La imagen de Franco y la crítica social en Llegada para mí la hora del olvido y en ¡Buen viaje, Excelencia!

En las últimas semanas hemos tradado dos representaciones de Franco muy originales: la novela Llegada para mí la hora del olvido por Tomás Val y la película ¡Buen viaje, excelencia! por Albert Boadella. En este diario voy a comentar ambas obras, concentrándome en la imagen que dan sobre el dictador y en la crítica social que contienen.

La perspectiva de la novela de Val es, en mi opinión, sorprendente en su originalidad y extrañez, pues nos ofrece las memorias de Franco utilizando la palabra del propio dictador. La extrañez viene del hecho de que en la novela tengamos un Franco viejo y enfermo que escribe sus memorias en las que retrata una larga etapa histórica de España. Debido a su enfermedad y alta edad, lo que escribe parece más a delirios surrealistas que a recuerdos agudos de los tiempos de su régimen. Éstos últimos también están presentes pero no forman el núcleo u idea principal de la novela. Creo que justamente por esta postura la novela es distinta y deliciosa. Val ni siquiera intenta capturar el pasado basado en hechos reales sino que deja que domine el surrealismo y el mundo interior del viejo Franco. Todo esto tiene una consecuencia extraordinaria: es el propio dictador que nos ofrece motivos para criticar su régimen. Linage Conde hace una interesante observación: a pesar del surrealismo y las mínimas referencias históricas la novela “da una visión más exacta de ese pasado que bastantes obras de apariencia historiográfica (…) (1).

¿Cómo es el Franco de la novela? Creo que para contestar esta pregunta hay que considerarla desde dos puntos de vista distintas. En el primer lugar, podemos observar lo que dice Franco de sí mismo. Por ejemplo, destacan los numerosos nombres con que se llama a sí mismo. Entre estos tenemos Dios. Efectivamente, como afirma Liikanen, Franco parece poseer características sobrenaturales, entre ellas la capacidad de resucitar a muertos o conocer el futuro (694). El tiene asumido el rol como el Caudillo, la cabeza superior de España y siente desprecio hacía su pueblo. Aunque se considera Dios, le da la responsabilidad al pueblo por todo lo sucedido: Ellos lo quisieron así, yo sólo me dediqué a soñar, ellos me pusieron en la mano el látigo y ellos se arrodillaron para que les golpeara la espalda.” (148). No hay señales de afecto o amor; le gustaría incluso matar a su esposa, Carmen Polo. El momento en que pude ver a un Franco con sentimientos fue la muerte de su hijo. La lamentaba y el lector casi puede empezar a sentir empatía hasta que Franco tiró el cuerpecito de su hijo para que se lo comiesen los animales. Este es un ejemplo que me hace opinar que Liikanen acierta cuando dice “(…) resulta evidente que el propósito del novelista es desvirtuar en seguida cualquier irrupción de simpatía o posible conmiseración con el tirano” (696). En mi opinión este es un recurso estilístico que hace que la novela sea original y escrita de una forma inteligente: no conforme con expresar la crueldad del tirano sin más, porque eso convertiría la novela en una crítica directa y sosa. De alguna forma, le deja la oportunidad a Franco de ser bueno y humano pero él la rechaza una vez tras otra.

Se podría pensar que las características divinas y la consciencia de la superioridad convertirían la novela en una aburrida alabanza del dictador hacía sí mismo. No obstante, hay momentos cuando Franco se siente frustrado y capturado por su posición y a consecuencia intenta incluso huir de su rol. También se puede decir que existe un tipo de autocrítica por la parte de Franco, pero esto tiene que ver con su profundo desprecio hacía su pueblo: “Sentí desprecio por esta España miserable que había conquistado. Desprecié también mi yo anterior, mi etapa de Dios, por haberme ocupado y preocupado de estos seres anodinos, de estas personas insignificantes que se llaman españoles. […] ¿Qué caudillo era yo que tenía semejantes siervos? ¿Qué gobernante de mierda que tenía bajo su mando tan miserable país? ¿Qué Dios que se conformaba con tan lamentables adoradores?” (178)

