”, aunque “benigna”, y de un balance lleno de matices. Y su actitud nos señala un rumbo nuevo: asistimos al “reencuentro de los nietos”, interesado pero también justiciero, conmovido pero deseoso de lucidez, y nos hace pensar inevitablemente en las páginas y las autoficciones de Antonio Muñoz Molina, Ignacio Martínez de Pisón y Javier Cercas, sus coetáneos, que se citan oportunamente en las últimas páginas de A la intemperie.

Como ellos, el autor ha querido ver la llaga desde dentro y no es casual que la mayor parte de las citas provengan del importante caudal de epistolarios que vamos atesorando y que no falten las de testimonios clásicos como el madrugador ensayo Para quién escribimos nosotros, de Ayala; La gallina ciega, de Aub, y Drama patrio, de Gil-Albert. Desde dentro, se recuentan aquí los desgarrones que se saldaron con sufrimiento (los suicidios de Eugenio Ímaz o Ramón Iglesia Parga, o el dolor y la desorientación de Rosa Chacel), los “regresos inciertos” y tempranos (principalmente de exiliados catalanes), las acomodaciones felices y fecundas (las de Pedro Salinas, Adolfo Salazar, Josep Lluís Sert o Luis Buñuel), los intentos de diálogo con el antifranquismo del interior (visibles en las referencias del Boletín de Información de la Unión de Intelectuales Españoles, que acaba de editar Manuel Aznar Soler) y la presencia de quienes fueron, desde España, abnegados albaceas del exilio (Rafael Lapesa o José Luis Cano).

A la intemperie tiene una seguridad y un brío narrativos que cautivan. La primera obedece, sin duda, a que forma parte de una trayectoria vocacional de singular coherencia que se inició con una indagación sobre la restitución del diálogo intelectual bajo el franquismo (Estado y cultura y La resistencia silenciosa); en medio hubo una panorámica del presente, Hijos de la razón, y al final, un par de memorables volúmenes sobre Dionisio Ridruejo, que estuvo en todas partes, incluida la intemperie. Ahora llega, casi necesariamente, un importante ensayo sobre el exilio pero también, por qué no, sobre nosotros. –

Jordi Gracia: A la intemperie. Exilio y cultura en España. Barcelona, Anagrama, 2010.

Tumbas sin nombre

Si cada país europeo tuviera un juez Garzón, nuestro continente sería un lugar más moral y, en consecuencia, más seguro. Europa debe restaurar la dignidad de las víctimas de su sanguinario siglo XX

PINCHAS GOLDSCHMIDT El País – 09/03/2010

Estamos siendo testigos de unas tendencias históricas diametralmente opuestas en Europa. Algunos individuos, organizaciones y Estados intentan asumir su pasado y llevan a cabo un proceso histórico de examen de conciencia, mientras otros tratan de reescribir la historia y confían en que los focos no alumbren demasiado su pasado turbio.

En 1989 llegué a la Unión Soviética para ejercer de rabino en la Sinagoga Coral de Moscú. Entre todas las tablillas conmemorativas, no había ninguna huella ni mención de uno de mis predecesores, Yehudah Lev Medallie, que fue detenido y asesinado por la policía de seguridad del Estado de Josef Stalin en 1938, después de una década de intentar mantener la vida religiosa en la capital soviética. Su hijo, Hillel Medallie, rabí supremo de Amberes, no descubrió el destino que había sufrido su padre hasta bien entrados los años sesenta. Los lugares en los que están enterrados el rabino Medallie y los demás miles de clérigos oprimidos en la Unión Soviética siguen siendo hoy desconocidos.

La Iglesia ortodoxa rusa ha construido una capilla conmemorativa en un barrio de las afueras de Moscú, en un lugar en el que se cree que mataron y enterraron a gran parte de los líderes religiosos del Estado soviético.

En España, el juez Baltasar Garzón declaró públicamente en 2008 que los actos de represión cometidos tras la Guerra Civil española bajo el régimen del dictador Franco, y que desembocaron en la muerte de más de 100.000 personas, eran un crimen contra la humanidad. Asimismo, ordenó la exhumación de ciudadanos asesinados y exigió el acceso a los expedientes que pudieran ayudar a descubrir las tumbas de esos millares de víctimas anónimas. Esta campaña para lograr la verdad y la justicia cuenta con opositores. Hoy, el juez Garzón sufre ataques de quienes preferirían que el pasado permaneciera enterrado e intacto y le están presionando para que abandone su puesto.

