La ultraderecha se reúne para atacar la Ley de Memoria Histórica

Crean una plataforma para difundir las teorías revisionistas y reivindicar a sus “héroes caídos”

CHRISTIAN GONZÁLEZ – Público – 09/05/2010

Carteles del acto colocados en el cristal de un comercio.

Carteles del acto colocados en el cristal de un comercio.

Diversos grupos de ultraderecha se han reunido esta mañana en Madrid para presentar la ‘plataforma Memoria y Lealtad’ con el objetivo de atacar a la Ley de Memoria Histórica. El acto se anunció visiblemente por las calles de la capital con carteles colocados de forma vandálica -en medio de cristales de escaparates- en muchas ocasiones.

Según publica en su web uno de los grupos organizadores, los ultras Martín Yniestrillas, Emilio Marinat y Eduardo Arias  han sido los encargados de presentar el acto.  Desde el Hotel Vincci -donde ha tenido lugar la reunión- indican que el acto se ha desarrollado con normalidad.

Todo tipo de grupos ultraderechistas, filonazis y xenófobos -‘Alerta Nacional’, ‘La Falange’, ‘Ac. Amigos de Leon Degrelle’,  ‘El Nuevo Alcázar’, ‘Ancis’, etc.- figuran en una web creada por los organizadores que piden “brazos que nos ayuden en la pelea”.

Además de reclamar “el derecho y la libertad de los patriotas españoles a honrar la memoria” de los caídos “frente a la Ley de Memoria Histórica” reclaman el Valle de los Caídos como el lugar de culto a éstos.

Diversos comunicados informan de que seguirán difundiendo su visión de lo que supuso la Guerra Civil “en contra de la falsa versión oficial”.

Víctimas de Franco, víctimas de ETA

José María Calleja El País – 10/05/2010

Memoria, dignidad y justicia son ya tres apellidos que acompañan a las víctimas del terrorismo de ETA. Estas víctimas han pasado de estar olvidadas, o patrimonializadas por la ultraderecha, en los años de la transición y comienzos de la democracia, a gozar en la actualidad de un reconocimiento legal, institucional y social en unos niveles que resultan modélicos para otros países.

Las víctimas del terrorismo de ETA tienen hoy en España leyes que las amparan, apoyos económicos sin parangón, y gozan del reconocimiento y el afecto de la inmensa mayoría de los españoles. Además, nadie se atreve ya a decir, ni siquiera entre los menguantes jaleadores de ETA, aquella frase tremenda de ETA, mátalos, mientras que son habituales en los discursos políticos, y en las líneas editoriales de los medios de comunicación, las frases de reconocimiento y enaltecimiento de las víctimas. En España se da por hecho la superioridad moral de las víctimas del terrorismo y se identifica al verdugo que las creó como un símbolo del mal. De pecar por algo respecto de las víctimas del terrorismo de ETA, en España se puede pecar, a veces, por exceso.

Otras víctimas, las de la dictadura franquista, no sólo no tuvieron el menor reconocimiento durante los 40 años que el dictador estuvo en el poder, es que fueron perseguidas con saña hasta la agonía de Franco. Acabada la guerra, el régimen de Franco se dedicó con ahínco, de manera concienzuda y sistemática, a exterminar a la izquierda perdedora republicana: fusilamientos masivos, largas penas de cárcel, trabajos forzados, juicios sumarísimos, exilio, miedo y clandestinidad, moldearon una peculiar forma de guerra con un solo bando fieramente armado y el otro aniquilado. Durante esos 40 años fueron reconocidas, y tratadas de manera privilegiada, con cargos, oposiciones patrióticas, empleos, privilegios, apoyo económico, asientos reservados para caballeros mutilados, etc. las víctimas y los familiares de los caídos del bando franquista, que se alzó en golpe de Estado contra el Gobierno democrático de la República. Durante esos mismos 40 años hubo una política de exterminio, primero; y persecución, después, a los perdedores y a los opositores a Franco. El final de la Guerra Civil no dio paso a la reconciliación, sino al exterminio franquista de los derrotados, a los que se despojó de su condición de españoles.

Podemos decir que la recuperación de las libertades en España no trajo aparejado el reconocimiento a las víctimas provocadas por Franco. Miles de víctimas habían sido fusiladas o paseadas y sus restos yacen aún en cunetas, barrancos o fosas. La Ley de la Memoria Histórica plantea algo elemental: reconocer a las víctimas del franquismo que durante 40 años de dictadura y 30 de democracia no han sido reivindicadas. Pero, en este caso, la demanda de memoria, dignidad y justicia respecto de esas víctimas no sólo no cuenta con el apoyo unánime de la población española, sino que, por el contrario, levanta ampollas en importantes sectores de la tronante derecha política y mediática.

