Adiós a Gorete

JULIO LLAMAZARES El País – 14/12/1990

El pasado día 17 de noviembre fallecía en León, a la edad de 87 años y en el más oscuro de los anonimatos, Gregorio García Díaz, Gorete. A la mayoría de los lectores, seguramente, ni el apodo ni el nombre les dirán nada. Pero a quienes, como yo, los aprendimos al arrimo de la lumbre o caminando en la nieve cuando los años cincuenta se despedían de España -y a quienes, sobre todo, tuvimos la fortuna de llegar a conocer al hombre que con su vida alimentó de leyendas las largas noches de invierno de nuestra infancia-, el nombre de Gorete nos trae recuerdos de un tiempo que ya se ha ido y de un mundo en el que los cuentos servían para decir lo que la radio callaba. Gregorio García Díaz, Gorete, había nacido en Lillo, un pequeño pueblecito de León colindante con Asturias, allá por el año de 1903, en el seno de una humilde familia campesina dedicada, como todas en la zona, al cuidado de los prados y las vacas. Campesino fue también él, lo mismo que sus abuelos y que sus padres y, aunque desde muy joven dio muestras de su particular tesón y de un temple y valentía extraordinarios (durante los años de la República, por ejemplo, llevó a cabo en solitario la aventura de viajar en bicicleta hasta Madrid; y vuelta, pedaleando 800 kilómetros durante una semana, para asistir a un mitin de Manuel Azaña), nada hacía presagiar que, con el tiempo, su apodo acabaría convirtiéndose en un nombre de leyenda para los habitantes de aquella zona de España.

Todo empezó con la guerra. Una guerra que a Gorete, entonces de 33 años, le sorprendió en su pueblo dedicado a la política local (fue presidente del pueblo con tan sólo 27) y al cuidado de sus prados y sus vacas y que le arrastró en seguida, después de atravesar en plena noche las montañas, a combatir en el frente del Norte enrolado en las tropas republicanas. Cuando éste cayó en el otoño de 1937, Gorete, como tantos, se escondió en las montañas y así fue como empezó la increíble aventura que le iba a convertir en un nombre de leyenda y en un mito popular para todos cuantos nacimos y vivimos hacia la mitad del siglo en las perdidas aldeas de los montes leoneses y asturianos. Lo que empezara una noche como una huida desesperada se iba a acabar convirtiendo -sin que el propio Gorete entonces, claro está, lo imaginara- en una de las páginas más crueles de la guerra y en uno de los destierros más solitarios de los que guarda memoria la última historia de España: durante 11 años, tres meses y cinco días (años, meses y jornadas que Gorete apuntó en su propio cinto haciendo muescas con la navaja), permaneció escondido en una cueva de su pueblo, completamente solo, como un Robinson Crusoe de las montañas.

La relación de sus aventuras, reales o legendarias, es, como cabe pensar, ciertamente impresionante. Yo mismo, en Luna de lobos, la novela que escribí para recoger los cuentos que de los hombres del monte me contaron en mi infancia, intercalé dos de ellas, precisamente las mismas que algún crítico avisado descalificó en su momento por demasiado fantásticas: aquella en la que el maquis, el mosquetón a la espalda y la guadaña en las manos, siega a la luz de la luna la hierba de una familia que le ha ayudado, y aquella otra en la que asiste desde el monte y a través de los prismáticos al entierro de su padre (de su madre, en realidad, en el caso de Gorete) para bajar después en plena noche al cementerio a ver su tumba, caminando de espaldas sobre la nieve para confundir sus huellas y envuelto, para evitar ser visto, en una manta blanca. Hubo más, muchas más, alguna incluso todavía más fantástica. Como cuando escapó en plena noche a un cerco de varios guardias, o como cuando se cayó desde 10 metros de una peña y permaneció cuatro días sin poder incorporarse, temiendo haberse roto la columna y no tener otro remedio que suicidarse. Pero lo peor no fueron esas anécdotas, por más que fueran las que le hicieran a los ojos de la gente un personaje legendario. Lo peor fue el silencio, el frío de los inviernos, la soledad de la cueva durante más de 11 años. Baste saber, para imaginar el frío, que ésta estaba en lo alto de una peña, a 1.800 metros de altura y en lo que hoy es la estación de esquí de San Isidro, en la que practican los deportes de la nieve los aficionados leoneses y asturianos.

