Garzón, la justicia y la memoria

Ignacio Ramonet – Le Monde diplomatique en español, no. 175 – Mayo 2010

La prensa mundial, las asociaciones de defensa de los derechos humanos y los más eminentes juristas internacionales no salen de su estupor. ¿Por qué la justicia española, que tanto hizo estos últimos años para reprimir los crímenes de lesa humanidad en distintas partes del globo, quiere sentar en el banquillo a Baltasar Garzón, el juez que mejor simboliza el paradigma contemporáneo en la aplicación de la justicia universal?
Los medios internacionales recuerdan los méritos del “superjuez”: su trascendental papel en el arresto del dictador chileno Augusto Pinochet en Londres, en 1998; su denuncia de las atrocidades cometidas por los militares en Argentina, Guatemala y otras dictaduras latinoamericanas; su empeño en desmantelar a los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) y en enviar a los tribunales a Felipe González; su oposición a la invasión de Irak en 2003; y hasta su reciente viaje a Honduras para advertir a los golpistas de que los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles.
Como juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón ha encausado a unos mil activistas de la organización ETA (la derecha sugirió que se le concediera por eso el Premio Nobel de la Paz….). Lo que ha dado lugar a críticas, en particular su decisión de ordenar, en 1998, el cierre del diario Egin . O sus órdenes de detención, bajo régimen de incomunicación, de personas acusadas de terrorismo. Organismos como el Comité para la Prevención de la Tortura, del Consejo de Europa, reclaman la abolición de esa modalidad de detención. También se ha criticado la inmoderada afición del “juez estrella” por los primeros planos mediáticos.

En cualquier caso, Garzón ha demostrado ser un juez alborotador, independiente e incorruptible. Por eso ha acumulado tantos adversarios y se ve perseguido hoy por los corruptos de la trama “Gürtel” (1) y los herederos del franquismo. En el Tribunal Supremo hay, en efecto, tres denuncias contra él. Una sobre los honorarios que habría percibido por unas conferencias en Nueva York patrocinadas por el Banco Santander. Otra sobre unas escuchas telefónicas ordenadas en el marco de la investigación sobre la red “Gürtel”. Y la principal: por investigar los crímenes del franquismo.
Dos organizaciones ultraconservadoras le acusan de “prevaricación” (2) por haber iniciado, en octubre de 2008, una investigación sobre las desapariciones de más de cien mil republicanos (cuyos restos yacen en las cunetas y fosas, sin derecho a un entierro digno) y sobre el destino de 30.000 niños arrebatados a sus madres en las cárceles (3) para ser entregados a familias del bando vencedor durante la dictadura franquista (1939-1975).
Si le declararan culpable, Garzón se enfrentaría a una suspensión de entre diez y veinte años. Sería una vergüenza. Porque, en el fondo, este asunto gira en torno a una cuestión central: ¿qué hacer, desde el punto de vista simbólico, con la Guerra Civil? La decisión administrativa tomada en 1977, con la Ley de Amnistía (que, en lo inmediato, buscaba esencialmente sacar de prisión a cientos de detenidos de izquierda), fue la de no hacer justicia y no encarar ningún tipo de política de memoria.
Obviamente, a 71 años del final del conflicto, y al haber desaparecido, por causas biológicas, los principales responsables, hacer justicia no consiste en llevar materialmente a los acusados de crímenes abominables ante los tribunales. Éste no es sólo un asunto jurídico. Si tanto apasiona a millones de españoles es porque sienten que, más allá del caso Garzón, lo que está en juego es el derecho de las víctimas a una reparación moral, el derecho colectivo a la memoria, a poder establecer oficialmente, sobre la base de atrocidades demostradas, que el franquismo fue una abominación. Y que su impunidad es insoportable. Poder enunciarlo, proclamarlo y mostrarlo en “museos consagrados a la Guerra Civil”, por ejemplo; en los manuales escolares de historia; en días de solemne homenaje colectivo, etc. Como se hace en toda Europa en solidaridad con las víctimas del nazismo.
Los partidarios de la “cultura del ocultamiento” acusan a Garzón de querer abrir la caja de Pandora y enfrentar de nuevo a los españoles. Insisten en que en el otro bando también se cometieron crímenes. No acaban de entender la especificidad del franquismo. Se comportan como un periodista que, deseando organizar un “debate equilibrado” sobre la Segunda Guerra Mundial, decidiese: “Un minuto para Hitler y un minuto para los judíos”.
El franquismo no fue sólo la guerra (en la que el general Queipo de Llano afirmaba: “Hay que sembrar el terror eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensan como nosotros.”) fue sobre todo, de 1939 a 1975, un régimen autoritario de los más implacables del siglo XX que usó el terror de forma planificada y sistemática para exterminar a sus oponentes ideológicos y atemorizar a toda la población. Afirmar esto no es una consideración política, sino una constatación histórica.
La Ley de Amnistía condujo a imponer, sobre la “banalidad del mal” franquista, una suerte de amnesia oficial, una “escotomización”, o sea un mecanismo de “ceguera inconsciente” (en este caso colectiva) mediante el cual un sujeto hace desaparecer hechos desagradables de su memoria. Hasta que un día regresan a borbotones, en un estallido de irracionalidad.
Es lo que ha querido evitar el juez Garzón. Revelar la naturaleza malévola del franquismo, para que la historia no pueda repetirse. Nunca más.