En 2006, la Conferencia de Rabinos Europeos, de la que me honro en ser presidente, creó la organización Lo Tishkach (No debes olvidar) y la Conferencia de Reclamaciones para preservar y documentar el recuerdo de los nada menos que 20.000 cementerios y fosas comunes de judíos que se calcula que hay en Europa, sobre todo en lugares en los que la comunidad judía desapareció tras el Holocausto. Lo Tishkach ofrece esta información en una base de datos a la que es posible acceder por Internet y, al mismo tiempo, trabaja para identificar físicamente cada enterramiento. La identificación, tanto la pública con fines documentales como la física sobre el terreno, es la mejor forma de garantizar que la historia no se niegue y, por tanto, no se repita.

Aunque está muy documentada la trayectoria de la industria asesina de los campos de concentración nazis, la historia de los 1,5 millones de judíos asesinados en ejecuciones masivas por el ejército invasor alemán (que era la labor esencial de los Einsatzgruppen de Himmler), enterrados en las mismas aldeas en las que ellos y sus antepasados habían vivido durante cientos de años, es una historia que hoy está adquiriendo una dimensión cada vez más pública.

Un sacerdote católico francés, Patrick Desbois, ha viajado por Ucrania y Bielorrusia en busca de información sobre la localización exacta de las fosas comunes de la época del Holocausto. El equipo del padre Desbois entrevista a los escasos testigos de las matanzas que quedan e intenta localizar las fosas comunes que preparaban las propias víctimas poco antes de morir. A diferencia de Europa occidental, donde la colaboración local terminaba en la estación de tren camino de los campos de concentración y la solución final era un secreto, en Europa del Este los asesinatos eran públicos y la policía y las organizaciones paramilitares locales colaboraban con los alemanes hasta el momento de los propios asesinatos.

Según Lo Tishkach y el padre Desbois, existen al menos 1.500 fosas comunes de la época del Holocausto sólo en Ucrania, y probablemente centenares o incluso miles de fosas más en Bielorrusia, Rusia y los Estados bálticos. Algunos de esos enterramientos se han identificado y protegido, pero muchos siguen sin localizarse.

La Conferencia de Rabinos Europeos espera ardientemente que el padre Desbois ponga sus hallazgos al alcance del público de la manera más transparente posible y que no oculte la importante información que ha recogido en algún sótano polvoriento. La protección e identificación de estos lugares exige que la información sobre ellos sea pública. Hay que destacar que el Vaticano, que había mostrado siempre una actitud muy defensiva al hablar de su trayectoria durante la II Guerra Mundial, ha empezado ahora a publicar algunos de los documentos secretos de aquel periodo en Internet, una iniciativa que debía haber emprendido hace tiempo y a la que damos la bienvenida.

No obstante, existen en Europa fuerzas que preferirían mantener el silencio e incluso reescribir la historia para limpiar su conciencia nacional. En su último acto antes de dejar su cargo, Víktor Yúshenko, el presidente saliente de Ucrania, ha concedido la mayor distinción de su país póstumamente a Stepan Bendera. Bendera, un nacionalista ucranio que a veces colaboró con la Alemania nazi contra la Unión Soviética, hizo que miles de sus seguidores se infiltraran en la policía local, con su consiguiente participación en las matanzas de judíos en aldeas ucranias durante la ocupación alemana. En bastantes ciudades de Ucrania pueden verse monumentos a Bendera, al que se considera el padre de la independencia del país. Espero, desde luego, que el presidente recién elegido tenga la valentía moral de abordar esta cuestión con honradez después de tomar posesión.

En Lituania, donde las milicias antisemitas locales empezaron a matar judíos incluso antes de que llegaran los nazis, les encanta hablar de los pocos lituanos que salvaron unas cuantas vidas judías durante la ocupación del país. Pero Lituania se ha negado siempre a llevar ante la justicia a ninguno de sus criminales de guerra, ni siquiera los extraditados desde Estados Unidos. En Letonia, los veteranos de las Waffen SS siguen desfilando con orgullo e impunidad por las calles de Riga, para horror de lo que queda de una comunidad judía en otro tiempo muy importante.