El 26 de enero de 1949, 11 años, tres meses y cinco días después de haberse echado al monte, Gorete, incapaz de aguantar ya más tiempo, se entregó a los guardias. Luego vendría la cárcel, y el trabajo, y la familia, y los pequeños paseos frente a su casa del barrio de Puente Castro, en la que yo le conocí un día, hace ahora nueve años, cuando el hombre legendario de los cuentos de mi infancia era ya un silencioso y apacible jubilado. Hasta el mismo momento de su muerte, sin embargo, Gorete, como la mayoría de los hombres que secundaron sus pasos, conservó la rebeldía y el espíritu tenaz que, al finalizar la guerra, le llevaron a esconderse en las montañas y, de la misma manera que guardaba en un armario, como si fueran reliquias, las cartucheras y el cinto y el puñal y los prismáticos, conservó hasta el último día la esperanza de que los ideales que un día le llevaron a vivir en una cueva, como si en lugar de un hombre fuera un lobo o una alimaña, se pudieran realizar en la renaciente España.

Por eso se murió sin entender demasiado. Por eso, seguramente, vivió los últimos años otro destierro -obligado, relegado como tantos al baúl de los recuerdos precisamente por el Gobierno por el que tanto lucharon y que ni siquiera se acordó de ellos para intentar resarcirles de las penurias pasadas (a Gorete, en concreto, ni el millón de pesetas aprobado a modo de limosna hace unos meses para quienes cumplieron un mínimo de tres años en las cárceles de Franco le llegó a corresponder porque, evidentemente, los 11 de la cueva no los consideraron cárcel). Por eso, precisamente, quiero ahora despedir con el mejor de mis recuerdos, en este tiempo de olvidos y en esta España moderna y desmemoriada, al hombre que con su vida alimentó de leyendas las largas noches de invierno y los días de mi infancia, cuando los años cincuenta se despedían de España y los cuentos de los viejos servían para decir lo que la radio callaba.

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Se me olvidó deciros hoy en clase que tenéis este artículo y más material relacionado con Luna de lobos y la figura del maquis en la carpeta que está delante de mi despacho.

Proceso exprés para suspender a Garzón

El Poder Judicial se salta los trámites habituales con el fin de acelerar el relevo del juez de la Audiencia Nacional, impulsado desde el Supremo por Luciano Varela

JULIO M. LÁZARO El País10/02/2010

La Comisión Permanente del Consejo General del Poder Judicial acordó ayer por unanimidad iniciar los trámites para suspender de funciones al juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón. Lo hizo sin esperar siquiera a la resolución de los recursos planteados por Garzón contra la decisión del juez del Tribunal Supremo Luciano Varela de sentarle en el banquillo por investigar el franquismo y contra la admisión de una querella por no haber archivado un proceso contra el presidente del Santander.

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“Me interesa la esencia del totalitarismo, sea vasco o sueco”

CAMILO SÁNCHEZ El País09/02/2010

Unai Elorriaga

El temperamento de Unai Elorriaga (Ondárroa, Vizcaya, 1970) se asemeja a primera vista a su escritura. Esa prosa esencial y poco dada a los artificios que le valió el Premio Nacional de Narrativa en 2002 por su debú, Un tranvía en SP, se ajustan a su aspecto y al modo en que se conduce. Pide una botella de agua mineral y un lugar con poca luz en una tarde opaca y lluviosa como todo requisito para hablar de Londres es de cartón (Alfaguara), su nueva novela, recién editada. “Uno de los retos a la hora de sentarme a escribirla fue evitar los maniqueísmos”, asegura. En la obra, Elorriaga propone la memoria como el antídoto más eficaz contra los regímenes totalitarios. Y se permite la licencia de incrustar una pequeña novela negra que navega entre Agatha Christie y Charles Dickens.