Notas:
(1) Que afecta a personalidades del Partido Popular, en especial al ex tesorero del PP, Luis Bárcenas.
(2) La prevaricación consiste en que una autoridad dicte una resolución, a sabiendas de que dicha resolución es injusta.
(3) Ricard Vinyes, Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en las cárceles franquistas , Planeta, Barcelona, 2002. Ver el documental Els nens perduts del franquisme (Los niños perdidos del franquismo), de Montserrat Armengou y Ricard Belis.

¿La amnistía contra la Constitución?

JAVIER PRADERA El País – 05/05/2010

Cualesquiera que sean sus auténticas motivaciones (reivindicar sinceramente a las víctimas del franquismo o replantear hipócritamente las reglas de juego político), las iniciativas para invalidar la Ley de Amnistía de 1977 han pasado a formar parte de las corrientes revisionistas de la Transición. La teoría según la cual la amnistía habría sido la formalización jurídica de un pacto político de silencio sobre los crímenes del franquismo suscrito por la oposición, atemorizada y empequeñecida ante los herederos de la dictadura, no es sólo una vileza moral para los derrotados en la Guerra Civil y los opositores que poblaron las cárceles de la dictadura; también pone al descubierto la ignorancia de los forjadores de la fábula. Esa peregrina tesis sólo podría ser tomada seriamente en algún debate entre las dos ramas más frikis del revisionismo histórico sobre la Guerra Civil: la escuela de historiografía policial acaudillada hoy -nunca mejor dicho- por Pío Moa y la cuadra de publicistas que niegan el carácter democrático del sistema político actual y lo consideran franquismo disfrazado.

Al mismo registro de simplezas derogatorias pertenece la elevación a categoría jurídica de ley preconstitucional la obvia constatación cronológica de que la amnistía de 1977 abrió la actividad de las Cortes que se cerraron con la aprobación de la Constitución de 1978. La fraudulenta equiparación entre la Ley de Amnistía, promulgada por el primer Parlamento democrático elegido tras cuatro décadas de dictadura, y las auto-amnistías autocráticas (Franco amnistió en 1939 los delitos políticos por afinidad con el Movimiento Nacional entre el 14 de abril de 1931 y el 18 de julio de 1936) injuria a los diputados que la votaron y falsea la historia de su elaboración. La amnistía fue una iniciativa de los partidos recién salidos de la clandestinidad boicoteada por los nostálgicos del franquismo. Sin la amnistía de 1977 no existiría la Constitución de 1978: forma parte de su génesis y empapa su articulado. La reconciliación entre vencedores y vencidos fue el cimiento de una Constitución que descansó por vez primera en la historia de España sobre el consenso social.

Otras circunstancias, fuera de la estupidez o la mala fe, ayudan a entender -aunque no a justificar- esa inesperada puesta en la picota de la Ley de Amnistía de 1977. Durante las dos décadas siguientes a la Transición española, en el marco de Naciones Unidas se aceleró el proceso de codificación de los instrumentos del Derecho Penal Internacional que castigan y consideran imprescriptibles las más graves violaciones de los derechos humanos. Los tribunales especiales sobre los crímenes en Ruanda y la antigua Yugoslavia anunciaron la Corte Penal Internacional. Los responsables de algunas feroces dictaduras latinoamericanas pagaron parcialmente sus culpas. De manera ilógica, los contornos aún brumosos de ese nuevo Derecho Penal Internacional convencional o consuetudinario en proceso de formación están siendo utilizados inadecuadamente para impugnar la validez de la Ley de Amnistía; la excelente monografía de la profesora Alicia Gil Gil sobre La justicia de transición en España. De la amnistía a la memoria histórica (Atelier, 2009) demuestra, sin embargo, la inaplicabilidad de esos recientes desarrollos a los hechos de la Guerra Civil española.