Para formar una imagen de Franco tenemos que considerar también como los demás le ven en la novela. Evidentemente, la gente en su alrededor le trata de Excelencia y cumple cada petición suya. Sin embargo, los diálogos con su esposa nos abren una ventana a su ámbito familiar en que Franco aparece como un viejo y, a veces, ridículo. Carmen Polo le llama cariñosamente Paco y en la relación entre ellos se puede ver bien la similitud de la novela con la película. Carmen se preocupa por él y sentencia claramente que le “falla el riego”. En la novela distingo  dos fases que alternan: por una parte los delirios y memorias de Franco y por la otra las interrupciones como los diálogos con Carmen que “despiertan” al lector y le devuelven a la realidad.

Cuando digo que hay que considerar la imagen de Franco desde dos puntos de vista, me refiero  al punto de vista formada por todas estas cosas ya mencionadas y al punto de vista que podemos formar desde entre las líneas. No destacan solamente las cosas que Franco hace o las cosas que se dicen de él, sino la tendencia general del texto por el surrealismo, por desplazamientos, por delirios. La novela es rara y así provoca en mí una imagen de locura y de enfermedad mental.

Sin duda la representación de Franco en la novela es extraordinaria pero hemos tenido la oportunidad de ver otra obra original, la película ¡Buen viaje, Excelencia! ¿Cómo es el Franco de la película? En él se pueden observar claramente las consecuencias de la enfermedad de Parkinson. La película cuenta los dos últimos años de su vida, cuando ya estaba debilitado tanto mental como físicamente. Está dependiente de los cuidados de los demás, especialmente de la mujer alemana que se convierte en su mano derecha.

La película ridiculiza a Franco de una forma muy directa, mientras que la ridiculización en la novela se halla dentro de las líneas. En la película Franco aún sigue siendo Excelencia y tiene el poder de la palabra: todos le sirven y hasta la orquesta tiene que tocar cuando va a comer. El contraste entre toda la lujuria y el dictador enfermo y débil es tan grande que crea algunas escenas absurdas y entretenientes.

Hay semejanza evidente entre los Francos de las dos obras en el sentido de que el dictador se pierde en sus recuerdos: en la película vemos por ejemplo una escena donde Franco pasea en las ruinas de un pueblo e imagina la muchedumbre saludándole y exaltándole. Sin embargo, también hay diferencias entre las representaciones del dictador. Éstas se deben, en gran parte, por las diferencias integrales entre las dos obras: en el libro escuchamos la voz de Franco, mientras que en la película le observamos desde fuera. El Franco de la película provoca, por lo menos en mí, más empatía. Está ya muy mal de salud y también podemos ver las dificultades que tiene para moverse. Hay que recordar que las memorias están escritas durante los cinco últimos años de su vida y la película nos muestra los dos últimos años de ahí que su salud ya se haya deteriorado más. Ya no hay rastro de “Dios” o Caudillo todopoderoso y cruel sino aquí tenemos un anciano cualquiera.

Evidentemente las dos obras son críticas, pero no solamente hacía Franco. La película, en mi opinión, nos muestra lo pasajero que es el poder y como al final de la vida no nos llevamos nada con nosotros. También las ruinas del pueblo nos recuerdan de la crueldad de la guerra y la represión: Franco veía, o imaginaba, a un hombre atado que estaba siendo torturado. Ahora sólo quedan las ruinas y el silencio. El libro, por otro lado, como dice Liikanen, es una crítica amplia contra la sociedad entera que permitió en su pasividad y colaboración que Franco gobernase tantos años. Efectivamente, me he preguntado muchas veces cómo actuaba el pueblo español ante la represión y qué habría pasado si hubiese reaccionado de otra forma. Entiendo que el miedo de una nueva guerra silenció la mayoría de la rebelión al principio del régimen pero siendo una persona que siempre ha vivido en una democracia me cuesta entender el relativo silencio hasta el final de la vida de Franco. Si yo fuera española y especialmente más mayor, creo que la novela tendría incluso una voz acusadora. Creo que Val demuestra inteligencia y perspectiva con el planteamiento de la crítica.