El juez Garzón estudió para ser sacerdote, pero decidió dedicar su vida a luchar contra el pecado y el mal de una manera diferente. Lo que para el filósofo es una cuestión moral, para el hombre religioso es una cuestión de pecados y méritos y para el hombre de leyes una cuestión de delito e inocencia.

La búsqueda de justicia histórica del juez Garzón -por dolorosa que sea para quienes colaboraron con el régimen de Franco y por irritante que pueda ser para los colegas suyos que ponen en duda su competencia en esta materia o están molestos por su extraordinario protagonismo- no sólo es importante para España, sino que tiene ramificaciones para toda Europa. Sólo afrontando valientemente nuestro pasado, con sus luces y sus sombras, podremos vencer verdaderamente a sus fantasmas.

Aunque sucesivos Gobiernos de Alemania, Rusia y España han denunciado los regímenes represivos de su pasado, la información que hoy tenemos sobre el número de víctimas y su marcha por el valle de la muerte es incompleta. Olvidar el pasado es cometer una injusticia con las víctimas de la opresión. Europa tiene la obligación moral de restaurar la dignidad de las víctimas de su siglo más sanguinario.

Si cada país europeo tuviera a un juez Garzón, Europa sería un lugar más moral y, como consecuencia, un sitio mejor y más seguro para nosotros y para las futuras generaciones.

Pinchas Goldschmidt es rabino supremo de Moscú y presidente en funciones de la Conferencia de Rabinos Europeos, una organización que reúne a los líderes religiosos judíos de más de 40 Estados europeos. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

“Los militares no llegaron en un platillo volador”

CAMILO SÁNCHEZ El País08/03/2010

Foto: El escritor Eduardo Sacheri.-

Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) tuvo que tomar sedantes antes de volar de Buenos Aires a Madrid. Nada en el mundo le aterroriza más que subirse a un avión. Fueron, sin embargo, 12 horas bien remuneradas para el autor de la novela El secreto de sus ojos: la versión cinematográfica, dirigida por Juan José Campanella, lograba dos Goya (mejor película latinoamericana y mejor actriz revelación). Esta madrugada, además, tenía la posibilidad de ganar un Oscar como mejor película en habla no inglesa.

Sacheri es el guionista de un thriller judicial situado en 1974. Al preguntarle qué pueden aportar hoy las historias que sobrevuelan las dictaduras latinoamericanas responde: “El tema de la antesala del horror, el antes. Los años anteriores a la dictadura. Se repasa mucho la historia de los años de la tragedia y muy poco el proceso por el que pasa una sociedad antes de llegar allí. Hay que entender que los militares de la dictadura argentina no llegaron en un platillo volador”.

Heredero de narradores como Oswaldo Soriano o Roberto Fontanarrosa, compatriotas suyos, Sacheri reconoce que el boom que la película le ha dado a la novela es “alentador”. “En el mundo editorial carecemos de toda esta vidriera estrepitosa con la que cuentan los medios audiovisuales”. Reconoce, no obstante, que pasó por un proceso de asimilación: “La disyuntiva era encerrarme en el duelo de lo que se iba a ir perdiendo en la película, o tomarlo como una oportunidad de que millones de personas llegaran a mi libro”.

Campanella supo de Sacheri porque había leído unos cuentos suyos sobre fútbol, publicados en 2005. Un año después, el director le llamó para proponerle adaptar al cine El secreto de sus ojos. La escritura del guión estuvo precedida por un sinnúmero de forcejeos, que según el escritor, enriquecieron el producto final. “Juan nunca impuso ni su prestigio ni su responsabilidad como autor último de la película”.

Licenciado en Historia, Sacheri empezó de funcionario de juzgados en Buenos Aires, al igual que Benjamín Espósito, personaje interpretado por Ricardo Darín en la película. Sacheri recuerda con “cariño” los días que pasaba entre resmas de papel, sellos de oficina y documentos judiciales. “Hay algo que intenté respetar de mi experiencia en el ámbito judicial, y es este pequeño grupo de personas honestas tratando de hacer las cosas bien en medio de un caos que los excede. Eso lo viví con un pequeño grupo de cinco personas que decíamos ‘me voy a leer este expediente hasta quemarme las pestañas, a ver si encuentro una prueba’. La tentación de toda oficina burocrática era sacrificarse lo menos posible”. Después de una pausa añade: “creo que los argentinos, ni en los años setenta durante la dictadura, ni en los ochenta, ni ahora, hemos tenido un sistema judicial demasiado fiable”. La eterna cuestión de tomarse la justicia por su mano es uno de los temas centrales de la historia. “Me inquieta mucho ese camino trágico que emprenden las personas que deciden actuar al margen de la ley. Es un camino tortuoso y doloroso que difícilmente tiene consecuencias felices”.