Los horrores de la primera mitad del siglo XX sensibilizaron a la opinión pública mundial a favor de la defensa de los derechos humanos. Entre el final de la II Guerra Mundial y el Estatuto de Roma fueron aprobados numerosos convenios preventivos y sancionadores de crímenes susceptibles de persecución universal. Los Estados firmantes de esos tratados vinculantes para el futuro están obligados, sin embargo, a respetar los principios de legalidad penal, prescripción de los delitos e irretroactividad de las normas desfavorables respecto a los hechos producidos con anterioridad al momento de la adhesión. En octubre de 1977, España no había tipificado penalmente ni declarado imprescriptibles en su derecho interno los delitos de lesa humanidad ahora incorporados al artículo 607 bis del Código Penal. Mal hubiese podido la Ley de Amnistía exceptuarlos de su ámbito pese a quienes desean derogarla precisamente por no haberlo hecho.

Un procesado por la ‘Malaya’ restaura el Valle de los Caídos

Muferfi SL, de Ismael Pérez Peña, contribuyó a remozar la bóveda falangista. La abadía prepara un informe para explicar a Patrimonio los detalles de la obra

DIEGO BARCALA – Público – 05/05/2010

Las imágenes recuperadas gracias a los trabajos de la empresa  Muferfi SL, del procesado en la operación Malaya' Ismael Pérez Peña. -  DIEGO BARCALA

Las imágenes recuperadas gracias a los trabajos de la empresa Muferfi SL, del procesado en la operación Malaya’ Ismael Pérez Peña. – DIEGO BARCALA

Una de las cuatro empresas que restauró las imágenes falangistas de la bóveda del Valle de los Caídos, Muferfi SL, es propiedad de Ismael Pérez Peña, uno de los protagonista de la red de corrupción destapada en Marbella en la operación Malaya. El empresario madrileño está procesado por haber regalado a la ex alcaldesa andaluza Marisol Yagüe varios coches a cambio de lucrarse con los contratos municipales adjudicados a sus empresas por el líder de la trama, Juan Antonio Roca.

La abadía benedictina reconoce que pudo emprender la remodelación gracias “a un donante privado” y prepara un informe explicativo para dar cuenta a Patrimonio Nacional de los detalles de la restauración. “Estamos elaborando un folleto y próximamente contaremos a Patrimonio todo lo relacionado con aquello”, admite a este diario el abad benedictino, Anselmo Álvarez.

El empresario Pérez Peña no quiso explicar a este periódico en qué consiste su participación en la renovación de la cúpula, aunque un portavoz de Muferfi SL (especializada en mudanzas y almacenaje) admitió que las empresas que forman esa sociedad “hicieron la obra”. Las otras tres sociedades que trabajaron para remozar el techo del altar, bajo el que reposan los cuerpos de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera, son Vamasa (grúas), Adriá (grúas y mampostería) y Eulen (limpieza).

Pérez Peña fue detenido en marzo de 2006 en el polígono industrial de Getafe donde tiene su sede Muferfi SL. La policía intervino varias conversaciones telefónicas de este empresario con Roca en las que se compromete a prestarle 1,8 millones de euros en dinero negro, según los datos del sumario. La red corrupta fue destapada en gran parte gracias a que Pérez Peña perdió la paciencia con el Ayuntamiento de Marbella por el impago de 1,4 millones de euros por la adjudicación de la grúa municipal. El empresario llegó a amenazar en 2005 al ex concejal de Transporte Victoriano Rodríguez con “tirar de la manta”.

La remodelación que llevó a cabo entre noviembre y diciembre pasados la empresa de Pérez Peña en Cuelgamuros tuvo como objeto recuperar los elementos dañados por una bomba de los GRAPO que explotó en 1999. La limpieza ha dejado a la vista de los visitantes las banderas falangistas y carlistas sobre un tanque de los generales sublevados en 1936.

Ley de la Memoria

Una comisión de expertos del Ministerio de Cultura visitó el pasado 26 de marzo el templo para comprobar si el mosaico debe ser retirado por incumplir el artículo 15 de la Ley de la Memoria Histórica. Esta norma impide la exhibición en lugares públicos de “símbolos y monumentos de exaltación personal o colectiva de la sublevación militar, protagonistas de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura”.

El siguiente artículo de la ley, el 16, cita al Valle de los Caídos, y en su segundo punto, aclara: “En ningún lugar del recinto podrán llevarse a cabo actos de naturaleza política ni exaltadores de la Guerra Civil, de sus protagonistas, o del franquismo”. También señala que será un lugar que “se regirá estrictamente” como un lugar de culto. El abad niega que se haga apología del franquismo en su basílica.