Andan estos núcleos de aroma franquista empeñados en rescribir la historia y se afanan por presentar al dictador como un personaje estupendo y necesario, y a sus víctimas como merecedoras de la muerte. Algo habrían hecho los comunistas, los socialistas, los republicanos, para que Franco los exterminara, parecen decir.

Resulta muy significativo que los mismos que incluso exageran en sus apoyos a las víctimas del terrorismo etarra no consideren que también son dignas de reconocimientos las víctimas de ese terrorismo gigantesco, eterno y muchísimo más sanguinario que fue el franquismo.

Algunos españoles hemos sido víctimas de dos dictaduras: la de Franco y la de ETA, y reconocemos en ambas ingredientes que las hacen parejas: las dos funcionaron a base de odio, muerte y miedo; las dos pretendieron aniquilar al contrario, en el caso franquista, con un éxito que duró 40 años, y en el de ETA con un fracaso que ha durado 40 años y ha provocado incomparablemente menos víctimas que el terror de Franco.

Ahora se trata, sencillamente, de reclamar el justo reconocimiento a las víctimas de un golpe de Estado y de esa dictadura basada en una represión feroz y sin tregua que fue el franquismo; se trata de que las familias de los perdedores puedan enterrar a sus víctimas con dignidad, donde ellos quieran; que sepan dónde están, que los puedan separar de la infame compañía del dictador que los mandó asesinar y que de manera incomprensible sigue enterrado, con todos los honores, al lado del altar principal la Basílica del Valle de los Caídos.

Se trata de reparar la memoria y la dignidad, de hacer justicia con las víctimas del terrorismo de Franco, que no fueron reconocidas durante 40 años de dictadura ni lo han sido en 30 de democracia. Negarse a este ejercicio democrático, básico para una convivencia en valores compartidos de libertad, retrata a quien lo hace, dificulta la definitiva reconciliación entre españoles y pone de manifiesto la dosis de odio que un sector de nuestro país mantiene aún enhiesto. No parece coherente reclamar memoria dignidad y justicia para las víctimas del terrorismo nacionalista vasco y no exigir el mismo trato para las víctimas del terrorismo nacionalista español.

José María Calleja es periodista.

De la Vega homenajea a los españoles de Mauthausen

La vicepresidenta recuerda en el campo nazi a las víctimas del franquismo

El País10/05/2010

España rindió ayer homenaje a las más de 7.000 víctimas republicanas españolas del antiguo campo de concentración nazi de Mauthausen (Austria), liberado por tropas estadounidenses hace 65 años, el 5 de mayo de 1945. La vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, encabezó el acto, celebrado en el monolito de conmemoración de los españoles encarcelados, torturados y asesinados en este lugar.

Tras saludar a muchos de los asistentes, en su mayoría jóvenes venidos desde Andalucía, Aragón, Asturias, Cataluña y Valencia, De la Vega manifestó en un emotivo discurso que la “peor de las mentiras de los infames es el silencio”. “Las víctimas del nazismo, del fascismo y del franquismo no han sido ni serán víctimas del olvido”, dijo. “Sólo el silencio engendra el olvido, y el olvido de quienes tanto dieron es la peor, la más insoportable de las mentiras”, agregó la vicepresidenta, en referencia a que durante el franquismo los supervivientes españoles del horror nazi no pudieron volver a España y sus historias fueron silenciadas.

Las culpas de los espías de Franco llegan a la tele

Un documental desvela la labor de los informadores nacionales desde 1936

TONI POLO – Público – 08/05/2010 21:24 Actualizado: 09/05/2010 10:24

El comandante Julián Troncoso cometió actos terroristas en el sur  de Francia y los achacó a los rojos'.

El comandante Julián Troncoso cometió actos terroristas en el sur de Francia y los achacó a los rojos’.TONI POLO

Barcelona, Lleida, Granollers y Gernika son algunas de las ciudades que sufrieron en la Guerra Civil los primeros bombardeos aéreos indiscriminados sobre población civil en la historia, algunos de los cuales sólo fueron posibles gracias a la información que Franco obtenía de su red de espionaje, localizada sobre todo en el sur de Francia.

La labor de estos informadores sale a la luz ahora en televisión gracias a Espías de Franco, un documental dirigido por Xavier Montanyà y producido por BATABAT en colaboración con TV3, TVE, France 3 y Canal Historia que la cadena catalana emitirá mañana y que más adelante podrá verse en TVE y Canal Historia. El documental, que incluye el testimonio de algunos de los protagonistas que siguen vivos, ya se emitió entre diciembre de 2009 y febrero de 2010 en la televisión francesa, donde cosechó muchos elogios debido a la implicación del país vecino en los hechos que se narran.