Sacheri ya trabaja en un nuevo proyecto con Campanella: una película de animación basada en un cuento de Roberto Fontanarrosa. La historia está inspirada en un jugador de futbolín.

“La Guerra Civil en Asturias la hicieron los obreros”

La asociación Todos los nombres recopila los nombres de 20.500 víctimas de la represión franquista en Asturias

Foto de archivo de una fosa común en Villamediana, Palencia. MÓNICA PATXOT

HENRIQUE MARIÑO – Público – 06/03/2010 21:30

“No se trataba de un ejército regular sino de grupos de obreros que salieron a morir sólo para luchar por la legalidad vigente. Murieron en combate pero no llegaron a ser soldados”. Luis Miguel Cuervo hace el recuento de las víctimas de la represión franquista en su tierra y le salen unas 35.000 personas. De ellas, 20.500 ya están recogidas en Todos los nombres de Asturias, un proyecto surgido hace tres años que pretende recuperar las identidades de los  represaliados por el Franquismo, pero también de los caídos en la lucha que cita al principio.

Un mero repaso de los nombres desvela precisamente que muchos fallecieron en combate, pero Cuervo insiste en que son tan víctimas como los paseados, los ajusticiados o los que dieron su último haliento entre rejas. “La Guerra Civil en Asturias la hicieron los obreros”, asegura el presidente de la asociación homónima responsable de la recogida de los datos, que en su día se personó como acusación particular en la causa del juez Baltasar Garzón contra el franquismo por crímenes contra la humanidad.

La iniciativa —que se ha extendido a otras comunidades como Andalucía o Galicia, con su trabajo Voces e Nomes— recopila sus nombres y apellidos, edad, estado civil, profesión, nombre de los padres, lugar de nacimiento y residencia, fecha de la defunción y causa de la muerte. “La web nació con 5.000 nombres y ahora llevamos más de 20.000″, explica Cuervo, aunque todavía faltan por añadir los de muchas víctimas, así como completar las fichas existentes. “En total, al margen de las cifras recogidas, calculamos que en total hubo más de 17.000 muertos en combate, 4.000 ajusticiados despues de ser sometidos a la farsa de los juicios franquistas (consejos de guerra, agarrotados o fusilados) y 12.000 paseados. Además, otras 2.000 personas perecieron por sus malas condiciones de vida en campos de trabajo, cárceles y batallones de trabajadores”.

– Empezaron con 5.000 nombres y enviaron unos 17.500 a Garzón. ¿Cuántos esperan recopilar?

– Ahora tenemos 20.500, aunque nacimos con 5.000. Nos falta muchísimo, porque calculamos que hubo 35.000 víctimas. Hablamos de gente muerta en Asturias (nacida aquí o fuera) y de asturianos muertos en otras regiones españolas y en el extranjero.

– Al contrario que el estudio realizado en Galicia, que sólo recoge a los represaliados, ustedes incluyen a los muertos en combate.

– En Galicia no hubo Guerra Civil. En Asturias, sí, y duró 15 meses. Los órganos de poder y el Ejército quedaron en manos de los sublevados. Entonces hubo muchos obreros que salieron a defender a la República y murieron. Les hicieron frente, pero no eran militares sino milicias populares que defendían la legalidad vigente. No sería justo dejar fuera a la gente normal, que estaba en su casa tan tranquila y decidió proteger el régimen establecido.

– ¿Cómo se vivió el alzamiento nacional?

– Asturias tuvo que soportar una invasión desde Galicia y desde León. Fue parada por grupos de obreros, que sitiaron Oviedo, donde estaba concentrado el Ejército, y los cuarteles militares de Gijón. Los obreros hicieron un cerco en la capital durante 15 meses y conquistaron los cuarteles de Gijón, hasta que Franco se hizo con el poder. Pero nuestro estudio no se queda en esa época: llega a la Segunda Guerra Mundial y abarca a los que fallecieron en los campos de concentración nazis.

– Entre las víctimas en combate, además de los obreros, ¿no hubo militares?