“La reflexión sobre una dictadura debe ir más allá de discursos simplistas como el de Bush cuando se refería al eje del mal. Ni en la guerra, ni en el arte o la política hay únicamente buenos y malos”, añade.

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El Poder Judicial pregunta al fiscal si suspende a Garzón

Las dos causas que tiene el magistrado en el Tribunal Supremo podrían suponer su inhabilitación

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ El País09/02/2010

La Comisión Permanente del Consejo General del Poder Judicial ha acordado por unanimidad inciar el proceso de solicitud de suspensión presentada ayer contra el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón por las causas abiertas contra él en el Tribunal Supremo referente a unas conferencias dadas en la Universidad Nueva York y la investigación de los crímenes perpetrados durante el franquismo.
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Si queréis saber más sobre la carrera y la personalidad de Baltasar Garzón, os recomiendo el reportaje de Luis Gómez y José Yoldi que salió en El País el 01/03/2009: “Van a por él“.

La aberración

Los crímenes del franquismo se vuelven contra el juez Garzón, que ha intentado investigarlos

El País (editorial) – 08/02/2010

La aberración histórica de que herederos ideológicos del franquismo sienten en el banquillo al juez que intentó investigar los crímenes de aquel régimen, a demanda de familiares de víctimas que todavía yacen en fosas comunes, lleva camino de consumarse. Como si entráramos en el túnel del tiempo o el pasado más oscuro retornara, el juez del Tribunal Supremo Luciano Varela, instructor de las querellas por prevaricación formuladas por el sindicato Manos Limpias y la asociación Libertad e Identidad, ha concluido que hay motivos para enjuiciar a Baltasar Garzón por abrir una causa penal contra el franquismo. Ironía máxima: está pendiente de resolver otra del mismo tenor nada menos que de Falange Española.

A Garzón le queda todavía la posibilidad de apelar a la sección de la Sala Segunda del Supremo que admitió a trámite las querellas. Pero visto el tono y el contenido del auto de Varela -que más parece una sentencia condenatoria que una resolución en fase instructora-, pocas dudas caben sobre el curso del procedimiento. Las consecuencias inmediatas serían la suspensión cautelar de Garzón y su extrañamiento de la Audiencia Nacional, en la que acumula a lo largo de 23 años un ingente balance de actuaciones en la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y la delincuencia económica.

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Niños de la Guerra Civil española en la Unión Soviética: su función propagandística

Diario de aprendizaje I – Elina K.

En la clase mencionamos brevemente los niños que fueron evacuados a otros países durante la Guerra Civil española, “los niños de la guerra”, y me interesé en el tema. Recuerdo haber visto el año pasado un documental sobre los niños mandados a Gran Bretaña que me ayudó a entender un poquito mejor de qué manera la guerra afecta a los niños y qué tremendas violaciones de derechos humanos  tuvieron lugar en las familias a las cuales se les quitaron sus niños.  El fenómeno de las expediciones de niños es muy vasto: fueron evacuados a varios países en varias ocasiones. Por lo tanto he querido limitar mi diario y voy a tratar los niños que fueron enviados a la Unión Soviética.  A parte de hablar sobre las expediciones voy a analizar otro rasgo importante y en mi opinión interesante: los fines propagandísticos para los cuales estos niños evacuados sirvieron por la parte de los Amigos de la Unión Soviética.