El fiscal es contrario a la recusación del juez Varela

J. M. LÁZARO – El País – 04/05/2010

El Ministerio Fiscal presentó ayer su informe sobre la recusación del juez instructor del Tribunal Supremo Luciano Varela por tener “interés indirecto” en la causa abierta al juez Baltasar Garzón. El fiscal entiende que no cabe la recusación de un juez instructor por esa causa específica. Elude pronunciarse sobre la “imparcialidad” demostrada por Varela en este proceso y reconduce la cuestión a explicar que, en realidad, algunos de los actos de investigación practicados por todo instructor “necesariamente habrán de ser desfavorables al imputado”, por lo que nunca cabe apreciar un “interés directo o indirecto” en el pleito.

El juez Baltasar Garzón, encausado por Varela por haber intentado investigar los crímenes del franquismo, recusó a este por haber asesorado a las acusaciones de Manos Limpias y Falange Española de las JONS sobre la forma en que debían presentar sus escritos de acusación. En concreto, indicó a Falange que debía retirar de su escrito las menciones “ideológicas” a Garzón y pidió a Manos Limpias que retirase las dos terceras partes del suyo.

“Toma de partido”

Según el fiscal, un auto de prisión, una intervención telefónica o una orden de entrada y registro, en tanto pueden repercutir negativamente en la situación procesal del investigado, supondrían automáticamente la pérdida de la necesaria “imparcialidad” del instructor. Por tanto, la labor del instructor implica de alguna manera “una toma de partido”, pero “procesalmente admisible” según el fiscal.

El representante del ministerio público explica que la “abstención” y la “recusación” de un juez son algunas de las vías para garantizar el derecho a un “juez imparcial”, pero en modo alguno son las únicas. El fiscal se refiere a que, dentro del derecho constitucional a un proceso con todas las garantías, se puede hacer valer el derecho al juez imparcial a través del cauce de la “nulidad de actuaciones”. Y esa es la vía para mostrar la oposición a las decisiones del instructor y no la de la recusación, que considera “absolutamente inviable”.

Precisamente, la nulidad de los escritos de Manos Limpias y de Falange fue el cauce utilizado en primer lugar por el abogado defensor de Garzón, Gonzalo Martínez-Fresneda. De hecho, el fiscal tiene que pronunciarse sobre la “nulidad” de los escritos de las acusaciones.

Una ‘belle époque’ de sangre y fuego

Andrés Trapiello reescribe y alarga ‘Las armas y las letras’, el libro que revolucionó la visión sobre el papel de los escritores de ambos bandos durante la Guerra Civil

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS El País04/05/2010

La normalidad democrática llegó antes a la política que a la literatura. Cuando Andrés Trapiello publicó por primera vez en 1994 Las armas y las letras, su ensayo sobre la literatura y los literatos durante la Guerra Civil, el libro descubrió para el gran público un puñado de ideas y autores que hoy son moneda corriente pero que entonces levantaron polvareda. Los discípulos de algunos escritores trataron de enturbiar el trabajo de Trapiello para enjuagar el papel poco claro de sus maestros durante la contienda. “Fue el caso de los cercanos a Antonio Tovar, que luego evolucionó hacia posiciones democráticas, pero que fue el traductor en el encuentro entre Franco y Hitler en Hendaya”, recuerda Trapiello. En medio de la polémica surgió la autoridad de Ayala para decir la palabra final: “Trapiello rinde con su libro un gran servicio a nuestra historia intelectual al trazar el panorama objetivo, veraz y, a la vez, comprensivo y compasivo, de la república de las letras durante un periodo tan doloroso y tan turbio como el de la Guerra Civil española”.

Las armas y las letras, que se convirtió en un clásico del género y conoció una versión intermedia en 2002, reaparece ahora publicado por Destino en una edición con 450 fotografías, varias inéditas, y un buen puñado de páginas más. “El primero lo redacté en tres meses”, apunta el autor. “Este, en 17 años”. Aunque los matices del libro sean nuevos, sus tesis siguen siendo las mismas. Por un lado, la comprobación de que hubo una tercera España que se vio arrastrada a elegir uno de los dos bandos. Por otro, algo que Trapiello resume con una vieja frase suya: “Los que ganaron la guerra perdieron los manuales de literatura”.