– Los fieles a la República serían un puñado, unas pocas docenas. Más que nada, unos 150 guardias de asalto de Gijón y unos 250 carabineros que estaban por la zona de la costa, que fue fiel a la Republica. Y algunos comprometidos con ella, claro.

– ¿Tienen cifras de los desaparecidos?

– Hay dos tipos. Por una parte, los paseados, asesinados y enterrados en fosas comunes. Son unos 7.000 y, sólo en Gijón, hay 2.000 personas en una única fosa común; en la del cementerio de Oviedo, 1.400; en la de Turón (Mieres), 500; en Grado, 500, y luego hay cientos de ellas en Asturias. Por otra, habría que añadir que, cuando se desmorona el frente de Asturias, pasan por las armas a cientos de milicianos en las trincheras, que son tapados con tierra allí mismo. Las trincheras se van utilizando a lo largo de la represión franquista como fosas comunes. Se aprovechan para no tener que cavar.

– ¿Cómo surgió el proyecto, el primero en España, según ustedes?

– Empecé buscando datos familiares hace bastantes años. Cada vez que encontraba con algún fallecido, cogí la costumbre de apuntarlo. Cuando me di cuenta, tenía cientos de informaciones de personas fallecidas. La denominación Todos los nombres se va extendiendo y, ahora mismo, hay iniciativas similares en Andalucía, Valladolid, Galicia, Catalunya… Tenemos socios en toda España, alrededor de un centenar, así como una delegación en Francia, compuesta en su mayoría por descendientes de asturianos.

– ¿Cuándo darán por terminado su trabajo?

– Falta la última fase, cuando las familias completan la base de datos. Por ejemplo, una persona entra en la web, ve que en la ficha de su abuelo no consta el sitio donde nació y nos manda todo lo que falta. Nos está escribiendo bastante gente y, cuando lo completemos dentro de unos meses, publicaremos el listado en papel. Editaremos un libro a precio de coste para que pueda ser consultado por la gente mayor que no accede a Internet.

Un siglo tras la bandera roja

La crisis del capitalismo globalizado es un momento ideal para revisar el comunismo y las razones de su fracaso. De esta reflexión parte David Priestland en el libro ‘Bandera roja’, del que publicamos un extracto

Foto: Lenin (sobre el estrado) y Trotski (a la derecha del estrado, mirando de frente), durante la celebración de un mitin el 5 de mayo de 1920.-

DAVID FRIESTLAND El País – 07/03/2010

En un poema de 1938, An die Nachgeborenen (A los que todavía no han nacido), Bertolt Brecht explicaba a las generaciones futuras su opción por el comunismo. Aceptaba que “el odio, incluso contra la vileza, desfigura el rostro”, pero aun así pedía nachsicht (indulgencia); aquellos tiempos en los que él vivía eran “sombríos” y “una conversación sobre árboles es casi un crimen, porque significa callar tantas fechorías”; frente a la injusticia no había otra alternativa que el rigor. “Nosotros, que queríamos preparar el terreno para la amabilidad, no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que una persona sea para otra una ayuda, pensad en nosotros con indulgencia”.

¿Deberíamos ser indulgentes? El propósito de este libro no es afirmarlo ni negarlo. Hay que juzgar moralmente los crímenes históricos, pero también necesitamos explicaciones. Así pues, una cosa es ser indulgente con Brecht, y otra cosa muy distinta serlo con Stalin o Pol Pot.

En cualquier caso, el poema de Brecht nos ayuda a entender el atractivo del comunismo soviético, incluso para alguien tan opuesto al idealismo y al romanticismo como era él. El comunismo trataba de conseguir la “amabilidad” universal con métodos muy poco amables. Su objetivo era acabar con la desigualdad y traer la modernidad, pero se basaba en la idea de que esto sólo se podía conseguir con métodos radicales, y en último término mediante la revolución.

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Los presos que soñaban con pan

156 republicanos de Valdenoceda (Burgos) murieron de hambre en la cárcel municipal durante el franquismo. Ayer comenzó su exhumación

NATALIA JUNQUERA El País11/03/2007

En el cementerio de Valdenoceda, un minúsculo pueblo de Burgos con 70 habitantes, hay un hombre con una sonrisa radiante. Se llama José María González y en su alegría no hay nada macabro. Es feliz porque tras diez años investigando, pidiendo permisos y ayudas económicas, ha conseguido que su abuelo, Juan Manuel González Fernández, republicano preso en la cárcel del pueblo y enterrado en una fosa común en el cementerio municipal, reciba “un funeral digno” y sea enterrado en un panteón honorífico con otros 155 compañeros republicanos muertos en el penal del pueblo entre 1938 y 1943.