Tras estallar la guerra en 1936 fue el Gobierno de la II República quien se responsabilizó por proteger a los civiles puestos en peligro directamente por los bombardeos (Garrido: p.1). Creó Comité de Refugiados cuya meta era realojar a los civiles. La cooperación de varias organizaciones nacionales  e internacionales, junto con la Dirección de Asistencia Social, logró que a partir de 1937 miles de niños fuesen enviados a países extranjeros de una forma sistematizada. En total unos 34.000 niños fueron evacuados a Francia, Inglaterra, Bélgica, México y muchos otros destinos para salvarles de los horrores de la guerra. De estos niños cerca de 3.000 salieron a la Unión Soviética (Alted), que se vio obligada a ayudar a la República después de que Alemania e Italia mostrasen su apoyo a los sublevados. La Sección Española de los Amigos de la Unión Soviética (AUS) fue una de las organizaciones más activas en la evacuación de niños y educadores a la Unión Soviética  (Garrido: p.2).

Los niños fueron evacuados a la Unión Soviética en cuatro plazos: la primera expedición, de 72 niños, tuvo lugar el 21 de marzo 1937. La siguiente, tres meses más tarde, consistió en casi 1.500 niños, siendo la expedición más grande.  Las dos últimas tuvieron lugar en septiembre 1937 y en octubre 1938 y consistieron en 1.100 y 300 niños, respectivamente (Alted). Tantos niños pequeños como adolecentes fueron obligados a dejar a sus familias; las edades variaron entre tres y 14 años. Los niños llegaron a Leningrado, desde donde fueron trasladados a “casas infantiles para niños españoles”, preparadas especialmente por este propósito por la Unión Soviética. En total fueron 16 casas en las cuales los niños fueron atentados y educados por profesores y personal auxiliar ruso y español. Los destinos de estos niños variaron: unos estudiaron una carrera y se incorporaron a la vida soviética, otros murieron en batallas y aún otros trabajaron más tarde como especialistas y traductores (Alted).

¿Cómo era la vida de estos niños en la Unión Soviética? Alted nos nice que la mayoría de ellos consideran la etapa desde la llegada a las Casas hasta el 1941, cuando el ejército alemán atacó la Unión Soviética, la más feliz de su infancia.  Según ella “no les faltó de nada salvo la presencia de los padres”. Personalmente me cuesta creer que allí se quedó la cosa; como veremos a continuación, cabe sospechar que la información mandada a España sobre el estado de los niños fue falseada a veces. Además, la falta de la presencia de los padres debe ser algo que impacta las vidas de los niños para siempre.  Un niño de la guerra opina, según Garrido (p.10): “Yo estoy convencido de que los padres nunca deben separarse de los hijos, pase lo que pase”.

La Unión Soviética tenía, según Vázquez, dos líneas de propaganda (1: p.69): por una parte tenían la línea oficial, o sea, la política de frente popular antifascista y, por otra parte, la  línea de propaganda orientada a la popularización de la Unión Soviética en España, difundiendo los logros socialistas de la primera. El modelo de sociedad soviética fue la solución a los problemas, algo que tarde o temprano debía plantearse en España.  Dentro de la segunda línea cabe lo que llama Vázquez  mensajes españoles (1: p.70), incluyendo, entre muchas otras cosas, la acogida de los niños que puede ser interpretado como “un acto de solidaridad social que hace ver el cariño del estado soviético hacía la infancia” (1: p.71). Es justamente aquí donde los Amigos de la Unión Soviética juegan un papel importante; como dice Vázquez en su trabajo número (2), la mera existencia de dicha organización es un acto de propaganda. Los logros socialistas de la Unión Soviética fueron difundidos por varios medios: fotos, revistas, carteles, discos, proyecciones de cine y la radio.