Si la reivindicación, como miembro de la tercera España, de Manuel Chaves Nogales, un autor hasta entonces desconocido para el gran público, fue el gran hito de la primera edición, el de esta segunda es Carlos Morla Lynch, embajador de Chile en Madrid durante la guerra y autor de España sufre, un diario recuperado hace dos años por la editorial Renacimiento con prólogo del propio Trapiello. Morla, al que Lorca dedicó Poeta en Nueva York, amigo de todo el mundo en la paz, dio refugio a gente de los dos bandos cuando la calle se volvió insegura. Su visión de que dos totalitarismos extremos -fascistas y comunistas- iban anulando a los moderados que estaban en su órbita la compartía también otra de las figuras reivindicadas por Trapiello, Clara Campoamor, que publicó en un libro sus impresiones en 1937, a pie de guerra, “sin tiempo para modificar el tiro”.

“La Guerra Civil”, dice Trapiello, “consigue que dos minorías armadas arrastren a una inmensa mayoría. Tanto en el caso de los escritores como con la población civil. Y los arrastran a punta de pistola, o conmigo o contra mí. La elección es muy poco libre”. Con todo, “aunque no todos los franquistas eran fascistas y no todos los republicanos eran demócratas”, no hay equidistancia posible, dice el ensayista, poeta (Premio de la Crítica en 1993) y novelista (Premio Nadal en 2003): “Sabemos que se cometieron crímenes parecidos en ambos bandos, pero las ideas por las que se combatió en cada uno no pudieron ser más diferentes. En el de la República por los principios de la Ilustración, base de las democracias modernas. En el de los sublevados, contra esos mismos principios”.

Junto a fragmentos de un diario inédito de 2.000 páginas redactado por Rafael Cansinos Assens, que pronto estará disponible en Internet, y una carta también inédita de Edgard Neville en la que habla del asesinato de Lorca -fue un tiro en la nuca y no un fusilamiento, dice- hay varios documentos de primer orden en Las armas y las letras: desde una carta de Torrente Ballester en la que habla de la guerra como de “un deporte de hombres” a una fotografía de Alberti en cuya dedicatoria, de 1965, habla de la Guerra Civil como de “la belle époque”. Se incluye, además, un texto desconocido de Rafael Sánchez Mazas, en el que habla por primera vez del episodio popularizado por Javier Cercas en Soldados de Salamina: “Un día te sacaron de la prisión, te sacaron al bosque con otros muchos compañeros y te fusilaron. Te levantaste ileso de entre los muertos y echaste a andar por el bosque, durante días”.

El padre de Rafael Sánchez Ferlosio fue uno de los que ganó la guerra y perdió los manuales de literatura. “A partir del bombardeo de Guernica”, apunta Trapiello, “la República ganó la guerra de la propaganda y se asumió que todos los escritores grandes estaban con ella. No fue así. En un bando estaba Juan Ramon Jiménez, pero en el otro, Azorín. En uno Miguel Hernández, María Zambrano y Carner; en el otro estaban Baroja, Ortega y Josep Pla. La trampa es contraponer a Lorca con Dionisio Ridruejo”. Además, muchos intelectuales de bandos contrarios eran amigos antes de la guerra -“el trato de Lorca con José Antonio Primo de Rivera relatado por Gabriel Celaya sigue siendo polémico para algunos”-, y muchos autores que serán muy importantes, entonces eran unos desconocidos para el público general: la mayoría de la generación del 27 sin ir más lejos.

“Hay que leer sin prejuicios”, afirma Trapiello, para el que su libro propone saltarse las barreras de la propaganda y mirar en “las fisuras” por las que se cuelan la vida y la literatura. “La reconciliación pasaba por leer sin apasionamientos ni anteojeras ideológicas los libros de los otros”.

El Valle de los Caídos es una ruina

Un informe de Patrimonio Nacional advierte de que los desprendimientos de las gigantescas esculturas suponen “un serio riesgo de daño para las personas”

DIEGO BARCALA – Público – 02/05/2010

El Valle de los Caídos ha echado el cierre por causa de fuerza mayor: el riesgo para los visitantes causado por los desprendimientos que sufren los conjuntos escultóricos gigantes que Juan de Ávalos diseñó al gusto de Francisco Franco. Un informe de Patrimonio Nacional del pasado 11 de noviembre de 2009, al que ha tenido acceso Público, destaca el “ritmo de deterioro muy peligroso y considerable” experimentado por el monumento durante el último año.