“El tema de los espías de Franco se había desprestigiado un poco, quedaba algo así como un TBO”, comenta el director de la cinta, Xavier Montanyà. “Sabíamos algo de la implicación de muchos nombres, algunos conocidos como Josep Pla o Carlos Sentís, y otros no tanto, como Julián Troncoso o José Bertran, en las redes de espionaje franquista en Francia durante la guerra, pero la derecha siempre lo ha trivializado”, dice.

El documental revela la implicación de esa red de espionaje franquista, que actuó sobre todo en 1937 en Marsella, desde donde informaba a Franco de los buques que zarpaban con alimentos o armas para el bando republicano, de la ubicación de objetivos en determinadas ciudades o de los movimientos de los agentes republicanos en Francia.

“Un ejemplo trágico es el bombardeo de Barcelona”, explica el director. “Se han encontrado planos de la ciudad con 220 objetivos estratégicos para bombardear: los nazis alemanes y los fascistas italianos, a quienes se canalizaron esas informaciones, se encargaron de la ejecución”.

Fondos de Moscú

La aportación principal del documental reside en los datos aportados por los archivos de los fondos de Moscú. Se trata de documentación clave porque contiene las investigaciones y los seguimientos de la Securité francesa sobre la red de espías. Tras la retirada de París, los nazis se llevaron los archivos a Berlín, donde poco después cayeron en manos de los soviéticos liberadores de la capital alemana. Hace unos cinco años, el historiador Jordi Guixé los examinó y pudo constatar el apoyo de la ultraderecha francesa a los espías españoles.

El archivo militar de Ávila arrojó también datos definitivos, puesto que se citan nombres de los agentes en Marsella. “Ya nadie podrá negar la implicación en esta trama de Pla, Sentís, Bertran i Musitu, entre otros nombres de la alta burguesía catalana”, dice Montanyà.

Soldado, preso, guerrillero

Esta semana se han cumplido 65 años de la liberación del campo nazi de Mauthausen. Uno de los supervivientes, el español Domingo Félez, rememora este hecho y lo enmarca en su largo trayecto personal de combatiente, iniciado en la Guerra Civil y terminado en la guerrilla venezolana a finales de los años sesenta. Félez habla en Venezuela, donde vive

LAURA S. LERET El País – 09/05/2010

Domingo Félez en 1938, cuando era sargento del ejército republicano.- Foto del archivo familiar

Aquel fatídico verano de 1936, el aragonés Domingo Félez tenía 15 años y combatía como miliciano por la República. Ingresó en la 131 Brigada. Conquistó varias posiciones militares “a pura granada de mano” y ascendió a sargento a los 17 años. Ahora rememora su vida en su casa de La Victoria, la ciudad a 100 kilómetros de Caracas donde reside, con 89 años de edad.

Tras la Guerra Civil se refugió en Francia. Padeció las condiciones infrahumanas de los campos de concentración franceses. Le reclutaron para construir fortificaciones: “era un trabajo de esclavo”. Tras la invasión alemana, los españoles cayeron presos con la tropa francesa. Formados en columnas, caminaron hasta Estrasburgo y les confinaron en unos terrenos donde “el aseo era una zanja”. En diciembre de 1940, en un convoy de españoles, fue trasladado al campo de concentración nazi de Mauthausen, en Austria, calificado como “grado tres”, donde internaban a los irrecuperables.

“Recibí un uniforme a rayas y el triángulo azul de apátrida con la S de spanier. Mi número, el 4.779. Me afeitaron el vello del cuerpo, a todos con la misma hojilla, uno se agachaba y le metían la navaja entre las nalgas. Los piojos me causaron una infección que originó mi traslado al campo anexo de Gusen. Un día, mientras colocaba ladrillos para construir la cocina, conseguí un pote de grasa, me la unté sobre los piojos y me curé”.

“Trabajé en las canteras, en la construcción de los rieles, fui barbero de la barraca. Sobreviví a la epidemia de tifus de 1941. En Mauthausen no entraba nadie que no fuera para morirse. El trabajo y la comida estaban hechos para vivir un año; los supervivientes les pueden ir con cuentos a otros, pero a mí ¡no! Fuimos barberos, herreros, pintores, enfermeros, albañiles, hombres de limpieza; frío y hielo; cuando sobraba de la caldera, nos daban medio plato más de nabos, de hueso de caballo con concha de papa”.

“Me pasaron en 1943 a Viena, con un comando de presos para hacer fortines antiaéreos en una fábrica alemana de motores de aviones de caza. Allí, no te pegaban tanto”.