Si bien el mero acto de acoger a niños españoles sirvió como propaganda, aún más impacto tendría la información sobre el tratamiento de ellos en la Unión Soviética. Los AUS  exaltaron el sistema educativo en sus folletos (Garrido: p.3). Niños con tan solo dos meses fueron integrados en el sistema escolar y las facilidades tenían en objetivo de fomentar a los niños por un oficio, el arte y la naturaleza, educándoles por medio de juegos colectivos. Los maestros fueron representados como consejeros de los padres, instruyéndoles sobre la educación socialista en otros asuntos. La propaganda se ve por ejemplo en la consigna de un centro educativo: “El que no trabaja y no intenta educarse, no puede ser un miembro digno de la sociedad comunista” (Garrido: p.4). El sistema escolar soviética fue alabada también por el secretario de los AUS, Antonio Ballester, que comunicó la situación de los niños españoles enviados en la Unión Soviética de la siguiente forma: “(…) Están provistos de toda clase de ropa…que les permite no sufrir la dureza del duro clima de la URSS…varios médicos y enfermeras atienden a su higiene (…). El comisario de la educación de la URSS ha dispuesto la traducción al castellano de todos los libros escolares que en la URSS existen (…). Todo el sistema de instituciones de educación, de recreo y de enseñanza de que disfrutan los niños soviéticos, el paraíso de los niños se ha llamado con razón, a la URSS, están puestos al servicio de los escolares españoles” (Garrido: p.7).

Efectivamente, parece que los niños españoles se lo estaban pasando bien.  Esta imagen está apoyada también por Tomás Navarro: “Los ejercicios de cultura física los hacen en común con sus compañeros soviéticos… En excursiones y deportes los chicos españoles figuran entre los más ágiles y audaces pioneros. Muchos de ellos entienden y hablan ya el ruso lo suficiente para las necesidades ordinarias de la conversación. En los días de descanso, las familias de sus amigos rivalizan en invitarles a fiestas, conciertos, cines, meriendas y paseos” (Garrido: p. 8).

Este tipo de propaganda tranquilizaría a las familias de los niños españoles. La estancia de estos niños marcaba también un cambio importante en la Unión Soviética; según Sergei Kara-Murzá la cultura española despertó un gran interés entre los soviéticos, quienes pocas veces habían tenido contacto con una cultura tan distinta (Garrido: p.8). Según Carrido, sin embargo, los contactos interculturales causaron también conflictos: entre otras cosas, los métodos de enseñanza y los libros eran diferentes y la vigilancia les parecía muy estricta a los españoles. Estos choques culturales se ocultaron en los discursos propagandísticos.

Ahora, después de haber visto unos ejemplos de la situación de los niños de guerra según algunas personas, a mí me gustaría saber hasta qué punto los niños se lo pasaron tan bien como la propaganda por los AUS sostiene. Garrido afirma que los niños atravesaron por una situación de angustia latente, que les afectaría incluso durante el resto de sus vidas (p.9). Según ella, esta angustia se produjo a partir del desconocimiento del destino de sus padres. Sea como sea, a mí me parece tremendo que los niños se convirtiesen, como lo expresa Garrido, en “un pretexto más para la riña ideológica entre los bandos” (p. 11), pues el bando franquista quería repatriarlos mientras los AUS y otras asociaciones confirmaron que la decisión de evacuarlos había sido acertada, apoyando su posición con discursos propagandísticos.

Para concluir, espero haber dejado bien claro cuál fue el papel de los niños de la guerra en la propaganda en el caso de la Unión Soviética. Es un tema que provoca emociones, pues no se puede ni imaginar el dolor que sienten los padres y los niños al separarse. Además, para muchos niños no había retorno y se pasarían por una crisis de identidad y por un sentimiento de olvido. Sin embargo, quedarse en España les hubiera podido costar la vida. Muchos de ellos no han tenido la oportunidad de averiguar el destino de sus padres hasta  la aparición de la Ley de la Memoria. Me ha gustado mucho profundizarme un poquito más en el tema  porque los niños tienen un papel importante en las guerras también hoy en día: son los más inocentes y los que más sufren. También, les recomiendo familiarizarse con algunos carteles de la guerra conmovedores en los que los niños son los protagonistas y figuras de propaganda.