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Apología restaurada de Falange Española

VergaraPúblico – 03/05/2010

ICV-IU pide blindar a quien investigue el franquismo

El BNG propone revisar la Ley de Amnistía para excluir “el genocidio”

ANABEL DÍEZ El País03/05/2010

Si el Gobierno, a través del ministro de Justicia, Francisco Caamaño, ha dejado la puerta abierta a modificar la Ley de Memoria Histórica, un grupo político, IU-ICV, ha decidido traspasarla con propuestas concretas. La decisión de Joan Herrera, de ICV, junto a Gaspar Llamazares, de IU, de interpelar al Gobierno sobre “la recuperación de la Memoria Histórica”, tiene como motivaciones últimas que no vuelva a ocurrir una situación como la que vive el juez Baltasar Garzón por pretender la investigación de crímenes del franquismo. Aunque no sólo eso. Herrera, que peleó palabra a palabra la Ley de Memoria Histórica promovida por el Gobierno, con satisfacciones y sinsabores, también pretende subsanar, a través de una moción parlamentaria, los fallos o lagunas que se registran en la práctica de esta ley algo más de dos años después de su aprobación. Así, por un lado, pretende “hacer las reformas necesarias para garantizar que en ningún caso exista margen para considerar delito aquellas actuaciones que investiguen los crímenes imprescriptibles de la dictadura franquista”.

También, y, ya referido en concreto a la aplicación de la Ley de Memoria Histórica, solicita la reforma de cuatro artículos para que las administraciones y, en último caso, la central, es decir, el Gobierno, tenga la máxima responsabilidad en las exhumaciones e identificaciones de las fosas. De esta forma no cabría que estas se produzcan según el criterio de cada juez.

La iniciativa se presentará la próxima semana y es probable que su discusión se produzca la siguiente y, por tanto, hay margen para la negociación política con el Grupo Parlamentario Socialista.

El aspecto que más directamente entra en la situación que ahora vive el juez Garzón se traslada en esta propuesta: reformar las disposiciones legales que sean pertinentes con el objeto de impedir que puedan existir interpretaciones del ordenamiento jurídico que vayan contra los principios de justicia, verdad y reparación. “Dichas reformas tendrán por objeto garantizar que en ningún caso exista margen para considerar delito aquellas actuaciones que investiguen los crímenes imprescriptibles de la dictadura franquista”, señala el grupo parlamentario.

También se pide la creación de un Alto Comisionado de Apoyo a las Víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura, y una fiscalía especializada en el apoyo y ayuda a quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura.

Por otro lado, también se hablará directamente de la Ley de Amnistía de 1977. Los diputados del BNG, Francisco Jorquera y Olaia Fernández Dávila, piden su modificación para que lo dispuesto en esa ley “no sea de aplicación a los crímenes de genocidio o de lesa humanidad, a los que será de aplicación lo dispuesto en la normativa internacional que regula los mismos”.

La viuda del último fusilado por Franco presenta una demanda

Pide responsabilidades en Argentina por el asesinato

El País03/05/2010

Treinta y cinco años después del fusilamiento de Luis Sánchez Bravo, condenado a muerte por el último consejo de guerra de la dictadura franquista, su viuda ha decidido presentar una demanda en Buenos Aires para pedir responsabilidades. Silvia Carretero tenía 21 años y estaba embarazada cuando fue detenida y torturada por la Guardia Civil en la localidad española de Badajoz por su militancia en la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española), la sección universitaria de la organización armada FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota).

Su marido, también de 21 años y miembro del FRAP, había sido detenido, juzgado por el asesinato del teniente de la Guardia Civil Antonio Pose y condenado a muerte en el último consejo de guerra de la dictadura franquista. Pese a la presión internacional y las gestiones del Vaticano para tratar de frenar los fusilamientos, la sentencia se cumplió el 27 de septiembre de 1975 -apenas dos meses antes de la muerte del dictador- y Sánchez Bravo fue uno de los cinco últimos ejecutados por el régimen de Francisco Franco.

Su esposa fue recluida en la cárcel madrileña de Yeserías sin juicio hasta que un informe médico, que advertía de los peligros que suponía el encarcelamiento para su embarazo, le permitió quedar en libertad provisional. Silvia Carretero huyó a París, donde tuvo una hija, y no regresó a España hasta finales de 1976, después de la primera amnistía general.

La mujer ha decidido denunciar ahora el caso de Sánchez Bravo y el suyo propio para exigir que se declare la ilegalidad del tribunal que condenó a muerte a su marido. Afirma que ha mantenido un largo silencio porque consideraba que no se daban las condiciones en España para denunciar los hechos. “Reclamo que se juzgue a todas las personas que participaron en esa represión”, afirma la mujer, que defiende la inocencia de Sánchez Bravo y asegura que le arrancaron su confesión con torturas.

Su demanda incluye a los responsables de sus propias torturas, de las que todavía tiene marcas en las manos y las muñecas.