“Los nazis iniciaron su retirada en abril de 1945. Nos arrastraron con ellos a Mauthausen, caminamos unos 180 kilómetros. Al que no podía andar y se sentaba a la orilla, le pegaban un tiro. Uno iba caminando y escuchaba ¡pam! y al rato otra vez, ¡pam! A la tarde mataban a un caballo, le caíamos con cuchillo y lo comíamos crudo”.

El 5 de mayo de 1945, el Ejército de Estados Unidos ocupó oficialmente el campo de Mauthausen. Había euforia y también caos. Cuatro españoles, entre los que se encontraba Domingo Félez, en vez de ser liberados fueron apresados.

“A los tres días de la liberación del campo, unos hombres me detuvieron, me hablaron en alemán, alguien me denunció, nunca supe quién fue. Fuerzas de Estados Unidos nos detuvieron y nos llevaron junto con los nazis al campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich. Los otros españoles acusados fueron Indalecio González, Laureano Navas y Moisés Fernández. Un fiscal militar de Estados Unidos me llamó un par de veces a declarar, yo me reí y contesté que todo era un embuste. En enero, febrero y marzo de 1945 yo no estaba en Mauthausen, sino a 180 kilómetros en la fábrica de aviones, ¿cómo iba yo a llevar gente a la cámara de gas? Porque esa fue la acusación”.

“No hubo pruebas para sentenciarme. Después de dos años, fui puesto en libertad en julio de 1947. A González lo ahorcaron en Dachau. Navas fue condenado a cadena perpetua y Fernández, a 20 años de prisión”.

Joseph Halow en su libro Innocent at Dachau (1992) relata que los testigos recibieron honorarios por sus servicios y no hubo un traductor profesional del castellano. Al respecto, Eve Hawkins, oficial estadounidense, escribió al Washington Post: “(…) La raza suprema (alemanes) tenía derecho a una asesoría legal y a traductores competentes, pero los españoles, los no beligerantes, los nacionales de un país no enemigo, los involucrados inocentes, uno podría decir que a nadie le importó un bledo”. A estos veteranos de la Guerra Civil, prisioneros en el campo de Mauthausen, se les juzgó en Dachau como si fueran criminales de guerra.

Domingo Félez consiguió embarcarse hacia Venezuela con un pasaporte de la Organización Internacional de Refugiados. Desempeñó varios trabajos, conoció a una hermosa trigueña con quien se casó y tuvo tres hijos. Pero en su interior le ardía la sangre. Desilusionado con el Gobierno de Rómulo Betancourt, consternado por las desapariciones de varios amigos del Partido Comunista, Félez se unió al movimiento guerrillero de los años sesenta.

“Subí a las montañas. La primera incursión duró poco, pero lo suficiente para ser delatado y apresado en mi casa. Recibí palo de las policías políticas. Fui trasladado al castillo de Puerto Cabello, donde me tomó por sorpresa la rebelión militar contra el gobierno. Uno de los capitanes golpistas, que hasta ese día había sido nuestro carcelero, nos abrió las puertas del calabozo, nos repartió fusiles. Yo fui destinado a combatir en una institución de enseñanza secundaria. Cuando vi que la causa estaba perdida, conseguí refugiarme en el portal de una casa; un desconocido me tiró del brazo, me llevó para adentro y me salvó la vida”.

Félez logró evadirse y refugiarse en Caracas. Por su experiencia en la Guerra Civil española lo buscaron para llevarlo a la selva de Monagas. “En 1965, mi esposa y mis hijos necesitaban de mí, bajé de la montaña”. La ley de amnistía le permitió salir de la clandestinidad en 1969. Después de 33 años de lucha volvió a una vida normal.

Fue barbero otra vez, fundó una empresa de jardinería. La edad ha deteriorado su vista, sus pasos son lentos, pero su memoria se mantiene impecable.

Los últimos ‘niños de la guerra’

En Rusia y Ucrania quedan 171 supervivientes de los niños españoles que llegaron en 1937 para salvarse de la Guerra Civil. De los adultos que combatieron a Hitler ya no queda nadie con vida

PILAR BONET – El País –  09/05/2010

Una clase de gimnasia en la casa de acogida de la calle Pirogvskaya, en Moscú, en 1938.-

Rusia celebra hoy el 65º aniversario de la victoria en la “Gran Guerra Patria”, como se denomina aquí la II Guerra Mundial. En la Plaza Roja estarán veteranos extranjeros que lucharon contra Hitler, pero habrá un vacío, el de los españoles que combatieron bajo la bandera de la URSS como aviadores, soldados, partisanos y guerrilleros. El último residente en Rusia de ese grupo curtido y condecorado, Ángel Grandal-Corral, de 83 años, falleció el 25 de marzo en Podolsk, cerca de Moscú. Aquel recio marino de Baracaldo, que patrullaba Gibraltar en el destructor Churruca, estuvo en los servicios de seguridad soviéticos y operó en un destacamento especial en la retaguardia alemana. “Ángel siempre fue un razvedchik (agente) y no relataba sus gestas”, afirman conocidos del lacónico vasco al que atribuyen legendarios sabotajes y voladuras.