595, inventario oficial de fosas

La Junta concluye el mapa de las tumbas sin nombre del franquismo y la guerra. Los historiadores no se atreven a aventurar el número de cadáveres de las fosas

ISABEL PEDROTE El País08/02/2010

595 es el número oficial de las fosas comunes de la Guerra Civil y la dictadura en Andalucía. Cinco años después de iniciarse los trabajos, la comisión de las universidades a la que la Junta encomendó la validación del inventario de las tumbas sin nombre esparcidas por el franquismo ha dado por concluido el estudio. Aunque una investigación histórica nunca puede considerarse cerrada (siempre es susceptible de sumar nuevos descubrimientos), el presidente de la comisión que engloba a las nueve universidades andaluzas, el catedrático Fernando Martínez López, certificó a finales del año pasado (22 de diciembre), el valor científico de este inmenso plano del horror de los represaliados, dibujado en cada provincia por las asociaciones de la memoria histórica, con las que la Consejería de Justicia había conveniado.

Con el mapa de fosas, en la actualidad en fase de localización detallada (coordenadas cartográficas) a cargo del Instituto Andaluz de Patrimonio, se cumple uno de los preceptos de la Ley de Memoria Histórica que, si bien fue aprobada en diciembre de 2007, hasta ahora ha sido un goteo lento de pequeñas acciones desperdigadas, aisladas, sueltas. La Asociación de la Memoria Guerra y Exilio ha investigado y recopilado los datos de las provincias de Almería, Jaén y Málaga; la Asociación Andaluza Memoria Histórica y Justicia, Cádiz, Huelva y Sevilla; el Foro Ciudadano para la Recuperación de la Memoria Histórica, Córdoba; y la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica, Granada.La junta de coordinadores de las universidades andaluzas, nombre completo de la comisión de historiadores que ha visado los proyectos, recomendó unos parámetros para uniformar el futuro mapa. De esta forma, cada una de las ocho provincias incluye a su vez otro mapa con todos los municipios, una memoria de la represión pueblo a pueblo -cómo entraron las tropas, qué hicieron, cómo se fraguaron las detenciones y fusilamientos-, la ubicación de las fosas (fotos y coordenadas), el listado de los nombres de los muertos (en algunos casos), testimonios, documentación en archivos y las bibliografías.

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Larga vida al presidente Mao

ANTONIO MUÑOZ MOLINA El País – 06/02/2010

Cuando yo llegué a estudiar a Madrid, en el enero sombrío de 1974, Engels, Lenin y Mao Zedong ocupaban los escaparates de todas las librerías. Franco estaba vivo y decrépito con algunas penas de muerte todavía por firmar, y a los sindicalistas y a los estudiantes rebeldes la Brigada Político Social les hacían orinar sangre en las comisarías, pero el panorama editorial, por esas singularidades de una época que sólo quedan en el recuerdo de quienes las han vivido, estaba dominado por un aluvión de libros revolucionarios, con los retratos barbudos de Marx y Engels en las portadas, con obreros soviéticos y guardias rojos chinos, con el rictus asiático de la cara de Lenin y la carota pepona de Mao que parecía el más cool de todos, igual que lo más moderno parecía ser apuntarse a algún partido comunista prochino. El Partido Comunista de toda la vida, el Partido, sin necesidad de añadiduras, ya tenía algo de anticuado para las antenas sutiles del esnobismo universitario. Mao Tse Tung, como decíamos entonces, era tan moderno que un libro suyo titulado Cuatro tesis filosóficas lo publicó en español el que ya entonces era el más moderno de los editores, Jorge Herralde, que se las arregló para hacer con ellos su acumulación primitiva de capital, por decirlo con el lenguaje de la época. Nosotros teníamos un dictador de mano temblona y vocecilla aflautada que rezaba el rosario todas las tardes junto a su señora en una mesa camilla del palacio del Pardo. Mucho más admirable nos parecía a muchos jóvenes antifranquistas el distinguido Mao, que vivía en la Ciudad Prohibida de Pekín -otro nombre de época- y escribía tratados filosóficos y breves poemas de exotismo entre oriental y revolucionario, y era autor además de aquel pequeño Libro Rojo de máximas antiimperialistas que algunos llevaban como un breviario en los bolsillos de las trencas sacándolo a veces con reverencia para recitar una muestra destilada de sabiduría: Los imperialistas son tigres de papel.