Los inéditos del general Rojo

Se publica el manuscrito de la historia de la Guerra Civil del jefe del Estado Mayor republicano

JOSÉ ANDRÉS ROJO El País – 02/05/2010

Vicente Rojo (izquierda), jefe del Estado Mayor Central del ejército republicano, durante la Guerra Civil.-

Los papeles del general Rojo se pueden consultar en el Archivo Histórico Militar, en Madrid. El material que hay reunido allí es tan abundante, y no siempre está organizado con orden y rigor, que de tanto en tanto aparece una sorpresa. Es lo que le ocurrió a Jorge Martínez Reverte cuando investigaba para su libro El arte de matar. Uno de sus ayudantes de documentación, Mario Martínez Zauner, encontró un largo texto titulado Historia de la guerra de España, firmado por el militar republicano.

Son alrededor de 600 folios, que se inician con la narración de los preparativos del golpe y que se ocupan de los primeros meses de la contienda, de la defensa de Madrid, y que terminan, de una manera menos lineal y más dispersa, tratando distintos episodios que tuvieron lugar entre abril de 1937 y abril de 1938. En esta última parte, Rojo cuenta su relación con Negrín, Prieto y Azaña, explica los desafíos que puso en marcha como jefe del Estado Mayor Central del ejército republicano, analiza la respuesta que ese organismo propuso ante el bombardeo de la escuadra alemana a Almería y, entre otros temas, aborda el apoyo de la Iglesia a Franco, la crisis de mayo de 1937 en Barcelona, la situación del Consejo de Aragón o la relación con los soviéticos, que desmenuza desde una perspectiva poco habitual.

Es la mirada de un hombre que estuvo en el centro de las iniciativas más importantes que la República tomó en el terreno militar y que influyó también en muchas decisiones políticas. De esa larga historia de la guerra, que Rojo escribió al final de su vida, entre 1958 y 1962, sólo se publicó Así fue la defensa de Madrid, la parte en la que narra un momento fundamental del conflicto, y en el que tuvo un protagonismo decisivo como responsable militar de la resistencia.

El general Rojo decidió volver a España en 1957, cuando los médicos que lo atendían en Bolivia le anunciaron que su salud era tan delicada que no le quedaba mucho tiempo. Poco después de llegar fue procesado por “rebelión militar” y condenado a 30 años de cárcel. El indulto lo libró de la prisión, pero tuvo que cumplir las penas secundarias, como la de “inhabilitación absoluta”. Su respuesta a la ignominia fue dedicarse a escribir. Murió en 1966.

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Extracto del manuscrito. Cómo llegó la noticia de la rebelión de 1936 al Ministerio de Guerra y por qué el entonces comandante Rojo fue leal

Fuego y azufre para enterrar Alemania

Se publica por primera vez ‘El hundimiento. Hamburgo, 1943’, de Hans Erich Nossack, uno de los escasos testimonios sobre los desvastadores bombardeos aliados

CARLOS PRIETO – Público – 01/05/2010

Vista de Hamburgo tras la entrada de los aliados en 1945. - AFP

Vista de Hamburgo tras la entrada de los aliados en 1945. – AFP

Hacía mucho que Hamburgo no vivía un verano tan caluroso, aunque nada comparado con el infierno en el que se iba a convertir aquello en unos días. Hans Erih Nossack (Hamburgo, 1901-1977) decidió que había llegado el momento de tomarse unas vacaciones. Llevaba cinco años sin alejarse de Hamburgo debido a su “enfermizo rechazo a salir” de la ciudad y de su habitación. El 21 de julio de 1943 partió hacia Horst, a 15 kilómetros al sur de la ciudad. Su mujer, Misi, “asombrada de que hubiera acudido”, le esperaba en una cabaña “oculta entre abedules, matas de pino y una huerta. El paisaje descendía bruscamente hacia el Elba y Hamburgo. Si el día era claro, podían apreciarse las torres de la ciudad”.

Las torres desaparecerían de la vista cuatro días después: Hamburgo había comenzado a borrarse (literalmente) del mapa. Nossack escribió tres meses después El hundimiento (editorial La uña rota), uno de los escasísimos textos alemanes sobre la campaña de bombardeos aliados, publicado ahora por primera vez en español. “Tengo la sensación de que jamás podría volver a abrir la boca si no me ocupara antes de esto”, escribió Nossack. “Esto” era la operación Gomorra: diez toneladas de bombas explosivas e incendiarias arrojadas por la Royal Air Force británica, apoyada por la Octava Flota Aérea de EEUU.