“En casa siempre habíamos pensado que el abuelo había muerto en la guerra. Hasta que hace diez años, en 1997, mi padre, que entonces tenía 71 y nunca había hablado del tema, de repente dijo: ‘Cuánto me gustaría saber dónde está enterrado. Ni siquiera tengo una foto suya’. Ahí empezó a hablar, por primera vez, de mi abuelo, y ahí nos enteramos de que no había muerto en la guerra, sino que se lo habían llevado preso cuando mi padre tenía 13 años. La última imagen de él que recordaba mi padre era saliendo esposado de casa”, explica González.

Comenzó la investigación ayudado por su sobrino, Eneko. Encontraron una carta de los trabajadores del penal dirigida a su abuela en la que se le comunicaba que era viuda y se le informaba de que si quería recuperar los objetos que había dejado su marido -“dos mantas, un pañuelo, unas gafas y dos talegos de ropa deteriorada, mejor dicho, inútil”, aclaraba la carta- debía pagar los portes: 3,40 pesetas. Encontraron también a un alcalde dispuesto, Ángel Arce, que en el instante mismo de conocerse en Valdenoceda, le hizo saber que “siempre había deseado enterrar como es debido a aquella gente”. Y encontraron a un superviviente del penal, Ernesto Sempere, de Ciudad Real, quien, en un texto que dejó escrito en 2005, dos años antes de morir, despejó cualquier duda sobre la causa de la muerte de aquellas 156 personas: “La vida en la cárcel era tremendamente dura. De comer nos ponían un caldo infame, manchado, con una sola alubia que además, siempre tenía un bicho dentro. Recuerdo el hambre que pasamos, hasta el punto de que mis mejores sueños estaban protagonizados por algo tan simple como una barra de pan. Soñaba con pan. ¿Cuánta hambre puede tener una persona para que sus mejores sueños sean un simple trozo de pan?”. Su hijo Manuel Sempere, era ayer otro de los que sonreía, emocionado.

A diferencia de la mayoría de las fosas de republicanos asesinados de la represión franquista, en la de Valdenoceda no aparecen balas, ni casquillos. “Los enterraron uno a uno a medida que iban muriendo. Y lo hacían en cajas porque hemos encontrado restos de esos pequeños ataúdes de madera”, explica Jimmy Jiménez, arqueólogo de la Asociación de Ciencias Aranzadi y coordinador de la exhumación. “No los fusilaron. Simplemente, los dejaron morir”.

“Eran los propios presos los que cargaban a hombros con sus compañeros muertos desde la cárcel hasta el cementerio. En realidad los enterraban detrás del muro del cementerio, pero el cura daba un responso, como a todos los demás. Yo tenía ocho o nueve años y era monaguillo, así que todos los días acompañaba al cura hasta la cárcel porque casi todos los días había algún muerto. Entraba en la cárcel como en mi casa. Los presos incluso me hacían juguetes. Los pobres se morían de hambre. Todavía recuerdo cómo se abalanzaban sobre las patatas crudas, comiéndoselas como si fueran manzanas, cuando salían a llevar al muerto hasta el cementerio”, explica Justo Díaz, nacido en Valdenoceda hace 73 años.

Hace dos años, el cementerio se quedó pequeño. La parroquia decidió ampliarlo hacia la fosa de los republicanos y empezaron a aflorar huesos y recuerdos. Los esquivaron gracias a las indicaciones del monaguillo Díaz, que luego trabajó como enterrador. Algunos cuerpos no se podrán recuperar. Una pareja construyó un panteón que afecta a parte del yacimiento. Una de las piernas de los esqueletos exhumados ayer se perdía bajo la piedra de esa tumba vacía.