Nos hacíamos clientes precoces de Anagrama comprando las Cuatro tesis filosóficas, pero en cuanto empezábamos a leerlo se nos ponía una nube en el cerebro, como con tantas lecturas obligatorias de entonces. ¿Quién tenía la constancia necesaria para abrirse paso en las espesuras de filosofismo germánico del Anti-Dühring, de Engels, o de aquel tomazo de grosor y título pavorosos, Materialismo y empiriocriticismo, de V. I. Lenin? ¿Y, ya puestos, qué significaba esa palabra, empiriocriticismo, que yo no he vuelto a ver escrita desde entonces?

Unos meses después una bandera roja ondeó sobre los tejados de Madrid por primera vez desde 1939. La España de Franco había reconocido a la República Popular China, y la primera embajada se había instalado en unos salones muy burgueses del hotel Palace, que un amigo mío maoísta me llevó a visitar una tarde de mayo. Unos diplomáticos chinos en mangas de camisa nos recibieron con copiosas inclinaciones y nos llenaron las manos de folletos en español, consagrados a celebrar la Revolución Cultural y a denostar agotadoramente a los socialimperialistas y socialfascistas soviéticos. Si al salir del Palace la policía nos hubiera registrado habrían podido llevarnos detenidos por posesión de propaganda subversiva: hoces y martillos, estrellas rojas, jóvenes guardias rojos con sus uniformes verdes, sus bayonetas caladas y sus espléndidas sonrisas, masas aclamando al presidente Mao, millares de cabezas gritando al unísono y de manos agitando el pequeño Libro Rojo.

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El hombre que inventaba mundos reales

SERGIO RAMÍREZ El País – 07/02/2010

Tomás Eloy Martínez

Cuando Eva Duarte se encontró por primera vez con Juan Domingo Perón en Luna Park, la noche del 22 de enero de 1944 en que se daba una función artística de beneficencia por los damnificados del terremoto de San Juan, ella le dijo cuando estuvieron sentados lado a lado: “Gracias por existir”. O no se lo dijo nunca para los términos de la historia mezquina que resiente de imaginaciones, porque la frase la inventó Tomás Eloy Martínez, que acaba de morir en Buenos Aires, en su novela Santa Evita. Pero se lo dijo. La historia fue modificada a partir de la novela, igual que los propios personajes de la historia argentina, y de la novela, Juan Domingo Perón y Eva Duarte fueron modificados y ya no serían nunca más los mismos desde que pasaron por las manos de su novelista inevitable. Su creador, su inventor. Su falsario.

Tomás contaba historias en sus novelas y las contaba para sus amigos con la misma calidad seductora. Una de las que más me seguirá cautivando tiene que ver con esa frase maestra del arte de la seducción, que años después de haber sido publicada en Santa Evita pasó a ser el texto de una manta en una manifestación peronista: “General Perón, gracias por existir”. Tomás protestó que se trataba de una frase suya escrita en una novela suya y puesta en boca de un personaje suyo, pero su intento resultó tan ingenuo como vano, al punto que fue acusado de falsear la historia del peronismo atribuyéndose lo que no le pertenecía, sino a la historia.

La historia, ya tomándose en serio, se apropió no sólo de la frase, sino de toda la novela, y la hizo suya. El novelista dejó de ser el inventor y pasó a ser el cronista, y a lo mejor ni siquiera eso, porque para negar que la Eva Perón que conocemos, tal como la conocemos, sea la invención de una persona, y para negar que las frases célebres que dijo sean también la invención de esa persona, hay que empezar por negar al novelista, y negar su novela. Para que Eva Perón sobreviva, hay que desaparecer a Tomás Eloy Martínez. La criatura sacrifica al creador; pero allí está precisamente su victoria. El personaje sale de las páginas de la novela y se queda en el mundo real.

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Os reccomiendo también el artículo de Carlos Fuentes sobre Tomás Eloy Martínez y su obra: “El escribidor de un país autoengañado“, El País, 02/02/2010.