En fin, ambas obras nos muestran un lado de Franco muchas veces ocultado o ignorado de una forma sarcástica y aguda. Son ejemplos de las obras de nuestra época que permite una crítica colorada con humor. Lo revolucionario es que ahora hay obras de franquismo y de los horrores del régimen que me hacen reír y por eso me alegro de haberme familiarizado con estas dos obras en particular.

Bibliografía:

Val, T. (1997) Llegada para mí la hora del olvido. Madrid: Alfaguara.

Linage Conde, A. “Paleopatología e historia”. http://www.ucm.es/info/aep/boletin/actas/31.pdf

Liikanen, E. Dictador en el espejo: Llegada para mí la hora del olvido de Tomás Val como retrato de Franco y su régimen. http://www.letras.ufmg.br/espanhol/Anais/anais_paginas_%20503-1004/Dictador%20en%20el%20espejo.pdf

Punto de vista de dios

Normalmente si tratamos de imaginarnos a un narrador cuyo punto de vista se asemeja al de dios, nos viene a la mente el narrador del realismo: todopoderoso, omnipresente pero inlocalizable, aparentemente objetivo y justo. No obstante, el caso de Llegada para mí la hora del olvido es todo lo contrario: el narrador de la novela de Tomás Val es un dios autodeclarado, introvertido, subjetivo y delirante – el Francisco Franco demenciado de sus últimos años. La visión del dictador está restringida por sus conocimientos, observaciones y imaginación; pero no obstante es más amplia de lo que se podría suponer. Tiene imaginación vívida y se refleja bastante (casi demasiado) para ser un dictador atroz, calculador y ignorante que con sus aspiraciones de poder ha causado la muerte de cientos de miles de conciudadanos. De hecho la novela une en su protagonista algunas características que le hacen parecer más que un mortal ordinario.

En una sola voz narrativa, la novela conjunta una multitud de diferentes voces y puntos de vista acerca de Franco. Coexisten voces elogiosas e injuriosas, las de la historiografía, de la propaganda franquista y de la mitología popular. De esta manera se nos presenta una imagen que es bastante completa en su multidimensionalidad causada por la gran cantidad de enfoques (suponiendo que el pasado o una persona histórica está compuesto de todas las cosas que logramos conocer sobre de él), pero al mismo tiempo inverosímil o hasta surrealista en su polifonía. (No hay polifonía en el sentido bajtiniano ya que todas las voces son filtradas a través del dictador y su postura, muchas veces irónica). No obstante, si dios es todo o un ser que es consciente de todo, la polifonía subraya también el aspecto divino del protagonista, aunque en la mayoría de los casos es más sencillo explicar la penetración del dictador en los pensamientos de sus súbditos como fantasía del protagonista, como por ejemplo en la siguiente cita donde se ve también la pregunta fundamental de la obra: “Quién soy, quién soy, mi voz sonámbula recorre el caserón, toca generala en los cuarteles, pone las catedrales en rebato, alerta a las sirenas policiales, moviliza todo el cuerpo diplomático, los curas rurales se ponen la sotana porque se asustan de repente ser hombres, los obispos recuperan de pronto su fe en dios y todo el país, hasta los barcos de altamar se olvidan las minas movedizas de peces, se ponen a averiguar quién es Francisco Franco.” (23)

Además de la consciencia amplia hay incluso otros elementos relacionados con la divinidad asumida por el dictador. Uno de los más importantes es la existencia de la vida postmortal. Durante las horas solitarias en el Pardo a Franco le aparecen generales muertos, víctimas de fusilamiento o garrote y además su propio padre. También está recordando como hizo resucitar su primer víctima en Burgos en 1936, un joven oficial a quien ha matado arbitrariamente, sólo para demostrar su poder. Tantos muertos han sido en su camino que de algún modo es lógico que le siguen hasta el fin de la vida y no es difícil de interpretar los elementos sobrenaturales de la obra como fantasía o delirios de Franco, porque nunca aparecen para otras personas y los resucitaciones no tienen testigos.