“Querido abuelo, vamos a enterrarte con la abuela, tu esposa”

Las familias de 15 presos que murieron de hambre en una cárcel franquista reciben sus restos en un emotivo acto en el Ateneo

NATALIA JUNQUERA – El País – 06/03/2010

Imagen aérea de la fosa común de Valdenoceda, Burgos

Foto: Imagen aérea de la fosa común de Valdenoceda, Burgos- ARANZADI

“Querido abuelo: gracias por ser como fuiste. Yo quisiera ser como tú. Te llevamos con la abuela, tu esposa”, anunció, emocionado, el nieto de uno de los hombres que falleció en el penal franquista de Valdenoceda (Burgos), Alfonso de la Morena Prado, al recoger un pequeño féretro cubierto con la bandera republicana, con sus restos.

Ha ocurrido en el Ateneo de Madrid este sábado por la mañana, lleno hasta la bandera de familias enteras que lloraban de emoción al celebrar algo que otras muchas llevan años intentando y pocas han conseguido: recuperar los restos de sus seres queridos desaparecidos durante la Guerra Civil y el franquismo para enterrarlos con sus esposas y madres.

Así fueron subiendo a por su pequeño ataúd hasta 15 familias de presos, que tras recoger los restos, corrían a abrazarse al hombre cuya cabezonería ha permitido celebrar el acto de hoy, José María González, nieto de una de las víctimas, que en 1997 comenzó a investigar el paradero de su abuelo para cumplir el deseo de su padre y dio con el solar donde yacían, en Valdenoceda, 153 presos a los que habían dejado morir de hambre y frío. “La primera vez que hablé de exhumación me dijeron que estaba loco”, ha recordado esta mañana. “Me enorgullece que hayamos quitado la etiqueta de desaparecidos a 15 personas”. González fundó una asociación y comenzó a buscar a familiares. En 2007 arrancaron los trabajos de exhumación, que recuperaron los restos de 114 presos y empezaron a buscar a sus descendientes. Los 15 féretros entregados hoy corresponden a los cuerpos que han podido ser identificados al cotejar los restos con los de sus familiares.

Al acto ha asistido uno de los pocos supervivientes de aquel penal, Isaac Arenal, que lloró emocionado al entregar a sus familias los restos de alguno de sus compañeros. “Aquello era una prisión de exterminio, donde mandaban a los presos a morir. Recuerdo cuando trajeron a los compañeros de las brigadas internacionales, unos 15 y los colocaron en fila, desnudos, en el patio…”

En este caso, a diferencia de la mayoría de las fosas del franquismo, junto a los restos humanos no han aparecido balas o casquillos, porque en Valdenoceda los asesinos no mataron, dejaron morir a sus víctimas. Los responsables de la prisión obligaron a los presos a enterrar a sus compañeros. El antropólogo forense Luis Ríos explicó que lo hicieron en cajas y con sus escasas pertenencias: un lápiz, una goma de borrar, un anillo… a un metro de profundidad y en un solar fuera del cementerio del pueblo. Cuando en 1989 la parroquia del pueblo adquirió el solar para ampliar el cementerio, al menos 39 de los 153 reclusos que habían sido inhumados en este terreno fueron sepultados por nuevos enterramientos. La Agrupación de Familiares y Amigos de Fallecidos en el Penal de Valdenoceda negocia ahora con los familiares de esos fallecidos para tratar de rescatar los restos de los 39 presos.

De hecho, aunque este sábado se hayan entregado los restos de 15 personas, en realidad han sido identificados genéticamente 16. Pero la familia de David Ruiz no ha podido recibir sus restos porque una sepultura posterior ha impedido recuperarlos completamente. También se ha identificado con estudios antropológicos a otros diez reclusos, sin descendientes conocidos.

Durante el acto se han mostrado algunos dibujos de Ernesto Sempere, un preso que sobrevivió al penal y falleció en 2007, justo antes de que empezaran los trabajos de exhumación. En sus memorias escribió: “Mis mejores sueños eran siempre con pan. Soñaba con pan. ¿Cuánta hambre puede tener una persona para que sus mejores sueños sean un simple trozo de pan?”.

Hubo agradecimientos para el Gobierno central, que ha concedido dos subvenciones para la exhumación y los análisis de ADN; para el alcalde de la localidad, Ángel Arce, muy implicado en los trabajos; y para los ayuntamientos de los lugares de procedencia de las víctimas (Arratxu, en Vizcaya, Campillo de Llerena, en Badajoz, Alcolea de Calatrava, en Ciudad Real y Alcalá la Real, en Jaén) que les ayudaron económicamente. También, un recuerdo constante al juez Baltasar Garzón, que quiso investigar los crímenes del franquismo: “Este es un acto de homenaje al pasado, y también de crítica al presente”, ha declarado el presidente del Ateneo, Carlos París. “Porque todavía, ante el intento de hacer justicia a la historia, hay fuerzas que se oponen a ello, como muestra la persecución del juez Garzón. España todavía no se ha liberado de la mentalidad que el franquismo pertrechó”.