En diciembre murió en Madrid José María Bravo, que se formó como piloto en la URSS y fue uno de los aviadores que acompañó a Stalin a la conferencia de Teherán. Nacido en 1917, poseía la medalla del Valor, la orden de la Guerra Patria y de la Estrella Roja. Lideró la asociación “Veterani”, que fomentó los vínculos económicos entre España y los países postsoviéticos.

Varios “niños de la guerra” (en Rusia y en Ucrania) compartieron sus recuerdos con EL PAÍS en vísperas del aniversario. Llegaron en barco a Leningrado en 1937, los alojaron en “casas de niños” y en su memoria se amalgaman dos guerras: un paisaje de bombas incendiarias, hambre insaciable, huidas eternas en barco y en tren y hermanos o compañeros que fueron víctimas del tifus, la tuberculosis y el hambre o que simplemente desaparecieron al soltarse de la mano.

Mercedes Coto, de 85 años, es una blokadniza (veterana del bloqueo) de Leningrado (septiembre, 1941-enero, 1944). Ella y Joaquina, de 81, recuerdan a Manolo, el hermano recién fallecido. Procedían de un pueblo de Asturias. En la URSS las separaron. Mercedes vivió en una casa de niños de Leningrado y ayudaba a operar a los heridos del frente en un hospital. Recuerda los cadáveres amontonados sobre el río Neva helado y el hambre que mató al compañero Salvador Puente. En 1943, aprovechando la ruptura del cerco, la mandaron al Cáucaso, donde el ejército alemán capturó a un grupo de niños (repatriados con posterioridad a España desde Alemania). Por las montañas llegó hasta Sujumi, en el mar Negro, y allí los soviéticos la encarcelaron por indocumentada. La liberaron después de que los niños capturados por las tropas hitlerianas en el Cáucaso contaran su odisea en una emisora alemana. Desde Tbilisi, en barco por el Caspio y como polizón de trenes por la estepa asiática, llegó a Samarcanda. En Miass, en los Urales, bailó jotas para el Fondo de Defensa de la URSS.

“Tras de ti marcharemos, Stalin, por la línea que Lenin trazó…”. Las hermanas Coto entonan la estrofa inicial de la canción compuesta por los niños Julio García y Ángel Madera. Stalin premió su creatividad con un reloj. “La cantaban en todas las casas de niños españoles de la URSS”, afirma Joaquina. Madera pereció en el frente de Leningrado.

En su huida, Mercedes encontró generosidad: la tía Masha, que la salvó de morir de diarrea en Samarcanda. Y frío cálculo: la aldeana del Cáucaso que le pidió la bata por un plato de sopa. Tras la guerra, Mercedes trabajó en una fábrica de Moscú. Por su condición de blokadniza, reconocida recientemente, recibe una pensión rusa de 25.000 rublos (equivalente a 650 euros), complementada con otra española. Joaquina enseñó francés en un pueblo montañoso de Daguestán, donde se desplazaba en burro, y después trabajó en Radio Moscú.

El destino dispersó a los niños. Les enviaron a lugares de donde Stalin había expulsado a otras comunidades por temor a que apoyaran al enemigo. Así, llegaron a la antigua República de los Alemanes del Volga, de donde fueron deportadas 367.000 personas, y a Crimea, de donde en 1944 fueron expulsados los tártaros. Francisco Mansilla, el director del Centro Español de Moscú, recuerda su estancia en Bassel, donde se alimentaban de los comestibles dejados por los alemanes, incluido el “sabroso aceite de hígado de bacalao” que el director de la casa de niños le requisó.

En Izium-2, en las cercanías de Járkov (Ucrania), vive Tomasa Rodríguez, 81 años, que de niña pasó “frío, hambre y miseria” en la aldea alemana de Kukkus. Tomasa es la última española de Izium-2, donde vivieron unos 40 niños de la guerra empleados en la fábrica de óptica local. Tiene tres hijos, uno de ellos trabajando en Barcelona. “Si no fuera por España, estaría en la ruina”, afirma esta mujer que cobra una pensión española de 1.700 euros cada tres meses y otra pensión de Kiev de 950 grivnias (unos 120 euros).