El elemento que mejor podría comprobar la divinidad de Franco es su capacidad de ver más allá de su muerte. En un pasaje donde quiere acentuar la distinción entre él y los dictadores ficticios que “no llevan más trajes que las palabras” dice que “[u]n caudillo tiene más poderes y puede soñar el tiempo verdadero de después del acabóse y hasta puede leer en una noche todos los libros que sobre él aún no se han escrito” (29) Efectivamente nombra varios historiadores reconocidos, entre ellos Paul Preston que se ha publicado casi toda su obra después de la muerte de Franco. Sin embargo, más revelador aun es que no solamente conoce la fecha de su propia muerte, sino también la de su mujer que se murió trece años tras la muerte de su marido: “Santa Carmen Polo de Franco, nacida en Oviedo en 1922 y muerta en olor de santidad en Madrid, el 6 de febrero de 1988, bajo un Gobierno socialista” (86) (Obsérvese que el demenciado dictador equivoca en la fecha de nacimiento con dos décadas.)

En un principio me perturbaba la clarividencia sobrenatural del protagonista porque no sólo parecía innecesario en cuanto a la historia que cuenta la novela sino también incongruente con la imagen abyecta y desfavorable que representa de él. ¿Tiene sentido juntar en el personaje poderes cuya existencia puede acreditar que es algo más que un anciano demente? En este aspecto la novela actúa como un dictador caprichoso que de repente fuerza a sus súbditos en algo aparentemente absurdo, y al mismo tiempo hace añicos la última posibilidad del realismo o verosimilitud. Se trata de un acto de metaficción absoluta en que el lector se ve forzado a tomar postura sobre las diferentes niveles de la ficción y la realidad, reflexionar quién fue el Francisco Franco histórico que tanto parece al protagonista pero no puede ser él. De esta manera reinvidica la función original de la metaficción que ya desde hace décadas ya no ofrece resistencia a la lectura y se ha convertido en un recurso literario frecuente y placentero en vez de suscitar preguntas sobre la naturaleza de la literatura y del conocimiento humano. Al mismo tiempo demuestra de un modo muy concreto cómo el período de tiempo que nos separa de un determinado momento histórico, junto con los acontecimientos y interpretaciones que este período ha producido están siempre presentes en la imagen que somos capaces de reconstruir del momento histórico en cuestión. Este enfoque rompe con el concepto de tiempo lineal porque, si bien el futuro se basa en los acontecimientos del pasado, la historia más reciente cada vez ejerce una gran influencia sobre las interpretaciones de la historia anterior. Así podemos observar que el punto de vista de la novela no es de los años setenta, es retrospectivo y el autor no intenta ocultarlo: es visible por ejemplo en algunos topónimos: en la página 42 Franco habla de la Gran vía, aunque durante su régimen fue denominada Avenida de José Antonio. Sin embargo, no se trata de un anacronismo, porque la obra está operando en varios niveles temporales a la vez.

La visión que transmite la obra de Val sobre el dictador envejecido es muy inquietante en su complejidad narrativa pero a la vez verdaderamente original. Aunque casi todos los aspectos sobrenaturales tienen una explicación natural dentro del mundo de la obra, en cuanto al tiempo incluye metaficción historiográfica que verdaderamente ofrece resistencia a la lectura. La novela y su narrador tiranizan la lectura de manera que nos invita reconstruir activamente la imagen que tenemos de Francisco Franco.

VAL, Tomás. Llegada para mí la hora del olvido. Madrid: Alfaguara, 1997.