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Lista de fallecidos en Valdenoceda

Günter Grass protagoniza una de espías

Una editorial alemana publica las 700 páginas de informes, que la Stasi, la policía política de la RDA, acumuló durante 28 años de espionaje al escritor alemán

Foto: Günter Grass.

GUILLEM SANS MORA – Público – 04/03/2010 08:00

Günter Grass no tardó más de 24 horas en reaccionar a la construcción del Muro de Berlín. El 14 de agosto de 1961, sólo un día después de que obreros y soldados de la República Democrática Alemana (RDA) empezaran a separar físicamente el sector oriental de los tres occidentales, Grass escribió una airada carta de protesta a la escritora Anna Seghers, entonces presidenta de la Asociación de Escritores de la RDA. En esa carta, Grass llamaba “comandante de campo de concentración” al jefe del partido único oriental, Walter Ulbricht, quien pocas semanas antes había pronunciado la frase por la que hoy se le recuerda: “Nadie tiene intención de construir un Muro”.

Pero la indignación de Grass no se quedó ahí. Dos días después, el 16 de agosto, el escritor firmó junto a su colega Wolf-dietrich Schnurre una carta abierta a dicha asociación de autores germano-orientales que incluía pasajes como este: “Los alambres de espino, las pistolas automáticas y los tanques no son los medios adecuados para hacer soportable la situación de la RDA a los ciudadanos. Sólo un Estado que ya no está seguro de la aceptación de sus ciudadanos intenta salvarse de esta manera”.

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El PNV pide el traslado del ‘Guernica’ a Euskadi

La formación nacionalista cree que “los inconvenientes han desaparecido”

Foto: Recreación del ‘Guernica’ en una galería de arte de Moscú. – AFP

Público – 03/03/2010 12:47

El PNV pidió este miércoles al Gobierno central que realice las gestiones oportunas ante el Patronato del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía para “garantizar la conservación y ulterior traslado” de la obra Guernica, de Pablo Ruiz Picasso a alguno de los museos de Euskadi, “la tierra que sirvió de inspiración al autor”, ahora que “por lo visto” los “inconvenientes” para su cambio de ubicación “han desaparecido”.

Además, tras recordar que, próximamente se cumplirán 75 años del bombardeo de la villa foral, aseguró que la obra de Picasso es “un símbolo de este país” y su presencia en Euskadi constituiría un homenaje a las víctimas de aquella tragedia.

En una iniciativa, la parlamentaria Leire Corrales afirma que, tras conocer que se evalúa la posibilidad de trasladar el Guernica de Picasso del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía a un salón de Antiguo Museo del Ejército, ubicado en el Prado, recordó que siempre que la formación jeltzale ha reclamado “que se traiga la obra a Euskadi” se ha negado la posibilidad “por problemas de conservación, ya que el cuadro está deteriorado”. “Han alegado que los informes técnicos desaconsejan el simple desmontaje del cuadro y que el traslado no sería seguro”, agregó.

Según Corrales, “por lo visto, todos esos inconvenientes han desaparecido”, por lo que expresó su confianza en que “ahora accedan a que el Guernica esté en Euskadi, ya que, si no se corre riesgo al trasladar la obra de un museo a otro en Madrid, tampoco debería haber problemas para desplazarla a Euskadi”.

Grito por la paz

La parlamentaia nacionalista afirmó que el Guernica “no es cualquier cuadro, ya que tiene una dimensión tan simbólica para la historia que cualquier sugerencia o comentario debe adquirir dimensión de debate social”, y recordó que “la destrucción de la ciudad que representa las libertades vascas por la aviación nazi, a las órdenes de Franco, sirvió de inspiración a Pablo Picasso”.

Corrales aseguró que “el Guernica de es un símbolo de este país, es un grito por la paz y la libertad”. “Cuando estamos cerca de que se cumpla el 75 aniversario del bombardeo de Gernika, tener aquí el Guernica de Picasso supondría rendir un sentido homenaje a las víctimas de lo que sucedió, que está perfectamente expresado en el óleo”, concluyó.