Criaturas del bosque

JAVIER GOÑI El País – 20/02/2010

Narrativa. En un párrafo cualquiera de esta nueva novela de Jordi Soler (Veracruz, México, 1963, en plena selva, en una comunidad de republicanos catalanes) se lee: “Una runfla de exiliados, híbridos y apátridas, ni españoles ni mexicanos…, entre los que me cuento yo”. Yo, el Jordi Soler, que escribe en primera persona esta pesquisa, que arranca con unas primeras páginas de impresionante fuerza narrativa, con unos soldados republicanos, heridos, abandonados, operados de una derrota inminente a pelo, sin cloroformo ni coñac peleón, y todo ello situado en una inv(f)ernal frontera, a un paso -quien lo logre- de atravesarla: los gendarmes y la playa-prisión de Argelès. Y el lector, piensa, como en el libro de Isaac Rosa: “¡Otra maldita novela sobre la Guerra Civil!”. Y La fiesta del oso es sólo en principio “otra novela sobre la Guerra Civil”, otra por diferente. Piensa Soler que “España arrastra el cadáver de la guerra” y tal vez, añado, no con el mismo heroísmo inicial que ese soldado arrastra por la nieve a un compañero en un esfuerzo inútil pues lleva un cadáver andante. Lo que no sabe es que va perdiendo sin dejar rastro en la nieve su condición de hombre y así se irá asilvestrando, ese soldado, ese tío Oriol del Soler del relato, hasta convertirse en una alimaña. Soler ha escrito un hermoso cuento infantil, una parábola de los estragos que la guerra puede hacer en un hombre, que es tan sólo un hombre, o nada menos que -en principio- todo un hombre; y lo ha hecho a la manera de aquel poemilla de José Agustín Goytisolo: “Érase una vez / un lobito bueno… todas estas cosas /había una vez, cuando yo soñaba /un mundo al revés”.

La guerra, cualquier guerra, cambia nuestras vidas, vuelve las cosas del revés. Y Soler ha querido contar -las metáforas, como el valor a los militares, se suponen, se sobreentienden- una historia, atroz, de guerra, en donde un derrotado, que vaga desprovisto de su condición de hombre por tierras pirenaicas, deja de ser héroe para pasar a ser un monstruo. Y en ese mundo al revés -o tan real como un calcetín violentamente dado la vuelta- el monstruo intenta sobrevivir en un bosque lleno de criaturas, niñas-pastores de virginal dulzura, y donde hay un gigante bueno, como el lobito de Goytisolo, que no es el ogro que se los come crudos, a los niños. Al contrario, es un excelente hallazgo literario de Soler o se lo encuentra realmente, pues toda la narración es una pesquisa personal -la búsqueda del tío que no fue el héroe que pensaban- y una indagación casi policial, que atenúa el horror de la historia con un lenguaje burocrático, fruto de las actas que el yo narrador va encontrando, como migas de pan en el camino, para llegar al aquelarre final, tal vez algo, por metafórico, excesivamente previsible.

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