La vasca Josefina Iturrarán, de 87 años, cuenta que, al estallar la guerra, desaparecieron los educadores de su casa de niños de Odessa. Josefina reprocha a los dirigentes del Partido Comunista de España el “habernos dejado solos y haberse olvidado de nosotros”. Fue evacuada por Siberia y Asia Central en un vagón sin cristales. El trayecto, de 38 días, concluyó en Samarcanda, donde “se acababa la vía”.

A Antonio Herranz, de 83 años, de Baracaldo, lo enviaron a Eupatoria, en Crimea, y de allí hacia Stalingrado bajo las bombas alemanas, y por el Volga, hasta Engels y Orlovskoye, donde aprendió a ordeñar vacas y sembrar la tierra. Recuerda Herranz el tocadiscos de Afanasi Kisiliov que, de profesor en la embajada soviética en París, se convirtió en director de una casa de niños y organizador del trabajo agrícola en las haciendas abandonadas por los alemanes en Orlovskoye. Los adolescentes fueron enviados a las fábricas y Herranz fue tornero en Marx-Stadt, cerca de Sarátov. A los 14 años fabricaba armas y comía una vez al día. En el Centro Español de Moscú se guarda la memoria de vidas -breves y largas- golpeadas por dos guerras. También la de los miembros de la División Azul que se pasaron al Ejército Rojo y tras internamientos a veces muy largos se integraron en la URSS, en gran parte en Tbilisi.

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De la contienda española a la URSS

Unos ochocientos españoles lucharon por la URSS en la Segunda Guerra Mundial. Según datos del Centro Español en Moscú, 151 cayeron en combate y 15 desaparecieron en el frente. Si se suman las víctimas de las secuelas bélicas, hubo 420 muertos.

A raíz de la Guerra Civil (1936-1939) llegaron a la URSS 4.299 españoles: 891 emigrantes políticos, 157 alumnos pilotos, 67 marineros, 122 acompañantes, 2.895 niños en expediciones y otros 87 con sus padres, además de 27 capturados por el Ejército Rojo en Europa, y 51 procedentes de la División Azul. El historiador Andréi Elpátevski estima que 6.402 españoles (más de 3.000 niños) emigraron a la URSS desde los años veinte a los cuarenta. De ellos, 278 civiles fueron considerados sospechosos, incluidos los apresados en Europa. Además hubo entre 452 y 484 prisioneros de guerra, en su mayoría de la División Azul. Por delitos varios fueron condenados 250 españoles, entre ellos, 69 prisioneros de guerra e internados y 155 educadores castigados sobre todo por hurtos, subraya Elpátevski. Detrás de los robos, el hambre.

Un centenar de ex combatientes españoles vivían en 1985 en la URSS; un cuarto de siglo después, todos han muerto. A principios de mayo, en Rusia y en Ucrania quedan 152 y 19 “niños de la guerra”, respectivamente. Felipe Álvarez, el último ex combatiente español residente en Ucrania, falleció en 2008.

Mauthausen, el “campo de los españoles”

Francia concede 27.500 euros a los hijos de republicanos entregados a Hitler

N. J. El País08/05/2010

Se llama igual que su padre, aunque nunca lo vio. Andrés González Torre, de 71 años, tenía dos años cuando Andrés González Márquez murió en el campo de concentración de Gusen, un apéndice del de Mathausen, en el que fallecieron realizando trabajos forzados unos 2.000 republicanos. “Mi padre era guardia republicano. Si se hubiera quedado en España, le habrían hecho preso, por eso huyó con mi madre a Francia, aunque luego les separaron. A raíz de todo eso, mi madre se trastornó e ingresó en un psiquiátrico. Me escribía cartas, pero yo me crié con mi abuela materna hasta los 18 años”, relata.

El pasado 29 de marzo recibió una cariñosa carta con el sello del primer ministro francés. Le informaba de la concesión de una indemnización de 27.440,82 euros por la muerte de su padre, que tras haber perdido la Guerra Civil se había unido a la Resistencia francesa contra los nazis hasta caer prisionero en 1940 sin haber visto nacer a su hijo.

“Fue una sorpresa enorme. Le estoy agradecidísimo a Pilar”. Se refiere a Pilar Pardo, una investigadora que desde 2005 busca a los hijos de españoles fallecidos en campos nazis, la mayoría muy mayores, para informarles de la posibilidad de solicitar esa indemnización. “He encontrado a cerca de un centenar, y en algunos casos, por desgracia, el beneficiario se había muerto hacía una semana sin saber que podría recibir este dinero”. Hoy los familiares pueden buscar el censo de deportados a campos nazis en la web del Ministerio de Cultura.