Nossack dormía cuando sonó por primera vez la alarma antiaérea (“en el brezal se oyen las sirenas, que aúllan como gatos en pueblos lejanos, pero sólo cuando el viento es favorable”), aunque sí oyó después un sonido que nunca olvidaría: “Corrí descalzo fuera de la casa, adentrándome en ese ruido que se cernía como una carga abrumadora entre la claridad de las estrellas y la oscuridad de la tierra, ni aquí ni allí, sino en todo el espacio: era imposible librarse de él. Uno no se atrevía a coger aire por miedo a respirarlo”, escribió. Era el rugido de los 1.800 aviones de guerra que iban camino de arrasar Hamburgo.

La cólera del mundo

Pese a que la ciudad había sufrido ya 200 bombardeos, nadie estaba preparado para lo que se les venía encima. “Aquello era completamente nuevo. Era el final. En la última de las noches, la cólera del mundo se intensificó como ningún ser humano pueda imaginar. Una gran nube de tormenta había empezado a descargar justo en el momento de la alarma. El ataque iba dirigido al último barrio que quedaba en pie. Pero los bombarderos no lograron identificar el blanco debajo de la tormenta y lanzaron las bombas a ciegas, dondequiera que cayesen. No podía distinguirse si eran rayos y truenos o si eran bombas o fuego de artillería”.

Los refugiados comenzaron a llegar a Horst en riadas. No eran capaces de explicar lo que había pasado. “Traían consigo un silencio inquietante. El mero hecho de querer ofrecerles ayuda parecía un acto demasiado ruidoso”. Un silencio que resultó profético. La magnitud de la campaña de bombardeos aliados durante la II Guerra Mundial (130 ciudades arrasadas, 600.000 muertos), contrasta con la falta total de testimonios, como constató W. G. Sebald en el ensayo de referencia Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama, 2003): “A causa de un acuerdo tácito no había que describir el verdadero estado de ruina material y moral en que se encontraba el país. Los aspectos más sombríos del acto final de una destrucción, vividos por la inmensa mayoría de la población, siguieron siendo un secreto familiar vergonzoso”.

Sólo los escritores Heinrich Böll, Hermann Kasack y Peter de Mendelssohn trataron el tema sobre el terreno y “el déficit tampoco fue compensado por la literatura de posguerra”. Sebald destacó sobre todo El hundimiento por su prosa sobria que “logra acercarse con deliberada reserva a los horrores” sin caer en excesos melodramáticos.

Nossack mantuvo la calma incluso cuando entró con su mujer en la ciudad; apretujados en un camión entre docenas de personas. Incluso recurrió al humor, imaginándose que viajaban en un tour por los lugares más destrozados del planeta. “Éramos como un grupo de turistas, sólo nos faltaban el megáfono y la verborrea de un guía. De pronto estábamos todos desconcertados y no sabíamos cómo explicar esa extrañeza. Donde antes la mirada se tropezaba con los muros de las casas, se extendía ahora una llanura muda hasta el infinito”.

Primero se fijó en que lo único que habían quedado en pie eran las chimeneas, “que se elevaban sobre el suelo solitarias como cenotafios, dólmenes o dedos que reprenden”. Y se devanó los sesos para intentar describir un paisaje que parecía “las bambalinas de una ópera fantástica”: “Con la de cosas que aprendimos en la escuela… pero nadie nos había hablado todavía de lo que teníamos delante. ¿Había pues aún, pese a todo, continentes por explorar?”.

Optó por centrarse en los detalles cotidianos para descubrir “hasta qué espantoso punto nos resultaba extraño lo que hasta entonces se daba por sentado. Cuando fui con Misi a nuestro barrio destruido vimos a una mujer limpiando las ventanas de un edificio que se alzaba solitario e intacto en medio de un mar de escombros. Nos dimos con el codo y nos detuvimos como hechizados, creíamos estar viendo a una loca”.

No menos significativos son sus apuntes sobre la actitud de los ciudadanos: la guerra había dejado de interesarles dos años antes de que acabara: “Nuestro destino estaba decidido, los acontecimientos del resto del mundo no podían cambiar nada”. Nadie hacía ya el menor caso ni a los partes militares de los periódicos (“ni siquiera comprendíamos para qué seguían publicándose”), ni a las autoridades: “No podíamos mostrar mayor desprecio ante eso que llamamos poder o Estado que tratándolo como algo totalmente irrelevante”.

No se cumplieron las expectativas de los aliados sobre una revuelta ciudadana contra los nazis, aunque tampoco aumentó el odio contra el invasor. “No oí a una sola persona que insultara al enemigo o le atribuyera la culpa de la destrucción. No di nunca con una sola persona que se consolara con la idea de una venganza. Al contrario, lo que se decía y pensaba era: ¿Por qué tienen que morir también los otros? Me dijeron que a un pelmazo que hablaba de represalias y de exterminar al enemigo con gas tóxico lo molieron a palos”.