Andrés González nació en un refugio en Francia. Cuenta que no tuvo un documento que dijera el lugar y la fecha hasta que cumplió los 18, y que para obtenerlo tuvo que contratar los servicios de una agencia de detectives.

Más de 9.000 españoles fueron víctimas del exterminio nazi. El campo de Mauthausen llegó a conocerse como “el campo de los españoles” por el gran número de republicanos que acabaron en él. La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, viaja mañana allí para homenajear a las víctimas españolas.

Diez países honran a los republicanos que lucharon contra los nazis

Los embajadores celebran el 65º aniversario del final de la II Guerra Mundial

NATALIA JUNQUERA El País08/05/2010

Un militar ruso deposita un ramo de flores al pie del monumento a los españoles que lucharon contra los nazis.- ÁLVARO GARCÍA

Hoy hace 65 años del final de la II Guerra Mundial y la liberación de Europa del yugo nazi. Y ayer, en el cementerio de Fuencarral (Madrid), entre el monumento a los republicanos españoles que lucharon contra los nazis y el dedicado a los voluntarios llegados años antes a España para luchar contra el franquismo, representantes del Gobierno y embajadores de una decena de países se reunieron para rendirles homenaje.

Al acto asistió José Antonio Alonso, un asturiano de 91 años que después de perder la primera batalla europea contra el fascismo, se entregó sin dudarlo a la segunda. Esta vez logró contribuir al “aniquilamiento de esa bestia feroz” como jefe de la tercera brigada de la Agrupación de Guerrilleros Españoles en Francia. Ayer echaba de menos a sus compañeros. “Soy ya de los rarísimos supervivientes”.

Ludivina García Arias, presidenta de la Asociación de Descendientes del Exilio Español llamó la atención sobre el hecho de que hubiera tenido que ser su asociación la que convocara el acto mientras en el resto de Europa se están celebrando homenajes oficiales. “El Estado debería recoger esta antorcha”, dijo.

La subsecretaria del Ministerio de Justicia, Purificación Morandeira, declaró después: “El Gobierno tiene claro que no hay que olvidar (…) La ley de memoria histórica, un pequeño paso que sin duda no está a la altura de lo entregado por las víctimas”.

El presidente del Senado, Javier Rojo, aseguró que, para él, no se trataba de “un acto protocolario” y que estaba allí “por convicción”. “Recordemos para no cometer los mismos errores y horrores”, añadió.

El ex ministro de Defensa Julián García Vargas, que promovió el monumento a los guerrilleros españoles, recordó: “Liberaron París, lucharon en Alemania y acabaron en campos como Mauthausen…”. Después de guardar un minuto de silencio por las víctimas, representantes de las embajadas de Francia, Rusia, Israel y Ucrania, entre otras, depositaron flores ante los monumentos.

Alonso, que aseguró que en sus batallas jamás tuvo miedo -“eso venía después”- confesaba ya terminado el acto: “Hoy no sé si lo volvería a hacer. Me cuesta entender que esta democracia permita actuar a Falange y que haya demócratas que ven bien que se pague 136.000 euros para exhumaciones de la División Azul y critiquen la apertura de fosas que desean tantas familias”.

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Mauthausen, el “campo de los españoles”

“Toda guerra es una puta guerra”

BORJA HERMOSO El País07/05/2010

Dos viñetas del cómic La guerra de las trincheras (1914-1918), de Jacques Tardi.-

Bajo las nubes de gas tóxico, sobre el barro que ahoga las trincheras y entre las ratas gigantescas que imitan a los soldados huyendo del caos, surge un hombrecillo de barba canosa, aspecto entrañable, verbo incendiario y mucha mala leche. Atiende al nombre de Jacques Tardi, tiene 64 años y lleva 40 plasmando en dibujos y textos algo tan odioso y tan banal como el horror de la guerra, “de las putas guerras, porque toda guerra es una puta guerra”, se apresura a remachar, cabreado como una mona.

Hace mucho que Tardi es una de las estrellas indiscutibles del cómic europeo. Y desde ayer, el invitado de honor del 28º Salón del Cómic de Barcelona, donde presenta su última obra, titulada, sí, lo han adivinado, ¡Puta guerra! (Norma), secuela, prolongación o consecuencia lógica, llámesele como se prefiera, de su espeluznante clásico La guerra de las trincheras, publicado en 1993.

La I Guerra Mundial, objeto de ambos volúmenes, es una obsesión para este autor empeñado en desmentir las voces de los prejuiciosos que insisten en ningunear al cómic en tanto que lenguaje narrativo. Esas voces tan solemnes a las que les parece fatal que el “arte secuencial” descrito por Will Eisner en 1985 y cuyos orígenes se remontan a las tiras cómicas de la prensa popular estadounidense de los primeros años del siglo XX encuentre su lugar bajo el sol en librerías (fenómeno creciente) y en medios de masas.

A lo que vamos: Jacques Tardi encuentra su medio camino entre las prescindibles solemnidades de uno y otro bando en esto de los tebeos, y explica: “Ya es tarde para despreciar al cómic como género, está ahí desde hace tiempo y es indiscutible su potencia y eficacia narrativa; si el cómic es un arte o no, si es arte menor o mayor, o si se llama tebeo, cómic o novela gráfica, me da exactamente igual, no me interesa nada el debate, sólo el placer que experimento ejerciendo el oficio”.

¿Y cómo ejerce ese oficio en un país como el suyo, Francia, donde los grandes autores llegan a convertirse en auténticas estrellas en vez de tener que emigrar o dedicarse a la publicidad o al ostracismo, como ocurre en España?: “Por la mañana me levanto, me siento en la mesa de dibujo, veo lo que hice la noche anterior, me rasco la cabeza, pienso si está bien o si hay que repetirlo o retocarlo, y así paso mis días… sin que nadie me toque las narices”.

Él supo lo que quería ser -pensador y dibujante de tebeos- muy de pequeñito, quizá porque enseguida le vio a la cosa un aire de contracorriente: “Durante mucho tiempo también hubo en Francia ese desprecio al medio; cuando yo iba al cole tenía un profesor que se divertía destrozando en el estrado delante de toda la clase los tebeos que encontraba en mi carpeta… y un buen día me dije: ‘Coño, a lo mejor es que los tebeos son algo subersivo’, y me dije también: ‘Coño, esto puede ser una profesión”.

Las aventuras extraordinarias de Adèle Blanc-Sec es la otra cara de Jacques Tardi y, para muchos de sus seguidores, la preferida: un homenaje a la literatura popular y a las viejas novelas por entregas. “Es mi vuelta a la infancia, un psicólogo diría que es como una regresión. Yo soy el único guionista y me tomo una libertad total, no es como con las historias de la guerra, en las que procuro ser fiel a la realidad histórica”.

Pero son las historias sobre la I Guerra Mundial -nacidas de la experiencia personal de su abuelo en las trincheras del norte de Francia- las que le catapultaron hace tiempo al Olimpo de la historieta europea, en una veta de fondo y forma situada más o menos en las Antípodas del mundo de los superhéroes a la salsa Marvel y del manga nipón. Pero a este señor de vocación libertaria los problemas le llovieron pronto: “El primer guión que le propuse a René Goscinny para la revista Pilote, año 72, creo recordar, era una historia de seis o siete páginas sobre la I Guerra Mundial… ¡No entendió nada! Lo rechazó porque pensó que me quería reír de los soldados muertos”.

El cine de Abel Gance, Chaplin o Kubrick (Senderos de gloria se cita como influencia básica en La guerra de las trincheras) y la literatura de Hemingway, Dalton Trumbo o Louis-Ferdinand Céline (de quien ilustró para Gallimard El viaje al final de la noche, de la que le acaban de proponer hacer una versión en dibujos animados) sobrevuelan las historias de Tardi sobre “la puta guerra”.

Esa guerra que él sitúa como principio y fin de casi todo lo que es el género humano: “Es lo que define el mundo en el que hoy vivimos, sin ella no se entiende nada de la II Guerra Mundial ni de lo que vino después… es el fomento del odio al otro, es comprobar que si a alguien le das un uniforme lo conviertes en asesino en potencia”. Tardi, un señor armado hasta los dientes con lápiz y papel. Un tipo al que le gusta repetir: “Quiero a los pobres hombres, odio a los generales”.

El Supremo archiva las querellas contra dos de sus magistrados

J. M. L. El País07/05/2010

La Sala Especial del artículo 61 del Tribunal Supremo archivó ayer las querellas presentadas por varias asociaciones de recuperación de la Memoria Histórica contra el presidente de al Sala de lo Penal, Juan Saavedra. La misma Sala ha archivado otra querella, contra Saavedra y contra el magistrado Luciano Varela, instructor de las querellas de Manos Limpias Limpias y Falange Española de las JONS contra el juez Baltasar Garzón por su investigación de los crímenes del franquismo.

En la primera de las querellas, dirigida contra Saavedra, los querellantes le acusaban de haber deliberado y adoptado más de 10 resoluciones después de ser recusado el 18 de junio de 2009.

La segunda querella, presentada el pasado 12 de abril por las asociaciones de Memoria Histórica de Cataluña y Baleares, atribuía a Juan Saavedra y Luciano Varela haber causado indefensión a las víctimas del franquismo.